DIDEROT Y ROUSSEAU :
DOS ILUSTRADOS ANTAGONICOS
Por Emilio Geijo Rodríguez (*)(1)
Emilio Geijo |
Sin
embargo, el movimiento ilustrado en Francia no fue homogéneo sino que estuvo
repleto de discrepancias y durísimas rupturas entre unos y otros.
Justamente, la historia de la relación
entre Diderot y Rousseau muestra esa tensión dialéctica que siempre ha
acompañado al despliegue de la razón en la historia de Occidente.
La
primeria grieta:
Diderot
–junto con D’Alembert- y Rousseau están
en el origen de la Enciclopedia, la hazaña editorial más emblemática de la
Ilustración Francesa; Rousseau estuvo en
el desarrollo los primeros años con sus artículos sobre música, pero no en la
conclusión de la gigantesca empresa. Diderot, en cambio, permaneció en su
elaboración hasta el final, durante 22 agotadores años. Durante ese tiempo, uno
y otro hacen recorridos personales e ideológicos diferentes hasta la frontal
oposición pero compartiendo una misma fuerza interior e ilusión que se apoderó
de ese movimiento que llamamos el Siglo de las Luces.
Se
conocieron en París cuando tenían 29 y 30 años respectivamente, una ciudad de
oportunidades, bastante sucia pero muy dinámica en la que Monarquía absoluta y
la omnipresente Iglesia sujetaban con mano de hierro a una población sojuzgada
material e ideológicamente. Llegaron a la gran ciudad desde provincias, con
rupturas familiares recientes, con una formación notable y con muchos deseos de
triunfo. Diderot se había educado en el colegio de los Jesuitas de su ciudad
natal en Langres y más tarde en el prestigioso Louis-le-Grand de París, como
Voltaire y Molière. El ginebrino Rousseau, en cambio, había obtenido su
educación de forma casi autodidacta con un instinto certero para elegir sus
lecturas. Ambos conocían el desarrollo de las ciencias físico-químicas, de las
matemáticas y también percibían el descontento de las gentes amordazadas por el
miedo al castigo temporal y eterno. A ambos, les gustaba el debate profundo de
ideas, la música, el saber en toda su extensión. Escribían, elaboraban
proyectos editoriales que les abrieran las puertas de las Academias, se
acercaban a los poderosos, medraban ante las cultas y poderosas mujeres salonnières, pero se veían obligados a compartir el amargo
anonimato mientras otros jóvenes como D’Alembert, bastardo de noble cuna, eran
reconocidos en el vibrante París. Los dos jóvenes trabaron una intensa amistad
que se alimentó en el fragor dialéctico de las tertulias que tenían lugar dos
veces por semana en el salón de un acaudalado joven alemán, el barón D’Holbach.
En
torno a una mesa de exquisitos platos y mejores vinos, personalidades como Adam
Smith, David Hume, Benjamin Franklin, Grimm, Buffon… hablaban con libertad y sin miedo a los
espías y delatores que pululaban por la ciudad. En ese salón emergía una y otra
vez, con una facundia interminable, el verbo apasionado de Diderot, mientras el
introvertido Rousseau reflexionaba, con irreductible libertad interior, sobre
cuanto escuchaba en el salón y veía en la calle. Y en este salón, Diderot, a
quien le habían ofrecido traducir el modesto y obsoleto Diccionario inglés de
los oficios de Chambers, declinó la oferta y concibió, con D’Alembert, un proyecto
moderno que le encadenó durante el resto de su vida: la Enciclopedia. No le
faltó la ayuda inicial de los contertulios, especialmente de Rousseau que se
encargó de los temas musicales, ni de D’Holbach que llegaría a escribir más de
dos mil artículos.
El
número de colaboradores creció rápidamente, pues el Prospecto inicial había
despertado gran interés, pero también crecieron las denuncias y suspensiones
propiciadas por los enemigos (clero y aristocracia). Tales dificultades
chocaban con el rompeolas de la razón y el progreso que encarnaba la poderosa
personalidad de Diderot. Se había puesto en marcha la obra más emblemática de
la Ilustración destinada a difundir el saber teórico y práctico, a combatir la
intolerancia y la superstición, en definitiva a procurar la emancipación de los
seres humanos.
Son
abundantes los escritos de ambos que testimonian admiración mutua: el
extrovertido Diderot despliega una energía excepcional para sacar adelante La
Enciclopedia; el introvertido Rousseau bucea en los orígenes de la opresión y
la desigualdad. Sin embargo, la amistad de estos dos hombres se quebró pocos
años después. ¿Qué les condujo a la ruptura? ¿En qué divergían? Fueron varios
los motivos: hubo desencuentros en asuntos familiares y en las relaciones de amistad,
acusaciones en torno a la acogedora e inteligente Madame D’Epinay, celos y
recelos por el amor imposible de Rousseau hacia Madame d’Houdetot. Pero también
la compleja y sombría personalidad de
Rousseau propiciará la ruptura de la fecunda amistad de los dos hombres
primero, y de Rousseau con el grupo de ilustrados después.
