Intervención
de Joan Tafalla
en la Escuela de Formación
del Campamento Dignidad (Mérida)
Buenos días a todas y todos,
Agradezco a los organizadores del Campamento Dignidad la oportunidad de
dirigirme a vosotros. Espero que mi intento de trasladaros algunas de las
reflexiones que hemos hecho en nuestro librillo escrito al alimón con mi amigo
y sin embargo camarada, Joaquin Miras, os sean de alguna utilidad, en vuestra
lucha y en vuestra reflexión. Hablaré en plural por estoy presentando las
líneas generales de un modesto material de debate interno que, de ninguna
manera aspiraba a ser libro. Bueno, yo le llamo “el librillo”. Como ambos somos
trabajadores de la enseñanza, ya se sabe: cada maestrillo...1].
Desmontando dos críticas
“contundentes”.
Os adelanto que el librillo
ha recibido dos críticas supuestamente contundentes.
La primera, es el silencio.
Ese silencio puede tener motivos diversos y variopintos: el principal es que
desde hace unos cuantos años somos dos extraterrestres en el mundo de la
izquierda. Dicho menos simpáticamente: somos marginales, lo que decimos no
interesa, o bien no se comprende.
A este silencio quizás haya
contribuido el mismo título que promete una crítica tan dura a la izquierda
institucional que se considera mejor ni leer ni hablar de ello. Sobretodo en
unos momentos en que esa maquinita de la ilusión que son las encuestas
electorales permiten creer que IU y el resto de la izquierda plural pueden
crecer y ponerse en condiciones de tocar poder por activa como ya lo hacen en
Andalucía o por pasiva como aquí en Extremadura.
Mejor dejar, para más
adelante en esta misma intervención, la reflexión sobre qué cosa es el poder y
que cosa, muy diferente, es el gobierno.
La segunda crítica
sedicentemente “contundente” proviene de quien dice haber leído el librito y
afirma estar de acuerdo con él pero considera que el libro no contesta de
ninguna manera a la pregunta clave de todos los tiempos: “¿Qué hacer?”.
Ya sabéis: esa pregunta
angustiosa que se hiciera Chernichevsky en 1863: “¿Qué hacer?”. Esa pregunta
que obsesionó a Lenin durante toda su vida. Más allá de la respuesta concreta
que diera en su librito de 1902 a los problemas de organización de la
socialdemocracia rusa, podemos decir que esta pregunta le persiguió a Lenin
durante toda su carrera hasta sus últimos escritos de marzo de 1924.
¿Qué hacer? Siempre es una
pregunta angustiosa que aparece ante nosotros bajo un aspecto angustiosamente
urgente. En nuestra cultura parece imprescindible responder decidida e
inmediatamente. Vamos, sin dudarlo ni un instante, como sin pensarlo.
Pero, queridos y pacientes
amigos, las cosas nunca son fáciles, y las respuestas a esa pregunta, tampoco.
Ai ahora yo me presentase
ante vosotros cual Moisés que hubiera subido al monte Sinaí del marxismo, y
desde esta sillita o desde un púlpito, os enseñase unas tablas (o un librillo)
y anunciase que tengo la respuesta a esa pregunta escrita en estos papeles que
me sirven de guión, tendríais el derecho y yo diría más, la obligación de
desalojarme a empujones, o, contando con vuestra indulgencia, también podríais
darme unas palmaditas en el hombre y decirme:
- “Tranquilo, tranquilo,
Joan, tómate algo de nuestra parte y de paso, tómatelo con calma”.
Mi intención es solo
trasladaros mi experiencia. Empecé a militar hace 43 años y he hecho, como
decimos en Catalunya, “tots els papers de l’auca”. He vivido luchas, algunas
victorias y numerosas derrotas. Sobre esta experiencia he intentado reflexionar
individualmente, a veces ayudado por Joaquin Miras y también gracias al colectivo
que se autodenomina Espai Marx. Modestamente, creo que alguna de estas
reflexiones os pueden interesar, aunque no siempre, vayáis a estar de acuerdo
con ellas.
De acuerdo pero... ¿Qué
hacer?
Volviendo a la dichosa
pregunta, cuando queremos darle una respuesta no se puede ceder a la
precipitación y al pragmatismo. Repetir una y otra vez los mismos errores no
ayuda mucho. Y ello por dos razones:
· La primera razón consiste
en que la respuesta a Lenin en 1902, se piense lo que se piense de ella, venía
precedida de una tarea de análisis dura y rigurosa. El no creía que se pudiera
contestar a la pregunta de cualquier manera, digamos “ a la que salta” y sin
haber realizado un análisis estratégico que por su parte, el había hecho en su
obra anterior “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. Quienes nos dicen menos
reflexionar y más actuar no podrán aducir torticeramente, el argumento de
autoridad.
· En segundo lugar por que
Lenin, contestando a la famosa pregunta en 1902 (insisto: se piense lo que se
piense de ella) no dio una respuesta pragmática, digamos de navegación de
cabotaje, si no más bien estratégica. El qué hacer de Lenin de 1902
representaba el inicio de un largo camino. Un camino que debía abrirse a medida
que se recorría, un camino para el que no hubo ningún atajo. Dejadme hacer un
ejercicio ucrónico: si no hubiera pasado la primera guerra mundial, podemos
pensar que ese canino hubiera durado bastantes más de los quince años que van
desde 1902 a 1917.
