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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

2/3/20

KANT PARA COMUNISTAS

Por Miguel Angel Domenech (*).







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Por Miguel Angel Domenech Delgado

E.P. Thompson, a  la biografía del revolucionario inglés  William Morris que había  publicado   en 1955 le  añadió un epílogo en 1976   cuando ya había roto – como él mismo dice -con el marxismo ortodoxo. Lo que plantea  Thompson  en ese epílogo  posterior es una crítica de la tradición marxista de pretensiones científicas y positivistas que  trata a  los  “otros” movimientos comunistas y socialistas con desdén teórico y con desprecio practico. Lamenta   que  el comunismo marxista ha entendido al comunismo y al movimiento popular de inspiración no marxista como contaminado por idealismo y romanticismo propio de estadios precapitalistas como si fueran productos de un moralismo utópico. La misma crítica y de manera más demoledora la reiterará en su Miseria de la teoría dos años después en 1978.

Esa actitud de la ortodoxia marxista  ha contrastado siempre con la experiencia que todos hemos tenido en las luchas en que  andábamos metidos cotidianamente, de la complejidad y riqueza que alimentan siempre las voces populares. El rechazo de toda esa riqueza poniéndola en el saco de lo idealista o superado, es propio de una cierta filosofía de la historia que propone que la historia es normativa y que hay movimientos y gentes que son culpables por no saber asumir el estado de inmadurez que la Historia les ha asignado. Deducen un  “sentido de la Historia”  sin ver las historias mismas y se pasman ante  el “espíritu del pueblo” olvidando  que hay muchos pueblos en el pueblo .Señala Thompson que se ha dado tradicionalmente en el marxismo un cierto desprecio como si fueran “inhibiciones morales” de esas tradiciones no marxistas que han insistido precisamente en los contenidos morales de la fundamentación de rebelión y revolución. Señala que esto ha llevado al comunismo a un estado peor que la confusión. El comunismo marxista ha fracasado en ser incapaz de confluir con otras perspectivas concretamente, las de orígenes morales, o de otros análisis. Como si todos ellos fuesen etapas infantiles, desorganizadas o  rebeliones previas. Esta tozudez del comunismo dogmático  marxista, la  estrechez positivista y la  altanería  de creerse fundamentados en un orden teórico  superior y más profundo  ha contaminado con sus ambigüedades  la  tradición revolucionaria  y ha llevado a desencantarse del comunismo a muchos movimientos  populares  genuinamente comunistas .

El marxismo, dentro de los movimientos comunistas, ha pretendido un  privilegiado estatuto teórico-práctico  de manera que movimientos y elaboración de pensamiento  sociales de enorme calado han sido objeto de sistemática desconsideración de una teoría  que se postulaba superior. Tales movimientos estaban tocados por las limitaciones inherentes  a los “idealismos” formando parte de una aspiración piadosa de deseos moralizantes propios de la burguesía  o del primitivismo precapitalista.

Sin embargo, es comprobable  que todos los elementos que como vivencias y experiencia han alimentado siempre los comunismos populares  han constituido  una verdadera teoría moral. (1)  .Esta perspectiva fue tradicionalmente considerada marginal por la dogmática marxista. La cumbre de este desapego se dió en Althuser  para quien, ignorando lo  que  siempre había sido una constante de los comunismos, cualquier teoría moral era un  mero “vestigio ideológico” en el pensamiento de Marx.

Ocurre, por el contrario, que precisamente ese desprestigiado residuo normativo puede que sea   el “alma” del comunismo. En este caso seria urgente que el comunismo- con o sin la compañía de Marx- pudiese  volver a reivindicarlo como suyo.  Los comunismos podrían afirmar su autonomía desde esa perspectiva y constatar una mayor cercanía familiar e histórica con otra corriente  autónoma del pensamiento y la praxis política que si ha tenido en cuenta el valor moral de una vida buena y justa en sociedad: el republicanismo. Precisamente en Kant convergen ambos mundos: república y afirmación ética. Cabe sospechar - y eso es una tarea renovada d e los historiadores sociales- que esa convergencia comunismo/exigencia ética/radicalidad republicana, en diversas formas,  ha sido una constante en los movimientos populares. Que haya sido derrotada es algo sobre lo que no puede haber pronunciamiento si nuestra medida es la magnitud de los tiempos históricos .No podemos repetir la arrogancia que ya denunciaba Kant de que una derrota verifica  la invalidez racional de las propuestas para concluir  aquella tesis  engreída   contra lo que se concentra buena parte de la carga critica kantiana: que las exigencias morales en  la política constituirían  “algo posible en teoría pero no  sirve en la practica”.

