Hobbes y el
neorrepublicanismo académico de la escuela de Cambridge
Ellen
Meiksins Wood
London Review of Books
La reconocida filósofa marxista Ellen Meiksins Wood reseña
con la perspicacia y profundidad que le son habituales el reciente libro de
Quentin Skinner sobre Hobbes Hobbes and Republican Liberty,
Quentin Skinner se pregunta cómo es posible que una
tradición completa de pensamiento político –incluida la concepción de libertad
más influyente en la teoría política anglófona del último medio siglo— no haya
sido capaz de captar la entera gama de condiciones capaces de limitar nuestra
libertad de acción. Una pregunta razonable, podríamos pensar, válida no sólo
para la influyente concepción de libertad "negativa" de Berlin, opuesta
a la "positiva", sino también para la tradición liberal en su
conjunto. Sin embargo, la propia concepción de libertad de Skinner no es inmune
a este complejo interrogante.
La disputa entre republicanismo y liberalismo ha sido
moneda corriente en la teoría política anglo-americana, y no hay quien haya
contribuido más que Skinner –una figura hegemónica en el estudio del
pensamiento político— a promover la tradición republicana. Skinner cuestionó la
concepción negativa de libertad de Berlin sin llegar a sostener un concepto
positivo, sino mediante la contraposición entre la versión liberal de libertad
negativa y otra que él llama la idea "neo-romana". Hobbes siempre fue
su principal villano. Para Skinner, Hobbes es el filósofo que reemplazó de
manera sistemática la concepción "neo-romana" –o republicana— de
ciudadanía libre por una noción restrictiva de libertad, que no es más que la
ausencia de impedimentos externos a la acción. Esta transformación teórica fue
deliberada y tuvo un designio polémico en un momento histórico particularmente
turbulento.
En su reciente libro, Skinner analiza con escrupuloso
detalle los sucesivos retoques y mejoras experimentados por las ideas
hobbesianas sobre la libertad a medida que progresaba la Guerra Civil Inglesa.
Su descripción de Hobbes es lúcida, elegante y –por decirlo en sus propios
términos— persuasiva. Skinner busca realmente dar sentido a Hobbes –y a
cualquier otro pensador político—, pero sin ubicarlo en los debates apremiantes
de su época y lugar. A medida que avanza el argumento, sin embargo, las
limitaciones de ese proceder van haciéndose evidentes. Frente al trasfondo de
la narrativa histórica de Skinner, su asombro ante la insensibilidad de otros
respecto de muchas de las condiciones que se atraviesan en el camino de la
libertad resulta desconcertante. Cabría plantearle la misma objeción al propio
Skinner, y no sólo porque su solución "republicana" es en sí misma
igualmente restrictiva, sino, más en general, porque el mundo político y el
espectro de los debates políticos en él registrados se presenta de manera
asombrosamente limitada.
Según Skinner, la esencia de la idea
"republicana" de la libertad como ausencia de dependencia es que la
mera presencia de un poder arbitrario –independientemente de si se ejercita o
no de manera tal, que limite efectivamente la libertad de acción— es suficiente
para transformar el estatus de los hombres libres en esclavos. Con otras
palabras, la libertad puede perderse incluso en ausencia de una interferencia
real. La mera existencia de un poder arbitrario – independientemente de que
pueda ser ejercido de manera benigna o permisiva— reduce a los hombres a la
servidumbre; y los individuos libres sólo pueden existir en estados libres. Las
raíces de la idea republicana se remontarían a la Roma antigua y al resurgir
del republicanismo en el renacimiento italiano. Skinner argumenta que una idea
similar a esta concepción de lo que significa ser un hombre libre resultó
especialmente preponderante en la
Inglaterra de 1640, en oposición a los derechos
discrecionales –y por lo mismo, arbitrarios— dimanantes de los privilegios
reclamados por la Corona ,
y que de aquí habría resultado el republicanismo clásico de los escritos de
Milton, James Harrington y Algernon Sidney.
Skinner afirma que las tres obras principales de filosofía
política de Hobbes (The Elements of Law, De Cive y Leviathan ) fueron pensadas
en abierta confrontación con los escritos parlamentaristas y radicales. A
medida que progresaba el conflicto entre el Parlamento y la Corona y que sus propias
circunstancias fueron cambiando, Hobbes refinó y modificó sus argumentos.
