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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

6/10/22

CÓMO SER REPUBLICANO EN EL IMPERIO

 


libro-imagen-animada-0009Por Miguel Ángel Doménech (*)

 


Se lamentaba el revolucionario Saint Just de que se  dictan demasiadas leyes  y se proponen pocos ejemplos”. Por el contrario, él insistía en las “instituciones” republicanas, como núcleos sociales de creación y fortalecimiento de lo político, es decir,  de la república. Estas “instituciones” no eran leyes positivas, sino lugares y acuerdos culturales y morales - hoy diríamos hegemonías- con valor normativo para todos, como materiales de construcción, ladrillos y pilares   de alcance colectivo, es decir político, con los que se construye la república.  Pues bien, para los republicanos de todos los tiempos, entre las instituciones de este género más decisivas, están los ejemplos de los virtuosos.

El historiador republicano romano Tácito, nos relata, en un bellísimo libro que debería ser de cabecera de tantos, la vida ejemplar, en el sentido aludido, de su yerno Publio Agrícola. Es la vida de un republicano bajo el Imperio escrita por otro republicano bajo  una de  las mas extremas condiciones de realeza, de Nerón a Domiciano cuando estaba suprimida la virtud hasta el punto de que la indiferencia  y la sumisión a lo establecido era considerado sabiduría: “Inertia pro sapientia fuit”. Con una expresión sorprendentemente actual  Tácito denuncia aquella situación en  que  “el afán de enriquecimiento era tomado por civilización cuando no era sino servidumbre”.  Publio Agrícola conduce su vida y sus obligaciones profesionales y familiares con el talante de lo que  la antigüedad  consideraba ser  el hábito moral de  un antiguo ciudadano de la República  Romana.

    El mensaje transmitido por Tácito es que el

ejemplo de lo recto y justo puede vencer los vicios de las ciudades que han olvidado la virtud. Publio Agrícola ejerce su profesión con una honradez sin censura, como funcionario público  en la milicia y en el gobierno de la provincia,  sin ambición interesada ni avaricia alguna, con moderación de juicio y comportamiento, equilibrio, prudencia y eficacia. Sin injusticia ni altanería. Sabiendo retirarse y renunciar sacrificando todo ego. No buscando ventaja material ni privilegio personal. Valiente en la guerra y prudente en la paz.  Preocupado por la formación y apasionado del saber, se perfecciona en  la cultura clásica. El ideal formativo, efectivamente, debía incluir el “conocer muchas cosas y antiguas”  que procuraban el estudio de la filosofía y la historia. Sabe terminar sus cargos de honor y volver humildemente, sin soberbia,  a la vida privada.  En lo privado, actúa con la misma entrega  y generosidad a los suyos que ha tenido hacia Roma. Buen padre, buen esposo, buen amigo, supo ser entero ante la muerte que se supera por la continuación de los suyos, de su patria y de la memoria,  con el brillo honrado  de la  buena fama. Todo lo que en la época  era considerado  antigua virtud republicana, pues la virtud no tenía la dimensión teologal y  privadísima  que trajo el mundo cristiano  sino que consistía en el compromiso  de construir una patria, una comunidad compartida justa y buena  que permita hacer vidas dignas  y superiormente humanas, decorosas y decentes para los que en ella viven libres.

A través del relato de la vida de su suegro, Tácito deja transmitir una nostalgia  cierta de todos esos valores que su relato  presenta lamentablemente como excepcionales dados los tiempos en que se viven. Valores que habían sido el alma ciudadana  ideal  como  propuesta  moral de perfeccionamiento humano  en lo público, según  la tradición de la república.

