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...EL MUNDO HA DE CAMBIAR DE BASE. LOS NADA DE HOY TODO HAN DE SER " ( La Internacional) _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

26/2/18

LEER

   



Demetrio de Falero fue puesto al mando de la biblioteca real y se pusieron a su disposición grandes sumas de dinero para recopilar, si era posible, todos los libros en el mundo conocido. Mediante adquisiciones y transcripciones llevó a su cumplimiento el proyecto del rey en la medida de sus posibilidades. Yo estaba allí cuando el rey le preguntó: «¿Cuántos miles de libros tenemos?». Él respondió: «Más de doscientos mil, señor; pero procuraré llegar pronto a los quinientos mil».

Pseudo–Aristeo Carta a Filócrates 9-10




Cuando de un libro que estemos leyendo escuchemos que nos dicen sus páginas:

“ De te fabula narratur”
“ es de ti de quen se habla en esta historia” (1)


podemos estar seguros que tenemos entre las manos uno de los buenos. Pues si el libro es capaz de decirte esas palabras, es que a todos puede hablar con la misma proposición y está alcanzando una universalidad que lo hace memorable. Todo ello, por supuesto, con independencia de que tú , como lector, y los demás lectores tengan la receptividad suficiente para  ser capaces  de estar  a  su escucha, lo  que quiere decir que no estás tan pagado de ti mismo y te crees tan sobrado  que no  puedes discutirte. Leer introduce en el camino  modesto de la sabiduría pues es necesario, efectivamente, haber leído mucho para poder ser capaz de reconocer que no se sabe nada.



Según Montaigne, la lectura sirve, ante todo, para no conformarse consigo mismo. Pero, ¿porqué no he de conformarme  y  bastarme conmigo mismo? ¿No es la máxima del sabio ser autosuficiente?. ¿Es acaso una pulsión masoquista de crítica, o tal vez una codicia de ser todas las demás vidas además de la mía? No tengo ningún deber de autocrítica, ni de autoamenaza ni de nada que suponga una herida o aniquilación que yo me dirija a mi mismo que  siempre sería sospechoso de masoquismo. La autoconservacion de mi integridad, como la conservación  de toda vida por cada ser viviente, es un  principio de racionalidad  como nos recuerda Blumenberg (2) , con ecos de  Spinoza.  Esto no quiere decir que todo lo real sea racional sino  que es un principio racional  decir  que la vida de un sujeto  y lo que es  solo puede ser  atacada desde  el exterior no desde si misma  conscientemente y  premeditadamente. La autocrítica y la disconformidad se dan y yo me la doy a mí mismo, pero  esta agresión,  esta  autocritica solo es válida  si este movimiento  se entiende para proporcionar una autoconservacion mejor, que aplique con  astucia medicinal una agresión para sanar. Eso ya si que  es una sabiduría.

Desde esa perspectiva,  la disconformidad con uno mismo y la autocrítica, no sería un deber, sino que   es un impulso alegre de mejoramiento no de agrio rigor de una ascesis y solo asi puede explicarse  el placer que  la lectura otorga.
Es por eso que la abundancia de lecturas es un signo que acredita una salubridad intelectual porque querría decir que el lector  ha viajado por tantos lugares de la palabra  que se le hace presente, por comparación, todos los usos ,  sitios , situaciones, lenguajes, parajes,  países y paisajes del pensamiento que no puede no dejar de ver la   relatividad de las posiciones de uno mismo o de todas ellas y   por lo tanto  la contingencia del propio pensamiento y de todos ellos. Lo que es,  puede ser de otra manera puesto que hay otro libro.

Se entiende que hablo de  aquellos libros, como decía H.D. Thoreau, que .        

“se convierten en perpetua sugerencia y provocación”
“le mantienen a uno en vilo”

y que  nos hacen que se nos cuente entre  aquellos  muchos  que

“han fechado una nueva etapa de su vida en la lectura de un libro” (3)



 Por reducción al extremo, ad  absurdum , si no leyésemos más que un solo libro, estaríamos obligados a vivir en él .Por el contrario, leer mucho  es la práctica del viaje y del hospedaje y no de la residencia. Aunque  aquella reductio  no es  tan ad absurdum , pues hay algunos que en uno solo se quedan. Preguntado una vez George Bush sobre cuál era su autor favorito, respondió- por salir hábilmente del mal paso – que Jesucristo. Incluso perdonando que Jesucristo no fue  un autor porque su padre aunque  no le ahorro sufrimientos si le evitó  el  sufrimiento editorial,  y que  las andanzas del hijo de dios por la tierra  son relatadas por los evangelistas, ese relato forma parte oficial de la Biblia que debía de ser el libro al que quería referirse el Presidente. Probablemente era  el único que consideraba digno de lectura  y que seguramente tampoco había leído.


La insistencia en la ventaja de leer poco, o Uno o ninguno , recordando que solo es Uno el Libro válido, por Sagrado, es muy propio de los que se aferran a lo absoluto. Esto es  normal si se acepta el hilo de pensamiento que por ahora vamos dejando y que propone que la lectura, república de lo contingente y lo posible,  sirve para poner en tela de juicio lo que es, o sea que sirve  para ser capaz de juicio y tejerse  una conducta propia y libre  con él.  Recuerdo que un best-seller de mi infancia y juventud, recomendado por los enseñantes religiosos a aquellos niños que veían de naturaleza  inquietos por leer, era una especie de summa bibliográfica de reseña  de libros llamado  “Lecturas buenas y malas”. Era una publicación  algo ociosa  porque las  lecturas  que se habían editado en España ya habían pasado el filtro  de ortodoxia  que garantizaba el  obligado  imprimátur. El libro era por lo tanto una precaucion  porque  por necesidades de mínima alfabetización algunas “malas”  había podido deslizarse y salir publicadas.  Su razonamiento reductivo era el siguiente:  “este autor X, en muchas de sus obras  expresa francas herejías, y hay otras en las que no se dan esas herejías pero tampoco tratan de asuntos piadosos entonces ¿para qué leerlo?”. El autor del libro lo había entendido  perfectamente: “funesta manía de pensar” es también  funesta manía de leer.