Elements no se publicó hasta 1650, pero circuló de manera privada en 1640,
cuando finalmente Carlos I convocó al Parlamento por vez primera en 11 años,
mientras los miembros del Parlamento corto vociferaban ferozmente denunciando
los ataques a la libertad por parte del rey. A finales del mismo año, Hobbes
huyó a París temiendo que sus posiciones absolutistas lo pusieran en peligro.
Habría permanecido autoexiliado durante 11 años. La revisión de sus Elements
fue publicada en 1642 en París, y en 1647 se publicó una nueva versión revisada
y más extensa bajo el título de De Cive. La derrota final y ejecución del rey
en 1649 fue lo que llevó a Hobbes a escribir Leviathan. Era una obra, escribía
Hobbes, "de lucha a favor de todos los reyes y de todos aquellos que –bajo
el nombre que fuera— detentan derechos reales"; un objetivo que, como
demuestra Skinner, podría servir fácilmente tanto para Cromwell como para los
reyes hereditarios. Habiéndose resignado aparentemente a Cromwell, Hobbes
regresó a Inglaterra en 1651.
En Elements, Hobbes desarrolló su argumento en defensa de
la soberanía absoluta, intentando demostrar que deriva de una sumisión
voluntaria e incondicional de los individuos que persiguen su propio bien; pero
nunca definió claramente la libertad.
En De Cive, a fin de oponerse al argumento
"republicano", según el cual la sola existencia de un gobierno
absoluto o arbitrario convierte al hombre en un mero siervo, Hobbes ofreció una
definición clara y simple de libertad: "no es otra cosa que la ausencia de
impedimentos al movimiento". Con todo lo absoluto que el poder soberano
pueda ser, nuestra sujeción a un poder tal no es equivalente a convertirse en un
siervo. Finalmente, en Leviathan, Hobbes ya no definió la libertad como mera
ausencia de impedimentos al movimiento, sino como ausencia de impedimentos
externos. Según Skinner, fue éste un "momento de gran significado
histórico". A partir de aquí, Hobbes ya era capaz de distinguir entre
libertad y poder, cosa que no le era posible en Elements y De Cive: la ausencia
de impedimentos para la acción, por un lado, y la capacidad de actuar, por el
otro. Los impedimentos intrínsecos o las restricciones –como el temor que lleva
a la sumisión— pueden quitarnos nuestro poder, pero sólo los obstáculos
externos nos privan de nuestra libertad. Y esto es un hito en la teoría moderna
de la libertad, porque Hobbes fue el "primero en responder a los teóricos
republicanos, al ofrecer una definición alternativa en la cual la presencia de
libertad se construye como ausencia completa de impedimentos en lugar de
ausencia de dependencia". Su heredera en nuestros días sería una tradición
de pensamiento político insensible a los variados obstáculos que se atraviesan
en el camino de la libertad humana, especialmente la tendencia de la
servidumbre a generar sumisión, la cual, en sí misma, es un impedimento a la
libertad de acción.
La insistencia de Skinner en mostrar que Hobbes estaba
respondiendo a las disputas de su tiempo es incontestable, y resulta
convincente su reiterada oposición a los críticos que no ven cambios
significativos en el progreso de las ideas políticas de Hobbes. Hay algunos
toques particularmente hermosos en su discusión de la imaginería visual,
incluido el famoso y emblemático frontispicio del Leviathan. El problema es que
la tesis central de Skinner sobre la disputa de Hobbes con el concepto
"republicano de libertad" no es capaz de decirnos casi nada de lo que
Skinner pretende. Y hasta es posible que disfrace más de lo que revele sobre
los argumentos críticos de Hobbes y los argumentos de sus adversarios.
El mismo calificativo de "republicano" (o, en el
mismo sentido, de neo-romano) ofrece ya una visión harto limitada del alcance
del debate político en la época de Hobbes, y más aún de los obstáculos que se
ofrecen a la libertad, entonces y ahora. Más importante aún: Skinner dice poco
sobre el amplio espectro de opiniones parlamentarias, o sobre unas divisiones
dentro del Parlamento que, tanto desde el punto de vista teórico como desde el
punto de vista práctico, no fueron menos profundas que el antagonismo entre el
rey y el Parlamento. Y no se trata simplemente de un problema de interpretación
teórica. Se trata del modo en nosotros vemos ese momento histórico; un
horizonte histórico demasiado angosto puede embotar nuestra sensibilidad para
percibir problemas políticos de la mayor urgencia, entonces, claro, y
cuandoquiera..
