Por
Juan Andrade (*)
París. Rue Montmartre. 31 de
julio de 1914. 21:40 horas. Café du Croissant. En la calle, un individuo saca
un revolver y dispara a través de la ventana a uno de los comensales que están
cenando en el interior. El torso del hombre se desploma sobre la mesa,
ante el pánico y el estupor de sus compañeros. Acaban de asesinar a Jean
Jaurès, uno de los dirigentes más carismáticos del socialismo francés, opositor
militante a la guerra.
Las últimas horas de vida de
Jaurès fueron de vértigo. Todavía pensaba que la guerra podía evitarse. Le
empujaba un impulso ético, desatado por la intuición de la catástrofe que se
avecinaba. Le inspiraba una idea: que la reacción en cadena conducente al
abismo podía frenarse si se cortaba alguno de sus eslabones. Le animaba la
confianza en la acción política como palanca de cambio, golpe de timón al curso
inercial de los acontecimientos. Jaurès personificaba una forma de entender el
socialismo a la baja en el conjunto de la Segunda Internacional. Un socialismo
republicano de fuerte contenido ético, basado en una concepción abierta de los
procesos históricos, donde estos, pese a sus poderosos automatismos, eran
susceptibles de reorientarse por medio de una acción política que conjugara
cálculo e ideales. Pero en la Internacional venía predominando el mecanicismo que
los dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán habían reciclado de Karl
Kautsky para la gestión del día a día. Maximalismo retórico y moderación
práctica. La acción política como adaptación inteligente a una realidad
aplastante que al final resolvería sus contradicciones (por mor de semejante
adaptación) a favor de la causa del socialismo. La (pseudo)ciencia realista
como coartada de la resignación o el beneficio inmediato1.
París, 30 de Julio. Un día antes de ser asesinado, Jaurès consigue reunirse con René Viviani, presidente del Consejo de Ministros. Le ruega que contenga a las tropas apostadas en la frontera con Alemania. Una leve escaramuza sería el detonante de una guerra entre los dos gigantes. Jaurès confía en que prospere la propuesta de mediación lanzada in extremis, aunque de manera poco creíble, por Inglaterra. Y sigue confiando en la capacidad de los trabajadores y de sus organizaciones para disuadir o desobedecer a los gobiernos, a pesar de las declaraciones belicistas o los síntomas de resignación que viene observando en sus dirigentes. Son las últimas bazas que le quedan: la apelación al sentido de
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