Cuando contemplamos nuestros proyectos de vida y queremos que esa vida haya de ser guiada rectamente con arreglo a la razón y al conocimiento nos encontramos necesariamente la pregunta de ¿por qué?. ¿Porqué optamos por ese camino que nos hemos dado? Todo asunto relevante para nuestro proyecto existencial se ve necesitado de su justificación racional desde la conciencia propia y ante los demás. Siempre hallamos en el camino a Tebas la esfinge que como a Edipo, nos lanza la pregunta en que está en juego si no la vida del viajero al menos si la racionalidad deliberada. Vida sin deliberación no merece la pena vivirse. Efectivamente, la esfinge nos retira la vida no solamente cuando no respondemos sino también cuando no la ponemos interrogándonos.
Entre los comunistas se nos
añade una exigencia suplementaria. A ese ¿porqué soy? no le basta apelar únicamente a la conciencia y al fuero
interno sino que necesita de otra más amplia formulación ¿Por qué somos? A los comunistas no nos puede
satisfacer ni el interrogante dirigido a la conciencia individual ni la respuesta del arbitrio personal o de
una Razón trascendente sino las razones que nos damos y nos
comunicamos unos a otros. Atendemos así
al mundo común que con ellas, las
razones que se dan y se reciben, nos
construimos a nosotros mismos y al mundo humano que compartimos. Un mundo
hecho de lenguaje que quiere ser un hogar común. No pueden darse razones en
soledad y el conocimiento privado no es ninguna clase de conocimiento. De la
misma manera no se puede ser libre solo. Los comunistas siempre hemos de ser un
nosotros. Lo que realmente nos hace ser es la relación. Solo se es humano en la
medida en que somos humanos con otros. Nuestra libertad no es una soberanía únicamente limitada por
la libertad de los otros sino que nuestra
libertad comienza cuando empieza la de los demás. No hay manera de plantearse ¿por
que soy? sin decirlo, esto es, sin participarlo a los otros, de manera que
siempre desemboca en ¿Porqué somos? Un cogito
plural nos dice un
Faktum no de Razón sino de razones, de hablas, y de espacios comunes
donde ese habla se da como proposición con la finalidad de ser escuchada y apelando
al asentimiento y la adhesión para que resulte un común. No es únicamente para
los comunistas el kantiano “cielo estrellado sobre mi cabeza” y “la
conciencia moral dentro de mi”.
Ambas cosas, la moralidad y el conocimiento, están en el nosotros.
Esta larga justificación del
uso del plural en el titulo mismo de
este artículo no ha sido ociosa ya que nos sitúa en el contexto
de reflexión del que partimos los comunistas. Esta primera reflexión nos conduce a lo que es
la antropología comunista y que al mismo tiempo lo fue de la antigüedad ilustrada clásica: solo en la polis se hace el hombre
bueno y feliz. Somos comunistas porque creemos que solo devenimos humanos
cuando estamos con otros construyendo un mundo común.
En asuntos de reflexión, los
filólogos, nuestros amigos como amantes
del logos, es decir de la palabra comunicada, nos enseñan la etimología del
término comunismo. El término procede de
la raíz latina munus que se refiere a
la vez a obligación, carga y a don, regalo. El munus es un deber, una tarea. Por otro lado, significa una entrega,
un servicio. Sus derivaciones siguen enriqueciendo estos significados por
cuanto munere, es remunerar, premiar, retribuir y muneratio, generosidad. La communio, ya muy cerca de la propia noción de comunista, es el
hecho de compartir esos deberes, dones y servicios mutuos. Communis es lo que pertenece
a todos y se construye compartiendo el
deber con la entrega y labor de todos. No muy lejos de esta construcción
originada en el don esta el mismo fonema de moena
: los muros, la muralla, lo que define la ciudad y la
protege. Todo ello evoca el significado de una alianza entre las instituciones morales del don y de
la cooperación en el deber que es propio
de una universalidad del común sin exclusiones ni exclusividades.
Los comunistas somos de ese mundo moral y
social. Nuestra sociedad no procede de competencia, lucro y prerrogativa sino de
mutuo compromiso y obligación compartida y acordada. No es la ley del más fuerte sino la ley de todos. Esto no quiere decir pacífico consenso, pues, en efecto, el eco de
la muralla, la moena, nos recuerda
que a veces no es pacíficamente como se construyen las ciudades y los lugares
donde ha de habitar la comunidad deben de tener en cuenta a los
enemigos del común, los privilegiados.