Por mi parte, hace algunos
años que vengo pensando que en nuestra situación concreta, ahora y aquí tiene
poco que ver con la situación a la que se enfrentaban los socialdemócratas
rusos hace 111 años, cuando respondieron a la pregunta ¿qué hacer?
Tras la experiencia de todo
el siglo XX, tanto en lo nacional como en lo internacional, me parece
imperativo añadir a esa pregunta otras dos que se me antojan tanto o más
importantes:
· ¿Cómo hacerlo? .Y,
pensándolo bien, ¿qué no hacer?
Creo que nuestra situación
se parece mucho más a del Lenin de 1922-1923, que a la del Lenin de 1902. A la
hora de establecer analogías o de encontrar lecturas de referencia prefiero los
escritos de ese Lenin maduro, experimentado, que los de 1902.
Esos escritos nos presentan
a un hombre angustiado por la transformación incontrolada de la revolución en
algo que se le escapaba de las manos. Un Lenin que, a través de la NEP,
solicitaba a la historia, un tiempo de prórroga para empezar como dice
textualmente, de nuevo. Esa prórroga que la historia, implacable, no concedió
debía permitir que la revolución cultural se abriese paso. Una revolución
cultural sin la cual no es posible construir una nueva sociedad, un nuevo
estado, un nuevo ethos que definan una etapa diferente, que sirvan a la
superación del capitalismo.
Nuestro librillo, parte de
la base de que se debe empezar de nuevo en la mayoría de los aspectos y también
de la idea de que es precisa una profunda revolución cultural en la izquierda
y, que, en sus diversas expresiones, va con un gran retraso respecto a la revolución
cultural que se está produciendo en el conjunto de lo que denominamos en
expresión clásica, el pueblo trabajador.
Espero demostrar que la
crítica según la cual en el libro no respondemos a la pregunta ¿qué hacer? No
es cierta. Al hilo de un brevísimo resumen de los contenidos del libro, mi
intervención de hoy tratará de glosar brevemente algunos de los conceptos
teóricos que se encuentran en el trasfondo de nuestra propuesta. Mi idea es, se
comparta o no el análisis y las propuestas del librillo, ayudar a debatir en
torno a algunos de esos conceptos.
El cruce de tres crisis
produce impaciencias.
En la situación española se
entrecruzan tres crisis: la así llamada crisis económica, así llamada crisis
ecológica y la así llamada crisis del régimen de 1978.
Este entrecruzamiento de
crisis está comportando, la necesidad de acelerar las tareas de procesos de
constitución de nuevas fuerzas políticas o de reacomodación de viejas fuerzas
políticas a la nueva situación. En los últimos tiempos solemos leer apocalípticos
análisis que predicen la cercanía de una crisis y caída del régimen actual y la
proximidad de la tercera república en el conjunto de España ( si hablamos de la
izquierda de ámbito español) o de la independencia de Catalunya o de Euzkadi, o
de cualquier otra región o nacionalidad si nos referimos al archipiélago de las
izquierdas soberanistas o independentistas).
Suenan las trompetas del
sitio de Jericó y todos los capitanes, coroneles generales y algún que otro
mariscal se aprestan al asalto final y a la ocupación de sus nuevas
responsabilidades en el nuevo o en los nuevos estados a crear. Lástima que tras
esos trompetazos resaltados en negrita o prodigando un léxico más o menos
sonoro, pero sobretodo críptico y apocalíptico se haga un triple salto mortal y
se vaya a aterrizar, sin red, en los programas electorales o se proclamen
procesos constituyentes de estado, de nación o de clase o de multitud y, se
aterrice más o menos bruscamente en procesos de organización o reorganización,
alianza o coalición entre fuerzas políticas electorales. Procesos legítimos,
naturalmente, pero aceptémoslo, bien alejados de los apocalípticos análisis
predictores de crisis de régimen y de inminentes terceras repúblicas.
¿Cómo analizamos, por
nuestra parte la situación actual?
Por un lado, la así llamada
crisis económica nos parece que corresponde a una nueva fase de acumulación de
capital mediante la expropiación del conjunto del pueblo trabajador. Es una
forma de no verla como un fenómeno natural ineluctable e inevitable. Tratamos
de ver la economía como producto del hombre, no como algo ajeno a él, algo que
cual Dios omnipotente determina su cultura, su modo de vida y su conciencia. No
somos de ninguna manera partidarios de esa reducción anti marxiana de los
criterios enunciados por Marx en su prólogo de 1857 a la crítica de la economía
política.
Las privatizaciones, la
precarización, las externalizaciones, la pérdida de soberanía se corresponden
con una nueva fase de acumulación de capital. Una acumulación que enriquece a
unos pocos y que empobrece o proletariza o incluso convierte en sub-proletarios
a grandes mayorías. Tanto David Harvey como Peter Linnebaugh han comparado ese
inmenso robo, esa expropiación con los cercamientos de campos y con la
destrucción de los bienes y de los usos comunes de la tierra, con el fin de
privatizarlos que se hicieron durante los siglos XVI, XVII y XVIII en la
Inglaterra. Un proceso que Marx describió detenidamente en el capítulo de su
libro El Capital dedicado al gran secreto de la acumulación primitiva de
capital[2].
Sólo que ahora de trata de
un fenómeno inconmensurablemente mayor. La población concernida por esos
fenómenos es muchísimo mayor, los países afectados son casi todos los del
planeta.
