La
república de la virtud
Por Joaquín Miras
Albarrán
“...l´essence
de la république ou de la démocratie est l´égalité...”Robespierre
Declaración de intenciones
Durante las dos últimas
décadas la derecha ha tratado de refutar el discurso historiográfico que data
el origen de la democracia contemporánea en la Revolución francesa para poder
apoderase también de esta palabra1. Para ello ha dado publicidad a los trabajos
de autores contrarios a la Revolución, desde Burke a las elaboraciones de
algunos partidarios de la posmodernidad, cuya intención era la cancelación de
todos los relatos revolucionarios2. En esta maniobra la obra de Furet 3
desempeñó un papel primordial por su compromiso militante con este objetivo.
Este autor volvió a ser relanzado desde Francia, por su eficacia ideológica,
durante la celebración del bicentenario de la Revolución, por intervención
personalísima del entonces presidente socialdemócrata Mitterand, quien puso en
manos de Furet los medios para sortear a la dirección oficial (Vovelle), y
convirtió así el bicentenario en una plataforma al servicio de la revisión
historiográfica.
Estos intentos se vieron
favorecidos por el corsé intelectual impuesto por el movimiento obrero a las
investigaciones sobre la Revolución, ya desde la época de la Segunda
Internacional, y que fue continuado por el estalinismo.
Esta corriente impuso una
interpretación según la cual la Revolución francesa había sido una revolución
burguesa, en la que las masas populares habían carecido de capacidad para
elaborar un proyecto político propio, o, en los casos documentados de
autonomía, habían desempeñado un papel contrario a la “marcha de la historia”
4.
Con todo, siempre ha
existido un proyecto historiográfico y pro revolucionario distinto, que ha
puesto de manifiesto el protagonismo de las masas populares, urbanas y rurales,
en la historia del siglo XVlll y en la Revolución francesa. Dentro de esa otra
corriente, resulta fundamental la obra de A. Mathiez aún hoy en día5. Este gran
historiador filo revolucionario demostró que la Revolución francesa no había
sido una revolución burguesa, sino una revolución democrático popular en la que
se había abierto un terrible proceso de lucha de clases entre la burguesía
emergente, por una parte y el bloque popular constituido por la sans culotterie
y el campesinado, por la otra. Además, en un trabajo ingente, rescató la figura
de Robespierre, que había sido infamado y calumniado, y le restituyó ante la
historia su talla moral, su capacidad intelectual y su creatividad política
revolucionaria. Gracias a Mathiez, y a la escuela de investigadores por él
creada, hemos podido conocer la importancia fundamental del papel que desempeñó
Robespierre durante todo el proceso revolucionario.
Además, durante la segunda
mitad del siglo XX, G. Rudé y E. P. Thompson desarrollaron sendas obras que
transformarían la historiografía de izquierdas, y que poseen particular
importancia para el asunto que nos ocupa6. Tampoco se puede olvidar la
aportación historiográfica de G. Lefebvre y A. Soboul, quienes están entre los
que se hicieron violencia y adoptaron la interpretación canónica del movimiento
obrero, pero descubrieron y estudiaron la “autonomía” del movimiento campesino
y sans culotte durante la Revolución7. Por último hay que destacar la
fundamental importancia de la generación hoy madura de estudiosos sobre la
Revolución francesa, entre los que destaca con luz propia Florence Gauthier8, y
también Françoise Brunel 9 y otros, o de los agudos estudios sobre Robespierre
de G. Labica 10 y de H. Guillemin 11.
El autor de esta ponencia se
comprende dentro de esta otra corriente. La ponencia contribuye a establecer
que en el transcurso de la Revolución francesa, los de abajo, el demos, a
partir de sus capacidades de control sobre la realidad material, de la
experiencia de luchas anteriores y de la generada por el acontecer de la propia
revolución, se apropian creativamente el legado político clásico y organizan un
proyecto político original a la altura de los problemas de su tiempo: la
democracia jacobina.
Cómo pudo llegar a
constituirse ese poder democrático masivo
La mejor respuesta a las
infundadas y especiosas revisiones, que presentan la Revolución como resultado
de la voluntad de elites intelectuales minoritarias y brutales, es analizar
cuáles fueron las condiciones de posibilidad que permitieron que los individuos
del “cuarto estado” se constituyeran en movimiento político masivo, estable y
micro fundamentado, independiente del “tercer estado”, y optaran por la
democracia.
En una primera aproximación,
podemos destacar la vinculación entre las masas y la intelectualidad, la cual
asume verdaderamente un papel orgánico: elaborar ideas a partir de las
experiencias de lucha del movimiento de masas y de los interrogantes que los acontecimientos
suscitaban en la ciudadanía democrática, y proponerlas, en pública
deliberación, a la consideración del pueblo. En la Francia del siglo XVlll se
ha desarrollado una original y única apropiación de la Ilustración en defensa
de los intereses de los de abajo, al menos desde la tercera generación
ilustrada –Mably, Morelli, Rousseau...-.
Pero, por detrás de todo
esto, para que un movimiento pueda llegar a organizarse establemente como tal,
y además, para que éste pueda desarrollarse intelectualmente, desde su
experiencia, hasta constituirse en una fuerza política o movimiento dotado de
proyecto político autónomo, se necesita que exista, como condición de
posibilidad de ese movimiento político de masas y en él mismo, el dominio de la
realidad material que le concede la capacidad factual, en potencia –dynamis-,
de organizar una alternativa de sociedad.
Este es el ámbito
ontológicamente primario de la democracia, cuya radicalidad depende de la
potencia de aquel movimiento.
Las condiciones genéticas:
la economía moral de la multitud12
La sociedad europea que
precede a la Revolución era una sociedad fundamentalmente feudal y
mayoritariamente agraria. La actividad económica era desarrollada por pequeños
productores directos que poseían los saberes técnicos que ordenan la
producción, y que se organizaban conforme a sus propias tradiciones en gremios
artesanos y en comunidades, tanto rurales como urbanas. Este mundo gobernaba
sus propias culturas materiales mediante un potente entramado societario autoorganizado,
desde el que se elaboraban los usos y costumbres que articulaban sus formas de
vida y su actividad, y era sometido a exacción por las aristocracias señoriales
protegidas por el Estado absolutista13.
Estas culturas poseían gran
autonomía, y una fuerte dinamicidad y capacidad de evolución. Ni las
comunidades organizadas, ni las sociedades de las que dependen, ni las
costumbres que las organizan son “Naturales”14. Las relaciones mercantiles se
encontraban sumamente desarrolladas.
