¡ DEMOCRACIA! (1)
¿Tiene aun sentido hablar de democracia? Sobre todo, ¿tiene aun sentido reivindicarla
como bandera de la libertad igualitaria? Todos son demócratas y se llenan la
boca con ella, aunque la detesten, la quieran confeccionada a medida o incluso
la masacren. Por otra parte ya se proclamaban liberales y democratas los Thiers
y Gambetta que en un siglo y medio atrás, con decenas de miles de ejecuciones
sumarias, cavaron la tumba (literalmente)
de la Comuna
de Paris, el momento de democracia más auténica
que haya conocido la historia.
Hoy más que nunca democracia corre el riesgo de no significar ya nada.
Si pueden invocarla indistintamente George W.Busch, y Aung Sang Suu Kyi, Vaclev Havel y Valdimir
Puin, Stephane Hessel y Silvio Berlusconi, quiere decir que a estas alturas la
palabra tiene tanta precisión como la niebla y el humo. Si pueden enarbolarla
los jóvenes de la plaza Tahri y los militares que los asesinas o las barbudos y
chilabas islámicas que salieron vencedoras de las urnas y que se habían quedado agazapadas en las
mezquitas sin arriesgar nada, si pueden proclamarla tanbien los manifestantes
de Zucotti Park como los Le Pen , padre e hija, quizás también a estas alturas
solo es un manido flatus vocis.
Y sin embargo, la democracia sigue siendo hoy imprescindible, es mas ,
sigue siendo lo imprescindible.
Porque hasta el momento es el único horizonte de legitimidad al que
referirse para validar las oel ultimo resquicio de credibilidad “progresista”
de los totalitarismos del Esta. Es así hasta tal punto que incluso los que
pretenden ahogar la democracia en la
teocracia se ven obligados a invocarla como instrumento y procedimiento de toma
de decisiones, desde los partidos islámicos (tanto “moderados” como fundamentalistas,
hasta el pontífice de Roma que reina dichosamente. Pero, ante todo, porque de
una manera u otra siempre es en nombre de la democracia y de su valores
constitutivos y fundamentales, la libertad y la igualdad, que mujeres y hombres
de cualquier condición y de cualquier continente se lazan en revuelta e incluso
arriesgan su vida contra el monstruo moteado de las opresiones.
Y sin embargo, a la
vista está que hoy día es imposible encontrar una democracia digna de ese
nombre. Las democracias reales existentes son cada vez mas un pálido simulacro
de los valores perfilados solemnemente en las Constituciones o , mas a menudo,
una parodia: en los callejones sin salida del sistema o en los arrabales de la
actividad del gobierno, los políticos enlodan y pisotean a diario los derechos
de los ciudadanos de los que deberían emanar. Por eso los ciudadanos les
corresponder con dosis industriales de desafectación y menosprecio.
El pensamiento
conservador ha hallado una solución acomodaticia. Las pretensiones de la democracia-
soberanía de los ciudadanos y libertad/poder por igual para todos – resultan desmesuradas.
Hay que llevar la poesía de los ideales a la prosa cotidiana iy aceptar que se
admita la existencia de una democracia efectiva alli donde se puede votar sin frautes
electores desmedidos y en la que cohabitan varios partidos y candidatos en
liza. El resto es una utopia. A continuación viene “lo mejor es enemigo de lo
bueno” y toda la letanía de lugares comunes bienpensantes.
Pero a esta acusación
de utopia ya respondió Max Weber, un testigo libre de toda sospecha por ser
defensor del mas despiadado “realismo político”, quien concluye su clásico la política como profesión con esta
frase: “Es cierto, y toda la experiencia
histórica lo confirma, que lo posible no se lograría si en el mundo no se
intentase una y otra vez lo imposible”.