Durante el siglo XX, bajo el
impulso de la revolución de Octubre, bajo el impulso de las grandes luchas del
movimiento obrero y bajo el impulso de los grandes movimientos de liberación
nacional que destruyeron inmensos imperios coloniales y dieron la libertad a
muchísimos pueblos, indujeron a pensar que se le había puesto brida al caballo
desbocado del capitalismo. El pacto social de 1945 produjo los treinta años de
oro de los que nos habla Hobsbawm. Como afirma Joseph Fontana, el capitalismo
había encontrado una contraparte, y, como el miedo guarda la viña, en la parte
Europea del mundo se propiciaron cambios.
Tras la implosión de las
formaciones sociales del llamado “socialismo real”, el capitalismo ha dejado de
tener miedo, ya no existe ningún poder real que se le oponga y el caballo del
egoísmo, de la ambición de riqueza, de la explotación, de la alineación y de la
opresión corre desbocado, nadie tira de sus bridas sueltas, tratando de frenar
o controlar sus instintos salvajes.
El keynesianismo ya no es
posible. Quien no toma en cuenta esta realidad, quien mantiene la ilusión en la
vuelta a la “belle époque”, a los años de oro que van de 1945 a 1985, o a su
remedo durante la burbuja inmobiliaria sueña, aunque parezca estar despierto.
Y el sueño está permitido
para el hombre particular, pero le está prohibido al ciudadano (polytés o
político). Es decir a quien quiere vivir libre, sin ser dominado. Con
contundencia, en nuestro librillo afirmamos que toda propuesta política que no
se atenga a esa realidad es una propuesta demagógica. Quizás esa contundencia
duela a algunos compañeros y amigos.
En Europa la destrucción de
la URSS (dejo de lado, naturalmente el análisis rigurosamente crítico de la
experiencia del así llamado socialismo real, no hay aquí ni tiempo ni espacio)
y el retroceso del ejército rojo ( que por otra parte ha dejado de serlo) desde
el Elba a las fronteras de la Federación rusa, sumado a esa operación de
reparto imperialista del territorio de la vieja Europa que es la creación de la
Unión europea, ha abierto una nueva situación geopolítica. Alemania, tras la
anexión de la RDA, ejerce un rol hegemónico, casi sin discusión, sobre el
conjunto de los pueblos europeos. Los viejos sueños de los creados de una
ciencia llamada geopolítica se han cumplido con creces. El espacio vital
(lebensraum) al que aspiraba el imperialismo alemán y cuya conquista
desencadenó la segunda guerra mundial ha sido conquistado, no con la ayuda de
la werhmacht, si no mediante la política y la economía. Con creces.
Hoy no existe soberanía
nacional en Europa si no se sale de la órbita del imperialismo alemán. Los
defensores de la unidad de la España eterna y los defensores de la
independencia de Euskadi o de Catalunya se mienten ellos mismos o simplemente
mienten conscientemente cuando olvidan este hecho esencial. Lo que hoy se
necesita es la más coherente unión libre de los pueblos de España o quizás
mejor de la península ibérica, para liberarse conjuntamente del imperialismo
alemán.
Un epifenómeno de esa
dominación imperial global es la ausencia de soberanía monetaria y financiera.
Salir del euro es condición necesaria para hacer una política económica
favorable para el pueblo trabajador. Naturalmente que no es condición
suficiente, pero no por ello es menos necesaria. Quien afirme en un programa
electoral que es posible hacer políticas keynesianas (que ya he dicho que son
imposibles en la actual correlación de fuerzas geopolíticas mundiales) sin
tener, por lo menos, soberanía monetaria es o un ingenuo o un demagogo.
Un epifenómeno de toda esta
situación es la situación sindical. La cooptación del movimiento obrero
organizado está más que culminada en nuestro país. Sin la colaboración, por
activa o por pasiva, de las centrales sindicales mayoritarias, una parte
importante del cronograma expropiador de la actual fase del capitalismo no
sería posible, o por lo menos no lograría victoria tras victoria sin la menor
resistencia. La culminación de la mundialización del capitalismo somete a la
clase obrera a un proceso de subasta a la baja del salario y de las condiciones
de vida y de trabajo.
Lo peor del colaboracionismo
sindical con el régimen de dominación imperial no son sus consecuencias en lo
económico y en lo social. Lo peor de todo ello es la derrota cultural sin
precedentes. La liquidación cotidiana, en el puesto de trabajo, en el corazón
de las relaciones sociales y de la lucha de clases, de la autonomía de las
clases subalternas. Derrota cotidiana y permanente de la conciencia de clase
aplastada por maquinarias burocráticas productoras al por mayor de los valores
de resignación y de sumisión. No extraemos de eso ningún discurso antisindical.
Si una crítica radical y sin contemplaciones del sindicalismo verticalista del
régimen de 1978. Incomprensible, nos parece, que algunos augures de la crisis
“irremisible” de este régimen, no consideren entre sus tareas esenciales, el
relanzamiento del sindicalismo de clase.
