Raül Digón Martín Universitat de Barcelona (rauldigonmartin@ub.edu)(...)
Las transformaciones
geopolíticas, la evolución de la estructura de las clases sociales y el cambio
de coordenadas intelectuales de los últimos años, con el final de los
metarelatos históricos, aconsejan repensar la izquierda en términos esenciales.
Sencillos. Desde esta perspectiva, quienes investigan en teoría política
normativa y/o ciencias sociales en clave crítica y progresista pueden extraer
ideas útiles para los debates de la izquierda en el legado de G. A. Cohen y el
Marxismo analítico, cuyo estudio arroja luz en materia de fundamentación
teórica y propuesta programática.
Esta comunicación señala algunas aportaciones
teórico-prácticas de dicha escuela de pensamiento, que son de interés para
clarificar los valores distintivos de la izquierda, reafirmarse en ellos y
buscar vías para su realización.
II G. A. Cohen (1941-2009) fue sin duda una
rara avis entre sus colegas del mainstream académico británico. Sus orígenes en
la comunidad de judíos comunistas de Montreal, el aprendizaje subsiguiente 1 de
las técnicas de la filosofía analítica en Oxford, y su invariable compromiso
con la igualdad hacen de este profesor oxoniense una de las voces más
originales de la izquierda intelectual contemporánea. Todo su recorrido
académico se puede leer como un intento de rendir cuentas con una herencia
política: el entorno familiar de una comunidad militante que, sin solución de
continuidad, aunaba democracia, comunismo y antifascismo.1 Es por eso que su
trabajo primerizo sobre el materialismo histórico y otros aspectos de la obra
de Marx se orienta a comprender el trasfondo igualitario del socialismo
científico; que la posterior crítica a Nozick desvela las desigualdades
ilegítimas que el atractivo argumentario libertarista ampara, y que la
discusión subsiguiente con liberales igualitarios como Dworkin o Rawls pretende
esclarecer normativamente la métrica de la igualdad (cuál debe ser el objeto
–bienestar, recursos, capacidades, ventajas, etc.– de nivelación entre las
personas), así como defender que el alcance del compromiso con la igualdad
trasciende la acción del Estado. La igualdad de oportunidades que platea Cohen
y su visión del llamado “igualitarismo de la suerte” implican que factores
moralmente arbitrarios, como el entorno social de procedencia o la disparidad
de talentos naturales, no alteren injustificadamente la distribución de
ingresos. Una sociedad justa sólo puede tolerar desigualdades derivadas de
opciones personales responsables, ponderándolas, además, con el principio
fraternal de comunidad, probablemente el principio normativo más definitorio de
la tradición socialista. Únicamente la igualdad, entendida de manera sustancial
y no sólo formal, habilita el acceso de todos a varios cursos de acción
posible. Sin una igualdad suficiente no podemos hablar seriamente de
"libertad real para todos", por decirlo con Van Parijs, ni de
auténtica capacidad de elección entre proyectos de realización personal. Por
ello, tal como demuestra Cohen, la pobreza significa falta de libertad, y no
mera privación de recursos. En este sentido, su crítica a Nozick desenmascara
como ilusión ideológica la asimilación entre libertad y propiedad privada,
institución –histórica, no consustancial a la humanidad– que, de hecho,
constituye una forma de distribuir libertad (cursos de acción potencial) para
algunos y falta de libertad para otros, tal como evidencia la tenencia o no de
dinero en nuestro tiempo.
El esfuerzo de Cohen nos lleva a repensar qué se
entiende por libertad, y si, como valor, se puede conciliar con la idea
igualitaria que en una sociedad justa las desigualdades de ingreso no pueden
ser excesivas (¿es realmente insalvable la tensión entre libertad e igualdad?).
