Así
que, queridos amigos, lo que ya sabíamos se va a hacer realidad. Me queda poco
tiempo en esta maravillosa forma de polvo estelar de la que he estado hablando
durante los últimos meses. No siento ningún temor. Quiero aseguraros que no
tengo miedo. Me parece muy mezquino quejarme de la disipación de mi polvo de
estrellas en el polvo cósmico después de haber vivido 72 años en esta
extraordinaria forma de existencia que muy pocas moléculas en todo el universo
experimentan.
De hecho, incluso usar la palabra experiencia con respecto a este polvo de estrellas es increíble. Los átomos no tienen experiencias. Solo son materia. O sea que todo lo que soy es materia. Pero materia organizada de un modo tan complejo, a través de diferentes umbrales de complejidad material, que es capaz de reflexionar sobre su materialidad y lo extraordinario que ha sido estar vivo y consciente de estar vivo y consciente de ser consciente de estar vivo. Y de esa complejidad proviene el amor, la belleza y el sentido que constituye la vida que he vivido. Y para colmo, estoy en este rincón tremendamente privilegiado de la materia humana que se las ha arreglado contra todo pronóstico para no vivir una vida de miedo y sufrimiento por las crueldades de nuestra civilización, que nunca ha sentido el miedo al hambre, el miedo por la inseguridad física en mis vecindarios, que ha tenido los recursos para criar a mi maravillosa familia, a mis hijas, en un entorno donde creo que ellas también han sentido seguridad física y las cosas básicas que se necesitan para florecer. Así que ahí lo tenéis.
De hecho, incluso usar la palabra experiencia con respecto a este polvo de estrellas es increíble. Los átomos no tienen experiencias. Solo son materia. O sea que todo lo que soy es materia. Pero materia organizada de un modo tan complejo, a través de diferentes umbrales de complejidad material, que es capaz de reflexionar sobre su materialidad y lo extraordinario que ha sido estar vivo y consciente de estar vivo y consciente de ser consciente de estar vivo. Y de esa complejidad proviene el amor, la belleza y el sentido que constituye la vida que he vivido. Y para colmo, estoy en este rincón tremendamente privilegiado de la materia humana que se las ha arreglado contra todo pronóstico para no vivir una vida de miedo y sufrimiento por las crueldades de nuestra civilización, que nunca ha sentido el miedo al hambre, el miedo por la inseguridad física en mis vecindarios, que ha tenido los recursos para criar a mi maravillosa familia, a mis hijas, en un entorno donde creo que ellas también han sentido seguridad física y las cosas básicas que se necesitan para florecer. Así que ahí lo tenéis.
He
estado entre los más aventajados, privilegiados, decidlo como queráis, polvos
de estrellas en este inmenso universo durante 72 años. Y así terminará.
Pero
ya lo sabía, al menos desde los 6 años. Son algunos años menos de lo que
esperaba, pero no tengo queja. No me quejo. Y supongo que, para continuar con
este ensueño un poco más, por si fuera poco, en algún momento del final de mi
adolescencia, decidí aprovechar este privilegio extraordinario que tenía no
para vivir una vida autocomplaciente, sino para darle sentido, a la mía y a la
de los demás, tratando de hacer del mundo un lugar mejor. La forma particular en que lo hice está condicionada
históricamente, por supuesto, por las corrientes intelectuales y la agitación
de finales de los años sesenta y principios de los setenta. No creo que ello
signifique que deba pensarse como un mero efecto de ese momento histórico.
Creo que mi obstinado intento de revitalizar
la tradición marxista y hacerla más relevante para la justicia y la transformación
sociales en la actualidad está anclado en una comprensión científicamente
válida de cómo funciona realmente el mundo. Pero sin estar inmerso en un medio
social donde esas ideas fueran debatidas y conectadas –tanto de formas
razonables como equivocadas– con los movimientos sociales, nunca hubiera podido
perseguirlas. Pero me fue posible, y eso me condujo a una vida repleta de
sentido e intelectualmente excitante. Así que no tengo queja. Moriré en unas
pocas semanas, satisfecho. No estoy feliz de estar muriéndome, pero estoy
profundamente feliz con la vida que he vivido y la vida que he podido compartir
con todos vosotros.
Erik Olin Wright (Berkeley, California; 9 de febrero de 1947-23 de enero de 2019)
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