EL DESAFIO
REPUBLICANO AL LIBERALISMO
LOS DEBATES SOBRE
LIBERTAD, CIUDADANIA Y DEMOCRACIA.
Andrés Hernandez Quiñonez (*)
I.
Republicanismo contemporáneo y las vertientes que lo alimentan.
Por lo general cuando se habla de
republicanismo se piensa en autores clásicos y experiencias pasadas, más que en
versiones contemporáneas; no obstante una de las corrientes más activas en la
renovación de las ideas políticas y de la filosofía política en la actualidad y
en la crítica al liberalismo es la alimentada por historiadores, juristas, y
filósofos que se califican explícitamente como republicanos. Los trabajos de
autores como Skinner (1985, 1996, 2004), Phillipe Pettit (1999, 2004), Mikel
Sandel (2000), Sustein (2004), configuran las bases de esta reactivación del
pensamiento republicano moderno.
Algunos de estos
autores y pensadores aspiran a disputar la supremacía del liberalismo que en
las últimas tres décadas ha gozado de un innegable protagonismo; otros buscan
formular 2puentes y sugerir un
republicanismo liberal sensible al hecho del pluralismo moral y a la idea de
libertad defendida por los liberales.
Hay que señalar que
el republicanismo contemporáneo se nutre, no sólo de las obras académicas de
historiadores, filósofos, sociólogos y politólogos, sino de las preocupaciones
y actividades de actores sociales y políticos para intentar solucionar muchos
de los problemas de las democracias contemporáneas: la enorme discrecionalidad
ganada por gobernantes y políticos en las decisiones públicas frente a la
opinión ciudadana, la presencia de instituciones básicas (bancos centrales, cortes,
comisiones de expertos, etc.) fuera de todo control democrático, la creciente
influencia de los medios en los procesos electorales y el impacto en la
personalización de la política, el aumento en los niveles de apatía política,
el incremento del fenómeno de la corrupción, el declinamiento de la sociedad
civil y la quiebra de la cohesión social y las redes cívicas en el seno de la
misma, el creciente individualismo y consumismo propio de las sociedades de
mercado y la enorme dificultad de acomodar y resolver los conflictos que se
derivan del profundo pluralismo moral que caracteriza a nuestras sociedades.
Varias vertientes del republicanismo contemporáneo, como se analizara, buscan
salidas a algunos de estos problemas que afectan a las democracias liberales
evitando caer en la defensa de ideales de vida perfeccionistas que choquen con
el hecho del pluralismo moral y cultural. Si bien, los republicanos no tienen fórmulas
mágicas para estos males si han mostrado nuevos caminos que son centrales para
empezar a buscar soluciones a algunos de ellos.
El republicanismo
cívico contemporáneo no es monolítico, ni homogéneo; sino plural y variado. Hay
en efecto, versiones conservadoras y aristocráticas y otras democráticas y
progresistas. Hay un republicanismo liberal y otras antiliberales, hay un
republicanismo éticamente comunitarista y otro individualista (Kymilicka 2002;
De Francisco 1999; Giner 1998). En estas líneas no se pretende exponer todas
estas vertientes, nuestra atención se concentrara tan solo en dos formas del
republicanismo cívico: la visión aristotélica que enfatiza en el valor
intrínseco de la participación política y de las virtudes ciudadanas. Esta
versión en ocasiones es vista como una forma de comunitarismo porque defiende
la primacía de las identidades comunitarias y señala que la vida privada
promovida por las sociedades liberales tiene efectos antisociales1. Las figuras
más representativas de esta tradición en el ámbito académico son Hannah Arendt
(1998), Michael Sandel (2000) y Charles Taylor (1985, 1993), entre otros. La
segunda versión es el republicanismo liberal que enfatiza en la importancia
instrumental de la participación y el compromiso ciudadano como herramientas
básicas para evitar la corrupción y defender los derechos de las personas. Los
autores que lideran este republicanismo instrumental son Quentín Skinner (1985,
1996, 2004), Phillipe Pettit (1999, 2004), y Cass Sunstein (2004), entre otros.
El republicanismo aristotélico contemporáneo
intenta recuperar la idea de que la participación política y las virtudes
cívicas no deben ser vistas como una carga, ni como un peso o una obligación,
sino como valores intrínsecos necesarios para la realización de las personas
como seres sociales y políticos. Los aristotélicos consideran que la vida
dedicada a los asuntos públicos y al cultivo de las virtudes cívicas es la
forma de vida más deseable y valiosa, es la más alta aspiración a la que los
individuos pueden esperar (Oldfield 1998:79).
Desde esta perspectiva, la vida política es
superior a los placeres privados de la familia, a las satisfacciones de las
identidades locales y vecinales y a las realizaciones profesionales; por ello,
debe ocupar un lugar central en la vida de las personas. De esta forma, en la
medida en que el ejercicio de una ciudadanía activa es la forma de vida más
valiosa para nosotros, las personas deberían abrazar con convicción y
satisfacción las actividades de participación política y deliberación pública
en la sociedad moderna liberal. Los republicanos aristotélicos están
convencidos que hay que restaurar la primacía de la libertad positiva de los
antiguos, para quienes “ser positivamente libre” requería de la participación
en la autodeterminación colectiva de la comunidad; y a su vez, del ejercicio de
virtudes cívicas.
Las nuevas versiones aristotélicas han
adoptado dos estrategias para restaurar la primacía de la participación
política en la vida de las personas: una primera es criticar el valor de la
vida privada y señalando sus efectos perversos para la sociedad; una segunda,
es recuperar el valor intrínseco de la participación política. Autores como
Sandel (2000) y Taylor (1993) adoptan la primera estrategia y argumentan que el
énfasis liberal en la vida privada ha terminado por configurar una sociedad
cuyos miembros carecen de un sentido fuerte de comunidad, y de lazos y
sentimientos de solidaridad recíproca. Para estos autores, valorizar sólo la
vida privada es una forma de atomismo que niega nuestra naturaleza
inherentemente social, y que ignora que las personas sólo pueden crecer y
autorrealizarse dentro cierto contexto particular (Taylor 1985). Enfatizar en
la defensa de individuos sin trabas (o con la única restricción de no violar
los derechos de las otras personas) es construir una sociedad donde no sería
posible asegurar las instituciones y principios de justicia defendidos por los
liberales como los valores supremos. Sandel sostiene que la clase de
redistribución igualitaria que recomienda Rawls en su principio de la
diferencia no puede ser sostenida en una sociedad que no este vinculada
solidariamente a través de un fuerte sentido comunitario (Taylor 1993:189).