Asimismo, Cohen problematiza la falta de libertad "colectiva" de los
trabajadores bajo el capitalismo, y presenta el socialismo como alternativa
para poder ser más libres. De ahí la naturaleza "moralmente
persuasiva" del ideal socialista. 2 La
exigente perspectiva igualitarista de Cohen también le induce a cuestionarse
críticamente el alcance del principio de autopropiedad, que prescribe que las
facultades de una persona y los frutos del ejercicio de las mismas le
pertenecen de forma exclusiva. Esto es patente en la crítica contundente a
Nozick, pero también en las consideraciones de Cohen sobre el trasfondo
normativo del rechazo marxista a la explotación, en el que se puede observar la
defensa de la autopropiedad. En consecuencia, intuyendo que los diferentes
talentos naturales, cuya distribución es moralmente arbitraria, se puede
concebir normativamente como una especie de sustrato colectivo, Cohen se
referencia en marcos teóricos del liberalismo igualitario, donde la defensa de
la igualdad no está condicionada por la asunción del principio de
autopropiedad. Así, al formular la noción de igual acceso a las ventajas, Cohen
apunta a una concepción de justicia distributiva elaborada en diálogo con la
teoría de igualdad de recursos de Dworkin, al que reconoce el mérito de haber
recuperado para los progresistas el concepto de responsabilidad. Igualmente,
mediante una extraordinaria exploración conceptual de la teoría rawlsiana de la
justicia como equidad, Cohen abre la puerta a interpretar el principio de la
diferencia como prisma teórico desde donde juzgar las injusticias de la
sociedad capitalista, 2 argumentando que no puede haber ninguna sociedad justa
sin que un ethos igualitario informe el comportamiento de los ciudadanos en sus
decisiones cotidianas en el mercado, y que el alcance de la justicia rebasa con
creces el ámbito de la actuación de los poderes públicos. III Es discutible si
la ambiciosa concepción de Cohen sobre la igualdad constituye una filosofía original
o si es plenamente tributaria de pensamiento ajeno. La cuestión es compleja.
Por un lado, es cierto que Cohen no aporta, en positivo, ninguna obra de
entidad escrita estrictamente en términos de propuesta, es decir, no firma
ninguna nueva Teoría de la Justicia. Y casi toda la brillante producción que ha
dejado se construye a base de críticas sucesivas a distintos autores.
Sin
embargo, la dependencia hacia marcos teóricos ajenos no niega el carácter
genuino ni la originalidad de las ideas de Cohen, a veces apuntadas
implícitamente o entre líneas. Él entiende la filosofía como el pensamiento que
avanza mediante controversias sobre cuestiones que admiten respuestas
diametralmente opuestas, y estima que el contraste metódico entre verdades
irreconciliables y obvias en apariencia es lo que ilumina problemas tan
complejos como el alcance de la justicia o las explicaciones funcionales. 3 Es
precisamente la confrontación entre puntos de vista antagónicos lo que confiere
a un problema el carácter de filosófico, a partir de una rigurosa demarcación
de ámbitos de filosofía política que no deben confundirse entre sí, como el
concepto de justicia y la cuestión, bien distinta, de las obligaciones del
Estado. Establecer distinciones analíticas sutiles y rebatir premisas e inferencias
inconsistentes, a partir de la lógica y de intuiciones básicas, es el habitual
modus operandi que encontramos en la obra de Cohen. Pero sería erróneo
cualificarla como una mera sucesión de etapas de crítica textualista y
fragmentaria para con la obra de otros autores de mayor renombre. El
esclarecimiento metodológico sobre las explicaciones funcionales, una idea
sustancial de libertad, la concepción del igualitarismo como acceso a las
ventajas, o la amplia potencialidad del concepto de ethos igualitario4 son
apuestas conceptuales configuradas al abrigo de las críticas de Cohen a Marx,
Nozick, Dworkin y Rawls respectivamente, pero apuestas propias y originales, al
fin y al cabo. Aunque a menudo figuren dispersas en reflexiones separadas que
Cohen no articula del todo, constituyen sin duda una fuente de inspiración de
debates relevantes. Igualmente, aunque el calificativo de filosofía de réplica
se ajusta al grueso de su producción intelectual (los libros y artículos
principales de Cohen problematizan conceptos de autores como los citados, entre
otros), hay que matizar que su breve pero influyente trilogía específica sobre
el socialismo –formada por los ensayos sobre el retorno a los fundamentos
socialistas; las actitudes mentales surgidas del desencanto por el derrumbe
soviético, y la naturaleza y viabilidad de un orden más justo–5 refleja en
positivo, y no como mera crítica, la apuesta por una vida colectiva más digna,
regida por principios –igualdad y comunidad– alternativos al enaltecimiento de
la propiedad privada y los criterios del mercado. A la luz de estos textos,
suficientes para reconocer a Cohen como figura original de la izquierda
intelectual contemporánea, su perfil de filósofo reactivo puro se desdibuja.
