Por Elena Hernández
Sandoica (*)
UNA VIDA, UNA OBRA
En Miseria de la Teoría el
historiador Edward Palmer Thompson (1924-1993) escribió: “Sólo nosotros, los
que ahora vivimos, podemos dar un “sentido” al pasado (Thompson, 1981: 72).
Pero el pasado siempre ha sido, entre otras cosas, resultado de un razonamiento
de valores. Al recuperar ese proceso, al mostrar cómo aconteció realmente la
secuencia causal, debemos, hasta donde la disciplina lo permita, mantener
nuestros juicios de valores en suspenso. Pero una vez recuperada esta historia
quedamos en libertad para expresar nuestros juicios sobre ella.” Las páginas
que siguen constituyen un intento de volver a dar orientación de futuro al
pasado, a través de la obra de Thompson como historiador.
No soy la única,
seguramente, en pensar que su obra reviste todavía interés (Erice, 2013; Sanz,
Babiano y Erice, 2016), porque estando ya este texto a punto de ver la luz me
llega una recentísima edición en castellano, por obra de A. Estrella González
como editor (Thompson, 2016) de los textos políticos de los años 1957 a 1962
del historiador inglés publicados en las revistas New Reasoner, University and
Left Review, y New Left Review. Ello me da ahora pie a volver a insistir sobre
ese interés y esa vigencia.
En vida, fue Edward P. Thompson uno de los
autores más populares, de los más citados y controvertidos en los años de auge
de la historia social (Palmer, 2004). Al desaparecer, a principios de los años
90, dejaba una brillante obra de historia, una importante obra poética y
literaria, y una actuación política imponente de agitador antinuclear. Pero
también una abundante escritura política que ha seguido una fortuna desigual y
discontinua. Me he preguntado no hace mucho tiempo (Hernández Sandoica, 2016)
si como historiador sigue siendo hoy día una lectura necesaria Thompson; si,
muchos años después de todo aquel impacto, sus escritos siguen estando vivos;
si sigue funcionando en el lector que empieza su atracción magistral, y si
ayuda a la tarea refleja el acompañar esa lectura del recorrido identitario y
biográfico de un personaje singular como él fue. Leer a Thompson no es tarea
menor, por la complejidad de sus esfuerzos literarios, por su ambición
conceptualizadora y escurridiza a veces, además de la necesaria
contextualización (Archilés, 2016) que obliga al historiador especialmente en
todo ejercicio de historia intelectual. Una trayectoria que, en su caso, fue
abruptamente crítica, nada tendente a la estabilidad, y que se vió ligada a
oscilaciones de su temperamento. Creo, con todo, que la respuesta a esa
pregunta es positiva, y que es rentable leer a Thompson hoy todavía. Me
dispongo a ofrecer razones en esa dirección. A la altura de 2016, enfrentarse a
los textos de un autor como aquel, sobre el que tanto se ha escrito y al que
tanto se ha venerado y combatido alternativamente, exige prescindir de la
pasión con que se le leía (leíamos) durante las décadas de 1970 y 1980, y verlo
ya como un clásico magnífico, un pensador original y fértil. Pero eso no
significa en ningún modo eludir integrar el análisis del terreno marxista en el
que el historiador inglés debatió con ardor, y con cuyos representantes más
conspicuos polemizó (Estrella González, 2016; Anderson, 2008; Cohen, 1987).
Revisar su trabajo obliga a conectar presente con pasado, contexto o marco
público con opción personal, historia con política, andamiajes de su particular
trayecto identitario.
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