Desde comienzos de siglo
XVlll se produjo en Europa un auge de los precios agrarios, en particular, de
los cereales. Se elevó también la renta de la tierra. Señores feudales y
grandes campesinos, según sus estilos, aumentaron su presión sobre la principal
fuente de producción e ingresos: la tierra. A mediados del siglo XVlll se
desató en Europa la carrera por el cercado o cierro de tierras, para la
apropiación y la explotación particular de las mismas –arriendos u organización
de la explotación-. Por primera vez los terrenos comunales se vieron en
peligro. En Francia el desarrollo de una nueva realidad económica incluyó a la
aristocracia, cuyos señoríos fueron entregados en arriendo –métayage- a grandes
campesinos –gros fermier-, los cuales a su vez subarrendaban a los explotadores
directos de las tierras15.
Esto recrudeció la
conflictividad social. En torno a 1740 se puede comenzar a hablar de
protocapitalismo.
La nueva situación movilizó
a las comunidades rurales y urbanas e hizo que desde sus culturas desarrollasen
nuevas estrategias de lucha frente a la novedosa agresión del bloque feudal
capitalista contra los derechos, usos, y costumbres de las culturas de los
productores.
A esta renovación de las
culturas comunitarias, de sus usos y costumbres, de sus formas de reivindicación
y lucha, con el fin de adaptarse a la nueva conflictividad desarrollada por los
poderosos, que se desarrolla durante el siglo XVlll, se le denomina “Economía
Moral de la Multitud”. La economía moral se denomina “de la multitud” y no
“campesina”, porque las masas organizadas en lucha contra la nueva agresión
proceden tanto de las comunidades ciudadanas como de las comunas rurales, que
estaban compuestas a su vez tanto de campesinos como de hombres de los oficios
y artes mecánicas16.
Las comunidades perdían el
dominio de las tierras y bosques comunales, cercadas por campesinos poderosos y
señores feudales, así como los usos marginales de las tierras privadas
–espigueo, roza...-, y el derecho de imponer a los propietarios privados el
cultivo más conveniente para la comunidad, y veían desaparecer de sus mercados
los bienes agrícolas de primera necesidad: los víveres, o “existencias”
–denrées-, que garantizaban la existencia de los pobres y de los trabajadores:
el “secreto de la acumulación originaria del capital”17.
El conflicto se desarrolló
sobre tres objetivos: la defensa de los bienes comunales, el control público de
los derechos de propiedad privada y el control público de las relaciones
comerciales -controles públicos de las actividades de los particulares-.
Las comunidades defendieron
siempre los bienes comunales y trataron de extender el carácter de bien comunal
a recursos depredados por la nueva economía y que hasta entonces no habían
merecido el interés de las comunidades por parecer inagotables.
Pero la conflictividad
social más extendida adquirió un carácter de defensa del consumo, y el objetivo
era el control de los comestibles y de sus precios.
Para impedir el monopolio y
el acaparamiento de los bienes de primera necesidad por parte de los grandes
propietarios o por los grandes comerciantes, se defendió el control público
sobre la comercialización en el mercado de los bienes de primera necesidad,
"subsistencias" o "víveres". Estos, en primer lugar, debían
ser vendidos públicamente en el mercado de la comarca. Estaba prohibido
realizar la venta a domicilio, de espaldas a la comunidad -publicidad de lo
"privado"-. Los productos habían de ser llevados y almacenados en el
propio mercado a la vista de los compradores. Se prohibía que el productor
acaparase bienes a su conveniencia y no los sacase a la venta si el precio no
le convenía. Se daba derecho de prioridad a la venta al por menor sobre la venta
al por mayor; la venta a los mayoristas -molineros, etc.- se permitía en los
mercados sólo a partir de una determinada hora, tras la venta a los
consumidores directos. Los precios estaban controlados y existía la costumbre
de fijar al precio un máximun -retengamos la palabra- tasado por la
colectividad, sobre todo en períodos de carestía. Se controlaba la salida de
los productos o exportación de los mismos fuera de la comarca y se impedía ésta
cuando escaseaban.
La forma convencional de
lucha de la comunidad, estrictamente normada, fue el “motín de subsistencias”,
forma de lucha nueva que corresponde a un tipo de agresión inusitado.
El motín de subsistencias,
con la requisa de los artículos de primera necesidad que se distribuían
ordenadamente entre la multitud, la cual los pagaba a precio decidido por la
misma y que se consideraba "justo", eran prácticas de lucha
habituales reglamentadas por las costumbres de la comunidad y a las que ésta
recurría para establecer su poder. La comunidad tenía derechos colectivos
prioritarios sobre los individuales en lo que hace a los bienes que garantizan
la existencia de los individuos.
Estas normas –“costumbres”/
moeurs- eran en gran parte nuevas, pues se habían elaborado como respuesta a
agresiones antes impensables18.
El poder de esta cultura de
control público se comprobó en 1775, en lo que se denominó “La Guerra de las
harinas”. Por esas fechas, los fisiócratas alcanzaron los puestos de gobierno y
trataron de legislar la plena desregulación del mercado de bienes de primera
necesidad para asentar plenamente el capitalismo y acompañaron la legislación
de la ley marcial, por primera vez en la historia. La consecuencia fue una
explosión social, que desbordó el marco tradicional de la comuna para alcanzar
una dimensión nacional y un estadio de protesta de carácter político. La
movilización hizo fracasar la reforma y logró la liquidación del ministerio
Turgot19.
En resumen, para esas fechas
existía una cultura que organizaba los micro fundamentos para que los
individuos ejerciesen el control capilar sobre la actividad que produce y
reproduce la sociedad y les otorgaba, en potencia, el poder sobre la sociedad:
poder es capacidad de control sobre la actividad. Estaban dadas las condiciones
para que, desde esas culturas, los individuos organizados, alcanzasen a
desarrollar, a través del conflicto de clases, y la modificación de la
experiencia y de la práctica cultural subsiguiente, una autoconstrucción como
agente histórico colectivo, e inherentemente, una alternativa de sociedad: un
proyecto político propio. Las condiciones de posibilidad de la democracia
estaban dadas.
La revolución y la
construcción del proyecto jacobino
El catorce de julio de 1789
el pueblo de París asaltaba la Bastilla con el fin de apoyar la auto proclamación
del tercer estado como Asamblea Constituyente –17 de junio-. La insurrección de
Paris había sido precedida por “El Gran Miedo”, un levantamiento generalizado
de los campesinos, o jacquerie, contra el régimen feudal. El Antiguo Régimen se
hundía20. Con objeto de apaciguar la revuelta, la Constituyente, cuyos miembros
en su mayoría procedían del sector burgués, decidía elaborar una Declaración de
los derechos del hombre, y como los disturbios continuaban, el 4 de agosto
abolía el régimen feudal y los privilegios.
El 26 de agosto de 1789 se
proclamaba la Declaración de los derechos del hombre, en la cual se declaraba
al ser humano dotado de derechos naturales imprescriptibles en la mejor
tradición iusnaturalista ilustrada. El texto proclamaba derechos naturales
universales la libertad y la igualdad de todos, y el derecho a la seguridad de
cada individuo. Declaraba que la soberanía residía en la nación y la ley era
expresión de la “volonté générale”, así como que todos los ciudadanos poseían
por igual derechos políticos. Y el derecho de resistencia a la opresión.
