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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

9/3/21

LOS NIÑOS "CANOSOS" DEL YEMEN

 

 


 

Por Miguel Ángel Domenech (*)

 


Cuando contemplamos los rostros y los cuerpos de los niños 
bombardeados y hambrientos del Yemen,  o el  espanto de los  niños refugiados desamparados  de Lesbos o  las imágenes del pavor de los niños  

sobrevivientes de los exterminios de
   Yemen , mientras nos recorre un desesperado sentimiento de maldición sobre la desgraciada raza humana,  y de ira  contra  los que la dominan , no podemos dejar de acordarnos de aquel pesimista relato mítico  de Hesíodo, sobre el origen y futuro de las edades del hombre. En su descripción   destaca particularmente  una de las imágenes más terribles de la contrautopía de aquel relato: Vendrá una próxima y desgraciada época en que los niños  nacerán ya “encanecidos.”(1). Es decir nacerán ya, anticipando la inmediatez de la muerte que significa la vejez, con la    destrucción  misma que la decrepitud  opera. Nacerán ya como moribundos.

 La imaginación mítica y la  presunta no racionalidad del género mitológico resultan sorprendentemente realistas, cumpliendo  de manera indeseada su advertencia oracular de lo que había de venir y cabía esperar de la raza humana  y su evolución.

Hesíodo, un hombre del pueblo, no puede contener la advertencia de su visión  y se ve obligado a “cantar verdades” a  sus inconscientes contemporáneos “solo estómagos”. Esto, lo hace teniendo entre sus inspiradoras de la toma de conciencia a las Musas, hijas, precisamente, de la Memoria (Mnemosine), que hoy llamaríamos apropiadamente Memoria Histórica y que con tanto empeño tantos procuran acallar. La cruel  provocación de Hesíodo consiste en prever que  en las etapas de evolución de la historia del hombre, lejos de darse un progreso –cosa inexplicablemente  aceptada como indiscutible   por nuestra modernidad-se está dando una degeneración sucesiva  a lo largo de las edades. De una edad de oro, se pasa a una edad de plata, de ésta a otra guerrera de héroes, después a otra peor de bronce terminando en la actual de hierro. El paso de una a otro, por degeneración en las condiciones de vida digna y feliz, se hace  por causa  de una hybris, una soberbia insolente, cuyo individualismo asocial y egoísta se agrava  en la siguiente  en peores males y sufrimientos, cada vez mas extendidos. La responsabilidad de cada paso es de humanos en su abandono del decoro y la consideración de los otros, la sustitución de   un comportamiento social y altruista   por la búsqueda desaforada del interés y la competencia en cada  etapa siguiente más degenerada.

De una edad de oro, donde se tenía vergüenza ( eidos) , virtudes de  decoro y respeto por la ciudad, una verdadera  utopía “hacia atrás”,  se pasa sucesivamente a otras  donde se yergue  el provecho individual a cualquier precio. La última etapa, y aquí aparece la terrible imagen de Hesíodo, será la de un momento en que,  como consecuencia de aquellos actos,   la vejez y el deterioro serán tan amplios que ya no serán las canas, el signo del final de la vida deteriorada, lo propio de los viejos, sino que hasta los niños mismos  nacerán viejos”,  encanecidos”, sin ni siquiera tener un momento de juventud, ya sujetos  desde el nacimiento a la experiencia de  la destrucción. En las edades anteriores, las gentes morían, sin duda, pero no es esta la queja  pues es conocida la entereza de la creencia   mitología griega ante la muerte. Lo malo es la pérdida de la dignidad moral y el bienestar material  hasta el momento más temprano de la vida humana que debería ser feliz: la niñez.   No es la muerte,  necesidad natural inevitable y asumible, que existe hasta en la misma edad de oro,  el peor destino humano, sino el encanecimiento, el deterioro de la propia vida, la  caducidad sin vuelta, la  imposibilidad de la vida joven y feliz. Cuando esta situación alcanza a todas las generaciones, incluida la de los niños, lugar por excelencia del paraíso, la humanidad misma  deviene un fenómeno insoportable o que no merece ser soportado, ni para si mismo ni para los otros seres.

Hesíodo, o nuestra reflexión en su  lugar,  subraya que la raza humana es algo contingente. El mito nos lo recuerda muy expresivamente cuando  hace ver que la desaparición del hombre ya ha sucedido otras veces. Razas anteriores, en mejores condiciones, incluso en edades de oro, bronce o plata,  también  desparecieron. Dice el mito, y deberíamos decirlo  con él- y ahí se esconde una de sus proposiciones más perspicaces- que el ser humano o la vida misma   son  producto de un azar milagroso, o dicho en términos laicos, algo casi imposible científicamente: una circunstancia infinitesimal en una explosión descomunal  y sin sentido que es el entero cosmos. El ser humano y toda su obra, pueden dejar de existir por la misma razón  azarosa que han existido sin dejar ni el más mínimo rastro  en un cosmos gaseoso y  mineral impenetrable  y sin memoria.

