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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

10/3/23

MANIFIESTO DESORDENADO PARA UNA IZQUIERDA ERRANTE

 

 


 

Por Miguel Ángel Doménech 




Contrariamente a lo que se hace, no deberían ser tratados  con desprecio ,  como  postmodernos,  los que afirman que la verdad no  puede ser algo que se posee,  que no es  una posesión  sino una tensión, un vértigo o una pasión. No son  todos superfluos partidarios  de la postmoderidad  los que  sospechan que es vicio  de   una  convicción altiva   construir  sistemas filosóficos  que dicen  cual es  la verdadera  vida . Al contrario, la  inseguridad modesta de los que dudan  se sitúa en la tradición más genuina del pensamiento crítico, insatisfecho.  Es la tradición  de una sabiduría que encontramos  en un  Sócrates experimentando que el saber más alto sobre las cosas bellas y justas  es  reconocer  que  nada sabemos y que vagamos, errantes,  buscando.

Esta actitud es, en definitiva,  la de  llevar una vida guiada por el pensamiento y es la genuina herencia        que la Ilustración nos ha dejado :  la del reconocimiento  que toda reflexividad suscita una crisis perpetua de puesta en tela de juicio  de lo establecido.  La democracia radical, republicana, es,  en efecto, la permanente escucha del dictado libre- ¡y quizás  cambiante!-  de la voluntad popular vaya por donde vaya.

Es también la sabia  tradición del machadiano   “se hace camino al andar” y que debería situar la reflexión de la izquierda en una práctica de recorrido de caminos como el  acto  de un errar, deambular, vagar, vagabundear, callejear, desviarse, desorientarse, perderse. Errar es pensar sin estar establecidos ni asentados, con el riesgo de  equivocarse, engañarse, desacertar, fallar, marrar, confundirse, desbarrar. Es una forma de viaje inhabitual cuyo único equipaje sería una atentísima escucha a las voces del pueblo. En palabras geniales  de Guy Debord:”La  fórmula para dar un vuelco al mundo no la encontramos en los libros sino errando”. (1)

No se trata de una errar  ebrio y vacío sino una invitación a un camino que si bien es “sin barandillas” se comienza desde la baranda inicial de un humanismo, un valor inmanente al que no se renuncia en esa errancia. Precisamente es esto lo  que motiva ese errar. La  construcción de lo bueno y justo  es la pasión, el vértigo, la tensión que constituye la inspiración del buscador errante por los caminos de la izquierda. Es por la izquierda por donde queremos  errar y no por cualquier otro sitio. Por la derecha no hay camino que permita errar solo el que lleva al palacio del rey y  los desiguales.

Detrás de la inestabilidad fundamental del pensamiento critico que obliga a una conciencia errante, está la posición existencial de que lo importante  " No es la posada, Sancho, sino el camino" que nos señalaba el Quijote. Cavafis también advertía  al viajero de que el  mismo viaje a Ítaca es ya  la anhelada  Ítaca misma. 

  

1ª Errancia: ¿Qué es la izquierda?.

La izquierda no debería ser una reclamación inacabable de derechos, una fuga hacia delante para la creación de un inventario más extenso de derechos y servicios a proporcionar por la autoridad  política. Todo lo más eso sería un centro comercial   cuantitativamente más amplio, más abastecido o de mayor calidad en derechos, bienes y servicios,  que el que la concurrencia de derecha ofrece. Quizás la izquierda debería afirmarse más bien proponiendo  otro  orden de vida.

La comunidad republicana,  que es la genuina comunidad  de izquierda, no es un sistema de distribución y reparto, ni contractual  de contraprestaciones mutuas, basada en el cálculo y compensación de egoísmos y necesidades. La ciudad republicana no procede de contrato sino de humanidad.  Es una solidaridad interna, una vivencia que nos hace moralmente mejores y auténticamente seres humanos. Es una desviación de efectos perversos el desplazamiento de la virtud publica, el autogobierno y la participación por la reclamación de derechos subjetivos individuales. Esta  desviación ha dado lugar a la subversión de lo ético (la relación intersubjetiva)  por lo individual (moi et mon droit). Esta perspectiva viciada no es de izquierdas. Socava lo publico, hunde  la república. Porque lo que da sustancia a lo público es la ética ( la organización  normativa y libre  de la relación intersubjetiva)