La defensa de propuestas
institucionales para capacitar a la ciudadanía a decidir lo que le afecta
requiere claridad sobre los valores que subyazcan a las mismas. La
reconstrucción y el esclarecimiento de esos valores por parte de Cohen son
esenciales para justificar normativamente el "porqué" del socialismo.
Él considera deseable y necesario explorar alternativas al capitalismo que
conocemos, ya que este orden niega valores y derechos fundamentales y priva a
amplios sectores de la población mundial de las condiciones para una vida
plena. La sociedad de mercado capitalista promueve tendencias latentes en la condición
humana, como la codicia y el miedo, transformándolas en motores más o menos
eficientes para la economía, a pesar de ser móviles poco edificantes por sí
mismos. En este sistema el otro se te presenta principalmente como oportunidad
de lucro o como contrincante. Las relaciones personales devienen puramente
instrumentales, no auténticas; las personas parecen subordinadas al mundo de
las cosas, y en los núcleos de población encontramos masas de individuos tanto
o más atomizados que los que observó Engels al describir las ciudades
industriales británicas de mediados del siglo XIX.
La crítica humanista de
Cohen a las condiciones de la vida mercantilizada en las sociedades
contemporáneas, ya avanzada por autores de la Escuela de Francfort, muestra la
carga ética de su rechazo al capitalismo y correlativa defensa del socialismo.
La apuesta por esquemas organizativos diferentes a los vigentes se justifica
porque los leitmotivs del capitalismo minan la dignidad y las potencialidades
humanas. El capitalismo, tal como han dicho algunos analistas de la crítica de
Cohen, nos hace menos libres.6 Ofrece una libertad formal y parcial, mediante
la vía excepcional de la movilidad de clase, mas no una libertad colectiva que
permita mejorar la condición de todos conjuntamente. La actual economía de
mercado capitalista es contraria a los principios que, junto con los de
libertad y democracia, han definido a la izquierda tradicionalmente, a saber:
comunidad e igualdad.
El primer elemento –que expresa el compromiso fraternal
con los demás y la voluntad de servir el resto desinteresadamente– es
constitutivo del socialismo, en la lectura ética que hace Cohen. La igualdad,
también característica del liberalismo clásico, informa el principio de
comunidad y se pondera con él, en la exigente variante de igualdad radical (o
socialista) de oportunidades, que rechaza desigualdades – derivadas de
circunstancias sociales o naturales moralmente arbitrarias– que el capitalismo
tolera. Estos valores, sin olvidar la autorrealización, cuya defensa Elster
sitúa en la raíz del comunismo, son los que han justificado históricamente la
existencia de organizaciones políticas progresistas. Cuando estas formaciones
los olvidan y/o sustituyen por valores de mercado, pierden la capacidad de
conquistar más derechos y espacios de control democrático sobre la economía,
así como la capacidad para defender, en tiempos de involución social, los
derechos que ya se habían alcanzado previamente. Podemos encontrar ejemplos
múltiples que ilustran esta percepción de Cohen sobre las implicaciones
políticas de abandonar y confundir valores. Repensar con claridad los valores
progresistas –como igualdad, comunidad y autorealización– y reafirmarse en
ellos. Identificarlos como sustrato de los cambios institucionales y
programáticos a defender. Este es un gran argumento asociado a los marxistas
analíticos y a Cohen en particular, para la justificación normativa del cambio
social y el esclarecimiento del porqué de las alternativas socialistas.
