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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

28/1/15

ETICA Y POLITICA EN REPúBLICA



La relación entre ética y política de la modernidad :


Por Miguel Angel Domenech

La relación entre filosofía moral y filosofía política  y las respectivas praxis que hoy  están  vigentes de manera predominante, y en quiebra a la vez,  procede de las concepciones  tanto de la ética  como de la política que se originaron en lo que históricamente ha sido llamado  modernidad. Aunque sea difícil definir lo que se entiende por modernidad y dejando aparte su definicion, podemos identificarla  como la época en  cuyos principios tiene sus raíces la visión del mundo actual y que surgió históricamente en el momento de la Ilustración. La Ilustración  comparte con el Renacimiento- que a su vez  supone una referencia de recuperación de la cultura clásica greco/latina- la influencia decisiva en la manera de concebir y apreciar  el mundo contemporáneo. 

Es característico de la ilustración  el no consistir en un  contenido intelectual sistemático y teórico  sino un conjunto de fuerzas activas que hicieron que no fuese una mera producción del pensamiento sino un uso  práctico del mismo  y unos comportamientos. Al no existir una filosofía de la ilustración, como un mero producto intelectual  sino  ser una filosofía en el sentido más clásico de “forma de vida”, su influencia no permaneció aprisionada en círculos profesionales  del pensamiento l sino que encontró su salida en movimientos y fuerzas, en conductas e instituciones. Es por ello que la relación que consiguió establecer entre la ética y la política tuvo el privilegio de su eficacia social transformadora. Por eso cuando se habla de la relación entre los términos de ética y política, tal vez sea el paradigma que estableció la Ilustración, un modelo   de reconocimiento tan universal y tan perdurable. 

La autonomía del sujeto es uno de los valores capitales de nuestra cultura. En este punto central  convergieron todas las raíces de pensamiento y de práctica política que dieron lugar a la Ilustración. La  idea de  autonomía y de autogobierno del hombre como  la única manera que pueda entenderse y hacer posible  la libertad y la paralela  ausencia de dominación tanto por la heteronomía en ética como la tiranía en política ,   es la aportación del republicanismo histórico radical y democrático  al movimiento de la ilustración. El republicanismo  ascendió hasta él movimiento ilustrado como una savia   a partir del riego y las raíces  de  aquellos antecedentes de la Grecia y Roma clásica y , de las ciudades-estado del renacimiento italiano. La idea republicana de autogobierno y autonomía  fue básica para la elaboración de la ética ilustrada como autonomía frente a la heteronomía de cualquier dominación  alienante  y de las propuestas políticas que desde ella se engendrarían. En materia de propuesta  moral, sobre todo en la obra de Kant y en materia de política, en la obra de Rousseau y en las propuestas de Robespierre y   principalmente en la Revolución Francesa, es  donde se plasma con mas nitidez el carácter democrático radical del republicanismo  .Posteriormente se prolonga  en los siguientes movimientos políticos que removieron el mundo, como  “ ecos de la marsellesa” (Hobsbawm) . Movimientos  políticos cuyo horizonte era, en expresión de Marx, el Estado, “como asociación republicana de trabajadores”.   Es por ello por lo que no resulta incoherente nominar  de  modernidad republicana  a la modernidad  ética y política surgida de la Ilustración.

