Por Miguel Ángel
Doménech
Contrariamente a lo que se
hace, no deberían ser tratados con desprecio
, como postmodernos, los que afirman que la
verdad no puede ser algo que se posee, que no
es una posesión sino una tensión, un vértigo o una
pasión. No son todos superfluos partidarios de la
postmoderidad los que sospechan que es
vicio de una convicción
altiva construir sistemas
filosóficos que dicen cual es la
verdadera vida . Al contrario, la inseguridad modesta de
los que dudan se sitúa en la tradición más genuina del pensamiento
crítico, insatisfecho. Es la tradición de una sabiduría
que encontramos en un Sócrates experimentando que el
saber más alto sobre las cosas bellas y justas es reconocer que nada
sabemos y que vagamos, errantes, buscando.
Esta actitud es, en
definitiva, la de llevar una vida guiada por el pensamiento y es
la genuina herencia que la Ilustración
nos ha dejado : la del reconocimiento que toda reflexividad suscita una crisis perpetua
de puesta en tela de juicio de lo
establecido. La democracia radical, republicana, es, en efecto, la
permanente escucha del dictado libre- ¡y quizás cambiante!- de la voluntad popular vaya por donde vaya.