Olga Amarís Duarte / 31
mayo, 2021
La imagen de Bertolt Brecht y de Walter Benjamin jugando al ajedrez en Svendborg, a la sombra de un peral, en un exilio suspendido durante el tiempo que dura una partida, pertenece ya a la memoria universal de los instantes perfectos. Porque, para muchos de nosotros, nada puede resultar más perfecto que dos mentes privilegiadas retándose de manera amistosa, queriendo ganar casi tanto como queriendo que gane el otro con su jaque a la descubierta. La palabra alemana que designa el juego de ajedrez, Schach, procede etimológicamente del persa schah, que significa «rey». Y, en nuestro imaginario, ahí están reflejados para siempre dos reyes del pensamiento, defendiendo hasta la extenuación aquello que la historia quiso, y no pudo, arrebatarles. De esto dejó constancia Brecht en el poema dedicado al amigo, al alfil caído, y titulado: «A Walter Benjamin que se quitó la vida huyendo de Hitler»:
Cansar al otro era tu
táctica preferida
en la mesa de ajedrez a la sombra del peral
el enemigo que te echó de tus libros
no se deja cansar por alguien como nosotros.
El tablero de ajedrez está huérfano. Cada media hora lo recorre un temblor de recuerdo:
ahí siempre movía usted.