También reconocía la propiedad como derecho natural, pero, si bien en esto se
rompía la tradición lockeana, el documento carecía de la agresividad que los
partidarios de la propiedad privada necesitaban. La Asamblea nacional quedaba
escindida en derecha e izquierda por este texto.
Paralelamente la
constituyente promulgó con toda celeridad un conjunto de leyes favorables a los
grandes propietarios de tierras y grandes comerciantes de productos agrarios,
cuya consecuencia era favorecer el desarrollo del capitalismo. La nueva
legislación atacaba directamente las prácticas de la Economía Moral de la
Multitud y trataba de desregular la economía, instaurando el laissez faire
económico.
El 29 de agosto la Constituyente
legislaba la libertad ilimitada de comercio de granos, no reconocida por la
Declaración de los derechos del hombre, es decir: la libertad económica. Se
prohibía el control público del mercado y la fijación de precios, sin los
cuales el derecho a la propiedad privada carecía de mordiente, pues la economía
seguía sometida, sin autonomía, al poder de la sociedad civil.
La respuesta fue tan
inmediata y clamorosa, que el 21 de octubre la Constituyente promulgó, contra
los movimientos de tasadores, la Ley Marcial, que imponía la utilización del
ejército y la Guardia nacional para aplastar al movimiento tasador al que se
consideraba sedicioso. Se desataba así el terror blanco de forma masiva. A esta
ley marcial le seguirían otras cuatro que mejoraban los aspectos represivos (23
ll 90; 14 Vl 91; 20 Vll 91, y 26 Vll 91, que las sintetizaba). Entre ellas, la
ley Le Chapelier – 14 Vl 91- prohibía el derecho de reunión a los ciudadanos de
una misma profesión por ser “contra el libre ejercicio de la industria y el
comercio”, se rechazaba que trataran de fijar salarios y de presentar en grupo
peticiones a la administración, y todo ello era considerado “sedición”21.
Además, la Constitución de 3 de septiembre del 91, en contravención con lo
explicitado en la Declaración de Derechos del Hombre, excluía a la mayoría del
pueblo del acceso a los derechos políticos al considerar “ciudadanos activos”
tan sólo a aquellos que pagaban impuestos por un valor no inferior a 3 días de
trabajo.
La reiteración de leyes
expresa mejor que nada el nivel de la resistencia popular contra la
instauración del capitalismo. Pero para esas fechas el único segmento del
tercer estado que poseía un proyecto político claro, como consecuencia de las
elaboraciones orgánicas de los Filósofos Economistas –la minoría ilustrada
denominada hoy fisiócratas-, eran los grandes hacendados y los grandes
comerciantes.
De inmediato, comenzó a
organizarse la movilización. Entre 1789 y 1792 se desataron cinco gigantescos
movimientos de masas o jacqueries en las comunas y multitud de levantamientos
estrictamente urbanos. Por fin, de enero a abril de 1792 se desató en todo el
territorio un gigantesco movimiento de tasación y contra la libertad ilimitada
de la propiedad privada de bienes materiales, de amplitud inaudita, compuesto
por cortejos que en la mitad norte de Francia alcanzaban, con frecuencia, las
cuarenta mil personas22, a la par que se desataban jacqueries por el reparto de
las tierras.
En el ínterin, las 36.000
comunas, sede del poder consuetudinario de la economía Moral, mediante el
debate político, la elección de diputados, y las nuevas experiencias de lucha
contra el capitalismo, se convertían en nuevos poderes políticos democráticos
asamblearios locales, que utilizaban su capacidad de control sobre la sociedad
civil para plantearse nuevos objetivos políticos y de ámbito nacional. La
coordinación de las comunas se realizaba a través de las asambleas primarias y
los clubes políticos, principalmente el jacobino. Se fraguaba un nuevo espacio
público y una nueva opinión pública.
Entre 1792 y 1794, el
movimiento popular, desde su experiencia, elabora paulatinamente otro proyecto
de sociedad: otra definición de derechos naturales, basada en el derecho a la
existencia, concepto clave en las luchas políticas, y, en palabras de Robespierre,
otra economía política popular –10 V 93- cuyo fin es la igualdad.
La tarea orgánica de
desarrollo teórico fue ejercida por Robespierre en primer lugar, y por el
pequeño núcleo de jacobinos robespierristas, cuya divisa “Libertad, Igualdad,
Fraternidad” había sido inventada por Robespierre en diciembre de 179023.
Desde esa matriz
iusnaturalista, y al calor del desarrollo del movimiento popular, Robespierre
desarrolla la teoría del derecho natural a la existencia, a la vez que niega
que la propiedad privada de bienes materiales sea un derecho natural y proclama
que los bienes necesarios para la conservación de la existencia son un bien
común.
Por ejemplo, en abril de
1791 Robespierre, pronuncia un importante discurso contra “El marco de
plata”24, cuya línea argumental es el rechazo de la instauración de un régimen
político censitario en el que la mayoría de los ciudadanos no tendrían derechos
políticos. En este discurso, Robespierre, descosifica el concepto de propiedad
y le devuelve el sentido propio como denominación de toda capacidad o
virtualidad inherente a una persona, que procede del étimo latino; e insiste en
consecuencia que son propiedades naturales universales del individuo: la
libertad, la igualdad y la ciudadanía, el derecho a la seguridad, el derecho a
la existencia y a rechazar la opresión y el derecho a “ejercer libremente todas
las facultades de mi espíritu y de mi corazón”.
Pero, en un comienzo, las
reclamaciones articuladas desde estos derechos naturales, y desde el principio
de que el pueblo es soberano, eran que se respetasen los derechos del soberano
y se estableciesen las condiciones para que los ciudadanos pobres no pasaran
hambre, conforme a la tradición.
La experiencia de la
voracidad de los grandes propietarios y de las terribles consecuencias del
nuevo sistema, así como de la bárbara resolución de los mismos, el
ametrallamiento en masa en el Campo de Marte, o las traiciones militares, las
hambrunas por desabastecimiento, etc., iba haciendo camino, y las réplicas
mejoraban.
El 9 de agosto de 1792, la comuna insurreccional se instalaba en París y el 10 de agosto estallaba la revolución. El movimiento popular y democrático creaba un nuevo derecho del hombre: el derecho a la existencia. En septiembre se elegía la Convención por sufragio universal, en la que seguían teniendo el peso los girondinos y el 21 de septiembre se proclamaba la república. El 2 Xll 92 Robespierre pronuncia en la Convención un importante discurso de enorme dureza25, en el que se ataca con gran energía a los comerciantes por ejercer delito de lesa patria al monopolizar y acaparar los bienes de primera necesidad, condena la política económica general del “laissez faire” –así citado- y exige, no ya que se permita al movimiento tasador ejercer sus acciones, sino la legislación de una política de drástica aplicación de la tasación y de máximum, que dejan de ser concebidas como prácticas locales consuetudinarias. Aparece un nuevo lenguaje político. Se enuncia un principio general nuevo, que concierne a la democracia: los derechos sociales limitan los derechos privados, y la producción y comercialización debe ser democráticamente controlada. Se enuncia una nueva ley contra el acaparamiento y el monopolio: que debe garantizarse el comercio, es decir, la circulación de bienes de primera necesidad, con objeto de que los pobres puedan encontrar abastecido el mercado. A una interpretación de la libertad de comercio se opone otra, original, que defiende la libertad del consumidor pobre a adquirir los bienes necesarios para su existencia.
