Prologo de Jean Rière (*)
Victor
Serge: una voz para el tiempo presente
Lo importante no es lo que han hecho de
nosotros, sino lo que nosotros mismos hacemos de lo que han hecho de nosotros.
Jean-Paul Sarte, San Genet, comediante y mártir
La búsqueda de la verdad
es un combate por la vida; la verdad, que nunca está hecha, pues está siempre
haciéndose, es una conquista incesante recomenzada con una aproximación más
útil, más estimulante, más viva de una verdad ideal tal vez inaccesible. Victor
Serge, Carnets
No, el destino de Serge no
terminó aquella noche funesta y solitaria del 17 de noviembre de 1947 evocada
por su viejo amigo y camarada Julián Gorkin (1 ), que, después de haberlo
dejado hacia las diez de la noche en el centro de México, habría de volver a
encontrarlo poco después de medianoche, muerto, entregado en una delegación de
policía por un chofer de taxi (2 ): «En
un cuarto desnudo y miserable de paredes grises, estaba tendido sobre una vieja
mesa de operaciones, mostrando unas suelas agujereadas, un traje luido, una
camisa de obrero… Una venda de tela le cerraba la boca, esa boca que todas las
tiranías del siglo no habían podido cerrar. Parecía un vagabundo recogido por
caridad. ¿No había sido, en efecto, un eterno vagabundo de la vida y del ideal?
Su rostro llevaba todavía la huella de una ironía amarga, una expresión de
protesta, la última protesta de Victor Serge, de un hombre que toda su vida se
había alzado contra las injusticias».
Su destino (con o sin
mayúscula), lejos de haberse «acabado» en esos años lejanos, tal vez no hacía
sino empezar… Y no es la menor de las paradojas y de los méritos de las
Memorias de un revolucionario el hecho de suscitar entre sus lectores esa
impresión espontánea, pronto metamorfoseada en certidumbre evidente, de
encontrarse delante de un gran ser vivo cuya presencia intensa y densa se
impone de buenas a primeras. O, como decía Malraux del «Tío Gide», de
encontrarse delante de «un contemporáneo capital».
Sus Memorias de un revolucionario no sólo
plantean y exponen –después de muchas otras ciertamente, pues ese género
literario tiene varios siglos de existencia– los problemas existenciales y
filosóficos comunes a todo hombre: ¿qué hacer con una vida? ¿de su vida? ¿qué
sentido darle? Obligan también a reflexionar sobre todo proyecto biográfico:
¿por qué un relato de vida, de su vida? ¿Qué hacer con semejante relato: un
simple testimonio? ¿un «mensaje»? ¿una «obra de arte»? También aquí la empresa
sergiana, ya lo veremos, impone su diferencia, su originalidad. Mientras muchos
autores y actores del siglo xx, franceses o extranjeros, han desaparecido
irreversiblemente en los arenales de la historia y de la memoria, Serge en
cambio está cada vez más presente y su valor real en cuanto hombre, militante
revolucionario y, sobre todo y ante todo (al menos para nosotros), en cuanto
escritor de primera magnitud se impone de manera igualmente irrevocable. Una
vida enteramente asumida De acuerdo: toda vida es singular en todas las
acepciones del término. Pero las hay que lo son más que otras.
Es innegablemente el caso de
esta vida que, además, objetivamente, contiene varias otras. ¿Qué hay que retener
de ella? Que se construye desde la infancia, desde esa infancia. Que se
caracteriza por elecciones de valores y de actitudes decididas por lo tanto muy
pronto: nunca dejarse ir, «mantenerse»: de pie, erecto. Serge, desde la edad de
doce años, no se conformó con una vida cumplida, dominada de cabo a rabo: no
sólo para él mismo, sino también para sus contemporáneos. No sabe uno qué
admirar o estimar más en él, si la precocidad en la toma de conciencia, la
observación, el análisis, seguidos de compromisos enteramente reivindicados, es
decir con la aceptación del precio que habría que pagar –o la continuidad sin
fallas ni renuncias en las luchas emprendidas temprano. Hay en esa vida una
coherencia y un rigor perseguidos hasta el final, que la hacen absolutamente
única. Es cierto: escoger –en los años 1908-1919– «le Rétif» («reacio»,
«rebelde», etimológicamente «el que resiste») como primer y principal
seudónimo, es mostrar claramente el cobre. Nada de difuminos ni colores pastel:
sólo el rojo y el negro son aceptables. Y nuestro fogoso y joven militante se
pone a manejar entonces una pluma acerada, irónica, vehemente, pronta a veces
con exceso en la polémica y sin merced. ¡Es la ley del género! Nunca la
contraviene. Hace escarnio y carnicería con un acento ya personal. Nunca el
Reacio ni después Victor Serge «se escatimarán»: no son de los que aceptan
pausas, «arreglos», acuerdos-compromisos. No son de esos del consenso blando.