Sociológicamente durante mucho tiempo ha estado asimilada la lectura a  la lectura del Uno y Absoluto libro, de contenido, por supuesto, necesariamente religioso. Incluso hoy continua siéndolo.  Recuerdo que en un viaje a El Cairo, en la pensión en que me alojaba, uno de los empleados me hablaba menospreciando  a otro compañero del servicio  calificándole de analfabeto y que él mismo, por el contrario,   sí que leía…el  Corán. Después supe que “leer el Coran” significaba popularmente, leer, tout court, pues desde la mentalidad religiosísima, era el único objeto susceptible de ser leído. No debemos llevarnos a error con las denominaciones equívocas; todos los creyentes en las religiones llamadas de Libro, o sea de mensaje revelado y Dios editor,  comparten esa hermandad:  la de no leer.

Al contrario de este avatar histórico, parece que  hubo un tiempo en que ilustrarse era algo que venía al espíritu  pacíficamente, sin esfuerzo, natural como una fuente que manase con el delicioso  falso mérito de tener que tolerar lo que no se podía evitar. En este caso, lo inevitable era  lo que la  naturaleza benevolente obligaba.  Y lo que  no se podrá evitar era   una naturaleza humana  curiosa como si de un instinto se tratase.  Cerca de esa edad de oro quizás estuviese Aristóteles cuando afirmaba tranquilamente y pudiera ser que guiado por su experiencia de los hombres  de su época feliz  y entre los que  se codeaba,  que “el hombre quiere naturalmente saber”. Así reza el bellísimo arranque de su Metafísica.  Hoy  ya no es asi, y desde hace mucho tiempo se debe de sacudir el ánimo de las gentes  gritándoles que se atrevan a saber, con un “ sapere aude!” que la experiencia nos dice que  es muchas veces  nada más que una voz  que clama en el desierto. No digamos ya por cuales  estériles desiertos  andará   clamando la voz de un  “legere aude”.
Leer no es fácil y leer no es pasear.  El filósofo Manuel  Sacristan decía que  “poco a poco iba descubriendo que era más difícil saber leer que ser un genio”. Efectivamente, aparte de las dificultades de entendimiento de lo que se lee, se dan riesgos y escollos en la práctica de la lectura  que desquician al lector, es decir lo sacan de quicio de una forma que “se le seca el seso” que es lo que le pasó al pobre Alonso Quijano el Bueno , que.

“Se enfrascó tanto en su lectura que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y  así, del poco dormir y del mucho leer se le seco el seso, de manera que vino a perder el juicio.” (4)

Hay que tener mucho cuidado para saber nadar en las aguas de la lectura y  no maldecir porque nos lleve a caminos inesperados. No se puede andar por ella en una sola dirección. Siempre hay enlaces, vericuetos, cerros de Ubeda, circularidades, relaciones y ramas, que impiden que sea lineal sino que se parece mas bien al trepar por un árbol.  No es culpa del libro sino de la naturaleza de las cosas.

“Todas las cosas son causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas e inmediatas, y todas subsisten por un lazo natural invisible que liga a las más alejadas y más diferentes”(5)



 Otro de los escollos  del viaje de leer se produce cuando la escritura  saca del camino del ejercicio de la propia sabiduría al lector  llevándole por el de la ajena, renunciando, sin apercibirse, a pensar por cuenta propia y ser un  glosador de doctrinas. Es el fenómeno de fijar residencia y patria en un sitio intelectual en lugar de ser viajero.  Es la razón por la cual es un tema recurrente entre los clásicos que no es lo mismo erudición que cultura, y  ni siquiera tampoco lo son  lectura y sabiduría, pues debe leerse poco y bueno, o  leer poco y pensar mucho. A pesar de ello, del mismo modo  que aquel que contra el dicho popular de que más vale ser pobre y sano que rico y enfermo replicaba que más vale ser rico y sano,, no termino de entenderse porque lo mejor no habría de ser  leer mucho , bueno y además  reflexionar profundamente . Me atrevo a opinar, por experiencia, que la lectura estimula , como actividad mental casi simultánea, la reflexión, de manera que entre pausa y pausa se van intercalando materialmente momentos y espacios de pensar sobre lo que se va leyendo , y así se encuentra uno  recorriendo los avatares del libro,  más allá  y más acá de la letra, por fuera de ella , por encima y por sus subterráneos y cuevas hasta el  punto de que en muchos casos me sirvo de un lápiz,  como brújula de orientación, para subrayar, barrar, señalar páginas y hasta añadir , pretenciosamente, enmiendas , añadiduras, desarrollos y comentarios al margen.  Es una de las manías  en que incurro y debo de acusarme  de poca  consideración hacia  otros  que podrían tomar el mismo libro en el que yo he  grabado las  coordenadas  - casi ilegibles-  de por donde ha ido mi reflexión  en aquella ocasión. Es decir,  que el libro exige inteligencia al  lector, y la obra,  además de ser “ hijo del entendimiento” para su autor, como dice Cervantes en el prólogo de su Quijote, es a la vez , padre de ese entendimiento para el lector.

Que la lectura no actúa como si fuese una emisora, como la pantalla de una televisión, sino que llama a implicarse siendo  algo en lo que cada uno se  pone a si mismo  lo dice  muy bien Petrarca :

“ libri  quosdam ad scientiam quosdam ad insaniam deduxere
“ Los libros a cada cual  le resultan  o bien ciencia o bien locura” (6 ).


