¿HAY QUE DEFENDER LA
RELIGION? (1)
Hoy, en el conflicto que,
de una forma explícita o latente, se ha producido durante siglos entre creencia religiosa y
ciencia, las fuerzas están mucho más igualadas,
según parece, y su resultado mucho más incierto que antes. Durante largo
tiempo nos hemos preguntado si el
progreso de los conocimientos científicos dejaría aún alguna oportunidad real o algún porvenir a la creencia religiosa. Hoy no
parece que sea totalmente incongruente que se pueda plantear la cuestion, a la
inversa, sobre el futuro que se le pueda
todavía otorgar razonablemente a la incredulidad.
Una respuesta posible, aunque
no sea más que la que pueda parcialmente tranquilizar a los no creyentes, es la
que proporciona Charles Taylor: “Los
sentimientos de dignidad, de dominio de si mismo , de madurez y de autonomía ligados a la incredulidad
continúan siendo atractivos para la gente y parece que podrían perdurar”
(2). Es un supuesto que, aunque reconozca claramente las virtudes de la
incredulidad, deja entender no obstante
de manera más o menos patente que el
futuro de ésta no esta tan asegurado como pudo parecer que lo estuvo
durante mucho tiempo y pudiera ser incluso que hoy es el porvenir de la incredulidad y no el de la
religión el que puede considerarse el más
problemático de ambos .
La incredulidad ha gozado
durante largo tiempo a su favor del suplemento de honradez intelectual, de
dignidad, de valentía, que parece acompañarle: “La insumisión a dogmas, ha
podido llevar a algunos , por simple honradez espiritual, hasta al martirio. Un
martirio sin palmas, sin esperanza de recompensa, lo que lo hace aún mas
admirable. Sin llegar a tanto, digamos que la dignidad humana y una especie de
postura moral, de consistencia en la que fundamos hoy nuestras esperanzas, no
necesita del apoyo ni el consuelo de la Fe. ( Gide 1947 )(3). Pero para
muchos de nuestros contemporáneos, incluyendo un buen número de intelectuales,
no parece completamente cierto que las
esperanzas mejores se sitúen en el de la incredulidad. Lo que en otros tiempos
se hubiera denominado a lo que impedía creer,
simple exigencia de respeto hacia si mismo, honradez intelectual, rigor y lógica, se apercibe hoy con
frecuencia como si fuera el equivalente a una forma de dogmatismo o de
sectarismo intolerable. (…)
Casi no se puede contradecir a Habermas cuando
, en un artículo sobre esta cuestión, hace la constatación siguiente: “Las tradiciones y las comunidades de fe
religiosa han adquirido una importancia politiia nueva e inesperada, desde el
cambio producido a partir de los años 1989-90. Por supuesto que lo primero que
nos viene al pensamiento son las
variantes de fundamentalismos que frontalmente encontramos no ya
solamente propios de la Edad Media, sino
actuales en África, en el Sudeste
asiático y en el subcontinente indio. Estos están imbricados con frecuencia con conflictos nacionales y étnicos, y constituyen
un caldo de cultivo de la forma descentralizada de terrorismo que opera globalmente y se dirige
contra las injurias y agravios que se consideran infligidos por causa de una
civilización occidental superior. Hay también
otros síntomas. (…) Lo que es más sorprendente es la revitalización de la
religión que surge en el corazón mismo
de los Estados Unidos, donde el dinamismo de la modernidad se habia a
desplegado con mayor éxito. Es cierto
que en Europa desde la época de
la Revolución Francesa hemos siempre sido conscientes de la potencia de una
forma religiosa del tradicionalismo que
era considerada por si misma como contra-revolucionaria. No obstante
esta evocación de la religión como el poder de la tradición ha mostrado implícitamente la sospecha tenaz de que la vitalidad de lo
que nos era transmitido como tradición
puede quebrantarse. Por contraste, el despertar político de una conciencia