Esas derrota viene en
nuestro país a sumarse a la derrota y genocidio físico y cultural de la guerra
de 1936-39 y a la derrota del pujante movimiento obrero de los años
sesenta-setenta perpetrada mediante los pactos de la Moncloa y con la sucesiva
liquidación de la democracia interna en el interior del sindicato y en general
de la democracia obrera. Las centrales sindicales mayoritarias han sido, son y
seguirán siendo la mayor maquinaria de liquidación de la autonomía de clase que
haya existido en nuestro país. Las centrales sindicales mayoritarias son parte
integrante de un régimen del que se predice una crisis ineluctable. Sorprende
que apocalípticos análisis sobre la crisis del régimen del 78, no vengan nunca
acompañados de ninguna indicación de tareas al respecto.
Ninguna fuerza consistente
ha reflexionado sobre el rol de la Nueva División Internacional del Trabajo
inaugurada tras la crisis de 1973-74, en todo ello y sobre las dificultades de
la reconstrucción del sindicalismo de clase en ese contexto. En nuestro
librillo argumentamos toda esa situación y hemos resumido esta situación con la
conocida expresión: los quieren no pueden y los que pueden ( cada vez pueden
menos) no quieren de ninguna de las maneras. Si no somos nadie para decir ¿qué
hacer? (eso es tarea colectiva. Pero si que somos quien puede decir alto y
claro “qué no hacer”. Si que tenemos la autoridad que nos proporciona la
experiencia y el estudio para dar indicaciones de “como hacer las cosas”. El
librillo aunque algunos no las sepan encontrar, está lleno de indicaciones en
ese sentido. No hay más sordo que quien no quiere oir.
La crisis de civilización.
Hablemos ahora brevemente de
la crisis de civilización. Se trata de una crisis de cultura. Cultura
entendida, naturalmente como forma de vida, como vida cotidiana, como ethos.
Las bases sociales de la cultura europea occidental fraguada durante los treinta
años dorados basada en las conquistas sociales de los pacto social de 1945 (
salarios relativamente altos, urbanización, industria, altas tasas de empleo,
seguridad social, sanidad y enseñanza pública, alto nivel de consumo, petróleo
barato y abundante) han desaparecido para no volver.
Pier Paolo Pasolini,
ampliando de manera genial los análisis culturales de Gramsci, anunció
premonitoriamente en los años sesenta y primeros setenta del siglo pasado cómo
la destrucción de las culturas campesinas autónomas, a la urbanización salvaje
y los avances de la homogeneización cultural, unidos al tremendo rol destructor
de la autonomía cultural de los medios de comunicación estaban socavando las
bases sobre las que se fundamentaba la posibilidad de resistir el imaginario
capitalista. Para Pasolini, con esa mutación antropológica se destruían las
condiciones de posibilidad de la transformación social. Cada vez era más
difícil que las grandes mayorías contasen con la capacidad de imaginar un mundo
diferente, con el sentimiento la necesidad y con la certeza de ese mundo
diferente fuera posible. El último Luckacs analizó de manera penetrante y
clarividente también sobre las consecuencias de estos cambios.
La cultura, entendida como
modo de vida, era el concepto central de estos análisis, que escandalizaron y
provocaron no solo a la derecha, como era de desear, si no también a la
izquierda.
La izquierda, en general,
respondió a esos análisis con el homenaje hipócrita y con el silencio.
En los setenta, otro gran
olvidado de la izquierda actual, Enrico Berlinguer advirtió de la necesidad de
crear una nueva cultura de la austeridad, propuesta que no fue comprendida por
la mayoría de la izquierda y que, fue usada y recuperada por el neoliberalismo.
En la actualidad a esa larga
crisis civilizatoria y cultural se le unen nuevos motivos de urgencia: la
crisis ecológica y el peak oil. A la falta de capacidad del planeta para
soportar la universalización los niveles de consumo energético europeos o USA,
se le une la certeza de la cercanía del peak oil. La civilización del petróleo,
la más destructiva está en sus últimas fases. El periodo del agotamiento varia
según los pronósticos entre 10 y 30 años. Algunos dirán:”¡ largo me lo fiáis!”.
Pero nadie puede ocultarse que el escenario más probable es el de la película
Mad Max pero a nivel planetario. Muchas de las guerras de los últimos años
forman parte de este escenario. O sea que, Mad Max ya está aquí, aunque aún no
haya llegado al territorio de la vieja Europa.
Del análisis de esta crisis
cultural aparece tarea central la necesidad de una profunda revolución
cultural. Un cambio radical de forma de vida. Ya hemos antes como Lenin pedía
una prórroga temporal para permitir que se desarrollase esa revolución
cultural. El pensamiento de la izquierda en éste como en tantos temas nos
parece francamente débil. Ni se investiga ni se actúa de acuerdo con estos
nuevos parámetros de la realidad.
Así pues, lo que falta no
son las condiciones objetivas, tenemos plétora o superávit de condiciones
objetivas. Lo que falla, lo que no existe son las llamadas condiciones
subjetivas.
La pregunta clave que
deberíamos estar haciéndonos sería: por qué, a pesar de la barbarie de las
medidas expropiatorias, por que, a pesar del paro, de la generalización de la
pobreza, de la proletarización de grandes sectores de las clases medias, a
pesar de la destrucción del futuro de las nuevas generaciones, las grandes
masas aún no se levantan.
¿Por qué no se produce una
revolución?
Se nos aduce la aparición
del 15 M, las diversas mareas, los movilizaciones del SAT, la inmensa
experiencia de la PAH, las corralas, el campamento Dignidad, las
movilizaciones. Se afirma que no somos sensibles a estas realidades. La simple
lectura de las páginas 29- 30 muestra como esa crítica no tiene nada de cierto.
