Se lamentaba el revolucionario Saint Just de que se “dictan demasiadas leyes y se proponen pocos ejemplos”. Por el contrario, él insistía en las “instituciones” republicanas, como núcleos sociales de creación y fortalecimiento de lo político, es decir, de la república. Estas “instituciones” no eran leyes positivas, sino lugares y acuerdos culturales y morales - hoy diríamos hegemonías- con valor normativo para todos, como materiales de construcción, ladrillos y pilares de alcance colectivo, es decir político, con los que se construye la república. Pues bien, para los republicanos de todos los tiempos, entre las instituciones de este género más decisivas, están los ejemplos de los virtuosos.
El
historiador republicano romano Tácito, nos relata, en un bellísimo libro que
debería ser de cabecera de tantos, la vida ejemplar, en el sentido aludido, de
su yerno Publio Agrícola. Es la vida de un republicano bajo el Imperio escrita
por otro republicano bajo una de las mas extremas condiciones de realeza, de Nerón
a Domiciano cuando estaba suprimida la virtud hasta el punto de que la indiferencia
y la sumisión a lo establecido era
considerado sabiduría: “Inertia pro
sapientia fuit”. Con una expresión sorprendentemente actual Tácito denuncia aquella situación en que “el afán de enriquecimiento era tomado por
civilización cuando no era sino servidumbre”. Publio Agrícola conduce su vida y sus obligaciones
profesionales y familiares con el talante de lo que la antigüedad
consideraba ser el hábito moral
de un antiguo ciudadano de la
República Romana.
El mensaje transmitido por Tácito es que el
ejemplo de lo recto y justo puede vencer los vicios de las ciudades que han olvidado la virtud. Publio Agrícola ejerce su profesión con una honradez sin censura, como funcionario público en la milicia y en el gobierno de la provincia, sin ambición interesada ni avaricia alguna, con moderación de juicio y comportamiento, equilibrio, prudencia y eficacia. Sin injusticia ni altanería. Sabiendo retirarse y renunciar sacrificando todo ego. No buscando ventaja material ni privilegio personal. Valiente en la guerra y prudente en la paz. Preocupado por la formación y apasionado del saber, se perfecciona en la cultura clásica. El ideal formativo, efectivamente, debía incluir el “conocer muchas cosas y antiguas” que procuraban el estudio de la filosofía y la historia. Sabe terminar sus cargos de honor y volver humildemente, sin soberbia, a la vida privada. En lo privado, actúa con la misma entrega y generosidad a los suyos que ha tenido hacia Roma. Buen padre, buen esposo, buen amigo, supo ser entero ante la muerte que se supera por la continuación de los suyos, de su patria y de la memoria, con el brillo honrado de la buena fama. Todo lo que en la época era considerado antigua virtud republicana, pues la virtud no tenía la dimensión teologal y privadísima que trajo el mundo cristiano sino que consistía en el compromiso de construir una patria, una comunidad compartida justa y buena que permita hacer vidas dignas y superiormente humanas, decorosas y decentes para los que en ella viven libres.A
través del relato de la vida de su suegro, Tácito deja transmitir una nostalgia
cierta de todos esos valores que su
relato presenta lamentablemente como
excepcionales dados los tiempos en que se viven. Valores que habían sido el
alma ciudadana ideal como propuesta moral de perfeccionamiento humano en lo público, según la tradición de la república.
Es
destacable, en la vida de Publio Agrícola, la
solida convicción en el valor de la conducta pública que se extiende más
allá del mero vivir, incluso más exigente que un mero vivir feliz. Es la dignidad moral, en efecto, lo que nos hace
humanos. La moralidad que los seres humanos producen es lo que les hace superarse
a si mismos y superar la mera y bruta vida
biológica. Se definiría, en términos
kantianos, no en un mero vivir y
ser feliz sino en un vivir digno de ser feliz. Igualmente, podría
decirse que la ejemplaridad consigue, por su carácter publico acordado, que las
máximas de una conducta tengan validez de máxima moral para los demás no como
resultado de mi deliberación individual sino- ya superando
los términos de soledad de conciencia de Kant- por
pasar un test de universalidad, al ser
acordado , efectivamente, por todos.