Es destacable, en la vida de Publio Agrícola, la  solida convicción en el valor de la conducta pública que se extiende más allá del mero vivir, incluso más exigente que un mero vivir feliz.  Es la dignidad moral, en efecto, lo que nos hace humanos. La moralidad que los seres humanos producen es lo que les hace superarse a si mismos  y superar la mera y bruta vida biológica. Se definiría, en términos  kantianos, no en un mero vivir  y ser feliz sino en un vivir  digno de ser feliz. Igualmente, podría decirse que la ejemplaridad consigue, por su carácter publico acordado, que las máximas de una conducta tengan validez de máxima moral para los demás no como resultado de mi deliberación individual sino- ya  superando  los términos de soledad de conciencia de  Kant-  por  pasar un test de universalidad, al ser  acordado , efectivamente, por todos.

Nos encontramos ante una de las profundidades de la antropología republicana. La perfección y la sabiduría no resultan de un soliloquio  privado fraguado en la conciencia aislada   sino de diálogo intersubjetivo, de un decir, de un  recibir y dar razones. No consiste en  la adhesión individual  a  un Logos inmutable que se predica  sino de un  encuentro con otras razones de otros. La razón es  más bien un  logon didonai: un  dar razones. De esta manera el hecho irrebasable, el fundamento último,  la fundamentación de la moralidad no sería el Faktum de la razón de Kant que se impusiese  por si mismo sino un faktum de unas existencias vividas bajo condiciones  de razonabilidad. Esas experiencias son precisamente las que se aportan ejemplarmente.  Las vidas ejemplares aportan a aquel dialogo intersubjetivo que construye el mundo del deber ser su fundamento  de razonabilidad. Lo que es razonable y debe ser  erigido como obligación moral se define con la finalidad, no de  realizar un estado ideal de cosas sino  mantener abierto y ensanchar los ámbitos de la libertad y las posibilidades existenciales. El juicio, el criterio sobre lo que debe de hacerse , no resulta determinado de antemano como mandamientos de una situación ideal a realizar sino  que es un juicio reflexionado que establece razonable  lo que de las experiencias  de algunos, contempladas  por todos como bellas y buenas , se infiere y acuerda  como justas y buenas  con generalidad de norma moral.

 


La vida de  Publico Agrícola  referida por Tácito   nos recuerda aquella descripción que M. Viroli hacia de la virtud republicana en  “Dialogo en Torno a la república” con N. Bobbio (1).  Aunque  en circunstancias extremas, la virtud republicana puede reclamar incluso la entrega de la vida, no ha de ser forzosamente una virtud heroica solo al alcance de gentes excepcionales. La república es precisamente cosa del común, incluyendo la gente común, el menú peuple, ese al que las élites  niegan capacidad y discernimiento político y necesita siempre de delegación  monárquica en representantes superiores. Dice Viroli:

“La virtud cívica no es para mi la voluntad de inmolarse por la patria.  Se trata de una virtud para hombres y mujeres que quieren vivir con dignidad y sabiendo que no se puede vivir dignamente en una comunidad corrupta, hacen lo que pueden y cuando pueden para servir a la libertad común: ejercen su profesión a conciencia sin obtener ventajas ilícitas ni aprovecharse de la necesidad o debilidad de los demás; su vida familiar se basa en el respeto mutuo, de modo que su casa se parece más a una pequeña república que a una monarquía o una congregación de desconocidos unida por el interés o la televisión; cumplen sus deberes cívicos pero no son dóciles, son capaces de movilizarse con el fin de impedir que se apruebe una ley injusta o presionar a los gobernantes para que afronten los problemas de interés común; participan en asociaciones de distinta clase,( profesionales, deportivas, culturales, religiosas,…)…siguen los acontecimientos de la política nacional e internacional; quieren comprender y no ser guiados o adoctrinados , y desean conocer y discutir la historia de la república, así como reflexionar sobre la memoria histórica” (1)

