Por Miguel Angel Domenech (*).
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Una de las más bellas imágenes de campaña de un Partido Comunista, fue la ilustración del XV Congreso del PC de Chile de 1989. Se hizo con un lema, que figuraba bajo la imagen de una niña pequeña sonriente: “Mi papa es comunista”. La belleza moral de esa imagen consistía en la insistencia, más allá de toda reivindicación material, de la conciencia de la dignidad. Una dignidad reivindicada de manera espontánea y elemental por una niña pequeña. Repetía esa campaña y aquella imagen, la perspectiva kantiana del vivir como “digno de ser feliz” ante todo e incluso por encima de “ser feliz”. La pequeña de la campaña, acertadamente, venía a expresar que la esencia de lo comunista no consiste tanto en la reivindicación de un mundo que satisfaga las necesidades y el derecho a los recursos de existencia, sino a la existencia llevada a cabo con el orgullo de la dignidad. Un papá comunista era visto- con alegría- como alguien que demanda y compromete su vida en hacer común lo bueno y lo justo. Expresaba que ser comunista era ser alguien que tiene un “munus” de que se haga realidad una igualdad dirigida a la construcción de una vida justa. Los comunistas debemos insistir en reivindicar nuestra propuesta de prioridad por superioridad moral en orden a la creación de sujetos autónomos no sometidos a voluntad y explotación de otros. La demanda de igualdad está lejos de querer decir ventaja alguna personal, ni prerrogativa, ni derechos. En una época en que los derechos individuales son la única formulación que parece posible y el único lema- defensivo- frente a las agresiones del capitalismo, un comunista reclama, destacadamente, deberes, munus. Pero lo hace en un necesario marco social de igualdad, de universalidad. No estamos lejos de lo que puede llamarse el “aire de familia” de la perspectiva kantiana de subrayar el deber como base moral y de la necesaria universalidad de toda exigencia normativa para que sea legítima: “obra de manera que la máxima de tu conducta pueda ser ley universal”.
Por Miguel Angel Domenech
Delgado
E.P. Thompson, a la biografía del revolucionario inglés William Morris que había publicado
en 1955 le añadió un epílogo en
1976 cuando ya había roto – como él mismo dice -con
el marxismo ortodoxo. Lo que plantea Thompson en ese epílogo
posterior es una crítica de la tradición marxista de pretensiones
científicas y positivistas que trata
a los “otros” movimientos comunistas y socialistas
con desdén teórico y con desprecio practico. Lamenta que el comunismo marxista ha entendido al
comunismo y al movimiento popular de inspiración no marxista como contaminado
por idealismo y romanticismo propio de estadios precapitalistas como si fueran
productos de un moralismo utópico. La misma crítica y de manera más demoledora
la reiterará en su Miseria de la teoría dos
años después en 1978.
Esa actitud de la ortodoxia
marxista ha contrastado siempre con la
experiencia que todos hemos tenido en las luchas en que andábamos metidos cotidianamente, de la
complejidad y riqueza que alimentan siempre las voces populares. El rechazo de
toda esa riqueza poniéndola en el saco de lo idealista o superado, es propio de
una cierta filosofía de la historia que propone que la historia es normativa y
que hay movimientos y gentes que son culpables por no saber asumir el estado de
inmadurez que la Historia les ha asignado. Deducen un “sentido
de la Historia” sin ver las historias
mismas y se pasman ante el “espíritu del pueblo” olvidando que hay muchos pueblos en el pueblo .Señala
Thompson que se ha dado tradicionalmente en el marxismo un cierto desprecio
como si fueran “inhibiciones morales”
de esas tradiciones no marxistas que han insistido precisamente en los
contenidos morales de la fundamentación de rebelión y revolución. Señala que
esto ha llevado al comunismo a un estado peor que la confusión. El comunismo
marxista ha fracasado en ser incapaz de confluir con otras perspectivas concretamente,
las de orígenes morales, o de otros análisis. Como si todos ellos fuesen etapas
infantiles, desorganizadas o rebeliones
previas. Esta tozudez del comunismo dogmático
marxista, la estrechez
positivista y la altanería de creerse fundamentados en un orden teórico superior y más profundo ha contaminado con sus ambigüedades la tradición
revolucionaria y ha llevado a
desencantarse del comunismo a muchos movimientos populares
genuinamente comunistas .