 Los que piensan insanamente devienen  gente sin ciencia al leer,  igual que los que no reflexionan leyendo seguirán sin reflexionar. Pero   aquellos que ponen la mente con la lectura  son llevados a un mayor conocimiento. Los hipocondriacos ponen su insania en los libros de medicina que leen y de sus páginas deducen poseer  todos los males que en ellos se describen. Conocí a alguien que me confesaba no poder leer libros de psicología porque se encontraba como siendo todos los casos de patologías con los que se topaba en ellos. Todos conocemos, a su vez, a lectores que han continuado siendo estultos  a pesar de su bibliofilia. Porque al estúpido  le acompaña una soberbia que  al leer mucho no solo no  le abandona sino que le da  más vuelos,  porque , ¿ cómo podría reconocer su ignorancia cuando ha sido hecha con tanto conocimiento?
Esto ocurre porque, leer no es pasearse  y no se reduce  nunca una actividad pasiva, limitada a  recibir, ni de  los sentidos  ni  de los sentimientos.  Incluso de las más placenteras lecturas el gozo  viene de caer en la comprensión de lo leído en toda su amplitud e intensidad. Leer cansa más que pasear porque no se atiende a lo leído como se atiende  al trino de los pájaros.



La lectura, en efecto, moviliza los cinco sentidos físicos y ya es habitual reclamarse del placer del tacto de las páginas con ocasión de oponer el libro a las pantallas y e-books. Así se dice de los libros que “se devoran” o de una lectura indigesta, o las lecturas de las que “ me alimento”·, expresiones que traen al momento de leer el sentido del gusto. Los libros se tocan, son objetos materiales que se despliegan y se transportan y llevan de aquí para alla maltratándose sin miramientos como si de animalitos de compañía nos ocupásemos a los  que tanto se acaricia con ternura que se les ordena con crueldad.  El colmo de ese sadismo amoroso es la manera en que Garcia Marquez relata que en sus viajes, cuando viajaba en tren leía, desgarrando y pasando  las paginas cortadas y  leídas a su acompañante a  medida que avanza en su lectura , acompañante con el que compartía asi el mismo libro, y  el cual se  desembarazaba a su vez  del objeto, de forma que el final del libro era su desaparición. Podría decirse de aquel pobre libro, lo que se decía de los perros abandonados en una  promoción  famosa. “ él- el libro-  no lo hubiera hecho”.  Esta razón del tacto y presencia material  es la que hace  el éxito delos libros de bolsillo que  pueden acogerse en la mano como al calor de un nido o la presencia petulante de los tomos en cuero de las bibliotecas. Todos los bibliófilos saben del olor de los libros, los editores conocen el impacto que en ver  tendrá su libro, cosa que puede ser objeto de ciencias y tecnologías gráficas y astucias mercantiles llamadas marketing y marchandising. El cuerpo entero sigue al libro cuando se lee, y uno de los lugares más utilizados es la cama, cuando no se reserva un sitio especial propicio a la lectura, un lectulus lucubratorius o poltrona de lectura favorita. En uno de esos lectulus se hacía portar por esclavos  siempre Plinio el joven que al ser muy viajero no quería perder tiempo en el recorrido y lo aprovechaba leyendo sin cesar. Eran tiempos en que el hombre todavía  “quería naturalmente saber”.

Pues bien, a pesar de esa presencia y potencia material del libro sobre los sentidos, éste,  no es nada más que lo que nosotros ponemos en él. De ahí que sea indiferente aquella materialidad e indiferente que  sea  una corteza, un liber, una tablilla de tierra cocida, papiro, rollo, volumen o pantalla. De ahí la dificultad de la lectura pues nunca permite conformarse con lo sentido al no ser leer tomar contacto con una cosa dada. La pasividad y el abandono a la multiplicidad de sensaciones deviene una fuente de gozo, pero quien se quede ahí se pasmará  como un gato acariciado. La simple percepción no es sino un umbral  para incitar a la intervención del juicio  puesto que los solos  sentidos no son fuente de nada.
Otro de los peligros en que se cae leyendo con frecuencia es aquel por el que se precipito Rousseau durante un tiempo antes de apercibirse y poder rectificar. El mismo relataba así  lo que aconteció:

“J'ai dit que j'avais apporté des livres: j'en fis usage, mais d'une manière moins propre à m'instruire qu'à m'accabler. La fausse idée que j'avais des choses me persuadait que, pour lire un livre avec fruit, il fallait avoir toutes les connaissances qu'il supposait, bien éloigné de penser que souvent l'auteur ne les avait pas lui-même, et qu'il les puisait dans d'autres livres à mesure qu'il en avait besoin. Avec cette folle idée, j'étais arrêté à chaque instant, forcé de courir incessamment d'un livre à l'autre; et quelquefois, avant d'être à la dixième page de celui que je voulais étudier, il m'eût fallu épuiser des bibliothèques. Cependant je m'obstinai si bien à cette extravagante méthode, que j'y perdis un temps infini, et faillis à me brouiller la tête au point de ne pouvoir plus ni rien voir ni rien savoir. Heureusement je m'aperçus que j'enfilais une fausse route qui m'égarait dans un labyrinthe immense, et j'en sortis avant d'y être tout à fait perdu.”(7)

Es una manera de leer que pierde al viajero en la niebla , que como como ella, es un exceso de humedad, o sea una sobreabundancia. Me recuerda aquel exceso de polvo que impedía ver y que con tanta gracia   cuenta Plutarco  que se producía en los palacios de Dionisio al haber tantos geómetras por allí grabando triángulos y demostraciones geométricas por los suelos de tierra de los patios y jardines.