  Para nosotros,  los descendientes de la ilustración y de la modernidad, la ética es la actividad reflexiva y propuesta normativa  que enlaza  la acción  con la razón en torno  a la idea  de la dignidad humana, y las normas que se deducen de ella  son el ejercicio de su libertad ,  de la autonomía y autogobierno. El hombre se da sus propias normas para llevar a cabo su proyecto de lo que considera vida buena. La libertad no es un medio  para alcanzar esa buena vida sino un ejercicio mismo de esa dignidad, de manera que sin ella aunque fuésemos guiados por otro hacia lo bueno y lo justo que nos trascendiese, no seriamos libres  ni  ejercitaríamos nuestra dignidad. La moral es la forma normativa y la ética  la forma reflexiva de esa libertad. Esa idea de la primacía de la libertad para la dignidad  la compartimos universalmente con los otros y esa posible universalidad hace su garantía de objetividad, es decir su fundamento y relación con la razón y no solo con el instinto subjetivo.  Por lo tanto no solo con la libertad ponemos en juego neustra vida sino  la de todos. La formulación, entonces, no sería  la de que mi libertad no termina – no tiene más términos, más limite-  que allí donde empieza la de los otros sino que comienza donde comienza la de los demás. En caso contrario no es libertad por no estar fundada en la razón  sino arbitrio subjetivo no  universal ni universalizarle. Es la lógica del imperativo categórico de Kant: que la máxima de neustra voluntad sea universalizarle para que sea objetiva y fundada en razón. Si  mi libertad y mi voluntad no incluyen la voluntad y libertad de todos ni es un producto de la razón  ni es  categórico sino  vinculado a una particularidad contingente individual.

 Nuestras ideas y creencias, la definición de lo bueno y lo malo, lo justo e injusto,  nuestras normas de conducta que de ello se deriva no se vinculan a objetos independientes de neustra pensamiento y lenguaje ni son más estables  ni eternos que éstas. Esto es la autonomía moral de la modernidad. Lo contrario es la heteronomía, la creencia de que los valores se imponen como objetos eternamente valiosos con independencia  de lo que digan y por lo que opten libremente los humanos. Su dictado viene de otro u otros: dioses, tradiciones o incontestables naturalezas, todas ellas  autoridades sobrehumanas. En esta heteronomía los fundamentos de las normas y valores nacen  de una reflexión acerca de lo revelado y la razón es una comprensión de ese mensaje dado y una glosa de sus consecuencias. Para la autonomía comprendida en la idea de la modernidad y la ilustración, por el contrario,  la vida buena hay que buscarla por lo tanto en los discursos y opiniones humanas que existen o puedan producirse. En este aspecto el hombre es la medida de las cosas. Los fundamentos de las normas y valores están en la discusión, y el uso público de la razón son  las legitimaciones que nos damos mutuamente (la razón comunicada) 
Esta idea en torno a la que se anuda la ética moderna  fue desarrollada hasta llegar a ser acompañada por una reflexión paralela y similar en el ámbito de la política. Se trata de la   idea política de  la antigua concepción republicana de que  todo grupo humano  debe poder decidir, por acuerdo de sus miembros, sus instituciones y las  normas que hayan de regir su vida en común. Puesto que la vida buena moral había que buscarla, según la concepción ética , en los discursos y opiniones compartidas , en la objetividad de lo universalizarle para todos, los espacios públicos deben de organizarse republicanamente para que puedan pasar ese test de universalidad que los legitima, el test de la discusión y del persuasión que debe inspirar la institución de lo político. No podría haber universalidad de los deberes eticos  si no existiese la universalidad del discernimiento moral que no puede serle negado  a ningún humano ni es renunciable en favor de ningún sabio, ni técnico, ni teólogo.  El poder debe de estar en el centro, según la feliz expresión de Otanes en Herodoto, a disposición de todos, en el ágora, en la plaza, donde todos concurren con la misma dignidad, libertad  y capacidad moral, no descentrado en ningún trono ni monopolizado por  ningún grupo de sabios mas dignos que el común.