Cuando los Estuardos se embarcaron en su proyecto absolutista,
las clases dirigentes inglesas seguían comprometidas con una inveterada
colaboración entre el Parlamento y la
Corona que les había resultado provechosa a pesar de algunos
momentos de tensión; no había en Inglaterra ni vocación ni base social para un
absolutismo de estilo continental. Por mucho, el grueso de la opinión dominante
–en el Parlamento, no menos que en el país– se ubicaba en un amplio espectro
opositor a los gobiernos absolutos y arbitrarios, o al menos, contrario a un
gobierno monárquico parlamentariamente inapelable. En vísperas de la guerra
civil –hasta bien entrado 1641—, las clases parlamentarias en general seguían
oponiéndose a lo que hacía el rey, y una mayoría parlamentaria considerable
apoyó el programa legislativo radicalmente antiabsolutista, incluidos los
ataques a la iglesia anglicana en los meses anteriores.
Sin embargo, ya había otras fuerzas en juego, capaces de
romper esa unanimidad. Durante el reinado de Jacobo I acontecieron cambios
significativos, no sólo en relación con el extensión y la naturaleza del
electorado inglés, sino también en lo tocante al papel político desempeñado por
la "multitud". La inflación hizo que las calificaciones ligadas a la
propiedad básica resultaran menos exclusivas, y eso ensanchó la base social del
electorado; pero la expansión de tal franquicia también se convirtió en un
asunto político. La gentry [nobleza media y baja y, en general, los hombres
libres propietarios de tierra; T.] se hizo más consciente de las ventajas
políticas que supondría la movilización del pueblo, tanto en lo tocante a sus
propias rivalidades internas como en lo atinente a sus desacuerdos con la Corona. Puede haber
habido retrocesos en las décadas siguientes (no menores que con Cromwell) en
ese compromiso oportunista a favor de un sufragio más amplio, pero entre 1621 y
1628, los Comunes votaron repetidamente para extenderlo. Asimismo, las
elecciones fueron impugnadas de manera creciente. En 1640, J.H.Plumb escribió:
"la situación en los condados y en los municipios cambió hasta hacerse
irreconocible desde los tiempos isabelinos, y hemos asistido al nacimiento de
una nación política, pequeña, parcialmente controlada, pero incompatible ya con
la voluntad de la gentry".
La movilización popular no se limitó al sufragio. En 1640,
el pueblo tomaba las calles de manera creciente. Los primeros actos del
Parlamento largo en otoño de ese mismo año fueron saludados en Londres con
manifestaciones de alegría por grandes multitudes. En diciembre, 15.000
personas firmaron la Petición
"Root and Branch", que exigía la abolición del episcopado, y varios
centenares llevaron la petición a la
Cámara de los Comunes. Una semana más tarde, se acusó de
traición al Arzobispo Laud. A partir de ese momento, el pueblo tomó las calles
con regularidad, y en enero de 1641 había disturbios populares en Londres
prácticamente a diario. La ejecución del Conde de Strafford en el mes de mayo
fue, en gran parte, producto de la presión de la multitud, que veía al conde
como un característico representante de la monarquía absoluta. A finales de ese
año el Parlamento expidió su Gran Memorial de Agravios (Grand Remonstrance) con
una lista de quejas contra el rey –más de doscientas— redactadas en términos
provocativos. Lo que hizo que el Memorial resultó especialmente ofensivo fue su
inconfundible intención de apelar de manera directa a la gente de fuera del
Parlamento con el objetivo de movilizar el sentimiento popular en contra de la Corona.
Fue ésta una nueva manera de hacer política y, como queda
claro en los debates parlamentarios, tanto el calculado llamamiento al pueblo
llano, como la propia substancia del Gran Memorial de Agravios fueron parte
evidente en la transformación pro-monárquica de algunos parlamentarios. El
malestar creciente puede advertirse en Sir Edward Dering, que se había puesto
de parte del pueblo en la ejecución de Strafford. "Cuando por primera vez
supe del Memorial de Agravios, muy pronto yo mismo imaginé que como fieles
concejales debíamos sostener un velo ante su majestad: pensé presentar ante el
rey los perversos consejos de los concejales; las inquietas turbulencia de los
papistas prácticos….No soñé que debíamos realizar un memorial de agravios para
los de abajo, contar historias al pueblo y hablar del rey como si se tratara de
una tercera persona.
