Historias republicanas. La URSS y la Segunda Guerra
Mundial
La población de la URSS y la segunda guerra mundial.
Dossier
Mike Davis, David Reynolds
En junio de 2004 escribía Mike Davis acerca de la
necesidad de rememorar la descomunal aportación del soldado soviético a la
victoria contra el nazismo, generalmente olvidada en medio de celebraciones
complacientes como las de los desembarcos de Normandía. Diez años más tarde, el
historiador británico David Reynolds abunda en apreciaciones semejantes a la
vista de que esa ausencia sigue siendo la tónica dominante de las
conmemoraciones del día D en este mes. Reproducimos ambos artículos. [SP]
Salvar al soldado Iván
La batalla decisiva para la liberación de Europa
comenzó hace este mes 60 años, cuando un ejército guerrillero salió de los
bosques y cenagales de Bielorrusia para lanzar un audaz ataque por sorpresa
sobre la poderosa retaguardia de Wehrmacht.
Las brigadas partisanas, incluyendo a muchos
combatientes judíos y huidos de los campos de concentración colocaron 40.000
cargas de demolición. Destruyeron líneas férreas vitales que comunicaban el
Grupo de Ejércitos del Centro alemán con sus bases de Polonia y Prusia
Oriental.
Tres días más tarde, el 22 de junio de 1944, en el
tercer aniversario de la invasión hitleriana de la Unión Soviética, el mariscal
Zhukov dio la orden de iniciar el ataque principal sobre las líneas alemanas.
26.000 cañones pesados pulverizaron las posiciones avanzadas alemanas. Los
silbidos de los cohetes Katyusha se vieron seguidos del rugir de 4.000 tanques
y los gritos de guerra (en más de 40 idiomas) de 1,6 millones de soldados
soviéticos. Así comenzó la Operación
Bagration, un ataque a lo largo de un frente de 500 millas.
Este "gran terremoto militar", como lo llamó
el historiador John Erickson, se detuvo finalmente en las afueras de Varsovia
mientras Hitler enviaba a toda prisa reservas de élite desde Europa Occidental
para contener la marea roja del Este. Como resultado, las tropas
norteamericanas y británicas que luchaban en Normandía no tendrían que
enfrentarse a las divisiones Panzer mejor equipadas.
Pero ¿qué norteamericano ha oído hablar de la Operación
Bagration? Junio de 1944 significa Omaha Beach, no el cruce del río Dvina. Pero
la ofensiva soviética de verano fue varias veces mayor que la Operación
Overlord (la invasión de Normandía), tanto en la escala de las fuerzas
comprometidas como en el coste directo para los alemanes.
Para finales de verano, el Ejército Rojo había llegado
a las puertas de Varsovia, así como a los pasos de los Cárpatos que abren la
entrada a Europa Central. Los tanques soviéticos habían atrapado al Grupo de
Ejércitos del Centro entre tenazas de acero y lo habían destruido. Los alemanes
perderían más de 300.000 hombres sólo en Bielorrusia. Otro ejército alemán
había sido rodeado y sería aniquilado a lo largo de la costa báltica. El camino
a Berlín quedaba abierto.
Gracias, Iván. No supone menospreciar a los valientes
que murieron en el desierto norteafricano o en los fríos bosques en torno a
Bastogne recordar que el 70% de la
Wehrmacht está enterrada, no en los campos franceses sino en las estepas
rusas. En la lucha contra el nazismo murieron aproximadamente 40
"Ivanes" por cada "soldado Ryan". Los historiadores
especializados creen hoy que perecieron hasta 27 millones de soldados y
ciudadanos soviéticos en la II Guerra Mundial.
Pero el soldado soviético corriente – el mecánico de
tractores de Samara, el actor de Oriel, el minero del Donetsk, o la chica de
instituto de Leningrado – resultan invisibles en la actual celebración y
mitologización de la "más grande generación".
