Olga Amarís Duarte / 31
mayo, 2021
La imagen de Bertolt Brecht y de Walter Benjamin jugando al ajedrez en Svendborg, a la sombra de un peral, en un exilio suspendido durante el tiempo que dura una partida, pertenece ya a la memoria universal de los instantes perfectos. Porque, para muchos de nosotros, nada puede resultar más perfecto que dos mentes privilegiadas retándose de manera amistosa, queriendo ganar casi tanto como queriendo que gane el otro con su jaque a la descubierta. La palabra alemana que designa el juego de ajedrez, Schach, procede etimológicamente del persa schah, que significa «rey». Y, en nuestro imaginario, ahí están reflejados para siempre dos reyes del pensamiento, defendiendo hasta la extenuación aquello que la historia quiso, y no pudo, arrebatarles. De esto dejó constancia Brecht en el poema dedicado al amigo, al alfil caído, y titulado: «A Walter Benjamin que se quitó la vida huyendo de Hitler»:
De Hannah
Arendt y de Walter Benjamin jugando al ajedrez no tenemos una de
esas imágenes perfectas, pese a que ella también fue testigo paciente y
«padeciente» de aquella técnica de agotamiento que ponía a prueba la
resistencia del adversario pero que, sobre todo, dejaba al descubierto una
labor de reflexión tenaz e incansable. Arendt, amiga muy cercana al pensador, sobre
todo en los años del exilio parisino, de 1934 a 1935, quiso llamarle «el
pescador de perlas» por esa tendencia a alejarse del lugar presente
del juego para recorrer otras profundidades, volviendo más tarde, cuando ya
nadie lo esperaba, sorprendiendo, en fin, por el sedimento de pensamiento que
trajo consigo de los lugares visitados durante la ausencia.
De estas partidas de ajedrez
entre Benjamin y Arendt no hay fotos, pero sí quedan alusiones literarias,
escasas cartas, felicitaciones de cumpleaños, postales de vacaciones como
aquella en la que Benjamin confiesa a Arendt: «Mis caballos relinchan ya de
impaciencia por morderse con los suyos» (D. Schöttker, E. Wizisla [eds.], Arendt
und Benjamin. Texte, Briefe, Dokumente, Frankfurt a. M., Suhrkamp, 2006, p.
34.), y numerosos artículos, así como la edición de una selección de ensayos
benjamianos, Iluminaciones, publicada en 1961 por Arendt en la
editorial Suhrkamp. Todo este testimonio deja constancia de un
enfrentamiento perseverante con la obra del otro desde ambos flancos. En el
caso de Arendt, catorce años más joven, la fascinación por el pensador fue
evidente y marcó ideológicamente una parte importante de su primera obra, Los
orígenes del totalitarismo, en donde retomó algunas de las ideas que
circulaban en las tertulias celebradas en el austero alojamiento de Benjamin,
en la Dombasle n.º 10 de París. También Benjamin, en una carta dirigida a su
buen amigo Gerschom Scholem el 20 de febrero de 1939, no escatima
en alabanzas del trabajo de la señora Stern sobre la salonière judía
del Romanticismo, Rahel Varnhagen: «Siguiendo la fuerza de su
propia corriente, va a contracorriente del judaísmo apologético y edificante»
(D. Schöttker, E. Wizisla [eds.], Arendt und Benjamin. Texte, Briefe,
Dokumente, op. cit., p. 34). El primer marido de Hannah
Arendt, Günter Stern, era primo segundo de Walter Benjamin. Cuando
Arendt y Benjamin se conocieron en París, ésta seguía llevando el apellido de
casada. Lo que no pudo intuir en aquel entonces el siempre incauto Benjamin es
que, años más tarde, sería justo ese apreciado movimiento «gegen den Strich» (a
contracorriente) el que haría que Scholem abominara de las tesis esbozadas por
Arendt en Eichmann en Jerusalén. Pero esa ya es otra historia…
En otra de esas cartas a
Scholem, convertido a la fuerza en lector de una amistad, Arendt describe así
los días que pasó junto a «Benji» en Lourdes, en junio de 1940, poco
tiempo después de su huida del campo de concentración de Gurs:
«Benji y yo jugamos al ajedrez desde la mañana hasta la puesta de sol. En las
pausas leíamos los periódicos que encontrábamos» (ibid., p. 153.). Jugar,
pensar, leer… La imagen no podría ser más perfecta si no fuese por una
ficha que se coló de improviso en la mesa de ajedrez en la que los amigos
planeaban sus derrotas. En esa misma carta, Arendt confiesa que fue entonces
cuando Benjamin comenzó a hablar del suicidio de
forma continuada, afirmando que era una forma lícita, es más, preferible, de
llegar al final. Según Arendt, el «estereotipo» de la idea del suicidio ya no
le abandonó. Y, en efecto, allí seguía, el 20 de septiembre de 1940, cuando
ambos amigos volvieron a encontrarse en Marsella. Benjamin, enfermo, al
borde del delirio y con prisa por llegar cuanto antes a EEUU, no quiso
atender la recomendación de esperar con ella y con Heinrich Blücher, su nuevo
marido, el momento adecuado para cruzar por Lisboa, y no por España: «Un día
antes y Benjamin hubiese pasado sin ningún problema; un día después…
… la gente de Marsella
habría sabido que en ese momento era imposible atravesar España. Sólo en ese
día en particular era posible la catástrofe.