En esto, no hay  nada más lejos de querer  decir que haya de   insistirse en la instrumentalización  del libro hasta el punto de que  hagamos elogio   de la eficacia y utilidad práctica del leer . No  coloquemos la lectura en el terreno de la rentabilidad, “invirtiéndonos” en esta empresa para” rentabilizar” nuestro capital de conocimientos y obtener un provecho, o mejor un  beneficio, como buenos emprendedores de nosotros mismos que quisiera la moralidad capitalista. Por esta vía es por donde se ha encaminado la educación que elimina las humanidades en la enseñanza a expensas de la enseñanza de cosas como la educación para la economía ( financiera) y otros monstruos.   Al contrario, nada es mejor que leer para nada . Es  precisamente  el leer de las pocas cosas en las que se puede responder al porqué de leer, un categórico y seguro  “porque si”, estando ciertos  que la palabra es lo que somos y por lo tanto, leer es una forma de ser humanos. Pero de esto hablaré al final.

Es  clásica la discusión sobre el leer y el oir, o la palabra escrita y la hablada. Un hermanamiento de ambas se daba antiguamente cuando - los escritos se daban al público  leyendo, siendo lo habitual no la edición sino la dicción. Entre los últimos  en que se procedían así se encuentra la forma en que Rousseau publicaba sus Confesiones, por lectura pública en  los recintos semiprivados  de salones de Paris.(8) . Heródoto leía  sus historias en el ágora ateniense.

Incluso Platón se ocupó de hacer intervenir a Sócrates,  que no escribía pero si leía mucho,   sobre el asunto de  la  diferencia entre la palabra hablada y la dada en el escrito. Todos  sus interlocutores, como es habitual, caían   en la cuenta de que con lo escrito no se puede discutir sino que nos encontramos con  un autor sordo que nunca  nos escuchara ni rectificará lo dicho ni siquiera en un punto. En efecto,  lo dicho  ya está inmutablemente grabado en la página y es ajeno a  nuestras preocupaciones o lo que tengamos que decir. Leer, sólo permitiría, pues, una discusión hacia adentro, desdoblándonos en dos, como hablándonos  a nuestra propia conciencia. En ese acto podemos injuriar impunemente al escritor igual que siempre  podemos insultarnos a nosotros  mismos  sin medida. Podemos cerrarlo y silenciarlo, y  al ser abierto de nuevo, el autor del  libro dirá obstinadamente lo mismo. Pero esa tenacidad se quiebra con la intervención de los intérpretes que  pueden hacer diferentes lecturas. Los hay de todo tipo y de todas clases. La historia del pensamiento de la humanidad es la historia de la lucha de clases de intérpretes.
En el temario obligado del asunto que tratamos no puede evitarse la perpetua y descarada pregunta de qué libro me llevaría a una isla desierta. Obviemos que es imposible la lectura en esas circunstancias porque no hay sabiduría si no se comunica y porque si no hay otros, yo  no tendría identidad.  Son los otros y su opinión quienes construyen mi yo y mi proyecto, luego al no estar los otros no estoy yo. Lacan lo dice brutalmente:

“El yo extrae su sustancia del tu que se la otorga. No soy más que mi relación con otros”.
No habiendo ningún ojo en  cuyo cristal pudiese verme, ¿que quedaría pues del leer para no conformarse  consigo mismo si no hay  un mí mismo? No hay que olvidar que Robinson, era un penado, que fue castigado-con justicia o sin ella- pero sentenciado,  a la soledad en una isla. Porque en efecto,



”il n´y  a que le méchant qui soit seul,” (9)



 o al menos, se le deja solo a uno por malo. Robinson,  como único libro, y para mayor castigo de su soledad, no disponía más que de una Biblia en su  isla y afortunadamente  pudo encontrarse con otro ser humano  al que, por cierto,   - probablemente  inspirado por aquellas lecturas- pronto hizo su  esclavo. Es otro de los efectos perversos del Libro Único y Absoluto.  Es por eso por lo que una de las metáforas que mas  me placen de los libros es la de considerarlos como amigos. En efecto, los libros no son objetos sino que se conversa con ellos. Un hombre es culto no por el saber que acumula en su memoria sino por la sabiduría que  puede expresar en su forma de vivir que ha conseguido  y debe agradecer de su relación con los amigos. El hombre culto es el que sabe acompañarse y como escoger sus compañeros entre los objetos, los hombres y los pensamientos del presente o del pasado. Leer es acompañarse.




Pero si he de cumplir con el  tributo al lugar común que impone decir algún autor, siendo la situación de una isla desierta un simple recurso retorico para dar cuenta de preferencias y de tales excelencias que pudiese  el entretenimiento en su lectura durar al menos el tiempo que Robinson estuvo en su isla, puedo decir que me llevaría  los Ensayos de  Montaigne. Además  a Heródoto y sus nueve libros de historias ; o me complacería con una obra demodé  y bellísima como la Eneida teniendo el texto en latín junto a la traducción del ecuatoriano  Aurelio Espinosa Polit .Si fabricase mi propio vino en una isla con viñas, leería , vaso en mano, a la caída de las tardes,  a Horacio . El  me recordaría aquel universal:

“Vina liques,…..et spatio brevis spem longam reseces , carpe diem, quam minima credula postero”
“sirve el vino…siendo breve el tiempo recorta una larga esperanza, aprovecha el momento, da el menor crédito a lo que ha de venir. (10)



,  vertiéndome en la copa  su gozo de vivir si es que los bosques, la compañía de los animales y, el ruido de las olas en la orilla del mar inmenso,

         “…caelum, undique et undique pontus”,


 “ el cielo, y olas y olas del mar” (11)


, los vientos, el bellísimo color de las tormentas, y otras páginas parecidas que se dan en todas las islas de náufragos,  no me lo hubieran ya concedido al ser leídas. La isla  pronto se haría biblioteca donde  practicaría- ¡ay sin compañeros de simposio! -el ocioso juego de la erudición releyendo una vez más las Vidas de Diógenes Laercio, o bien, ya en  el colmo de la inutilidad,  recreándome  con alevosía y premeditación, en  su ausencia de finalidad  practica o eficacia alguna,  con Las noches áticas de Aulo Gelio.

