"El trabajo asalariado, en condiciones de desposesión, es incompatible con la libertad republicana"
Entrevista a David Cassasas
Por DANI
DOMINGUEZ (*)
“Hay una guerra de clase y
los ricos la vamos ganando”, decía Warren Buffet. David Casassas,
profesor de la Universidad de Barcelona, explica cómo la clase obrera debe
levantar la mirada del suelo y reapropiarse de su vida después de la
desposesión a la que ha estado sometida históricamente. En su nuevo libro Libertad
incondicional. La renta básica en la revolución democrática (Paidós,
2018) sitúa a la renta básica como condición obligatoria a la hora de poder
mirar al frente, de poseer capacidad de negociación… es decir, de tener alguna
posibilidad en esa guerra de clase en la que Buffet se sentía ganador. Para
Casassas, renta básica significa libertad pero también democracia y por ello
responde a las críticas que vienen tanto de derecha como de izquierda.
En ocasiones hablamos de
renta básica dando por hecho que el total de la población comprende de qué se
habla, pero no siempre es así. ¿Qué es exactamente la renta básica?
La renta básica es una
prestación monetaria pagada por las instituciones públicas a todo ciudadano o
ciudadana por el mero hecho de serlo y con arreglo a tres grandes principios.
El primero es el principio de individualidad, es decir, lo perciben las
personas y no los hogares, algo muy importante en clave de género, por ejemplo.
También estaría el principio de universalidad, por el cual lo recibiría el
conjunto de la población. Finalmente, tenemos el principio de
incondicionalidad, lo que significa que la renta básica se percibe con
independencia de cualquier circunstancia que acompañe nuestra existencia, como
por ejemplo, otras fuentes de ingresos, realización o no de trabajo remunerado…
Además, habría una cuarta cuestión y es que, para que la renta básica tenga
potencial emancipatorio, debe estar situada por lo menos en el nivel del umbral
de la pobreza. Ha de garantizar una existencia en condiciones de dignidad.
Su nuevo libro se titula Libertad incondicional. La renta básica en la revolución democrática. ¿Qué ideal de libertad es el que se propone en el libro? ¿No tenemos libertad en la actualidad?
En el universo liberal, que
atraviesa el mundo en el que estamos, sobrevuela siempre la idea de que somos
libres porque mantenemos entre nosotros relaciones meramente psicológicas. Si
yo prefiero manzanas y tú prefieres peras y yo tengo peras y tú tienes
manzanas, podemos intercambiarlas con total libertad. Es así de sencillo. Aquí,
pues, no hay relaciones de poder. Del mismo modo, yo tengo aversión al riesgo y
tu propensión al riesgo, por eso tú te haces empresario y yo me hago
trabajador, porque no me va el frenesí de llevar una empresa y a ti sí. Esto es
ideal, porque tus preferencias y las más se complementan y firmamos un contrato
libre y voluntario. Esta es la visión liberal del mundo, que es un absoluto
sarcasmo porque el mundo está plagado de relaciones de poder.
Ante esto debemos recurrir a
la tradición republicana, que lleva de la mano una descripción del mundo mejor
que nos dice que el mundo es conflictivo porque en él los recursos son escasos,
lo que es fuente de relaciones de poder. Ello nos permite hacernos con una
definición de libertad mucho más robusta, más seria y más acorde con lo que
hay. Esta definición nos dice que somos libres cuando no tenemos que pedir
permiso para vivir de forma cotidiana, es decir, que somos libres cuando
vivimos ajenos a la discrecionalidad de otros. Por eso es importante que haya
recursos de partida para todos y para todas, para así poder vivir en la empresa
sin tener que agachar la mirada cuando estás delante de un jefe, y, si es
preciso, para salir de esa empresa. La libertad, pues, implica independencia
personal material y simbólicamente fundamentada, lo cual no significa que nos
tengamos que convertir en átomos aislados. Sin estas condiciones, no se puede
hablar de libertad. Los liberales pueden contar cuentos, pero cualquier
análisis mínimamente serio de la libertad nos lleva a afirmar que ser libre es
algo distinto a firmar contratos supuestamente voluntarios con total
despreocupación con respecto a las condiciones sociales bajo las que los
firmamos.