Los comunistas consideramos, por experiencia milenaria, que
hay instituciones, como la propiedad
cuyo ejercicio puede alcanzar
formas y grados que entrañan dominio de
unos seres humanos sobre otros y que funcionan como explotación y
aprovechamiento de los que unos pocos se lucran a expensas de la servidumbre de
los otros. Siendo la única subordinación legitima sin sumisión aquella a los
que todos nos sometemos a nosotros mismos, esas formas de propiedad no pueden
quedar en manos privadas sino en las de todos porque se trata en realidad de un gobierno y mando sobre las
voluntades, obligación que solo es tal si proviene de la voluntad general generada en
asociación republicana del común. Esa propiedad, susceptible de ser arma de dominación no puede ser privada sino siempre
pública, de todos, sea cual sea la forma
que haya adoptado y adoptará
circunstancial e históricamente: la tierra, los recursos naturales, la
energía, los medios de producción, el
dinero y la deuda, el crédito y la finanza, etc. Este criterio ha sido causa del terror que los comunistas
hemos despertado en los propietarios explotadores hasta el punto que se nos
identifica con intención reductiva a los
comunistas como los enemigos de la propiedad privada libre. Propiedad y libertad están relacionadas, en
efecto, pero debe ser la libertad la que ordena la propiedad y no a
la inversa. En materia de orden, como en todo donde está en juego las relaciones
normativas, en nuestra Grándola comunista,
es “el pueblo el que mas ordena”. Somos comunistas porque recuperamos
para la propiedad su condición de ejercicio
en libertad y no su status de
instrumento de dominación.
Como comunistas juzgamos que el capitalismo no es otra cosa sino una descomunal organización del egoísmo que toma como criterio de rango la capacidad para hacer dinero y enriquecerse a toda costa incluyendo la explotación y aprovechamiento de los semejantes y reduciendo las aspiraciones humanas a homo economicus solo atento a las mas bajas pasiones del lucro y aprovechamiento de todo y de todos. Precisamente nuestra experiencia de sufrimiento de la necesidad nos ha hecho saber con orgullo altivo, la dignidad de nuestra humanidad como constructores autónomos de un mundo ético que dicta incluso desde lo que deba ser o no ser necesario y productivo hasta lo que deba ser justo y bueno, en la cultura del apoyo mutuo y el don. Esta vivencia nos enseña que nuestra identidad como actores colectivos de nuestra emancipación no se agota en nuestra posición en las relaciones de producción ni en una única o última instancia de la necesidad ni de la producción ni de la reproducción ,sino en el sentido y significado que damos a nuestras vidas y de la propia creación de nuestro mundo común que se construye como fuerza simbólica, cultural , moral y con el lenguaje. Con estas armas, los comunistas hemos puesto la fuente de la moralidad no en la necesidad sino en la libertad. Con estas armas los comunistas sabemos que solo los desposeídos nos liberamos a nosotros mismos de todas las necesidades y dominaciones impuestas por cielos, dioses, reyes, o tribunos salvadores. Los comunistas compartimos con la Ilustración el principio de que la humanidad solo puede servirse de si misma y que depende nada más que de si… y nada menos.
En la propia emancipación y
la conciencia generada en el empeño por conseguirla nos construimos como
comunidad activa y política siendo esta
labor constante e inacabada. Los comunistas sabemos que no es una labor de cumplimento
de un ideal a traer a esta tierra sino a ir definiendo en la propia lucha de
emancipación. Por eso, los comunistas no tenemos ninguna anticipación
doctrinaria o fantasiosa de lo que deba
hacerse. No porque haya un sentido necesario que haya de cumplir la historia sino porque lo que haya de hacerse
en cada momento es lo que el pueblo acuerde. El gobierno que proponemos los comunistas es el de que la voluntad popular sea gobierno. El comunismo
ha sido presentado por las oligarquías dominantes como lo opuesto a democracia.
Los comunistas, al contrario, somos los radicalizadores de la democracia .Solo
tenemos por voluntad popular la emancipada de toda dominación
e intermediación previa a su expresión. Esta voluntad común ha sido llamado “terror” por las oligarquías.
No nos basta la urna electoral que señale a quienes nos gobiernen queremos más, queremos gobernarnos.
A los anticomunistas les aterra la democracia porque tiene la
potencialidad de emancipar al mismo
tiempo que se practica.
Creemos, también por
habérsenos dado en la experiencia, que tal empeño no consiste en piadosos
deseos de transformación de las almas, sino que debe de resolverse en un
conflicto siempre existente entre dominadores y dominados, entre pobres y
ricos, éstos queriendo dominar,
aquellos no ser dominados. La multitud
desata su violencia legítimamente para librarse
de aquellos que mantienen una violencia tenaz y persistente contra los
muchos, y contra el bien común. Buena parte de la identidad de las clases
subordinadas se ha construido con la conciencia y experiencia que se ilustra en
la sentencia espontánea de que todo rico
es un ladrón o heredero de ladrón y que
todo rico es un vecino peligroso para cada uno y para la república.