Entiendo como izquierda al movimiento político, social y cultural  que  propone la construcción de una  sociedad fundada en la igualdad. Una práctica y propuesta  que rechaza toda dominación y explotación concibiendo  la libertad  como la edificación  por todos de un espacio común normativo  de cooperación y mutualidad que hacemos  obedeciendo  las normas que nosotros nos damos a nosotros mismos. Ese espacio común no solo debe de ser de iguales  sino que solamente dentro de él podemos los seres humanos  devenir justos y buenos.  Pero no basta sostener qes la izquierda sin decir además  quien es  la izquierda.  La izquierda al hablar de “todos” no puede dejar de olvidar la realidad material de  que ese “todos” no se entiende   en  un  panorama de  deseos piadosos ,  sino que los todos  son, en  cualquier situación de dominación , los muchos y pobres , el pueblo bajo.



  errancia: ¿Soberanía? …ni en pintura

Es  cosa asombrosa  que el concepto político de “soberanía”, sea tan reivindicado por las izquierdas. Porque ese concepto es uno d e los favoritos al mismo tiempo de la derecha (Carl Schmitt lo tiene consagrado e incluso   Vox y similares lo utilizan como sagrado  para justificar sus oposiciones anti-emigración y afirmar  el centralismo nacional amenazado).

La noción de soberanía ha sido algo acuñado como concepto históricamente por el absolutismo y fue  una invención de intención anti-republicana, acompañando la construcción de la monarquía moderna y de reacción frente a los republicanismos. Lo propio de la república es la voluntad popular no la soberanía popular. La soberanía, supone, en efecto, una prevalencia de una institución por encima y separada del común,  una majestad, algo relevante, propia del trono y de sede,  una jerarquía donde hay superior e inferior, mando y obediencia. La república es de otra lógica, es la de  “todos mandan y obedecen a la vez” y en la que no hay cuerpo separado institucionalmente. La voluntad popular es un movimiento   y si algo instituye es una asamblea  y no es un cuerpo en lo alto de un orden jerárquico. En su radicalidad la república no soporta  al Estado, es la res publica en acto, la democracia constante, como movimiento, no como institución ni como soberano alguno. La soberanía genera su propia legitimidad por ser  una diferencia, un lugar elevado, una facultad digna de reverencia. El poder y la voluntad del pueblo es la irreverencia y el descaro de la igualdad, la parreshia,  la isonomía. La democracia republicana es un  escándalo  perpetuo para las elites y las oligarquías que no conciben que la “canaille” tenga  verbo. Para la oligarquía de orden y razon monárquicas el pueblo no   puede tener cuerpo si no la vertebra "otra cosa" superior a él mismo.   Para la razon oligárquica debe de existir siempre algo que  debe de ser soberano  que dé  forma a la asamblea insuficiente e impida  que manden los que “nada saben”. 

Cuando la izquierda  adopta el término de soberanía  adopta el logos de jerarquía, de verticalidad y de discriminación propio  de la monarquía y la aristocracia. El pueblo no puede ser soberano porque es decir términos contradictorios. Seria como decir que el viento del Norte viene del Sur. Los libertarios son una excepción en su  rechazo del concepto de soberanía,  hablando mas acertadamente de  “mutualidad”, “federación”, “asamblea”. Los griegos antiguos lo hacen  igualmente: su régimen político  no es  la “constitución de Atenas” sino la “constitución de los atenienses  como subrayan pensadores como Castoriadis. Esto no  impedía una organización compleja y técnicamente minuciosa de la vida política, pero inconcebible que se llamase ni se conceptualizase  como   “soberana”, como era lo propio de los persas.

Skinner también habla del nacimiento del Estado moderno  y su legitimación con el concepto  de  soberanía  como un fenómeno político  reactivo al republicanismo y nacido en la misma cuna que el absolutismo. El soberano y su facultad de soberanía cerraban  todo el sistema. Posteriormente, la política no ha sabido desprenderse de ese concepto de soberanía, tan antirrepublicano. En efecto, el concepto fue acuñado teóricamente por Bodino, el gran fundamentador del absolutismo. Skinner, señala que  Hobbes, el otro gran antirepublicano es también con Bodino  el fundamentador de la necesidad de un Estado como  cuerpo institucional y hasta  físicamente diferente del común de sus simples partes que no serian sino  elementos  funcionales sin personalidad. La política necesita siempre de un Soberano,   tal como lo ilustraba la famosa portada de su Leviathan. El cuerpo debe de tener corona,  si no,  es informe y fútil.