A la comodidad asegurada por
todos los conformismos, preferirá siempre la herejía permanente, ese arte
peligroso de no dejarse engañar y menos todavía engañar. El Reacio, le Rétif,
diseca los mecanismos de opresión y de dominación, los condena y los combate
sin tregua, pero pretende hacer lo mismo con todos los mecanismos de sumisión o
de servidumbre voluntaria o propuesta. No asesta pues sus varapalos (que caen
tupidos) solamente a los explotadores y paladines de un Orden inicuo, los que
someten, sino igualmente a los explotados que o bien son pasivos o
conformistas, o bien se someten, o, mucho más, se dejan engañar por los
«trampantojos» que los incitan a acomodarse a su estado, por «espejismos» que
difieren siempre el paso al acto revolucionario. Es lícito ver en esa actitud que
no escatima a nadie (individuos, instituciones, grupos, partidos) las primicias
de lo que más tarde, en su periodo «bolchevique», calificará de regla del doble
deber (explícita en Soviets 1929 y en Littérature et révolution, pero implícita
en sus escritos anteriores), a saber la imperiosa necesidad de ejercer, también
en el seno del partido, del grupo, del movimiento, un indispensable espíritu
crítico. Para evitar las esclerosis, los empantanamientos estériles en los
clisés y las fórmulas vacías de contenido, el estancamiento, tal vez incluso la
regresión y la corrupción de los mejores, hay que hacer imperativamente ese
trabajo crítico sobre uno mismo y, a veces, contra uno mismo.
Para Serge, cada hombre es responsable: de sí
mismo y del prójimo. Ningún fatalismo en él. Ciertamente, como toda vida, la
suya tiene su parte de errores, de fracasos, por lo menos colocó bien alta la
cinta de sus exigencias y de su radicalidad.
Por mi parte, no veo en ello
nada mediocre, mezquino. Las Memorias como obra de vida, de verdad, de combate
y de arte. De un hombre que consideró siempre que había una «responsabilidad de
los escritores y de los intelectuales» y que siempre la exigió de ellos, que
siempre se esforzó por hacer coherentes su vida y sus actos, no puede esperarse
un libro de diversión o de disfraces, de negación de la realidad y de la
verdad, en otros términos un libro trucado: ya sea el de un prestidigitador*,
ya sea el de un falsificador**3 . No se puede esperar un libro complaciente
consigo mismo o que sacrificara, por demagogia o por interés, a las modas y a
los poderes del momento. Menos aún un libro de tópicos aceptados, de imágenes o
de ideas convencionales, «para ponerse entre todas las manos», por no poner
sobre todo en tela de juicio el orden del mundo.
Escribir sus Recuerdos o sus Memorias es a la
vez un acto político y literario. Serge hubiera suscrito esta convicción
expresada por Henry James en sus Notebooks ( 4) : el escritor es aquel que no
deja perderse nada. Habría añadido que, para él, el militante también; siempre
hay algo que salvar, incluso y sobre todo en lo más profundo de las derrotas,
de los desastres y de los sismos históricos. Escribir y describir las luchas
llevadas a cabo no es tanto desear volver a vivirlas como, más bien, querer
prolongarlas, proseguirlas de otra manera. Serge no es hombre de renuncias.
Resistencia es su palabra soberana, su consigna permanente. Además, como
siempre en él, el relato, el análisis, se acompañan con un distanciamiento, un
perpetuo «dentro-fuera» destinados a asegurar una visión amplia y lúcida,
crítica. El entrelazamiento complejo de los acontecimientos no se le escapa. En
eso, puede decirse que actúa «como historiador» (5 ). Sin pretender sin embargo
tener tal estatuto oficial y debidamente sellado, consciente de que le faltan
todavía tiempo y documentación para efectuar ciertas verificaciones
indispensables, de donde algunos errores. Pero si le sucede cometer
efectivamente algunos, «engañarse», no hay ninguna intención deliberada de
«engañar». Comprometido sin duda, pero no enrolado ni maniqueo.
Las Memorias de Serge, más
que el relato minucioso y detallado de su vida –que por otra parte no emprende6
–, son la exposición crítica de los acontecimientos históricos y sociales a los
que tuvieron que enfrentarse los hombres de aquel tiempo, y de los que conviene
sacar lecciones para que, más informada y por lo tanto más segura de sí, la
marcha de los hombres se prosiga hacia un objetivo o un ideal sin duda nunca
asegurado. Se trata de dar cuenta y, al hacerlo así, también de rendir cuentas.