Hasta ahí  la descripción del mito   de Hesíodo, y hasta  aquí, no tan lejos ni del tiempo ni del logos de nuestra dinámica social, las imágenes de las miradas “encanecidas”  de los niños yemeníes, de refugiados de Moria, palestinos de Gaza .¿No son  peores estas últimas – fotográficas-  que las  de la  “niños “encanecidos” – mitológicas- del poeta? .¿Hasta cuando  permaneceremos contemplando  beatíficamente  la tinaja de Pandora  donde  quedó encerrada la esperanza después de hubiesen salido todos los males? Si los hemos experimentado todos, como Hesíodo también relataba, ¿Creemos que la salida del último viento ilusorio remediará la devastación que han hecho los restantes? ¿Cuantas “últimas llamadas”, “última oportunidad” han  sido redactadas   por científicos o pensadores clarividentes, con la contradictoria esperanza de que no  sería la última?  La religión del progreso que es la que realmente inspira nuestras esperanzas, y que también impregna  esas últimas llamadas,  ha reemplazado en esto a las otras religiones incluida la que se expresaba en términos mitológicos. La religión del progreso que dicta que  las cosas irán a `resolverse a mejor no es más que una  de las expresiones  de la situación de dominio  que los poderosos ejercen sobre los desfavorecidos. Porque, en efecto,    siempre esa religión ha medido el progreso en términos del bienestar  material, político y social de unos pocos que mantienen y hacen su propio progreso. Sus propias  condiciones materiales y morales de vida, al persistir siempre, convencen a los demás que esas son las condiciones de todos y que en todos persistirán. El progreso predicado es solo su propio progreso  obtenido y que seguirán obteniendo. ¿Hasta cuando vamos a seguir pensando en historias de progreso  desde  las especulativas más disparatadas , evoluciones  históricas en que el espíritu va  haciéndose  consciente de  si mismo hacia alturas cada vez mas elevadas, objetivas  y  sublimes , hasta las  hagiografías  de historias estadísticas de aumento de la media de la esperanza de vida que no tienen en cuenta aquella advertencia:“propter vitam vivendi perdere causas”(2) . A cambio,  se impone la causa acrítica  de vida de avaricia y codicia en un progreso  de acumulación de medios  perdiendo todo vestigio de su finalidad y a costa de todos. Porque nada hay  que favorezca más al status quo de los beneficiarios de lo existente que decir que  el existir mismo sea constitutivo de sentido.



¿Hasta cuando vamos a seguir reiterando   la letanía de que lo posterior ha de ser mejor que lo anterior , que es a su vez la preparación para lo que haya de seguir superior y a cuyo fin debe de sacrificarse todo? ¿No hemos oído a Walter Benjamin decir que  el final de una historia de sufrimiento no es forzosamente la rebelión sino el exterminio? No existe ninguna dinámica dialéctica como motor trascendente de las cosas que imponga que a una  tesis y antítesis contradictorias haya  de suceder una síntesis mediadora y presuntamente superadora. No hay razón por la que no pueda  darse   una agudización de la tesis hasta sus últimas y suicidas consecuencias de aniquilación.

Además incluso  la disponibilidad de esos   medios sin finalidad   se esta haciendo dramáticamente  escasa. Esto  provoca que el número de los privilegiados  que poseen recursos se deba de hacer cada vez más reducido y  cada vez mas engrosada su hacienda hasta límites  desorbitados e históricamente nunca vistos de exclusiva abundancia. Simultáneamente  la experiencia del mal material  por escasez y sus secuelas se va extendiendo forzosamente de manera más universal y desigual.

 La especie humana, no obstante sigue sin confesar  con sinceridad que nos queda poco recorrido. Del  efecto de los desequilibrios ecológicos y los limites de los recursos de la biosfera  ya no cabe esperar sino un deterioro irreversible. La deliberación y el juicio,  aunque se diese, que no se dará, será  demasiado tarde. Si bien es cierto que nunca se ha dado aquella edad de oro que describían los mitos griegos,  es muy cierto que los niños encanecidos ya están aquí.

