LA IGUALDAD EN ESCENA: Sobre
la teatrocracia de Rancière
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En los últimos años la obra de Jacques Rancière ha
comenzado a hacerse finalmente acreedora, después de un largo periodo de
desatención, del interés que merece. Uno de los alumnos más brillantes de Althusser
en la École Normale Supérieure a mediados de la década de 1960 contribuyó con
un capítulo importante al proyecto Lire le Capital a la temprana edad de 25
años. Sin embargo, varios años más tarde, a raíz de mayo de 1968 y de un
traslado al nuevo Departamento de Filosofía de Vincennes, escribió una mordaz
crítica de sus antiguos maestro y colaboradores (La leçon d’Althusser, 1974)
antes de consagrarse a una serie de proyectos de investigación basados en el
trabajo de archivo –La nuit des prolétaires (1981); Le philosophe et ses
pauvres (1983); Le maître ignorant. Cinq leçons sur l’émancipation
intellectuelle (1987)–, que apuntaban en lo esencial a poner patas arriba los
principios teoricistas de Althusser. Este último había privilegiado la
perspicacia de la mirada científica por encima del error popular; Rancière ha
explorado las consecuencias del presupuesto contrario, esto es, que todo el
mundo está inmediata e igualmente capacitado para pensar. Contra aquellos que
sostienen que sólo quienes han sido adecuadamente educados o privilegiados
están autorizados a pensar y hablar, el supuesto más fundamental de Rancière es
que todo el mundo piensa. Todo el mundo comparte iguales potencias de discurso y
pensamiento, y esta «igualdad no es un objetivo que haya que alcanzar, sino un
punto de partida, un supuesto que debe ser conservado bajo cualquier
circunstancia».
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