Otra cosa es que
magnifiquemos estas movilizaciones sociales hasta negarnos a ver que el demos,
el pueblo no está aún por la labor. La mayoría se refugia aún en la idea de los
malos tiempos pasaran, que es posible volver a aquella “belle époque” en que
las condiciones económicas permitían un crecimiento que deparaba empleo de
calidad y el aumento permanente de la expectativas de consumo, la posibilidad
de que el hijo de obrero fuera la universidad y por tanto la posibilidad de un
ascenso social, en que el Estado ( entendido en sentido estricto de sector
público procuraba bienestar, salud y educación para todos. Volver a un pasado
que se mitifica, del que se olvidan o se desconocen las condiciones de
posibilidad. La izquierda keynesiana ( aunque levante el puño y cante
ritualmente la Internacional) es producto y expresión de esa cultura general y
alimenta, con su pragmatismo y su falta de proyecto ese pensamiento nostálgico
y utópico al mismo tiempo.
Ya tenemos pues un quehacer:
La revolución cultural. Nos queda lo más difícil de definir: como hacerlo,
donde hacerlo y, como decía al principio, sobretodo: qué no hacer.
Empecemos por eso: qué no
hacer.
El cambio radical de cultura
no puede, ni debe ser, y previsiblemente no será encabezado por especialistas
de la política que realicen la habitual ingeniería social desde la
instituciones especializadas de la administración de los estados, al margen y
por encima de la sociedad. Una revolución cultural para ser tal requiere que
sea la gente la que la realice desde su praxis habitual, en la vida cotidiana,
con la creación de nuevas pautas de vivir, nuevos usos, nuevas costumbres de
vida, sobrias, autónomas, auto construidas. Se trata para decirlo con Gramsci
de una reforma intelectual y moral, de la creación de un nuevo ethos, de las
forma de vida que configura un nuevo orden social, un nuevo estado, entendido
también en el sentido de gramsciano como un estado integral.
Pongamos un ejemplo de aroma
gramsciano: la reforma protestante como cambio de vida de grandes masas que dio
lugar a una nueva civilización ( alfabetización generalizada, surgimiento de un
republicanismo popular y democrático ( la guerra campesina encabezada por
Thomas Munzer en alemania, la revolución inglesa en el siglo XVII, la revolución
americana y la revolución francesa en el siglo XVIII). Gramsci confrontaba esa
tremenda revolución cultural con el Renacimiento italiano como fenómeno de
élites que es integrado en la Contrarreforma y financiado por los Médicis, por
el Dux de Venecia o por el Papa). Ese es el sentido real de la expresión
gramsciana “reforma intelectual y moral”. Ahí se encuentra la base del
planteamiento de que una revolución debe conquistar la hegemonía cultural antes
de conquistar el poder. El nuevo estado debe estar configurado ya en el hacer
de las gentes, de los millones y millones que producen las revoluciones reales.
Pongamos otro ejemplo, éste
más ligado a nuestra historia. La República no venció en las elecciones
municipales del 14 de abril de 1931. La república empezó a ganar desde que,
tras el golpe de Pavía, cuando las clases dominantes de este país trataron de
exorcizar la aparición de una alternativa democrática, como fuera la 1ª
república frente al liberalismo oligárquico, el régimen de la Restauración,
basado en formas políticas caciquiles y clientelares de dominación y la
cooptación de diversos sectores.
La república empezó a ganar
en la medida que republicanos, socialistas y anarquistas, en la medida de
obreros y campesinos mantuvieron una cultura de vida, que es la máxima forma de
expresión de una cultura política, al margen de la cultura dominantes:
sindicatos, cooperativas, ateneos, partidos, y más allá de ello: cooperación,
ayuda mutua, luchas, experiencias masivas, lecturas en voz alta de libros y
periódicos. El nuevo estado, el nuevo ethos la nueva cultura tardó un largo
plazo en constituirse: hablamos de sesenta, setenta, ochenta años.
La revolución política que
supuso la llegada de la segunda república, hecho de lo que los historiadores
llaman la “corta duración” no se produce, no se puede producir sin esa larga
acumulación de fuerzas, de potencia, de poder. Hablo de lo que los
historiadores llaman “fenómenos de larga duración”.
Se trata de la creación y
articulación un pensamiento cotidiano autónomo de las clases dominantes. Una
acumulación de potencia cultural que es producto de la praxis y de la
experiencia colectiva, muchas veces a través de procesos duros y violentos,
como la semana trágica (1909), o la huelga general de 1917, o el bienio bolchevique
( 1919-1920) protagonizado por los jornaleros andaluces, o el trienio negro
(1920-123) con el intento de la patronal catalana de aniquilar a la CNT
mediante el asesinato y la ley de fugas. Cuando hablamos de acumular fuerzas y
de la paciencia no hablamos por supuesto de pasividad. No hablamos de esperar
pasivamente a que pase el cadáver del sistema por delante de nuestras puertas.
Hablamos de procesos formidables y masivos de creación de conciencia de clase,
de constitución de clase en medio de duras y violentas luchas de clases. Una
acumulación de fuerzas que nadie puede decretar, planificar, controlar desde un
centro. Una acumulación de fuerzas que se da o no al margen del voluntarismo de
las vanguardias. Se trata de una creación de la voluntad, de la conciencia a
partir del sentido común y de la experiencia que no puede ser de otra manera
que a través de un periodo generalmente dilatado en el tiempo.