La Convención girondina se
mete en una aventura de guerra de conquista que lleva al desastre; se produce
el inicio del levantamiento de la Vendee y en esa situación, los girondinos
tratan de reforzar la represión contra el emergente proyecto popular. El tres
de abril Robespierre se declara en insurrección.
En el 24 de abril de 1793,
presenta Robespierre su proyecto de declaración de los derechos del hombre y
del ciudadano a la Convención26. En estos, de la consideración de la propiedad
como una “institución social”, y no como derecho natural concluye la idea de
que la economía debe estar subordinada al desarrollo previo de los derechos
naturales imprescriptibles del individuo, y supedita la economía al desarrollo
de las “facultades” de los individuos. Es una nueva política la que se diseña.
Y el 10 V 93 pronuncia Robespierre en la Convención uno de los más importantes
discursos en el que desarrolla los principios de la nueva “economía política
popular”27, constitutiva de la democracia.
El 29 de mayo, la minoría
girondina, aprovechando la ausencia de los diputados de la izquierda vota en
contra del derecho natural.
Del 31 de mayo al 2 de junio
de 1793, la Revolución se desarrolla triunfante contra el intento de golpe de
estado desde la Convención de los diputados girondinos, y consagra la fuerza
“montagnarde” en la Convención. Los robespierristas proponen un conjunto de
decretos que desarrollan la nueva “economía política popular”. Ya el 4 de mayo
del 93 la convención había votado el primer máximum de precios –tasación-. El
10 de junio se reconoce definitivamente que los bienes comunales son propiedad
colectiva de las comunas, y el 17 de julio es abolido el dominio útil de los
señores feudales sobre la tierra, sin rescate, en beneficio de los campesinos
que trabajan las tierras. El 26 de julio se tasa el precio máximo tanto de
alimentos como de materias primas necesarias para los artesanos y el 27 de
julio se prohíbe el acaparamiento y se hace de él un crimen capital: queda así
abolida la libertad de comercio de los bienes de primera necesidad, y se pone
en pie un programa radical de reforma agraria. El 19 de diciembre el poder
revolucionario instituye la escuela primaria gratuita y obligatoria. El 5 ll 94
en otro de los discursos claves de Robespierre 28 declara que la igualdad es el
fin inmediato y el fundamento de la democracia, y que el gobierno popular debe
imponer el interés público sobre todos los intereses particulares.
En ventoso de 1794 –marzo- a
instancias de Robespierre se aprueba un conjunto de decretos en los que se
ordenaba la creación de un censo de todos los patriotas que no poseyeran
bienes, a los que se les entregaría gratis las tierras y bienes de todos los
detenidos o huidos desde 1789: el grueso de los bienes de producción de la nación.
La democracia trataba de imponer la igualdad. Se había definido un proyecto que
hoy denominaríamos socialista.
En resumen, Robespierre
rechaza la autonomía de la economía respecto de la política y propugna que debe
estar subordinada a la Sociedad Civil, que debe ejercer su soberanía sobre ella
para lograr la igualdad, y debe adoptar las medidas necesarias contra una
facción de la misma Sociedad Civil que trata de realizar algo sin precedentes
históricos: romper la subordinación pública de la economía a la Sociedad Civil.
El principio robespierriano será que la soberanía es la principal propiedad del
pueblo, y a ella se debe subordinar la economía; y que el ejercicio de la
política es un bien común del pueblo.
El orden político
republicano
La democracia jacobina, no
sólo rechazó la independización o enajenación de la economía respecto de la
sociedad civil, también rechazó la independización de la política respecto de
la ciudadanía. Creó para ello un poder político o “imperium” que no se basaba en
el modelo burocrático de estado, elaborado por el feudalismo del periodo
absolutista, y recuperado posteriormente por Napoleón.
El poder político organizado
en aparatos específicos y desempeñado por magistrados en los que había que
delegar las funciones o por funcionarios era denominado por los jacobinos
“gobierno”, y abarcaba tanto el poder legislativo como el poder ejecutivo.
Como la historia de la
modernidad enseñaba, los gobiernos y los magistrados que los componen devoraban
la soberanía del pueblo. El gobierno era el agente del peor mal de la sociedad,
al que se denominaba con una palabra pavorosa: despotismo. Gobierno y
despotismo eran términos sinónimos. Como Rousseau había analizado, el
despotismo era resultado del poder político que el pueblo delegaba, y que se
concentraba en pocas manos. Por tanto, por su propia naturaleza, el poder
gubernativo, o delegado, era un poder corruptor. Surgía así el peligro del
“despotismo representativo”. La radicalidad con la que se expresaba Rousseau
sirve como paradigma del pensamiento ilustrado: “Los diputados del pueblo no
son sus representantes, no son más que sus mandatarios; no pueden concluir nada
definitivamente. Toda ley no ratificada por el pueblo en persona es nula; no es
una ley. El pueblo inglés cree ser libre, y se engaña mucho. No lo es sino
durante la elección de los miembros del parlamento; desde el momento en que
estos son elegidos el pueblo es esclavo, no es nada. El uso que hace de los
cortos momentos de su libertad merece bien que la pierda. La idea de los
representantes es moderna: nos viene del gobierno feudal, de ese inicuo absurdo
gobierno en el que la especie humana es degradada y en el que el nombre de
hombre es deshonrado. En las antiguas repúblicas y hasta en las monarquías, el
pueblo nunca tuvo representantes; no se conocía esta palabra. Es muy
significativo que en Roma, donde los tribunos eran tan sagrados, no se les
ocurriera siquiera que podían usurpar las funciones del pueblo...”29.
En consonancia con esta
tradición, que es la suya, el “gobierno” era un poder que causaba enorme temor
a los jacobinos. Robespierre escribe: “Jamás los males de la sociedad vienen
del pueblo, sino del gobierno (.) la miseria de los ciudadanos no es otra cosa
que el crimen de los gobernantes (.) el primer objetivo de toda constitución
debe ser defender la libertad pública e individual contra el gobierno mismo”
(10. V. 93)30, y Saint Just: “Un pueblo no tiene más que un enemigo peligroso,
su gobierno”31.