Con estos antecedentes ¿aún podemos usar como si fuera ingenuo el concepto de soberanía? La soberanía es un gravamen que la izquierda se ha impuesto a si misma como una servidumbre voluntaria, una maldición. ¿Soberanía?…. ¡ni en pintura! ¿Soberanía?... ¡ni  popular!

 

3ª errancia: La República no es el Estado

No es de extrañar que la política devenga una actividad detestable. Al estar reducida a la actividad del Estado, no es sino una especialización técnica  que requiere unos saberes que no son los propios de los  que se usan en nuestras vidas cotidianas. Esto es lo que sucede cuando se reduce la política a actividad de los poderes del Estado y sus  mecanismos. Reducir la democracia a Estado  es  destruir la democracia. Pero  además, reducir la democracia a Estado es destruir la política, el compromiso ciudadano de construir nuestro propio mundo y gobernarnos a nosotros mismos, de tener el dominio de nuestras propias vidas en la vida cotidiana.


Algo que podía dar mucho de si para renovación de una izquierda  es el contribuir a desanclarla en distinciones  irreductibles que han contribuido a un falso dilema de  identificación vulgar entre  derecha-liberal-sociedad civil  versus izquierda-Estado. El  propio pensamiento de la izquierda ha contribuido a esa identificación al señalar como indispensable el Estado para toda emancipación y como única vía de  paso obligado para la libertad política. La cuestión no se plantea   destacando  la oposición entre  sociedad civil y Estado, sino que  designa un contraste entre una sociedad civil politizada que se llame comunidad política  (república) y una totalidad separada y  cerrada sobre ella misma, el Estado. El lugar inevitable  de conflicto no está entre lo social y lo político (la sociedad civil y el Estado) sino entre lo político y lo estatal.  La vía  en la que insiste un Miguel Abensour de sociedad politizada o comunidad política sería la que encarna la idea genuina de república para el republicanismo. La simple sociedad civil  tan reivindicada por los liberales, sin política,  es el reino de las fuerzas de los poderosos dejadas a si mismas. Sigue siendo un reino. En esa coartada, los liberales donde dicen sociedad civil están entendiendo mercado cuando no Sociedad Anónima y últimamente, ya Sociedad Financiera.   No conciben, o no quieren concebir, que haya otra alternativa que esa sociedad civil  funcionando como un mercado.  No es el Estado- cuerpo jerárquico separado-  la única  alternativa  que la  izquierda debe proponer. Es la de una sociedad política, en la que  los iguales se organizan a si mismos en la infinidad de instituciones políticas   de razón  y organización horizontal. Toda asociación colectiva es una asociación política  desde el momento que se ocupa de ámbitos donde algo de nuestras vidas  relacionadas está en juego. La república debe de estar en todo caso, en toda cosa, en  toda casa, mientras que  el sitio del Estado es en la oligarquía y para su servicio. 

La política al quedar  reducida  a actividad  de Estado, tiene la ventaja antidemocrática  añadida de blindarse suplementariamente puesto que  el ciudadano que lo  discuta, que ponga en tela de juicio las decisiones del Estado desde cualquier otra institución que no sea la del seno del Estado está forzosamente  dando “golpes  de Estado”. El ancestral y virtuoso “vivere civile” republicano, la virtud ciudadana por lo común,  queda fuera de la ley y de toda legitimidad. Desde la lógica de que la actividad política solo está dentro del Estado los enemigos del Estado no pueden  ser más que traidores golpistas u  otros Estados.

Dos instrumentos  se añaden  a ese edificio vertical  separado: la policía y la Constitución. Las Constituciones sirven para evitar la puesta en tela de juicio de lo constituido. De  la misma manera que se ha reducido política a actividad del Estado se reduce democracia a ley. Todo ello cimentado por un segundo blindaje: la policía.  Si nuestros Estados occidentales son tan  democráticos y sede donde culmina el non plus ultra del progreso democrático, ¿porqué necesitan de tanta desmesura de  fuerza para sostenerse? En la manifestación de su desorbitada fuerza están confesando su propia debilidad  en materia  de la racionalidad  persuasiva y legitimidad de la que se jactan. El llamado “monopolio de la violencia” weberiano que caracterizaría  el Estado moderno, es mas bien “monopolio brutal  y  amenazante de la violencia”.