Pero siempre se nos dice que
tenemos la libertad de rechazar un trabajo en el caso de que las condiciones no
nos parezcan idóneas…
Es una afirmación falsa. Lo
sabemos todos. En el capitalismo, repito: en el capitalismo, el trabajo
asalariado toma forma como resultado de amplísimos procesos de desposesión de
las grandes mayorías sociales que empiezan hace por lo menos cinco siglos y que
hoy siguen en funcionamiento y que obligan a muchos y muchas a precipitarnos a
los mercados de trabajo a cazar lo que se nos eche… cuando se nos echa.
Todo esto nos lleva a unas
asimetrías de poder gigantes. Aristóteles hablaba del trabajo asalariado como
una esclavitud a tiempo parcial, en el sentido de que cuando firmamos un
contrato de este tipo, precisamente por hacerlo en condiciones de desposesión
no podemos aguantar la mirada a la persona que nos contrata para así poder
decir y co-determinar cómo queremos realizar ese trabajo. Del mismo modo,
tampoco podemos decir, sencillamente, que nos negamos a realizar ese trabajo
que nos parece indigno. En este sentido, advertido también por Marx, el trabajo
asalariado bajo el capitalismo se convierte en algo muy similar a la
esclavitud, con lo que debemos plantearnos si queremos limitarnos a regular esa
“esclavitud a tiempo parcial” o si queremos optar por otras alternativas de
trabajo y de vida.
Hubo una época en la que la
renta básica estuvo en el centro del debate político, pero ahora parece que es
un término que se ha alejado del lenguaje político. ¿Por qué?
La renta básica está lejos del lenguaje de los políticos que se están presentando hoy a elecciones porque hacen cálculos cortoplacistas bastante malos (déjame que polemice un poco). Pero la renta básica está en la arena social y política de la mano de otros muchos actores, incluidas ciertas bases de los partidos de esos políticos. Es cierto que tras la irrupción de Podemos oímos estas dos palabras en los medios de comunicación con especial intensidad, pero el avance social de la renta básica venía de mucho más atrás, de antes del 15-M. Hace años que mucha gente trabajadora se dio cuenta de que ni los escombros de la precariedad neoliberal ni la rigidez propia del fordismo pueden conducirnos a una vida deseable, y que tenemos que apropiarnos incondicionalmente de recursos para, a partir de ahí, reapropiarnos de nuestras vidas, de vidas dignas de ser vividas.
Lo que ocurre en la política
partidista es que hay estrategas no demasiado avispados -y, aunque no lo
parezca, lo digo con respeto, porque soy consciente de la dificultad que su
tarea entraña- que tienen la mirada puesta en el corto plazo, lo que los lleva
a suponer que a la gente todavía les va a chirriar esta filosofía del “algo a
cambio de nada”. Por eso lo esconden en sus programas electorales, aunque sepan
que la renta básica es el horizonte. Yo creo que es un gran error y a Andalucía
me remito. No podemos estar instalados en la mera resistencia frente al chorreo
de la desposesión capitalista, tenemos que pasar a la política de la esperanza,
a una política que apunte a la posibilidad de vidas más ordenadas con arreglo a
criterios humanos y humanizadores. Y cuando esto se deja por el camino debido a
cálculos electorales creo que errados, nos encontramos con que aparece un
partido como Vox que dice que quiere reconquistar yo que sé qué, y resulta que
la gente va y les vota. Y el caso es que nosotros también aspiramos a
reconquistar algo, y mucho más ilusionante: se trata de volvernos a hacer con
las vidas robadas, con las vidas dañadas por el paso del rodillo neoliberal y
capitalista en general. Pero, por lo visto, no nos atrevemos a decirlo ahora,
cuando en el 15-M sí que lo dijimos: de hecho, estaba en el corazón de nuestros
sueños. De ahí que la renta básica resonara tanto.