Es como si el "nuevo siglo norteamericano" no
pudiera nacer completo sin exorcizar el papel soviético fundamental en la
histórica victoria contra el fascismo del último siglo. En realidad, la mayoría
de los norteamericanos están escandalosamente en la inopia respecto al peso
relativo de los combates y muertes en la II Guera Mundial. E incluso la minoría
que comprende algo de la enormidad del sacrificio soviético tiende a
visualizarlo en términos de toscos estereotipos del Ejército Rojo: una horda de
bárbaros impulsada por un salvaje y primtivo nacionalismo ruso de venganza.
Sólo GI Joe [el soldado norteamericano] y Tommy [el británico] aparecen
luchando de verdad por los civilizados ideales de la libertad y la democracia.
Resulta, por tanto, aún más importante recordar que –
pese a Stalin, la NKVD y la matanza de una generación de líderes bolcheviques-
el Ejército Rojo conservaba poderosos elementos de fraternidad revolucionaria.
A sus ojos, y a los de los esclavos que liberó de Hitler, fue el mayor ejército
de liberación de la historia. Además, el Ejército Rojo de 1944 era todavía un
ejército soviético. Entre los generales que dirigieron el avance sobre el Dvina
había un judío (Chernyakovskii), un armenio (Bagramyan), y un polaco
(Rokossovskii). Por contraposición a las fuerzas norteamericanas y británicas,
con sus divisiones de clase y su segregación racial, el mando era en el
Ejército Rojo una escalera de oportunidad abierta, aunque despiadada.
Todo el que dude del impulso revolucionario y la
humanidad del soldado de a pie del Ejército Rojo debería consultar las
extraordinarias memorias de Primo Levi (La tregua) y K.S. Karol (Entre dos
mundos). Ambos odiaban el estalinismo, pero estimaban al soldado soviético
corriente y veían en él, en ella, las semillas de la renovación socialista.
Así que tras la reciente humillación de la memoria del
día D por parte de George Bush pidiendo apoyo a sus crímenes de guerra en Irak
y Afganistán, he decidido celebrar mi propia conmemoración particular.
Me acordaré en primer lugar de mi tío Bill, viajante de
Columbus, por difícil que resulte imaginar a un alma tan gentil como soldado
raso adolescente a toda máquina en Normandía. Y en segundo lugar, - como estoy
seguro que mi tío Bill habría deseado – recordaré a su camarada Iván.
El Iván que cruzó las puertas de Auschwitz con su
tanque y se abrió paso combatiendo hasta el bunker de Hitler. El Iván cuya
tenacidad y coraje venció a la Wehrmacht, pese a los mortíferos errores y
crímenes de Stalin en tiempo de guerra. Dos héroes corrientes: Bill e Iván. Es
obsceno celebrar al primero sin conmemorar además al segundo.
Mike Davis, actualmente profesor del Departamento de
Pensamiento Creativo en la Universidad de California, Riverside, es miembro del
Consejo Editorial de SINPERMISO. Traducidos recientemente al castellano: su
libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta,
trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006), su libro
sobre las Ciudades muertas (trad. Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana
de la O y Mónica Cifuentes Zaro, Editorial Traficantes de sueños, Madrid, 2007)
y su libro Los holocaustos de la era victoriana tardía (trad. Aitana Guia i
Conca e Ivano Stocco, Ed. Universitat de València, Valencia, 2007). Sus libros
más recientes son: In Praise of Barbarians: Essays against Empire (Haymarket
Books, 2008) y Buda's Wagon: A Brief History of the Car Bomb (Verso, 2007;
traducción castellana de Jordi Mundó en la editorial El Viejo Topo, Barcelona,
2009).
