Por Miguel Ángel
Domenech (*)
Cuando contemplamos los
rostros y los cuerpos de los niños bombardeados
y hambrientos del Yemen, o el espanto de los niños refugiados desamparados de Lesbos o
las imágenes del pavor de los niños
La imaginación mítica y la presunta no racionalidad del género
mitológico resultan sorprendentemente realistas, cumpliendo de manera indeseada su advertencia oracular
de lo que había de venir y cabía esperar de la raza humana y su evolución.
Hesíodo, un hombre del
pueblo, no puede contener la advertencia de su visión y se ve obligado a “cantar verdades” a sus
inconscientes contemporáneos “solo
estómagos”. Esto, lo hace teniendo entre sus inspiradoras de la toma de
conciencia a las Musas, hijas, precisamente, de la Memoria (Mnemosine), que hoy
llamaríamos apropiadamente Memoria Histórica y que con tanto empeño tantos
procuran acallar. La cruel provocación
de Hesíodo consiste en prever que en las
etapas de evolución de la historia del hombre, lejos de darse un progreso –cosa
inexplicablemente aceptada como
indiscutible por nuestra modernidad-se
está dando una degeneración sucesiva a
lo largo de las edades. De una edad de oro, se pasa a una edad de plata, de
ésta a otra guerrera de héroes, después a otra peor de bronce terminando en la
actual de hierro. El paso de una a otro, por degeneración en las condiciones de
vida digna y feliz, se hace por
causa de una hybris, una soberbia insolente, cuyo individualismo asocial y
egoísta se agrava en la siguiente en peores males y sufrimientos, cada vez mas
extendidos. La responsabilidad de
cada paso es de humanos en su abandono del decoro y la consideración de los
otros, la sustitución de un
comportamiento social y altruista por
la búsqueda desaforada del interés y la competencia en cada etapa siguiente más degenerada.
De una edad de oro, donde se
tenía vergüenza ( eidos) , virtudes
de decoro y respeto por la ciudad, una
verdadera utopía “hacia atrás”, se pasa sucesivamente a otras donde se yergue el provecho individual a cualquier precio. La
última etapa, y aquí aparece la terrible imagen de Hesíodo, será la de un
momento en que, como consecuencia de
aquellos actos, la vejez y el deterioro
serán tan amplios que ya no serán las canas, el signo del final de la vida
deteriorada, lo propio de los viejos, sino que hasta los niños mismos “nacerán
viejos”, “encanecidos”, sin ni siquiera tener un momento de juventud, ya
sujetos desde el nacimiento a la
experiencia de la destrucción. En las
edades anteriores, las gentes morían, sin duda, pero no es esta la queja pues es conocida la entereza de la
creencia mitología griega ante la
muerte. Lo malo es la pérdida de la dignidad moral y el bienestar material hasta el momento más temprano de la vida
humana que debería ser feliz: la niñez.
No es la muerte, necesidad
natural inevitable y asumible, que existe hasta en la misma edad de oro, el peor destino humano, sino el
encanecimiento, el deterioro de la propia vida, la caducidad sin vuelta, la imposibilidad de la vida joven y feliz.
Cuando esta situación alcanza a todas las generaciones, incluida la de los
niños, lugar por excelencia del paraíso, la humanidad misma deviene un fenómeno insoportable o que no
merece ser soportado, ni para si mismo ni para los otros seres.
Hesíodo, o nuestra reflexión
en su lugar, subraya que la raza humana es algo
contingente. El mito nos lo recuerda muy expresivamente cuando hace ver que la desaparición del hombre ya ha
sucedido otras veces. Razas anteriores, en mejores condiciones, incluso en
edades de oro, bronce o plata, también desparecieron. Dice el mito, y deberíamos
decirlo con él- y ahí se esconde una de
sus proposiciones más perspicaces- que el ser humano o la vida misma son
producto de un azar milagroso, o dicho en términos laicos, algo casi
imposible científicamente: una circunstancia infinitesimal en una explosión
descomunal y sin sentido que es el
entero cosmos. El ser humano y toda su obra, pueden dejar de existir por la
misma razón azarosa que han existido sin
dejar ni el más mínimo rastro en un
cosmos gaseoso y mineral
impenetrable y sin memoria.