Compartimos plenamente esta perspectiva. Los problemas de la izquierda se
multiplican cuando olvida sus valores clásicos y asume marcos teóricos ajenos y
contrarios a su horizonte de fondo, al renunciar a la batalla de
ideas o al reducir pretenciosamente el clásico cleavege derecha-izquierda a la
condición de mera metáfora a superar, en aras de intereses electorales o de
otra índole.
Van Parijs |
V Tratar el pensamiento de G. A. Cohen requiere estudiar asimismo
el colectivo que él promovió. A las puertas de las victorias electorales de
Margaret Thatcher y Ronald Reagan, en el decenio anterior a la caída del muro
de Berlín, se forma una corriente intelectual de inspiración socialista, a raíz
de la publicación del primer libro de Cohen, Karl Marx s Theory of History: A
Defence (1978).
Las discusiones que este clásico origina impulsan una escuela
de pensamiento, interdisciplinaria e internacional, que será conocida como
marxismo analítico. Se caracteriza por la intención de someter a escrutinio
riguroso el marco teórico marxista, mediante técnicas avanzadas de la filosofía
y las ciencias sociales: la lógica y el análisis lingüístico, las teorías de la
elección racional (en particular la teoría de juegos) y las técnicas del
análisis económico. Es un proyecto ambicioso que no se limita a la lectura
escrutadora del corpus marxiano, ya que también incluye trabajos empíricos para
probar hipótesis y asunciones de la tradición marxista y, en su caso,
reformularlas. Los “marxistas” analíticos comparten un posicionamiento
socialista ante la realidad de su tiempo y un compromiso riguroso con las técnicas
avanzadas de la filosofía analítica y las ciencias sociales. Desde estas
premisas, producen un meritorio elenco de libros y ensayos a clasificar
orientativamente entre los siguientes ámbitos: 1) La exégesis detallada de la
obra de Marx en aplicación de las técnicas mencionadas (Cohen, Elster, etc.).
2) La elaboración de teoría social, en campos como la sociología o la historia,
aplicando categorías fundamentales de la tradición marxista al terreno empírico
(Wright, Brenner, etc.). 3) La propuesta de modelos y medidas económicas para
una sociedad más justa (Roemer y Bardhan; Van Parijs y Van der Veen, Wright,
etc.). Los marxistas analíticos suelen no dar por cierta ninguna asunción de la
tradición marxista sin someterla previamente a un escrutinio riguroso, mediante
los recursos más sofisticados de la filosofía y las ciencias sociales. Este
criterio distintivo rige sus debates sobre el materialismo histórico, el
estatus -metodológico y ontológico- de la dialéctica, las explicaciones
funcionales, la explotación, las clases sociales, el Estado, la justicia
distributiva o las alternativas al capitalismo.