El Gran Memorial de Agravios demostró ser el punto de
inflexión mayor en la creación de una facción monárquica significativa. Pero no
fue la primera vez –ni la última— que los ansiosos miembros del Parlamento
expresaron sus temores ante la movilización popular. Antes de Dering, Sir
George Digby, todavía un activo antimonárquico en 1640, cambió de posición. El
papel de la "multitud" que llevó la Petición Root and
Branch al Parlamento no fue su preocupación menor. Previno a la Cámara contra la movilización
de asambleas populares irregulares y tumultuosas, cualesquiera que fuera la
calificación que pudieran merecer sus propósitos: "… el hombre menos
avezado en historia y en la comprensión de la naturaleza conoce el peligro de
agitar a una multitud genuina o pretendidamente excitada… ¿Qué mayor presunción
puede haber que la de una multitud dispuesta a enseñar al Parlamento qué es y
qué no es el gobierno de acuerdo con la palabra de Dios?".
La deserción al campo monárquico de los parlamentarios más
alterados trajo consigo el que la causa parlamentaria quedara en manos de los
más afectos a las movilizaciones populares. Ello es que, en el curso de la Guerra Civil , hasta
los elementos más radicales resultarían divididos a causa de la amenaza de la
multitud política. El punto culminante llegó en 1647, y sus implicaciones para
el desarrollo del pensamiento político moderno fueron harto más importantes que
las transformaciones teóricas que Skinner atribuye a Hobbes.
Para entonces, el nuevo modelo de Ejército diseñado por
Cromwell y sus seguidores no sólo resultó ser una eficaz máquina militar, sino
que pasó a ser también una fuerza política militante. El ejército en sí mismo
se convirtió en una tenaza de contención dentro del campo parlamentario, y
dentro del mismo Parlamento hubo esfuerzos por disolverlo. En la crisis
sucesiva surgió un conflicto entre los grandes del ejército –encabezados por
Cromwell y su yerno Herny Ireton— y los elementos radicales de la tropa,
influidos por las ideas de los Levellers, de los "niveladores". Los
radicales llegaron a redactar una Constitución, la primera de este tipo en la
historia. Allí y en los sucesivos debates de Putney se elaboraron nuevas
concepciones de la soberanía popular, diferentes de todo lo propuesto anteriormente
por los parlamentarios. Los más radicales entre ellos, "los más pobres,
ésos que hay en Inglaterra", según la famosa frase de Thomas Rainsborough,
"tienen los mismos derechos que los más estupendos". Eso no significa
que los Levellers estuvieran unidos detrás de una causa a favorable a la
concesión de derechos democráticos. Algunas categorías de hombres quedaron
excluidos desde el principio (y las mujeres, excluidas en su totalidad); y al
final, los radicales se comprometieron con una exigencia de ampliación del
sufragio. Pero la diferencia de principios entre la gente estupenda y de viso
de Cromwell y los impulsores de reformas radicales –Cromwell terminó por
arrestar a los dirigentes de los Levellers y por aplastar toda oposición en el
ejército— no fueron, desde luego, menos significativas que las diferencias
entre Cromwell y el rey.
Los Levellers no sólo abogaban por mayores concesiones
democráticas. Con su insistencia en el consentimiento que ha de otorgarse al
gobierno y en que la libertad depende de ese consentimiento, operaron también
una revolución en el pensamiento político: el consentimiento no debe obtenerse
de una vez por todas y mediante una simple transferencia, sino continuamente y
mediante una multitud de individuos dotados de derechos inalienables (el pueblo
fuera del Parlamento); nunca mediante una corporación que se arrogue su
representación. Y esto, ya se ve, difiere por mucho de las ideas que Henry
Parker, a quien Skinner presenta como "el más formidable propulsor de la
causa parlamentaria" a comienzos del Parlamento largo. Para Parker, la
autoridad real deriva del pueblo, pero el pueblo sólo es superior a la Corona entendido como una
entidad colectiva como la que personifica el Parlamento y, una vez instituido
un Parlamento que lo represente, el pueblo no puede reclamar ya su poder
original. Es verdad que eso le da al Parlamento una ventaja en su relación con la Corona , pero no se ve por
qué la distancia entre un parlamentarista fuerte como Henry Parker y un
absolutista como Hobbes haya de ser mayor que el abismo que separa a Parker de
los Levellers.