El poder político
democrático jacobino dependía de la centralidad del poder legislativo,
constituido por la Convención. De no haberse producido Termidor, los miembros
de la Convención hubiesen sido elegidos anualmente (Art. 32 de la Constitución
jacobina del año l –1793-)32, y hubiesen sido controlados y fiscalizados por
las asambleas de electores. El pueblo soberano, organizado en asambleas
primarias nombraba sus diputados y deliberaba sobre las leyes. “De la soberanía
del pueblo”, Art. 7: El pueblo soberano es la universalidad de los ciudadanos
franceses. Art. 8: Nombra inmediatamente a sus diputados. Art. 9: Delega en
electores la elección de administradores, árbitros públicos jueces criminales
de casación. Art. 10: Delibera sobre las leyes” (Art. 7 a 10)33. El cuerpo
legislativo tan sólo proponía leyes (Art. 53“... y dicta decretos”). Los
proyectos legislativos debían ser impresos y enviados a todas las comunas de
Francia para que fuesen discutidos: “Art. 56: Los proyectos de ley son
precedidos de un informe. Art. 57: La discusión no puede abrirse, y la ley no
puede ser provisionalmente considerada firme más que quince días después del
informe. Art. 58: El proyecto es impreso y enviado a todas las comunas de la
República, bajo el título: ley propuesta. Art. 59: Cuarenta días después del
envío de la ley propuesta, si en la mitad de los departamentos, más uno, el
décimo de las Asambleas primarias de cada uno de ellos regularmente formados,
no ha reclamado, el proyecto es aceptado y se convierte en ley. Art. 60: Si hay
reclamación, el Cuerpo legislativo convoca a las Asambleas primarias”34. Las
elecciones eran anuales: “Art. 32: El pueblo francés se reúne todos los años,
el primero de mayo, para las elecciones”. Pero las asambleas primarias pueden
reunirse, no sólo una vez al año, para votar, o cuando las convoca la
Convención para discutir leyes. “Art. 34: Las Asambleas primarias se forman
extraordinariamente, a petición de un quinto de los ciudadanos que tienen
derecho a votar”35
Para evitar el despotismo
generado por los aparatos políticos especializados, los jacobinos
instrumentaron la división de tareas entre el ejecutivo y el legislativo, y la
desconcentración de la acción ejecutiva en diversas ramas de funcionarios, pero
no la división de poderes. El poder legislativo tenía sometido a su poder los
órganos ejecutivos del gobierno, el cual era un órgano encargado de la gestión
diaria de los asuntos, y no poseía capacidad de dictar decretos: “Del Consejo
ejecutivo”. (.) Art.65: El consejo está encargado de la dirección y de la
vigilancia de la administración general; no puede actuar sino en ejecución de
las leyes y decretos del Cuerpo legislativo”36 Por ello, el poder legislativo
tenía asumidas gran parte de las tareas que ejercen los gobiernos actuales. Los
funcionarios del ejecutivo no podían ser diputados para que resaltara más
carácter funcionarial y supeditado, y eran considerados administradores: “Art.
66: Él (el legislativo) nombra fuera de su seno, los agentes en jefe de la
administración general de la república”37.
Del gobierno no dependía la
aplicación de las decisiones y leyes de la Convención a la República. El
Boletín de Leyes de la República las promulgaba publicándolas en las diversas
lenguas de uso de la República, y éstas eran interpretadas y ejecutadas por los
poderes municipales, elegidos, dirigidos y controlados democráticamente por las
asambleas de ciudadanos.
Para garantizar el control
permanente del ejecutivo, la Convención creó un comité de diputados, elegidos
por un mes y renovados cada mes, especializado en el control permanente de las
actividades diarias del ejecutivo: el Comité de Salud Pública. Este calumniado
comité, al que se le atribuyen matanzas sin cuento, tenía como fin controlar
que el aparato ejecutivo no boicotease la ejecución de las leyes aprobadas. Y
que se vigilase la sedición ejercida contra el poder revolucionario por los
propios funcionarios38. Habré de volver sobre este asunto.
Sobre la imperiosa necesidad
de este control puede juzgarse: “Ciudadanos, todos los enemigos de la República
están en su gobierno. En vano os consumís en este recinto (la Convención)
haciendo leyes; en vano vuestro comité, en vano algunos ministros os secundan,
todo conspira contra ellos y vosotros. Ha venido a nuestro conocimiento que
agentes de la administración de los hospitales vienen suministrando, desde hace
seis meses, harina a los rebeldes de la Vendée”39
A su vez, la Constitución
garantizaba por ley la publicidad completa de las decisiones del legislativo, y
la Declaración de Derechos del Hombre y de Ciudadano de 1793 reconoce al pueblo
el ejercicio ilimitado del derecho de petición –acudir a la barra del
parlamento en masa, según la práctica revolucionaria- (Art. 32) y el derecho de
insurrección contra la opresión. “Art. 33: La resistencia a la opresión es la
consecuencia de los otros Derechos del hombre”. “Art. 34: Hay opresión contra
el cuerpo social cuando uno sólo de sus miembros es oprimido. Hay opresión
contra cada miembro cuando el cuerpo social es oprimido”. “Art. 35: Cuando el
gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y
para cada porción del pueblo, el más sagrado de los derechos y el más
indispensable de los deberes”40.
Pero no todo poder político
es un poder gubernativo delegado y constituido en aparatos especializados:
también la sociedad civil es sede de poder político y los jacobinos pretendían
que fuera éste el que asumiera la mayor parte del protagonismo político. Y sin
la existencia real de un poder popular organizado en la sociedad civil, no
hubiese sido posible el control del despotismo legislativo tantas veces
presente durante la Revolución, ni hubiese sido pensable la utilización
efectiva de los derechos de insurrección y petición.
En el texto citado (10 V 93)
Robespierre recomienda a los legisladores de la Constitución “Dejad en los departamentos,
y bajo la mano del pueblo, la porción de los tributos públicos que no sea
necesario depositar en la caja general, y que los gastos sean pagados en las
propias localidades, siempre que ello sea posible. Rehuid la manía antigua de
los gobernantes de querer gobernar demasiado: dejad a los individuos, dejad a
las familias el derecho de hacer lo que no molesta a otro, dejad a las comunas
el poder de reglar ellas mismas sus propios asuntos, en todo aquello que no
concierna muy esencialmente a la administración general de la república. (.)
Respetad sobre todo la libertad del soberano en las asambleas primarias”41.
Comunas y asambleas son
poderes políticos reales, de enorme peso, pero no son considerados
“gubernativos”, porque no son delegados. El poder político tenía su sede, no en
el estado, burocráticamente organizado y separado, sino en la sociedad civil
democráticamente organizada, que poseía el poder político real.