Si se declara que la
democracia, en su sentido etimológico, no es mas que una utopia, cualquier
caricatura y engaño llegará tener derecho a cada resquicio de nobleza que la palabra
conlleva, y cualquier deformación y tergiversación secuestrará en beneficio
propio el aura inviolable que ha
acumulado esa palabra/ valor a lo largo de los siglos de luchas y sacrificios.
De esa manea, los dueños del vapor (1)
y de la cosa pública se convertirán también en los amos y señores del
significado de “justicia y libertad”, mientras que quienes se propusieran hacer
realidad la democracia según su etimología, poder de todos y de cada uno, se
convertirían objetivamente en intrigantes antidemocráticos.
Las palabras son piedras,
las palabras son armas. La filología es una espina clavada para todo gobierno porque las
palabras/valores son puestas en juego en el choque entre opresores y oprimidos,
sistema y ciudadanos, nuevas castas y
Tercer Estado actual. Allí donde las palabras pueden ser domesticadas y
doblegadas por el poder, el totalitarismo está en marcha. El poder corrompe
como es bien sabido. Corrompe también las palabras, ante todo las palabras.
Preservarlas es una de las tareas más preciadas de los “sin poder”, que en una
democracia tendrían que ostentar la totalidad del poder, la soberanía. Renunciar al sentido originario de la palabra
democracia significaría resignarse a perder “la cosa misma”.
Porque no es cierto
en absoluto que demos-kratia no quier
decir ya nada, ni que soberanía popular- su traducción moderna, siguiendo la
estela de las dos revoluciones, la americana y la francesa, que inauguraron
nuestra época- sea una expresión absolutamente genérica, y que por lo tanto se
pueda someter a cualquier “ sustancia” del regimiento politico. En las paginas
que siguen discutiremos largo y tendido sobre las antinomias teóricas, las
contradicciones practicas y las dificultades institucionales a la que da lugar
la soberanía popular, pero éstas nacen precisamente de la precisión y el
alcance del concepto y de “la cosa misma”
a la que hacen referencia de forma ineludible: el poder que es todo uno
con el pueblo entero, entendido este último como todo uno con cada uno de los
ciudadanos, sin excluir a ninguno.
De modo que
democracia nos dice inmediatamente lo que no puede ser, a qué se contrapone. A
teocracia en primer lugar. Si se pretende democracia ya no habrá ningún Arriba/
Otro que pueda legitimar el poder. Ningún Dios que pueda encontrarse
promulgando los diez mandamientos. La ley la deciden los hombres. Dios es
exilado en lo más alto de los cielos porque la autonomía es la premisa y lo
irrenunciable de la democracia, autónomos,
el darse a si mismos su propia ley. Inmediatamente después se contrapone a
oligarquía y a aristocracia. Porque justamente la autonomía y la
autolegislación pertenecen a todos, no a unos pocos, ni siquiera a os mejores.
Y por otra parte, ¿quien decide quienes son los mejores? Por eso la democracia
se contrapone finalmente a cualquier ora “cracia” que sea del dinero, de la
técnica, del crimen y a cualquier otro poder separado de todos y cada uno.
Cualquier poder separado privaría a los ciudadanos de la soberanía, los
convertiría en medios en manos de los happy
few, a su disposición para fines propios. Cualquier pide separado es poder sustraído.
Por eso la democracia se presenta como moralidad, como realización
institucional del imperativo kantiano que se impone a todo el mundo”Obra de tal modo que trates a la humanidad tanto
en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin en si mismo y
nunca solamente como un medio”.
Por lo tanto seria
pura locura relegar la bandera de la democracia a sus enemigos, quienes
aparentan respetarla a pesar de practicar la manipulación, la oligarquía y la
opresión. A los “dueños del poder”, los que secuestran la palabra en beneficio
propio, más bien hay que someterlos a la picota de la critica, al significado
irrenunciable del termino, desenmascararlos por demócratas falsos, mentirosos, jactanciosos y despojadores de
valores y de expropiarlos a su vez del
botín de ese hurto lingüístico. La lucha
pontica por la democracia y la lucha filológica por el significado de la
palabra son distintos terrenos del mismo combate, en el que lo que está en
juego es siempre nuestra igual dignidad.