Frente a esta critica, los liberales responden que la defensa de la vida
privada expresa su apoyo positivo a la libertad de asociación y a la formación
de la sociedad civil. Para ellos la vida privada significa sociedad civil y no
algún estado de naturaleza presocial o alguna condición antisocial de
aislamiento o desapego (Kymlicka2002: 296). La desconfianza liberal frente a la
política expresa su interés en permitir el florecimiento de las energías
cívicas expresadas en la libre asociación. Por ello, el republicanismo
aristotélico debe adoptar una segunda estrategia en la defensa de la primacía
de la política, e ir más allá de las críticas comunitaristas y mostrar porque
los individuos necesitan ser políticamente activos (Kymlicka 2002:295-297),
deben establecer claramente la distinción entre participar en la sociedad y
participar en la política. Hannah Arendt nos recuerda que cuando Aristóteles decía
que el hombre es un zoon politicon, no pretendía afirmar simplemente que las
personas eran animales sociales; por el contrario quería resaltar que la vida
política era diferente de, y mas elevada que nuestra simple vida social (Arendt
1998).
La otra forma de
republicanismo cívico contemporáneo es el llamado republicanismo liberal que
evita hacer una defensa del valor intrínseco de la participación política y
afirma que existen poderosas razones instrumentales para sostener porque
deberíamos aceptar las obligaciones y cargas de la participación con el fin de
mantener en funcionamiento la democracia o de preservar nuestras libertades y
derechos básicos. En la década pasada varios autores han intentado revivir la
tradición republicana, argumentando que su 4permanente relevancia es de diferente
naturaleza (Pettit 1999, Skinner 1985,1996, 2004, Sunstein 2004). La ciudadanía
activa debe ser valorada, no necesariamente porque sea buena en sí misma, sino
porque contribuye a la preservación de la sociedad libre y de los derechos, a
la activación de la sociedad civil, a la profundización de la democracia y a la
reducción de los fenómenos de corrupción. A esta posición liberal se le ha
llamado republicanismo instrumental, tanto para distinguirlo de otras posiciones
que están influidas por la tradición republicana como para destacar su rasgo
distintivo, que es la afirmación de ue la ciudadanía, el servicio público y las
identidades comunales son bienes valiosos porque contribuyen a la realización
de la libertad negativa, la autonomía de las personas y al funcionamiento de
nuestras instituciones democráticas.
II. Los núcleos normativos del republicanismo
contemporáneo.
Una vez expuestas
las dos versiones más significativas en el seno del republicanismo contemporáneo
es evidente que es un error ver a esta tradición como un pensamiento unificado
y considerar posible la identificación de un núcleo valorativo común que la
identifique. A diferencia de algunos autores que creen en la posibilidad de
identificar un núcleo común que aglutine a las diferentes versiones, considero
que es más atinado identificar los ejes temáticos comunes que atraen la
atención de estas dos versiones del republicanismo contemporáneo. A
continuación examino tres ejes temáticos y núcleos normativos en los que las
diferentes versiones del nuevo giro republicano tienden a converger: la critica
a la noción liberal de libertad, la formulación de una nueva visiones de
ciudadanía activa comprendida más como practica y ejercicio, que como estatus,
y la defensa de una idea fuerte de democracia y de un ideal de democracia
deliberativa. Este núcleo se elabora en discusión con la tradición
liberal.
Uno de los puntos en
que convergen los republicanos contemporáneos es en su crítica al ideal de
libertad negativa defendida por el liberalismo. La tradición dominante en el
liberalismo identifica la libertad como una noción “negativa”, como la ausencia
de interferencia o coerción que les impida a las personas ser capaces de actuar
en pos de sus propios fines, ser capaces de buscar distintas opciones. El
enunciado clásico de esta visión es la expuesta por Hobbes en su Leviatán.
Hobbes sostiene que libertad significa “ausencia de oposición”, y no significa
nada más (Hobbes 2002:261). La libertad riñe con la aspiración a imponer
exigencias de servicio público a los individuos por parte del Estado (Hobbes
2002). Para Hobbes, pareciera obvio que la maximización de nuestra libertad
social debe depender de nuestra capacidad para maximizar el área dentro de la
cual podemos reclamar
Para los liberales clásicos y modernos es,
entonces, incoherente hablar de libertad e imponer a la vez (mediante políticas
públicas o exigencias del Estado) exigencias a los ciudadanos sobre sus
disposiciones públicas o exigirles participar y obligarlos a cumplir servicios
a la comunidad. Es una paradoja, señalan los liberales, hablar de libertad y de
una vida dedicada al servicio público mediante el autogobierno o la
participación en actividades públicas. La libertad es ante todo libertad
negativa en tanto presupone la ausencia de cualquier tipo de obligación o
restricción diferente a pagar impuestos y respetar derechos de otros. La
libertad de participar no se relaciona en ningún sentido con la libertad
negativa. La única libertad posible en las sociedades modernas es la libertad
negativa. En las sociedades modernas no se puede afirmar el valor intrínseco y
superior de la participación política porque ello implicaría imponer un ideal
específico de buena vida. La libertad de los antiguos debe ser desplazada por
la libertad de los modernos.
A diferencia del
liberalismo, todas las vertientes republicanas comparten la idea de que es
posible vincular la libertad con el servicio público y la participación
política; y la creencia de que no es un contrasentido obligar a las personas a
ser libres, aunque si representa una política del riesgo. Todas aspiran
mediante diferentes estrategias a reconciliar la idea de libertad negativa con
la libertad positiva (o autogobierno), a relacionar de nuevo la libertad con el
servicio público y con la participación política en el contexto de las
sociedades modernas caracterizadas por los profundos desacuerdos morales. El
republicanismo aristotélico adopta como estrategia la defensa de una idea
positiva de la libertad según la cual para que un agente sea total o
verdaderamente libre, es condición necesaria que persiga ciertos fines
determinados. Las personas solo son libres cuando controlan y manejan sus
deseos y pasiones, y cuando se autogobiernan en el ámbito privado y público, es
decir, cuando son virtuosos y además participan activamente en la política.