Se despliega y se muestra en ellas una inteligencia aguda, por la comprensión de
que da pruebas, siempre a la altura de los acontecimientos evocados,
dominándolos incluso con holgura (la de una reflexión sin cesar profundizada y
puesta en tela de juicio). Del mismo modo que para Kierkegaard lo importante no
es ser «cristiano» –para otros será «ateo», «comunista», «laico», etc.– e
instalarse definitivamente en un estado o una condición, sino ante todo
esforzarse por hacerse tal o cual cosa, sin estar nunca seguro de lograrlo en
la propia vida, del mismo modo me parece que una de las principales enseñanzas
de las Memorias es: caminar, progresar sin tregua, es más importante que llegar
y concluir. Nada está nunca asegurado definitivamente y todo está siempre por
conquistar. Como su amigo Lichtenstadt-Mazín, al que rindió un sincero homenaje,
Serge quiere ser un contrabandista, un transmitidor, simple elemento de una
cadena que no debe romperse, pues el mensaje es más importante que quienes
aseguran su difusión. Esa modestia y ese borrarse no carecen de grandeza.
Reseñando el libro, Pierre Pascal escribe: «Si
nos fijamos, son un libro desolador estas Memorias de Victor Serge. Es el
relato de una serie de fracasos». Añade sin embargo: «Pero, muy felizmente,
en la obra misma, ninguna tristeza». ¿Y si se equivocara? ¿Si, por el
contrario, de ese libro (y de esa vida) emanara una extraordinaria energía, una
intensidad de y de pensamiento, una fuerza exaltada y exaltante? Ni desolado ni
desolador: un libro tónico, pues el autor no es hombre de resentimiento, de
saciedad narcísica y cascarrabias, de amargura y de acritud. Términos y
conductas que Serge ignora. Pierre Pascal precisa a pesar de todo que es
«historia, una historia muy viva y muy variada en conjunto» y que «Victor Serge no era un militante confinado
en la política, frecuentaba todos los medios, viajaba, tuvo incluso misiones en
el extranjero.”
Gracias a esta amplia
curiosidad, tenemos medallones excelentemente acuñados de escritores: Gorki,
Essenin, Gumilev, Alexis Tolstoi, Barbusse; de políticos: Lenin, Trotsky, y las
comparsas, y películas coloreadas de los medios sospechosos de Berlín y de
Viena; y visiones elocuentes de las noches y los días de Moscú y de Petrogrado,
y de las cárceles y los lugares de deportación. Todo eso visto por un hombre
reflexivo, que se presta a la acción sin abdicar de su personalidad, que
observa y que juzga». Y pasa a alabar a Serge por ser «sobre todo un humanista»
y por haber evolucionado «en el sentido de un más amplio humanismo». Pero si
deja en silencio los compromisos de 1936 a 1947, es reconocer implícitamente
que por su calidad de escritura, su acento, su ironía tan particular, la
inteligencia del análisis y de la visión (a menudo profética), sus frases nunca
replegadas sobre sí mismas sino ancladas en el vasto mundo de la historia en
marcha, las Memorias, rebasando el simple relato de una experiencia (de
«experiencias» sería más exacto), acceden a la perennidad de la obra de arte.
Son la expresión de un mundo personal, de una sensibilidad y de una pasión: la
de «comprender a los hombres» (Sartre)(7 ), sus tramos y sus trámites, a menudo
erráticos. Serge, a pesar e su energía constante, no pudo «cambiar el mundo» y
la vida. Concedido. Pero, en definitiva, la energía intrínseca de las Memorias
(¡y también de sus novelas, de sus ensayos!) lo invierte todo, lo transfigura
todo, lo arrastra todo, asegurando la final victoria, la del «Serge de la obra»
que no es (o no es ya) el «Serge de la vida».
Del mismo modo que el Serge «narrador» difiere
del Serge «personaje» de sus Memorias. Al primero corresponde el afán de
realismo y de verdad en el relato de una experiencia fuera de lo común. Al
segundo, el encanto, el ascendiente soberano de un personaje de novela épica y
poética, que hace soñar duraderamente porque es libre, liberado para siempre de
toda traba. El verdadero destino de Victor-Napoleón Lvovich Kibalchich alias
Victor Serge, es enriquecernos con esa polifonía dominada de cabo a rabo, hecha
de compasión y de comprensión profundas, de lucidez serena, de firmeza moral,
de intransigencia combativa, de inteligencia clara. «Lo que mide la presencia de un hombre y su peso, es la la elección que
haya hecho él mismo de la causa temporal que lo rebasa.»
(*).- Del libro de Victor Serge . Memorias de
un revolucionario. Veintisiete Letras, S.L. Miguel Yuste, 29, B, S-31 28037
Madrid
Fuente:
http://www.marxismo.school/biblioteca/victor-serge-memorias-de-un-revolucionario.pdf
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