Entrevista a Cesar Rendueles (*)
César Rendueles: “Las
élites tienen clarísimo que hay lucha de clases”
César
Rendueles (Girona, 1975) creció en Gijón pero desde hace veinte años vive en
Madrid. Doctor en Filosofía, profesor de Teoría Sociológica en la Universidad
Complutense y antiguo trabajador del Círculo de Bellas Artes de Madrid, acaba
de publicar Sociofobia, un ensayo en el que analiza el papel de Internet y las
redes sociales en el contexto político actual, y en el que desmonta muchos
tópicos idealizados sobre ellas. Miembro fundador de Ladinamo, un colectivo
cultural que tenía su sede en Lavapiés y que editaba la revista del mismo
nombre, abraza con alegría el resurgimiento del asociacionismo popular y
reflexiona sobre los pasos que hay que dar, ahora que todo se ha desmoronado
ante nuestros ojos.
Claudia Lorenzo (*)
Dice
usted que Internet es muy bueno cuando ya se ha logrado sacar a la gente de
casa, pero no para sacarles. Entonces, ¿cómo se les saca?
Esa es la pregunta clásica
de la acción política. Constantemente buscamos una clase de automatismo que nos
permita evitar esas preguntas. ¿Cómo hacemos que la gente que no tiene trabajo
lo tenga? Construimos un edificio o, como en Gijón, un súper puerto, y ya irán
llegando los barcos. Esto es un poco lo mismo, comprémonos un montón de
aparatitos y ya llegará la democracia. Nos negamos a enfrentarnos a dilemas que
son de otra categoría.
Vivimos con un miedo atroz
a que nos cambien este sistema democrático actual que tenemos y que no se
sostiene. Sin embargo, si nos lo ofreciesen como nuevo no lo querríamos.
Hay una apuesta clásica
del sistema político tradicional de izquierdas que se ha olvidado
completamente, el hecho de creer que las clases trabajadoras no deben ser el
objeto de caridad de los que mejor están, sino que son de verdad los agentes
del cambio político. Los que estamos un poquito mejor que ellos estamos atrapados
en contradicciones, en cambio quien peor está y no tiene nada que perder puede
iniciar cambios que nos vienen bien a todos los demás. Tenemos que dejar de
confiar en esa leyenda urbana que son las clases medias y recuperar el hecho de
que los perdedores de ese gran timo que llamamos capitalismo son los que pueden
ayudarnos a cambiar las cosas.
¿Y
cómo se hace?
Estamos asistiendo a un
momento en el que debemos recuperar las políticas de apoyo, que es de lo que
verdad se tratan las políticas de izquierdas. Hay que volver a finales del
siglo XVIII y a las organizaciones de socorro mutuo, redes generales en donde
había una continuidad entre el espacio más íntimo y la solidaridad política.
Algo de eso está volviendo a aparecer y supone recuperar algunas cosas muy
importantes de la tradición de izquierdas, y también criticar muchas otras. No
creo que haya muchas más opciones. Ahora bien, es cierto que es un camino lleno
de posibilidades de fracaso, como siempre.
Dice
usted que las clases trabajadoras pasan más tiempo en Internet que las élites.
Hay toda una retórica
ciberpolítica que dice que los medios digitales no nos han convertido en
mejores, más libres y fraternos por la brecha digital, porque los pobres
todavía no tienen las herramientas adecuadas. Al menos en los países más ricos,
no es así. Los pobres pasan mucho más tiempo delante de ordenadores, tabletas y
televisores. Las relaciones personales cara a cara empiezan a ser un bien
escaso acaparado por las élites. Antes lo que tenían los pobres era capital
social, pero cada vez se da menos porque tenemos que viajar, porque nos mudamos
lejos de nuestra familia y amigos, porque muchas veces trabajamos desconectados
del resto de nuestros compañeros de trabajo.
La
lucha de clases no ha cesado, defiende usted en el libro, y sin embargo ya no
tenemos sensación de vivir en esa lucha.
No la tenemos los
trabajadores, las élites tienen clarísimo que hay lucha de clases. El
neoliberalismo fue un proyecto con unos objetivos claros que se persiguió
sistemáticamente durante muchos años, y que en los setenta irrumpió con una
fuerza brutal. Se ve en las políticas fiscales. Los ricos han dejado de pagar
impuestos, las rentas del trabajo han asumido todo el peso fiscal de este país
y claro, si el peso fiscal cae sobre las clases trabajadoras y hay un 30% de
paro, ¿qué pasa? Lo de ahora. Eso es la lucha de clases. Las élites jamás han
pensado que la lucha de clases haya desaparecido, es algo que nos hemos creído
los demás. Y así nos va.