El marxismo, dentro de los
movimientos comunistas, ha pretendido un
privilegiado estatuto teórico-práctico de manera que movimientos y elaboración de
pensamiento sociales de enorme calado
han sido objeto de sistemática desconsideración de una teoría que se postulaba superior. Tales movimientos
estaban tocados por las limitaciones inherentes a los “idealismos”
formando parte de una aspiración piadosa de deseos moralizantes propios de la
burguesía o del primitivismo precapitalista.
Sin embargo, es comprobable que todos los elementos que como vivencias y
experiencia han alimentado siempre los comunismos populares han constituido una verdadera teoría moral. (1) .Esta
perspectiva fue tradicionalmente considerada marginal por la dogmática
marxista. La cumbre de este desapego se dió en Althuser para quien, ignorando lo que
siempre había sido una constante de los comunismos, cualquier teoría
moral era un mero “vestigio ideológico” en el pensamiento de Marx.
Ocurre,
por el contrario, que precisamente ese desprestigiado residuo normativo puede
que sea el “alma” del comunismo. En
este caso seria urgente que el comunismo- con o sin la compañía de Marx-
pudiese volver a reivindicarlo como
suyo. Los comunismos podrían afirmar su
autonomía desde esa perspectiva y constatar una mayor cercanía familiar e histórica
con otra corriente autónoma del
pensamiento y la praxis política que si ha tenido en cuenta el valor moral de
una vida buena y justa en sociedad: el republicanismo. Precisamente en Kant
convergen ambos mundos: república y afirmación ética. Cabe sospechar - y eso es
una tarea renovada d e los historiadores sociales- que esa convergencia
comunismo/exigencia ética/radicalidad republicana, en diversas formas, ha sido una constante en los movimientos
populares. Que haya sido derrotada es algo sobre lo que no puede haber pronunciamiento
si nuestra medida es la magnitud de los tiempos históricos .No podemos repetir
la arrogancia que ya denunciaba Kant de que una derrota verifica la invalidez racional de las propuestas para
concluir aquella tesis engreída
contra lo que se concentra buena parte de la carga critica kantiana: que
las exigencias morales en la política constituirían “algo
posible en teoría pero no sirve en la practica”.
Insistir en la inspiración
acentuadamente ética y de perspectiva normativa de una buena parte de esos
movimientos puede identificarse fácilmente con la denominación de “perspectiva
Kant”. El ánimo ético e incondicional de
ese autor es un arma innegable y eficaz además de oportunamente necesaria hoy día.
Esa “perspectiva Kant”, celosa contribución a la
autonomía humana, contiene elementos de
reflexión muy válidos para la causa emancipadora. No se trata de poner a Kant
como ejemplo de revolucionario, lo que sería un disparate. Un movimiento
revolucionario puede sacar partido de Kant sin tomar partido y mucho
menos hacerle confesión del Partido. Una vez más hay que repetir que existen
muchos pueblos en el pueblo para que se de una sola inspiración reflexiva. Se trata de ocuparse de Kant como ejemplo de que la radicalidad moral ha
sido siempre la compañía motivadora de
la reivindicación de los sometidos. Reclamación que pone en valor la preeminencia del fin que inspira y prevalece sobre los medios: una sociedad libre y de iguales.
La insistencia en los fines y en las expectativas más elevadas es tanto mayor en las clases
populares en las circunstancias en que más se sufre un momento de
insoportabilidad de las condiciones de vida. En este sentido, el movimiento
transformador de las clases subalternas hoy
debería pasar por un verdadero “momento kantiano”. De hecho, la
apelación a la razón de los fines que justifican nuestros actos y el
funcionamiento mismo de nuestras sociedades es ya una demanda revolucionaria en
una sociedad capitalista de consumo que ha sido descrita como una redundancia
de “medios sin fin” (Agamben). También es revolucionario en la sociedad capitalista
decir con Kant que no es la utilidad el fundamento del derecho sino la
moralidad. Cuando, además, los medios
mismos se hacen escasos para mayorías crecientes por efecto de las
desigualdades, cuando la propia
supervivencia de la especie por efecto de los desequilibrios ecológicos y los limites
de los recursos de la biosfera se han alcanzado
y ya no cabe mas que su deterioro
casi irreversible, la deliberación y el juicio sobre fines es ya inevitable. Quizás
, la especie humana llegue a
plantearse – la necesidad haría virtud- que
,dado el poco recorrido que pareciera
que vayamos a tener como especie humana , vivámoslo al menos con
intensa dignidad de vida puesto que no está garantizada ni su cantidad ni su pervivencia en el tiempo.