Hasta ahí la descripción del mito de Hesíodo, y hasta aquí, no tan lejos ni del tiempo ni del logos
de nuestra dinámica social, las imágenes de las miradas “encanecidas” de los niños yemeníes, de refugiados de Moria,
palestinos de Gaza .¿No son peores estas
últimas – fotográficas- que las de la
“niños “encanecidos” – mitológicas- del poeta? .¿Hasta cuando permaneceremos contemplando beatíficamente la tinaja de Pandora donde
quedó encerrada la esperanza después de hubiesen salido todos los males?
Si los hemos experimentado todos, como Hesíodo también relataba, ¿Creemos que
la salida del último viento ilusorio remediará la devastación que han hecho los
restantes? ¿Cuantas “últimas llamadas”,
“última oportunidad” han sido
redactadas por científicos o pensadores
clarividentes, con la contradictoria esperanza de que no sería la última? La religión del progreso que es la que
realmente inspira nuestras esperanzas, y que también impregna esas últimas llamadas, ha reemplazado en esto a las otras religiones
incluida la que se expresaba en términos mitológicos. La religión del progreso
que dicta que las cosas irán a
`resolverse a mejor no es más que una de
las expresiones de la situación de
dominio que los poderosos ejercen sobre
los desfavorecidos. Porque, en efecto,
siempre esa religión ha medido el progreso en términos del
bienestar material, político y social de
unos pocos que mantienen y hacen su propio progreso. Sus propias condiciones materiales y morales de vida, al
persistir siempre, convencen a los demás que esas son las condiciones de todos
y que en todos persistirán. El progreso predicado es solo su propio
progreso obtenido y que seguirán
obteniendo. ¿Hasta cuando vamos a seguir pensando en historias de progreso desde
las especulativas más disparatadas , evoluciones históricas en que el espíritu va haciéndose
consciente de si mismo hacia
alturas cada vez mas elevadas, objetivas
y sublimes , hasta las hagiografías
de historias estadísticas de aumento de la media de la esperanza de vida
que no tienen en cuenta aquella advertencia:“propter vitam vivendi perdere causas”(2) . A cambio, se impone la causa acrítica de vida de avaricia y codicia en un
progreso de acumulación de medios perdiendo todo vestigio de su finalidad y a
costa de todos. Porque nada hay que
favorezca más al status quo de los beneficiarios de lo existente que decir
que el existir mismo sea constitutivo de
sentido.
¿Hasta cuando vamos a seguir
reiterando la letanía de que lo
posterior ha de ser mejor que lo anterior , que es a su vez la preparación para
lo que haya de seguir superior y a cuyo fin debe de sacrificarse todo? ¿No
hemos oído a Walter Benjamin decir que
el final de una historia de sufrimiento no es forzosamente la rebelión
sino el exterminio? No existe ninguna dinámica dialéctica como motor
trascendente de las cosas que imponga que a una
tesis y antítesis contradictorias haya
de suceder una síntesis mediadora y presuntamente superadora. No hay
razón por la que no pueda darse una agudización de la tesis hasta sus
últimas y suicidas consecuencias de aniquilación.
Además incluso la disponibilidad de esos medios sin finalidad se esta haciendo dramáticamente escasa. Esto
provoca que el número de los privilegiados que poseen recursos se deba de hacer cada vez
más reducido y cada vez mas engrosada su
hacienda hasta límites desorbitados e
históricamente nunca vistos de exclusiva abundancia. Simultáneamente la experiencia del mal material por escasez y sus secuelas se va extendiendo
forzosamente de manera más universal y desigual.
La especie humana, no obstante sigue sin confesar con sinceridad que nos queda poco recorrido. Del efecto de los desequilibrios ecológicos y los limites de los recursos de la biosfera ya no cabe esperar sino un deterioro irreversible. La deliberación y el juicio, aunque se diese, que no se dará, será demasiado tarde. Si bien es cierto que nunca se ha dado aquella edad de oro que describían los mitos griegos, es muy cierto que los niños encanecidos ya están aquí.
Podríamos estar a punto y tentados
de concluir como Hesíodo, a la vista de
la insoportable visión de los moribundos
niños encanecidos, que Zeus
tomará cartas en el asunto y producirá
el exterminio tan necesario como
injustamente retrasado por una esperanza que no ha servido sino para añadir
sufrimiento al sufrimiento de los mismos y cada vez en mayor numero. Pero no
apelemos nuevamente a ningún dios ni
otros dioses, construcciones humanas,
que han sido peores y más salvajes que
los humanos mismos incluso con
sus propios hijos. También esto nos lo recuerdan los ojos asustados del niño canoso del Yemen.