En la experiencia de la virtud republicana, a unos les tocó la extrema situación de dar la vida por ella. A otros les correspondió  vivir en república esforzándose en hacerla más igualitaria y vigilar su corrupción por la presencia de monarcas que tratan  de corromperla. Asumen  la responsabilidad de que  haciendo el bien a la comunidad se lo hacen a si mismos y viviendo republicanamente  hacen una comunidad buena  y libre que genera a su vez hombres y mujeres libres y buenos. A otros les toca la ingrata tarea de, sabiendo lo que una república es o puede ser, vivir en una ciudad corrupta, monárquica y desigual. Viven en imperio. Su responsabilidad les dice que  su libertad solo empieza cuando comienza la libertad de todos. Su  responsabilidad es cultivar la conciencia de lo que es y fundamenta la república como único espacio de realización humana. Les toca  intensificar la reflexión con la palabra y la ocasión. Su compromiso es  hacer  repúblicas por doquier en todos los espacios donde se juega cotidianamente nuestra existencia.


Forma parte de la consistencia de la conducta republicana bajo un imperio, como decimos, el compromiso  no solo por traer república sino por irla construyendo. Existe siempre la perspectiva de la estrategia.  Aquí también se puede hablar de una estrategia republicana. Contrariamente al lema  funcional y utilitarista de que el fin justifica los medios, es la naturaleza misma  de los medios la que muestra cuál es la calidad del fin. Medios  republicanos hacen venir república. Tal es el fin justo,  así han de ser  los medios, justos. La consistencia antropológica republicana de la ejemplaridad sustentada en el valor   público de la virtud  nos está diciendo que así será la republica que ha de venir. La estrategia  anticipa el fin. Los medios republicanos justifican el fin indicando que el fin republicano  será tan justo y bueno como el medio que en el ejemplo se manifiesta.

Este enfoque republicano de la ejemplaridad y de la primacía moral de los medios sobre la eficacia de los fines  hace que se  privilegie asimismo el quién sobre el qué. Cuenta Aulo Gelio en sus memorables Noches Aticas, que un lacedemonio  propuso en una asamblea una medida que era muy acertada y todos así lo reconocieron. Pero el ciudadano que la había propuesto era también conocido por  ser malvado y deshonesto. Por esta razón se levantó otro asistente y propuso que no se votase de inmediato a favor de la propuesta sino que se la hiciese repetir igual pero por otro ciudadano  notoriamente bueno. A continuación se pasó a la votación de ambas propuestas idénticas, aprobándose la del segundo y rechazándose la del primero.

 Publio Agrícola, o Josefina Samper, actuaron como republicanos, uno bajo un imperio, la otra en una dictadura y un capitalismo. Ambos construyeron la parte de república que estaba a su alcance realizar. Esto se produce gracias a la intensidad moral  que suscita el ejemplo de sus propias vidas y al reconocimiento público  del espectador colectivo que reconoce su valor. El ánimo moral de los virtuosos  es el ejemplo que  mueve el ánimo público, el anima, el alma común de la res publica como colectivo moramente valioso. De esta manera se construye una normatividad común.

Todos ellos, cumplían el compromiso de politizar republicanamente la sociedad civil. Esto no quiere decir estatalizar la sociedad civil. Quiere decir llenarla de “instituciones” republicanas, de normatividad moral, cultural y social republicanas. Una normatividad que  habla de igualdad y democracia radicales.   Son conscientes de que reducir la política al hacer   del Estado  y la ley positiva  es equivalente a suprimir toda política y por ende toda república.  El republicanismo no entiende la denominada sociedad civil como un mero lugar de desarrollo de la economía,  como siendo un espacio  privilegiado del   mercado, de la familia, del individuo autónomo despolitizado,  de la iniciativa supuestamente  libre de presencias del  poder. Muy al contrario, sin la polis, sin república, la sociedad civil  es la patente de corso del patriarcado, la dominación, la desigualdad y todo género de explotaciones y poderes. A su vez, el Estado, sin república  deriva indefectiblemente en totalitario.



El Estado no es la única fuente de normatividad, y en esas otras fuentes es donde la república debe estar presente para establecer la igualdad, la libertad y la fraternidad de la radicalidad democrática. Construir esa normatividad  no necesariamente estatal ni mera privacidad, construir la sociedad política, es la labor del republicano  bajo un imperio.