Es muy posible que nada de esto le resulte novedoso a
Skinner. La cuestión es por qué le preocupa tan poco. Hay una razón primordial
y sistemática que tiene que ver con el modo que le es propio de estudiar el
pensamiento político. Skinner y la llamada Escuela de Cambridge —de la que,
junto con J.G.A.Pocock, él es padre fundador— han sido distinguidos con el gran
premio a la historiografía por su impulso a la contextualización de la teoría
política. Y aquí está el problema. Para ellos, los contextos históricos son los
lenguajes, las expresiones, las palabras. Resulta que sólo vale la pena prestar
atención a algunas palabras y, más importante aún, que las condiciones sociales
y materiales en las que las palabras se utilizan se orillan deliberadamente. En
la obra maestra que Skinner compuso en dos volúmenes sobre las ideas políticas
entre 1300 y 1600 (The Foundations of Modern Political Thought) y que trata de
un periodo caracterizado por grandes desarrollos sociales y económicos de
enorme importancia para la teoría y la práctica políticas, aprendemos poco, si
algo, sobre, pongamos por caso, las relaciones entre la aristocracia y el
campesinado, o sobre la agricultura, sobre la distribución y tenencia de
tierras, sobre urbanización, intercambio, comercio y clase burguesa, o sobre la
protesta social y el conflicto.
Es posible que la distancia en que deliberadamente se
mantiene a la teoría política respecto del contexto social de la misma no sea
una decisión política premeditada, pero tiene, desde luego, por efecto el
descartar y aun, a veces, tornar invisible un amplísimo abanico de conflictos
sociales y, por supuesto, de debates políticos. Lo que, a pesar de la
insistencia de la Escuela
de Cambridge en la especificidad de cada momento histórico, trae consigo el que
las "tradiciones de discurso", entendidas como constructos
lingüísticos, eclipsen cualquier tipo de especificidad histórica., los
distintos significados que las palabras puedan tener en diferentes contextos
sociales.
La propia idea del "republicanismo" tal como la
entiende la Escuela
de Cambridge es buen ejemplo de ello. Se trata, cuando mucho, de un concepto
escurridizo. A pesar de que en el derecho consuetudinario inglés la tradición
del "hombre libre" está bien establecida –o quizá precisamente por
eso—, el "republicanismo" à la Cambridge resulta especialmente inapropiado para
captar la experiencia política inglesa. Pues la idea romana, en su forma
originaria de comunidad cívica, presupone la existencia de una aristocracia
dominante que gobierna ella misma de manera colectiva, no profesional, sino
como simple aficionada, a través de un estado mínimo. El contexto inglés era
totalmente diferente. Inglaterra disponía de una larga tradición de eficaz
administración centralizada en un estado gobernado mediante la colaboración
entre la monarquía y el parlamento. Esta forma política, sin parangón en Europa
ni en parte alguna, fue el producto de desarrollos sociales específicos y
característicos, particularmente de una clase terrateniente cuyo poder y cuya
riqueza dependían mucho menos que los de las aristocracias continentales de
poderes jurídicos, militares y políticos autónomos, o de cargos venales en el
estado. Se había desarrollado una división del trabajo, merced a la cual la
aristocracia terrateniente obtenía su gran riqueza a través del control de la
propiedad, mientras que el estado central, "la Corona en el
Parlamento", mantenía el orden público.
La colaboración entre la monarquía y el Parlamento fue
incluso reconocida por los llamados republicanos, que podían argumentar en
contra del absolutismo y a favor de una "constitución mixta", sin
abogar necesariamente por la abolición de la monarquía. Tampoco el acento en la
comunidad cívica, en una comunidad de ciudadanos, distinguía de manera clara la
idea republicana de otras formas de anti-absolutismo. En el contexto inglés,
era posible identificar a la comunidad cívica con el Parlamento, y lo hacían
tanto los republicanos como los defensores moderados del Parlamento en contra la Corona.