Estudiando la revolución
francesa he encontrado este tipo de acumulación por un periodo de más de un
siglo ( entre 1661 y 1789) en la obra de La rebellion française[3].
¿La constitución del pueblo
en soberano?
Debemos ahora distinguir
entre proceso constituyente de un sujeto social autónomo, sea éste una clase o
un pueblo-nación, con respecto de los procesos de constitución de una fuerza
política y con respecto de los procesos constituyentes de los nuevos estados,
producto de las revoluciones.
Desde el capítulo del
manifiesto comunista de 1848 titulado “Burgueses y proletarios” hasta las
indicaciones de A. Gramsci sobre la historia de las clases subalternas, al
estudio de EP Thompson sobre la formación de la clase obrera inglesa, tenemos
bastantes estudios sobre los procesos de constitución de clase.
Esos sujetos colectivos
populares no dejan muchas huellas en los archivos. El pueblo, antes de la
masiva alfabetización de mediados del siglo XX, no escribía mucho sobre él
mismo. Muchas veces hay que buscar sus huellas en los atestados de los
comisarios de policía, en los sumarios de los procesos judiciales, en las
opiniones, normalmente adversas al pueblo de las élites sobre el populacho,
sobre la multitud, sobre la masa.
Podemos distinguir diversas
fases en estos procesos. Se empieza por procesos moleculares, muy localizados
en el tiempo y en el espacio. Pongamos el campamento Dignidad o las corralas,
las ocupaciones de un cortijo o la concentración ante una oficina bancaria. Con
el tiempo y la experiencia esos procesos pueden ser absorbidos por determinadas
concesiones, ser reprimidos y desaparecer o bien pueden vertebrarse, federarse
o confederarse hasta constituir las grandes organizaciones sindicales o
políticas autónomas con respecto a las clases dominantes.
Estos procesos no son
procesos lineales ni regulares en el tiempo. Sufren avances y retrocesos,
atraviesan largos momentos de aparente pasividad al lado de periodos de
tremendas aceleraciones. La clase, en sus inicios, atraviesa fases
corporativas, de carácter defensivo, donde impera la disgregación por oficios,
por territorios, por sectores, por experiencias. Se trata de una fase en que
solo se trata de defenderse de las tremendas agresiones del capitalismo. Estas
luchas defensivas suelen venir aún supeditadas a la cultura dominante y por
tanto en la mayoría de las ocasiones se carece de la conciencia autónoma. La
clase en proceso embrionario de construcción es aún subalterna, dominada muchas
veces por la ideología dominante. Articula su pensamiento a partir de las
tradiciones seculares.
Pero la experiencia, el
debate sobre las luchas y sus formas la van dotando de conciencia autónoma. Al
modo de ver de los autores de éste librillo, la fase en la que nos encontramos
en nuestro país en la situación concreta actual es ésta. No negamos que la fase
actual contenga en potencia un desarrollo futuro pero creemos, quizás
erróneamente, que aún no estamos en esa fase.
Equivocarse de fase,
impacientarse, intentar sustituir la lenta pedagogía de la experiencia
colectiva y de la lucha de clases, por las conclusiones elaboradas en otras
épocas o desde laboratorios exteriores al propio proceso constituyente suele
ser el pecado de impaciencia cometido por las vanguardias elitistas. Sustituir
a las masas por las minorías vanguardistas suele comportar llevar a los
sectores avanzados de las mismas a derrotas cuyas consecuencias suelen ser
terribles para el movimiento: paralización, desmoralización, desconfianza en
las propias fuerzas, confirmación del reaccionario sentido común de que las
cosas han sido siempre igual y no se pueden cambiar, fatalismo y resignación.
La constitución del
proletariado en clase es un acto democrático. No es algo que una vanguardia
pueda hacer en nombre del mismo. La velocidad del proceso viene dada no por la
urgencias, impaciencias del protagonismo de éste o aquel dirigente o grupo de
dirigentes. La velocidad del proceso, las aceleraciones y frenazos vienen
determinados por el desarrollo concreto de la lucha de clases y deben ser
producto de la decisión democrática, acertada o no de las masas afectadas.
Dependiendo de esa dinámica
compleja, muy compleja, la clase puede iniciar procesos de unificación a nivel
de una determinada formación social. Estos procesos de unificación pueden tener
resultados diversos. Desde la burocratización la ausencia de democracia de
clase, el sustituismo y la creación de una clase sindical o política que
basándose en la delegación y la falta de autonomía del sujeto social acaba
teniendo intereses propios y diferenciados. Es la vía para la cooptación, la
integración y de nuevo la sumisión. Numerosos ejemplos históricos de ello:
desde el socialismo real hasta el PT del Brasil. Joaquin Miras ha desarrollado
la ligazón que existe entre el proceso de constitución de clase y la democracia
en diversos materiales y artículos.
Gramsci señaló que ese
proceso hacia la autonomía y la unificación de la clase solo se culmina a
través de la constitución de la clase en un nuevo estado. Naturalmente el
concepto de estado usado por Gramsci es el de lo que él llama “estado integral”
negando la separación que hace el liberalismo político entre estado y sociedad
civil. Para que la clase deje de ser subalterna y acabe siendo autónoma de
verdad, debe crear un ethos, debe conquistar la hegemonía ( que es combinación
de consenso y coerción), debe destruir el estado actual y debe crear un nuevo estado.