Aquella   consideración del universal discernimiento moral de todos, necesario para la calificación de la universalidad de la moral, nos remite a su equivalente  en  la política: la igualdad. Este es otro punto de engarce entre ambos dominios,  el de la ética y la política,   que remite a un terreno común de ambos campos. Esta necesaria igualdad de todos en política, que incluye la opinión del pueblo bajo, contra todas las aristocracias y tecnocracias  se engarza en otro anclaje similar. Si una  moral  de la autonomía  exige su fundamento en la inmanencia de lo que nosotros mismos acordamos para nosotros, queda privilegiada la doxa, la opinión  frente al dogma  y  la certeza de una techné (la técnica). Nuevamente le “le menu peuple” se hace el protagonista político  necesario y nuevamente coinciden en la misma exigencia la ética y la política. Desechar una pretendida incompetencia del pueblo, que fue durante siglos el argumento que fundamentaba la democracia como una “cosa mala”  es una actitud que converge con la inmoralidad. Argumentar  que la representación política  en otros, los mejores, los competentes, los electos, es un correctivo a los inconvenientes de la democracia directa es un argumento ideológico que oculta  la consideración  inmoral de que no todos saben lo que es digno sino solo unos cuantos tienen ese privilegio. Es la inmoralidad de considerarse pastor de humanos/borregos y de  la política como arte del pastoreo. No es posible legitimar una universalidad moral no trascedente sin aceptar que es la discusión y la opinión de todos y no solo la de algunos  especialistas- por mucho que hayan sido elegidos- la que conforma las decisiones. Elegir una elite que nos gobierne no es autogobernarnos sino delegar la irrenunciable responsabilidad del ejercicio de neustra moralidad. Como vemos, el republkcanismo mas radicalmente democrático tiene la misma argumentación  que la de la  moralidad universal  de la dignidad humana.   
La insistencia de la política republicana en la igualdad proviene de la experiencia de que la desigualdad material engendra la dominación de unos por otros, coincidiendo  el dominio del mas fuerte necesariamente  con el del más afortunado sobre  aquellos que solo pueden vivir sometidos al arbitrio de otros: en el trabajo ,vendiéndose, en la casa , sometiéndose, en toda cosa , obedeciendo. La política no es cosa de angeles y las llamadas a la renovación de los corazones para las regeneraciones sociales omiten, o quieren omitir, la realidad que , entre desiguales prevalece la fuerza. Es la razón por la que democracia ha sido identificada en su versión más evidente como el poder de los muchos  y no de los pocos, y que esos pocos son siempre los ricos, y los muchos,  los pobres ( Aristóteles). Esta intuición básica es la fuente de inspiración  realista de los movimientos políticos emancipadores protagonizados por el comunismo. “Omnia sunt communia” es necesario proclamarlo de los bienes cuya propiedad privativa derivaría  en el dominio de unos por otros, derivaría  en la desigualdad. Nuevamente nos encontramos con el contrapunto político de la igualdad necesaria para la universalidad   de lo moral y la libertad como lugar de generación de la moralidad.
    
La modernidad ética  surgida de la ilustración se acompañaba y devenía  una compañía optima con la experiencia de la  política que se originó en la democracia griega,- y que las corrientes del  pensamiento republicano mantenían vigentes-  por eso el desarrollo politioco de la ilustración alcanza su cumbre en la democracia radical que apuntaban  los acontecimientos  protagonizados por los diggers de la revolución inglesa, los founders de la democracia americana,  y adoptaron  los sans culottes de la Revolcón Francesa, y en los movimientos democráticos populares socialistas y  obreros  desde 1848 , extendiéndose por los dos siglos siguientes en breves pero intensas oportunidades (, la Comuna de Paris  los soviets  de la Revolcón Rusa, , los movimientos emancipares que concurrieron en  defensa dela República  española ante el alzamiento militar,…)

La actividad política  no es la propia de  grupos  para la finalidad de consecución de intereses, no es un medio para obtener ventajas, sino que su ejercicio es la práctica misma de la libertad al ser la política, el compromiso por la cosa pública, del que resulta el autogobierno -. La norma que nos damos nosotros mismos, - condición de su legitimidad y conformidad a la dignidad humana—no es sino el ejercicio de la propia moralidad . Por ello,  el desarrollo moral de las personas pasa forzosamente por la actividad en lo político, por la participación en la definición de lo que haya de ser norma de conducta. Esta participación es irrenunciable como i renunciable es la libertad, es decir la definición misma de lo que es nuestra vida buena.  Lo absolutamente privado, tanto por situarse  en  una ética de libre arbitrio sin trabas públicas, como por desentenderse en  el retiro a una vida ajena a lo de todos, está absolutamente privado de moralidad.