Como ya he explicado, dentro
del esquema del poder político real que había desarrollado el movimiento
popular a lo largo de la experiencia revolucionaria, las comunas constituían el
crisol en que se había creado la democracia. El proyecto de constitución
presentado por el ponente Condorcet, proponía la supresión real de la
democracia comunal, al diferenciar entre comuna y municipalidad. Los jacobinos,
a través de Saint Just, exigieron que se confiriese el carácter jurídico de
municipios a todas las comunas. Con gran radicalidad, Saint Just había escrito
“La soberanía de la nación reside en las comunas”42. La constitución recogió el
principio de que cada comuna sería un poder municipal (Art. 78)43. El poder
político municipal, estaba en continuidad con el poder comunal de la antigua
economía moral de la multitud y con la experiencia política desarrollada desde
aquélla durante la revolución. El enorme poder de las municipalidades
(soberanía local y aplicación local de las decisiones de la Convención) era
entregado a la sociedad civil organizada en comunas.
De la “volonté générale” a
la soberanía popular: el origen de la democracia jacobina
Como he explicado, el temor
a la centralización gubernativa del poder, que implica la creación de un cierto
aparato de poder especializado, que concentra poder y lo pone a disposición de
una minoría de magistrados, en quienes se delega y de quienes se recela que
caigan en la tentación de utilizarlo para sus intereses particulares y traten
de sojuzgar al pueblo –despotismo-, es consecuencia de la experiencia histórica
que proporciona el despotismo del estado absolutista feudal a la modernidad.
Este temor al ejercicio
gubernativo podemos encontrarlo, a título de ejemplo, en Locke, Montesquieu,
Rousseau, Robespierre, Saint Just y Kant y es el rasgo que diferencia al
iusnaturalismo moderno –no sólo el ilustrado, también el humanista- respecto
del pensamiento político republicano, iusnaturalista, antiguo.
Esta argumentación es una de
las dos objeciones intelectuales que hacen que la palabra “democracia” sea
tomada con cautela. El precursor intelectual de la democracia moderna,
Rousseau, abunda en esta reflexión en El Contrato Social; considera que una
democracia en la que el pueblo no sólo ejerza el poder legislativo, sino
también el poder ejecutivo e intervenga en la ejecución de actos particulares,
es decir, en la ejecución de la ley, es un régimen muy peligroso, pues favorece
la intrusión de los intereses particulares en la política y abre la vía al
despotismo. Sólo puede ser aceptable una democracia en la que el gobierno sea
encomendado a un pequeño grupo44.
Las reflexiones de Rousseau,
que hacen época, se inspiran en las opiniones antidemocráticas de Aristóteles
contra la democracia extrema, y por eso nos mueven a repulsa, pero el objetivo
que el autor trata de aferrar y al que trata de dar salida es moderno: el
despotismo del poder político. La Ilustración más radical pretende, a la luz de
la experiencia del despotismo absolutista, y llena de sano escepticismo
antropológico, que pueda crearse un régimen en el que hasta los demonios deban
comportarse como ángeles.
El segundo reparo que se le
hace a la democracia, silenciado por Rousseau, procede de la antigüedad
clásica, cuyas obras eran conocidas al dedillo por todos los ilustrados y
revolucionarios. Para la antigüedad, en la democracia la voluntad soberana se
basa en un determinado bloque social constituido por los pobres, pues como
escribe Aristóteles, hay “democracia cuando son soberanos los que no poseen
gran cantidad de bienes, sino que son pobres”45. La democracia es un régimen
que surge como consecuencia de que la ciudad está escindida entre pobres y
ricos que se enfrentan en estasis o guerra civil. La democracia es el
instrumento político de un determinado bloque social popular para ejercer uno u
otro tipo de dominio sobre los ricos. La aceptación de la democracia implica la
comprensión de la irremediabilidad de la ruptura social, la irreversibilidad
consiguiente de las facciones y la necesidad de la lucha social.
Este tipo de argumentación
era difícil de ser asumido en un periodo en el que la sociedad civil pugnaba
por liberarse del despotismo del Antiguo Régimen. Había que experimentar en
vivo hasta qué punto la antropología clásica era sabia; hasta qué punto era
cierta la lección de Aristóteles y del Laelio ciceroniano: la fylia o amicitia
sólo era posible entre los semejantes –homoioi- en fortuna y virtudes46.
Para que la democracia se
abriera camino era preciso que las masas populares, partidarias de la igualdad
de derechos, de la ciudadanía universal y de la soberanía, descubrieran que sus
expectativas de proyecto económico no eran suficientes ante la emergente nueva
realidad que brotaba a pasos agigantados como consecuencia de la revolución, y
que carecían propiamente de proyecto político.
La propia experiencia
revolucionaria fue mostrando a los jacobinos robespierristas, a la par que al
movimiento popular, que los ricos trataban siempre y por todos los medios de
constituir una facción, de liquidar el poder soberano del pueblo y de
reinstaurar el despotismo; es decir, no dudaban en destruir la unidad y
fraternidad de la Sociedad Civil con el fin de garantizar sus intereses
egoístas; no había otra solución para lograr la libertad y la igualdad que
abordar la lucha política contra los burgueses, contra los grandes hacendados y
grandes comerciantes.
Robespierre desempeñó un
papel capital en el desarrollo orgánico de la nueva teoría política del
movimiento popular, al que en puridad y ya desde el principio podemos
considerar, sin asomo de dudas, un movimiento democrático.
En el pensamiento de Robespierre
encontramos desde el comienzo la defensa decidida de la soberanía popular y de
la participación activa en política de todos ciudadanos, pero es tardía la
aparición de la palabra democracia.
También en él esta opción
política se abre paso trabajosamente a través de la experiencia propiciada por
el curso de la Revolución, precisamente porque sí sabía lo que implicaba
asumirla. Podemos observar fácilmente la evolución ideológica del movimiento a
través del lenguaje y las ideas de Robespierre.
Partamos, por ejemplo del
discurso del 18 Xll 90, donde aparece por primera vez la triple divisa
revolucionaria. Para esas fechas ya hace tiempo que Robespierre había
registrado con sorpresa y perplejidad la aparición de una nueva aristocracia de
ricos (p. e. la carta al ciudadano Buissart de fines de 1789); no se hace aquí
de nuevas al respecto. En el texto que someto a consideración, Robespierre
defiende el derecho de ciudadanía de los pobres. “Pobres” aparece como sinónimo
de “pueblo”, y los “ricos” y “poderosos” quedan fuera de esta denominación, a
la usanza antigua. Robespierre critica la miseria a la que son sometidos los
pobres por parte de los “partidarios de funestos sistemas”. La crítica es
durísima, pero las medidas alternativas son escasas: acabar con los “abusos”
–término de economía moral- y defender el derecho del pueblo a su vida modesta
tradicional. A pesar de todo, para Robespierre, pueblo /pobres y ricos aún
forman una entidad, no social pero sí política, que debe ser preservada y cuya
unidad social se trata de restituir: “Se quiere dividir la nación en dos clases
de las que la primera no parecería armada más que para contener a la otra”47.