Un comunista es, como su
etimología indica, co-munus, un hombre que comparte con otros un “munus”, una entrega, un don, un deber, carga,
obligación. Ese munus es acordado y compartido en común. Es decir un comunista es alguien consciente de la preeminencia del deber
compartido en común para la construcción de una comunidad de seres dignos. La
comunidad política para el comunista no es un pacto útil que funcionase como garante de los pactos mutuos y derechos individuales pero incapaz de hacer bueno y justos a los
ciudadanos. La preeminencia del deber común en la configuración de las relaciones humanas dignas de ese
nombre, es decir, libres y sin dominaciones, es lo que ha dado su definición literal al comunismo.
Los movimientos populares tienen un juicio muy certero cuando en sus reivindicaciones, al contrario
de sus avariciosos dominantes, ponen en
primera línea la exigencia de justicia y decencia. Los movimientos populares así
inspirados repiten la necesidad del decoro, el “decorum” republicano que prevalece sobre las consideraciones –hoy
capitalistas- de provecho, enriquecimiento
y lucro. Ese “decorum” es la decencia
en la relación entre iguales , la
preocupación por la doxa- la
consideración común-y el valor de lo que es de todos y no lucro del más
ambicioso avispado que sea hábil en entrar a saco en el acervo de lo común ,
construido por todos ,haciéndoselo suyo.
Una de las más bellas imágenes de campaña de un Partido Comunista, fue la ilustración del XV Congreso del PC de Chile de 1989. Se hizo con un lema, que figuraba bajo la imagen de una niña pequeña sonriente: “Mi papa es comunista”. La belleza moral de esa imagen consistía en la insistencia, más allá de toda reivindicación material, de la conciencia de la dignidad. Una dignidad reivindicada de manera espontánea y elemental por una niña pequeña. Repetía esa campaña y aquella imagen, la perspectiva kantiana del vivir como “digno de ser feliz” ante todo e incluso por encima de “ser feliz”. La pequeña de la campaña, acertadamente, venía a expresar que la esencia de lo comunista no consiste tanto en la reivindicación de un mundo que satisfaga las necesidades y el derecho a los recursos de existencia, sino a la existencia llevada a cabo con el orgullo de la dignidad. Un papá comunista era visto- con alegría- como alguien que demanda y compromete su vida en hacer común lo bueno y lo justo. Expresaba que ser comunista era ser alguien que tiene un “munus” de que se haga realidad una igualdad dirigida a la construcción de una vida justa. Los comunistas debemos insistir en reivindicar nuestra propuesta de prioridad por superioridad moral en orden a la creación de sujetos autónomos no sometidos a voluntad y explotación de otros. La demanda de igualdad está lejos de querer decir ventaja alguna personal, ni prerrogativa, ni derechos. En una época en que los derechos individuales son la única formulación que parece posible y el único lema- defensivo- frente a las agresiones del capitalismo, un comunista reclama, destacadamente, deberes, munus. Pero lo hace en un necesario marco social de igualdad, de universalidad. No estamos lejos de lo que puede llamarse el “aire de familia” de la perspectiva kantiana de subrayar el deber como base moral y de la necesaria universalidad de toda exigencia normativa para que sea legítima: “obra de manera que la máxima de tu conducta pueda ser ley universal”.