Se acusa a la renta básica
de un efecto desincentivador del empleo. Sin embargo, asegura en su libro que
“junto a los afectos, los trabajos, en plural, son aquello que pueden dotar a
una vida de verdadero sentido”. ¿Qué es exactamente el trabajo? Muchas personas
aseguran que si no es remunerado, no es trabajo.
Trbajo es cualquier
actividad, individual o colectiva, que aporte valor a nuestras vidas, a
nuestras sociedades, y que ayude a satisfacer necesidades humanas. Esto incluye
multitud de tareas remuneradas y muchas otras que no se remuneran -estoy
pensando, muy especialmente, en el trabajo de cuidados, pero también en muchos
otros tipos de trabajo voluntario que aportan mucho a la sociedad y a nosotros
de forma individual. De entrada, pues, tenemos que abrir la mirada para
entender que tipos de trabajo hay muchos. El trabajo va mucho más allá de las
actividades remuneradas. Y por cierto, dentro del conjunto del trabajo
remunerado, el trabajo asalariado constituye sólo un subconjunto: el trabajo
que realizamos en el seno de cooperativas también es trabajo. En definitiva,
hemos de seguir insistiendo en que “trabajo” es algo que incluye el trabajo
asalariado, pero que puede trascenderlo, y de qué manera. .
Luego tenemos el problema de
los incentivos, que tú señalas. Y ahí se abre un diálogo tanto con la derecha
como con la izquierda. La derecha dice que la renta básica serviría para
alimentar a los vagos, que la gente no va a querer trabajar. Y a esa gente hay
que decirle que ¡por supuesto que la gente no va a querer hacer los “trabajos
de mierda” de los que habla David Graeber!Necesitamos poder rechazar empleos
que nos alienan no para tumbarnos a la bartola, sino para poder abrirnos a
otros muchos tipos de trabajo que realmente vayan con nosotros. A los liberales
debemos recordarles que el capitalismo es un sistema tremendamente ineficiente
porque, obligándonos a agarrarnos al primer empleo que se nos ofrece -así
funciona la vida de la gente desposeída-, sepulta todos nuestros talentos,
nuestras capacidades, nuestro deseo de emprender caminos sentidos como propios.
La izquierda, por su parte,
suele decir todo esto de que el trabajo dignifica y nos ayuda a desplegar
nuestras identidades. Y yo todo eso lo compro, pero lo compro si nos referimos
al trabajo que realmente dignifica, no a cualquier tipo de trabajo. Compañeros
de izquierdas, diría yo: ¡por supuesto que este es nuestro proyecto, por
supuesto que la autorrealización en el trabajo es el objetivo, pero siempre
pudiendo dejar de lado aquellas tareas que para nada dignifican. Decir desde la
izquierda que cualquier empleo es mejor que nada, llegar a suponer que el
empleo de Deliveroo dignifica porque “hacemos algo” es pegarnos un tiro en el
pie. Y no nos quedemos con los casos más bestias. Pensemos también en la
universidad, donde la precariedad es constante para tantísima gente. ¿Por qué
no vamos a abrir las puertas a dispositivos incondicionales como la renta
básica, que nos permiten renegociar las condiciones de estos trabajos que no
nos terminan de satisfacer y, si hace falta, que nos permiten también
abandonarlos? Yo creo que no hay nada más emancipatorio y más propio de la
tradición de la izquierda ilustrada y socialista que este tipo de luchas.
En la presentación del libro
bromeabais con los trabajos forzados. Comentabais que la renta básica obligaría
a que ciertos trabajos como, por ejemplo, la recogida de basuras se tuviesen
que repartir entre los miembros de una comunidad, o a que se pagasen salarios
mucho más altos a quien los realizasen. ¿Cómo crees que serían acogidas estas
propuestas entre la ciudadanía?