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
The Guardian, 11 de junio de 2004
El otro día D… y el arranque de la Guerra Fría
Hubo dos días D en junio de 1944. Los desembarcos de
Normandía del 6 de junio, la Operación Overlord, tan conmovedoramente evocada
hace dos semanas, forman parte de la memoria nacional británica. El otro día
sigue siendo prácticamente desconocido, tanto entre nosotros como en los
Estados Unidos. Sin embargo, fue igualmente importante para concluir la Segunda
Guerra Mundial. Y marcó también el alborear de la Europa de la Guerra Fría.
La noche del 21 al 22 de junio de 1944, el Ejército
Rojo lanzó su ofensiva de verano en Bielorusia, a los tres años cumplidos del
día en que Hitler invadió la Unión Soviética. En 1941, los alemanes habían
logrado una sorpresa completa, rodeando a millones de soldados soviéticos y
llegando con empuje arrollador hasta Moscú y Leningrado. Sin embargo, en 1944
cambiaron las tornas. La Operación Bagration, bautizada con el nombre de un
mariscal zarista que había luchado contra Napoleón, golpeó a la Wehrmacht sin
avisar. En cinco semanas, el Ejército Rojo avanzó 450 millas, atravesando Minsk
hasta llegar a las afueras de Varsovia y haciendo trizas las agallas del Grupo
de Ejércitos del Centro de Hitler. Casi 20 divisiones alemanas quedaron
completamente destruidas y otras 50 seriamente vapuleadas, un desastre aun peor
que Stalingrado.
Este imponente éxito soviético tuvo lugar mientras
Overlord continuaba atascada en los setos y carriles de Normandía. No fue hasta
finales de julio, conforme Bagration iba perdiendo gas, cuando lograron
escabullirse los ejércitos de Eisenhower y lanzarse a través de Francia para
liberar París el 25 de agosto y Bruselas el 3 de septiembre. En conjunto,
Overlord y Bagration asestaron un doble revés que dejó fuera de juego al Reich
de los Mil Años. Por fin tenía Alemania que librar una guerra en dos frentes
del norte de Europa, ese escenario de pesadilla que Hitler había logrado evitar
desde 1939, y el pueblo alemán podía ver ya lo que se avecinaba. No es casual
que el 20 de julio oficiales disidentes trataran de asesinar al Führer en un
intento valeroso pero quijotesco de hacer la paz antes de que Alemania quedase
en ruinas.
Bagration ayudó a terminar la guerra, pero fue también
una señal de lo que estaba por llegar. A medida que el Ejército Rojo se
acercaba a Varsovia, el Ejército del Interior polaco se levantó contra la
brutal ocupación nazi. Las fuerzas soviéticas estaban exhaustas y no se
encontraban en condiciones de abrirse paso en una gran ciudad, pero la negativa
de Stalin a proporcionar apoyo siquiera simbólico a los polacos, o a permitir
que los aviones de suministros británicos y norteamericanos utilizaran
aeródromos bajo control soviético, envió un mensaje escalofriante a sus aliados
occidentales.
Buena parte de Polonia había quedado subsumida en el
antiguo imperio zarista. En 1920, bolcheviques y polacos libraron una guerra
brutal por las fronteras de la Polonia recién independizada, en la que las
tropas polacas tomaron brevemente Kiev antes de tener que replegarse de nuevo a
Varsovia. Dos décadas después, Stalin estaba decidido a resolver la cuestión.
En 1940 masacró en secreto a buena parte de la oficialidad polaca en Katyn;
cuatro años más tarde, contempló satisfecho cómo los alemanes aplastaban el
alzamiento de Varsovia – describió a sus dirigentes antisoviéticos como
"un puñado de criminales ávidos de poder " – antes de invadir el país
a su antojo.