A pesar de todo, se hace necesario ejercer brevemente la misantropía aun pensando en el próximo banquete y la isla puede ser un escenario ventajoso para la concentración y la dedicación a leer. Uno de los ejercicios que aconsejo es el de la retirada del ruido para esta dedicación, sabiendo que pronto se traicionan los propósitos que se hayan puesto en una larga duración del retiro. Que no haya ningún remordimiento,  pues leer, como voy diciendo, no es un sentimiento sino un cogito,  un pensar, y todo cogito es plural, y  quien lee siempre espera hablar a otros un día.
En esa isla, por lo tanto, o fuera de ella,  puesto que me he situado  según digo, en lo argumentativo y no en la realidad, practicaría  la relectura en vez de la lectura. ¿Qué otra cosa podría hacer si es de suponer que en una isla desierta las estancias deben ser novelescamente largas?  Pero no sería solo por esta circunstancia de la falta de editores y librerías por lo que el releer seria obligación, sino por la devoción misma a esa forma repetitiva de renovar el placer. Es esta ,con certeza,  una actitud propia de la vejez y los mejores bagajes de esa edad son, en verdad,   la cultura y  la lectura, pero sobre todo la relectura.( De la agricultura ya hablaré en otra ocasión).   Se cuenta de Víctor Hugo cuando tuvo que realizar las entrevistas previas que eran necesarias para su elección y entrada en la Academie Francaise, mantuvo una conversación con el presidente de entonces, el filósofo   Pierre- Paul Royer–Collard, ya muy anciano, ante quien hizo alarde de lo que había escrito. Monsieur, le president, Royer-Collard, no conocía ninguno de aquellos libros, que por lo tanto ya habían dado fama a Víctor Hugo: Notre Dame de Paris,  Hernani,… de manera que éste, algo molesto le dijo al académico que manifestaba tanta indiferencia sobre la actualidad literaria, “¿pero es que vd. no lee?”. A lo que  el  anciano presidente  respondió  “Señor,  a mi edad,  no se lee, se relee”.

La relectura no trata de conformismo resignado como podría parecer.  Porque efectivamente todo está a favor de esa apariencia cuando habla alguien cuyo proyecto de vida va quedando mermado hasta porciones en la que la buscada o presunta utilidad de un libro ya es tan reducida como breve el trayecto que se espera. No debe de ser así si volvemos a aquel proposito de “no conformarse consigo mismo” del leer. En este caso, el conservar intacto en el espíritu el lema “ve por el mundo, maravíllate”, “extensio animo ad magna”, es la negación del conformismo. La relectura no sería pues un estoicismo resignado de quien no quiere más recursos porque tenga

                  “plusquam viatici quam via”
                   “Mas provisiones que camino”  (12)

sino otra  forma de contemplar el mundo, “de otro modo mejor, menos intenso”  como se proponía Gil de Biedma envejeciendo. Que no renuncie al asombro y la ingenuidad de la contemplación, es  otro modo  de contemplación más difícil ya,  pues se trata de asombrarse de aquello en  que ya nadie ve posible ninguna sorpresa. Es  un sombrarse  de mayor mérito por surgir  cuando  ningún asombro   parecería poder nacer  por  el peso gravoso  de lo rutinario cargando en las espaldas de la  edad. El asombro, pues, y reiterado,  y  descubriendo lo  posible en  lo que no se espera, sería un signo. El hermoso signo  de que el inconformismo sigue asomando la cabeza a la menor ocasión que se  le presenta. El signo  de que se sigue   siendo humano porque seguimos teniendo trato más con lo posible que con lo real. Retornemos al inicio: lo que es,  puede ser de otra manera puesto que siempre hay otro libro, y  del mismo libro otro lector, y otra nueva lectura y otra relectura posible.

 El  que no ha perdido aquel asombro continúa ejercitando toda su experiencia de admiración siempre estrenada, y sabe mantener la ingenuidad. Es, ciertamente, el ingenuo,  que como nos dice la etimología, es  el nacido libre.
He sido un constante lector desde que aprendí a leer, cosa de cuyo adiestramiento ni me acuerdo porque no debió de serme  doloroso sino que debió venirme como un respirar mismo. Tampoco recuerdo cuando empecé a jugar, por la misma razón.  Aunque  entre los recuerdos más   agudos de mi vida está  el volver de un país en donde había residido  más de diez años, para rehacer mi vida nuevamente en mi patria trayéndome como único  patrimonio una maleta de libros y una muda. En el bolsillo no traje ni dinero suficiente para poder reunir el mínimo de divisas  que era aceptado en un oficina  bancaria    para su cambio a pesetas que me permitiese tomar el metro  . Tuve que rogar a quien me precedía en la cola  de la ventanilla de Change que me permitiese unir  mi reducida cantidad a la suya para hacer el cambio y conseguir  unas veinte  pesetas. ¡Tal era mi patrimonio  después de diez años de trabajo! De todo el resto me había desprendido salvo de los doce kilos de libros de la maleta y los seis o siete de trapos. 