Para esta visión aristotélica, la libertad solo se alcanza en el sentido más
pleno si las personas ejercen las capacidades y persiguen aquellos fines que
sirven para realizar los propósitos mas elevados de la condición humana. Esta
idea positiva de la libertad se nutre del pensamiento moral griego el cual
afirma que solo somos total o verdaderamente libres si realizamos aquellas
actividades propicias para alcanzar el , que pueden
considerarse como la encarnación
de nuestros más profundos fines. Este pensamiento se funda en dos premisas: la
primera sostiene que somos seres humanos con fines típicamente humanos; la
segunda, afirma que el animal humano es de naturaleza social y política y por
lo tanto que la naturaleza de nuestros fines debe ser, en esencia, social
(Skinner 2004:98). Para los republicanos de corte aristotélico, la libertad
positiva es, entonces, coherente y no se ve afectada por la paradoja (señalada
por los liberales) en tanto resulta plausible señalar que si deseamos alcanzar
la libertad plena y las actividades que ella encierra tal vez sea necesario establecer
una forma particular de asociación política (las formas de autogobierno) para
dedicarnos a servirla y a mantenerla; y defender un ciudadano virtuoso capaz de
manejar sus pasiones y deseos y de anteponer los intereses generales a sus
intereses particulares. El republicanismo aristotélico sostiene que en la
medida en que para alcanzar la libertad se requiere la realización de ciertos
fines, capacidades y virtudes específicas no resulta incoherente con la misma,
que el estado deba obligarnos a cultivar dichas virtudes y en 6consecuencia es legitimo afirmar que el
disfrute de nuestra libertad personal deba ser el producto de la coerción y la
restricción.
La doctrina del
republicanismo aristotélico ignora, sin embargo, el pluralismo moral que
caracteriza a las democracias liberales y puede desembocar en el rechazo a la
modernidad. La mayoría de las personas en la sociedad contemporánea no aspiran
a ser ciudadanos virtuosos, ni consideran que la felicidad se alcanza solo a
partir de la consecución de fines específicos como el comportamiento virtuoso y
la participación en política. No consideran que el compromiso con la comunidad
constituya la forma de vida más elevada a la que podemos aspirar. Muchas
personas encuentran la mayor felicidad en sus familias, en su trabajo, en la
religión, en el tiempo libre, no en la política; por ello, imponer un ideal
específico de buena vida implica rechazar y amenazar el pluralismo moral que
caracteriza las sociedades modernas.
Los defensores de un
republicanismo liberal han, entonces, acogido otro camino para hacer compatible
la libertad con el compromiso público y la participación política sin tener que
defender un ideal específico de buena vida y de florecimiento humano. No apelan
a una visión positiva de la libertad, es decir, no sostienen que somos seres
morales con ciertos fines determinados, y por tanto, que sólo poseemos nuestra
libertad en el sentido más pleno cuando alcanzamos estos fines. Defienden una
visión puramente negativa de la libertad, pero a diferencia de los liberales
rechazan la tesis según la cual esta es incompatibe con la participación
política y con el compromiso con la comunidad. Pensadores como Skinner, Pettit,
Sunstein formulan un nuevo republicanismo que intenta adecuarse a los
requerimientos de las democracias modernas y lo hacen mediante la formulación
de una idea negativa de la libertad, y como veremos luego, mediante la defensa
de un nuevo ideal de ciudadanía (Skinner 1985, Pettit 1999, Sunstein 2004).
Skinner muestra que en la tradición cívica republicana clásica (en particular
en filosofía moral romana, en la obra de Maquiavelo, en las obras de Harrington
y mas tarde en Montesquieu) se puede encontrar una concepción de libertad
negativa (pues no implica la noción objetiva de florecimiento humano) que
incluye los ideales de participación y virtud cívica. En la obra de Maquiavelo
la discusión sobre la libertad política en general se inserta en un análisis
sobre lo que significa vivir en un “Estado Libre”. En su libro de los
“Discursos”, dirá que los Estados libres son aquellos “que no están sujetos a
ninguna imposición externa, y que por lo tanto pueden gobernarse de acuerdo a
su propia voluntad (Maquiavelo 2000:39)”. Un estado es libre, entonces, cuando
puede actuar en pos de sus propios fines; es decir, cuando la voluntad de los
ciudadanos y del cuerpo político puede elegir y determinar los fines que
aspiran. Los Estados libres se caracterizan por ser “independientes de
cualquier servidumbre externa, y son capaces de gobernarse a sí mismos según su
propia voluntad”. Maquiavelo denunciara el papel del principado, del imperio
romano (en su decadencia) y de la iglesia en la aniquilación de las republicas
y de toda forma de vida civil en occidente2. Y
2 Maquiavelo sugerirá fortalecer la “razón de estado” como un
prerrequisito necesario para preservar la libertad de la colectividad. Las
“razónes de estado” tenían prioridad sobre los derechos de los individuos. Los
deberes de la persona eran en primer lugar y sobre todo los exigidos por la
ciudadanía. Propuso, igualmente, estructurar un “gobierno mixto” con el
propósito de equilibrar los intereses rivales de los grupos sociales y de
controlar las ambiciones de la minoría. Finalmente, destaco la importancia de
la aplicación de la ley para cultivar e inculcar la virtud cívica (Held David
2001:70-75). Para analizar el fondo humanista de Maquiavelo y su importancia
como filosofo de la libertad (Skinner 1984:Cap 1 y 3). 7señalara que la ambición personal de los
poderosos constituye siempre una amenaza al estilo de vida libre e
independiente de los estados libres y al correcto desarrollo de la vida
pública. Es la ambición de los poderosos, dirigida contra el pueblo, lo que
constituye el peligro más grave y menos fácil de neutralizar para los gobierno
libres. Mientras que la mayoría de los hombres meramente desea no ser dominada,
unos pocos muestran una insaciable sed de poder, un infatigable deseo de
gobernar y dominar a los demás.
Para Maquiavelo el problema fundamental es el
fundar y preservar un Estado libre y por lo tanto evitar que nuestra propia
libertad individual degenere en servidumbre. Sus escritos se orientan a
reflexionar sobre las formas de gobernar necesarias para alcanzar estados
libres alejados del dominio externo y a la vez capaces de gobernarse por su
propia voluntad. Maquiavelo sostendrá que una republica mixta que se
autogobierna es el único tipo de gobierno bajo el cual una comunidad puede aspirar
a conquistar la libertad. Y una republica que se autogobierna sólo puede surgir
y perdurar si los ciudadanos cultivan la virtud y la vocación publica. Esta
virtud hace referencia a las capacidades que nos permiten servir abien común y
defender así la libertad de la comunidad (Skinner 2004:105-107). En los
“discursos” Maquiavelo afirma que es necesario practicar la virtud cívica y
servir al bien común con el fin de garantizar el grado de libertad personal que
nos permita perseguir nuestros fines.
Pettit opta por una estrategia parecida a la
formulada por Skinner y defiende una noción de libertad que se diferencia tanto
de la visión liberal , como de la versión aristotelica
. En su lugar propone una idea de libertad caracterizada como
ausencia de dominación, porque considera que el liberalismo se equivoca al
caracterizar la libertad como . Para Pettit es posible que se den situaciones en que las
personas no sean libres a pesar que no se interfiera en sus vidas. Uno puede no
ser interferido y, sin embargo, no ser libre y estar a la sombra y dependencia
de otros. Es el caso de quienes dependen del bienestar público, que se sienten
vulnerables frente al gobierno o frente a funcionarios de turno para saber si
sus hijos tendrán o no los subsidios de educación o los vales de comida. O el
caso de muchas mujeres quienes a pesar de las libertades alcanzadas en los
estados modernos, aun tienen que padecer una vulnerabilidad especial en sus
hogares y en los peores casos sigue sujetas a la voluntad inconstante,
incierta, ignota, arbitraria de los hombres y de las presiones cultur
ales.