Insistir en la inspiración acentuadamente ética y de perspectiva normativa de una buena parte de esos movimientos puede identificarse fácilmente con la denominación de “perspectiva Kant”. El ánimo ético  e incondicional de ese autor es un arma innegable y eficaz además de oportunamente necesaria hoy día. Esa   “perspectiva Kant”, celosa contribución a la autonomía humana, contiene  elementos de reflexión muy válidos para la causa emancipadora. No se trata de poner a Kant como ejemplo de revolucionario, lo que sería un disparate.  Un movimiento  revolucionario puede sacar partido de Kant sin tomar partido y mucho menos hacerle  confesión del Partido. Una vez más hay que repetir que existen muchos pueblos en el pueblo para que se de una sola inspiración reflexiva. Se trata  de ocuparse de  Kant  como ejemplo de que la radicalidad moral ha sido siempre la compañía  motivadora de la reivindicación de los sometidos. Reclamación  que pone  en valor la preeminencia del fin  que inspira y prevalece sobre los  medios: una sociedad libre y  de iguales.  La insistencia en los fines y en las expectativas   más elevadas es tanto mayor en las clases populares en las circunstancias en que más se sufre un momento de insoportabilidad de las condiciones de vida. En este sentido, el movimiento transformador de las clases subalternas  hoy  debería pasar por un verdadero “momento kantiano”. De hecho, la apelación a la razón de los fines que justifican nuestros actos y el funcionamiento mismo de nuestras sociedades es ya una demanda revolucionaria en una sociedad capitalista de consumo que ha sido descrita como una redundancia de  “medios sin fin” (Agamben). También  es revolucionario en la sociedad capitalista decir con Kant que no es la utilidad el fundamento del derecho sino la moralidad. Cuando,  además, los medios mismos se hacen escasos para mayorías crecientes por efecto de las desigualdades,  cuando la propia supervivencia de la especie por efecto de los desequilibrios ecológicos y los limites de los recursos de la biosfera se han alcanzado  y ya no cabe mas que  su deterioro casi irreversible, la deliberación y el juicio sobre fines es ya inevitable. Quizás , la especie humana llegue  a plantearse  – la necesidad haría virtud- que ,dado  el poco recorrido que pareciera que vayamos a tener   como  especie humana , vivámoslo al menos con intensa dignidad  de vida puesto  que no está garantizada  ni su cantidad ni su pervivencia  en el tiempo.

Un comunista es, como su etimología indica, co-munus,  un hombre  que comparte con otros  un  “munus”, una entrega, un don, un deber, carga, obligación. Ese munus es  acordado y compartido en común.  Es decir un comunista es alguien  consciente de la preeminencia del deber compartido en común para la construcción de una comunidad de seres dignos. La comunidad política para el comunista no es un pacto útil  que funcionase como garante de los pactos  mutuos y derechos individuales  pero incapaz de hacer bueno y justos a los ciudadanos. La preeminencia del deber común en la configuración  de las relaciones humanas  dignas de ese  nombre, es decir, libres y sin dominaciones,  es lo que ha dado su definición literal  al comunismo.  Los movimientos populares tienen un juicio muy certero  cuando en sus reivindicaciones, al contrario de sus avariciosos  dominantes, ponen en primera línea la exigencia de justicia y decencia. Los movimientos populares así inspirados repiten la necesidad del decoro, el “decorum” republicano que prevalece sobre las consideraciones –hoy capitalistas-  de provecho, enriquecimiento y lucro. Ese “decorum” es la decencia en la relación entre iguales  , la preocupación por la doxa- la consideración común-y el valor de lo que es de todos y no lucro del más ambicioso avispado que sea hábil en entrar a saco en el acervo de lo común , construido por todos ,haciéndoselo suyo.



Una de las más bellas imágenes de campaña  de un  Partido Comunista, fue la  ilustración del  XV Congreso del PC de Chile de 1989. Se hizo  con un lema, que figuraba bajo la imagen de una niña pequeña sonriente: “Mi papa es comunista”. La belleza moral de esa imagen consistía en la insistencia, más allá de toda reivindicación material, de la conciencia de la dignidad. Una dignidad reivindicada de manera espontánea y elemental por una niña pequeña. Repetía esa campaña y aquella imagen, la perspectiva kantiana del vivir  como “digno de ser feliz” ante todo e incluso por encima de “ser feliz”. La pequeña de la campaña, acertadamente, venía a expresar  que la esencia de lo comunista no consiste tanto en la reivindicación de un mundo que satisfaga las necesidades y el derecho a los recursos de existencia, sino a la existencia llevada a cabo con el orgullo de la dignidad. Un papá comunista era visto- con alegría- como  alguien  que  demanda y compromete su vida en hacer común lo bueno y lo justo. Expresaba  que ser comunista  era ser  alguien que tiene un  “munus” de  que se haga realidad una igualdad dirigida a la construcción de una vida justa.  Los comunistas debemos  insistir en reivindicar  nuestra propuesta de prioridad por   superioridad moral en orden  a la creación  de sujetos autónomos no sometidos a voluntad y explotación de otros.  La demanda de igualdad  está lejos de querer decir ventaja alguna personal, ni prerrogativa, ni derechos. En una época en que los derechos individuales son  la única  formulación que parece posible y el único lema- defensivo- frente a las agresiones del capitalismo, un comunista reclama, destacadamente, deberes, munus. Pero lo hace en un necesario marco social de igualdad, de universalidad.  No estamos lejos de lo que puede  llamarse  el  “aire de  familia” de la perspectiva kantiana de subrayar el deber como base moral y de la necesaria universalidad de toda exigencia  normativa para que sea legítima: “obra de manera   que la máxima de tu  conducta pueda ser ley universal”.

