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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

18/1/22

VIRTUD CONTRA FORTUNA . APUNTES PARA UNA FILOSOFIA POLITICA REPUBLICANA.


¡ Atención!: ESTE ARTICULO ES CAFÉ BIEN CARGADO

(publicado en el Viejo topo nº 406 de noviembre 2021)


Por Miguel Angel Doménech


El azar, las contingencias a que estamos sometidos por los caprichos o las razones  naturales de la necesidad y las circunstancias que nosotros no  queremos ni controlamos  son lo que literatura humanística ha llamado Fortuna. Consiste, esencialmente en la desconsideración e indiferencia de la naturaleza y el mundo no humano hacia nuestros intereses humanos. La naturaleza va a lo suyo. Es una suerte aleatoria, somos afortunados  si nos puede favorecer    

Ni Fortuna ni Natura construyen un orden equitativo favorable a los seres humanos en condiciones de igualdad y justicia. Tampoco la divinidad lo hace. Ninguno de esos órdenes producen una legalidad, un ius, o una legitimidad que los humanos podamos llamar justa. “Nacemos sin ningún merecimiento y nada legitima nuestra muerte”. (F.Brines 2012)  La divinidad exige el sacrificio del hijo. La Natura ni siquiera pide celebrar su  ceremonia fúnebre. Sus razones no son nuestra razón. Es el ser humano el que lo reclama. Es la polis la que hace un ius, un orden, una Virtud  contra Fortuna, como lo expresaban los humanistas cívicos (H. Baron 1993 , J.G.Pocok 2002 Q.Skinner 1985 ) . Se trata de un compromiso cívico con la res publica que construye  una legalidad distinta  de  la Ley divina, (Maquiavelo)  una razón, una habitación humana     sustituta de  Natura.


Por eso la política no es la voz de lo que existe ni de lo dado y ella  no puede confiarse a los expertos en conocer lo que es, los que dicen lo que es verdad  y sabedores de las cosas.

Esos  expertos, técnicos, sabios,   nos repetirán- complacidos desde su solipsista descubrimiento-  el discurso de  la voluntad caprichosa y ratio  desigual de la Fortuna. El discurso  producido por   expertos competentes en la legalidad de la Natura no  es un discurso político, republicano. El discurso político  genuino es  la razón de la polis hecha por ciudadanos que nos traen con  la voluntad humana  otra legalidad acordada. La voluntad acordada y  libre de todos en  la polis, la res, las cosas de la res publica, son el objeto de  la política, no como ciencia sino como conciencia. No como conciencia personal sino como conciencia intersubjetiva, acordada y participada. 

El logos republicano  aparece en lo público. Es ante todo, una   voz. Es el logos compartido como discurso argumentativo,  es ratio y es  oratio. No es  el soliloquio del saber que examina  y obedece a la indiscutible   Natura  y su Verdad sino la construcción de una verdad que es  nueva, humana,  y llamamos justa. El lema teológico referido a Dios: Verum et factum convertuntur, la verdad y el hacer son equivalentes, se cumple en democracia republicana  referido al pueblo. Lo que hace el pueblo es cierto, es verdad.   El lema teológico- político Vox populi vox Dei”, vuelve a su anterior secularización democrática: No que la voz del pueblo sea la voz de Dios, sino que Dios no tiene voz, solo el pueblo la tiene. Solo el pueblo tiene logos y lenguaje, las otras voces no son logos, no son razón, ni palabra,  ni orden alguno. No pueden contar para el orden de la república. Solamente la república puede hablar de república. Porque sólo la república posee logos.

 


Es este el fundamento de la autonomía  de lo político. Esta autonomía, que es tan reivindicada por  los republicanos cívicos florentinos (Maquiavelo, Giucciardini, Gianotti), dice que la política es autónoma respecto de la  moral y la religión, pero no respecto de  la moral política. La política   no es ausencia de ética   sino que la polis republicana crea su propia moralidad,  engendra su normatividad propia : la  creada por  los humanos viviendo juntos.

 

El acuerdo así construido que llamamos polis, ciudad, (factum)    , y su legalidad que llamamos verdad (verum)  posee siempre razón. Puesto que  la razón de la polis  es la voluntad acordada de ese pueblo,  el pueblo, cuando hace,  siempre tiene razón. Debe entenderse ante todo que el genuino y legítimo hacer que pueda llamarse “del pueblo” es el conseguido  en acuerdo democrático de argumentaciones de todos, en condiciones  iguales.

