Por Pedro Costa Morata (*)
Me irritan ciertos apoyos a
Podemos de intelectuales que, en la Región de Murcia, han optado por obviar el
análisis concreto, fiando su prestigio y su papel referencial (siempre
necesario, en la prueba y en la exaltación) a una colorida esperanza atractiva
y novedosa, sí, pero cuyos contenidos esenciales flotan y se diluyen en el
limbo o el vacío; y que respalden una arrogancia gratuita que pone en peligro
la posibilidad, tras veinte años de escándalo, de expulsar al PP del poder
regional.
Como muchos de los líderes
de Podemos, también yo provengo de la Facultad de Políticas de la Complutense,
lo que es un motivo adicional en el interés que le vengo prestando a sus ideas
y a la evolución que muestran en sus intervenciones públicas. Por eso he
rememorado aquel semestre de primavera del curso 2000-2001, cuando conseguí un
contrato de asociado en esa Facultad (por cuyas aulas y galerías pulularían en
esos días como alumnos algunos de estos líderes de hoy), para dar Sociología
del Medio Ambiente en sustitución de Tomás Rodríguez Villasante, que antes de
emprender su año sabático quiso modular mi entusiasmo con esta advertencia:
«Esta facultad, Pedro, no es la que vivimos tú y yo hace veinticinco años, sino
más bien un bachillerato alto».
En mis reflexiones al hilo
de la actualidad, encuentro a Podemos como un fenómeno sociológico complejo,
producto de numerosas circunstancias (agentes y causas actuantes) que
explicarían su aparición y sobre todo su éxito preelectoral. Un fenómeno tan
potente que en su ascenso parece ya que lo de menos es el programa, sus líderes
y, por supuesto, el aventamiento de las miserias de primerizos con el que
cerriles de diversos horizontes esperan bloquear el despliegue de una marea
tal: un esfuerzo vano, ya que se trata de un fenómeno de condensación
socio-político-histórica que parece cabalgar con independencia de esos tres
elementos (y de otros), y al que arrastra la estética más que la ética, dada la
singular impronta mediática en acción (que cabría calificar de excesiva y hasta
de truculenta).
Repugna a algunos que unos
profesores de universidad (cuya experiencia no va mucho más allá de ciertas
correrías en tierras sudamericanas, por supuesto progres pero un tanto a la
criolla) monten un partido; esto puede pertenecer a una política nueva y
sorprendente, que produce perplejidad y que alguien calificaría de posmoderna.
Pero también esto queda en un detalle sin demasiada importancia si mantenemos
la relevancia del fenómeno, que se salta así rasgos fundacionales que en otras
coordenadas podrían entrar en lo disparatado.
Lo verdaderamente
importante, creo, es la liviandad progresiva de sus expresiones ideológicas y
programáticas, así como la suelta de lastre a la que vienen entregándose estos
líderes desde el día siguiente a las elecciones europeas y al ritmo de su
ascenso en la intención de voto. En entrevistas a la prensa, Iglesias y otros
líderes se ciñen a una singular consigna: no contestar a lo que compromete,
eludir pronunciamientos ideológicos, huir de la quema remitiendo al indagador a
bases originarias, principios previos y hasta a los romanos, con gran
desparpajo y desinhibición. Nada de ideología, evitando enfrentar la izquierda
con la derecha (interclasismo, pues), prudencia con el capitalismo y repliegue
en los objetivos económicos (deuda ilegítima, renta básica, jubilación a los
60) que se anunciaban como esenciales e innegociables.
Todo esto es una repetición,
o casi, de lo que vivimos cuando el PSOE de 1982, llevado en volandas por las
encuestas (y, por supuesto, las circunstancias socio-político-históricas del
momento), aligeraba sus promesas y su programa, decantándose por suavizar
aristas, mordientes y conceptos para atraerse el voto del centro: igualico,
igualico, que hace ahora mismo Podemos. Este cronista, que vivió ese año muy
activamente, recuerda cómo se descoloría el programa socialista de medio
ambiente, en cuya redacción intervenía, hasta resultar un texto decaído y sin
nervio, casi irreconocible.
(Evasivo me parece, incluso,
el exitoso hallazgo de la casta, por rebuscado e inane: parecería que no se
atreven a nombrar a la bicha por su nombre: la canalla.)
Ha sido curioso que el héroe
de 1982, Felipe González, tras acusar a Podemos de bolivariano, mostrando poco
más que un envejecido corazón, haya enmudecido „él, tan locuaz, pretencioso y
oracular„ al enfrentarse con su propia imagen, con lo que él fue, dijo,
prometió, ocultó y traicionó. Porque han resultado muy estrechas las semejanzas
entre González e Iglesias en esta fase previa a los fastos que se anuncian,
tanto en discurso como en estilo, en promesas de cambio (¡cuánto mejor sería
que este manido eslogan se manejara con más prudencia política y menos
ignorancia histórica!), en avisos renovadores y hasta en el flamear de espadas
justicieras.
Esas circunstancias que
confluyeron entonces y las que se dan ahora vuelven en gran medida a coincidir,
e hicieron y hacen innecesarios los programas, los discursos y hasta la
representación concreta de los líderes. Pero la historia permanece, pesa y
advierte. Y no hay que olvidar que el PSOE era en 1982, cuando anunciaba el
cambio, la frescura generacional y las reconquistas cívicas, un partido
centenario, prestigioso y curtido, que disponía de posibilidades reales de
acción decisiva (sin el frustrante corsé comunitario) y que se enfrentaba a una
derecha sin nervio ni organización. Todo ello bien distinto a Podemos y su
circunstancia.
Por todo esto me irritan,
finalmente, ciertos apoyos a Podemos de intelectuales que, en la Región de
Murcia, han optado por obviar el análisis concreto, fiando su prestigio y su
papel referencial (siempre necesario, en la prueba y en la exaltación) a una colorida
esperanza atractiva y novedosa, sí, pero cuyos contenidos esenciales flotan y
se diluyen en el limbo o el vacío; y que respalden una arrogancia gratuita que
pone en peligro la posibilidad, tras veinte años de escándalo, de expulsar al
PP del poder regional. No es que desapruebe la toma de posición de estos
intelectuales, a los que me une amistad y admiración, no: es que me irrita,
simplemente. Porque ante las modas, también si son políticas, alguien debe
quedar al abrigo de su encanto, escrutándolas con perspectiva, prudencia y
autonomía.
(*).-Pedro
Costa Morata es un sociólogo, político y ecologista español, nacido en Águilas,
(Región de Murcia), en 1947. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología,
Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de la
Universidad Politécnica de Madrid. Fue pionero en la lucha contra el programa
nuclear en España y recibió el Premio Nacional de Medio Ambiente en 1998. En
2011, encabezó la candidatura al Congreso de los Diputados en la lista de
"Izquierda Unida-Verdes de la Región de Murcia" como independiente en
las Elecciones Generales del 20 de noviembre.
Fuente:Podemos, Iglesias y el vacío irritante
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2015/02/11/iglesias-vacio-irritante/624471.html
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