El ejemplo de los virtuosos, la ejemplaridad, es  algo  relacionado con la memoria pero también con el presente. Es una de las  instituciones  por excelencia de la república. La dinámica de las cosas actuales- dinámica monárquica- nos acostumbra a considerar la clave de lo político en organizaciones e instituciones ligadas exclusivamente a la forma política  histórica y circunstancial de Estado,  y dentro del mismo, como una decantación  de una decantación, cada vez mas alejada de la directa voluntad popular autogobernándose,  la institución de la elección  del gobernante- representante: las elecciones.  Pero la ciudad no se construye así. Al menos, la ciudad republicana no se construye en torno a una institución jurídica  cuya identidad  y fundamentación es la renuncia al autogobierno  por la vía  de delegación de la voluntad popular en los que hayan de gobernarnos en lugar de el  ejercicio de esa voluntad. He aquí, uno de los obstáculos. Es el propio  de la  razón instrumental, de quien considera que cualquier medio es legítimo para el fin. Es el propio de la técnica. En definitiva, La techné en política justifica la monarquía de los competentes, de los  que saben.

Pretender saber, es un poseer. Lo que se sabe con certeza se impone con necesidad. No necesita a los otros sino como obedientes. Es lo contrario del no saber socrático que debe usar de la ejemplaridad  que  se dirige al espectador, necesita testigos y asentimiento.  Por lo tanto  supone una proposición intersubjetiva y una aceptación generalizada. Es un lenguaje.  Cuando se pretende saber en lugar de proponer, la impaciencia se hace inevitable. La impaciencia- que no es ajena al estimulo de la competitividad impuesta como moralidad capitalista dominante- nos relega a la ilusión del momento electoral como lugar de salvación. Esa impaciencia olvida el sentido común de una más permanente sabiduría popular: la que nos habla de  la corriente incesante del  de agua que redondea  el guijarro (2) ,  la del surco de la cuerda en el brocal de  piedra  del pozo, la estrategia del caracol. Sería como el saber de los humildes, de   los que se dice  que  no saben,  unido al  de los que humildemente dicen no saber.   

El poder de este género de instituciones republicanas y lentas  es el que produce las revoluciones:

Las revoluciones, las verdaderas, aquellas que no se limitan a cambiar las formas políticas y el personal gobernante sino que transforman las instituciones y desplazan la propiedad, tienen una larga y oculta gestación antes de surgir a plena luz al conjuro de cualesquiera circunstancias fortuitas” (3)

Esta es, en efecto, la dinámica de las revoluciones:

“Si algo enseña la historia es que las olas de los grandes movimientos populares y los grandes ideales socialmente encarnados, como las olas oceánicas, tienen una fuerza proporcional a su longitud de recorrido. Las que vienen de muy lejos, aparentemente calmas en superficie, rugen invisibles en las zonas abisales y terminan abatiéndose inopinadamente con una potencia indescriptible sobre las playas y los arrecifes de destino.”(4)

Pero esto sucede, no por misteriosas potencias telúricas históricas  que guiasen  nuestros destinos y  sobre las que bastase   escuchar los oráculos que interpreten sus signos de advenimiento. Ocurrirán por la actuación de nosotros mismos y de las pacientes instituciones que podamos construir. Depende de cómo los republicanos obramos bajo el imperio.

 (*) PUBLICADO EN 

El Viejo Topo – núm. 414/415

JULIO-AGOSTO 2022


 (1) M. Viroli - N. Bobbio. Diálogo en torno a la república.  Tusquets  Barcelona 2002

 (2). Piedr a  que después será  hecha  para una honda”, como nos recordaba paco Ibáñez en su memorable  versión de Como tu de León Felipe

(3). Albert Mathiez. La Revolución Francesa I .cap. I

(4) Antoni Domènech .Coloquio Miradas sobre la Historia. Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM y el Colegio de México 17-11-2017.

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