Por
Toni Alvaro
Ya nadie recuerda, fuera de
Corea del Norte, la Guerra de Corea. Una guerra que ni siquiera fue declarada.
Una guerra de mierda, como todas, pero ésta más, al menos para coreanos y
coreanas. Sam Fuller rodó sus dos primeras películas de guerra sobre Corea, en
1951, en pleno conflicto, dos filmes broncos, feos, antipáticos…
Acabada la II Guerra Mundial
y liberada de los japoneses, Corea queda dividida en dos por una frontera a lo
largo del paralelo 38. Al Norte, la guerrilla comunista que ha combatido a los
japoneses, controla la situación. Al Sur, los norteamericanos pasan como de la
peste de una sola Corea y se inventan la República de Corea bajo supervisión
directa a cargo de un gobierno títere. Poco después, los soviéticos animan la
República Popular Democrática de Corea.
Al Norte, la autocracia con
brotes mesiánicos de Kim Il-sung; en el Sur el dictadorzuelo Syngman Rhee y su
Estado policial que barre con la disidencia dejando decenas de miles de
asesinatos y decenas de miles de huidos. El 25 de junio de 1950, tropas
norcoreanas cruzan el paralelo 38 y en tres días se plantan en Seúl. Las tropas
norteamericanas desplegadas sobre el terreno con el paraguas de Naciones
Unidas, ese clásico, poco pueden hacer para frenas el avance de los vecinos del
Norte y se van replegando.
El 26 de julio de 1950,
ahora se cumplen 70 años, centenares de campesinos surcoreanos, la mayoría
ancianos, mujeres y niños, huyen a pie por la carretera hacia ninguna parte. A
la altura del puente ferroviario de No Gun Ri son obligados a parar por los
militares del 7º Regimiento de Caballería del Ejército de Estados Unidos (sí,
esos, los de Custer en el exterminio indio). Se supone que están ahí para
protegerlos. Es mucho suponer. Los oficiales norteamericanos creen que soldados
norcoreanos se infiltran entre los refugiados, y para curarse en salud ordenan
disparar sobre la muchedumbre.
Durante tres días, los
refugiados, población civil, serán ametrallados y bombardeados mientras
intentan refugiarse bajo el puente, en los túneles de una alcantarilla cercana
o parapetándose tras los cadáveres. Muchas mujeres fueron acribilladas al poner
sus cuerpos de escudos delante de sus hijos.
A los tres días, y ante la
proximidad de los soldados norcoreanos en su avance, las tropas norteamericanas
vuelven a replegarse dejando más de 400 cadáveres. No se sabrá el número
exacto, porque la masacre queda oculta, enterrada en sangre y olvido, pese al
cuadro de Picasso, Massacrea Corea.
Cuando estadounidenses y surcoreanos
parecen tener la guerra perdida, 80.000 marines desembarcan en la retaguardia
norcoreana y empiezan a invertir la situación, hasta que el 19 de octubre
entran en acción 130.000 soldados chinos que le dan para el pelo a Douglas
MacArthur, que pide permiso para echar bombas atómicas sobre todo bicho
viviente. Truman tuvo el buen tino de destituirlo.
No hicieron falta bombas
atómicas en los tres años que duró el conflicto. En una guerra estancada en el
horror, la aviación norteamericana lanzó 635.000 toneladas de bombas sobre
Corea, de las que 32.557 toneladas fueron de napalm, una cantidad mayor que la
descargada en toda la campaña del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial. Tres
años de guerra que dejaron unos cuatro millones de muertos, heridos o desaparecidos.
El diez por ciento de toda la población.
La masacre de No Gun Ri,
luego siguieron otras en Corea, Vietnam, Afganistán o allá por donde pase
Rambo, permaneció oculta hasta 1999, cuando tres periodistas de United Press
investigaron y contactaron con supervivientes entre las víctimas y los
verdugos. El Ejército de Estados Unidos reconoció los hechos, calificados, más
o menos, como cosas lamentables que pasan en las guerras, que son muy putas. En
octubre de 2011 se inauguró cerca del lugar de la infamia un parque
conmemorativo y un Museo de la Paz. Sí, la paz tiene algo de pieza de museo.
https://www.facebook.com/laboca.dor.
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