Se reprocha con frecuencia
a Kant de perspectiva individualista
, (“la conciencia moral dentro de mi”),
pero se olvida que esa conciencia moral del imperativo categórico es válida en
tanto que es igual para todos y que debe ser susceptible de extenderse a todos,
que sea ley universal y que todos son legisladores. La igualdad acompaña a la
moralidad y no hay prerrogativa ni sabiduría ni condición que pueda anteponerse
a esta radicalidad igualitaria de lo normativo. La generalidad del imperativo categórico referida a una
formulación que fuese valida para todos apunta necesariamente a un común político
republicano que sería el corolario del imperativo categórico. Puesto que solo
son válidas las máximas de conducta que puedan constituirse en norma para
todos, la norma que todos nos damos, es la guía de nuestra conducta. Lo
producido en el común como deber, el munus comunista, es la referencia del “mundus” de la moralidad.
Esa universalidad de radicalidad democrática
comunista no impide al hombre su singularidad en tanto que – como a
continuación añade Kant al imperativo categórico- el hombre es siempre un “fin en si mismo”. La dignidad de la que
estaba orgullosa la hija chilena del padre comunista es el sentimiento de la
capacidad de un hombre de darse a si
mismo y a los otros leyes buenas y
justas, de ser capaz de acordarse con todos en la construcción de un mundo
moral compartido. La irrenunciable exigencia de
que el ser humano sea un fin en si mismo
impide todo predicado de empleabilidad en él. Nunca puede ser un recurso para otros, un capital.
La exigencia de universalidad,
de generalidad intersubjetiva, es
uno de los espacios abiertos por Kant y
de cuyo valor puede tomar conciencia toda propuesta republicana y
comunista.” Obra de manera que tu máxima de conducta pueda convertirse en legislación universal” se dirige a una
necesidad intersubjetiva de definición de lo que sea justo y bueno. Cada ser
humano es, por lo tanto, un legislador y conjuntamente con otros, construimos
el mundo normativo común, la república de lo que debe ser
Los comunistas pueden tomar
de Kant la insobornable exigencia del deber en la forma y con los desarrollos
que Kant propone y reivindicarse de la misma
vía antropológica. La prioridad de lo que debe ser, de la consideración de la contingencia de lo que es, al poder ser de otra
manera es el interrogante que nos hace seres humanos y, por añadidura seres
morales, seres libres que transforman lo dado, seres dignos. Esta
antropología kantiana coincide con la
comunista en el concepto de prioridad del “munus”,
deber moral y esperanza revolucionaria
de lo que debe de ser de otra manera cuando lo que es
sea indigno. Kant, concibe el actuar
humano autónomo, como liberado de la necesidad. El ser humano obra en la
realidad abriendo la posibilidad de lo que debe
ser frente a lo que es. Esa imposición del deber
ser es la que construye la razón
ética y en definitiva la que construye la libertad humana no sujeta al
absolutismo de lo que está dado y es. La personalidad humana es ante todo una
personalidad moral.
No existe únicamente la
racionalidad de lo irremisiblemente dado. No hay excusas llamadas pragmáticas que oponer a esta
exigencia de la libertad. A los pretenciosos realismos
que dictan que “ hay
que tomar a los hombres tal y como son” o que “ eso es factible en la teoría pero no en la práctica” les replica
un Kant airado: “ Aseguran que se
han de tomar a los hombres tal y como son y no como los pedantes ajenos al
mundo o los soñadores bienintencionados imaginan que deben ser. Pero este “como
son” viene a significar en realidad lo que nosotros hemos hecho de ellos merced
a una coacción injusta”. Kant vuelve el argumento contra los que reprochan la imposible radicalidad de lo moral.
Denuncia la soberbia de los que así piensan y ponen su supuesta experiencia práctica
como si fuera una superioridad de conocimiento.
Como si el comportamiento humano fuese únicamente
recepción pasiva de experiencia y no ejercicio de la aplicación de un juicio sobre las cosas que la experiencia sensible nos proporciona. Esa intermediación
de lo humano en todo lo que el humano puede conocer y que consiste en la teoría del conocimiento kantiana está
presente igualmente en las consideraciones de la razón moral.
