El
militante comunista y miembro de Espai Marx, Joan Tafalla, participa en el
“Campus Praxis” de Valencia
Ponente
en el curso de verano “Campus Praxis”, en el que han colaborado Sodepau y la
Universidad de Valencia, Joan Tafalla es militante comunista, miembro de Espai
Marx y doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ingresó en
el PSUC en 1971 y fue uno de los fundadores del Partit dels Comunistes de
Catalunya, formación política de la que se “exilió”, afirma, en 2001. Asimismo
dirigió el periódico Avant entre 1982 y 1990. Es autor de “Un cura jacobino:
Jacques-Michel Coupé”; coautor con Irene Castells de “Atlas Histórico de la
Revolución Francesa” y coeditor, junto a Josep Bel y Pep Valenzuela, de
“Miradas sobre la precariedad”. Entre los últimos artículos publicados destacan
“Apuntes de geopolítica del euro. Hay que salir de la jaula del euro y de la
Unión Europea” y, con Ramón Franquesa, “La nueva geopolítica europea: hacia un
bloque histórico en los países del sur de Europa” (El Viejo Topo).
La
impaciencia lleva a la confusión entre luchas “defensivas” y “ofensivas”. El
error puede conducir a la idealización de grandes movimientos como la PAH o de
los muy meritorios resultados electorales de Barcelona en Comú, la CUP o
Podemos. Históricamente, destaca Joan Tafalla, pueden compararse a la coyuntura
en que las Trade Union del Reino Unido constituyeron el Labour Party o el PT
emergió en Brasil como expresión política del potente movimiento obrero de los
años 80 (del siglo pasado) en el área de Sao Paulo, así como de las luchas del
MST. La fuerza de estos movimientos resultaba, incluso, “infinitamente
superior” a las de los casos citados en el estado español. Sin embargo,
concluye el historiador, el final de todas estas operaciones fue “la cooptación
del movimiento obrero a la gobernación del estado capitalista”. Tafalla
recuerda que Gramsci, ya en los Cuadernos, caracterizaba al gobierno de
McDonald’s como una forma de cesarismo.
De
ese modo puede terminar la impaciencia, en alguna de sus peores versiones: la
que confunde los ritmos de la revolución con los vitales o con las aspiraciones
particulares al ascenso social. Ha ocurrido “desde la Revolución Francesa
pasando por todas las revoluciones sociales hasta nuestros días”. Ahí radica el
gran riesgo: “Se declara la revolución como idea obsoleta y se justifica la
propia cooptación a las áreas periféricas del poder que antes se combatía”. El
miembro de Espai Marx recuerda la biografía de algunos militantes de extrema
izquierda que terminaron al frente del Ministerio de Cultura, gestores durante
décadas del urbanismo y la vivienda en el área metropolitana de Barcelona o
expresidentes de la Generalitat.
En
la conferencia de Joan Tafalla en el “Campus Praxis” de Valencia –“Después de
las elecciones, ¿qué?”- late una cuestión de fondo. ¿Deben los ritmos
electorales marcar la pauta a los movimientos sociales? El historiador y
militante comunista reponde negativamente. En 2011 y 2012 proliferaban los
textos en torno a la revolución democrática que aspiraba a romper con el
Régimen del 78, entonces en grave crisis. Se estaba, o al menos así lo
afirmaban los politólogos, ante un periodo de oportunidades. Pero Tafalla se
muestra partidario de considerar las agendas y los tiempos de la revolución,
“menos cortos de lo que muchos piensan”. Una década en el caso de la Revolución
Francesa (que muchos confunden con el 14 de julio de 1789, el 10 de agosto de
1792 o el 30-31 de mayo de 1793). En la Revolución Rusa, 17-18 años (no se
trata sólo del asalto al Palacio de Invierno). Joan Tafalla se detiene en este
proceso capital en la historia de la humanidad para extraer una gran lección:
“Fue la revolución social en curso, en la que intervenían millones de personas
rompiendo las relaciones sociales existentes, lo que vacío el símbolo del
poder” (el Palacio de Invierno). Lo decisivo no fue el giro lingüístico; la
simbologia y la resignificación de las palabras “fue fruto de la ola de fondo,
no de la espuma de la vanguardia auto-designada”.
La
revolución es un proceso más bien inserto en lo que los historiadores franceses
llaman “larga duración”. Pero antes, sedimentan poco a poco las condiciones
subjetivas y objetivas que con el tiempo darán lugar al gran estallido. “Una
miríada de pequeños actos que durante por lo menos 165 años configuraron el
pueblo soberano que realizó la Revolución Francesa”, define Joan Tafalla.
“Acciones que se desarrollaron no solo en París o en el centro del poder
político sino a lo largo y ancho del Hexágono”. Actos “rebelionarios”, más que revolucionarios,
que con el tiempo dieron lugar a un nuevo orden, civilización y cultura
material de vida. Pequeños amotinamientos, rituales y hasta prácticas
heterodoxas respecto a la religion oficial. Por tanto, la revolución social es
un proceso; al contrario que la “revolución” política entendida como mero
recambio de las elites gobernantes. La reflexión no es un mero ejercicio
diletante, de arqueologia banal, sino que le sirve al conferenciante para
fundamentar la “confusión” de muchos sectores de la izquierda entre el “largo”
y el “corto” tiempo de la revolución.
En
la Puerta del Sol, la Plaza de Catalunya, Taksim o Tahrir estalló la
indignación, incluso se produjo un elevado grado de enfrentamiento, pero no una
disputa por la hegemonia. “El tejido social que sustentaba los regímenes no ha
cambiado, la revolución no ha llegado molecularmente a cada barrio o empresa”.
Joan Tafalla introduce el contraejemplo griego. La agitación popular en la
Plaza Syntagma estuvo reforzada por cerca de 30 huelgas generales, ocupación de
fábricas abandonadas por los patronos, servicios sanitarios de carácter
comunitario y múltiples formes de ayuda mutua. De la malgama surgió una fuerza
política capaz de ganar las elecciones, pero en ningún caso de tomar el poder.
Las ideas de paciencia, largo plazo y cambio radical implican poner punto final
a las ilusiones. Algunas tan arraigadas como que retornará la “Belle époque” y
los buenos tiempos, o “la ilusión de que es posible volver a aplicar políticas
keynesianas de redistribución de la renta sin recuperar la soberanía
económica”, argumenta Joan Tafalla. Hay otros muchos mitos, por ejemplo, el que
contrapone la ociosidad y baja productividad sureña a la eficiencia germana. A
pesar de Volskwagen, el enriquecimiento de la hacienda de la RFA a costa de los
países de la perifèria o la escandalosa privatización de los bienes comunes de
la RDA, remata el historiador.
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