Asi pues, para las concepciones  que surgen en la modernidad, con la ilustración y que son a la vez sedimento de la tradición republicana y democrática de la antigüedad clásica,  no les  es necesario   contempla la política como subordinada a la ética, sino  que   evidencian  una  relación entre ambos dominios  por su vinculación  a un territorio común, una misma  ontología del ser humano. En algunos casos las exigencias de una reiteran las de otra y son redundantes. Asi de ambas puede deducirse un estatuto de dignidad en la forma de un statuto de derechos.  Se  proclama entonces la misma  propuesta por ambos campos : derechos , “ del hombre ( ética) y derechos “del ciudadano” ( política) como lo expresa la primera declaración constitucional explicitando su pertenencia a ambos campos que aquí encuentran igualmente su engarce.  El engarce en que ambas se articulan  se cumple en la  propuesta  central y común a ambos mundos  que define lo  humano  como  libertad y razón  y lo hace   según la conocida síntesis  de Aristóteles el hombre como ser vivo político dotado de razón  comunicada en la palabra.


Las normas  en democracia se elaboran y deciden en un escenario estrictamente humano, es decir plural y dialógico, su lugar no es el aula, ni el despacho del técnico ni la corte de un rey. Ambas actividades del espíritu y la praxis humana, la ética y la política para esta concepción de la autonomía se basan en  una ontología  de la relación frente a la de Sustancia y de la Idea. Como el sujeto  ha de ser forzosamente juez y parte, de ello se sigue también forzosamente un conflicto que no debe de conducirnos a sobresaltos ni rechazos porque  la contradicción y el conflicto  es condición de lo humano libre y social. No es por lo tanto el  “buenismo” del que se reclaman los reivindicadores de una  “transformación de las almas”. De nuevo la coincidencia entre política y ética  no es una subordinación de una a la otra sino el reconocimiento común de un riesgo ontológico: el que los humanos asumen al usar de su libertad.

El acervo común que subyace en política y ética para que se de una  relación  entre ambas no contradictoria se despliega, no obstante de diferente manera en cada una de ellas. Lo característico de la norma en lo político es su atribución de poder, su coercitividad, lo que no ocurre con la norma ética cuya obligación se despliega por otros cauces que no son los jurídicos. La norma en política se hace entonces ley. Esta ley es tan constitutiva de la ciudad que en la polis “hay que defender la ley como se defienden las murallas de la ciudad” como dice Heraclito. Porque lo político, al desarrollarse en el espacio publico, crea ese espacio público característico que son las instituciones. La obligatoriedad coactiva y apoyada en poder de la leyes y la materialidad de las instituciones,  dos  características específicas de la normatividad  de lo político que lo diferencian de la otra normatividad ética operan para reducir  la tensión que provocaría el permanente y constante esfuerzo argumentativo de legitimación de toda obligación. La ley democrática,  al acordarse como legitima por estar democráticamente originada y elaborada ,exige  una obediencia general indiscutible que hace posible un funcionamiento regular de las instituciones y la vida política de manera que no sea necesario estar  deliberando “ todos y en todo momento” cada uno de los actos para los que el poder democrático reclama obediencia. .  Funciona el derecho  como creación de una segunda naturaleza, una segunda necesidad que se impondría el hombre a si mismo y cuya funcionalidad es la de ahorrar  un esfuerzo  de virtud publica y sin necesidad de realizar  conscientemente la operación de vinculación al principio ético con el que se engarza.  “ El hombre virtuoso no necesita de la ley”  decía Solon , pero no todos son virtuosos todo el tiempo y también es preciso que la republica funcione  incluso aunque el pueblo “ fuese  un pueblo de demonios” . La ley, ese instrumento jurídico propio y exclusivo de  la política, no obstante estará siempre sometida a una  tensión de contradicción. Como el dios Jano tendrá siempre dos caras.  Por un lado debe de ser obedecida al ser expresión  jurídica de la voluntad general, pero por otro siempre incluye la potencialidad de ser discutida y se revela indefensa ante la reclamación de que sea cambiada y sustituida por la misma razón que la ha legitimado: porque procede del acuerdo de todos y ese acuerdo es un acuerdo móvil y en conflicto que puede ser sustituido por otro que se pretenda  de una nueva expresión de la voluntad general. No hay ninguna eternidad en la ley y lo mismo que la originó da razón de su destrucción. Y no podrá alegarse que el amparo de la ley es la  remisión  a un respeto de un procedimiento jurídico de modificación porque ese procedimiento es a su vez otra norma, igualmente legitimada e igualmente discutible por la misma razón democrática  que fundamenta su legitimación. Asi sucesivamente,  con lo que el proceso del poder y sustento de lo jurídico no tiene fin. Es por esta razón por lo que en términos jurídicos no puede aceptarse  el derecho a la resistencia al derecho como razonaba Kant porque ese derecho se destruiría a si mismo-

