“Tras
hablar así el preclaro Hector se estiro hacia su hijo.
Y el niño hacia el regazo de la nodriza, de
bello ceñidor,
Retrocedió con un grito, asustado del aspecto
de su padre.
Le intimidaron el bronce y el penacho de
crines de caballo
al verlo oscilar terriblemente desde la cima
del casco.
Y
se echó a reír su padre, y también su augusta madre.
Entonces el esclarece ido Héctor se quitó el
casco de la cabeza
y
lo deposito , resplandeciente sobre el suelo. “
Homero.Iliada Canto VI, 466- 473
Vestir es un verbo que solo en su forma reflexiva me parece interesante, vestirse, vestir uno a si mismo. Este verbo, cuando es transitivo no me parece que tenga sustancia y por lo tanto materia significante suficiente para que valga la pena reflexionar sobre él. Vestir algo desnudo es un acto vegetativo espontáneo dado que siempre nos es necesario que el dato bruto, es decir el mudo dato tenga encima lo que nosotros le ponemos para que sea comprensible. La cosa nuda, desnuda, o cosa en si, o bien es estúpida o bien es incognoscible. Vestir, por lo tanto es la labor propia de la necesidad humana reproductiva y representativa y la propia que es dictada por la constitución de nuestro entendimiento que pone muestras condiciones de posibilidad de entender cuando tratamos con los elementos que los sentidos nos traen a la mente. Al solo ver en las cosas el vestido que nosotros ponemos en ellas estamos vistiendo siempre que observamos y recibimos datos empíricos. No hay otra manera de desenvolverse.
Me
es por lo tanto una función monótona por
necesaria la de vestir
transitivo y de poco interés humano. Me recuerda que los reyes no se
vestían a si mismos sino que siempre tenían algún funcionario real o ayuda de
cámara que se ocupaba de esta función, lo que habla mucho de la deshumanización
del monarca como ser humano. La misma labor desempeñaban los ayudas de cámara
de la aristocracia hasta bien entrado el siglo XVIII e incluso el XIX. En el
siglo XX el emperador de China, derribado por la revolución roja no sabía atarse los lazos de los zapatos
y necesitaba de un siervo que le fue
rápidamente retirado en su encarcelamiento como nos lo traía a la memroia
el film de Bertolucci, “ el ultimo
emperador”. El que no se sabe vestir es
que no es humano. El rey era una cosa, a la que se vestía, a la que otros, esos
si hombres, vestían. Esos otros hombres
se vestían a si mismos, reflexivamente y vestían algo, cumpliendo la condición
humana de la que el rey carecía. Lo mismo ocurre con las imágenes de las vírgenes de las procesiones y
con los santos a los que se viste. Otra
de las expresiones de uso transitivo como es la de vestir al desnudo, es otro ejemplo de exclusión
de humanidad, por cuanto que se predica como una obra de misericordia y como
tal obra es sustitutiva de la obra de
justicia que merece el desnudo en lugar
de ser objeto del cumplimento de la conciencia piadosa de quien le viste. Hoy
dia, esa obra de misericordia ha quedado
en desuso, mostrando aun mas su absurdo, dado que nadie carece de vestido
pero manteniendo su carácter alienador porque
la otra versión actual de vestir al desnudo es el del comercio de la moda y la explotación de su afán. Con ello se continúa
a menospreciar al objeto que debe de vestirse, manteniéndole su carácter de
objeto, de complemento del verbo vestir, y haciéndole e impulsándole a reclamar
el ser vestido, ser un consumidor o ser un objeto desecante, con arreglo al
gusto del momento constantemente y deliberadamente
renovado. Los que visten son los empresarios- nuevos funcionarios reales de un
nuevo deshumanizado rey que no se viste a si mismo. El consumidor cree estar vistiéndose
a si mismo, reflexivamente, la propaganda de la moda así
lo aparenta, pero en realidad es vestido
pasivamente por otros. Toda su reflexión
consiste en que le vistan.
Yo
siempre me he vestido muy mal, es un don que nunca he tenido y he envidiado a quienes lo poseían. Siempre mis
costumbres han oscilado entre la pobreza del vestir, pate por la ficta de
recursos de mi familia en la edad adolescente y primera juventud en que se
supone que debe uno de tener mas preocupación por el lucimiento, y parte por
una torpeza característica. En una residencia de estudiantes donde estuve
viviendo un curso, los compañeros me llamaban “el descosidos”, porque siempre
tenia los bajos del pantalón de esa
manera o bien una hombrera o una
costura cualquiera de mis trajes , pantalones,
botones o mangas de camisas, en ese estado. Nunca he sabido encontrar el equilibrio entre
lo cómodo pero banal y anodino y la novedad que no fuese de gusto hortera y pretencioso
como tratándose de una sobreactuación vestimentaria.