Vulnerabilidad presente también en una variedad de puestos de trabajo y en los
ámbitos públicos.
Para Pettit,
entonces, la libertad no es sólo un sinónimo de ausencia de coerción, sino ante
todo una situación caracterizada por la ausencia de dependencia y de
dominación. Carecer de libertad consiste en estar en una condición de
dependencia así no exista interferencia alguna, en estar sujeto al arbitrio
potencialmente caprichoso, o al juicio potencialmente discrecional de otros. Lo
opuesto a la libertad no es la coerción sino la dependencia, por ello, para que
haya libertad no solo se requiere no interferencia, sino que entraña
emancipación de cualquier subordinación de este tipo, liberación de cualquier
dependencia de esta clase (Pettit 1999). Ser libre pues no es una circunstancia
(no verse forzado a hacer o dejar de hacer algo) sino una condición
estructural: uno deja de ser libre tan pronto como se encuentra en una posición
que lo hace susceptible de verse sometido a la voluntad de otro.
El merito del republicanismo liberal es el de
rechazar el argumento del liberalismo según el cual en las sociedades liberales
cualquier intento de afirmar una idea de libertad que incluyala participación
política y el servicio publico es una amenaza para la libertades negativas de
los modernos y encierra necesariamente una noción objetiva de vida buena. El
republicanismo moderno articula la libertad de los antiguos y con la libertad
negativa de los modernos bajo una nueva concepción de libertad negativa. Los
republicanos liberales alimentándose del republicanismo clásico de Maquiavelo
(y otros pensadores arriba mencionados) afirmaran que para maximizar nuestra
propia libertad individual, debemos dejar de depositar nuestra confianza en
políticos, y en cambio hacernos cargos de la arena política nosotros mismos y
participar en forma activa. En este marco, es una condición necesaria para el mantenimiento
de la vida libre que los ciudadanos sean políticamente activos y que actúen
comprometidos con la suerte de su comunidad para garantizar así la defensa de
sus derechos.
Los enfoques
republicanos contemporáneos aceptan la premisa que sin una ciudadanía activa
preocupada por el bien público y con virtudes cívicas no es posible profundizar
la democracia, reducir las desigualdades y garantizar los derechos de las
personas. El debate actual en el seno del republicanismo gira en torno a tres
temas: el primero, ¿que se debe entender por ciudadanía cuando la aspiración es
profundizar la democracia y asegurar instituciones justas?, y ¿cuales son las
virtudes cívicas requeridas para el surgimiento de una democracia radical?; el
segundo eje temático gira en torno a la cuestión sobre los medios apropiados o
los escenarios requeridos para el surgimiento y promoción de las virtudes
cívicas y el ciudadano activo?, ¿Cómo cambiar y modificar comportamientos, y
crear ciudadanos activos y virtuosos?; y finalmente el tercer eje temático,
esta referido al estudio de la evolución y estado de la sociedad civil y la
explicación de su debilitamiento en las democracia liberales modernas (Putnam
1993). El tratamiento de estos temas desborda el alcance de este ensayo, por ello,
me centrare en el primer núcleo de reflexión: el de la visión de ciudadanía
presente en el republicanismo contemporáneo.
La visión republicana de ciudadana se elabora
como una critica a las visiones liberales que conciben la ciudadanía como un
status, como derechos. En el seno del liberalismo tienen presencia diferentes
perspectivas y preguntas (Oldfield 1998:75-76): algunos enfatizan en la
ciudadanía como derechos sociales y económicos y donde la cuestión ha sido los
beneficios de la prosperidad pueden ser distribuidos equitativamente con el fin
de reconocer la dignidad del ser humano. Para otros la cuestión ha sido la
ciudadanía como necesidad: como asegurar a las personas con los recursos que
son necesarios para el desarrollo efectivo de la agencia humana. Otros conciben
la ciudadanía como títulos: la cuestión es como asegurar la igualdad ante la
ley y el ámbito de las elecciones personales frente a la sociedad y el Estado.
Para estas visiones, las personas como ciudadanos son soberanas no en el sentido
de que tienen un control sobre sus vidas en formas significantes y relevantes.
La amenaza a la soberanía proviene de la sociedad y en especial del estado. El
elemento 9común a estas visiones
liberales de la ciudadanía implícitas en la mayor parte de la teoría política
de mitad del siglo XX es el hecho de definir la ciudadanía en términos de
posesión de derechos.
La versión más representativa de la tradición
liberal que concibe la ciudadanía términos de posesión de derechos es la
expuesta por Marshall en su trabajo (1998).
De acuerdo con Marshall la ciudadanía es esencialmente una cuestión de asegurar
que todos sean tratados como miembros completos e iguales en una sociedad, y
una forma de alcanzar este sentido de identidad con la sociedad es la de
asegurar la expansión de los derechos de ciudadanía a todas las personas.
Marshall divide los derechos de ciudadanía en tres categorías los cuales ha
sido alcanzados en tres siglos sucesivos en Inglaterra: los derechos civiles, los
derechos políticos y los derechos sociales y económicos (1998:22-36). Con la
expansión de estos derechos se ha logrado alcanzar la ciudadanía como clase y
status para todos los miembros de la sociedad. Para Marshall la expresión de
esta ciudadanía requiere la consolidación de un Estado de bienestar liberal
democrático, por ello, su concepción se suele calificar como la visión
socialdemócrata de la ciudadanía. Al garantizar los derechos civiles,
políticos, y sociales, el Estado de bienestar asegura que todos los miembros de
la sociedad se sientan miembros completos de una comunidad política, capaz de
participar y disfrutar de los derechos y obligaciones de la vida en comunidad.
Donde aquellos derechos sean negados o violados las personas serán marginadas e
incapaces de participar en la comunidad política.
La mayoría de los
debates políticos contemporáneos y de las exigencias de movimientos sociales se
dirigen hacia la satisfacción de la promesa y la retórica liberal: es decir, al
logro del status de ciudadanía, y la posesión de los derechos que dicho status
encierra. Este enfoque liberal y socialdemócrata de la ciudadanía como status y
derechos ha tenido logros importantes, pero también encierra limitaciones. Ha
contribuido a formular una idea de una ciudadanía universal basada no sólo en
que todas las personas deben ser tratadas en forma igual y se les debe por ello
garantizar un conjunto de derechos no solo civiles y políticos sino sociales y
económicos para que dicha igualdad sea real, y no únicamente una aspiración
retórica. Pero este ideal ha terminado reduciendo la ciudadanía a mero status y
posesión de derechos. Por eso los republicanos contemporáneos califican este
modelo como ciudadanía pasiva porque se basa en un énfasis en titularidades
pasivas, en la ausencia de cualquier obligación de participar en la vida
publica.