 Al asumirse el conflicto que se deriva del tránsito  propio de la ética y la política  por el reino de la libertad y no  por el  de la necesidad, nada hay dictado ni garantizado  sino un abismo sobre el que puede construirse una humanidad digna o una inhumanidad. De ahí el otro punto de tangencia cuyo valor es reivindicado tanto por la política como por la ética: el valor clave de la educación. Se abre la posibilidad de la educación como factor  decisivo de motivación y por lo tanto  de humanización.” La educación modela al hombre y al modelarlo actúa contra la naturaleza” dice Demócrito. Es por ahí, desde esa base ontológica común,  por donde puede reivindicarse el valor ético de la educación y su  valor estratégico político. “ la democracia es ante todo una operación de educativa , dad al ciudadano solamente  el voto y no educación y le habreis  dado un fraude” ( Manuel Azaña).

Históricamente   la relación que se  expone no ha sido unánime, ni en la teoría ni en la praxis. Tampoco lo ha sido por  gual la consideración de cada uno de los  elementos  moral y política que componen la relación. A continuación relaciono visiones, que a mi juicio, se oponen a postura de la modernidad de origen ilustrado y republicano.

 Una de ellas ha sido  la que supuso  el utilitarismo   en cuanto que expresión  ideológica del capitalismo  naciente en la cuna de pensadores que reaccionaban contra lo que de  subversión radicalmente social  suponía la Revolución Francesa. La otra una  prolongación como reacción también a la ilustración, que fue la que expresaban los tradicinalismos