Nos
encontramos ante una de las profundidades de la antropología republicana. La perfección
y la sabiduría no resultan de un soliloquio
privado fraguado en la conciencia aislada sino de
diálogo intersubjetivo, de un decir, de un recibir y dar razones. No consiste en la adhesión individual a un Logos
inmutable que se predica sino de un encuentro con otras razones de otros. La razón
es más bien un logon
didonai: un dar razones. De esta
manera el hecho irrebasable, el fundamento último, la fundamentación de la moralidad no sería el Faktum de la razón de Kant que se
impusiese por si mismo sino un faktum de unas existencias vividas bajo
condiciones de razonabilidad. Esas
experiencias son precisamente las que se aportan ejemplarmente. Las vidas ejemplares aportan a aquel dialogo
intersubjetivo que construye el mundo del deber
ser su fundamento de razonabilidad. Lo
que es razonable y debe ser erigido como
obligación moral se define con la finalidad, no de realizar un estado ideal de cosas sino mantener abierto y ensanchar los ámbitos de
la libertad y las posibilidades existenciales. El juicio, el criterio sobre lo
que debe de hacerse , no resulta determinado de antemano como mandamientos de
una situación ideal a realizar sino que es
un juicio reflexionado que establece razonable
lo que de las experiencias de
algunos, contempladas por todos como
bellas y buenas , se infiere y acuerda
como justas y buenas con
generalidad de norma moral.
La vida de Publico Agrícola referida por Tácito nos recuerda aquella descripción que M. Viroli hacia de la virtud republicana en “Dialogo en Torno a la república” con N. Bobbio (1). Aunque en circunstancias extremas, la virtud republicana puede reclamar incluso la entrega de la vida, no ha de ser forzosamente una virtud heroica solo al alcance de gentes excepcionales. La república es precisamente cosa del común, incluyendo la gente común, el menú peuple, ese al que las élites niegan capacidad y discernimiento político y necesita siempre de delegación monárquica en representantes superiores. Dice Viroli:
“La
virtud cívica no es para mi la voluntad de inmolarse por la patria. Se trata de una virtud para hombres y mujeres
que quieren vivir con dignidad y sabiendo que no se puede vivir dignamente en una
comunidad corrupta, hacen lo que pueden y cuando pueden para servir a la
libertad común: ejercen su profesión a conciencia sin obtener ventajas ilícitas
ni aprovecharse de la necesidad o debilidad de los demás; su vida familiar se
basa en el respeto mutuo, de modo que su casa se parece más a una pequeña república
que a una monarquía o una congregación de desconocidos unida por el interés o
la televisión; cumplen sus deberes cívicos pero no son dóciles, son capaces de
movilizarse con el fin de impedir que se apruebe una ley injusta o presionar a los
gobernantes para que afronten los problemas de interés común; participan en asociaciones
de distinta clase,( profesionales, deportivas, culturales, religiosas,…)…siguen
los acontecimientos de la política nacional e internacional; quieren comprender
y no ser guiados o adoctrinados , y desean conocer y discutir la historia de la
república, así como reflexionar sobre la memoria histórica” (1)
En la experiencia de la virtud republicana, a unos les tocó la extrema situación de dar la vida por ella. A otros les correspondió vivir en república esforzándose en hacerla más igualitaria y vigilar su corrupción por la presencia de monarcas que tratan de corromperla. Asumen la responsabilidad de que haciendo el bien a la comunidad se lo hacen a si mismos y viviendo republicanamente hacen una comunidad buena y libre que genera a su vez hombres y mujeres libres y buenos. A otros les toca la ingrata tarea de, sabiendo lo que una república es o puede ser, vivir en una ciudad corrupta, monárquica y desigual. Viven en imperio. Su responsabilidad les dice que su libertad solo empieza cuando comienza la libertad de todos. Su responsabilidad es cultivar la conciencia de lo que es y fundamenta la república como único espacio de realización humana. Les toca intensificar la reflexión con la palabra y la ocasión. Su compromiso es hacer repúblicas por doquier en todos los espacios donde se juega cotidianamente nuestra existencia.