En las condiciones inglesas, se destacaba de manera
pronunciada la división entre aquellos para quienes las clases dominantes en el
Parlamento eran la representación adecuada de la comunidad cívica o del poder
popular, y quienes pensaban que el verdadero soberano era el pueblo que estaba
fuera del Parlamento. La idea de "libertad republicana" no es
demasiado útil para identificar tal división, y menos aún porque la república
romana fue una oligarquía y la idea originaria romana de libertad nunca fue
democrática. Incluso puede desaparecer la distinción entre republicanos
oligárquicos y radicales más democráticos. Skinner nos dice que los Levellers
rechazaban el Parlamento, porque se había convertido en un poder arbitrario que
violaba el mismo principio de libertad que había prometido defender. Pero, en
la versión ofrecida por Skinner, se hace difícil saber cuáles eran las
diferencias de principios entre éstos y los defensores menos radicales de la
libertad del pueblo frente a la
Corona.
Más precisamente, el "pueblo fuera del
Parlamento" es una categoría carente de significado en cualquier contexto
histórico que no sea el inglés. La idea republicana no surgió en la comunidad
cívica romana, ni tampoco renació en la ciudad estado italiana. Incluso en la
vecina continental más próxima a Inglaterra –la Francia absolutista- los
principales protagonistas en el conflicto entre los reyes absolutistas y
quienes se les oponían, necesariamente fueron diferentes. Cuando los panfletos
de resistencia antimonárquica francesa hacían valer los derechos del
"pueblo", no eran los derechos de una "multitud" de
individuos privados, y ni siquiera los de una única asamblea representativa,
sino los poderes de los nobles provinciales, los funcionarios municipales y
varios cuerpos corporativos que afirmaban su autoridad autónoma en contra de la
monarquía centralizadora.
En la elaboración que Skinner hace de la "libertad
republicana" en su libro sobre Hobbes se evapora el problema,
específicamente inglés, del pueblo fuera del Parlamento. Y sin embargo, fue el
mismísimo Hobbes quien logró traducir a términos teóricos la oposición –tanto
del campo monárquico como del parlamentario— a la invasión multitudinaria del
dominio político. En Elements se trata simplemente de defender las exigencias
de la Corona
frente al Parlamento con el argumento de que el poder soberano ha sido creado
por transferencia del poder del pueblo -como colección de individuos— al
soberano. En De Cive se acentúa que, una vez establecido el poder soberano, el
pueblo o la multitud ya no tiene ningún papel político. Más precisamente, que
el pueblo fuera del Parlamento carece de identidad política: "Cuando
decimos pueblo, o multitud, voluntades, mandatos………se entiende que la ciudad"
–esto es, el estado— "que ordena, expresa su voluntad y actúa por medio de
la voluntad de uno, o las voluntades concurrentes de varios que solo tienen
lugar en una Asamblea". En esta formulación, el Parlamento no tiene menor
legitimidad que la monarquía. El punto de mira es aquí el pueblo fuera del
Parlamento, y las preocupaciones de Hobbes son claramente inmediatas y con el
ojo avizor puesto en las multitudes callejeras: "pues si bien se dice
comúnmente de algunos grandes levantamientos que el Pueblo de tal Ciudad ha
tomado las armas; eso es cierto, sin embargo, sólo para aquellos que ya están
en armas o de aquellos que les otorgan su consentimiento. Porque la ciudad, que
es una Persona, no puede tomar las armas en contra de sí misma."
Puede resultar útil definir a la libertad como
independencia, pero entonces mucho –si no todo- depende de lo que se quiera
significar con dependencia o, para el caso, qué significan poder, dominación y
coerción. En la época de Hobbes, un hombre era libre cuando otro era siervo. Lo
que para un republicano oligárquico como Ireton era libertad, contaba como
dependencia para Rainsborough. Y ni siquiera los Levellers más radicales agotan
las posibilidades: algunos de sus coetáneos, como Gerrard Winstanley, fueron
más lejos y reclamaron que cualquiera que fuera la forma de gobierno, no habría
independencia mientras existiera propiedad privada. La concepción de la
"libertad republicana" ofrecida por Skinner no logra captar el amplio
espectro del debate sobre la libertad –ni tiempos de Hobbes ni en cualesquiera
otros—, porque deja de lado el amplio alcance de la dependencia.