Hablemos de los trabajos
desagradables. Cierto es que primero deberíamos determinar cuáles son -no creo
que haya un consenso al respecto-, pero asumamos que hay algo que podamos
considerar trabajos objetivamente desagradables. La solución propia del
capitalismo es bien sencilla. En el capitalismo se desposee a las grandes
mayorías sociales, de modo que éstas no tienen más remedio que hacerse cargo de
esos trabajos desagradables. Problema resuelto. Es una solución bárbara pero
efectiva. Con una renta básica, la cosa cambia mucho. De entrada, mucha gente
puede negarse a realizar tales tareas, a no ser que se trate de pocas horas y
estén muy bien pagadas. Tendríamos, pues, un efecto alcista de esos salarios,
lo cual me parece de lo más deseable. Como bien dices, en la presentación
pensábamos un caso extremo: aquel en el que todo el mundo se negara a realizar
la tarea en cuestión -una tarea que, además, resultara indispensable para la
vida en sociedad- y tampoco hubiera manera de automatizarla. Aquí volveríamos a
tener un serio problema, ¡pero bendito problema! Lo prefiero mil veces más a la
“solución” capitalista de hoy: como estás desposeído, te jodes y te comes el
trabajo desagradable. En este caso que planteábamos, ante la evidencia de que
nadie se mostrara dispuesto a realizar voluntariamente el trabajo en cuestión,
nos veríamos obligados a abrir grandes procesos democráticos de deliberación
societaria sobre el cómo, el dónde y el cuándo del acto consistente en
responsabilizarnos todos y todas, sin excepciones, por mucho que vivamos en el
barrio de Salamanca o en el de Pedralbes, con respecto a dichas tareas. Yo,
sinceramente, no tengo ningún problema con que eso sea así, aunque creo
firmemente que difícilmente llegaremos a ese punto: la automatización y la
subida de los salarios de esas tareas resolverían la mayor parte del problema.
El World Economic
Forum ha anunciado que en los próximos años se perderán 75 millones de
empleos debido a la utilización de máquinas y robots. ¿Va a servir esto para
pagar esta posible renta básica? ¿De qué forma?
Pagar una renta básica es
algo extremadamente sencillo: solo se necesita voluntad política, porque dinero
hay, y muchísimo. Dicho esto, la robotización no es necesaria para poder pagar
la renta básica. Con las figuras impositivas que hoy tenemos, la renta básica
está sufragada. Lo que hay que preguntarse es qué combinación de figuras
impositivas se deberían poner en marcha -modelos de financiación puede haber
muchos-. Y es cierto que hay gente como [Yanis] Varoufakis que ha propuesto que
en un mundo altamente robotizado habría que plantear la necesidad de introducir
impuestos a los robots y que una buena parte de los recursos recaudados por
esta vía deberían servir para sostener una renta básica o “dividendo social”,
como le llama él.
Pero quiero remarcar que
esta situación de altos niveles de robotización no es necesaria para que se
pueda pagar una renta básica. Financiar la renta básica es algo que ya se puede
hacer hoy mismo. Otro tema, bien distinto al de los modelos de financiación, es
que la destrucción del empleo como resultado de la robotización sea una de las
razones por las que habría que poner en marcha la renta básica. Pero insisto en
lo de antes: para mí esta no es la razón fundamental para defender la renta
básica. El problema realmente de fondo no es que nos estemos quedando sin
empleo. El verdadero problema es que el trabajo asalariado, aunque lo haya para
todos, en condiciones de desposesión, es incompatible con la libertad
republicana.
Ya hicimos un adelanto editorial de su libro en Apuntes de Clase donde
explicaba la diferencia entre vivir “de” gorra y vivir “con” la gorra, que era
una forma de solidaridad obrera. Las cajas de resistencia eran también otra
forma de ayuda entre iguales. ¿Siguen existiendo esos lazos de solidaridad
entre la clase obrera o han sido completamente cortados?