El resto de opciones supone a medio o largo plazo la integración y la
cooptación.
Los procesos constituyentes
de fuerzas políticas
Otra segundo nivel es el de
los procesos constituyentes de fuerzas políticas. Las refundaciones, las
coaliciones, los procesos que la actual coyuntura en que se cruzan las tres
crisis (económica, de civilización y de régimen) se han acelerado enormemente.
La ebullición es absoluta, propuestas, manifiestos, frentes, procesos
constituyentes, desde abajo, desde arriba, de lado, de perfil o de frente.
Cargos políticos, asesores, politólogos, aspirantes, todo el mundo muestra
músculo, se viste con sus mejores galas, se reparte el piel del oso, olvidando
que antes habría que cazarlo. El marxismo imperante en este mundo super- estructural
es el camarote de los hermanos Marx.
Los autores de este librillo
expresamos nuestra más amplia desconfianza ante esa tremenda agitación e
impaciencia electoral. Consideramos que se trata de una de las vías a través de
las que la crisis de régimen se resolverá, previsiblemente, en una remodelación
del modo de dominación. Ante la ausencia de potencia y de una voluntad
organizada del pueblo nuestra previsión es que, de nuevo se cumplirá el
enunciado de Lampedusa : “Es necesario que algunas cosas cambien para que nada
cambie”.
De nuevo Gramsci nos
facilita un instrumental precioso para comprender fenómenos como el que estamos
contemplando. En los Cuadernos de la Cárcel dedicó mucha atención al análisis
histórico pormenorizado de la que fue la revolución sin revolución que fue la
unificación italiana durante el siglo XIX conocida en aquel país como Il
Risorgimento. En las paginas de los Cuadernos de cárcel dedicadas a esa
reflexión globalizadora acuñó dos conceptos que nos parecen claves y que usamos
en el librillo dándolos por conocidos: Revolución pasiva y transformismo. En
las páginas 64 a 75 de nuestro librillo hemos esbozado el esquema de una
interpretación de la historia de nuestro país usando el concepto de revolución
pasiva bajo el título: “La experiencia española: tres revoluciones pasivas con
un genocidio intercalado”.
El apartado del librillo
donde usamos mayormente del concepto transformismo es el situado al final: “El
duro dilema: entre el rudo trabajo de Sísifo o bailar al compás del tango Cambalache”.
Creo que en intervención de hoy he dado numerosos ejemplos de lo que es el
transformismo, y por tanto no es necesario que me extienda más.
El proceso constituyente de
un nuevo estado precisa de la constitución de un pueblo soberano[4]
Cuando expresamos nuestra
convicción de que se debe crear un Soberano, estamos planteando, desde luego,
una convicción normativa, moral.
Nadie sino el Pueblo puede
hablar en nombre del Pueblo. En este principio se basa la Democracia. Y el
Pueblo, el Soberano, o existe como realidad organizada, deliberante y activa, o
es un recurso literario para justificar opciones políticas particulares. Pero
además estamos tratando sobre la existencia –y sobre la imperiosa necesidad de
crearlo, en caso de que no exista, de una Causa Eficiente, de una Fuerza que
sea la Condición de Posibilidad, que tenga la capacidad de poner en obra y
llevar a término los objetivos y proyectos políticos que el mismo Pueblo
Soberano se proponga.
De un poder, esto es, de un
Poder Hacer, que sea capaz de ejecutar lo que se plantee la Voluntad soberana.
Hablamos de un poder real, de poder sustantivo que posibilita que quien desea
un objetivo político, un fin, un proyecto, tiene, a la par de la Voluntad de
desearlo, la fuerza para realizarlo.
Esa fuerza que de eficacia a
la Voluntad del Pueblo solo puede proceder de la propia organización del Pueblo
como agente activo para desarrollar su praxis y crear y controlar desde su vida
cotidiana, la actividad que produce y reproduce la sociedad.
La Voluntad de Sujeto
Soberano, deliberante, solo podrá realizarse si el mismo Sujeto se
autoconstruye como Bloque organizado, como movimiento de masas objetivo,
microorganizado, estable, capilar, que elabora e impone un cambio ya en la vida
social con su presencia y actividad. Es más sólo se construye y existe Voluntad
Subjetiva colectiva, capacidad de desear fines nuevos, en la medida en que se
construye, y si existe, un movimiento democrático articulado, objetivo, de cuya
experiencia se concluya para todo el mundo el interés de opinar, la importancia
de organizarse para deliberar y actuar, el interés de imaginar proyectos que
orienten la propia praxis, de imaginar proyectos que sin esa experiencia de
praxis que los hace verosímiles como expectativa, y posibles como realidad en
potencia, no son de recibo, y con raz, para el sentido común de cualquier
persona sensata.
Solo un poder sustantivo
sobre la sociedad puede fundamentar sustantivamente una Democracia. A su vez,
una democracia sustantiva, posibilita, entre otras actividades políticas y una
vez se ha alcanzado un grado muy grande de poder sobre la realidad social, por
un lado, la votaci de las leyes por parte del Soberano, previa deliberación
colectiva, y por otra, la elecci de agentes mandatados para aplicarlas; elección
que no tiene que ser forzosamente, exclusivamente, mediante votación también,
sino que puede ser por sorteo, como en la antigüedad clásica, o como en la
elección de magistrados para tribunales jurados y para mesas electorales, en el
presente. Pero no son las votaciones, el procedimiento, tal como sostiene el
procedimentalismo Político, lo que garantiza la existencia y poder de la
Democracia. Y para muestra a contrario, nos basta el botón de la actual
realidad.