Forma
parte de la consistencia de la conducta republicana bajo un imperio, como
decimos, el compromiso no solo por traer
república sino por irla construyendo. Existe siempre la perspectiva de la
estrategia. Aquí también se puede hablar
de una estrategia republicana. Contrariamente al lema funcional y utilitarista de que el fin
justifica los medios, es la naturaleza misma
de los medios la que muestra cuál es la calidad del fin. Medios republicanos hacen venir república. Tal es el
fin justo, así han de ser los medios, justos. La consistencia
antropológica republicana de la ejemplaridad sustentada en el valor público de la virtud nos está diciendo que así será la republica
que ha de venir. La estrategia anticipa
el fin. Los medios republicanos justifican el fin indicando que el fin
republicano será tan justo y bueno como
el medio que en el ejemplo se manifiesta.
Este
enfoque republicano de la ejemplaridad y de la primacía moral de los medios
sobre la eficacia de los fines hace que
se privilegie asimismo el quién sobre el qué. Cuenta Aulo Gelio en sus memorables Noches Aticas, que un
lacedemonio propuso en una asamblea una
medida que era muy acertada y todos así lo reconocieron. Pero el ciudadano que
la había propuesto era también conocido por
ser malvado y deshonesto. Por esta razón se levantó otro asistente y
propuso que no se votase de inmediato a favor de la propuesta sino que se la
hiciese repetir igual pero por otro ciudadano
notoriamente bueno. A continuación se pasó a la votación de ambas
propuestas idénticas, aprobándose la del segundo y rechazándose la del primero.
Publio Agrícola, o Josefina Samper, actuaron
como republicanos, uno bajo un imperio, la otra en una dictadura y un
capitalismo. Ambos construyeron la parte de república que estaba a su alcance
realizar. Esto se produce gracias a la intensidad moral que suscita el ejemplo de sus propias vidas y
al reconocimiento público del espectador
colectivo que reconoce su valor. El ánimo moral de los virtuosos es el ejemplo que mueve el ánimo público, el anima, el alma común de la res publica
como colectivo moramente valioso. De esta manera se construye una normatividad
común.
Todos ellos, cumplían el compromiso de politizar republicanamente la sociedad civil. Esto no quiere decir estatalizar la sociedad civil. Quiere decir llenarla de “instituciones” republicanas, de normatividad moral, cultural y social republicanas. Una normatividad que habla de igualdad y democracia radicales. Son conscientes de que reducir la política al hacer del Estado y la ley positiva es equivalente a suprimir toda política y por ende toda república. El republicanismo no entiende la denominada sociedad civil como un mero lugar de desarrollo de la economía, como siendo un espacio privilegiado del mercado, de la familia, del individuo autónomo despolitizado, de la iniciativa supuestamente libre de presencias del poder. Muy al contrario, sin la polis, sin república, la sociedad civil es la patente de corso del patriarcado, la dominación, la desigualdad y todo género de explotaciones y poderes. A su vez, el Estado, sin república deriva indefectiblemente en totalitario.
El
Estado no es la única fuente de normatividad, y en esas otras fuentes es donde
la república debe estar presente para establecer la igualdad, la libertad y la
fraternidad de la radicalidad democrática. Construir esa normatividad no necesariamente estatal ni mera privacidad,
construir la sociedad política, es la
labor del republicano bajo un imperio.