En definitiva podría  señalarse a manera de resumen, que la diferencia entre Estado y República es que el Estado es de uno o de unos,  es decir, de alguien,   mientras que   República es la comunidad política de todos

 

4ª errancia: La democracia no puede se representativa.

En su ya clásico Los principios del  gobierno representativo, B.Manin muestra que la democracia representativa se instituyó  históricamente con el propósito  de impedir la forma democrática de gobierno. La democracia, era considerada algo malo, y la política debía de confiarse, apartada de la voluntad de las masas necesariamente ignorantes y sometidas a pasiones  e intereses. Debía ser cosa de profesionales, de los representantes, selectos en tanto que electos, que actúan con un conocimiento y voluntad propios diferentes de la inmediatez irracional del pueblo. Se confirmaba así institucionalmente la  clarividencia aristocrática de E. Burke, en su Carta a los electores de Bristol : la  política  debe  confiarse a los representantes electos que a pesar de ser electos  no actuaban  por mandato alguno  sino  que  actuaban bajo su propia responsabilidad y juicio superior  porque veían lo que era conveniente para el reino y entendían el bien común y lo bueno  para el pueblo  mejor que el propio pueblo , que , ignorante y menor de  edad perpetuo ,desconoce. Es esta la razón genuina del funcionamiento  del sistema representativo a pesar de que actualmente, por avatares históricos muy cercanos a la coartada puramente nominativa y publicitaria,  se le ha venido a llamar democracia. De esta  manera queda  expulsado del mundo político el gobierno del pueblo.

Podemos errar largamente por los caminos apasionantes de las alternativas a esta empobrecida democracia representativa : el mandato como forma de ejercicio del cargo publico, el sorteo como forma de provisión, la revocación, la rotación frecuente y el mandato  breve e irrepetible, la rendición de cuentas política estricta, la incompatibilidad severa de  concurrencia de intereses privados y públicos o de cargo publico y riqueza,  la forma colectiva de ejercicio de las decisiones y  funciones publicas, la iniciativa popular,  el referéndum frecuente , las formas plebiscitarias, asamblearias y deliberativas de  toma de decisiones políticas, las posibilidades de democracia directa,……Toda una errancia reflexiva  que nos volvería a traer el hábito  del vivir civil, de la virtud pública . Toda una perspectiva de consideración del compromiso político como formando parte  del desarrollo moral humano y la reconsideración sin descalificaciones del igual  discernimiento moral  y dignidad de todos, sin exclusiones incluyendo  el  siempre  sojuzgado y juzgado  “pueblo bajo” 

 

5ª.- Errancia: ¡Viva el cantón  republicano de Cartagena!

Erremos por una  excepción a lo constituyente y constituido. En el verano de 1873, se alzó   como pueblo republicano el Cantón Murciano en Cartagena,(izando, quizás por primera vez en nuestro país  una bandera roja ) en el contexto  de impaciencia popular de una república para todos, es decir una república federal. Los republicanos intransigentes decidieron errar  en acto por los antecedentes de la Comuna de Paris, otro de los momentos  históricos de la excepción democrática. En su errancia de autogobierno  decretaron  el derecho al trabajo,  la jornada de ocho horas, el divorcio, la organización federal de municipios, la abolición de la pena de muerte y la supresión de los impuestos indirectos. El propósito del  “buscador de perlas” en la historia, que proponía  Walter Benjamin a contrapelo de la historia de progreso  escrita por los vencedores, debería recuperar el camino desbrozado por el que trataron de  errar hacia la libertad  los maltratados  cantonalistas, independentistas a la fuerza  y republicanos de Cartagena de aquel 1873. Otros similares esperan su turno.

Cuando nos vienen  a la memoria  acontecimientos como estos  u otros en  que una comunidad y una voluntad popular  quiere erigirse en república o Comuna  como la de Paris en 1871 sin que ello signifique  enemistad hacia otras sino únicamente autogobierno republicano e incluso estimulo e invitación a las demás a hacer lo mismo en orden a su  libertad constatamos de inmediato el hecho de su más salvaje represión por los Estados. La mayoría  de los Estados existentes no se han construido por consentimiento  alguno entre las culturas o naciones  prexistentes en él sino por la voluntad y fuerza - frecuentemente muy violenta- de una sola de ellas: la más belicosa.  En ese sentido, los Estados actuales son  siempre estados de dominación derivados de situaciones de injusticia  de los que no cabe esperar ningún generoso resultado visto los antecedentes históricos que la generaron. Este nacionalismo estatal  de dominación  de un Estado se ajusta  mejor por vocación   al  imperialismo. Que no cabe esperar  ninguna generosidad de un Estado hegemónico, ejerciendo  el imperialismo respecto al destino de las demás naciones  ni de república alguna que la integre  lo vemos anticipado  en el imperialismo de un Estado paradigmático: USA. Pensemos por un momento en la pesadilla abismal  que supondría la  hegemonía definitiva del imperialismo americano.  Otras pesadillas de globalización e internacionalización como la de los poderes financieros y de monstruosas corporaciones  son el mejor ejemplo  para  considerar con pánico  el argumento  banal pero extendido de que son hoy tiempos  progresistas  de internacionalización y no de fronteras,   y que  es un atraso pensar en independencias   o   en el cantón de Cartagena.

