Por Atilio Boron (1)
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En relación al primer punto es indiscutible que su
conducta se encuadró, en términos generales, en las deplorables líneas
establecidas por la jerarquía católica. No fue un monstruo como Christian von
Wernich, activo participante en la comisión de delitos de lesa humanidad y por
ello condenado por la justicia argentina; o un troglodita medieval como el
obispo castrense Antonio Basseoto, que propuso colgarle una piedra de molino al
cuello y tirar al mar al Ministro de Salud Ginés Gonzales García por haber
recomendado la utilización de preservativos. Pero tampoco fue un cristiano
ejemplar como Monseñores Enrique Angelelli y Carlos Horacio Ponce de León, el
Padre Carlos Mugica, los sacerdotes palotinos o las monjas francesas Léonie
Duquet y Alice Domon, todos asesinados por la dictadura; o como los monseñores
Miguel Hesayne, Jorge Novak y Jaime de Nevares, duros críticos del régimen
militar.
El por entonces
Provincial de la Compañía
de Jesús tuvo una conducta reprobable en relación a dos de sus directos
subordinados, los sacerdotes Francisco Jalics y Orlando Virgilio Yorio, quienes
ejercían su labor pastoral en una villa del Bajo Flores y que fueron
secuestrados y torturados por la dictadura ante la inacción de su superior que
los privó de su protección. Algunos testimonios, como el de Alicia Oliveira,
rechazan estas críticas señalando su activa colaboración para salvar la vida de
clérigos y laicos en peligro.
Pero la evidencia documental -que no es lo mismo que una
opinión- aportada en estos días por Horacio Verbitsky en Página/12 o lo que
escribiera un eminente católico como Emilio F. Mignone lo tipifican como un
pastor que entregó “sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”, en
un caso al menos de un nieto que fue apropiado por los represores manteniendo
oculta esta información por años. Lo más probable es que ambas actitudes sean
ciertas, pero los buenos gestos destacados por algunos no alcanzan para opacar
la gravedad de los otros.
En un país en donde
todos sabían de los crímenes perpetrados por el terrorismo de estado no se
puede aducir ignorancia, menos que menos un sacerdote que administraba el
sacramento de la confesión y en permanente contacto con el común de la gente.
En su momento Bergoglio pidió perdón en nombre de la Iglesia “por no haber
hecho lo suficiente” para preservar los derechos humanos ante la barbarie del
terrorismo de estado; debería haberlo pedido, en cambio, por el explícito apoyo
que la jerarquía le brindó a los genocidas y no por lo poco que hizo para
combatirlos. ¿Neutralidad o tolerancia ante el terrorismo de estado? ¡Hum!,
recordemos lo que dice el Dante en La Divina Comedia : “el círculo más horrendo del
infierno está reservado para quienes en tiempos de crisis moral optan por la
neutralidad.”Pero supongamos que un examen exhaustivo e imparcial dictamine la
absoluta inocencia de Bergoglio en los años de plomo. ¿Qué podemos decir de su
actuación durante la reconstitución democrática posterior a la dictadura? A
tono con la contrarreforma lanzada por Juan Pablo II con el apoyo y beneplácito
de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, Bergoglio se asoció a las tendencias más
reaccionarias de la iglesia argentina, lo que no es poco decir. Formado en el
peronismo de derecha, militante de Guardia de Hierro en su juventud, durante su
gestión como Cardenal Primado de la Argentina se alineó inequívoca y sistemáticamente
en contra de todas las buenas causas: se opuso –sin éxito- al matrimonio
igualitario; reaccionó con el furioso fanatismo de Tomás de Torquemada ante la
muestra del artista plástico León Ferrari, que tuvo que ser levantada antes de
tiempo; ha combatido con fiereza todo lo relacionado con la educación sexual,
el control de la natalidad, la despenalización del aborto y los derechos de las
minorías sexuales; mantiene dentro de la Iglesia y así le extiende su protección a
criminales como Von Wernich, Edgardo Storni y Julio César Grassi (condenados
los dos últimos por pedofilia); atenta contra el carácter laico del estado
democrático y defiende con enjundia los privilegios que tiene la Iglesia en materia
financiera y en el control sobre el proceso educacional, en abierta violación a
lo dispuesto por la
Constitución de 1994. En conclusión, un papa austero y
alejado del boato del Vaticano con una marcada preocupación por la suerte de
los pobres pero sumamente conservador. ¿Es esto novedoso? Para nada.