Ya en la vejez, hoy día, sin negar que quizás
este haciendo de necesidad virtud, encuentro
gusto y calidad moral en la forma de
vestir descuidada y fea que es la que practico con gran desesperación de mi
mujer que me señala constantemente los lamparones y bolas de mis jerseys requeteusados y me advierte de que mis zapatos, de más de
cinco años, no solo están gastados sino
ya tambiej rotos.
“Ya
conocéis mi torpe aliño indumentario” (1)
“Nudo
vestimenta detrahere “
“
Desvestir a un desnudo” (2)
Porque,
en efecto, querer “despojar a un hombre
desnudo” , no puede hacerse, y ese desnudo no será agraviado nunca y tan poco
son susceptibles de agraviar mi libertad los que no pueden desnudarme como los
se proponen vestirme , los creadores alienantes de moda. Nunca me
convencerán en convertir mi libre
derecho a autogobernarme con libre
derecho a comprar y elegir modelito.
Aunque
en realidad mi envidia secreta es el modelo de Cortesano de Castiglione y su
vestir con “sprezzatura”. Es esta una especie de desapego y descuido elegante -
“ decontracté “ dicen los franceses sin practicarlo- una naturalidad que ya no solo es un vestir
sino una conducta y un hacer que
“viene sin fatiga y casi sin haberlo
pensado, no por la codicia de parecer mejor que todos.” (3)
Como
veis, continúo en el desequilibrio del exceso y la torpeza de juventud al estar al borde de no ser presentable- como
,me reprocha mi mujer- , pues en esto de vestirse es donde mas cabe aquello de
que
“ sapiens imponit finem et in rebus honestis”
“ el
sabio pone un limite incluso en las actividades honradas” (4)
Y
“ misce stultitiam in consillis brevis
, dulce est disipere in loco”
“
mete un poco de locura en tu espíritu,
dulce es delirar a tiempo”
(5)
Porqué a pesar de que el vestirse es un acto reflexivo, una
actuación sobre si mismo , su finalidad
no se agota en uno mismo. Cuando en esta materia se está a lo propio
únicamente se recae en un el estricto Diógenes moralista pero misántropo
sin contemplaciones, lo cual no puede ser acertado porque el vestirse es ante todo un hecho cuya fuerza de gravedad es relacional. Nos vestimos
porque estamos en compañía, y el estar vivos es estar con otros, es decir, “ inter homines esse”, como calificaban los
romanos precisamente a los no muertos.
La
comprensión de si mismo, esto es, una objetivación de si mismo, solo es posible
gracias a que el hombre es visto, y se realiza en el modo de mostrarse y ser vistos, esto es, en el
encuentro intersubjetivo. Podemos convertirnos en objeto para nosotros mismos,
y el humano tener conciencia de si
mismo, porque es objeto para otros, su
realidad se realiza en la intersubjetividad. El ser humano se hace presente a
si mismo al hablar “ sobre lo suyo”, lo que supone habar a otros que escuchan.
Ese “hablar de lo suyo” a la espera de ser visto es vestirse. El vestido habla.
El único animal que no puede ir desnudo
es el hombre. No porque no tenga pelaje sino porque no tiene identidad cuando
es invisible. El vestido en el hombre no tiene como finalidad primera el calentarse
sin el mostrarse y que le vean. Incluso los indios amazónicos, que no necesitan
vestido, se “ visten” con accesorios para el pene o con plumas o se cortan refinadamente el pelo, “visten” el pelo de manera cuidada
como ya observaba Bartolome de las Casas. Los casi-no- humanos hiperbóreos de
los relatos míticos de los viajeros grecolatinos, no solo llevan pieles encima
sino que llevan “vestidos” de piel.
Incluso la protesta de los nudistas es un vestido. Se visten con su
reivindicación teórica y descaderada para hacerse ver en la provocación
social de su marginalidad y su desnudez.