religiosa persistente en Estado Unidos aparentemente
no está siendo tocado por esa duda.”(4)
Como observa Habermas,
parece que se ha producido
francamente en la actualidad en este
aspecto y en el mismo interior de Occidente, una escisión importante cuya
consecuencia es que Europa ocupa ya una posición relativamente marginal y que
lo que Max Weber llamaba “ racionalismo occidental” aparece hoy como una
verdadera desviación. Es cierto que aún
nos encontramos, en lo esencial, más que con un cambio significativo en
lo que para ciertas sociedades de lo más
moderno están dispuestas aceptar
en materia de intervención explicita de
la religión en la esfera pública y que, como señala Georges Corn, se puede
legítimamente suponer que en ese caso y de manera general, a lo que nos
enfrentamos es en realidad más bien a una utilización nueva de la religión por parte de los poderes
políticos , en lo que ella tiene de más tradicional y arcaico, más que a un
retorno de lo religioso propiamente dicho.: “ La llamada occidental a la tradición,
ya se trate de la reivindicación de valores denominados
judeo-cristianos, o del recurso a fundamentalismos
diversos de las iglesias americanas, atestigua menos de un retorno de lo religioso que de lo contrario, más bien
una recurso a lo religioso. Este recurso a lo religioso proviene de la
necesidad de dar un barniz de legitimidad a actuaciones políticas que, respecto
a los criterios clásicos del humanismo moderno tal como han sido modelados
desde la época de las Luces y la revolución francesa, estarían carentes de ella
(…). De hecho el retorno de lo religioso, lejos de ser un fenómeno natural, una
reacción casi biológica a los excesos en los que la laicidad parece que hubiera
conducido al mundo, es un fenómeno político mayor que no tiene de religioso más
que el nombre. No está ligado a ninguna evolución mayor ni las construcciones teológicas y políticas
ni en las expresiones de la fe, sino a una reiteración de lecturas literales
del Antiguo Testamento y de las
Escrituras que hace estragos en Estados Unidos, e igualmente (…), por otras
razones, en las sociedades musulmanas y en el judaísmo” (5).
No obstante, parece
difícil no tomar en serio el problema alarmante que ha planteado un historiador
dos días después de las últimas elecciones presidenciales americanas “Un pueblo que cree con mayor fervor en la
Virgen María que en la teoría de la evolución, ¿puede aún llamarse ilustrado?”
(6). El hecho de que algunas de las
corrientes religiosas más tradicionalistas
no solamente no se debilitan sino por el contrraio se refuerzan y consiguen
aumentar de manera significativa su capacidad de intervención más o menos directa en los asuntos políticos
podría obligarnos, según parece, a reconsiderar los criterios que han sido
utilizados hasta ahora para distinguir las sociedades “modernas” de las
sociedades “tradicionales”. Si creemos lo que nos dicen los pensadores
postmodernos ya no estamos en la
modernidad sino que ya hemos salido o estamos saliendo de ella y, que
simplemente por esa razón, ya no se
plantean cuestiones como la de la relación entre ciencia y religión en los
mismos términos que antes, y ha pasado el momento en que la primera podía aún
atribuirse un cierto sentimiento de
superioridad o prevalecerse de una forma de legitimidad superior en relación
con la segunda.
(…)
(1).- De “
Peut-on ne pas croire?”.-Jacques Bouveresse.-Agone . Marseille.- 2007.-pp44-45, 61-64.
-2).-Charles Taylor.-“
La diversite de la experience religuieuse aujourd´hui. Bellarmin 2003/.-(3).-Andre
Gide.-“ Deux interwievs imaginaires”.-Charlot 1947.-(5).-G.Corn.-“La question
religiose au XX siecle”.-La decouverte/(4).-J.Habermas.-“ La religión en la
esfera publica”/(6).-G.Wills.” The Day
the Enleightneem Went Out”.-N.York Times 4-11-2004
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