Las diferentes
versiones del republicanismo, en forma acertada han señalado que el énfasis de
las corrientes liberales y socialdemócratas en la ciudadanía como un “derecho a
tener derechos”, ha tenido el efecto de olvidar que los ciudadanos tienen
obligaciones y deberes para con la comunidad política, y desconocer que están
insertos en redes, lazos y comunidades con las que tienen compromisos y
responsabilidades con estas3. Las personas tienen deberes que se extienden más
allá de los mínimos cívicos y del respeto a los otros. El enfoque de ciudadanía
como derechos carece de un compromiso intrínseco con un concepto de
participación política, de identidades comunales y de virtudes cívicas. No
destaca el 3 El republicanismo de corte
comunitarista objeta la visión de ciudadanía de los liberales, y en particular
la de Rawls, como una concepción empobrecida que hace imposible concebir al
ciudadano como alguien para quien es natural unirse a otros para perseguir una
acción común en vistas a un bien común (Sandel 2000). 10papel de la participación política, no
fomenta el compromiso con lo público, y se desinteresa por la formación de las
virtudes cívicas. De esta forma la concepción de ciudadanía como status y
derechos ha sido cuestionada por todas las vertientes del republicanismo
contemporáneo: el republicanismo aristocrático y conservador y el progresista;
el republicanismo aristotélico, comunitarista y liberal.
En este contexto, el
republicanismo contemporáneo ha planteado la necesidad de complementar o
reemplazar la idea pasiva de ciudadanía como posesión de derechos por un visión
de la ciudadanía como ejercicio activo de participación, como compromiso con
los asuntos públicos, como desarrollo de identidades comunitarias, como la
activación energías cívicas en determinados momentos de crisis, como la
formación y despliegue de virtudes cívicas tales como actitudes criticas frente
a la autoridad, sentidos fuertes de justicia, tolerancia frente a las
diferentes visiones de vida. Son, entonces, diversos los ideales de ciudadanía
propuestos en el seno del republicanismo.
El republicanismo
aristotélico concibe al ciudadano como alguien que participa activamente en la
configuración de la dirección futura de su sociedad a través del debate y la
elaboración de decisiones públicas. No descarta necesariamente la concepción
liberal de ciudadanía como derechos. Ve al ciudadano como una persona que se
identifica con la comunidad política a la que pertenece y se compromete con la
promoción del bien común por medio de la participación activa en la vida
política (Miller 1996:83). Con este ideal normativo de ciudadanía el
republicanismo aristotélico enfatiza en el valor intrínseco que tiene la
actividad política en la vida de las personas. Si bien, este ideal aporta una
visión normativa valida, prácticamente ha desaparecido como visión legitima
para todas las personas en la sociedad moderna. Intentar imponer una noción de
ciudadanía activa fuertemente participativa como el ideal más valioso de buena
vida implica rechazar el pluralismo moral y la libertad de elección de las
personas. Esta concepción entra en conflicto con el modo en que la mayor parte
de la gente entiende actualmente tanto la ciudadanía como la vida buena. A
pesar de no poder imponerse como el ideal valido para todos esta concepción
aristotélica de ciudadanía, no por ello, debe abandonarse como una propuesta
legitima y valida para los sectores de la sociedad que deseen acogerla. La
expansión de esta visión es una condición necesaria para la profundización de
la democracia y para desarrollar una idea de la política como realización y no
solo como una carga, una actividad costosa o una oportunidad de enriquecerse.
Los republicanos aristotélicos siguen teniendo mucho que aportar en la
configuración de un ideal normativo de ciudadanía aceptable y necesaria para
resolver muchos de los problemas de lasdemocracias contemporáneas. La idea de
un ciudadano que se identifica con la comunidad política a la cual pertenece y
se compromete con la promoción del bien común por medio de la participación
activa en su vida política, no deja de ser plausible incluso en las sociedades
modernas.
A diferencia del
republicanismo aristotélico, el republicanismo liberal está comprometido con
asegurar un umbral de ciudadanos críticos y activos, una escala importante en
el seno de la sociedad. Consideran que solo si existe una escala de ciudadanos
interesados por lo público y con virtudes cívicas es posible profundizar la democracia,
defender los derechos y alcanzar la justicia social. En este contexto, los
republicanos liberales se orientan a discutir el tipo de virtudes cívicas que
se requieren en las democracias contemporáneas y a debatir sobre las condiciones para el surgimiento
de este tipo de ciudadano y de nuevas virtudes cívicas. Las virtudes cívicas
que son necesarias en las democracias liberales pluralistas son entre otras: la
habilidad y el deseo de cuestionar la autoridad pública, el deseo de
comprometerse en los asuntos públicos, el deseo de modificar las preferencias
en el ámbito público, la virtud de la razonabilidad publica, la virtud de la
civilidad entendida como no discriminación, entre otras. Los republicanos
liberales, señalan que para ser ciudadanos requerimos, además, tener la
, la , y la :
es decir la posibilidad de cultivar las virtudes cívicas, y lograr el
autogobierno personal. Ser ciudadano, entonces, es gozar de la libertad como no
dominación, es encontrase libre de toda dependencia, aceptar aquellas
interferencias que sirvan para servir a la comunidad o formar las virtudes, y
lograr dominar nuestras emociones y pasiones internas.
Este modelo de
ciudadanía republicana presta atención a la libertad negativa, pero tiene una
diferencia frente al ideal de ciudadanía liberal: el ciudadano republicano
expresa que solo puede disfrutar de la máxima libertad individual sino la
antepone a la búsqueda del bien común, y sino no considera que todas las
interferencias sobre nuestro modus vivendi y nuestras visiones del bien son
arbitrarias. Los republicanos contemporáneos aceptan la premisa defendida por
Rawls y sus seguidores en el sentido de que la ausencia de un bien común
sustancial (o un único ideal comunitario compartido) ha representado una
ganancia en la libertad individual, pero se distancian de Rawls cuando este
cree posible alcanzar una prioridad absoluta del derecho y la justicia sobre
las visiones del bien, o sobre las lealtades ciudadanas o comunitarias. Se
distancian de este, cuando considera que es posible desarrollar sentidos del
derecho y de la justicia independientemente de la participación en la
comunidad, del cultivo de las virtudes cívicas, del desarrollo de espacios
públicos y de hábitos de deliberación común, y del compromiso e involucramiento
en los asuntos públicos al menos por parte de un buen numero de
ciudadanos.