 Soy un permanente  lector y buena parte de mi tiempo  se dedica a leer o  a frecuentar espacios y cosas en relación con la lectura. Incluso cuando viajo por un país extranjero del que ignoro su lengua, visito alguna librería que encuentro en el callejear y consulto los libros que no entiendo por el placer de su compañía y la imaginación de su contenido incomprensible. Las  visitas a librerías y bibliotecas deben de ser vistas por algunos espectadores, como algo extravagante. Recuerdo que en una ocasión, visitando un  pequeño pueblo, predominantemente turístico, de Tenerife, entré en la biblioteca municipal para  ver qué libros allí se ofrecían. Al cabo de un rato de paseo entre los estantes y de ojear algunos ejemplares,  me vino la bibliotecaria, muy enojada, conminadome a marcharme, porque “esto no es un sitio para turistas sino una biblioteca”. Pensé que, lamentablemente, el pueblo no gozaba de turistas atraídos por la biblioteca sino por el sol y la playa, lo cual no era  un honor excesivo para el pueblito. Pero no dije nada y me marche obediente.  También recuerdo otro avatar en un gran librería de Helsinki en que , completamente despistado por  la lengua hube de acudir a un empleado para que me señalase si tenían libros en inglés o francés .” ¿ Sobre qué tema?” me preguntó, dándome esperanzas con  su pregunta .Le dije que de filosofía, y de inmediato me llevó a la sección correspondiente. Mi sorpresa fue que en aquella sección supuestamente filosófica, todo eran libros de autoayuda de los que deben de leer los que acuden  a lo llamado “coaching” o bien los propios “coach” se alimentaban allí. Para el librero, aquello era filosofía.

Un amigo, Jordi Torrent me señala que este prurito actual de tomar por filosofía  las innumerables  bobadas  editadas  de la autoayuda, y el “coaching” como una forma de vida filosófica y reflexiva,  desde “ como tener éxito en la vida” , hasta “ como hacer amigos”, o superar las depresiones” pasando por “como dejar de decir si a todo”, tiene semejanzas intelectuales con la época helenística por lo que tiene de considerar la reflexión y la filosofía como un medio de salvación personal , un cerramiento sobre  la individualidad  alejado de la comunidad y sus preocupaciones públicas, ya defraudadas por los tiempos inestables, y muerta la polis como forma en que podía desarrollarse la personalidad.  Es una bastarda y desviada manera de contemplar la nobleza de lo que es la filosofía como forma de vida en la  que tanto insiste Pierre Hadot, por ejemplo.
Como expresivo de este neo-helenismo, subraya agudamente mi amigo, se sitúa  la corriente  en la que remaba Foucault , entendiendo  el esfuerzo intelectual filosófico ante todo como  un  “ souci  de soi” y la parreshia como un hablarse sinceramente a si mismo más que como un hablar franco en el ágora de la época clásica. El estoicismo, el epicureísmo, tomaban el relevo en el pensamiento dirigiendo su atención a una salvación personal. Excusando  las enormes  y abismales distancias, la inspiración es la misma, buscar frente a las turbulencias del tiempo, una serenidad interior.  ¿Las causas sociales y políticas  lo serian también?




Por mi parte, reivindico mas bien la filosofía  “como forma de vida” a la manera en que el filósofo francés Pierre Hadot la veía .La propuesta de Hadot no es completamente asimilable a la del “ souci de soi” que contempla Foucault, y Hadot mismo lo señala. Foucault  hace una descripción de ese  “cuidado de si” en términos de diletancia estética, como si se tratase de la construcción de uno mismo como de una bella obra de arte individual. Hadot, le reprocha a Foucault que el “cuidado de si” que efectivamente está presente en la filosofía antigua, tiene en cuenta que se hace con vista a una “ vida buena” , a una “ eudonomia”, y por lo tanto no puede estar ausente la consideración de lo que sea el   “ Eu” de esa “eudonomia”. Para ello se remite a Aristóteles – nada sospechoso de individualismo helenista- y su concepción de la ética como forma de vida. ( el “ eu”, la buena vida en Aristóteles no es nada que un individuo decida sobre si mismo según apetencias alejadas de la Polis sino que   es hay que atender a lo que la  doxa pública dice). Por supuesto que nada hay más lejos de esta filosofía como forma de vida que el coatching y sus aledaños de autoayuda. Hadot incluye en su entendimiento de la filosofía antigua como forma de vida a Sócrates, Platón y Aristóteles y no solo al estoicismo y el epicureísmo.  Precisamente, subraya que tanto la Academia como el Liceo no eran centros de enseñanza donde se impartía teoría sino centros de convivencia y de compartir vida porque la filosofía  implicaba esto. Vuelve a señalar, en la misma línea, que no es la del helenismo, que la figura ejemplar de la filosofía antigua es un Socrates,  es decir, alguien que no escribía ni enseñaba, sino que  hablaba por la calle con amigos y se reunía y comía. La filosofa era una práctica vital como ese comer, beber y hablar con amigos. Y señala, otra vez mas, que la filosofía antigua adoptaba con frecuencia  la forma “dialogo” no como clase magistral donde se contemplasen  ideas, sino donde se creaba y compartia opinión, paseando y charlando, como si de otra actividad de la vida cotidiana se tratase.  Cuando Hadot dice que la filosofía antigua era una forma de vida, no habla solo de un cuidado de si.  Eso es, efectivamente mas propio de la filósofa antigua helenística,  que operaba a la manera de una salvación personal  , pero no se limita a eso su concepto de  filosofía antigua  . Hador está diciendo que la filosofía no era la construcción de un sistema sino una manera de mirar ingenuamente y con asombro en torno de si mismo. Finalmente, dice además que la filosofía antigua, es una actitud, una opción de vida y no un discurso. Es un comportamiento, una manera de ver el mundo. Finalmente es una forma de vida porque  exige  una ascesis de comportamiento, un desembarazarse de habitos y de maneras establecida de ver las cosas. La filosofía, según Hadot, es un ejercicio de vida mas consciente, más abierto a todo. Otro  “hadotiano” de la misma cuerda  seria H.D.Thoreau cuando dice eso de “vivir deliberadamente”, y Thoreau- muy lejos del helenístico apartarse de las cosas públicas para perfeccionarse y salvarse uno mismo-  -   lo paso muy mal por su compromiso político de desobediente civil e impago de impuestos, además de saber cuándo era necesario irse a los bosques.