Como ya he indicado antes,
en septiembre del 91 la constituyente votaría una constitución censitaria. Casi
un año después, estallaba la Revolución de agosto del 92, que abría paso a la
Convención y la República. La movilización popular se había organizado en torno
al programa de la supresión de la política de represión y de medidas concretas
de Reforma agraria y de control del comercio y de la igualdad de los derechos
políticos. Una vez terminada la movilización, los girondinos reimponían la ley
marcial y la libertad de comercio. Quedaba puesto de manifiesto con estupor que
los grandes propietarios y comerciantes tenían un proyecto político autónomo
definido y que no estaban dispuestos a aceptar las decisiones del pueblo.
Robespierre sabía
perfectamente cuál era la meta que tenía propuesta la burguesía, y el 19 de
octubre del 92, en su primera “Carta”, recuerda a los convencionales que su
misión era dar a Francia una constitución nueva, verdaderamente republicana, no
como la constitución americana, tramposamente republicana por estar “fundada
sobre la aristocracia de la riqueza”48.
En consecuencia con todo
esto, Robespierre pronunciaba el discurso arriba citado de denuncia en la
Convención (2 Xll 92)49. En él se agudiza la crítica al nuevo sistema económico
de explotación, que es comprendido como resultado de una “teoría” -laissez
faire-. En ese sistema todo está contra la sociedad. Los explotadores son los
comerciantes, los negociantes y propietarios, los grandes monopolistas y
acaparadores, los especuladores, “un pequeño número de millonarios”, ladrones y
conspiradores, vampiros y asesinos, que se oponen a “los intereses de la
sociedad” y especulan con la miseria pública. Se abre ya un precipicio entre la
sociedad, compuesta por el “pueblo” ciudadano, al que hay que darle “pan,
trabajo y costumbres”, y los millonarios, minoría o “casta” opuesta a ellos.
El análisis de Robespierre
registra la radicalidad de los intereses enfrentados dentro de la sociedad
civil, que escinden de la mayoría a una facción. Por primera vez se esboza un
principio de proyecto económico, como expuse antes, pero sigue sin haber una
proyecto político definido. Faltaba aún por experimentar hasta dónde alcanzaba
la protervidad de la nueva aristocracia de las riquezas.
Durante los cuatro primeros
meses del 93 los girondinos legislan contra el proyecto político popular y
contra la recuperada movilización, en un desarrollo sistemático de golpe de
estado legislativo. Por ejemplo, en marzo, a propuesta de Cambon se aprobaba
una ley que castigaba con pena de muerte a “cualquiera” que propusiera
cualquier medida sobre la ley agraria o sobre tasación de productos y bienes
territoriales, comerciales o industriales. Se condenaba como delito de opinión
el programa popular que había derrocado a la monarquía y había permitido la
elección de la Convención. El girondino Dumoriez, ministro de la Guerra y general
del ejército del norte negociaba en secreto con el enemigo, en marzo, el
aplastamiento militar de la revolución50. Quedaba claro hasta dónde era capaz
de ir esta facción en contra de la mayoría: hasta el aplastamiento de la
voluntad del soberano, hasta la estasis: hasta la guerra civil.
El 3 de abril Robespierre
lanzaba el llamamiento a la insurrección general revolucionaria del pueblo para
salvar la república.
El 10 de mayo, en el famoso
discurso precitado Robespierre proclama que en estado de cosas presente
promovido por el despotismo del gobierno, “hay reyes, curas, nobles, burgueses,
canalla, pero en absoluto pueblo, en absoluto hombres”. El análisis sociológico
se ha enriquecido: por un lado ”burgueses”, “comerciantes”, “negociantes”,
“abogados”, “ricos”; por el otro “simple trabajador” “artesano” “pobre”. El
tercer estado carece de unidad; la sociedad civil –la ciudad- está escindida. A
pesar de todo, no aparece en este texto incendiario la palabra “democracia”, si
no es de forma ambigua para definir el régimen que él propugna como igualmente
“alejado de las tempestades de la democracia absoluta” que “del despotismo
representativo”. Sin embargo, como siempre hacen los jacobinos robespierrianos,
se pronuncia por el poder popular asambleario, seccionario o comunal, exige que
se financie la participación política del pueblo en las asambleas pagando
salarios, medida democrática por excelencia, y declara que no existe otro
tribuno político del pueblo que el pueblo mismo.
El 30 de mayo estalla la
Revolución.
La democracia, proyecto
político del bloque social plebeyo
El 13 de julio del 93
Robespierre pronuncia el discurso de presentación de la ley de educación que
había redactado su amigo el diputado Michel Lepeletier, asesinado por el terror
blanco –el mismo 13 de julio era asesinado Marat-. En este texto, el concepto
de “Pueblo” de Robespierre ha variado: ahora significa ya “demos”, a la vez
poder soberano y explotados, a los que denomina también “proletarios”: “los
ciudadanos proletarios cuya única propiedad está en el trabajo...”. La ley sólo
contempla a los ciudadanos proletarios, de entre los que saldrán los
intelectuales: “A iniciativa de la institución pública, la agricultura y las
artes mecánicas van a atraer a la mayor parte de los alumnos, pues estas dos
clases constituyen casi la totalidad de la nación. Una muy pequeña porción,
pero elegida, será destinada al cultivo de las artes agradables y a los
estudios que versan sobre el espíritu”51.
El significado de todo esto
está claro: Robespierre y el movimiento popular aceptan el envite: reconocen
que no hay posibilidad de reconciliar los diversos intereses de la sociedad
civil; reconocen la estasis civil, la lucha social de clases: es decir, la
democracia. El proletariado estaba constituido por un bloque social que
abarcaba nueve décimas partes de la sociedad francesa.
Desde julio hasta septiembre
se desarrolla una situación de peligro extremo para la república y las masas
populares, que se zanja con el triunfo provisional del poder popular y que
lleva a la revolución del 4 y 5 de septiembre.
A principios del 94 parece
remitir el peligro, lo que hace creer próximo el fin de la revolución. El 5 ll
94, Robespierre pronuncia en el Comité de Salud Pública su célebre discurso
sobre la democracia52.
El discurso, de marcado
carácter teórico, recupera el acervo de la tradición clásica. Tres veces se
menciona la división tripartita de regímenes políticos: monarquía, aristocracia
–“nueva”- y democracia. Y en cuatro ocasiones se explaya con erudición y
conocimiento sobre los casos de Atenas, Esparta y Roma. La definición de
“patria” es, a mi juicio deudora del Discurso fúnebre de Pericles53. El debate
sobre los tres regímenes es desarrollado por Robespierre en un sentido nuevo:
sólo una democracia puede ser República, pues sólo en ella el interés público
está por encima del privado, y por eso democracia y república son términos
sinónimos. El fin de la democracia es la libertad y la igualdad. La esencia de
la democracia es la igualdad. Y el principio del gobierno democrático es el
mantenimiento de la igualdad, porque esto es lo que provoca la virtud o interés
por los asuntos públicos.
La democracia es la
república de la virtud, pues su principio es la igualdad, y esta igualdad es lo
que mueve a los ciudadanos a interesarse y priorizar el bien público, cosa sólo
posible en la democracia.