Cuando se habla de la “revolución copernicana” del kantismo o
de Kant como “el gran demoledor”, alguien
que tenga en mente los compromisos sociales como un comunista no puede menos de
reconocerse en esa critica de la altanería de lo existente. No es por nada que en el vocabulario de Kant, el término “Critica”
equivale a “Reflexión sobre…”, lo que,
curiosamente, no volvemos a encontrar más
que en Marx en su
“Critica de la economía política”.
La reflexión sobre la realidad, es crítica de la realidad misma. Esta no nos es
dada en la mera experiencia ni la comprenderíamos sin la mediación del
entendimiento y del pensamiento en la
razón teórica, y la mediación del juicio
en la razón práctica.
Por este camino de la
importancia del concepto de juicio en Kant introduce Arendt sus consideraciones sobre la
teoría política de Kant al señalar que el núcleo de su pensamiento político
estaría en el tratamiento que del juicio hace Kant en su tercera crítica. El
juicio, la reflexión que precede a la opción
sobre lo bueno y los justo, que es la raíz de lo político , se construye con la mirada puesta en lo común, el “sentido común”. Ese juicio, se alcanza a partir de una postura de “mentalidad ampliada” como la denomina
Kant y, que es originada por la capacidad
de “ponerse en lugar de otro”.
En este proceso se construye el espacio común de la polis. Arendt encuentra que
en las consideraciones inspiradas en el juicio estético Kant abre la perspectiva de lo político como lo común
creado por lo intersubjetivo.
Es habitual
en el pensamiento crítico hacia Kant reprocharle la falta de materialidad, la
ausencia de contenido material de la moralidad que propone, sacrificado a lo formal. En efecto, la moral de Kant no
dicta preceptos sino que se remite a la condición de su potencial generalización y racionalidad. Pero esto que se considera un
reproche de inanidad de la filosofía moral kantiana y de su deriva
procedimental es en realidad un beneficio. La ética, no es un conjunto e inventario material de normas y
preceptos legales rigurosos sino una rigurosa forma de fundamentar toda legalidad refiriéndola a la razón que hay
en todos los otros. Un universalismo
racional intersubjetivo es su
legitimidad. Somos nuestros propios colegisladores de todo mundo normativo. Estamos muy cerca de la
“voluntad general” legisladora de
Rousseau. La voluntad común racional, esa seria la incondicional exigencia del
desarrollo político de una moral kantiana entre los comunistas.
En su extremo desarrollo equivaldría a decir
que en materia normativa de razón practica, el pueblo- la universalidad de los
sujetos, la voluntad general- posee la clave de toda la generación de normas.
No existiría una ortodoxia ligada a un absoluto alcanzable por los
privilegiados que poseyesen la autoridad del conocimiento sino la ortodoxia
está en el mismo procedimiento y su
garantía es que se haya producido esa universalidad con la participación
de todos en iguales condiciones de reflexión racional. Los
comunistas, con la propuesta de
sujeción a una común voluntad en
una república de iguales - como definía al comunismo Babeuf- sin sometimientos a dominios de la riqueza o
del saber somos los primeros en apreciar
este desarrollo. Aún así, la exigencia de Kant no está vacía de fines morales,
pues todo queda subordinado a la condición del valor del hombre como fin en si
y al uso de la razón. La república comunista es de iguales porque igual es el
discernimiento moral racional de todos y plantear lo contrario es rebajar la
dignidad de cada uno.
Pero esto trae además otra consecuencia que debe de ser valorable y
estimable por los comunistas. La moral
kantiana no pone límites elitistas al discernimiento moral. Al estar la propia identidad como ser humano constituida por la moralidad reservar ese
discernimiento a “los mejores” sería
negar humanidad a todos los otros. El
discernimiento moral necesario en todos es obligadamente predicable de todos. Esto trae enormes consecuencias en
sus desarrollos políticos. La administración del sistema político no puede
ser prerrogativa de expertos
especialmente cualificados. La opinión del ciudadano ordinario – común-
satisface los cánones de racionalidad.
______________________
(1) Tener una “teoría moral” no es necesariamente referirse a ninguna
trascendencia de “valores” – opinión hoy
tan enésima vez emergente y tan en boga- sino a la propia razón, capacidad simbólica y de lenguaje , inmanentes , como
facultades del ser humano.
Revista El Viejo topo de octbre 2019
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