La primera objeción  que viene del utilitarismo liberal es la de que la ética no puede seguir los dictados de la política por ser de otro mundo, el mundo de las realidades y de los intereses y no el mundo de las especulaciones teóricas que son muy ciertas “pero no sirven para la práctica”. Es la objeción a la que se enfrentó Kant  cuando lo reprochaban que su idea normativa de la política basada en los imperativos éticos era una especulación ociosa, “illa se jactent in aula”. La versión banal tiene hoy gran popularidad: hay que ser realistas, los hombres son lo que son, lo bienintencionado  normativo debe de ceder a una mayor inteligencia de lo descriptivo. La política es lo que es y   no lo que debe de ser.  La versión de hoy es que la política es el juego de intereses individuales y de grupos contrapuestos y su objetivo no es más que la satisfacción de los mismos. La política no sería sino  un permanente consenso de fuerzas que no se legitima sino con la utilidad de la mayoría. De ahí procede la actividad política únicamente concebida como formación de mayorías  y la participación en el vot. Se vota como quien se desprende de una obligación, como si toda la obligación política, todo deber, todo munus,( del latin ,  obligación, carga)  de la cosa común,  de lo co-munis, toda la moralidad  ciudadana estuviese cristalizada y concentrada  en ese voto. Toda la política queda hipostasiada en  la delegación en representantes  que representan  aquellos intereses  y en los que “se concentra” esa moralidad . La política se define pues en la administración por parte de representantes de los intereses de otros. . Benjamin Constan  habla, muy significativamente en su discurso clásico que fundamenta la concepción de la libertad liberal,   de que es esta desatención y delegación  la situación natural  de una sociedad bien organizada a imagen de la propia sociedad “ civil”, pues en esta última  son los ciudadanos de las clases elevadas  que delegan en gerentes para la administración de sus bienes y patrimonio  y es propio de las clases bajas no poder hacerlo y ocuparse ellos mismos directamente. Lo adecuado, es pues, para la gente superior,  que la gerencia sea de otros.   La ciudadanía se describe  como catalogo pasivo de derechos subjetivos individuales que deben de respetarse. La actividad política no es sino un mal,  un mal menor  a soportar lo mínimo posible  porque es una intromisión  desgraciadamente necesaria en esos derechos individuales con el fin de obtener ese consenso difícil de intereses. No es, sin embargo, un puro y bruto  irracionalismo  de los hechos . Varias son las  legitimaciones morales que  apoya, no obstante esa visión. Primeramente, la política debe de seguir los dictados de la ética  pero esa contención de lo publico  es el solo contenido de esa  ética  o guía normativa  de los políticos. La ética solo se referirá alos politiocs no se pedirá de los ciudadanos.  Por ser los políticos profesionales, los representantes, los portadores concentrados de la moralidad ciudadana, se exige de ellos una moralidad acentuada y el mayor escándalo es la corrupción de aquellos. Cuando se  protesta que estos “NO nos representan”, quiere decir que otros  “SI nos representaran” bien. La exigencia moral  de lo político se limita  como un concentrado en esos profesionales.

 A su vez,  la política  es privilegiadamente  lo que gira en torno el funcionamiento más eficaz de una maquina electoral,  y su ejercicio,  un adecuado funcionalismo de la eficacia de los que se proponen  “mejores”  postulándose “más honrados”.  Detrás de esa política no se niegan formulaciones legitimadoras que olviden el valor de la libertad como eje de lo humano. Se insiste  fundamentalmente  en aquella que expresa que la libertad es un hacer sin trabas cuyo límite es  la libertad de los otros. Una pobre legitimación por cuanto  viene a decir que  cuanto menor sea el espacio de libertad de los otros mayor será el mío propio y consecuentemente, si los otros careciesen de libertad – “moi et mon droit”- la mía,  sería  máxima. Con lo que la moralidad basada en esa libertad bien entendida  llevaría   la eliminación de los demás. Más allá de una aparente organización del egoísmo que sustenta la moral utilitaria  del capitalismo liberal, la verdad es que una política de exterminio  seria, pues,  el realismo que se pregona  como propio del  espacio de lo político.  
  
La otra objeción es la del tradicionalismo .La política, debe de estar sometida y subordinada a otra cosa, no puede ser expresión de voluntades simplemente humanas autónomas. La normatividad que de esto se desprende es una ética heterónoma puesto que si la actividad política no puede deducirse de la libertad de juicio humanas, la reflexión ética tampoco, al existir una realidad superior dada,  generalmente por dioses o libros sagrados, o por naturalezas creadas por aquellos seres sagrados que son a su vez expresión de una voluntad superior.  Estas éticas heterónomas, adoptan una apariencia crítica y apelan a la necesidad de una regeneración etica pues se utilizan para  denunciar los abusos a los que ha llegado la humanidad  cuando ha pretendido alejarse de los dictados de Dios y de la autoridad establecida por la tradición y predican  la necesaria conversión a una política que llaman “de valores”, es decir de los valores trascendentes que niegan la autonomía de lo humano. Sin Dios todo estaría perversamente permitido, la situación de lo que la sociedad ha devenido debe de escarmentarnos y promoverse una vuelta a El y a la ética concebida como revelación de su palabra.   Con mucho gusto aceptarían  que la ética tiene una labor crítica, pero circunstancialmente,  en los periodos en que se niega la trascendencia no en las épocas en que las conductas humanas se guían por ella. Cuando la política y la norma están por la tradición o por unotro superior y divino,  en ese momento y lugar debe de cesar la   reflexión sobre la razón práctica como critica.   Si los abusos que denuncian  son las explotaciones e injusticias, lo expresan  Papas  progresistas, si los abusos  a criticar son las degeneraciones de costumbres y el libertinaje,  lo predican  papados reaccionarios. Pero ambas críticas  éticas de la política son fundamentalmente criticas con la autonomía de la libertad humana.