Dice
que el fetichismo de las redes de comunicación ha reducido nuestras
expectativas políticas.
Lo que esperamos de la
acción política se ha venido reduciendo en las últimas décadas. El origen es
ese proceso de la lucha de clases. Se nos dijo que de alguna manera el mercado
iba a tomar decisiones por nosotros. Ya nadie cree que el mercado vaya a hacer
eso con la que está cayendo. Pero en cambio sí pensamos que en las redes se
está abriendo un espacio público de debate. Y es una rebaja de las expectativas
políticas, que deberían estar más ligadas a los procesos de deliberación, de
transformación de los unos a los otros a través de la discusión política. En
Internet se respira muchas veces una efervescencia política que acaba
deshinchándose.
Al
final va a ser cierta esa frase de que “tenemos los políticos que nos
merecemos”.
Desde el momento en el que
empezamos a hablar de políticos como alguien que se debe ocupar de ese espacio,
mal encaminados vamos. Debemos aceptar que, como mucho, puede haber delegados
que asuman alguna parte de las tareas que les encomendamos. Hay formas de
delegación política importante, no solo inevitables sino valiosas, pero se
tienen que dar ciertas condiciones para que funcionen, tiene que haber una
manera de examinar ese trabajo de forma sistemática y de despedir a la gente
que no lo haga bien. Eso es lo que ahora mismo no existe. Así que, si pensamos
que “tenemos políticos”, sí, tenemos los que nos merecemos.
Después
de tanta crítica, hay un toque esperanzador en su libro, gracias a su propuesta
de la “ética del cuidado”.
Propongo la ética del
cuidado como la recuperación de algo que ha sido muy valioso, pero que no ha
sido detectado como tal, y que creo que habla de las condiciones sociales de la
emancipación de la política. Nos hemos centrado mucho en las condiciones
materiales de la emancipación -si no tenemos todos un nivel de riqueza
determinado, esto es un timo- o en las condiciones políticas. Pero nos hemos
olvidado del vínculo social que necesitamos para que la igualdad y la libertad
sean reales.
Esa
ética del cuidado suena mucho a El espíritu del 45 del último documental de Ken
Loach.
La imagen que tenemos del
proyecto socialdemocrático es la de un consenso en donde las clases
trabajadoras acordaron no molestar mucho y renunciar a aspiraciones igualitarias
profundas a cambio de ciertos bienes de consumo y herramientas de integración
social. Pero Ken Loach detecta cómo en 1945, en Gran Bretaña, se ve de otra
manera. Hay un sentimiento de que se puede parar el capitalismo desbocado, y
eso está ligado a iniciativas políticas con un componente de fraternidad
importante. El propio título, el espíritu, alude a qué tipo de personas
deberíamos ser para vivir en una sociedad más libre.
En
El espíritu del 45 también hay un momento en el que dicen que son los mayores,
los que lograron hacer cambios en esa época, los que tienen que salir ahora a
la calle y motivar a los jóvenes. Es un espíritu diferente al del Movimiento
15-M, donde sucedió lo contrario.
Esa no es la experiencia
que yo tuve. La mejor imagen del 15-M ha sido el movimiento en contra de los
desahucios, en donde hay inmigrantes, gente con distintas tonalidades de piel,
y de distintas edades. En las fotografías del 15-M en los medios siempre
aparecían jóvenes con dos masteres, bien vestidos, con grandes habilidades
informáticas, a punto de emigrar y seguramente con un par de idiomas. Es un mal
reflejo de la realidad. No veo por qué los trabajadores no cualificados no
pueden ser agentes del cambio político tanto o más poderosos y dignos que los
universitarios que saben idiomas.
Yo me siento cómodo con la
idea, que es de Marx, de que la tecnología permite potenciar determinados
cambios. Lo que pasa es que el origen del cambio siempre está en esos procesos
sociales y políticos. Lo plantearía un poco al revés. ¿Quién puede sacar
partido de los móviles, los ordenadores, los aparatos en general? La izquierda.
¿Qué pasaría si tuviésemos políticas educativas ambiciosas? Pues que con los
ordenadores se podrían hacer cosas increíbles. Es la izquierda la que puede hacer
que todos esos medios sean una fuente de potencialidades positivas.
¿Y
qué hacemos con el copyright y la piratería en España? ¿Es cuestión de mercado,
de cultura libre, o de encontrar el término medio?