Si bien en algunas ocasiones reconoce la existencia de
dominación social en instituciones como la familia o el mercado de trabajo,
Skinner explica cuidadosamente que esa dominación no pertenece a la categoría
de una coacción puramente política en la tradición neo-romana. Y ahí deja la
cosa. Es verdad que apela a la comunidad cívica y a su papel para proteger a
los ciudadanos de una dependencia "evitable" (esta palabra tan
flexible que Skinner emplea en Liberty before Liberalism.) respecto de la buena
voluntad de terceros. Pero nos enseña muy poco sobre qué tipos de dependencia
cuentan, y acaso menos sobre el significado del poder arbitrario. Con la idea
skinneriana de libertad republicana –o con su trabajo histórico— se aprende
todavía menos sobre dominación social de lo que se aprende con la idea de
libertad negativa de Isaiah Berlin.
Por ejemplo, supongamos que Ud. dice que la verdadera
independencia requiere de un mercado libre. Yo podría responder que el mercado
capitalista, que presupone una disposición desigual de poder entre las clases,
es en sí mismo un potente instrumento de coerción y que debería ser controlado,
tanto como cualquier otra forma de poder no careable o arbitrario. También
podría decir que la forma en que se distribuye el poder tiene efectos profundos
en el goce de las libertades puramente civiles y políticas. ¿Cómo podría el
concepto de libertad republicana así entendido contribuir más que el de libertad
negativa a dirimir la disputa entre nosotros?
Skinner podría argüir que, en general, no escribe sobre
política contemporánea. Pero ¿qué ocurriría si nos tomáramos en serio su
principio fundamental: las palabras son acciones y teorizar sobre política es
en ya una forma de actividad política? ¿Qué podríamos hacer con sus propios
términos políticos? Es tentador seguir su camino, la regla según la cual para
entender el significado de un pensador debemos descubrir sus intenciones;
entonces nos sería posible concluir que su distancia deliberada respecto de las
realidades sociales tiene como intención mellar el filo crítico del pensamiento
político, convertirlo en algo esencialmente inocuo, debilitar su desafío al
poder, y no digamos el desafío al orden social existente. Pero, sin necesidad
de atribuirse un acceso privilegiado a sus motivos, sería suficiente con decir
que su trabajo histórico y su modo de contextualización tienen como
consecuencia –si no como intención— estrechar el horizonte del debate político
sobre los problemas actuales, no menos que sobre la Guerra Civil inglesa.
En esto es sorprendente su contraste con Berlin. En
Berlín, ciertamente, no hay nada radical; y podemos pensar que su concepción de
la libertad es también muy restrictiva en punto a entender qué tipos de poder
deben ser revisados para garantizar incluso la libertad negativa. Por ejemplo,
cuando llega a apoyar el estado de bienestar moderno, no porque extienda la
libertad, sino porque le resulta un compromiso y un sacrificio necesarios de la
libertad, podemos lamentar su error por no reconocer que las condiciones
sociales que necesitan ser mínimamente corregidas por el estado de bienestar
son, en sí mismas, impedimentos a la libertad. Pero, para bien o para mal, lo
cierto es que en su forma de argumentar hay al menos una evidente preocupación
por las realidades sociales, por la dominación y el conflicto. No hay tal en
Skinner, pues su idea de la libertad republicana se resiente de su falta de
sensibilidad, y no sólo en lo atinente al amplio abanico de las limitaciones de
la libertad, sino, más en general, en lo que hace al entero abanico de las
ideas políticas.
Ellen Meiksins Wood ha sido durante muchos años profesora
de ciencia y filosofía políticas en la York University de
Toronto, Canadá. Entre 1984 y 1993 estuvo en el comité editorial de la New Left Review
británica, y entre 1997 y 2000 coeditó, junto con Paul Sweezy Harry Magdoff la
revista norteamericana Monthly Review. Filósofa e historiadora marxista y
feminista mundialmente reconocida, ha realizado contribuciones fundamentales en
el campo de la filosofía política, de la historia de las ideas políticas y de
la historia política y social. Sus últimos libros publicados:
Citizens to Lords. A Social History of Western Political Thought from Antiquity
to the Middle Ages (Verso, Londres, 2008) y The Origin of Capitalism. A Longer View (Verso, Londres,
2002). Actualmente, reside en Londres.
Ellen Meiksins Wood reseña con la perspicacia y
profundidad que le son habituales el reciente libro de Quentin Skinner sobre
Hobbes (Hobbes and Republican Liberty, Cambridge, 245 pp,)
Traducción para www.sinpermiso,info : María Julia Bertomeu
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