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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

30/11/13

El árbol republicano: DIDEROT Y ROUSSEAU

DIDEROT Y ROUSSEAU : DOS ILUSTRADOS ANTAGONICOS

 Por Emilio Geijo Rodríguez (*)(1)

Emilio Geijo
Con motivo del tricentenario del nacimiento de Diderot en el presente año y el de Rousseau en 2012, quiere el autor de este artículo, dar a conocer el protagonismo de ambos pensadores en el proyecto ilustrado y por ende en el pensamiento contemporáneo.El tricentenario del nacimiento de Diderot este año y el de Rousseau en 2012 están siendo buenas ocasiones para retomar el diálogo con el proyecto de la Ilustración y superar la noción epidérmica, y a menudo inexacta, del papel desempeñado por sus protagonistas pues gran parte del pensamiento contemporáneo se despliega bien como el fracaso del sueño ilustrado de emancipación de los seres humanos o bien como un proyecto inacabado que debe seguir siendo el más racional horizonte de esperanza para la humanidad.

Sin embargo, el movimiento ilustrado en Francia no fue homogéneo sino que estuvo repleto de discrepancias y durísimas rupturas entre unos y otros. Justamente,  la historia de la relación entre Diderot y Rousseau muestra esa tensión dialéctica que siempre ha acompañado al despliegue de la razón en la historia de Occidente.

La primeria grieta:
Diderot –junto con D’Alembert-  y Rousseau están en el origen de la Enciclopedia, la hazaña editorial más emblemática de la Ilustración Francesa; Rousseau  estuvo en el desarrollo los primeros años con sus artículos sobre música, pero no en la conclusión de la gigantesca empresa. Diderot, en cambio, permaneció en su elaboración hasta el final, durante 22 agotadores años. Durante ese tiempo, uno y otro hacen recorridos personales e ideológicos diferentes hasta la frontal oposición pero compartiendo una misma fuerza interior e ilusión que se apoderó de ese movimiento que llamamos el Siglo de las Luces. 

Se conocieron en París cuando tenían 29 y 30 años respectivamente, una ciudad de oportunidades, bastante sucia pero muy dinámica en la que Monarquía absoluta y la omnipresente Iglesia sujetaban con mano de hierro a una población sojuzgada material e ideológicamente. Llegaron a la gran ciudad desde provincias, con rupturas familiares recientes, con una formación notable y con muchos deseos de triunfo. Diderot se había educado en el colegio de los Jesuitas de su ciudad natal en Langres y más tarde en el prestigioso Louis-le-Grand de París, como Voltaire y Molière. El ginebrino Rousseau, en cambio, había obtenido su educación de forma casi autodidacta con un instinto certero para elegir sus lecturas. Ambos conocían el desarrollo de las ciencias físico-químicas, de las matemáticas y también percibían el descontento de las gentes amordazadas por el miedo al castigo temporal y eterno. A ambos, les gustaba el debate profundo de ideas, la música, el saber en toda su extensión. Escribían, elaboraban proyectos editoriales que les abrieran las puertas de las Academias, se acercaban a los poderosos, medraban ante las cultas y poderosas mujeres salonnières,  pero se veían obligados a compartir el amargo anonimato mientras otros jóvenes como D’Alembert, bastardo de noble cuna, eran reconocidos en el vibrante París. Los dos jóvenes trabaron una intensa amistad que se alimentó en el fragor dialéctico de las tertulias que tenían lugar dos veces por semana en el salón de un acaudalado joven alemán, el barón D’Holbach.


En torno a una mesa de exquisitos platos y mejores vinos, personalidades como Adam Smith, David Hume, Benjamin Franklin, Grimm, Buffon…  hablaban con libertad y sin miedo a los espías y delatores que pululaban por la ciudad. En ese salón emergía una y otra vez, con una facundia interminable, el verbo apasionado de Diderot, mientras el introvertido Rousseau reflexionaba, con irreductible libertad interior, sobre cuanto escuchaba en el salón y veía en la calle. Y en este salón, Diderot, a quien le habían ofrecido traducir el modesto y obsoleto Diccionario inglés de los oficios de Chambers, declinó la oferta y concibió, con D’Alembert, un proyecto moderno que le encadenó durante el resto de su vida: la Enciclopedia. No le faltó la ayuda inicial de los contertulios, especialmente de Rousseau que se encargó de los temas musicales, ni de D’Holbach que llegaría a escribir más de dos mil artículos.

El número de colaboradores creció rápidamente, pues el Prospecto inicial había despertado gran interés, pero también crecieron las denuncias y suspensiones propiciadas por los enemigos (clero y aristocracia). Tales dificultades chocaban con el rompeolas de la razón y el progreso que encarnaba la poderosa personalidad de Diderot. Se había puesto en marcha la obra más emblemática de la Ilustración destinada a difundir el saber teórico y práctico, a combatir la intolerancia y la superstición, en definitiva a procurar la emancipación de los seres humanos.