Podemos replicarnos a
nosotros mismos que no son todos los causantes de injusticia sino los poderosos
de todas las épocas y serían ellos los que merecieran el exterminio. Pero ya no
se trata de merecimientos sino de hechos mismos brutos. Será exterminio y
sufrimiento para todos, aunque unos – los poderosos de siempre- sean
adelantados por los otros en este destino. En todo caso, seguiría planeando en nuestra conciencia un porqué sobre la razón de la existencia de
los injustos, otro porqué de las
derrotas sempiternas de los que
se oponen a ello, y otro porqué sobre el
sufrimiento de los inocentes, los que ni siquiera han tenido el tiempo de poseer otra facultad que la
de mirar asombrados y aterrados adonde
han ido a parar naciendo. Es otra de las
preguntas de la mirada del niño canoso
del Yemen.
La justicia no es ningún
orden cósmico trascendente sino un
instituto que hemos puesto nosotros mismos, para con nosotros mismos en consideración a la necesidad y única
manera de vivir juntos y por causa
de poseer la palabra. Por lo
tanto se extinguirá, no por mano ajena de otros
órdenes de cosas sino por causa de nuestra propia injusticia. .No
hemos sabido vivir juntos con justicia, que es lo que nos hace vivir humanos, ergo, los humanos no debemos seguir viviendo.
Igual que nacimos en tanto que seres que
podemos llamarnos humanos por causa de nuestro propio invento de justicia y
razón, pereceremos por la injustica y la
sinrazón, al desinventarnos
con ello como humanos.
Si en el relato de Hesíodo es Zeus el que se
encarga de la desaparición de cada raza hasta la aniquilación final en la
edad del hierro en la que por fin ya no
habrá más oportunidades de raza humana,
en nuestras reflexiones no puede ser así. La apelación que podamos hacer a los
dioses, se entiende que es retórica. No se trata en esta reflexión de
substituir una fatalidad por otra. No
existe un motor natural que esté guiando
un proceso evolutivo de la humanidad necesariamente hacia mejor ni
tampoco hacia peor. No existe ninguna
determinación biológica que haga del humano un ser odioso y agresivo abocado a
la guerra mutua por el egoísmo en sus
genes. La idea del imperativo
genético o natural de interés, competencia y territorialidad naturales es en si misma una manifestación cultural. El
ser humano es, en definitiva, un producto social de si mismo y sus propias determinaciones
culturales de las que es responsable y
creador libre. Nuestro comportamiento como especie que podamos llamar específicamente humana es
una emergencia cultural producida socialmente por las decisiones que tomamos
viviendo juntos. La autoconciencia, la capacidad de pensamiento abstracto y simbólico, la facultad de lenguaje, el poder
de imaginar y concebir lo que puede ser de otra manera, la conducta según fines
y previsiones, la capacidad de
compromisos morales…todo lo que podríamos llamar el espíritu humano, es el producto cultural de un proceso social del que
nosotros mismos juntos somos responsables e inventores. Ahora bien, como producto social somos tan
contingentes como lo somos como
resultado biológico. En tanto que
producto social, su contrario, la propia
destrucción puede asimismo serlo. Lo que está en juego y en cuestión es si a la
vista de los hechos y resultados es deseable lo uno o lo otro: que persista o
deje de existir lo humano. La recomendación socrática de que”vida sin deliberación no merece vivirse”
nos enseña que la supervivencia de la raza humana no tiene que ser un absoluto valor a cualquier
precio. Al menos no al insoportable
precio del sufrimiento de los niños. .
(1) Hesíodo :Los trabajos y los dias
180. Para “ mas inri”, es de destacar que la región actual del Yemen,
era la descrita en los relatos de periplos y geografía literaria de la
antigüedad como aquella parte de la Arabia feliz , tierra regada y hasta aromática, donde habitaban los sabeos, dotados de belleza, sabiduría, abundancia, refinamiento
y recursos de vida y costumbres admirables.
(2) “por
salvar la vida, perder las razones para vivir”. Juvenal .Sátiras VIII,84
(*) Fuente. El Viejo Topo .
Revista 395 Diciembre 2020
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