Este ensayo nace de mi
propia experiencia dentro del movimiento antiglobalización, una corriente que
abrió el debate sobre la teoría y la praxis de la democracia poniendo sobre la
mesa ciertos cuestionamientos compartidos tanto por los anarquistas de Europa y
América del Norte como por las organizaciones indígenas del Sur Global.
Cuestiones, sin duda, polémicas, como: ¿es la «democracia» un concepto
inherentemente occidental? ¿Hace referencia a una forma de gobernanza (una
manera de autoorganización comunal) o a un tipo de gobierno (una organización
particular del aparato del Estado)? ¿Lleva implícita la imposición de la
voluntad de la mayoría? ¿Es democracia la democracia representativa? ¿Ha
quedado la palabra pervertida tras su infancia ateniense, una sociedad
militarista y esclavista basada además en la represión sistemática de las
mujeres? ¿Guarda lo que ahora llamamos «democracia» algún tipo de relación
histórica con la antigua democracia ateniense? Aquellos que buscan formas
descentralizadas de democracia directa, por consenso y no por mayorías, ¿pueden reapropiarse del término? Y, en caso de que lo lograran, ¿cómo
convencerían al resto del mundo de que la «democracia» no tiene nada que ver
con la elección de representantes? Por otro lado, si esa recuperación
terminológica es imposible, si aceptamos la defininición generalizada y
empezamos por tanto a considerar que la democracia directa es algo distinto,
¿cómo seremos capaces de afirmar que estamos en contra de una palabra tan
cargada de connotaciones positivas?