Podríamos estar a punto y tentados de concluir  como Hesíodo, a la vista de la insoportable visión de los moribundos  niños encanecidos, que  Zeus tomará cartas en el asunto y  producirá el exterminio tan necesario  como injustamente retrasado por una esperanza que no ha servido sino para añadir sufrimiento al sufrimiento de los mismos y cada vez en mayor numero. Pero no apelemos  nuevamente a ningún dios ni otros dioses,  construcciones humanas, que han sido peores y más salvajes que  los  humanos mismos incluso con sus propios hijos. También esto nos lo recuerdan los ojos asustados  del niño canoso del Yemen.

Podemos replicarnos a nosotros mismos que no son todos los causantes de injusticia sino los poderosos de todas las épocas y serían ellos los que merecieran el exterminio. Pero ya no se trata de merecimientos sino de hechos mismos brutos. Será exterminio y sufrimiento para todos, aunque unos – los poderosos de siempre- sean adelantados por los otros en este destino. En todo caso,  seguiría planeando en nuestra conciencia  un porqué sobre la razón de la existencia de los injustos, otro porqué de las  derrotas  sempiternas de los que se oponen a ello,  y otro porqué sobre el sufrimiento de los inocentes, los que ni siquiera han tenido  el tiempo de poseer otra facultad que la de  mirar asombrados y aterrados adonde han ido a parar  naciendo. Es otra de las preguntas  de la mirada del niño canoso del Yemen.

La justicia no es ningún orden cósmico trascendente sino un    instituto que hemos puesto nosotros mismos, para  con nosotros mismos  en consideración a la necesidad y única manera de  vivir juntos  y por causa   de poseer la palabra.  Por lo tanto se extinguirá, no por mano ajena de otros  órdenes  de cosas sino  por causa de nuestra propia injusticia. .No hemos sabido vivir juntos con justicia, que es lo que nos hace vivir  humanos, ergo,   los humanos no debemos seguir viviendo. Igual que  nacimos en tanto que seres que podemos llamarnos humanos por causa de nuestro propio invento de justicia y razón, pereceremos por la injustica y la  sinrazón, al desinventarnos con ello como humanos. 

Si  en el relato de Hesíodo es Zeus el que se encarga de la desaparición de cada raza hasta la aniquilación final  en  la edad del hierro en la que  por fin ya no habrá más oportunidades de  raza humana, en nuestras reflexiones no puede ser así. La apelación que podamos hacer a los dioses, se entiende que es retórica. No se trata en esta reflexión de substituir una fatalidad por otra.  No existe un motor natural que esté guiando  un proceso evolutivo de la humanidad necesariamente hacia mejor ni tampoco  hacia peor. No existe ninguna determinación biológica que haga del humano un ser odioso y agresivo abocado a la guerra mutua por el  egoísmo en sus genes. La idea del  imperativo genético  o natural de interés,   competencia y territorialidad naturales  es en si misma una manifestación cultural. El ser humano es, en definitiva, un producto social  de si mismo y sus propias determinaciones culturales  de las que es responsable y creador libre. Nuestro comportamiento como especie  que podamos llamar específicamente humana es una emergencia  cultural producida  socialmente por las decisiones que tomamos viviendo juntos. La autoconciencia, la capacidad de  pensamiento abstracto y  simbólico, la facultad de lenguaje, el poder de imaginar y concebir lo que puede ser de otra manera, la conducta según fines y previsiones,  la capacidad de compromisos morales…todo lo que podríamos llamar el espíritu humano, es el producto cultural de un proceso social del que nosotros mismos juntos somos responsables e inventores.  Ahora bien, como producto social somos tan contingentes como lo somos como  resultado  biológico. En tanto que producto social, su contrario,  la propia destrucción puede asimismo serlo. Lo que está en juego y en cuestión es si a la vista de los hechos y resultados es deseable lo uno o lo otro: que persista o deje de existir lo humano. La recomendación socrática de que”vida sin deliberación no merece vivirse” nos enseña que la supervivencia de la  raza humana no tiene que  ser un absoluto valor a cualquier precio.  Al menos no al insoportable precio del sufrimiento  de los niños. .

 

 (1) Hesíodo :Los trabajos y los  dias  180. Para “ mas inri”, es de destacar que la región actual del Yemen, era la  descrita en los relatos  de periplos y geografía literaria de la antigüedad como aquella parte de la Arabia feliz , tierra  regada y hasta  aromática, donde habitaban los  sabeos, dotados de  belleza, sabiduría, abundancia, refinamiento y recursos de vida y costumbres admirables.

(2)  por salvar la vida, perder las razones para vivir”. Juvenal .Sátiras VIII,84

(*) Fuente. El Viejo Topo . Revista 395 Diciembre 2020

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