María Julia Bertomeu (*)
La verdad es que la cuestión de la filosofía y el pensamiento político en castellano es asunto no sólo plagado de tópicos (de malos tópicos), sino de enigmas también. Recordemos sumariamente, y a modo de indicios, unos cuantos hechos que, por sí solos, deberían haber facilitado no ya la aparición de una buena filosofía en castellano, sino aun la conversión de España y de su ámbito de influencia lingüístico en la cuna de la filosofía moderna.
1. El
castellano es la
primera lengua vulgar
a la que se vierten
y en la
que se desarrollan
materias filosóficas. Ya en el
siglo XII, con
la asombrosa Escuela
de Traductores de
Toledo. Pero sobre
todo en el
siglo XIII, unos
pocos años después
de que Fernando
III de Castilla
(1230-1252) declarara el
castellano lengua oficial de la Cancillería Real, en tiempos de su hijo Alfonso
X, con las Flores de filosofía(anteriores
a 1252, todavía
en vida de
Fernando III), las
celebradas Partidas del rey
Sabio, así como
en la Grande e
General Estoria y
en el Saber
de Astronomía. Américo
Castro ha recordado que “en
Alfonso el Sabio lo castellano se concibe como un no querer ya ser latino”
(Castro, 1936, LXV). Como muchos
autores han destacado,
la precocidad del uso de la lengua vulgar castellana tiene
mucho que ver en España, también en la corte de Alfonso X, con el papel
desempeñado por los sabios judíos, que no sólo no tenían ninguna relación con
la tradición latino-medieval, sino que por una cuestión de fe sentían aversión
por la lengua latina. Tal vez el primer tratado de filosofía moral en
castellano son los Proverbios morales del rabino toledano Don Sem Tob (en la
primera mitad del XIV), y son, desde luego, como subrayó en su día Max Aub, “la primera muestra de literatura aforística
en castellano” (Aub, 1966, vol. I, 115).
Todo apuntaba pues, a este
respecto, a un rápido cumplimiento por parte del vulgar castellano de las
promesas que, al despuntar el siglo XIV, se hacía el gran Dante a propósito del
desarrollo del volgare:“Questo sarà luce
nuova, sole nuevo, lo quale surgerà là dove l’usato tramonterà, e darà lume
coloro que son in tenebre ein
oscuritade, per lo
usato solo que
aloro non luce
(Dante, 2006, I, xiii, 12)”1.
Tanto más, cuanto que, como
ha sido repetidamente seña-lado por críticos,
historiadores e hispanistas
tan distintos como
Gerald Brenan, Max
Aub y Américo
Castro, la obra
política de reconquista
forzó en Castilla
una democratización de
su estructura social
y de su
vida municipal 2. ¿Dónde, si
no en Castilla,
podía encontrarse, como
en el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita, la
idea “de que las personas viles y feas también pueden amarse o de que la
sociedad humana también puede ganar algo con esto”? (Brennan, 1958, 86).
2. Segundo hecho: España es
la primera nación política moderna, la primera en que unos monarcas absolutos
(Isabel de Castilla y Fernando de Aragón) consiguen reclamar con éxito el
monopolio de la violencia sobre un territorio dado. Naturalmente, y es lo que
aquí importa sobre todo, el monopolio de la violencia tiene traducción en el
empleo de la lengua. En 1492, el año en que culmina la reconquista con la
caída de Granada,
y el año
en que iba
a empezar la
conquista de los
territorios americanos, publica
Lebrija la primera
gramática completa y
sistemática de que ha dispuesto ninguna lengua vulgar. Y en su
prólogo destinado a la reina
castellana, escribe –se me
permitirá el adjetivo– con atroz premonición:“... después
que vuestra Alteza
metiesse debaxo de
su iugo muchos pueblos bárbaros e naciones de
peregrinas lenguas, e con el
vencimiento de aquéllos
tenían necesidad de
re-cebir las leies
quel vencedor pone
al vencido, e
con ellas nuestra lengua, entonces por esta mi Arte
podrían venir en el conocimiento della,
como agora nosotros
deprendemos el arte de la
gramática latina para deprender el latín” (Aub, 1966, 203).
(Digámoslo entre paréntesis,
porque tal vez avanza una de las pistas del fracaso del castellano como lengua
filosófi-ca moderna, y
ocasión habrá de
volver sobre este
punto: la de
idea de imponer
la propia lengua,
como lengua de
“vencedores”, contra otras “peregrinas lenguas”, choca con el programa
de desarrollo del
volgare del Dante,
quien precisamente, a
falta en Italia
de una estructura
política unificadora de la lengua
desde el poder
político, busca su
canon entre sus
familiares et domestici,
es decir, en
la lengua espontánea
del pueblo bajo,
y particularmente, en
las mujeres (quia
locutio vulgaris in
qua et muliercule
comunicant).
No
cosa muy distinta
había dicho Gonzalo
de Berceo un siglo antes: “Quiero
fer una prosa en román paladino/en
la cual suele
el pueblo fablar
con su vezino” (Coletti,
2000, VII-XXXI). Limitémonos,
pues, por ahora,
a constatar que
el logro de
una temprana unidad
nacional bajo la monarquía
absoluta podría estar en tensión con el programa, digámoslo así,
dantesco-berceano de democratización por dignificación del habla popular.)
3. Y por último, y lo más importante: España es la nación que, a través de la conquista de América, abre la página de la Era moderna, lo que incluye al pensamiento “moderno”. El “descubrimiento” de tierras y culturas radicalmente distintas y el rimero de
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