Para los
republicanos su ideal de ciudadanía al poner el acento en la ausencia de
dominación y en el compromiso cívico puede dar respuesta al desafió del
pluralismo contemporáneo. Es un ideal que resulta atractivo para las feministas,
los socialistas, los ambientalistas y los multiculturalistas en tanto puede
incorporar y dialogar con sus demandas y aspiraciones de no-dominación y de
reconocimiento. El ciudadano republicano no le cuesta aceptar lo que es
distinto, no rechaza la diversidad cultural. Se distancia así, del
individualismo liberal moderno, que como señala Victoria Camps, es posesivo,
“agudiza el sentimiento hacia la propiedad y se hace excluyente con la
prosperidad”, nos impide aceptar “que se adore a dioses que no son los
nuestros, que las costumbres ajenas se mezclen con las nuestras, que lo inusual
pase a ser legitimo y normal, que otros invadan el terreno que nos pertenece a
nosotros y no a ellos, que nos arrebaten el poder que conquistamos”; de cierto
modo no quiere reconocer que somos iguales, y que los problemas que afectan a
los grupos llamados minoritarios, son problemas de todos (Camps 2002:
263).
Distanciándose del
individualismo liberal y del ideal de una ciudadanía diferenciada, el ciudadano
republicano reconoce que hoy los enfrentamientos sociales tienen un abanico
mucho más complejo que los de las sociedades pasadas y homogéneas; y que los
problemas de ausencia de reconocimiento y exclusión de los diferentes grupos
son problemas que 12competen a todos. El
problema de la mujer, de las minorías étnicas, de los desplazados, de los
diferentes y excluidos no se trata de un problema que deban resolver en
solitario, ni organizadamente. Es un problema de toda la sociedad, que nos
afecta a todos porque del modo en que lo resolvamos o lo ignoremos dependerá la
estructura y la forma que tenga la sociedad del futuro.
Los republicanos
contemporáneos no comparten la idea liberal de democracia como competencia o
como simple procedimiento de selección de elites, ni como mecanismo para
controlar las mayorías. Una primera diferencia entre republicanos y liberales
es la que se establece en torno a la cuestión de la cercanía que debe haber
entre ciudadanía y la esfera de las decisiones publicas, entre la ciudadanía y la
política. Una segunda diferencia, esta relacionada con la visión de la política
y los modelos de democracia defendidos por cada una de estas tradiciones. En
este ensayo expondré tan sólo la idea de democracia defendida por uno de los
representantes del republicanismo liberal: Philip Pettit.
Para comenzar, hay que recodar que el
liberalismo defiende la separación de los ciudadanos de la política para
garantizar la defensa de los derechos individuales. A diferencia de los
liberales, el republicanismo liberal aspira a vincular a los ciudadanos con la
política y la vida pública no solo a través del voto, sino del compromiso
publico y la participación activa en política, por considerarlo una estrategia
fundamental para garantizar los derechos de las personas, reducir la
corrupción, evitar el ejercicio arbitrario del poder estatal, alcanzar la
justicia social efectiva y profundizar la democracia. Por ello, uno de los
aportes más significativos del republicanismo instrumental es el de proponer un
nuevo modelo de democracia deliberativa y disputatoria que vincule de nuevo en
un sentido fuerte a los dadanos con la actividad publica y con las decisiones y
políticas publicas; y el de sugerir la conexión de la ciudadanía con la
política.
Para capturar mejor
la distancia entre el liberalismo y el republicanismo instrumental es
importante recordar que la defensa del sistema representativo y del esquema de
pesos y contrapesos responde al compromiso liberal con el principio de la
distinción que reclama un fuerte distanciamiento entre la ciudadanía y la
política con el fin de evitar que las instituciones queden atrapadas por las
mayorías y se conviertan en una amenaza para los derechos de las minorías y
para las buenas políticas públicas (Gargarella 2002:79). Los liberales siempre
manifestaron su temor frente a los ciudadanos y frente a las mayorías por
considerar que están influidas por intereses personales y por facciones, por
emociones efímeras, por pasiones y por estar poco informados y no contar con la
educación suficiente. El liberalismo concibe al sistema representativo como un
sistema superior a la democracia directa porque logra contener la amenaza de
las mayorías al garantizar la elección de un grupo de ciudadanos que esta en
condiciones mejores para identificar y defender el bien público. A diferencia
de los liberales, lo republicanos no tienen desconfianza frente a los
ciudadanos, si bien no consideran que son angeles, creen que en la posibilidad
de la presencia de un umbral aceptable de ciudadanos activos y virtuosos. La
virtud es un bien escaso pero existe como móvil del comportamiento social junto
con el egoísmo. Y a diferencia de los liberales, consideran que la democracia
debe estar orientada a controlar las ambiciones y pasiones no solo de las
mayorías, sino fundamentalmente de las minorías.
Mientras que los
liberales defienden la separación entre representantes y representados y los
diseños institucionales contramayoritarios con el fin de evitar la tiranía de
la mayoría y la vulnerabilidad de las decisiones publicas a las pasiones e
ilusiones efímeras del demos; los republicanos ponen el énfasis en reducir la
distancia entre representantes y representados, en diseñar herramientas capaces
de facilitar el control de los ciudadanos sobre los gobernantes, y esquemas
institucionales que les den la posibilidad de disputar las decisiones publicas;
abogan por nuevos modelos de democracia deliberativa, participativa y
disputatoria.
Uno de los
representantes del republicanismo liberal contemporáneo, Philip Pettit aboga
por un modelo de democracia como desafió: que acerque a representantes y
representados, diseñe instituciones que
vinculen a la ciudadanía a las decisiones publicas, que amplié los espacios de
deliberación y participación y que le de a la ciudadanía capacidad de disputar
las decisiones de los poderes públicos. Se trata de un intento por combinar el
ideal de democracia como autogobierno, con el ideal de democracia como desafió
ambas basadas en la inclusión y la deliberación pública. Proyecto que es posible,
solo si se cree que las personas no solo están guiadas por intereses personales
y las pasiones (Pettit 1999:239-267). La propuesta de democracia como desafió
no comparte la defensa a ultranza que hace el liberalismo de la autonomía e
independencia de los gobernantes y representantes frente a los ciudadanos.
Aunque el republicanismo instrumental rechaza la defensa de la autonomía
completa de los representantes en las democracias liberales, no por ello,
consideran que la opción sea acoger las versiones republicanas comunitaristas o
aristotélicas que defienden la democracia directa y el ideal de libertad como
“autogobierno democrático de los ciudadanos”. La democracia directa, o
asamblearía, o plesbicitaria no resulta la opción sistemáticamente preferida.
El desafió del republicanismo instrumental contemporáneo es el de realizar un
esfuerzo por distinguir su proyecto de las alternativas comunitaristas, sin que
ello implique rechazar todas las formas y manifestaciones de autogobierno.
Una sociedad republicana
no es aquella donde las normas son el producto de la voluntad popular, sino
aquella en donde las acciones del gobierno pueden sobrevivir al desafió
popular. Se puede defender una democracia mayoritaria que no sea necesariamente
populista o comunitarista: “Es posible concebir un sistema político que aliente
la expresión directa de la ciudadanía y que reconozca, al mismo tiempo la
falibilidad propia de todas nuestras acciones (falibilidad que aparece como
resultado de una carencia de información relevante, de las urgencias
decisorias, de la imposibilidad de agregar preferencias y/o de llevar una
discusión apropiada”) (Gargarella 2003). Se trata de construir un “sistema
político guiado por el principio mayoritario pero a la vez preocupado por el
establecimiento de controles sobre la voluntad popular”. Como señala Gargarella
<>. Se puede reducir las
distancias entre representantes y representados, sin establecer, al mismo
tiempo, un democracia de masas populista, en la que la regla de la mayoría es
el bien fundamental. 14 Es un error
asociar el término “republicano” a la tradición populista que aclama la
participación democrática del pueblo como una de las más elevadas formas del
bien; también, es un error establecer una identidad entre republicanismo
instrumental y republicanismo aristotélico y comunitarista. El republicanismo
instrumental de carácter liberal se resiste a dar los pasos antiliberales de
muchos aristotélicos y comunitaristas, en particular se resiste a otorgarle una
relevancia moral especial a las practicas tradicionales de la comunidad, frente
a las decisiones de los miembros de tal comunidad; y se resiste a aceptar la
premisa del populismo que considera la participación democrática como el valor
básico inconmovible. La participación no puede ser valorada independientemente
de otros valores. La defensa de la participación por sus propios meritos es,
entonces, una posición insostenible (Fishkin, James 1995:55-75). Para el
republicanismo contemporáneo la participación entra como un valor importante en
tanto es un instrumento eficaz para promover otros valores: la igualdad política,
la deliberación, la libertad como no dominación, los derechos y la justicia
social, el logro de ciudadanos virtuosos, entre otros.
Hasta aquí podemos
ver porque los republicanos liberales se distancian tanto de las versiones
liberales y populistas, como de las versiones aristotélicas y comunitaristas, y
asumen la defensa de una democracia disputatoria, deliberativa y participativa.
Una democracia contestataria tendrá que ser sensible a las críticas lanzadas
contra las decisiones estatales, y abrir espacios para que los ciudadanos
procedentes de todos los rincones de la sociedad impugnen las decisiones
legislativas, ejecutivas o judiciales. Lo que es importante en este modelo es
asegurar que los actos del estado puedan sobrevivir a la contestación popular,
no que sean necesariamente el producto de la voluntad popular (Pettit 1999:
Cap6).
III. Las objeciones republicanas al liberalismo
igualitario.
Antes de recapitular
algunas de las críticas centrales del republicanismo al liberalismo
igualitario, señalare en forma breve los rasgos centrales de este último.
Kymlicka caracteriza al liberalismo igualitario por tres afirmaciones sobre el
yo, el estado y la equidad, respectivamente. La primera afirmación es la
defensa de la autonomía individual y la posibilidad de que las personas elijan
en forma racional sus fines4. El liberalismo no supone que los individuos
tengan conceptos del bien fijos e inmutables, lo que asume es que cada
individuo debe tener la capacidad de reflexionar racionalmente sobre los fines
que persigue y de revisar si los debe o no perseguir. La función del Estado es
hacer que las personas desarrollen y ejerciten esta capacidad de revisión
racional. A esta primera afirmación la llama “la posibilidad de revisión
racional (Kymlicka 2004:210)”. La segunda afirmación es que el Estado debe ser
neutral frente a las diferentes concepciones del bien y no debe interferir en
la moral privada de las personas. El papel del Estado consiste en proteger la
capacidad que tienen los individuos de juzgar por si mismos el valor de los
distintos conceptos de vida buena y asegurar a todas las personas los bienes
básicos que les
Para garantizar el imperio de la justicia el
principio que, ante todo, debe ser respetado es el de la absoluta autonomía y
unicidad de los individuos: “cada persona cuenta con una inviolabilidad fundada
en la justicia que ni siquiera el bienestar de la sociedad como un todo puede
atropellar (Rawls 1978)” . 15permitan
perseguir su propia concepción del bien y desarrollar un sentido de justicia y
deidentidad con la comunidad política. La tercera afirmación es que las
desigualdades que son roducto de las circunstancias externas a las personas o
de las diferencias de talentos entre ellas, y no de las elecciones que estas
toman, son injustas y moralmente arbitrarias, por ello deben ser rectificadas.
Los liberales igualitaristas afirman que una sociedad justa debe en lo posible
tender a igualar a las personas en sus circunstancias de modo tal que lo que
ocurra con sus vidas dependa de su propia responsabilidad (Rawls 2000: 74-76).
Aspira a combinar el igual respeto hacia todas las concepciones de buena vida
que coexisten en la sociedad, con la preocupación imparcial por asegurar a cada
ciudadano lo que necesita para que pueda desarrollar los ideales de vida a los
que aspira.
Una vez
identificados los rasgos que definen el liberalismo igualitario, me concentrare
en identificar las principales objeciones del Republicanismo al liberalismo
Rawlsiano. Una primera objeción señala que el compromiso de Rawls con la
prioridad de los derechos sobre los deberes le impide prestar atención a la
importancia de las virtudes cívicas, a las identidades comunales, a la
promoción de la participación política, y a las políticas del bien común5.
Sandel, como representante del republicanismo comunitarista enfatiza en esta
critica y sostiene que Rawls no puede prestar atención a estas cuestiones
debido a su compromiso con la posibilidad de revisión racional (el ) y con el principio de neutralidad Estatal () (Sandel 2004). Sostiene que la concepción que tiene Rawls y
los liberales del yo es una concepción , que no deja espacio
para una comunidad una comunidad que constituiría la
verdadera identidad de los individuos. Solo permite una comunidad
, una comunidad en la que los individuos, con sus intereses
y su identidad previamente definidos, entran con vistas a la persecución de sus
intereses (Sandel 2000). Taylor, por su parte, recoge también esta critica y la
reformula afirmando que los liberales han pasado por alto las tesis
republicanas, en particular la tesis de que el mantenimiento de la sociedad
libre requiere, ante todo, que sus miembros tengan un alto grado de
identificación con losintereses de la comunidad en la que viven.
El republicanismo
instrumental también critica el principio normativo del liberalismo según el
cual las políticas para el bien común deben reconocer un límite infranqueable
en los derechos individuales. Este principio es defendió por Rawls quien
sostiene que la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales y
para garantizar el imperio de la misma, la libertad individual de cada
ciudadano debe ser igualmente respetada. De acuerdo con Rawls, si se quiere que
impere la justicia entre los individuos de una sociedad, lo que 5 Para los liberales los derechos deben ser
vistos como “cartas de triunfo” frente a las pretensiones mayoritarias y frente
a cualquier política. La prioridad de los derechos tiene su origen en el temor
de losliberales a la “tiranía de la mayoría”; a partir de allí, conciben la
libertad como “libertad frente a la voluntad democrática”, es decir, como
limite a la participación y la política democrática. El liberalismo tiene
prohibido, por principio, utilizar las políticas estatales para promover
cualquier concepto de identidad comunal o para exigir a los ciudadanos una
participación activa en los asuntos públicos porque ello implicaría abandonar
la neutralidad estatal frente a los diferentes conceptos de vida buena. De esta
forma, el liberalismo igualitario de Rawls tiene un compromiso fundacional con
la autonomía de las personas, con la neutralidad del Estado y con la igualdad
equitativa de oportunidades, pero carece de un compromiso intrínseco o
fundacional con la promoción de una ciudadanía activa y con un particular
concepto de identidad comunal o virtud cívica. Los republicanos critican al
liberalismo por poner los derechos por encima de la participación y de las
políticas del bien común. 16básicamente
ha de respetarse es un cierto conjunto de derechos individuales (la primera
prioridad es proteger la libertad individual)6. Rawls reconoce esta prioridad
en el primer principio de su teoría de la Justicia como equidad, este principio
estipula que “cada persona tiene igual derecho al más amplio sistema de
libertades básicas compatible con un sistema de libertades similar para
todos”7. Los derechos de los ciudadanos consisten en estas “libertades
básicas”, especialmente el derecho a no ser interferido en forma innecesaria, y
en consecuencia la libertad de perseguir los propios fines siempre y cuando
ello seacompatible con los derechos de los demás.
Skinner sostiene que
esta posición de Rawls tiene implicaciones políticas claras: el Estado en
nombre del ideal de justicia debe asumir el deber de respetar tanto como sea
posible esta idéntica libertad de todos los ciudadanos para perseguir los fines
que eligieron, de la manera que eligieron. Para que esta libertad, que todos
tienen igual derecho de disfrutar, sean maximizada, debe haber un mínimo de
interferencia externa en la vida de los individuos. De esta forma la concepción
de justicia distributiva de Rawls esta elaborada para oponerse a toda teoría
que conceda prioridad no a la libertad (y por tanto, a los derechos) de los
individuos, sino al bien común o al bienestar del grupo (Skinner 1996:139).
Skinner es aun más crítico y señala que la insistencia en los derechos como
cartas de triunfo implica proclamar nuestra corrupción como ciudadanos.
Distanciándose de la
tradición liberal, el republicanismo piensa la relación entre libertad y bien
común de una manera fuertemente contrastante. Asume que dicha relación debe ser
vista de modo inverso: los derechos deben encontrar su límite en las políticas
del bien común, o mejor, sin compromiso ciudadano con las políticas del bien
común no es posible el ejercicio real de los derechos. El republicanismo tiende
a concebir la libertad no como libertad frente a las mayorías o frente al bien
común, sino como consecuencia del autogobierno de la comunidad o como el
resultado del compromiso de la ciudadanía con el bien común o bienestar
general.
Una segunda objeción
del republicanismo al liberalismo es la defender una visión de la política como
simple agregación de intereses y como un sistema de competencia en el que
grupos de interés pugnan por obtener recursos escasos. Esta visión de la
política asume varias premisas que no son del todo ciertas y por lo tanto no
son compartidas por los republicanos: la primera es que las personas en el
ámbito público actúan de igual forma que en el ámbito privado, es decir,
guiadas solo por sus intereses egoístas, y por ello es una quimera pensar que
en principio se pueden formar ciudadanos virtuosos y preocupados por el interés
público. La segunda premisa es que las preferencias y las opiniones de los
individuos están dadas, y están asociadas a sus intereses. Estas preferencias
no se modifican durante el proceso político
Una tercera
objeción, que ya se analizó en este texto, la de que los liberales no solo
tienen una concepción defectuosa de los derechos, sino que se han equivocado al
rechazar la posibilidad de establecer vínculos entre la libertad de los
antiguos y la libertad de los modernos, entre la libertad política y la
libertad personal. Constant señalaba que la
(entendida como el goce pacifico de la independencia privada) implicaba la
renuncia a la , o sea, la participación activa
en el poder coercitivo porque eso llevaba a una subordinación del individuo respecto
a la comunidad. Isaiah Berlín en la misma línea, argumentaba que la libertad de
los antiguos espotencialmente totalitaria e inaceptable para un liberal, y
concluye que la idea de democracia y de autogobierno no puede pertenecer a la
idea liberal de libertad. La concepción positiva de la libertad es antimoderna
porque requiere que se postule una noción objetiva de buena vida para las
personas y es que el ciudadano activo y comprometido con lo público es el ideal
de vida superior a las otras formas de realización personal. Como ya se analizó
los republicanos rechazan esta tesis y sostienen que es posible acer
compatibles la libertad negativa con el servicio público y la participación
política.
(…)
(…) *Andres Hernandez Quuiñonez es Politólogo de la Uiversidad de los Andes de
Bogota Profesor asociado del CIDER,
Centro de estudios interdisciplinarios del desarrollo. Universidad de los Andesy
doctor en filosofía moral y política de la Universidad de Barcelona. El texto
que reproducimos es un extracto del trabajo publicado por el: EL DESAFIO REPUBLICANO AL LIBERALISMO
IGUALITARIO DE RAWLS LOS DEBATES SOBRE LIBERTAD, CIUDADANIA Y DEMOCRACIA.
El texto integro
puede encontrarse, ente otros en :
http://www.cosaslibres.com/leer-online/?title=EL+DESAFIO+REPUBLICANO+AL+LIBERALISMO+IGUALITARIO+DE+RAWLS+Y+...&doc=http%3A%2F%2Fahernand.uniandes.edu.co%2FDocumentos%2FEl_desafio_republicano_al_liberalismo_igualitario.pdf
y también en :
http://ahernand.uniandes.edu.co/Documentos/El_desafio_republicano_al_liberalismo_igualitario.pdf
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