Cada vez se nos hace más patente que la creación de un modo de vida no jerárquico y ecológicamente sostenible pasa por rechazar los sistemas a gran escala. Porque hay como una oposición  latente pero irreductible entre la gran escala y la libertad  republicana como autogobierno

 

6ª Errancia: El pueblo es bueno el magistrado corruptible.



Para la izquierda republicana la libertad se define, no  negativamente como  un simple libre arbitrio de la voluntad individual  sin trabas sino positivamente como vivencia  y construcción  del  autogobierno de todos, de un  mundo común normativo sin dominación.

En ese marco, en política, el pueblo siempre tiene razón. No porque acierte siempre, que lo hace con más frecuencia que la alternativa de los sabios o los poderosos, sino porque la razón de la política es la libertad y al ser la libertad el ejercicio del autogobierno popular,  es el autogobierno popular la razón misma  de lo político. Es un corolariopatente: si la razón de la política es la libertad, es decir la voluntad del pueblo, esa voluntad tiene siempre razon en política. Este es el sentido de la franqueza descarada de la expresión de Robespierre: “El pueblo es bueno, el magistrado corruptible”.

Errar por esta  vía abierta por Robespierre y aún pendiente de desarrollo implica como labores políticas apremiantes  la vigilancia del magistrado- cualquier cargo mandatado- , en la misma línea que advertían  los anuncios públicos de la Comuna de Paris en sus convocatorias para elección de mandatados: “Tened cuadrado que pertenezcan vivencial y realmente   al pueblo”. Queda pendiente de recorrer, en esa errancia, la reflexión sobre quienes el pueblo . En perspectiva republicana solo puede serlo el pueblo en tanto que preocupado y ocupado, no en un mero interés particular sumando a otros intereses privados, sino en la construcción del bien común, el pueblo político, el pueblo activo y participante .Sin que esto llegue a ser una exigencia de virtud  y  entrega heroica, debe ser al menos  un  pueblo con suficiente  conocimiento de causa” que reclamaba Castoriadis.

…………….

Por el momento aquí acaban las errancias, quedando abiertas muchas otras no solo a la imaginación sino a la atención de lo que va latiendo en la vida de los pueblos. También a la modificación y rectificación.  Por cierto,  todos nos podemos apercibir que errar significa no solo vagar y divagar sino equivocarse. En efecto, el que erra, puede ser también el que yerra. Históricamente fueron los llamados “marranos”, herejes  que incurrían en el yerro peor, los que erraban en la fe, los que marraban del recto camino de la religión verdadera. Esos “marranos” eran necesariamente perseguidos. Es lo que podemos esperar de la fe que nos predican diariamente.  

 

(1). El concepto de filosofía o saber errante  es uno d e los que inspira la modernidad desde la descomposición de la Edad Media. El concepto es acuñado por Nicolas de Cusa, que concibe el saber mismo y su metodología  como un acto de perseguir el conocimiento, un esfuerzo errante de búsqueda incesante como quien va a la caza de la sabiduría y de la Verdad, perpetuamente esquiva. El reconocimiento humilde de ese carácter de lo que el ser humano puede conocer y el esfuerzo incesante es la humildad  de una  docta ignorancia  socrática y empeñada. Pierre Bayle, recogerá esta propuesta  reivindicando los derechos de una conciencia  errante que se manifiesta en un pensamiento critico sin contemplaciones  añadiendo al arsenal de  instrumentos de Las Luces   la tradición más radical  de la ilustracion: la de los escépticos y  libertinos eruditos.


Publicado por la revista El Viejo topo nº 388 mayo 2020



 

 

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