Es el poder sustantivo del
Soberano organizado sobre la realidad el que impone y el que puede garantizar
la Democracia y la eficacia de las votaciones, entre otras cosas; y lo hace tan
solo en la medida en que existe como poder real sobre la realidad social y
cultural. Porque si el Pueblo se constituye, realmente, en Soberano con
Voluntad activa y operante, y desarrolla como Sujeto organizado su acción de
creación de una realidad nueva, -él mismo lo es ya en sí mismo, por ser un
nuevo Sujeto operante-, y de una cultura nueva, en la sociedad, esa cultura
nueva, que incluye su activismo protagonista, y que está constituida por las
nuevas prácticas, los nuevos usos de vivir y hacer, las nuevas mores, esto es,
la nueva Reforma Moral, el nuevo ethos, es ya en sí misma una constitución
nueva, que hará quebrar a la antigua constitución de vida y con la constitución
escrita vieja, y exigirá que el proceso culmine en la redacción de una nueva
constitución escrita.
De la bondad del estiércol
Acabo ya. En resumidas
cuentas, se trata de lo siguiente: --no sólo es preciso saber el qué hacer en
política, ---se trata también de saber qué no hacer,--- y sobretodo ¿como
hacerlo?
Sobre todo ello nuestro
librillo habla bastante, quizás mal y desordenadamente pero habla de todo esto.
Pero nos falta otro elemento
esencial que es el ¿cuándo? Es la reflexión entre tiempo y política.
Yo empecé a militar hace 43
años. Durante unos más de treinta años compartí militancia con gentes que
habían sobrevivido a la guerra y al genocidio franquista, algunos de ellos
habían continuado luchando en la resistencia anti-nazi, habían poblado los
campos de exterminio, habían sobrevivido a la cárcel, al hambre, habían
construido desde la nada organizaciones sindicales y políticas.
Una frase repetida entre
todos ellos era, se la oigo aún a algunos de ellos: - “no me arrepiento de
haber luchado por mi gente, yo quizás no vea el futuro pero vosotros queridos
camaradas si que lo veréis y cuando lo veáis guardad un recuerdo para mi y para
los que nos hemos quedado por el camino pero con nuestro esfuerzo lo hemos
hecho avanzar”.
Me admiró siempre esta
templanza ante el discurrir del tiempo, esa paciencia, esa coherencia, esa
perseverancia, ese activismo sostenido en el tiempo, en la “larga duración” que
dicen los historiadores.
Viniendo para acá observaba
los olivares colocados en pendientes inverosímiles en esas sierras que bordean
la llanuras cerealeras de vuestra Extremadura. Es misma sensación que he tenido
en Andalucía, o en alguna zona de mi Catalunya, en Cerdeña o en Grecia, en
nuestro mediterráneo, vaya.
El paisaje, ese paisaje
labrado durante siglos por el hombre me trajo el recuerdo de aquella historia
en que un viejo griego de avanzada edad, cercano ya a su muerte, plantaba un
olivo. Esa actitud sorprendía a sus vecinos quienes no acertaban a comprender
esa actividad supuestamente inútil. Ante las preguntas o las sonrisas irónicas
de los que le observaban respondía: “Planto ese olivo por amor a mi tierra y a
mi gente. Este paisaje es obra de nosotros los hombres y en ese paisaje deberán
alimentarse mis descendientes. Por eso planto ese olivo, para asegurar el
futuro de mi descendencia”. Con ello, el dejaba su huella anónima impresa en el
paisaje.
Esa comprensión del tiempo
político es la que noto a faltar en los últimos tiempos. La comprensión de que
no trabajamos para nosotros, la comprensión de que nosotros quizás no veamos el
fruto de nuestro trabajo molecular en nuestro barrio, en nuestra empresa, en
nuestra escuela, en nuestro centro de salud, en nuestro colectivo de afectados
por las hipotecas o por las preferentes. La comprensión de que aunque sea
anónimamente nuestro trabajo también dejará su huella en el paisaje o, en ese
caso, en la sociedad.
Es un tópico pero no por
ello menos real que para que llegue la cosecha es necesario labrar, sembrar,
expurgar las malas hierbas, podar, abonar, rociar con el sulfato, volver a
laborar la tierra, mirar al cielo con temor o con esperanza. Equivocarse de
fase, impacientarse y tratar de recolectar sin hacer todas esas duras tareas es
tarea vana.
En una entrevista de
presentación de nuestro librillo publicada en la revista El Viejo Topo del
pasado mes de Julio decíamos: “... creemos que ahora lo que toca es asumir que
alguien –“álguienes”- ha de ser estiércol que abone en silencio la realidad social,
para que haya futuro. Ser estiércol hoy, tal como escribía Antonio Gramsci.
Fuera de esta tarea todo nos parece vanidad”. Llerena, 9 de agosto de 2013
Vía: http://www.insurgente.org/index.php/mas-noticias/ultimas-noticias/item/7304-intervenci%C3%B3n-de-joan-tafalla-en-la-escuela-de-formaci%C3%B3n-del-campamento-dignidad-m%C3%A9rida?utm_source=twitterfeed&utm_medium=facebook
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