El neoliberalismo nació de
forma intencional para cortar esos lazos de los que tú bien hablas y, en buena
medida, lo ha conseguido. Ahora bien, no fue un trabajo logrado al 100%, y a
fenómenos como el 15-M me remito. Las formas de resistencia que han ido
surgiendo han sido muchísimas y por eso soy optimista. Es verdad que el golpe
ha sido duro, que han acabado con muchos de los elementos de solidaridad que
teníamos, pero podemos hacernos con nuevos instrumentos. Sin ir más lejos, creo
que la renta básica puede ser uno de los faros que nos hagan ver que nuestras
vidas no están en venta y que necesitamos tiempo para nosotros y nosotras, para
nuestros proyectos individuales y colectivos.
Sin embargo, una de las
críticas a la renta básica viene también por parte de ciertos sectores
sindicales que aseguran que provocaría un mayor individualismo y minaría las
luchas grupales.
Sí, porque hoy en día, en
los mercados laborales actuales, no hay ningún tipo de individualización y la
gente en Deliveroo o en un call center están perfectamente
unidos, vertebrados y organizados en términos de clase. Nótese la ironía, por
supuesto. La izquierda sindical, a la que siento muy próxima, debe darse cuenta
de que es prácticamente imposible una individualización mayor de la que tenemos
hoy. En resumidas cuentas: necesitamos la lucha colectiva, sin duda -y ahí los
sindicatos son cruciales-, pero qué mejor forma de llevarla a cabo que a sabiendas
de todos cuantos participamos en ella estamos equipados con un colchón en el
que poder caernos vivos, lo que nos ha de permitir aguantar esas luchas, esos
pulsos, con mayor eficacia, con mayor contudencia. Los defensores de izquierdas
de la renta básica para nada queremos acabar con la solidaridad de clase, todo
lo contrario:vemos en la renta básica una palanca de activación de procesos muy
prometedores de toma de conciencia de clase. ¿No se trata de armarnos de
herramientas para poder deshacernos todos y todas del trabajo que aliena?
“La renta básica es una
pieza angular, pero con la renta básica no basta”. ¿Qué más hace falta?
Respondo yo porque me lo
preguntas a mí, pero todo esto está en el sentir de los movimientos sociales.
En el 15-M se hablaba de dejar a un lado los rescates bancarios y pensar en
verdaderos “planes de rescate ciudadano” que pasaban por la articulación de
paquetes de medidas en los que hubiera renta incondicional, pero también todos
los recursos ligados históricamente al estado del bienestar, unos recursos que
debían ser reinterpretados no como dádivas, sino como verdaderos derechos de
garantía también incondicional: derecho a la vivienda, a la sanidad, a la
educación pública y de calidad, a los cuidados, al transporte, al agua, a la
energía… Finalmente, hemos hablado de renta, es decir, de dinero, y también de
prestaciones en especie, pero hay que añadir un elemento crucial más: el
control de las grandes acumulaciones de poder económico privado. Por mucha
renta básica y servicios públicos que tengamos, no podemos adueñarnos de
nuestras vidas si la sociedad es un coto privado de caza controlado por cuatro
oligarcas.
¿La renta básica
consolidaría una democracia real?
Es una pieza fundamental
para pensar una democracia efectiva, sí. Del mismo modo que no es posible la
libertad sin recursos, tampoco es posible la democracia sin la garantía
incondicional de recursos materiales y simbólicos. Necesitamos el poder de
negociación que estos recursos dan, que es la clave de todo lo que hemos venido
hablando, y necesitamos también el descaro de creer que nuestras vidas son
realmente nuestras. Porque lo deberían ser. Democracia no es solo votar cada
cuatro años; democracia significa podernos autodeterminar como sujetos
políticos, como trabajadores y trabajadoras, como consumidores, como gente que
piensa y practica su ocio, como gente que lleva a cabo una vida sexual y
reproductiva… Democracia significa todo esto y mucho más, y nada de esto es
posible si no contamos con colchones de recursos incondicionalmente
garantizados a toda la población.
Fuente: Apuntes de clase.la
marea.com
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