A principios de septiembre de 1944, mientras las tropas
de Eisenhower se dispersaban por los Países Bajos, parecía que la II Guerra
Mundial podía acabar para Navidad. Pero entonces los aliados se estancaron
intentando cruzar el Rin y el frente occidental se empantanó. En la memoria
británica, el otoño de 1944 se centra en ese "puente lejano", tristemente
célebre, de Arnhem, pero, mientras tanto, en el frente oriental, Stalin llevaba
a cabo avances todavía más espectaculares conforme el Ejército Rojo irrumpía
triunfalmente en Yugoslavia y Hungría a través de Rumanía y Bulgaria. El líder
que, poco más de un año antes, controlaba sólo dos tercios de su propio país,
ahora dominaba buena parte de Europa Oriental.
Durante la Guerra Fría, la conferencia de Yalta de
febrero de 1945 era a menudo estigmatizada en Occidente como el momento en que
Roosevelt y Churchill le habían "entregado" la mitad de Europa a
Stalin. En realidad, no hubo entrega en 1945 sino expropiación de terrenos en
1944, subproducto de la derrota alemana. Para cuando tuvo lugar Yalta, los
soviéticos controlaban Polonia y buena parte de los Balcanes: tal como
Roosevelt reconocía en privado, todo lo que podían hacer Churchill y él era
"mejorar" esa situación.
Tan importante como Yalta fue el encuentro de Churchill
con Stalin cuatro meses antes. Aunque se trataba de un ardiente enemigo de lo
que antaño había llamado "la fétida ridiculez del bolchevismo",
Churchill albergaba una paradójica fe en la decencia esencial de Stalin, nacida
de dos intensos encuentros bien regados con alcohol en 1942 y 1943. El
dirigente soviético, aunque duro al hablar, resultó ser un tipo sin
pretensiones, serio en sus tratos, con un sarcástico sentido del humor.
"Sólo con cenar con Stalin una vez a la semana", le dijo Churchill a
un periodista británico, "se acabarían los problemas. Nos llevamos a las
mil maravillas".
Con ese espíritu voló Churchill a Moscú en octubre de
1944, tratándose de llegar a un acuerdo sobre la forma que adoptarían los
Balcanes en la postguerra antes de que se cerrara la tenaza del Ejército Rojo.
El resultado fue el tristemente célebre acuerdo sobre "porcentajes"
cerrado con Stalin a altas horas de una noche en el Kremlin. El objetivo de
Churchill estribaba en preservar la influencia británica en Grecia y con
suerte, en Yugoslavia. Se aseguró de lo primero, y afirmó posteriormente a
menudo que Stalin "nunca rompió su palabra en lo tocante a Grecia".
Pero eso se consiguió consintiendo de facto el predominio soviético a lo largo
y ancho de casi todos los Balcanes.
Para cuando se llegó al acuerdo sobre porcentajes, y no
digamos a Yalta, poca diferencia podía suponer la diplomacia. El nuevo mapa de
Europa se había decidido, no en la mesa de la conferencia sino en el campo de
batalla. Y en esa historia sangrienta, no debería olvidarse el otro día D de
junio de 1944. "Esta guerra no es como las del pasado", le dijo
Stalin a un comunista yugoslavo: "quien ocupa un territorio impone también
su propio sistema social. No puede ser de otra manera". La paranoia
soviética sobre su seguridad resultaba comprensible tras la pérdida de 28 millones
de ciudadanos. Pero su obsesión con una zona de parachoques en Europa Oriental
definiría la Guerra Fría, con un ingente coste humano. Y la pérdida de esa
protección de seguridad todavía obsesiona a la Rusia de Putin.
David Reynolds (1952) preside la Facultad de Historia
de la Universidad de Cambridge, en cuyo Christ´s College enseña, habiéndose
especializado en las dos guerras mundiales y la Guerra Fría. Ha escrito y
presentado numerosos documentales históricos para la BBC, es miembro desde 2004
de la British Academy y en 2008 recibió el prestigioso premio de historia
Wolfson. Su libro más reciente es The Long Shadow: The Great War and the
Twentieth Century.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
The Guardian, 21 de junio de 2014
Fuente: Revista Sin Permiso
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