El
ejemplo de los virtuosos, la ejemplaridad, es algo relacionado
con la memoria pero también con el presente. Es una de las instituciones por excelencia de la república. La dinámica de
las cosas actuales- dinámica monárquica- nos acostumbra a considerar la clave
de lo político en organizaciones e instituciones ligadas exclusivamente a la
forma política histórica y circunstancial
de Estado, y dentro del mismo, como una
decantación de una decantación, cada vez
mas alejada de la directa voluntad popular autogobernándose, la institución de la elección del gobernante- representante: las
elecciones. Pero la ciudad no se
construye así. Al menos, la ciudad republicana no se construye en torno a una institución
jurídica cuya identidad y fundamentación es la renuncia al
autogobierno por la vía de delegación de la voluntad popular en los
que hayan de gobernarnos en lugar de el ejercicio de esa voluntad. He aquí, uno de los
obstáculos. Es el propio de la razón instrumental, de quien considera que
cualquier medio es legítimo para el fin. Es el propio de la técnica. En definitiva,
La techné en política justifica la monarquía
de los competentes, de los que saben.
Pretender
saber, es un poseer. Lo que se sabe con certeza se impone con necesidad. No
necesita a los otros sino como obedientes. Es lo contrario del no saber
socrático que debe usar de la ejemplaridad
que se dirige al espectador,
necesita testigos y asentimiento. Por lo
tanto supone una proposición
intersubjetiva y una aceptación generalizada. Es un lenguaje. Cuando se pretende saber en lugar de proponer,
la impaciencia se hace inevitable. La impaciencia- que no es ajena al estimulo
de la competitividad impuesta como moralidad capitalista dominante- nos relega
a la ilusión del momento electoral como lugar de salvación. Esa impaciencia olvida
el sentido común de una más permanente sabiduría popular: la que nos habla de la corriente incesante del de agua que redondea el guijarro (2) , la del surco de la cuerda en el brocal de piedra
del pozo, la estrategia del caracol. Sería como el saber de los humildes,
de los que se dice que no
saben, unido al de los que humildemente dicen no saber.
El
poder de este género de instituciones republicanas y lentas es el que produce las revoluciones:
“ Las
revoluciones, las verdaderas, aquellas que no se limitan a cambiar las formas
políticas y el personal gobernante sino que transforman las instituciones y
desplazan la propiedad, tienen una larga y oculta gestación antes de surgir a
plena luz al conjuro de cualesquiera circunstancias fortuitas” (3)
Esta
es, en efecto, la dinámica de las revoluciones:
“Si
algo enseña la historia es que las olas de los grandes movimientos populares y
los grandes ideales socialmente encarnados, como las olas oceánicas, tienen una
fuerza proporcional a su longitud de recorrido. Las que vienen de muy lejos,
aparentemente calmas en superficie, rugen invisibles en las zonas abisales y
terminan abatiéndose inopinadamente con una potencia indescriptible sobre las
playas y los arrecifes de destino.”(4)
Pero esto sucede, no por misteriosas potencias telúricas históricas que guiasen nuestros destinos y sobre las que bastase escuchar los oráculos que interpreten sus signos de advenimiento. Ocurrirán por la actuación de nosotros mismos y de las pacientes instituciones que podamos construir. Depende de cómo los republicanos obramos bajo el imperio.
(*) PUBLICADO EN
El Viejo Topo – núm. 414/415
JULIO-AGOSTO 2022
(1)
M. Viroli - N. Bobbio. Diálogo en torno a
la república. Tusquets Barcelona 2002
(2). Piedr a
que después será “hecha
para una honda”, como nos recordaba paco Ibáñez en su memorable versión de Como
tu de León Felipe
(3).
Albert Mathiez. La Revolución Francesa
I .cap. I
(4) Antoni Domènech .Coloquio Miradas sobre la
Historia. Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM y el Colegio de México 17-11-2017.
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