La verdadera lectura de acuerdo con lo que vamos diciendo  desemboca no en cualquier forma de vida sino en una forma de vida intelectualmente humilde. Ese empuje de asombro permanente significa, si se mantiene y se sigue siendo lector maravillado, es decir verdadero lector,         que nos hemos dado cuenta de que  saber que los hombres no pueden  ser sabios es la mas sabia  de las reflexiones. Ssolo puede llamarse sabio aquel  que se da cuenta de que no puede serlo como le ocurrió a Sócrates.

Pero basta ya de hablar de filosofía y volvamos al leer aunque ya habrá entendido el lector que mis preferencias en la lectura son las de la  filosofía

Mi padre poseía una magnifica biblioteca. Es quizás por la presencia de este mueble de donde me viene el hábito y la afición.  Entre los recuerdos de  mi infancia siempre están presentes habitaciones donde había libros y muebles con ellos expuestos .Siempre en  alguna a de las salas, en todos los sitios donde volvíamos a habitar , tras alguna mudanza,   había una gran biblioteca que  ocupaba una pared  de arriba abajo. Lo más destacable de su colección era la diversidad de temas que mostraba. Pero en aquella abundancia podía comprobarse  que  las preocupaciones  intelectuales de mi padre estaban en las humanidades y esto lo hacía sin exceptuar casi ningún ámbito de la posible lectura. En la antigüedad se le hubiera apelado un  enklikios, y  hubiera estado a gusto con  los afinados  cultos del renacimiento. Entre sus libros los había de historia, de pensamiento político, de filosofía, de derecho, de arte, de economía,
….Aún conservo su espléndida edición en   8 volúmenes de   Obras completas de Platón y Aristóteles en la traducción de Patricio de Azcárate  publicados por una editorial argentina, y los dos tomos de Ab urbe Condita de Tito Livio y  las Vidas Paralelas de Plutarco editados por Joaqun Gil de Buenos Aires en una preciosa y cuidada edición. Sabiendo que mi padre los había adquirido lentamente  sobe todo en años de penuria,  en  tiempo de  formación, cuando no tenía dinero, aquella biblioteca son un tesoro de esfuerzo y tesón.  Para él  sus libros eran  una joya  y aún recuerdo la bronca que recibimos mi hermano y yo cuando siendo pequeños  deterioramos  uno de los tomos de una edición extraordinaria :  la “Historia de los musulmanes en España” de Dozy, que el poseía y leía entre sus favoritos y que solo seria reeditada  muchísimo mas tarde en España, por los años 80. Tambien  tengo su Historia de España , en la edición de Espasa Calpe dirigida por Menendez Pidal, o la Historia d e las Indias de Bartolome de las Casas. Poseía libros de derecho romano que incuso me sirvieron en mis estudios, y una edición de la recopilación de las Leyes de las Indias. En Economía  multitud de libros de los clásicos de la economía política. Casi todos ellos los he terminado leyendo  y me sirvieron muchos para conocer a pensadores a los que en mi época de estudiante nadie acudía directamente como  fuente sino solo a través de fuentes secundarias.  Asi , muy tempranamente leí la “Ciudad de Dios” de San Agustín o el Carlos V de Karl Brandi y algún libro  de Historia económica de España de  Ramon Carande   o al mismo Weber o Toynbee. Pero no se limitaba a esas áreas porque también  descubrí y me reí con Hodehouse que era uno de los autores con los que mi padre más reía. También se encontraban ahí libros de arte, lujosamente ilustrados muy caros, sobre el arte gótico e incluyendo el clásico  “Barroco , arte de la contrarreforma” de Weisbach. Incluso estaba en aquella biblioteca el  primer tomo del Testut de anatomía humana, con sus  admirables ilustraciones.  No puedo acordarme de todos, pero casi todos ellos me los leí. Las lagunas en su enciclopédico afán de saber no eran  achacables a él sino a las limitaciones de la edición y pensamiento  en la España de Franco. Asi era imposible encontrar el mas mínimo libro , ni si quiera aludiendo , a ningún pensador marxista ni a otros muchos prohibidos entre los innumerables autores que habían recibido esta calificación por la dictadura. Mi padre habia comenzado su biblioteca en 1940, lo que ya es muy significativo de lo que podía leerse y adquirirse en Espala como no depurado. Por otra parte tenía los libros que oficialmente en aquella España filonazi eran considerados de una altura  especial como  Spengler aunque hoy se ha verificado la charlatanería  insustancial de sus invenciones. Que poseyese ese género de libros era muestra d e que estaba al corriente de lo que se discutía y de lo que se hablaba entre intelectuales , si es que quedó alguno en aquel rastrojó de la inteligencia  que dejó Franco.    No obstante no poseía libros que pudiesen ser considerados como libros de propaganda del régimen. No recuerdo mas que uno del fascista  Raimundo Fernandez Cuesta, que también lei para quedar convencido de la soberbia y superficialidad del pensamiento oficial fascista y otro de un personaje despreciable por su siniestra labor policial : Comin Colomer, sobre la masonería, : el libro ,más pobre y estúpido que ha caído nunca en mis manos. Afortunadamente desapareció pronto de la biblioteca un siniestro libro de propaganda franquista llamado ”La persecución roja en España”. Libro cuya desaparición  lamento pues sirve como modelo de lo repugnante e indigna que alcanzaba a ser la propaganda de aquel régimen.
Pero lo que más desvelaba la gran biblioteca de mi padre era su actitud. Un afán de adquirir libros que venía dictado por un afán insaciable  de saber a su vez originado en una insatisfacción. Esto significaba que para mi padre el saber no era acumulación de conocimientos de manera que pudiese decirse “ aquí me detengo, ya sé”, sino que saber era una reflexión permanente que obligaba a un dialogo constante. Este dialogo se hacía con las opiniones de otros, es decir con los libros. Los otros son infinitos, y  en los libros recaía entonces en el mismo problema. Este problema  exigía la susceptibilidad  y el riesgo de poner en tela de juicio los juicios adquiridos y no dejar descansar nunca a la reflexión, y por lo tanto  tampoco a la biblioteca. He de advertir que la biblioteca se detuvo únicamente cuando las obligaciones laborales y familiares se hicieron tan acuciantes que no permitían el ocio suficiente . Esto le ocurrio  al final de su vida,  cuando  se hizo  muy precaria la situación económica de la familia. Por eso recordaré  siempre su desencantado y pesimista  consejo:  “lee y piensa y compártelo  con otros ,  ahora que puedes, que después, con la madurez  las circunstancias de  vida podrán contigo y no tendrás más ocasión ni fuerza ”. Le recuerdo leyendo, con un entusiasmo propio de estudiante,  casi al final de su vida, que fue corta, pues falleció a los 52 años , a  Teillhard de Chardin. Era un incansable y verdadero erudito que muy pocos pudieron comprobar.