 Se reprocha  con frecuencia  a Kant de  perspectiva individualista , (“la conciencia moral dentro de mi”), pero se olvida que esa conciencia moral del imperativo categórico es válida en tanto que es igual para todos y que debe ser susceptible de extenderse a todos, que sea ley universal  y que todos son  legisladores. La igualdad acompaña a la moralidad y no hay prerrogativa ni sabiduría ni condición que pueda anteponerse a esta radicalidad igualitaria de lo normativo. La generalidad  del imperativo categórico referida a una formulación que fuese valida para todos apunta necesariamente a un común político republicano que sería el corolario del imperativo categórico. Puesto que solo son válidas las máximas de conducta que puedan constituirse en norma para todos, la norma que todos nos damos, es la guía de nuestra conducta. Lo producido en el  común como deber, el munus comunista, es la referencia del “mundus” de la  moralidad.

 Esa universalidad de radicalidad democrática comunista no impide al hombre su singularidad en tanto que – como a continuación añade Kant al imperativo categórico- el hombre es siempre un “fin en si mismo”. La dignidad de la que estaba orgullosa la hija chilena del padre comunista es el sentimiento de la capacidad de  un hombre de darse a si mismo y a los otros  leyes buenas y justas, de ser capaz de acordarse con todos en la construcción de un mundo moral compartido. La irrenunciable exigencia de  que el ser humano sea un fin en si mismo  impide todo predicado de empleabilidad en él. Nunca puede ser  un recurso para otros, un capital.

La exigencia de universalidad, de generalidad intersubjetiva,  es uno  de los espacios abiertos por Kant y de cuyo valor puede tomar   conciencia toda propuesta republicana y comunista.” Obra  de manera que tu máxima  de conducta pueda convertirse  en legislación universal” se dirige a una necesidad intersubjetiva de definición de lo que sea justo y bueno. Cada ser humano es, por lo tanto, un legislador y conjuntamente con otros, construimos el mundo  normativo común, la  república de lo que debe ser

Los comunistas pueden tomar de Kant la insobornable exigencia del deber en la forma y con los desarrollos que Kant propone y  reivindicarse de  la misma  vía antropológica. La prioridad de lo que debe ser, de la consideración de la contingencia de lo que es, al poder ser de otra manera es el interrogante que nos hace seres humanos y, por añadidura seres morales, seres libres que transforman lo dado, seres dignos. Esta antropología  kantiana coincide con la comunista en el concepto de prioridad del “munus”, deber moral y  esperanza revolucionaria de lo que debe de  ser de otra manera cuando  lo que es sea  indigno. Kant, concibe el actuar humano autónomo, como liberado de la necesidad. El ser humano obra en la realidad abriendo la posibilidad de lo que debe ser  frente a lo que es. Esa imposición del deber ser es la que  construye la razón ética y en definitiva la que construye la libertad humana no sujeta al absolutismo de lo que está dado y es. La personalidad humana es ante todo una personalidad moral.