Quizá la primera grieta en esa amistad se
abriera con el éxito de Rousseau ganando el concurso de la Academia de Dijon en
1750, cuando era un perfecto
desconocido. El tema propuesto era: si el progreso en las ciencias y en las
artes ha contribuido a corromper o mejorar las costumbres. El ensayo del
ginebrino fue un jarro de agua fría para todos los ilustrados pues en él
sostiene que la extensión de las luces ha generado abusos que son la causa de
la degeneración de las costumbres. Original respuesta y no menos original
dispositivo argumental que, de la noche a la mañana, le dio a conocer ante los
grandes, en especial Voltaire, contra los cuales Rousseau encontró ‘la’
posición intelectual que le abrirá la riquísima veta filosófica que constituye
toda su obra teórica y parte de la literaria.
Según
algunos coetáneos, Rousseau pensaba en una respuesta convencional al tema
propuesto por la Academia y fue Diderot quien le sugirió ‘esa’ desconcertante
respuesta que el ginebrino, ávido de notoriedad, aprovechó con éxito evidente.
Según el propio Rousseau, en un día ardoroso de agosto, junto a un árbol de
escasa sombra tuvo una experiencia
privilegiada, una iluminación cegadora cuando leyó la convocatoria de la
Academia camino de Vincennes para visitar a su amigo Diderot, allí encarcelado.
Y ya en la mazmorra, un sorprendido Diderot le animó a presentarse al concurso
con algunos matices a su paradójica visión de la cultura.
Lo
cierto es que la polémica que suscitó el Discurso a la Academia de Dijon sacó a
Rousseau de la oscuridad y le encaminó a la escritura de textos tan poderosos
como ‘Discurso sobre el origen de la desigualdad’, ‘El Contrato Social’ o ‘El
Emilio’, mientras que Diderot tuvo que imponerse silencio e inmolar su libertad
creadora como precio por salir de la cárcel.
La
ruptura:
Las
circunstancias no fueron la causa de ruptura. En todo caso, exasperaron
tensiones anteriores: distintos temperamentos, desacuerdos en el modo de vida,
en la concepción del compromiso con las ideas. Fue un momento en el que estos
dos genios de parecida estatura debían realizar caminos diferentes y, hasta
cierto punto, el uno contra el otro.
Desde
luego, disentían en la actitud hacia la religión. Mientras Diderot avanzaba con
D’Holbach desde un deísmo optimista hacia el materialismo ateo, Rousseau
mantenía, a su manera, la fe en Dios. El terremoto de Lisboa de 1755 con más de
40.000 muertos propició un intenso debate sobre la divina Providencia que sirvió
para poner, negro sobre blanco, las actitudes religiosas de los 'philosofes':
“Escuchaba los argumentos de esos ardientes misioneros del ateísmo… no me
persuadían, me inquietaban… no tenía respuesta pero sentía que tenía que
haberla”, escribirá Rousseau. Definitivamente tenía una actitud religiosa que
le separó no solo de Diderot sino también de D’Holbach, Grimm y otros reputados
miembros de la camarilla holbáquica y, por supuesto, del gran Voltaire. La
razón le conducirá a una defensa a ultranza de la religión natural.
Pero
la primera disputa abierta entre los dos hombre tuvo lugar poco después del
premio de la Academia de Dijon. En octubre de 1752, Rousseau presentó ante Luis
XV, en Fontainebleau, su conservadora ópera 'El adivino de la aldea' y tanto entusiasmó
al monarca que ofreció al autor una pensión vitalicia. Pese a las estrecheces
que pasaba con su compañera Teresa y la madre de esta, el ginebrino la rechazó
para evitar toda dependencia. Diderot le acusó de no cumplir con sus deberes
hacia su compañera y su madre; Grimm se sumó al reproche y
desde entonces, Rousseau sintió que era objeto de persecución e
inmediatamente les acusó de confabularse en su contra. Así, a pesar de que
durante la elaboración del Discurso sobre la desigualdad los dos hombres
mantenían una buena relación, el autor no dejaba de reprochar a Diderot el tono
de sus observaciones hasta el punto de no confiarle ni una sola palabra de su
proyecto sobre las Instituciones Políticas.
La
incomprensión creció y estalló cuando Rousseau que se sentía eclipsado en el
círculo holbáquico, decidió irse de París (1756), aislarse en la finca de Mme.