El núcleo del marxismo
analítico lo constituye un selecto colectivo de académicos –filósofos,
politólogos, economistas, sociólogos, historiadores– de ambas riberas del
Atlántico, conocido como Grupo de Septiembre, por los encuentros anuales que
celebran desde 1979 y durante los 30 años siguientes, también autodenominado,
arrogantemente, como Non-Bullshit Marxism Group, ante las corrientes
althusserianas que ellos denostan por ambiguas y oscuras. El círculo primigenio
lo 6 constituyen G. A Cohen, J. E. Roemer y J. Elster, aunque también se suman
figuras tan reconocidas como A. Przeworski, E. O Wright o P. Van Parijs, entre
otros.7
Bajo el liderazgo de Cohen, el grupo registra una intensa actividad
durante la década de los ochenta y hasta mediados de los noventa, cuando
algunos componentes (Elster, Przeworski) juzgan agotado el programa de
investigación que los aglutina: determinar qué permanece vigente en el pensamiento
de Marx para una teoría socialista contemporánea. Posteriormente, coincidiendo
con una pérdida de vitalidad del colectivo, los intereses de sus integrantes se
distancian del estudio del marxismo en favor del análisis y la propuesta de
temas más variados, como el debate filosófico, político y económico sobre la
igualdad y la justicia distributiva, pero siempre desde una perspectiva crítica
y progresista. El vínculo de estos intelectuales con el marco teórico marxista
es laxo y heterodoxo. Conscientes de la distancia temporal que separa la etapa
histórica de Marx de la propia, observan en el legado del pensador de Tréveris
una fuente de inspiración para el análisis y la reflexión sobre problemas y
propuestas contemporáneas. Críticos con la vertiente económica de la obra del
alemán (teoría del valor, ley de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia, etc.), reivindican, básicamente, la carga ética y social implícita en
los conceptos de explotación y alienación, así como la llamada marxista por una
sociedad más igualitaria. La debilidad del nexo de esta escuela con el marxismo
clásico, que contrasta con el firme compromiso con las técnicas mencionadas, es
patente en la concurrencia, en el seno del Grupo de Septiembre, de académicos
–marxistas, ex-marxistas, postmarxistas y no marxistas– con perfiles y
planteamientos políticos muy diversos. Por consiguiente, es dudoso que la
expresión "marxismo” analítico ayude a captar la heterogeneidad del
colectivo que se reúne alrededor de Cohen.
VI El debate entre los marxistas
analíticos cobra impulso con la discusión sobre el materialismo histórico, una
de las teorías que integran el pensamiento de Marx y que tiene en el Prefacio a
la Crítica de la Economía Política (1859) su texto canónico. Cohen identifica
como funcionales el tipo de explicaciones que entrelazan los tres elementos que
Marx explica en dicho prefacio: las fuerzas productivas, las relaciones de
producción y la superestructura. De conformidad con la interpretación
(tecnológica) que Cohen defiende, es inherente al materialismo histórico
explicar causalmente los fenómenos históricos según su disposición para
producir hechos determinados: la superestructura se explica a partir de su
aptitud para preservar una cierta estructura económica (las relaciones deproducción), y esta estructura (las relaciones de poder sobre los medios de
producción y el trabajo) se explica, a su vez, por su predisposición para
favorecer el desarrollo de las fuerzas productivas. Desarrollo que es una
constante histórica, como también lo es la primacía de las fuerzas productivas
sobre la estructura económica y, por tanto, sobre la superestructura (jurídica
e institucional). Si el avance tecnológico desborda la estructura, puede haber
revolución. En el marxismo analítico se defienden otras interpretaciones del
materialismo histórico, como en el caso de Brenner o Elster. Una objeción
crucial que debe afrontar Cohen radica en la presunta (in)compatibilidad de la
lectura que él propone y la tesis, también marxista, de que el motor de la
historia es la lucha de clases y las revoluciones sus locomotoras. Esta tensión
le obliga a defender una difícil articulación entre ambas concepciones, aduciendo
que los fenómenos económicos estructurales marcan la pauta fundamental del
cambio social, mientras que la acción política, obviamente influyente, se
desarrolla sobre la superficie de estos cambios de fondos y está condicionada
por los mismos. La controversia sobre el materialismo histórico propicia un
debate metodológico de mayor alcance con Cohen y Elster como principales
protagonistas. La discusión sobre si las explicaciones funcionales son
verdaderamente intrínsecas al materialismo histórico (como teoría del cambio
social) abre una polémica sobre la utilidad general de este tipo de
explicaciones para las ciencias sociales. Elster se muestra contrario a las
mismas, por la vaguedad y el teleologismo que suponen, y propone, en cambio,
explorar la potencialidad de herramientas de la teoría de juegos para analizar
problemas clásicos del tradición marxista: la teoría del Estado, las
revoluciones burguesas, la explicación del cambio tecnológico, etc. Considera
que los modelos de racionalidad de la teoría de juegos (y de coaliciones)
pueden arrojar luz, e incluso prever outputs, ante fenómenos como la
negociación entre clases.
