Por Jean Pierre Vernant
La aparición de la polis
constituye, en la historia del pensamiento griego, un acontecimiento decisivo.
Sin duda, tanto en el plano intelectual como en el terreno de las instituciones,
sólo al final llegará a sus últimas consecuencias; la polis conocerá múltiples
etapas y formas variadas. Sin embargo, desde su advenimiento, que se puede
situar entre los siglos VIII y VII, marca un comienzo, una verdadera creación;
por ella, la vida social y las relaciones entre los hombres adquieren una forma
nueva, cuya originalidad sentirán plenamente los griegos.
El sistema de la polis
implica, ante todo, una extraordinaria preeminencia de la palabra sobre todos
los otros instrumentos del poder. Llega a ser la herramienta política por excelencia,
la llave de toda autoridad en el Estado, el medio de mando y de dominación
sobre los demás. Este poder de la palabra -del cual los griegos harán una
divinidad: Peitho, la fuerza de
persuasión- recuerda la eficacia de las expresiones y las fórmulas en ciertos
rituales religiosos o el valor, atribuido a los «dichos» del rey cuando
soberanamente pronuncia la themis;
sin embargo, en realidad se trata de algo enteramente distinto. La palabra no
es ya el término ritual, la fórmula justa, sino el debate contradictorio, la
discusión. Supone un público al cual se dirige como a un juez que decide en
última instancia, levantando la mano entre las dos decisiones que se le
presentan; es esta elección puramente humana lo que mide la fuerza de persuasión
respectiva de los dos discursos, asegurando a uno de los oradores la victoria
sobre su adversario.