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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
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15/2/19

VICTOR SERGE: memorias de un revolucionario



Prologo de Jean Rière (*)

Victor Serge: una voz para el tiempo presente

 Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que nosotros mismos hacemos de lo que han hecho de nosotros. Jean-Paul Sarte, San Genet, comediante y mártir


La búsqueda de la verdad es un combate por la vida; la verdad, que nunca está hecha, pues está siempre haciéndose, es una conquista incesante recomenzada con una aproximación más útil, más estimulante, más viva de una verdad ideal tal vez inaccesible. Victor Serge, Carnets


No, el destino de Serge no terminó aquella noche funesta y solitaria del 17 de noviembre de 1947 evocada por su viejo amigo y camarada Julián Gorkin (1 ), que, después de haberlo dejado hacia las diez de la noche en el centro de México, habría de volver a encontrarlo poco después de medianoche, muerto, entregado en una delegación de policía por un chofer de taxi (2 ): «En un cuarto desnudo y miserable de paredes grises, estaba tendido sobre una vieja mesa de operaciones, mostrando unas suelas agujereadas, un traje luido, una camisa de obrero… Una venda de tela le cerraba la boca, esa boca que todas las tiranías del siglo no habían podido cerrar. Parecía un vagabundo recogido por caridad. ¿No había sido, en efecto, un eterno vagabundo de la vida y del ideal? Su rostro llevaba todavía la huella de una ironía amarga, una expresión de protesta, la última protesta de Victor Serge, de un hombre que toda su vida se había alzado contra las injusticias».

 Su destino (con o sin mayúscula), lejos de haberse «acabado» en esos años lejanos, tal vez no hacía sino empezar… Y no es la menor de las paradojas y de los méritos de las Memorias de un revolucionario el hecho de suscitar entre sus lectores esa impresión espontánea, pronto metamorfoseada en certidumbre evidente, de encontrarse delante de un gran ser vivo cuya presencia intensa y densa se impone de buenas a primeras. O, como decía Malraux del «Tío Gide», de encontrarse delante de «un contemporáneo capital».

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