E.O. Wright |
Este debate desvela que los marxistas analíticos,
aunque coinciden en que el marxismo no dispone de ningún método distintivo y
que hay que buscar los microfundamentos de la vida social, a menudo discrepan
sobre las estrategias analíticas más adecuadas (no todos comparten la apuesta
de Elster por el individualismo metodológico y, de hecho, el
"rational-choice Marxism" constituye sólo una subescuela dentro del
marxismo analítico).8
VII Más allá del debate metodológico, desde el conjunto
del marxismo analítico y, como punta de lanza, desde el Grupo de Septiembre, se
elaboran trabajos destacables sobre cuestiones más sustantivas. Entre ellas destaca
el estudio de la explotación. A partir de la compleja reconceptualización que
propone Roemer, con uso sofisticado
de modelos de la teoría de juegos, la tipología de las formas de explotación
resulta diversificada y el foco de análisis se desplaza desde el proceso
productivo hacia la disparidad social en el acceso y control de los recursos
productivos, haciendo notoria la injusticia distributiva que la explotación
supone. El escrutinio de este autor a la explotación y a la plusvalía nos
conduce a reafirmarnos en el rechazo moral de este fenómeno, pero también a
cuestionar su centralidad entre el grueso de las opresiones que se producen en
la sociedad. De forma conexa, y sobre los parámetros formales de Roemer, la
realidad de las clases sociales como factor estructural de desigualdad es
objeto de análisis internacional comparado por parte de Wright. Él categoriza
una sutil estructura de ubicaciones de clase que, mediante el uso de
metodología compleja, le permite descartar – en unos casos– y corroborar –en
otros– asunciones marxistas sobre las clases sociales. Sobre el trasfondo
conceptual Roemer/Wright, otros integrantes del Grupo de Septiembre
problematizan el binomio explotación/clases sociales, con sugerencias referentes
a temas como: la naturaleza injusta de la explotación y la reconstrucción de
una definición marxista de clase (Elster); el cuestionamiento del nexo entre
explotación y clase, y la contingencia en la formación de las clases
(Przeworski); la extensión radical de los tipos de explotación y las divisorias
de clase, dada la centralidad actual de fenómenos como el desempleo y los
flujos migratorios (Van Parijs), o la disociación entre el hecho social de la
explotación y la teoría del valor, y el énfasis en la dicotomía entre las
vertientes objetiva y subjetiva de las clases (G. A. Cohen). Estas perspectivas
enriquecen el estudio sobre la explotación y la significación política de las
clases como actores colectivos. Cohen se ocupa ampliamente de las implicaciones
políticas de las transformaciones que ha experimentado la clase obrera, sujeto
llamado a la acción revolucionaria en la tradición marxista. Argumenta que la
quiebra de tesis marxistas clásicas exige repensar el socialismo y aclarar sus
fundamentos normativos. Por una parte, los límites naturales del planeta han
rebatido la hipótesis de una futura sobreabundancia de recursos fruto del
progreso tecnológico.
Por otra parte, el proletariado ha perdido la anunciada
condición de protagonista natural de la revolución, una vez se han dispersado
los rasgos que pudo reunir tiempo atrás: constituir la mayoría de la sociedad,
constituir la clase productora de la que la sociedad depende, estar formada por
aquéllos que son explotados y que, a la vez, serían los más necesitados; y, por
todo ello, disponer de la voluntad y la capacidad para transformar la sociedad
sin tener nada que perder. La falta definitiva de convergencia de estos rasgos
en un mismo grupo, en sociedades como las de capitalismo avanzado, tiene efectos
políticos críticos. La distinción entre los explotados y los (más) necesidades,
por ejemplo, conlleva intereses distributivos divergentes entre los productores
y los excluidos del mercado laboral. La no confluencia –a nivel nacional e
internacional– de los rasgos mencionados en un grupo más o menos homogéneo
significa la 9 falta de identificación entre los intereses de colectivos de
naturaleza diversa. Esto complica la acción concertada de los partidos de
izquierda, y, tal como señala Cohen, reclama reforzar la explicación de los
ideales comunes que puedan movilizar a grupos heterogéneos para concurrir en un
proyecto político compartido.
