Pierre Clastres (*)
En el
curso de los dos últimos decenios la etnología ha conocido un desarrollo
brillante gracias al cual las sociedades primitivas han escapado, sino a su
destino (la desaparición) por lo menos al exilio al que las condenaba, en el
pensamiento y la imaginación de Occidente, una tradición de exotismo muy
antigua. La cándida convicción de que la civilización europea era absolutamente
superior a todo otro sistema social fue poco a poco sustituida por el
reconocimiento de un relativismo cultural que, renunciando a la afirmación
imperialista de una jerarquía de valores, admite en adelante, absteniéndose de
juzgar, la coexistencia de diferencias socio-culturales. En otras palabras, ya
no se mira a las sociedades primitivas con el ojo curioso o divertido del
aficionado más o menos esclarecido, más o menos humanista; de alguna manera se
las toma en serio. La cuestión es saber hasta dónde llega este tomarlas en
serio.