En muchos casos estas
propuestas del común se han logrado y
forman parte de lo mejor de nuestro patrimonio político actual que sin aquellas
no existiría hoy. Son incontables las instituciones sociales y políticas de las
que nos sentimos orgullosos y gozamos hoy
que han sido inevitablemente
calificadas en su día no solo de utopías sino de ignorantes
y despreciables reclamaciones del vulgo común, imposibles y propias de gentes
de baja condición . A ellos debían de añadirse otros perversos productos y márgenes de los mismos: agitadores y gentes sin
Dios, sin ley ni ley. Todos ellos compartían el mismo calificativo
central de igualdad y de sola posesión de un bajo oficio pero ricos en comunidad y
hermandad, en todas sus
declinaciones: los ciompi, diggers y
levellers, , remensas y jacqueries, irmandiños,
comuneros, agermanados, comunidades del
mar, sans culottes, communards,
comunistas,…
En otros casos si no
lograron el objetivo, lograron la dignidad de empeñarse en buscarlo. Porque en
efecto, no solo se rebelan los pueblos
que esperan lograr algo sino que la propia dignidad de la lucha de la rebelión por conseguirla es también un éxito. En otros
casos, la herencia de la rebelión frustrada nos habla de que la justicia
no se remite al mundo celestial más
allá sino al juicio posterior de la memoria que hará perdurar en una inmortalidad
en este mundo entre los recuerdos que el común tiene públicamente por nobles. Otros,
reclamaran en permanencia una redención
siendo las generaciones posteriores a las que nos incumbe la recuperación mesiánica de las causas que los justos perdieron , como señala W. Benjamin, restableciendo la justicia que se
les arrebató
Éxitos, memorias y
propuestas, son acervo de un patrimonio real, institucional y moral que
en parte heredamos y por otra parte proponemos. Todo ello son
las costumbres en común populares, el
soporte moral e ideológico que servirá permanentemente para aspirar a la construcción de una sociedad comunista. Los
comunistas somos los herederos de los movimientos
ancestrales que han construido toda la
articulación ideológica y moral que reclama la forma de convivir en libertad.
Esa herencia es el verdadero “comunismo real” por cuanto existe y ha existido siempre.
Los comunistas tenemos una tradición que no hemos dejado en manos de los tradicionalistas. No es la tradición de estos últimos, la de los vencedores, sino la tradición de lo que históricamente ha sido vivido como institución justa pero olvidada. Es este el comunismo real que constituía la posesión de los recursos básicos. La tierra misma pertenecía a la comunidad, siendo la polis, la que tenía la facultad de dar, quitar y y repartir desde que se fundaba como ciudad y no era de justicia sino de barbarie el principio de acaparamiento por el mas fuerte. Las fuentes, pozos, lagos, ríos y aguas, mares, bosques, pastos, dehesas, montes, leñas, caza, pesca,.. siempre fueron ancestralmente en la práctica, bienes comunales y de todos, no apropiables privadamente sino con injusticia. Los cerramientos, cercados y privatizaciones de estos bienes por los señores contra aquel común de aprovechamientos son una práctica reciente en términos históricos contra lo que era justo y contra la institución económica habitualmente comunista. Privatización bárbara no practicada además en otras culturas no occidentales ni anteriores, varias veces más milenarias que el actual y provisional capitalismo. El comunismo no es una idea platónica, no somos comunistas porque haya de hacer descender del cielo de las Ideas a la tierra en un terreno utópico del horizonte nunca existente. Los comunistas mostramos que siempre en la historia en Europa y más allá de ella ha habido, en lo que a organización social y práctica económica se refiere, propiedades y bienes, zonas mayoritarias de propiedad comunal o comunista. El acceso libre a estos bienes ha sido el fundamento de la independencia material de los plebeyos y su forma de vida habitual. Precisamente la defensa de estos bienes frente a las ambiciones de los poderosos por clausurar este régimen ancestral civilizatorio ha atravesado las luchas de clases en la Edad Media y Moderna. La reivindicación expresada en el siglo XIII, la misma Carta magna, en tanto que al mismo tiempo Carta del Bosque del Común y la reivindicación de la economía política popular de Robespìerre en el XVIII, o la demandada Reforma Agraria y ocupación de tierras por los extremeños en la II Republica española son otras tantas muestras de la lucha por estas instituciones reales y morales en las que ha vivido la plebe. Aquella plebe de expulsados de su economía comunal, y aquella forma institucional comunista de organización económica, fue expropiada para la realización forzada y violenta de la aberrante utopía capitalista del laissez faire. Junto a ella, el absolutismo soberano de la propiedad privada, es el origen de la barbarie de desigualdad en que vivimos.