D’Epinay y dejar la Enciclopedia. Diderot, que ya conocía el deseo de abandono
de D’Alembert, lo vivió como una desleal deserción. En este momento Rousseau
buscaba calma y soledad para elaborar su pensamiento; Diderot, en cambio, que
había sacrificado su obra personal a la gran empresa de la Enciclopedia, vivía
en constante agitación dedicado al trabajo múltiple de editor: escribir,
revisar, supervisar a los cajistas y grabadores, negociar con los vendedores…
La distancia era tal que Rousseau se tomó como un ataque personal las palabras
que Diderot pone en boca de un personaje en su obra El Hijo natural : “… un
hombre bueno es sociable y que sólo el hombre malo vive solo.” Rousseau transfería los sentimientos de
inferioridad y los celos que experimentaba con los ilustrados del salón, en el
que Diderot brillaba con luz propia, a toda una concepción filosófica de la
sociedad: la maldad, la codicia, la crueldad proceden de una sociedad
corrompida. Fue una ruptura temporal que
subsanarían los buenos oficios de Mme. D’Epinay.
Una
indiscreción –o quizá simple olvido- de Diderot acerca del amor imposible de
Rousseau por Mme. D’Houdetot abrió la
caja de los truenos y concentró todo el rencor acumulado que Diderot consignará
en sus Tablettes. Allí le acusa de todo: ingratitud, hipocresía, de su
indeseable conducta, de haberle explotado sin vergüenza…De todos modos, hacía
tiempo que sus ideas no concordaban y la escritura del 'Emilio o de la
educación' abrió el abismo definitivo entre él y Diderot (y los demás antiguos
amigos) al incluir 'La Profesión de Fe del Vicario Saboyano', que no es otro
sino el propio Rousseau. Este 'cura'
explica su fe con un discurso finamente elaborado para reducir al absurdo los
argumentos que tantas veces había escuchado en el salón del barón d’Holbach en
defensa de una concepción materialista y atea del mundo. Rousseau,
sencillamente, no podía entender el mundo, y menos existir, sin Dios.
El
abismo era tanto más profundo por cuanto hacía tal profesión en el mismo
momento que decidía, por tercera vez, confiar su tercer hijo a un hospicio,
conducta que seguirá con los dos siguientes también. Diderot, que había perdido tres hijos, muertos
prematuramente, y que bebía los vientos por su hija Angélique, condenaba esta
conducta de padre desnaturalizado.
El
antagonismo de Rousseau con Diderot y los ilustrados radicales se mostró con
toda crudeza con ocasión del artículo de D’Alembert, 'Ginebra', publicado en el
séptimo volumen. En él, el matemático –inducido por Voltaire que deseaba hacer
negocio en Ginebra con sus obras de teatro- criticaba la mojigatería calvinista
que prohibía toda clase de espectáculos
públicos. La reacción de las autoridades suizas no se hizo esperar y estalló un
conflicto diplomático que casi acaba con la Enciclopedia. Rousseau ahondó sus
diferencias con una respuesta –Carta a D’Alembert sobre los espectáculos- en la
que separaba el grano de la paja en lo que a los espectáculos se refiere, con
un enfoque que hoy podría servir para analizar la manipulación de las personas
a través de la televisión. Pero también mostraba una radical oposición con
Diderot quien consideraba el teatro como un medio sumamente eficaz para difundir
los ideales de racionalidad y libertad y fomentar una actitud crítica hacia los
dogmas. Así se consumó la ruptura.
Rousseau,
que había desarrollado sentimientos paranoicos hacia Diderot y sus antiguos
amigos, escribía sus Confesiones acusándoles de complot. “Villano artificioso,
ingrato, hombre atroz, cobarde…” son
algunos calificativos que Diderot dedica a Rousseau con motivo de la lectura
pública de esas Confesiones en 1778. Sin embargo, en 1782, Diderot mostraba a
Grimm en una carta su añoranza del amigo de antaño.
Las
circunstancias no fueron la causa de
ruptura. En todo caso, exasperaron tensiones anteriores: distintos
temperamentos, desacuerdos en el modo de vida, en la concepción del compromiso
con las ideas. Fue un momento en el que estos dos genios de parecida estatura
debían realizar caminos diferentes y, hasta cierto punto, el uno contra el
otro.
En definitiva, los frutos del Siglo de las
Luces no se deben al unísono de las voces de los ilustrados. Todo lo contrario.
Ese momento decisivo para nuestra historia en Occidente, su proyecto de una
humanidad regida por valores como la libertad, la igualdad y justicia fueron
fruto de posiciones antagónicas. No sólo su razón, también su pasión está
detrás de su legado que puede iluminar los debates de nuestro mundo
contemporáneo.
(*)
Profesor jubilado de Filosofía
/1(.- fUENTE: Astorga Red Accion
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