La relación entre ética y política de la modernidad :
Por
Miguel Angel Domenech
Es característico de la Ilustración el no consistir en un contenido intelectual sistemático y teórico sino un conjunto de fuerzas activas que hicieron que no fuese una mera producción del pensamiento sino un uso práctico del mismo y unos comportamientos. Al no existir una filosofía de la ilustración, como un mero producto intelectual ,fue ser una filosofía en el sentido más clásico de “forma de vida”.Por esta razón, su influencia no permaneció aprisionada en círculos profesionales del pensamiento l sino que encontró su salida en movimientos y fuerzas, en conductas e instituciones. Es por ello que la relación que consiguió establecer entre la ética y la política tuvo el privilegio de su eficacia social transformadora. Por eso cuando se habla de la relación entre los términos de ética y política, tal vez sea el paradigma que estableció la Ilustración, un modelo de reconocimiento tan universal y tan perdurable.
La autonomía del sujeto es uno de los valores capitales de nuestra cultura. En este punto central convergieron todas las raíces de pensamiento y de práctica política que dieron lugar a la Ilustración. La idea de autonomía y de autogobierno del hombre como la única manera que pueda entenderse y hacer posible la libertad y la paralela ausencia de dominación tanto por la heteronomía en ética como la tiranía en política , es la aportación del republicanismo histórico radical y democrático al movimiento de la Ilustración. El republicanismo ascendió hasta él movimiento ilustrado como una savia a partir del riego y las raíces de aquellos antecedentes de la Grecia y Roma clásica y , de las ciudades-estado del renacimiento italiano. La idea republicana de autogobierno y autonomía fue básica para la elaboración de la ética ilustrada como autonomía frente a la heteronomía de cualquier dominación alienante y de las propuestas políticas que desde ella se engendrarían. En materia de propuesta moral, sobre todo en la obra de Kant y en materia de política, en la obra de Rousseau y en las propuestas de Robespierre y principalmente en la Revolución Francesa, es donde se plasma con mas nitidez el carácter democrático radical del republicanismo .Posteriormente se prolonga en los siguientes movimientos políticos que removieron el mundo, como “ecos de la marsellesa” (Hobsbawm) . Movimientos políticos cuyo horizonte era, en expresión de Marx, el Estado, “como asociación republicana de trabajadores”. Es por ello por lo que no resulta incoherente nominar de modernidad republicana a la modernidad ética y política surgida de la Ilustración. Esta perspectiva no es la habitual, dado que se tiene tendencia a calificarse de liberal el legado que el movimiento de la Ilustración nos ha dejado, cuando no descalificarlo de producto propio de la burguesía.
Este error de perspectiva es el mismo que inspira el criterio igualmente simplista de considerar la Revolución Francesa como una revolución burguesa criterio en que ha incurrido con frecuencia la argumentación mecanicista-etapista de la historia en lugar de calificarlo, más adecuadamente, como aquí se afirma, de legado republicano . Legado que posteriormente se enriquecería con otras aportaciones en el curso de las siguientes luchas plebeyas.
Para nosotros, los descendientes de la ilustración y de la modernidad, la ética es la actividad reflexiva y propuesta normativa que enlaza la acción con la razón en torno a la idea de la dignidad humana. Las normas que se deducen de esa idea son el ejercicio de la libertad , de la autonomía y autogobierno. La propia normatividad es libertad. Somos libres cuando obedecemos a las normas que nos damos a nosotros mismos. El hombre se da sus propias normas para llevar a cabo su proyecto de lo que considera vida buena. La libertad no es un medio para alcanzar esa buena vida sino un ejercicio mismo de esa dignidad, de manera que sin ella aunque fuésemos guiados por otro hacia lo bueno y lo justo que nos trascendiese, no seriamos libres ni ejercitaríamos nuestra dignidad. Esa idea de la primacía de la libertad para la dignidad la compartimos universalmente con los otros . Su posible universalidad hace su garantía de objetividad, es decir su fundamento y relación con la razón y no solo con el instinto subjetivo. Por lo tanto no solo con la libertad ponemos en juego nuestra vida sino la de todos.
La formulación, entonces, no sería la de que mi libertad no termina – no tiene más términos, más limite- que allí donde empieza la de los otros sino que mi libertad comienza donde comienza la de los demás. En caso contrario no es libertad por no estar fundada en la razón sino arbitrio subjetivo no universal ni universalizarle. Es la lógica del imperativo categórico de Kant: que la máxima de nuestra voluntad sea universalizable para que sea objetiva y fundada en razón. Si mi libertad y mi voluntad no incluyen la voluntad y libertad de todos ni es un producto de la razón ni es categórico sino vinculado a una particularidad contingente individual.