Sin vestirse asi no serían ellos mismos, pues la conciencia de si se entiende
como la capacidad de establecer relaciones intersubjetivas. Dicho de
otra manera: el yo mismo se forma con la armonización con los otros por la
persuasión. El acuerdo es la meta de toda
persuasión y toda persuasión es una persuasión de sí. La intención del que se
viste es la de persuadir,- una retórica
de telas y adornos- , hablar para ser
reconocido y reconocerse uno mismo. Por eso vestirse es un lenguaje y lo propio
del ser humano es convertir todo en lenguaje. Hacer todo lenguaje, vestir todo,
es la metáfora de humanizar. El humano es un animal retorico.
Desde esta consideración el vestirse, aun siendo un verbo y un acto reflexivo, al no limitarse a una subjetividad caprichosa sino que apela a la vista de los otros, como si se buscase una objetividad superadora de uno mismo, me aparece que tiene una dignidad genuina y esencial que no ha de ocultarse, no lejana al parentesco que lo estético tiene con lo ético. Lo bueno se forma en el acuerdo que se busca con el lenguaje
Es
por ello por lo que no encuentro una justificación legitima, sino bastarda a
quienes se excusan en el vestirse alegando que no lo hacen para parecer ante
los otros sino para gustarse a si mismos, o
mejor “estar a gusto consigo mismo”. Así es costumbre
decirlo estúpidamente, sin tener en
cuenta que a gusto con uno mismo – sin existencia de espectador- es lo que busca mi perro y mi gato, que
desnudos, se arriman en invierno al fuego o a una manta cuanto más maloliente y
fermentada mas cálida, como único vestido,
y en verano se tumban sin pudor ni honor
alguno despanzurrados a la sombra. Quiero
decir que los que esto alegan lo hacen
como excusándose de un reproche de
vanidad y capricho confundiendo
“apariencia” con “aparecer ante otros”, es decir con la operación de ponerse en
el lugar de otro, de la opinión de los otros, y ser capaz de imaginar lo que otro piensa, elevándome por encima de un mi mismo, lo cual es la raiz misma de la objetividad. No es lo
mismo el censurable aparentar que el necesario y digno aparecer. No es posible “estar
a gusto consigo mismo” ante un mero espejo, porque no existe la autoconciencia
solitaria.
Nuestra condición humana no es el gusto con uno
mismo sino el aparecer ante los otros,
pues sin ellos no existimos y al necesitar de su reconocimiento para reconocernos
a nosotros mismos debemos hacer la
operación mental y existencial del juicio y la razón, es decir la remisión a
una generalidad universal que vamos
deduciendo de los distintos actos d ponernos en su lugar. Construimos así una regla o una norma que propone objetividad
racional a neustra conducta. Al colocarnos fuera de nosotros mismos en los otros y entre los otros, adquiriendo su vista, nos
situamos “por encima de” lo particular y
subjetivo, lo accidental, para alcanzar
lo categórico. La aplicación de esa universalidad a cada circunstancia particular es la operación
de juzgar.
Por
eso el vestirse de los hombres y las muejres, ese “aparecer ante otros” es uno de los actos
de ejercicio del juicio y de la razón, y esto es sabido desde los primeros
homo-antecessor que se pusieron algún collar de cuentas o de plumas en la
Gran Dolina de Ata puerca hace
900.000 años . Actos humanos que pueden ser pervertidos, sin duda, pero
no los pervirtamos anticipadamente
haciendo de ellos un “ estar a gusto conmigo mismo” , que significa
que, en realidad , lo que se está excusando, para conjurarlo, es el
reproche no expresado de que se está incurriendo en compras con la obsesión de
un preocupado consumidor .
“Excusatio non petita acusatio
manifesta” (6)
Se
sabe que el vestirse es tan exhibirse como el desnudarse, y en ese juego se
cuenta siempre con los ojos de los demás.
“ si qua latent meliora putat”
“ lo
que oculto está , mejor lo supone”
(7)
observaba
el dios Apolo de su deseada ninfa Dafne según contaba el pillo de Ovidio,
Hablando
de otra cosa, se me ocurre que el vestir
se convierte en una de la virtudes cardinales cuando es un acto de caridad: vestir
al desnudo. Aunque sea un consejo en desuso sigue manteniéndose como el resto
de las virtudes que se erigen en
caridades, con el peso de todas ellas.