J. Elster |
VIII En el terreno de las alternativas políticas
y económicas debatidas en el seno del Grupo de Septiembre, sin olvidar el
meritorio proyecto Utopías reales, encabezado por Wright,9 cabe destacar dos
principales: la apuesta por la renta básica de ciudadanía y la formulación de
proyectos de socialismo de mercado. Van der Veen y Van Parijs son referencia de
la primera alternativa, mientras que Roemer lo es de la segunda. Sobre el
substrato de ilustres precedentes (Paine, G. D. H. Cole o Russell), la
propuesta de un ingreso universal incondicional –y compatible con el trabajo–
como vía capitalista hacia el comunismo y la justicia global o, como mínimo,
hacia un capitalismo menos devastador, planteada por Van der Veen y Van Parijs
en su formulación contemporánea, origina una discusión intensa con réplicas
hostiles (Elster) y matizadas (G. A. Cohen, Przeworski, Wright), que expresan
dificultades de implementación en el ámbito técnico y económico (financiación)
y, de forma más substancial, reparos de orden ético (¿cómo justificar la opción
de no trabajar cuando se está capacitado?). La propuesta, que cuestiona
importantes lugares comunes de nuestra concepción cultural sobre las
ocupaciones (asalariadas o no), goza de gran vitalidad. Numerosos programas
políticos y diferentes iniciativas parlamentarias se hacen hoy eco de la misma,
y, desde hace años, es objeto de un potente trabajo de red mundial. La
reivindicación de la renta básica de ciudadanía y de las distintas propuestas
institucionales afines inciden sobre una lacra del capitalismo contemporáneo:
la sanción social y el agravio psicológico que padece la persona excluida del
mercado del trabajo. Por tanto, este debate busca medidas emancipatorias que
implican repensar el sentido del trabajo y la calidad del ocio. La viabilidad
técnica y la financiación de la RB permanecen obviamente condicionadas a las
mayorías políticas existentes, pero todo proyecto socialista debe tenerla
presente, ya que presupone, normativamente, desvincular la satisfacción de las
necesidades personales básicas de la contribución económica de cada cual.
Algunos de los miembros más brillantes de Grupo de septiembre contribuyeron
notoriamente a impulsar la discusión filosófica y económica sobre la RB,
mediante influyentes papers que siguen siendo de referencia y merecen una
relectura. 9 El esfuerzo de Wright al frente del proyecto de Utopías Reales, en
el que han colaborado otros miembros del Grupo de Septiembre, como Joshua Cohen
o Samuel Bowles, revela un "pluralismo estratégico flexible" en la
búsqueda de alternativas para reforzar el poder de la sociedad civil y
democratizar la economía. El planteamiento radica en explorar medidas
heterogéneas y complementarias que afirmen principios rectores comunes (los
presupuestos municipales participativos, la renta básica, la economía de
cooperativas de producción y consumo, los fondos de solidaridad, una política fiscal
–estatal y internacional– progresiva, varias formas de economía social, etc.).
Véase Wright, Construyendo Utopías Reales (2014). 10
En cuanto al socialismo de
mercado à la Roemer, constituye un original intento de síntesis entre la
eficiencia del mercado para asignar recursos y la igualdad de oportunidades,
mediante un ingenioso diseño de participación ciudadana en las acciones de las
empresas (no necesariamente cooperativas), monitorizadas por bancos públicos.