H. Arendt, «Walter Benjamin.
I. El jorobado», en Hombres en tiempos de oscuridad, Barcelona, Gedisa,
2001, p. 179.
El «jorobadito», como también lo llamaba Arendt de forma cariñosa, cargado tan sólo con un enigmático maletín repleto de morfina, cruzó a pie durante siete horas los Pirineos, llegó el 26 de septiembre de 1940 a Port Bou, la ciudad más triste del mundo si no fuese por su estación de tren, y se quitó la vida, o «se la tomó», según la traducción literal del alemán. En otra de esas carta-testigo, Arendt informó a Scholem de la muerte de Benjamin a modo telegráfico, como el epitafio de un absurdo inenarrable: «Los judíos mueren en Europa y son enterrados como perros» (Arendt und Benjamin. Texte, Briefe, Dokumente, op. cit., p. 145).
En una partida de ajedrez
ordinaria, la diversión acaba con el jaque mate al rey. Sin embargo, en
el juego de la historia, son otras las reglas que rigen, como bien lo
intuyó Benjamin en sus tesis Sobre el concepto de la historia,
imaginando la figura de un «enano jorobado que era un maestro en el juego del
ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco» (M. M. Andrade, Walter
Benjamin aquí y ahora, Colombia, Universidad de los Andes, 2018, p. 50). En
esta última partida, Arendt y Benjamin jugaron con las mismas fichas, las
negras, para más detalle. Con las blancas jugaban el olvido y aquellos otros
que deseaban apropiarse del legado del pensador, obviando y distorsionando
aquellas facetas que consideraban menos ortodoxas; entre ellas: el materialismo
empírico-marxista y su relación esencial con Bertolt Brecht.
La jugada maestra de
contraataque de Arendt se presentó en los tres artículos publicados en 1968 en
la revista Merkur, provocando que las autoridades de la
intelectualidad se llevasen las manos a la cabeza por el atrevimiento
de considerar a Benjamin no sólo un filósofo, sino también un poeta, es
más, alguien que supo unir el «Dichten und Denken»; esto es, que se lanzó
a pensar
poéticamente. Estos artículos, en su maniobra intimidadora, también
buscaron ruborizar a Theodor W. Adorno y a Max Horkheimer,
calificados jocosamente por Arendt de «Schweinebande» (ibid., p. 146),
algo así como «pandilla de cerdos», por haber permitido que Benjamin
viviese en la más indignante precariedad, dependiendo al completo de la
exigua beca del Instituto de Investigación Social de Nueva York, mientras que
ellos se «daban la gran vida en California» (ibid., p. 159). En
semejante desamparo económico y moral, a Benjamin le fue difícil, si no
imposible, llevar a cabo la gran obra a la que estaba destinado.
El final de la historia es
evidente si consideramos que Walter Benjamin es uno de los pensadores
más leídos y citados de nuestro tiempo. Arendt y Benjamin, como no
podía ser de otra forma, ganaron la última partida y la historia se encargó de
ponerlos a los dos en su lugar. Incluso el Angelus Novus de Paul
Klee, que Benjamin tuvo que vender para financiarse el viaje nunca
realizado a EEUU, retornó a su dueño, a su lugar en las portadas de Sobre
el concepto de historia, una obra que cayó durante demasiado tiempo en
el silencio, pese a los intentos fallidos de la politóloga por publicarla… Pero
esa ya es otra historia. Ahora toca «ir desalojando las hileras», como
pide Arendt en el poema dedicado a su contrincante preferido de
ajedrez (Hannah Arendt, Poemas, Barcelona, Herder, 2017, p. 35).
Fuente: https://elvuelodelalechuza.com/2021/05/31/la-ultima-partida-de-ajedrez-entre-hannah-arendt-y-walter-benjamin/
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