Esta manía de leer, y de manera sobreabundante, la tengo desde muy joven y la continué en mis estudios en la universidad donde encontré e hice amistad con un grupo de compañeros  que devoraban, como yo, desmesuradamente, libros. No había asignatura cuya bibliografía, facilitada por el profesor respectivo,  no estuviéramos en trance de agotar ni semana  que no pasase sin  la lectura de  siete   libros por lo menos.  En aquel círculo nos encontró otro compañero  que portaba bajo el brazo un libro, y de inmediato, nuestra manía hizo que se lo tomásemos  para ver de qué trataba. Era una novela. “¡Bah, novelas!” le dijimos. Devolviéndole de inmediato aquella literatura que considerábamos  digna del ocio pero no del animal político y  reflexionante. Tenía yo entonces la inmoderación soberbia de querer hacer cálculos de los libros que llevaba leídos. Como castigo a aquella arrogancia  no diré cuántos eran ni lo diré ahora en que esa cifra ha aumentado considerablemente, pero  en materia de libros las cosas no se pesan ni cuentan  sino que se miden. A propósito de esto,  recuerdo que un amigo visitó una vez mi casa y al ver mi biblioteca quedó decepcionado y comentó “¡pero si  apenas hay tomos gordos!”  de manera que tuve que sacar , para explicarle la circunstancia,  la edición  de bolsillo de la Política  de Aristóteles, que cabe  en  la mano , diciendo: “Aquí están los ocho libros de la  Política de Aristóteles”

 Aquella inmodestia y error se me acabaron hace tiempo y reconozco  cuando me dirigí  al librero de Helsinki- del que ya he hablado-  y le señale el tema “filosofía”, lo hice, apocado y con vergüenza. Quizás por eso me dirigió a la autoayuda, al verme tan necesitado y tímido, y no por ninguna concepción por su parte  de lo que filosofía hubiera de ser.

(1). Horacio-Satiase, I, 1, 69-70
(2). Hans Blumenberg “ Teoria del mundo d ela vida”.- FCE.-Buenos Aires  2013
 (3).Henry David Thoreau.- ¡Walden”.-Ed.Cátedra .Maderid 2005.-pags 147,150,153)
 (4). Miguel de Cervantes.- “El Ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha”.  Cap I, 10.
(5).B.Pascal.-Pensées.
(6). Petrarca.-“De remediiis utriusque fortunae”,43
(7). J.J. Rousseau.-  Les Confessions,.- livbre  VI,  pg 281.- GF Flammarion Paris2002. “Dije que había traído libros, y me servi de ellos, pero de una manera menos adecuada  para instruirme que a abrumarme. La falsa idea quien tenía de las cosas me persuadió de que  para leer con provecho un libro,  era preciso poseer todos los conocimientos que el libro suponía - lejos de pensar que el propio autor ni siquiera los había leído él mismo y que solamente los ojearía a medida que le fuera siendo necesario. Con esta loca idea, me detenía a cada ,momento obligado a ir constantemente de un libro a otro, y a veces, antes de llegar a la décima página del ultimo que quería estudiar, me estaba siendo necesario agotar bibliotecas enteras. No obstante me obstiné tanto  en aquel extravagante método que perdió un tiempo infinito y estuve a punto de embarullarme tanto que llegaba a no ver nada ni poder pensar. Afortunadamente, me di cuentas a tiempo de que me encaminaba por un camino equivocado que me estaba perdiendo en un laberinto inmenso y sali antes de perderme totalmente.
(8). Pero tampoco aquella  lectura viva fue un éxito, pues provocaron, como jean Jacques mismo dice. “un silencie gêné”.  Esto sucedía en 1771, siendo bien pronto prohibidas, probablemente por intervención de una de las perjudicadas Me. D´Epinay  por el trato de “cotilleo” que se le daba en la obra y  solo  fueron publicadas, de manera póstuma en 1782, cuatro años después de la muerte del autor.”.
( 9)-Diderot .“ Fils Naturel”.-Acto IV, escena 3.
(10).Horacio.Odas I, 11
(11).Virgilio . Eneida.- Lib III, 193

(12) Seneca . Epistolae LXXVIII, 9

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