Al distinguir entre los objetivos de fondo del socialismo (igualdad, comunidad,
democracia, libertad, autorrealización, etc.) y los objetivos a corto y medio
plazo, Roemer aboga, a finales del periodo de mayor intensidad del Grupo de
Septiembre, por un futuro para el socialismo mediante un sofisticado modelo de
economía que aúne sinergias del sector público y privado, ofreciendo un esquema
superador de los problemas de ineficiencia y falta de incentivos que aquejaron
de forma crítica a los regímenes de planificación económica centralizada. Este economista
postula una versión del socialismo de mercado con puntos débiles, ciertamente,
como su difícil generalización a una economía de escala global, o la no
exigencia de cooperativas como unidad económica básica (la tolerancia de Roemer
hacia formas empresariales clásicas, a diferencia de otras formulaciones del
socialismo de mercado, infravalora que el cambio social no responde sólo a la
necesidad de redistribuir bienes, sino también a dar paso a nuevas formas de
relaciones sociales de naturaleza más democrática, en el trabajo y en el resto
de ámbitos de la vida colectiva). Aún así, la aguda apuesta de Roemer, donde
todos los ciudadanos podrían disponer de participaciones económicas, ayuda a
replantear el funcionamiento de una economía eficiente y el papel que pudieran
tener en ella las entidades financieras, bajo control democrático. El proyecto
de Roemer presenta problemas de viabilidad en un contexto ya distante del shock
causado por el final de la guerra fría, cuando autores como David Miller o el propio
Roemer repensaron la vieja idea del socialismo de mercado. Con todo, Roemer
contribuye al debate filosófico sobre la relación entre fines y medios en la
búsqueda de un socialismo no autoritario y éticamente aceptable para el futuro.
Tanto es así que G. A. Cohen discute su modelo como posible second best para
conciliar necesidades heterogéneas, aunque él fija una categórica disyuntiva
normativa entre socialismo y mercado, punto subyacente a su debate –más
teorético que programático– con David Miller.10
IX La demanda democrática por
un mundo más justo y el rechazo moral a la desigualdad y a los abusos de poder
precisan traducirse hoy en políticas necesariamente heterogéneas. Los ideales
socialistas que Cohen clarifica pueden plasmarse, por decirlo con E. O. Wright,
en utopías reales para transformar las sociedades existentes. En medidas
ambiciosas y plurales que afirmen unos mismos principios rectores. En
iniciativas complementarias –los presupuestos municipales participativos, la
renta básica, las cooperativas de producción y consumo, los fondos de
solidaridad, la jornada semanal de 35 horas, las políticas fiscales
progresivas, formas variadas de economía social, etc.– para un pluralismo
estratégico orientado hacia la realización de los valores de igualdad y
comunidad. Pensamos que en esa búsqueda, el legado intelectual de Gerald Cohen
y el Marxismo analítico contribuye a esclarecer el porqué (la justificación
filosófica) y el qué (los diseños institucionales) de una sociedad no dominada
por puros criterios de mercado. Aunque tal vez dicho legado sea menos útil para
esclarecer el cómo (la estrategia) y el quién (los sujetos políticos) del
cambio social.
Barcelona, Junio de 2015
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* Profesor asociado del
Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política de la UB. Obtuvo la
suficiencia investigadora en Ciencia Política y de la Administración, y en
Septiembre de 2015 leerá su tesis doctoral sobre G. A. Cohen y el Marxismo
analítico. Ha publicado diversos artículos, capítulos de libro y traducciones.
Es licenciado en Filosofía (UB) y en Derecho (UB) y Máster en Ciencias
Políticas y Sociales (UPF). Coordinador de atención a personas represaliadas en
la Subdirección General de Memoria, Paz y Derechos Humanos de la Generalitat de
Cataluña.
Raül Digón Martín Universitat de
Barcelona (rauldigonmartin@ub.edu)
Para
las notas remitirse a la fuente citada.
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