No existe únicamente la racionalidad de lo irremisiblemente dado. No hay excusas  llamadas pragmáticas que oponer a esta exigencia de la libertad. A los  pretenciosos  realismos  que dictan  que  “ hay que tomar a los hombres tal y como son” o que “ eso es factible en la teoría pero no en la práctica” les  replica  un Kant airado: “ Aseguran que se han de tomar a los hombres tal y como son y no como los pedantes ajenos al mundo o los soñadores bienintencionados imaginan que deben ser. Pero este “como son” viene a significar en realidad lo que nosotros hemos hecho de ellos merced a una coacción injusta”. Kant vuelve el argumento  contra los que  reprochan la imposible radicalidad de lo moral. Denuncia la soberbia de los que así piensan y ponen su supuesta experiencia práctica como si fuera  una superioridad de conocimiento. Como si  el comportamiento humano fuese únicamente recepción  pasiva de experiencia y  no ejercicio de la aplicación de  un juicio sobre las cosas que la experiencia   sensible nos proporciona. Esa intermediación de lo humano en todo lo que el humano puede conocer y que consiste en  la teoría del conocimiento kantiana está presente igualmente en las consideraciones de la razón moral.
Cuando se habla de la “revolución copernicana” del kantismo o de Kant como “el gran demoledor”, alguien que tenga en mente los compromisos sociales como un comunista no puede menos de reconocerse en esa critica de la altanería de lo existente. No es por nada que  en el vocabulario de Kant, el término  “Critica” equivale a “Reflexión sobre…”, lo que, curiosamente,  no volvemos a encontrar más que en    Marx en su  “Critica de la economía política”. La reflexión sobre la realidad, es crítica de la realidad misma. Esta no nos es dada en la mera experiencia ni la comprenderíamos sin la mediación del entendimiento y del pensamiento en  la razón teórica, y la mediación  del juicio en la razón práctica.

Por este camino de la importancia del concepto de juicio en Kant  introduce Arendt sus consideraciones sobre la teoría política de Kant al señalar que el núcleo de su pensamiento político estaría en el tratamiento que del juicio hace Kant en su tercera crítica. El juicio, la  reflexión que precede a la opción sobre lo bueno y los justo, que es la raíz de lo político , se construye  con la mirada puesta en lo común, el “sentido común”.  Ese juicio, se alcanza  a partir de una postura de “mentalidad ampliada” como la denomina Kant  y, que es originada por  la capacidad  de “ponerse en lugar de otro”. En este proceso se construye el espacio común de la polis. Arendt encuentra que en las consideraciones inspiradas en el juicio estético Kant  abre la perspectiva de lo político como lo común creado por lo intersubjetivo.

Es habitual en el pensamiento crítico hacia Kant reprocharle la falta de materialidad, la ausencia de contenido  material  de la moralidad que propone, sacrificado  a lo formal. En efecto, la moral de Kant no dicta preceptos sino que se remite a la condición de su  potencial generalización  y racionalidad. Pero esto que se considera un reproche de inanidad de la filosofía moral kantiana y de su deriva procedimental es en realidad un beneficio. La ética, no es un  conjunto e inventario material de normas y preceptos legales rigurosos sino una rigurosa forma de fundamentar  toda legalidad refiriéndola a la razón que hay en todos los otros.  Un universalismo racional  intersubjetivo es su legitimidad. Somos nuestros propios colegisladores de  todo mundo normativo. Estamos muy cerca de la “voluntad general” legisladora de Rousseau. La voluntad común racional, esa seria la incondicional exigencia del desarrollo político de una moral kantiana entre los comunistas.

 En su extremo desarrollo equivaldría a decir que en materia normativa de razón practica, el pueblo- la universalidad de los sujetos, la voluntad general- posee la clave de toda la generación de normas. No existiría una ortodoxia ligada a un absoluto alcanzable por los privilegiados que poseyesen la autoridad del conocimiento sino la ortodoxia está en el mismo procedimiento y su  garantía es que se haya producido esa universalidad con la participación de todos en iguales condiciones de reflexión racional. Los comunistas, con  la  propuesta de  sujeción a una común voluntad  en una república de  iguales  - como definía al comunismo Babeuf-   sin sometimientos a dominios de la riqueza o del saber somos  los primeros en apreciar este desarrollo. Aún así, la exigencia de Kant no está vacía de fines morales, pues todo queda subordinado a la condición del valor del hombre como fin en si y al uso de la razón. La república comunista es de iguales porque igual es el discernimiento moral racional de todos y plantear lo contrario es rebajar la dignidad de cada uno.

 Pero esto trae además  otra consecuencia que debe de ser valorable y estimable por los comunistas. La  moral kantiana no pone límites elitistas al discernimiento moral. Al estar  la propia identidad como ser humano  constituida por la moralidad reservar ese discernimiento a “los mejores” sería negar humanidad a todos los otros.  El discernimiento moral necesario en todos es obligadamente predicable  de todos. Esto trae enormes consecuencias en sus desarrollos políticos. La administración del sistema político no puede ser  prerrogativa de expertos especialmente cualificados. La opinión del ciudadano ordinario – común- satisface los cánones de racionalidad.
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 (1) Tener una “teoría moral” no es  necesariamente referirse a ninguna trascendencia de “valores” – opinión hoy  tan enésima vez   emergente   y tan en boga- sino a la propia razón, capacidad  simbólica y de lenguaje , inmanentes ,   como facultades del ser humano.
 Revista El Viejo topo de octbre 2019

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