Su motivación de piedad y misericordia
no es rechazable y ¿ quién la censuraría?, salvo en que como todo acto
de caridad, no incluye el trato de igualdad y mantiene , si se proclama ella solamente,
el favor del superior al inferior, del que esta vestido para con el que está
desnudo. Pero no va más allá en su eficacia inmediata pregonándose en preguntarse
del semejante: ¿porqué está desnudo? Ni porqué yo he de estar vestido cuando él
está desnudo ni si el vestido donado no será sino un recurso circunstancial que será breve si se mantienen las
condiciones que le hicieron desnudo, e infinidad de otras descaradas e impertinentes preguntas similares.
No hacérselas alegando que solo me intereso en salvar el sufrimiento presente que volverá a
producirse mañana parece ser, por su cortedad y su ineficacia patentes, una consolación
de la propia conciencia más que un
favor. En efecto, es una virtud
teologal, es decir que forma parte de los
hábitos que graciosamente Dios infunde
en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones a Dios
mismo. El carácter onanista de esta infusión de Dios de provocar actos hacia si
mismo se corresponde con el mismo onanismo de la concepción teologal de la virtud.
Actos que perfeccionan a uno mismo más que búsqueda de justicia, alejados del esfuerzo de poner una solución
o de la aportación personal para dirimir una situación que es injusta o desigual. Sucede
que cuando se asume esta responsabilidad aspirada por la justicia no por la virtud
teologal, la satisfacción de la conciencia es menos aguda por cuanto el efecto
no es inmediatamente patente: no se da
el agradecimiento del inferior y
del desnudo. Porque en aquel caso, o sea cuando se siente uno responsable de injusticia,
se hace solidariamente por tratarse de una injusticia cuya responsabilidad es colectiva y no
personal, y por lo tanto la satisfacción no será personal tampoco y llega menos
al consuelo individual del alma y a la satisfacción sociológica. Digámoslo con otras
palabras, en ese acto de deber en que se busca la justicia no se haya felicidad
mientras que en el acto de caridad el sentimiento de satisfacción – un gusto de
felicidad- está siempre presente. En lugar de esa felicidad sentimental se debe de hacer un esfuerzo para experimentar una satisfacción, porque es la
satisfacción de la dignidad compartida. Por eso los actos caritativos exigen normalmente
la presencia corporal y física del pobre beneficiado, para poder experimentar
su mirada agradecida cuando no de sumisión.
Las “buenas obras” de las grandes señoritas necesitaban la fila de pobres a los
que en mano se les daba el pan al tiempo que besaban la mano de la señora. El caritativo
pide ver y tocar al desnudo, le interesa que le abrace l leproso, ver como
devora el hambriento y se atraganta el sediento, como se lava el sucio. Las
instituciones de caridad necesitan estar llenas de pobres dolientes a los que se encuentra bellos y los que
asisten personas diferentes a ellos, preferentemente uniformadas para hacer
patente la diferencia entre benefactor limpio
y beneficiado sucio. Al fin y al
cabo es sufrimiento es un don de Dios y acompañar a los pobres y a los desnudos en su sufrimiento
es tan divino que es necesario que existan siempre como prueba del control de Quiso
sobre nuestras vidas.
“Nuestros
sufrimientos son caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos
a Él, y para hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos
nuestras vidas, sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar
plenamente en Él.” (8)
El justo no puede soportar esta visión de
desiguales y debe atender de la manera más desinteresada, en abstracto por así
decir.
El
sufrimiento del desnudo, como el del hambriento en las virtudes caritativas es tan necesario como el sufrimiento de quien
presta la caridad, en una psicología de
feliz satisfacción sadomasoquista ente
el benefactor y el beneficiado.
“Sin
nuestro sufrimiento, nuestra tarea no diferiría de la asistencia social.”(8).
Es
quizás por esta razón de valoración de dolor por la que la conocida santa mujer que pronunciaba estas frases hacia actos de homenaje a productores de sufrimiento
colectivo como Enver Hoxa en Albania
o Tontín Duvlaier en el sufriente y esclavo Haití.
Como
vemos, la vestimenta da mucho de si.
En
una ocasión, en un trabajo que llevaba a cabo en una de las profesiones que ejercí,
tuve la oportunidad de tener una charla con un alto ejecutivo de la moda de
unos grandes almacenes de Paris, el responsable de compas de la sección de
vestido. Pasare por alto su aire de autosuficiencia y de pretensión de estarme
diciendo sentencias de gran calado cuando respondía a mis preguntas con respuestas
banales y frases hechas que el tomaba por filosofías.