Existe otra rama, brotada de alguno de los dos árboles anteriores, de variable vigor, pero casi siempre presente. Es la que apela en  el objetivo político de la transformación y administración de la sociedad que es necesario previamente “cambiar los corazones”, como dice su versión mas significativa. Puede ser rama de cualquiera de las concepciones anteriores de la relación ética y política porque con ambas se marida con facilidad. Asi  lo hace maridandose con  el individualismo de la ética liberal al llamar a una solución igualmente individual de regeneración al mismo tiempo heredera de una teoría de los sentimientos morales cuya versión burda sería la del “capitalismo compasivo”  y que sostiene aquella argumentación que el liberalismo ha hecho contra la reivindicación de emancipación social: “ el socialismo no tiene el monopolio del corazón”. Del cristianismo también tiene un hilo  de procedencia, concretamente de la obligación de caridad y las llamadas al arrepentimiento y la contrición personal. Esta virtud- versión sacralizada, despolitizada  y sustitutiva de la virtud pública clásica y laica, es una necesaria virtud despolitizada, algo asi como si para curar la política hubiera que apartarse de la política. La antigua enseñanza de los  “espejos de príncipes” que debían cuidar del bien común para ser verdaderamente llamados  buenos gobernantes  que ejercían su función de acuerdo con la voluntad divina, se extiendo así al común de cada uno de los súbditos que deben nuevamente hacer penitencia y aborrecer de sus pecados que son los que han ocasionado los males políticos que se sufran. La curación del egoísmo vendrá de esa conversión personal y la buena política será cosa  que venga del abandono de la maldad por los humanos por la vía de aquella curación. Ambas visiones “éticas”  confluyen circunstancialmente con eficacia en momentos en que se reforma políticamente las cosas torcidas por  haberse  vivido “por encima de las  posibilidades”, debiendo volverse a las virtudes de un mérito personal, trabajador, ahorrador, austero,…. Es la ética del protestantismo como origen del capitalismo  weberiano pero en versión de bolsillo para el “empresariado”  creativo que se promueve con el fin de  que   las épocas de desigualdad y explotación  intolerables  se hagan  moralmente tolerables para las buenas conciencias.

Se verifica así que, de una manera u otra, no hay política ayuna de ética . Incluso en los casos en que más se insista explícitamente en la autonomía de cada dominio, cada uno de ellos reaparece en el otro a través de engarces que dan fe de una naturaleza común cultural que comparten ambos territorios. No se trata pues tanto de  constatar que existiese  siempre una  subordinación de la política a la ética o de que existiese siempre la pretensión de fundar la política sobre la ética, cuanto que se da una relación por el hecho de que  ambas comparten  un suelo común cultural, un  mismo “imaginario” – en términos de Castoriadis- instituido. Este denominador común  espiritual e institucional, se entiende como un conjunto de normas, principios, creencias, expectativas, juicios, instituciones jurídica materiales  o  sociales, relaciones de producción  y visiones del mundo. A este mundo pertenecen tanto la política como la ética vigentes en un momento dado.

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