Por Jean Pierre Vernant
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El sistema de la polis
implica, ante todo, una extraordinaria preeminencia de la palabra sobre todos
los otros instrumentos del poder. Llega a ser la herramienta política por excelencia,
la llave de toda autoridad en el Estado, el medio de mando y de dominación
sobre los demás. Este poder de la palabra -del cual los griegos harán una
divinidad: Peitho, la fuerza de
persuasión- recuerda la eficacia de las expresiones y las fórmulas en ciertos
rituales religiosos o el valor, atribuido a los «dichos» del rey cuando
soberanamente pronuncia la themis;
sin embargo, en realidad se trata de algo enteramente distinto. La palabra no
es ya el término ritual, la fórmula justa, sino el debate contradictorio, la
discusión. Supone un público al cual se dirige como a un juez que decide en
última instancia, levantando la mano entre las dos decisiones que se le
presentan; es esta elección puramente humana lo que mide la fuerza de persuasión
respectiva de los dos discursos, asegurando a uno de los oradores la victoria
sobre su adversario.