“ necquiqam insipiente fortunato intolerabilus fieri potest
“Nada
hay más insoportable que un tonto afortunado” (9)
En
una e sus agudas observaciones me dijo, mirándome de arriba a abajo mi banal traje de chaqueta y corbata:(Afortunadamente
hizo caso omiso de mi habitual “ torpe aliño indumentario” y aunque por profesional
debio de apercibirse de la barata calidad del terno no creo se fijase en los agujeros de las
suelas que son frecuentes en mis
zapatos) “Todos somos iguales en el vestir
hoy dia. Vd., mismo a pesar de ser español, va vestido, como veo, como los
franceses”. Quizás el me imaginaba que debería venir con capa corta y chaquetilla de torero y patillas de bandolero alpujarreño, como
indígena de allende los Pirineos y no originario de la “ douce France”. “Gracias
a esta forma de vida, que se refleja en el buen vestir, - añadía- vamos todos entrando por el camino
del progreso en la civilización y el bienestar” Detrás de su globalización
en el vestir había el orgullo de la dominación y de la superioridad. Esa superioridad
etnocéntrica y la sumisión neocolonial
que supone sobre todas las otras formas de vida que por no haber
tenido éxito en la eficacia y rentabilidad de la forma de vida del capitalismo están abocadas a la extinción
merecida para la estulticia triunfante, los “insipietes fortunatos”. Es la parábola de la globalización económica
y cultural que se experimenta en neustra tiempo y de sus esbirros intolerables
No
obstante algo debía de convenir con aquel ejecutivo de Galeries Lafayette. La
razón del progreso globalizador estaba
actuando con astucia porque, efectivamente,
se estaban ocultando las
relaciones desiguales de poder y condición
con vestimentas de igualdad, aparentemente. Digo aparentemente porque
siempre entre un jersey de 20 euros y el del habitante de la Moraleja, por
ejemplo, hay una diferencia- no
aparente- de precio de, más del 1.000%. Pero ya no podía decirse como decía Montaigne
en sus tiempos.
“Encuentro
mucha mayor distancia entre mi marea de vestir un campesino de mi país que entre su manera y la
de un hombre que se viste solo con su propia piel (10)-
A
este poro osito recuerdo la argumentación de
Seneca en la epístola a su alumno Nerón de que desconfiase del vulgo porque
los malvados podían ser muchos. Relatando para ilustrarlo que un senador romano
quiso que se distinguiesen los esclavos
obligándoseles con una manera de vestir diferente de la de los libres. La iniciativa
no prospero porque de inmediato se apercibieron del peligro de que los esclavos
les fuese patente de que eran muchos y más numerosos que los libres que les dominaban,
lo que podría alimentar la rebelión con esa toma de conciencia propiciada por
la vestimenta desigual. Hoy, a las clases
subalternas se les viste igual a sus superiores
para que su conciencia no se haga conciencia
de la clase a la que pertenecen sino que
se identifiquen con sus amos y no haya
ocasión de verificar el número de los pobres y muchos. El gobierno de los
pobres y muchos es la definición genuina de la democracia como nos recuerda
Aristóteles. De esta manera se puede apelar a deberes y obligaciones comunes y
solidaridades en tanto que “género humano”.
Este” genero” quizás con la diferencia del vestir se podría comprobar que no era sino una fábula por mucho que se le ensalzase como único y global.
La globalización debe de incluir en el concepto
de igualdad al emigrante de Costa de Marfil que sobrevive solo con té como alimento principal, hacinado a ocho por metro cuadrado en buhardillas y el
distinguido propietario del piso de 500
m2 en av. Hoche. En efecto, ambos llevaban pantalones ( las antiguas “
culottes ) y ya no había “ sans
culottes”.
(3).-Baltasar Castiglione.-El Cortesano.
(4) Juvenal Satira VI 445
(5) Horacio Odas IV ,12 ,27
(6).- Aforismo Jurídico, que significa que la excusa de quien no es acusado, significa la propia acusación de sí mismo.
(7).-.-Ovidio.-Metamorfosis.- I. 502
(8) Madre Teresa de Calcuta.
(9).- Ciceron “de amicitia” XV, 54
(10).-Montaigne.-“Essaies”.-Lib I cap XXXV.- Ensayos. Ediciones AScatilado Barcelona 2007.-p 307.-
(11).-J.J,Rousseau. “ le genre humain c´est rien. Il ný a que les puissances que sont quelque chose” (Carta a Dom Deschanps del 12/9/1761
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