Es un poco lo mismo, un
debate muy formalista. Soy muy partidario de la cultura libre, del copyleft,
pero creo que planteado desde términos legales es absurdo. Para que los
movimientos de cultura libre den de sí todo lo que pueden dar tenemos que
implementar cambios políticos importantísimos. De lo que se olvidan totalmente
los defensores del copyleft más liberales es que hay muchísimas prácticas
culturales que, sin mediadores, son imposibles. Mediadores que tendrán que
tener alguna remuneración. Y si el mercado no puede ofrecer esa remuneración,
tendremos que afrontarlo como un problema público. Nos tenemos que plantear la
pregunta inversa: ¿qué queremos que sea gratis y qué creemos que debe ser
remunerado? Tengamos ese debate.
Leyendo
las páginas que le dedica al crowfunding y a cómo nos realizamos firmando
diferentes cartas en Change.org, recordaba a los jóvenes que nos paran en la
calle para intentar asociarnos a alguna ONG.
Es lo mismo. Hay un
estudio de Robert Putman en Estados Unidos, El declive de la comunidad, en el
que se ve cómo desde los años sesenta la gente se implica menos en todo tipo de
actividades colectivas. Y en los años ochenta hay un repunte en cierto tipo de
asociaciones, las que comienzan a usar, de manera masiva, el correo postal. Por
una cantidad al mes pagada por transferencia bancaria los socios recibían un
boletín sobre el trabajo de la organización. Ese es un tipo de compromiso como
el de los que te paran por la calle, bastante débil. Es el mismo discurso que
se nos repite a día de hoy con Internet, que todos los clics en Change.org son
discontinuos pero conforman una amalgama fragmentaria que unida a la de todos
los demás es una especie de cambio social distribuido. Es una auténtica
chorrada. Cuando te van a echar de casa no quieres ocho mil clics sino a
cincuenta a la puerta para parar a los policías. Eso es compromiso, y la
actividad política tiene que ver con ello, no con lo que te apetece. Nos dicen
que intervenir políticamente es como decidir si ir a H&M o a Zara, y no lo
es.
Ladinamo
era un proyecto basado en la pasión que al final falló, pero ahora con la
crisis brotan asociaciones de la mano de la gente inquieta. ¿Se podría
recuperar, mejorado, el espíritu de Ladinamo?
Ladinamo fue un proyecto
bonito y ambicioso que quería abrirse paso más allá de las trayectorias culturales
básicas de izquierdas, pero desde el punto de vista de la gestión fue un
desastre. Los proyectos que están apareciendo ahora traen la lección aprendida
y veo un cierto auge del cooperativismo en sentido amplio. La gente es menos
sectaria, tiene menos prisa, aprende a escuchar. El problema es que es el peor
momento posible. Uno de los giros deseables de las instituciones públicas sería
reafirmar esas iniciativas saludables pero también pragmáticas.
¿Qué
debe hacerse para interesar a la gente en las ciencias sociales y las
humanidades, abandonadas en los programas educativos?
El pensamiento riguroso es
esencial no solo para ser una persona culta e inteligente, sino para ser un
ciudadano con capacidad política. Son herramientas básicas porque vivimos en
sociedades muy opacas. En Arabia Saudí hay una ley que dice que no puedes conducir
por ser mujer; la desigualdad de género está clara. En nuestra sociedad tenemos
leyes que dicen lo contrario, que es ilegal la discriminación, y sin embargo
las mujeres cobran sistemáticamente menos que los hombres. Necesitamos
herramientas para entender por qué pasa eso. Esa aspiración de las ciencias
sociales es crucial, también en términos políticos. Para ser ciudadanos con
capacidad de intervención necesitamos saber lo que está pasando.
¿Y
las ciencias sociales han servido para eso?
No, las ciencias sociales
han intentado permanentemente convertirse en un coto privado de expertos que
necesitan un lenguaje muy alambicado para desarrollarse, sin nada que ver con
nuestras actividades cotidianas. Es una falsedad que ha sido muy nociva en
términos políticos. Lo que hacemos los científicos sociales es una prolongación
de lo que podemos estar haciendo cuando charlamos en el bar. El valor de todo
ese trabajo debería ser obvio: ¿cómo no va a ser relevante aprender a hacer
mejor aquello que consideramos importante en nuestra vida cotidiana?
(*) PUBLICADO EN ATLÁNTICA
XXII Nº 30, ENERO DE 2014
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