Por Paolo Flores d´Arcaes (*)
TESIS 1
Hannah Arendt comprendió
su tiempo mejor que ningún otro filósofo porque lo concibió como un problema
político. Es más, como el problema de la ausencia de la política, y sobre todo
de la represión política y filosófica (en sentido freudiano) de dicha ausencia.
“El interés por la política se ha convertido en una cuestión de vida o muerte
para la filosofía misma” [“Concern with politics has become a life-or-death
matter for philosophy itself”] (1954).
Hannah Arendt comprendió
su tiempo como nadie (salvo quizá su primer marido, Gunther Anders, con quien
el pensamiento de ella está más en deuda de lo que se dice) porque lo concibió
como huida de la libertad, miedo a la libertad, manipulación de la libertad
incluso allí donde más se habla de libertad. La libertad, no obstante, en el
sentido exigente y coherente de poder-de-cada-uno.
Pero su tiempo es más que
nunca el nuestro. El tiempo de la sustracción de la esfera pública, de la
ciudadanía prometida y después privada. Por ello el pensamiento de Hannah
Arendt resulta más que actual. Es más, su filosofía se anuncia cada vez más
como una filosofía del futuro. No sólo porque concibe la crisis de la
democracia liberal y el riesgo permanente del totalitarismo dentro de la
democracia liberal como el problema filosófico por excelencia, que nuestro
tiempo se obstina en eludir. Sino también porque, contra esa represión, ella
adelanta el proyecto de un pensamiento rigurosamente antimetafísico, hoy
desgraciadamente ausente.Pero este proyecto de
filosofía del futuro está cada vez más expuesta al riesgo de la neutralización
académica. Del embalsamamiento. De convertirse en objeto de erudición, en vez
de en horizonte y en alimento de una filosofía de lo finito urgente y ausente.