 

Las  cosas de la república   no son conocidas por los ciudadanos porque existan y sean ciertas y verdaderas  antes de república  sino que existen, son ciertas y verdaderas,  porque son   conocidas, discurridas y hechas por los ciudadanos, por república.  Es la conciencia de los miembros de la ciudad la que construye lo cierto en política.  Declaramos como verdades inalienables y nos son  “evidentes” cosas fundamentales  como los derechos humanos pues nos son evidentes tras haberlas dicho como tales por todos. No son – ni  ontológicamente ni por ninguna natura heterónoma- hasta que  proclamamos que sean. Como se dijo a propósito de su Declaración en 1948: “todos estamos de acuerdo en los derechos  humanos a condición de que no nos pregunten el porqué”. Pues el porqué es la voluntad de la república, y en la república hay muchas voces.  Los que hacen las cosas- los ciudadanos – son los mismos que las cuentan por lo tanto no pueden sino ser ciertas. Demostramos la evidencia de nuestros derechos y construcciones justas de la ciudad porque las hacemos. Sería más adecuado al referirnos a los derechos humanos decir de ellos que los decimos y los oímos mas que postular que  nos son evidentes, o sea que los vemos. Son un producto de la retórica no de la naturaleza, de  Virtud no de Fortuna.

La construcción de una ética more geométrico por parte de algún filósofo no era, en este sentido, tan desacertada. No porque pudiese ser inapelable y exacta como una geometría sino porque, como la geometría, es una invención humana y,  como en  ella,  las demostraciones de sus objetos  son siempre ciertas porque  la geometría misma los hace. En este  sentido la política, la polis  es,  en efecto, una geometría, un constructo humano.  No sería una casualidad  que quien formulaba el empeño de una moralidad geométrica, Spinoza, fue  de los raros pensadores  que habló explícitamente del término  democracia como el mejor régimen político. Ni tampoco que para Spinoza, la bíblica ley de Dios de las tablas de la ley mosaicas eran leyes políticas humanas. Ley, en términos de política, no puede ser sino humana. Las leyes de la necesidad,  naturales  – toda heteronomía- deben de expulsarse de la república que es el lugar de la virtud, de lo libre. Ni que decir tiene que el iusnaturalismo no puede ser una creencia republicana.

Ahora bien, la validez no puede deducirse de su simple vigencia fáctica, sino de su vigencia  acordada y refrendada permanentemente por la voluntad de los ciudadanos, por la voluntad popular, término al que en última instancia toda la república debe referirse.

No se trata de hacer de lo hecho, lo válido. Eso no sería sino  una cínica conclusión propia de los vencedores en cada momento, de que la verdad es lo exitoso, sino que se propone una república,  es decir un espacio  común  de convergencia pública  de razones con la vista racional puesta en una trascendencia argumentativa de un común  acuerdo que llamamos verdad. La república es un constante movimiento, un hacerse permanente. La verdad- como, por cierto, la voluntad popular, -  no es una posesión sino un vértigo, una tensión nunca resuelta.


 

No puede  dejar de tenerse en cuenta que detrás de la centralidad política de la intersubjetividad y la argumentación existe el supuesto necesario   de  la consecución de un acuerdo en  una verdad  pues este supuesto es el único que justifica, sin contradicción, la pretensión de la argumentación y del lenguaje mismo construido  para el entendimiento con  otro desde  una suposición de certeza (K.O.Apel 2014). La verdad debe tenerse por alcanzable aunque no esté alcanzada,  del mismo modo que estamos obligados  a sostener  que todo es cognoscible a la razón  aunque no sea conocido.  La trascendencia de esa existencia de verdad  en forma de  acuerdo general de todos es necesaria para toda posición crítica. Un escepticismo relativista total o un mero falibilismo (Popper)  no sería más  que  inmunizar del alcance de la  crítica a lo existente con el argumento mismo de que todo es igualmente inconsistente incluida la crítica. La pretensión de verdad  realizable es un presupuesto inevitable de la argumentación y al mismo tiempo un supuesto contrafactico siempre presente. Guiar finalísticamamente los intentos de consenso y acuerdo fácticos  mediante el criterio de verdad, acuerdo  y racionalidad posible, incluye una crítica de cada consenso. Esa crítica suele ser una crítica de clases.

 

En la epistemología republicana, la verdad es un vértigo, más cercano a lo por hacer que a la seguridad de  la posesión de  lo absoluto. De igual manera, el juicio - la decisión de lo que debemos  o no debemos hacer-  en la ética republicana no es un juicio determinante que  provenga de una norma ya dada sino es un juicio deliberante deducido de razones expuestas  y experiencias narradas.  No proviene de Naturaleza sino de deliberaciones intersubjetivas, de Virtud.