Pero parece que el privilegiado
y/o el devoto del sistema tiene buenas cartas en mano para manifestar que la
democracia tomada al pie de la letra es imposible porque resulta impracticable.
En efecto, exhibirán las sirenas cautivadoras del sentido común y de las evidencias
concretas (el autogobierno ni siquiera
se hace realidad en las reuniones de comunidades de vecinos) para canonizar en nombre
de la eficiencia cualquier manipulación, incluso la mas brutal, e la
literalidad del ideal que conlleva
“democracia”. Las acometidas de esta ideología reaccionaria pueden ser
rechazada con bajas e incluso pueden ser desbaratadas justamente fijando con
precisión los criterios con los que
medir el valor de las democracias reales existentes, a partir del núcleo
semántico que ni siquiera el más reaccionario del sistema podrá negar.
Desde este punto de
vista, el segundo 1789 representó una gran oportunidad finalmente desperdicia.
Juno con al imperio soviético, se esfumaba el engaño de una democracia que
pretendía ser más avanzada: la democracia popular, es decir, al cuadrado, como
vociferaba la nomenklatura, mientras
suprimía las libertades mas elementales. Una vez barrido el totalitarismo, las
democracias de Occidente, que a estas alturas monopolizaban el termino, solo tenían
que vérselas con si mismas. Ya podían
afrontar sus propios incumplimientos sin la
coartada de que criticar de forma intransigente su propio “lado oscuro”
pudiese hacerle juego al enemigo. Sus clases dirigentes hicieron lo contrario:
fascinar a la masa de los ciudadanos, cada vez menos soberanos, con el
triunfalismo de una democracia sorda al aumento galopante de la distancia entre
ideal y realidad. Toda critica fue apartada del terreno de juego, anulada por
el desbordamiento del pensamiento único.
El ochenta y nueve,
ese sesenta y ocho de los disidentes, fue utilizado por el poder para truncar
definitivamente todo lo que el Berlín de Rudi Dutschke y el Mayo de Paris
habían puesto en el orden del día, una “ larga marcha” desde dentro de las
instiituciones capaz de aproximarse- contra la hipocresía de los poderes
establecidos- a la coherencia democrática. Los dueños de la política y del
provecho consiguieron durante toda una generación hacer colar el liberalismo somo sinónimo de
democracia, mas aun, como su caldo de cultivo y como alambique de resultados
garantizados, a pesar de que la realidad desmentía clamorosamente la ideología:
China era una explosión vertiginosa de capitalismo, con una vitalidad de
mercado abrumadora y tasas de crecimiento capaces de provocar una sobredosis a
los Chicago Boys, y a pesar de todo el poder seguía firmemente en manos del
partido único totalitario.
El trile venia de
lejos, de combatir en la guerra fría contraponiendo al socialismo real el
capitalismo pero bautizándolo como democracia tout court, como si se tratase de sinónimos. A pesar de que la democracia, que había logrado salir
de la larga noche de los fascismos gracias a la Resistencia , empezó su
nueva vida en Europa justamente violando el mercado liberalista, nacionalizando
con De Gaulle la Renault ,
los principales bancos, los transportes aéreos y las minas de carbón. Por eso
en el ochenta y nueve colar el fin de la economía planificada y el sabbat de las
privatizaciones como el equivalente de
la soberanía de todos fue un juego de
niños. Un truco de ilusionista que ha
durado veinte años. La caída del muro trajo consigo el liberalismo, raramente
la democracia- la Rusia
de Putin constituye una demostración palmaria de ellos- y mientras tanto, el
sueño de razón, inducida por la toxina
del pensamiento único, elevaba a dogma la deregulation (pues Clinton no actuó de forma distinta a Reagan)
abriendo la puerta a la orgia de subprime
y los bonos basura, y el consiguiente efecto domino de la crisis financiera en
la que aún estamos atrapados.