Pero esta reivindicación de normatividad libre va más allá. Nos dice además, que nuestras ideas y creencias, la definición de lo bueno y lo malo, lo justo e injusto, nuestras normas de conducta que de ello se deriva no se vinculan a objetos independientes de nuestro pensamiento y lenguaje ni son más estables ni eternos que éstas. Esto es la autonomía moral de la modernidad. Lo contrario es la heteronomía, la creencia de que los valores se imponen como objetos eternamente valiosos con independencia de lo que digan y por lo que opten libremente los humanos. Su dictado viene de otro u otros: dioses, tradiciones o incontestables naturalezas, todas ellas autoridades sobrehumanas. En esta heteronomía no republicana y heterónoma los fundamentos de las normas y valores nacen de una reflexión acerca de lo Revelado. La razón desde esa perspectiva no es sino una comprensión de un mensaje dado y una glosa de sus consecuencias. Para la autonomía comprendida en la idea de la modernidad y la ilustración, por el contrario, la vida buena hay que buscarla por lo tanto en los discursos y opiniones humanas que existen o puedan producirse. En este aspecto el hombre es la medida de las cosas. Los fundamentos de las normas y valores están en la discusión, y el uso público de la razón son las legitimaciones que nos damos mutuamente (la razón comunicada)
3.-La política republicana:
Esta idea en torno a la que se anuda la ética moderna fue desarrollada hasta llegar a ser acompañada por una reflexión paralela y similar en el ámbito de la política. Se trata de la idea política de la antigua concepción republicana de que todo grupo humano debe poder decidir, por acuerdo de sus miembros, sus instituciones y las normas que hayan de regir su vida en común. Puesto que la vida buena moral había que buscarla, según la concepción ética , en los discursos y opiniones compartidas , en la objetividad de lo universalizarle para todos, los espacios públicos deben de organizarse republicanamente para que puedan pasar ese test de universalidad que los legitima, el test de la discusión y del persuasión que debe inspirar la institución de lo político.
No podría haber universalidad de los deberes eticos si no existiese la universalidad del discernimiento moral que no puede serle negado a ningún humano ni es renunciable en favor de ningún sabio, ni técnico, ni teólogo. El poder debe de estar en el centro, según la feliz expresión de Otanes en Heródoto, a disposición de todos, en el ágora, en la plaza, donde todos concurren con la misma dignidad, libertad y capacidad moral, no descentrado en ningún trono ni monopolizado por ningún grupo de sabios mas dignos que el común. La caracteristica vásica de lo republicano es la apelación a lo común. El bien común, la cosa comun, capacidad común. El republicanismo es un comunismio.
Aquella consideración del universal discernimiento moral de todos, necesario para la calificación de la universalidad de la moral, nos remite a su equivalente en la política: la igualdad. Este es otro punto de engarce entre ambos dominios, el de la ética y la política, que remite a un terreno común de ambos campos. Esta necesaria igualdad de todos en política, que incluye la opinión del pueblo bajo, contra todas las aristocracias y tecnocracias se engarza en otro anclaje similar. Si una moral de la autonomía exige su fundamento en la inmanencia de lo que nosotros mismos acordamos para nosotros, queda privilegiada la doxa, la opinión frente al dogma y la certeza de una techné (la técnica). Nuevamente le “le menu peuple” se hace el protagonista político necesario y nuevamente coinciden en la misma exigencia la ética y la política. Desechar una pretendida incompetencia del pueblo, que fue durante siglos el argumento que fundamentaba la democracia como una “cosa mala” es una actitud que converge con la inmoralidad. Argumentar que la representación política en otros, los mejores, los competentes, los electos, es un correctivo a los inconvenientes de la democracia directa es un argumento ideológico que oculta la consideración inmoral de que no todos saben lo que es digno sino solo unos cuantos tienen ese privilegio. Es la inmoralidad de considerarse pastor de humanos/borregos y de la política como arte del pastoreo. No es posible legitimar una universalidad moral no trascedente sin aceptar que es la discusión y la opinión de todos y no solo la de algunos especialistas- por mucho que hayan sido elegidos- la que conforma las decisiones. Elegir una elite que nos gobierne no es autogobernarnos sino delegar la irrenunciable responsabilidad del ejercicio de nuestra moralidad. Como vemos, el republicanismo mas radicalmente democrático tiene la misma argumentación que la de la moralidad universal de la dignidad humana.
4. La igualdad imprescindible en la república. Lo común.
La insistencia de la política republicana en la igualdad proviene de la experiencia de que la desigualdad material engendra la dominación de unos por otros, coincidiendo el dominio del mas fuerte necesariamente con el del más afortunado sobre aquellos que solo pueden vivir sometidos al arbitrio de otros: en el trabajo ,vendiéndose, en la casa , sometiéndose, en toda cosa , obedeciendo. La política no es cosa de ángeles y las llamadas a la renovación de los corazones para las regeneraciones sociales omiten, o quieren omitir, la realidad que , entre desiguales prevalece la fuerza.
Es la razón por
la que democracia ha sido identificada en su versión más evidente como el poder
de los muchos y no de los pocos, y que esos pocos son siempre los ricos,
y los muchos, los pobres ( Aristóteles). Esta intuición básica es la
fuente de inspiración realista de los movimientos políticos emancipadores
protagonizados por el comunismo. “Omnia sunt communia” es necesario proclamarlo
de los bienes cuya propiedad privativa derivaría en el dominio de unos
por otros, derivaría en la desigualdad. Nuevamente nos encontramos con el
contrapunto político de la igualdad necesaria para la universalidad
de lo moral y la libertad como lugar de generación de la moralidad.
La
modernidad ética surgida de la ilustración se acompañaba y devenía
una compañía óptima con la experiencia de la política que se originó en
la democracia griega,- y que las corrientes del pensamiento republicano
mantenían vigentes- por eso el desarrollo político de la ilustración
alcanza su cumbre en la democracia radical que apuntaban los
acontecimientos protagonizados por los diggers de la
revolución inglesa, los founders de la democracia americana,
y adoptaron los sans culottes de la Revolcón
Francesa, y en los movimientos democráticos populares socialistas y
obreros desde 1848 , extendiéndose por los dos siglos siguientes en
breves pero intensas oportunidades (, la Comuna de Paris los
soviets de la Revolcón Rusa, , los movimientos emancipares que
concurrieron en defensa dela República española ante el alzamiento
militar,…)
La actividad política no es la propia de grupos para la finalidad de consecución de intereses, no es un medio para obtener ventajas, sino que su ejercicio es la práctica misma de la libertad . La norma que nos damos nosotros mismos, - condición de su legitimidad y conformidad a la dignidad humana—no es sino el ejercicio de la propia moralidad . Por ello, el desarrollo moral de las personas pasa forzosamente por la actividad en lo político, por la participación en la definición de lo que haya de ser norma de conducta. Esta participación es irrenunciable como i renunciable es la libertad, es decir la definición misma de lo que es nuestra vida buena. Lo absolutamente privado, tanto por situarse en una ética de libre arbitrio sin trabas públicas, como por desentenderse en el retiro a una vida ajena a lo de todos, está absolutamente privado de moralidad.
6.-Etica y política. La materia de lo intersubjetivo. El conflicto en república
Asi
pues, para las concepciones que surgen en la modernidad, con la
ilustración y que son a la vez sedimento de la tradición republicana y
democrática de la antigüedad clásica, no les es necesario
contemplar la política como subordinada a la ética, sino que
evidencian una relación entre ambos dominios por
su vinculación a un territorio común, una misma ontología del ser
humano. En algunos casos las exigencias de una reiteran las de otra y son
redundantes. Asi de ambas puede deducirse un estatuto de dignidad en la forma
de un status de derechos. Se proclama entonces la misma
propuesta por ambos campos : derechos , “ del hombre ( ética) y derechos “del
ciudadano” ( política) como lo expresa la primera declaración constitucional
explicitando su pertenencia a ambos campos que aquí encuentran igualmente su
engarce. El engarce en que ambas se articulan se cumple en la
propuesta central y común a ambos mundos que define lo
humano como libertad y razón . Lo hace según la
conocida síntesis de Aristóteles del hombre como ser vivo político dotado
de razón comunicada en la palabra.
7.- Poder. La Ley
El acervo común que subyace en política y ética para que se de una relación entre ambas no contradictoria se despliega, no obstante de diferente manera en cada una de ellas. Lo característico de la norma en lo político es su atribución de poder, su coercitividad, lo que no ocurre con la norma ética cuya obligación se despliega por otros cauces que no son los jurídicos. La norma en política se hace entonces ley. Esta ley es tan constitutiva de la ciudad que en la polis “hay que defender la ley como se defienden las murallas de la ciudad” como dice Heraclito. Porque lo político, al desarrollarse en el espacio publico, crea ese espacio público característico que son las instituciones. La obligatoriedad coactiva y apoyada en poder de la leyes y la materialidad de las instituciones, dos características específicas de la normatividad de lo político que lo diferencian de la otra normatividad ética operan para reducir la tensión que provocaría el permanente y constante esfuerzo argumentativo de legitimación de toda obligación. La ley democrática, al acordarse como legitima por estar democráticamente originada y elaborada ,exige una obediencia general indiscutible que hace posible un funcionamiento regular de las instituciones y la vida política de manera que no sea necesario estar deliberando “ todos y en todo momento” cada uno de los actos para los que el poder democrático reclama obediencia. . Funciona el derecho como creación de una segunda naturaleza, una segunda necesidad que se impondría el hombre a si mismo y cuya funcionalidad es la de ahorrar un esfuerzo de virtud publica y sin necesidad de realizar conscientemente la operación de vinculación al principio ético con el que se engarza. “ El hombre virtuoso no necesita de la ley” decía Solon , pero no todos son virtuosos todo el tiempo y también es preciso que la republica funcione incluso aunque el pueblo “ fuese un pueblo de demonios” .
La ley, ese instrumento jurídico propio y exclusivo de la política, no obstante estará siempre sometida a una tensión de contradicción. Como el dios Jano tendrá siempre dos caras. Por un lado debe de ser obedecida al ser expresión jurídica de la voluntad general, pero por otro siempre incluye la potencialidad de ser discutida y se revela indefensa ante la reclamación de que sea cambiada y sustituida por la misma razón que la ha legitimado: porque procede del acuerdo de todos y ese acuerdo es un acuerdo móvil y en conflicto que puede ser sustituido por otro que se pretenda de una nueva expresión de la voluntad general. No hay ninguna eternidad en la ley y lo mismo que la originó da razón de su destrucción. Y no podrá alegarse que el amparo de la ley es la remisión a un respeto de un procedimiento jurídico de modificación porque ese procedimiento es a su vez otra norma, igualmente legitimada e igualmente discutible por la misma razón democrática que fundamenta su legitimación. Asi sucesivamente, con lo que el proceso del poder y sustento de lo jurídico no tiene fin. Es por esta razón por lo que en términos jurídicos no puede aceptarse el derecho a la resistencia al derecho como razonaba Kant porque ese derecho se destruiría a si mismo-
Al asumirse el conflicto que se deriva del tránsito propio de la ética y la política por el reino de la libertad y no por el de la necesidad, nada hay dictado ni garantizado sino un abismo sobre el que puede construirse una humanidad digna o una inhumanidad. De ahí el otro punto de tangencia cuyo valor es reivindicado tanto por la política como por la ética: el valor clave de la educación. Se abre la posibilidad de la educación como factor decisivo de motivación y por lo tanto de humanización.” La educación modela al hombre y al modelarlo actúa contra la naturaleza” dice Demócrito. Es por ahí, desde esa base ontológica común, por donde puede reivindicarse el valor ético de la educación y su valor estratégico político. “ la democracia es ante todo una operación de educativa , dad al ciudadano solamente el voto y no educación y le habreis dado un fraude” ( Manuel Azaña).
Históricamente la relación que se expone no ha sido unánime, ni en la teoría ni en la praxis. Tampoco lo ha sido por igual la consideración de cada uno de los elementos moral y política que componen la relación. A continuación relaciono visiones, que a mi juicio, se oponen a postura de la modernidad de origen ilustrado y republicano.
A
su vez, la política es privilegiadamente lo que gira en torno
el funcionamiento más eficaz de una maquina electoral, y su ejercicio,
un adecuado funcionalismo de la eficacia de los que se proponen
“mejores” postulándose “más honrados”. Detrás de esa política no se
niegan formulaciones legitimadoras que olviden el valor de la libertad como eje
de lo humano. Se insiste fundamentalmente en aquella que expresa
que la libertad es un hacer sin trabas cuyo límite es la libertad de los
otros. Una pobre legitimación por cuanto viene a decir que cuanto
menor sea el espacio de libertad de los otros mayor será el mío propio y
consecuentemente, si los otros careciesen de libertad – “moi et mon droit”- la
mía, sería máxima. Con lo que la moralidad basada en esa libertad
bien entendida llevaría la eliminación de los demás. Más allá
de una aparente organización del egoísmo que sustenta la moral utilitaria
del capitalismo liberal, la verdad es que una política de exterminio
seria, pues, el realismo que se pregona como propio del
espacio de lo político.
La otra objeción es la del tradicionalismo .La política, debe de estar sometida y subordinada a otra cosa, no puede ser expresión de voluntades simplemente humanas autónomas. La normatividad que de esto se desprende es una ética heterónoma puesto que si la actividad política no puede deducirse de la libertad de juicio humanas, la reflexión ética tampoco, al existir una realidad superior dada, generalmente por dioses o libros sagrados, o por naturalezas creadas por aquellos seres sagrados que son a su vez expresión de una voluntad superior. Estas éticas heterónomas, adoptan una apariencia crítica y apelan a la necesidad de una regeneración etica pues se utilizan para denunciar los abusos a los que ha llegado la humanidad cuando ha pretendido alejarse de los dictados de Dios y de la autoridad establecida por la tradición y predican la necesaria conversión a una política que llaman “de valores”, es decir de los valores trascendentes que niegan la autonomía de lo humano. Sin Dios todo estaría perversamente permitido, la situación de lo que la sociedad ha devenido debe de escarmentarnos y promoverse una vuelta a El y a la ética concebida como revelación de su palabra. Con mucho gusto aceptarían que la ética tiene una labor crítica, pero circunstancialmente, en los periodos en que se niega la trascendencia no en las épocas en que las conductas humanas se guían por ella. Cuando la política y la norma están por la tradición o por unotro superior y divino, en ese momento y lugar debe de cesar la reflexión sobre la razón práctica como critica. Si los abusos que denuncian son las explotaciones e injusticias, lo expresan Papas progresistas, si los abusos a criticar son las degeneraciones de costumbres y el libertinaje, lo predican papados reaccionarios. Pero ambas críticas éticas de la política son fundamentalmente criticas con la autonomía de la libertad humana.
Existe otra rama, brotada de alguno de los dos árboles anteriores, de variable vigor, pero casi siempre presente. Es la que apela en el objetivo político de la transformación y administración de la sociedad que es necesario previamente “cambiar los corazones”, como dice su versión mas significativa. Puede ser rama de cualquiera de las concepciones anteriores de la relación ética y política porque con ambas se marida con facilidad. Asi lo hace maridandose con el individualismo de la ética liberal al llamar a una solución igualmente individual de regeneración al mismo tiempo heredera de una teoría de los sentimientos morales cuya versión burda sería la del “capitalismo compasivo” y que sostiene aquella argumentación que el liberalismo ha hecho contra la reivindicación de emancipación social: “ el socialismo no tiene el monopolio del corazón”. Del cristianismo también tiene un hilo de procedencia, concretamente de la obligación de caridad y las llamadas al arrepentimiento y la contrición personal. Esta virtud- versión sacralizada, despolitizada y sustitutiva de la virtud pública clásica y laica, es una necesaria virtud despolitizada, algo asi como si para curar la política hubiera que apartarse de la política. La antigua enseñanza de los “espejos de príncipes” que debían cuidar del bien común para ser verdaderamente llamados buenos gobernantes que ejercían su función de acuerdo con la voluntad divina, se extiendo así al común de cada uno de los súbditos que deben nuevamente hacer penitencia y aborrecer de sus pecados que son los que han ocasionado los males políticos que se sufran. La curación del egoísmo vendrá de esa conversión personal y la buena política será cosa que venga del abandono de la maldad por los humanos por la vía de aquella curación. Ambas visiones “éticas” confluyen circunstancialmente con eficacia en momentos en que se reforma políticamente las cosas torcidas por haberse vivido “por encima de las posibilidades”, debiendo volverse a las virtudes de un mérito personal, trabajador, ahorrador, austero,…. Es la ética del protestantismo como origen del capitalismo weberiano pero en versión de bolsillo para el “empresariado” creativo que se promueve con el fin de que las épocas de desigualdad y explotación intolerables se hagan moralmente tolerables para las buenas conciencias.
Se
verifica así que, de una manera u otra, no hay política ayuna de ética .
Incluso en los casos en que más se insista explícitamente en la autonomía de
cada dominio, cada uno de ellos reaparece en el otro a través de engarces que
dan fe de una naturaleza común cultural que comparten ambos territorios. No se
trata pues tanto de constatar que existiese siempre una
subordinación de la política a la ética o de que existiese siempre la
pretensión de fundar la política sobre la ética, cuanto que se da una relación
por el hecho de que ambas comparten un suelo común cultural,
un mismo “imaginario” – en términos de Castoriadis- instituido. Este
denominador común espiritual e institucional, se entiende como un
conjunto de normas, principios, creencias, expectativas, juicios, instituciones
jurídica materiales o sociales, relaciones de producción y
visiones del mundo. A este mundo pertenecen tanto la política como la ética
vigentes en un momento dado.
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