Son abundantes los escritos de ambos que testimonian admiración mutua: el extrovertido Diderot despliega una energía excepcional para sacar adelante La Enciclopedia; el introvertido Rousseau bucea en los orígenes de la opresión y la desigualdad. Sin embargo, la amistad de estos dos hombres se quebró pocos años después. ¿Qué les condujo a la ruptura? ¿En qué divergían? Fueron varios los motivos: hubo desencuentros en asuntos familiares y en las relaciones de amistad, acusaciones en torno a la acogedora e inteligente Madame D’Epinay, celos y recelos por el amor imposible de Rousseau hacia Madame d’Houdetot. Pero también la compleja  y sombría personalidad de Rousseau propiciará la ruptura de la fecunda amistad de los dos hombres primero, y de Rousseau con el grupo de ilustrados después.

 Quizá la primera grieta en esa amistad se abriera con el éxito de Rousseau ganando el concurso de la Academia de Dijon en 1750,  cuando era un perfecto desconocido. El tema propuesto era: si el progreso en las ciencias y en las artes ha contribuido a corromper o mejorar las costumbres. El ensayo del ginebrino fue un jarro de agua fría para todos los ilustrados pues en él sostiene que la extensión de las luces ha generado abusos que son la causa de la degeneración de las costumbres. Original respuesta y no menos original dispositivo argumental que, de la noche a la mañana, le dio a conocer ante los grandes, en especial Voltaire, contra los cuales Rousseau encontró ‘la’ posición intelectual que le abrirá la riquísima veta filosófica que constituye toda su obra teórica y parte de la literaria.

Según algunos coetáneos, Rousseau pensaba en una respuesta convencional al tema propuesto por la Academia y fue Diderot quien le sugirió ‘esa’ desconcertante respuesta que el ginebrino, ávido de notoriedad, aprovechó con éxito evidente. Según el propio Rousseau, en un día ardoroso de agosto, junto a un árbol de escasa sombra  tuvo una experiencia privilegiada, una iluminación cegadora cuando leyó la convocatoria de la Academia camino de Vincennes para visitar a su amigo Diderot, allí encarcelado. Y ya en la mazmorra, un sorprendido Diderot le animó a presentarse al concurso con algunos matices a su paradójica visión de la cultura.

Lo cierto es que la polémica que suscitó el Discurso a la Academia de Dijon sacó a Rousseau de la oscuridad y le encaminó a la escritura de textos tan poderosos como ‘Discurso sobre el origen de la desigualdad’, ‘El Contrato Social’ o ‘El Emilio’, mientras que Diderot tuvo que imponerse silencio e inmolar su libertad creadora como precio por salir de la cárcel.

La ruptura:
Las circunstancias no fueron la causa de ruptura. En todo caso, exasperaron tensiones anteriores: distintos temperamentos, desacuerdos en el modo de vida, en la concepción del compromiso con las ideas. Fue un momento en el que estos dos genios de parecida estatura debían realizar caminos diferentes y, hasta cierto punto, el uno contra el otro.

Desde luego, disentían en la actitud hacia la religión. Mientras Diderot avanzaba con D’Holbach desde un deísmo optimista hacia el materialismo ateo, Rousseau mantenía, a su manera, la fe en Dios. El terremoto de Lisboa de 1755 con más de 40.000 muertos propició un intenso debate sobre la divina Providencia que sirvió para poner, negro sobre blanco, las actitudes religiosas de los 'philosofes': “Escuchaba los argumentos de esos ardientes misioneros del ateísmo… no me persuadían, me inquietaban… no tenía respuesta pero sentía que tenía que haberla”, escribirá Rousseau. Definitivamente tenía una actitud religiosa que le separó no solo de Diderot sino también de D’Holbach, Grimm y otros reputados miembros de la camarilla holbáquica y, por supuesto, del gran Voltaire. La razón le conducirá a una defensa a ultranza de la religión natural.

Pero la primera disputa abierta entre los dos hombre tuvo lugar poco después del premio de la Academia de Dijon. En octubre de 1752, Rousseau presentó ante Luis XV, en Fontainebleau, su conservadora ópera 'El adivino de la aldea' y tanto entusiasmó al monarca que ofreció al autor una pensión vitalicia. Pese a las estrecheces que pasaba con su compañera Teresa y la madre de esta, el ginebrino la rechazó para evitar toda dependencia. Diderot le acusó de no cumplir con sus deberes hacia su compañera y su madre; Grimm se sumó al reproche  y  desde entonces, Rousseau sintió que era objeto de persecución e inmediatamente les acusó de confabularse en su contra. Así, a pesar de que durante la elaboración del Discurso sobre la desigualdad los dos hombres mantenían una buena relación, el autor no dejaba de reprochar a Diderot el tono de sus observaciones hasta el punto de no confiarle ni una sola palabra de su proyecto sobre las Instituciones Políticas.