El conservadorismo popular tiene larga historia, y no sólo
en América Latina. A diferencia de su variante elitista y aristocratizante, los
valores e intereses tradicionales que sostienen a un orden social injusto se
refuerzan aprovechándose de la ignorancia y credulidad de los sujetos populares
ganados por la prédica eclesiástica. Es un conservadorismo plebeyo, excéntrico
en sus formas pero que presta un valioso servicio a las clases dominantes, como
lo prueba la obscena explosión de júbilo de los genocidas en los juzgados
cuando se conoció la designación de Bergoglio como pontífice; o la desbordante
alegría de las más diversas expresiones y variados representantes de la derecha
argentina; o la fenomenal campaña apologética de los diarios de la burguesía y
del imperio –principalmente Clarín y La Nación , este último marcando la penosa
involución moral de un periódico fundado por Bartolomé Mitre, un masón probado
y confeso- ante las noticias procedentes de Roma.
Con semejantes amigos, ¿cómo creer que Francisco va a
imitar al santo de Asís, cuya renuncia a la riqueza y los bienes materiales fue
total y absoluta? En compañía de estos ricos cofrades la “opción por los
pobres” difícilmente pueda ser algo más que un lejano acompañamiento de sus
sufrimientos y privaciones, pero cuidándose de enseñarles quién es el que los
condena a transitar por este valle de lágrimas, padecimientos e infortunios.
Hace casi medio siglo que Don Helder Cámara, obispo de Olinda y Recife explicó
muy bien esta contradicción: “Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy
un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me
dicen que soy un comunista.”
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La “revolución de
terciopelo” de Checoslovaquia nada tiene que ver con la revolución bolivariana
de Venezuela, Evo Morales no es Lech Valesa, y Correa no es Ceacescu. No sólo
los procesos y la época histórica son distintos: los enormes problemas que
enfrenta hoy la Iglesia
(crisis financiera, delitos económicos del Banco Vaticano, alianzas con
intereses mafiosos, pedofilia y sus juicios, el celibato sacerdotal, la
incorporación de la mujer al sacerdocio y el postergado aggiornamientoreclamado
por Juan XXIII ) difícilmente le permitirán a Francisco dedicarle demasiada
atención a lo que ocurra en los países de Nuestra América. Es un buen
administrador y tendrá que poner la casa en orden.
Es también un muy
hábil político, y sabe que muy pronto deberá convocar a un Concilio que permita
destrabar viejas disputas que están corroyendo a la Iglesia y aislándola cada
vez más del mundo real. Hace exactamente quinientos años Nicolás Maquiavelo
diagnosticaba en El Príncipe que para salvarse la Iglesia necesitaba una
revolución. Tal cosa no ocurrió. Cuatro años más tarde, en 1517, estallaba la Reforma Protestante
de Martín Lutero, y la revolución quedó congelada. Ahora, la revolución es
muchísimo más urgente y necesaria que antes. Si Francisco fracasa en este
empeño la suerte de las dos veces milenaria institución se verá muy seriamente
comprometida.
No hay que
engañarse con las cifras manejadas por la prensa en estos días: de esos mil
doscientos millones de católicos en todo el mundo los realmente practicantes
son una ínfima minoría, que además se achica cada día. Pretender socavar los
procesos emancipatorios en curso en América Latina y el Caribe sería una
pérdida de tiempo, el pasaporte para una segura derrota y un esfuerzo que
desviaría al Papado de su desafío fundamental. Tal vez por eso Leonardo Boff
confía en que, pese a sus antecedentes, Francisco se abstendrá de seguir el
curso que la derecha y el imperialismo le instan a seguir y elegirá en cambio
el camino de la reforma. En pocos años la historia ofrecerá su veredicto.
(1).-
Fuente:
Cuba Hora.- Atilio Boron (1)
http://www.cubahora.cu/del-mundo/algunas-reflexiones-sobre-papa-francisco#autordown
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En
2004 le fue conferido el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de la Casa de las Américas,
institución creada en el contexto del régimen comunista de Fidel Castro, en La Habana , Cuba, por su libro
Imperio & Imperialismo. En 2009 fue galardonado por la Unesco con el Premio
Internacional José Martí por su contribución a la unidad e integración de los
países de América Latina y el Caribe.1
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