 

Con los resultados de esta fundamentación epistemológica republicana  en términos de razón teórica, converge una ética republicana  en los términos de la razón práctica. En efecto, la ética republicana parte de la consideración de la libertad, no como vuelo individual del libre arbitrio, sino como construcción autónoma y soberana de las propias normas que nos damos a nosotros mismos. Devenimos libres cuando construimos nuestro propio mundo. Nuestra libertad hace nuestra propia necesidad, a diferencia de la necesidad impuesta por lo heterónomo, la Fortuna. De ahí que la libertad es una construcción común, una voluntad popular. No puede decirse, como en otras perspectivas, que  mi libertad termina cuando empieza la de los demás, sino que mi libertad republicana empieza cuando comienza la de todos, por todos formulada y participada. Somos libres cuando actuamos  obedientes a nosotros mismos, a las normas que nosotros mismos, participadamente, nos damos. La razón práctica, la moralidad, es el desarrollo de la libertad, y esa razón libre es precisamente el autogobierno de la voluntad popular. Por lo tanto,  en política, la voluntad popular tiene siempre  la razón moral. Es este el fundamento de la autonomía  de lo político. Esta autonomía, que es tan reivindicada por  los republicanos cívicos florentinos (Maquiavelo 1987 , Giucciardini 2017 , Gianotti 1997 ), dice que la política es autónoma respecto de la  moral y la religión, pero no respecto de  la moral política. La política   no es ausencia de ética   sino que la polis republicana crea su propia moralidad,  engendra su normatividad propia: la  creada por  los humanos viviendo juntos.

 

Podemos decir  también  en materia de razón práctica  que el acuerdo así construido que llamamos polis  justa y buena, y su legalidad moral posee siempre razón, porque la razón de la polis  es la libertad, expresada en  voluntad acordada de ese pueblo gobernándose a si mismo. “El pueblo siempre es bueno, el magistrado  corruptible” (Robespierre 2005)  

 La insistencia  republicana en la argumentación y en el mutuo acuerdo  de una máxima universalidad   para configurar la verdad  y en el conocimiento como lenguaje, es decir como relación intersubjetiva, necesita de la retorica como parte genuina de su filosofía. El saber no es un soliloquio sino un saber público. El conocimiento privado no es ninguna forma de conocimiento. La reflexión republicana  rehace y repone en valor la retórica como reflexión en común propia de la res pùblica. La retórica, la argumentación entre hablantes, debe preceder a la crítica y al juicio. La herencia del humanismo retórico  es una tradición que quebranta el solipsismo metódico de la conciencia haciendo entrar al acuerdo público y la discusión argumentativa en lo racional humano.

En república ¿Qué es el pueblo?


La evidente  condición de este equilibrio que sostiene lo cierto y lo justo, o sea   las condiciones de posibilidad de  su validez, es   que  podamos decir que las deliberaciones y resoluciones  son efectivamente del pueblo,  provengan de una universalidad. Su legalidad epistemológica y moral  depende de que hayan sido hechas por todos iguales de manera que puedan ser llamadas  públicas.  La única   categoría de república es la república  de los iguales.

 

Esta perspectiva  no significa ninguna adhesión solidaria- sólida- ni pertenencia, ni unanimidad. Las ciudades hacen  su edifican con materiales del mutuo disenso  no del  mutuo consenso. Por eso míticamente nacen  de fratricidios, de  Rómulo asesino de  Remo,  y  las ciudades fueron   “inventadas por Cain” (Tertuliano 1997 ). Somos lo que somos, nada más…. y nada menos.

 

El pueblo es la totalidad máxima que haya de procurarse de ciudadanos. Un ciudadano es el individuo que en cuestiones en que está implicada la cosa pública y la vida en común  antepone el interés general  al suyo propio y se compromete en la construcción de lo común que configura la libertad de todos. Es decir que  el ciudadano es el individuo con virtud. El pueblo óptimo,  aquel que crea la verdad política, y dice  lo justo y lo bueno, es aquel cuya universalidad sea una universalidad de ciudadanos. En otras palabras, es el “vulgo común” el que “mais ordena”  sea  en  Grándola o en toda  ciudad que se llame república.

Es evidente que ese pueblo así  considerado es una idea regulativa no una existencia sociológica e histórica identificable. El pueblo es algo permanentemente por hacer de  la  misma manera en que la república es un movimiento.  En tanto que idea regulativa desempeña, por una  parte, una función crítica permanente de  cualquier colectivo que se pretenda superior en la república. Es una exigencia contrafáctica de los statu quo dados.  Por otra parte la mayor inmediatez con ese óptimo es el que debe de ser más operativa a  efectos de la definición de la certeza del conocer y la justicia del obrar. La intersubjetividad que reclama el conocer válido debe realizarse en discursos reales emitidos en condiciones  democráticas y de igualdad real.