La incomprensión creció y estalló cuando Rousseau que se sentía eclipsado en el círculo holbáquico, decidió irse de París (1756), aislarse en la finca de Mme. D’Epinay y dejar la Enciclopedia. Diderot, que ya conocía el deseo de abandono de D’Alembert, lo vivió como una desleal deserción. En este momento Rousseau buscaba calma y soledad para elaborar su pensamiento; Diderot, en cambio, que había sacrificado su obra personal a la gran empresa de la Enciclopedia, vivía en constante agitación dedicado al trabajo múltiple de editor: escribir, revisar, supervisar a los cajistas y grabadores, negociar con los vendedores… La distancia era tal que Rousseau se tomó como un ataque personal las palabras que Diderot pone en boca de un personaje en su obra El Hijo natural : “… un hombre bueno es sociable y que sólo el hombre malo vive solo.”  Rousseau transfería los sentimientos de inferioridad y los celos que experimentaba con los ilustrados del salón, en el que Diderot brillaba con luz propia, a toda una concepción filosófica de la sociedad: la maldad, la codicia, la crueldad proceden de una sociedad corrompida.  Fue una ruptura temporal que subsanarían los buenos oficios de Mme. D’Epinay.

Una indiscreción –o quizá simple olvido- de Diderot acerca del amor imposible de Rousseau por Mme. D’Houdetot  abrió la caja de los truenos y concentró todo el rencor acumulado que Diderot consignará en sus Tablettes. Allí le acusa de todo: ingratitud, hipocresía, de su indeseable conducta, de haberle explotado sin vergüenza…De todos modos, hacía tiempo que sus ideas no concordaban y la escritura del 'Emilio o de la educación' abrió el abismo definitivo entre él y Diderot (y los demás antiguos amigos) al incluir 'La Profesión de Fe del Vicario Saboyano', que no es otro sino el propio Rousseau.  Este 'cura' explica su fe con un discurso finamente elaborado para reducir al absurdo los argumentos que tantas veces había escuchado en el salón del barón d’Holbach en defensa de una concepción materialista y atea del mundo. Rousseau, sencillamente, no podía entender el mundo, y menos existir, sin Dios.

El abismo era tanto más profundo por cuanto hacía tal profesión en el mismo momento que decidía, por tercera vez, confiar su tercer hijo a un hospicio, conducta que seguirá con los dos siguientes también.  Diderot, que había perdido tres hijos, muertos prematuramente, y que bebía los vientos por su hija Angélique, condenaba esta conducta de padre desnaturalizado.

El antagonismo de Rousseau con Diderot y los ilustrados radicales se mostró con toda crudeza con ocasión del artículo de D’Alembert, 'Ginebra', publicado en el séptimo volumen. En él, el matemático –inducido por Voltaire que deseaba hacer negocio en Ginebra con sus obras de teatro- criticaba la mojigatería calvinista que prohibía  toda clase de espectáculos públicos. La reacción de las autoridades suizas no se hizo esperar y estalló un conflicto diplomático que casi acaba con la Enciclopedia. Rousseau ahondó sus diferencias con una respuesta –Carta a D’Alembert sobre los espectáculos- en la que separaba el grano de la paja en lo que a los espectáculos se refiere, con un enfoque que hoy podría servir para analizar la manipulación de las personas a través de la televisión. Pero también mostraba una radical oposición con Diderot quien consideraba el teatro como un medio sumamente eficaz para difundir los ideales de racionalidad y libertad y fomentar una actitud crítica hacia los dogmas. Así se consumó la ruptura.

Rousseau, que había desarrollado sentimientos paranoicos hacia Diderot y sus antiguos amigos, escribía sus Confesiones acusándoles de complot. “Villano artificioso, ingrato, hombre atroz, cobarde…”  son algunos calificativos que Diderot dedica a Rousseau con motivo de la lectura pública de esas Confesiones en 1778. Sin embargo, en 1782, Diderot mostraba a Grimm en una carta su añoranza del amigo de antaño.

Las circunstancias  no fueron la causa de ruptura. En todo caso, exasperaron tensiones anteriores: distintos temperamentos, desacuerdos en el modo de vida, en la concepción del compromiso con las ideas. Fue un momento en el que estos dos genios de parecida estatura debían realizar caminos diferentes y, hasta cierto punto, el uno contra el otro.

  En definitiva, los frutos del Siglo de las Luces no se deben al unísono de las voces de los ilustrados. Todo lo contrario. Ese momento decisivo para nuestra historia en Occidente, su proyecto de una humanidad regida por valores como la libertad, la igualdad y justicia fueron fruto de posiciones antagónicas. No sólo su razón, también su pasión está detrás de su legado que puede iluminar los debates de nuestro mundo contemporáneo.

(*) Profesor jubilado de Filosofía

/1(.- fUENTE:  Astorga Red Accion

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