Al mismo tiempo que esas
exclusiones expropiatorias se han llevado a cabo, otra expropiación de lo
popular común se ha activado siempre por parte de las clases poderosas aunque con dificultades por la resistencia misma
que los comunistas oponemos. Esta
expropiación consiste en la expulsión de
la vida política de una reivindicación que ha sido identificada con diversos nombres: “economía política
popular”, “economía moral de la multitud”. Se trata de la convicción común ancestral de que es la equidad, el
criterio de lo justo y lo bueno, lo que debe regular las
relaciones de trabajo, de subsistencia, de intercambio, la economía en su
totalidad. La economía, de la misma manera que todo lo humano,
es una actividad relacional, y
debe de estar sujeta a normas que forman
parte de todas aquellas que deliberadamente nos damos a nosotros mismos para poder llamarnos libres y no
dejadas a la brutalidad de la fuerza y la traición de la astucia. La economía
es cosa de todos, asunto de la
republica y debe de estar sujeta a
normas políticas y morales.
Estas dos instituciones, la
de la economía moral de la multitud y las formas comunales han sido la vivencia social,
cultural real y permanente del común y no un sueño de sectas obreras,
milenarismos o turbas primitivas a las que ha querido reducirse la reflexión,
juicio y determinación de los levantamientos
comunistas. Los comunistas, en tanto
que socialistas genuinos, no vemos esto como utopía sino como sabiduría de la
experiencia. No lo consideramos pretenciosamente como ciencia sino como conciencia
La convergencia de los fines
comunistas de radicalidad democrática, igualitaria, dicta la naturaleza de los
medios para su consecución. Tal como es la
dignidad de los fines así debe de ser la de los medios, y no que éstos
abandonen esas exigencias morales en nombre de una supuesta eficacia que dictaría
suspenderlos en la práctica política. La emancipación de las clases subalternas tiene que ser obra
de ellas mismas y la definición de la libertad como compromiso
activo con lo común impide que
pueda delegarse ese ejercicio en
otros que se ocupen de ella en nuestro nombre. La emancipación por nosotros
mismos impide que el “nosotros” decisivamente
comunista sean “ ellos” , representantes que nos sustituyen en el
gobierno y en el lugar de las decisiones y su ejecución. Lamentablemente esto no se tiene en cuenta en la practica
política de nuestra días porque ha sido
interesadamente abolida por los poderes facticos que han creado una
cultura de renuncia y de cesión de nuestro
autogobierno en intermediarios que se estima con una capacidad que la plebe no tiene. Es una nueva
expropiación que sufren los subalternos, la de la dignidad que se les niega de
poder realizar sus propios fines que deben ser siempre confiados a otros.
Elegir a los que han de mandarnos no es mandarnos a nosotros mismos. . Los
comunistas no somos el Estado - congregación de representantes selectos en tanto que electos- sino la Res Pública:
la totalidad inmediata y no discriminadora de los
que, deliberan, acuerdan y deciden.
En este marco conceptual
comunista, las elecciones no son nunca una solución sino que son parte del
problema. La insistencia en la urna y el voto, en la delegación, es una
persistencia suicida en cavar con
entusiasmo para socavar el principio mismo comunista de que es “ el
pueblo el que más ordena”. Ese cavar y socavar la perdición propia es la fuente de las
peores frustraciones, cada vez mas profundas – como un agujero cavado sin
cesar- y más frecuentes. La orden
popular- ejercicio de su capacidad propia- no nos dice elegir a nuestros
reyes sino que no los haya. Los comunistas no
operamos con representantes sino con mandatarios,
revocables, rotados, agrupados en consejos colectivos, de corto mandato,
rindiendo cuentas políticas permanentes sobre
el mandato recibido, sorteados, con incompatibilidad de repetición
o acumulación de cargo y compartiendo
vivencialmente la condición
material de la plebe que les manda.
El comunismo, tanto con su
propuesta como en la práctica histórica
y sus razones, es el lugar de los “parias de la tierra”. El comunismo es el
reconocimiento de una legión “famélica”
cuya hambre de vida digna nunca ha sido satisfecha salvo en excepcionales
momentos de la historia. Famélica legión en su literalidad material en casi la mitad de la humanidad, famélica de
dignidad por apartamiento del
autogobierno y las decisiones públicas de casi la otra mitad por via de una
parodia de democracia, nunca
realmente deseada como gobierno del
común plebeyo, limitándola a voto y urna, representante y tribuno.
Dignidad expropiada al ser sustituida la conciencia y voluntad popular
por una voluntad y supuesta ciencia de los electos y enajenada en un
cuerpo ajeno al pueblo y absoluto rey: el Estado.
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