  En  las condiciones históricas de las que la humanidad tiene experiencia, la mayor radicalidad democrática se ha encontrado siempre en el “menú peuple”, los muchos y pobres. Es precisamente el gobierno de los muchos y pobres la primera definición de la cosa democrática  radical en Platón y Aristóteles y en la antigüedad clásica.  Las repúblicas históricas que han prevalecido de manera más igualitaria haciendo del pueblo  la mayor universalidad han sido las derivadas de movimientos y fuerzas de las clases subordinadas  luchando ellas mismas  por  su emancipación. Los ciudadanos hacen de su voluntad gobierno en las revoluciones. . La expresión más pura – y paradójica- de esta generalización ciudadana  del pueblo   de oprimidos y excluidos   la contiene el art 14 de la Constitución de Haití de 1804, “Cesa toda discriminación de color de la piel. A partir de ahora todos los ciudadanos de Haití serán denominados negros”.


 

Es, al contrario, entre las clases privilegiadas y poderosas  y su statu quo  de dominación, monárquico donde se  encuentra la propuesta  facciosa de privilegio. Ellas se han apropiado  de una supuesta y exclusiva  responsabilidad  y  han negado siempre la capacidad de  juicio moral  de los subordinados .De una u otra manera han hecho valer e impuesto  la pretensión de competencia superior exclusiva en el discernimiento moral. Todo ello con la excusa  de que la política es la averiguación de una Verdad que sólo está al alcance de los más sabios, ellos precisamente. Las revoluciones de las clases subordinadas, por el contrario,  reestablecen el común necesario de una construcción de la validez  y la  libertad   por la participación de los tradicionalmente excluidos.

 

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Finalmente, debemos traer el último supuesto en que lo republicano se asienta. En todo caso, viciada o virtuosamente, el humano se hace en la polis, en la comunidad. La persona como autoconciencia sólo es posible sobre la base de su pertenencia a la sociedad. Llamamos tradicionalmente espíritu a lo propio y característico humano. Ese espíritu puede identificarse  en la capacidad  de pensamiento abstracto y  de habla, de pensar y razonar,  la capacidad simbólica, en la facultad de prever y anticipar, proponer, en imaginar, en juzgar,  en  la conciencia de si mismo,  la conducta según fines, la conducta según compromisos morales,…..Pues bien, todos estos componentes de lo humano son producciones  sociales y el lenguaje proporciona el mecanismo para su emergencia. Gracias al  lenguaje  aparece la persona con conciencia de si mismo como objeto y se produce  la conciencia  de los demás. Como el lenguaje es el instrumento donde se sitúa lo intersubjetivo, es en esto, en la palabra  dicha, en el espacio común de relación y habla, donde nace el ser humano.

Común, relación, palabra, son los topos – los topoi- de la cosa pública. Sólo en la cosa pública somos humanos.  Es en efecto, en república el único lugar  donde esta concurrencia  sucede. Fuera de allí no hay libertad,  estamos abandonados al azar y la contingencia indiferente de la Fortuna.

 

 

Referencias bibliográficas de autores citados:

K.O. Apel. Paradigmas de la filosofía primera. Prometeo libros. Buenos Aires 2014

Aristóteles. Política. Ética a Nicómaco. (Ediciones diversas)

H. Baron En busca del humanismo cívico florentino. FCE. Mexico 1993     

F. Brines. Alocución pagana. Aun No. Bartlevy editores.  Velilla s. Antonio 2012.

D. Gianotti. La República de Florencia. C.E.P. y C.Madrid  1997

F. Giucciardini .Diálogo sobre el gobierno de florencia. Akal .Tres Cantos 2017

N. Maquiavelo. Discurso sobre la primera década de Tito Livio. Alianza .Madrid 1987

Platon. La república, Las leyes. (Ediciones diversas)

J.G.A. Pocock. El momento maquiavélico. Tecnos. Madrid 2002

M. Robespìerre. Por la felicidad y la libertad. Discursos.  El viejo topo. Barcelona 2005

Q. Skinner. Los fundamentos del pensamiento político moderno. FCE. México 1985

B. Spinoza. Ética. Editora nacional .Madrid. 1984

Tertuliano. Apologético. Ciencia Nueva. Madrid 1997

 

 

 

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