Ahora parece que el
hechizo y la borrachera han terminado. Incluso entre los economistas
liberalistas algún cerebro sin talonario entona el mea culpa, y Keynes sale del Index
librorum prohibitorum. Y, ante todo, las “masas” empiezan a librarse de la
servidumbre voluntaria de la dictadura liberalista. Una parte, al menos. Los
arrebatos de los indignados, que se han difundido en ambas orillas del Atlántico, el movimiento radical y bien
arraigado de los estudiantes chilenos, las revuelas árabes solo superficialmente
normalizadas por los portavoces de Ala abren una puerta a la esperanza: la ideología
de la falsa ecuación democracia/liberalismo ha anestesiado a una generación,
pero ahora los cerebros han vuelto a destilar critica.
De manera que vuelve a estar en el orden del día el deber de pensar la
democracia, de reflexionar sobre que son
las “democracias“ reales existentes, hasta que punto se puede consentir
la desviación entre etimología e instituciones públicas, antes que “ democracia”
se convierta en la llave maestra para nuevos despotismos en versión
postmoderna. La democracia ha nacido varias
veces
(la moderna, quiero decir ) y ha sido distinta cada vez porque cada vez ha
alimentado diferentes esperanzas. Winston Churchil, mastín conservador, la quería
minimalista: la peor forma de gobierno a excepción de todas las demás. Pero
Albert Camus en 1944, en el Combat, clandestino, la definía como”un estado de la sociedad en el que cada
individuo tenga en el punto de partidas las oportunidades, y en el que una minoría
de privilegiados no mantenga a la mayor parte del país en una condición indigna”
y, en los mismos días, Giacomo Ulivi, de diecinueve años, estudiante de Derecho,
partisano capturado y evadido dos veces torturado y fusilado a la tercera, escribía
a sus amigos desde la cárcel: “ Dia tras
otro nos han dicho que la política es trabajo de especialistas (…). Creedme, la
“cosa pública” somos nosotros mismos (…) Y por eso tenemos que ocuparnos de
ella directamente, como nuestra tarea mas delicada e importante”.
Por eso será bueno responder a la no desinteresada pregunta “¿es
posible la democracia tomada al pie de la letra?” con otra pregunta: “¿es
posible no tomarla al pie de la letra?”, No para rehuir interrogantes incómodos,
claro está, sino para no transformarlos en coartada tras la cual la apología de
lo existente pueda reírse sarcásticamente. Así pues, hay motivos apremiantes, y
muy actuales, paa que la democracia tomada en serio sea mas que nunca el toque
de diana que llama a los sin poder a rebelarse, el acto de acusación permanente
y legitimo que acompaña como una sombra alas “democracias” reales existentes,
la inseparable sombra de Banco que les obliga a sufrir de mala conciencia y remordimientos.
La democracia constituye, asi pues, el horizonte político ineludible
de la autonomía humana, que no obstante solo es si es de todos y de cada uno. De
hecho, dondequiera que la soberanía no sea compartida por igual, ésta
empalidece en la jerarquía, pierde dignidad con cada escalón que baja en la
escala de poder. Con la democracia la soberanía fue robada al cielo, como hizo
Prometeo con el fuego, precisamente para que ningún Homo sapiens pudiese volver
a erigirse en su representante “ungido”, sometiendo asi a los demás. Por lo
tanto, no tiene más legitimación que la fidelidad concepto en si; sin esta
fidelidad, entrega una “tierra desolada” el mero choque de las voluntades de
poder, al éxito como único criterio de legitimidad: subrogación moderna de la ordalía.
(…)
(1).- Paolo Flores d´Arcais.-“ ¡
Democacia!”.- Galaxia Gutemberg 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario