Nuestras creencias no se vinculan a
objetos independientes del pensamiento y el lenguaje y no son más estables ni eternos que éstos. Ni son valores como
objetos eternamente validos con independencia de lo que digan los humanos. La
vida buena, por lo tanto, hay que buscarla en los discursos y opiniones humanas
que existen o que puedan producirse y acordarse en discursos racionales y libres.
No existiendo ninguna verdadera vida humana que
adquiera valor por su referencia a otro objeto que la trascienda o que
supongamos más allá de la existencia. De ahí el valor de pieza preciosa
de nuestra vida, única, irreemplazable y frágil. De ahí el valor de las condiciones de libertad de nuestro diálogo
y acuerdos racionales. De ahí el valor y
la valentía de asumir el riesgo de vivirla como una frágil felicidad y un bien frágil
sin apoyo en nada absoluto.
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