El pueblo es la única fuerza
capaz de instaurar y defender el régimen democrático en la sociedad civil.
Robespierre sigue insistiendo en la necesidad de proteger el carácter constitucional
del régimen, y de evitar que se convierta en un poder despótico, según la
preocupación ilustrada moderna: el pueblo no puede estar constantemente
reunido, como dice la tradición basándose en Aristóteles. Pero esto no es
ningún subterfugio para defender la politeia, la soberanía de una voluntad
general mixta, que se ha revelado imposible. Menos aún un expediente
fraudulento para garantizar el ejercicio del gobierno, en exclusiva, a los
poderosos. La democracia no defiende la igualdad entre los iguales, sino la
igualdad radical entre todos los ciudadanos. Y el carácter legal constitucional
de la democracia consagra la subsidiaridad radical del poder institucional
respecto del pueblo: ”La democracia es un estado donde el pueblo soberano,
guiado por leyes que son su obra, hace por sí mismo todo lo que puede hacer
bien y mediante sus delegados todo lo que no puede hacer él mismo”. El pueblo
ejerce el poder legislativo y el gobierno local.
La democracia no acepta la
independencia del poder político respecto del bloque social democrático que
dirige la sociedad civil: recoge la experiencia de la modernidad y no tolera el
despotismo, tal como lo analiza la modernidad.
En 1828 escribe el
revolucionario Ph. Buonarroti en su famosa protohistoria de la Revolución francesa:
“Democracia en Francia: lo que es. No hay que creer que los revolucionarios
franceses hayan atribuido a la democracia que ellos exigían el sentido que le
atribuían los antiguos. A nadie se le ocurría en Francia convocar al pueblo
entero a deliberar sobre los actos de gobierno. Para ellos la democracia es el
orden público en el que la igualdad y las buenas costumbres ponen al pueblo en
condición de ejercer útilmente el poder legislativo”54
Según esta lógica, pero
siguiendo el saber antiguo, Robespierre, que conoce muy bien la tradición
clásica, sabe que la democracia de Pericles diferencia entre legislación y
gobierno, y asume que también en la democracia jacobina el gobierno debe poseer
especiales cualidades. Así, todas las magistraturas deben ser desempeñadas por
individuos que estén en posesión de frónesis y de capacidad de comprender el
kairós: “la sabiduría del gobierno para consultar las circunstancias, para
aferrar los momentos, para elegir los medios...” Pero, para Robespierre, como
en el texto de Tucídides, estos méritos o virtudes están también en posesión
del pueblo.
El carácter constitucional
de la democracia francesa cuya novedad sobre la antigua es que llama “a todos
los hombres”, no olvida que la democracia es un régimen de lucha en que son los
pobres los que gobiernan. La democracia llama a todos, pero: “La protección
social no es debida más que a los ciudadanos pacíficos. No hay otros ciudadanos
de la república que los republicanos. Los realistas, los conspiradores no son
para ella más que extranjeros, o más bien, enemigos”. Por ello “Si la energía
del gobierno popular en la paz es la virtud, la energía del gobierno popular en
revolución es a la vez la virtud y el terror. El terror no es otra cosa que la
justicia pronta, severa, inflexible;...”. El terror, es decir, la guerra civil,
es inherente a la propia idea de democracia, porque la democracia tiene su
origen en la lucha social de clases, y en tanto que poder constituido sobre la
sociedad civil es el poder de los pobres contra los ricos.
Dice Robespierre: “Ella (el
terror) es menos un principio particular que una consecuencia del principio
general de la democracia aplicado a las más acuciantes necesidades de la
patria”. Recordemos que lo “particular” es propio de decisiones gubernativas,
lo “general” es propio del legislador soberano y por lo tanto inherente al
principio legislado. Si el legislador, el demos, proclama la democracia,
inherentemente proclama el terror.
Robespierre denomina terror,
no a la destrucción de la legalidad democrática vigente, sino a la defensa sin
cuartel de la propia legalidad agredida por el terror ajeno, obediente a su
propia legalidad. Tampoco es terror, en este sentido, el atentado
indiscriminado ejercido arbitrariamente contra desconocidos anónimos, con el
fin de sembrar el miedo, sino la persecución de los individuos responsables de
la destrucción del orden democrático. Es la coerción que acoraza la hegemonía.
No agotan estas breves notas
aquí redactadas el importante contenido y gran calado de ese discurso
fundamental para el republicanismo democrático, que debiera poseer un
reconocimiento análogo, para la contemporaneidad, al del discurso fúnebre de
Pericles para la antigüedad.
La difamación contra
Rodespierre
Ha aparecido en el texto la
palabra “Terror”. Llegados a este asunto, conviene extenderse sobre él, para
salir al paso de las calumniosas difamaciones que se vierten constantemente
contra Robespierre.
La difamación contra
Robespierre se desarrolla, fundamentalmente, en las dos últimas décadas del
siglo XlX, durante la Tercera República, y en el ambiente ideológico posterior
a la bárbara represión de la Comuna de París, cuando la reacción siente la
necesidad de desarrollar el embeleco contra Robespierre como medio para
combatir la democracia. La burda falsedad de estas acusaciones fue oportuna y
satisfactoriamente puesta en evidencia por los historiógrafos, de inmediato,
durante las dos últimas décadas siglo XlX, y a comienzos del siglo XX. En esta
tarea le cabe un mérito especial al gran historiógrafo Albert Mathiez. Nada
novedoso hay, por lo tanto, en la argumentación que sigue, como podrá apreciar
el lector que conozca la bibliografía clásica, que es, por cierto, un ejemplo
de rigor empírico y de exhaustividad.
Sin embargo, cada vez que un
intelectual reaccionario trata de arremeter contra el republicanismo
democrático o plebeyo, le basta con menear el espantajo urdido en torno a la
figura de Robespierre, para dar por cerrado el asunto, sin tener que hacer uso
de su ingenio al argüir en el debate contra la primera democracia contemporánea
que existió, ni aportar datos, ni tener que mostrar cuáles son sus fuentes y
sus conocimientos reales sobre la Revolución, según exige el protocolo
académico. Así el más lerdo hace escuela.
Desde luego el objetivo de
fondo al que se apunta sesgadamente satanizando a Robespierre es rechazar la
irrupción de los plebeyos en la sociedad civil y su pretensión de protagonizar
la vida política y construir un orden social. Por ello merece la pena hacer un
breve resumen del asunto para el lector que se aproxima al tema con ánimo de
conocer la verdad al respecto, pues la verdad existe y no es sólo cuestión de
“narrativa”.
La calumnia contra
Robespierre se resume en dos acusaciones: ser un dictador y ser un sanguinario.
Ambos reproches se cifran en la noción de Robespierre “terrorista” o padre de
“el Terror”. “El Terror” habría sido el instrumento utilizado por Robespierre
para conseguir elevarse al poder dictatorial, y el empleo del mismo promovido
por él habría sido la causa de asesinatos y atrocidades sin cuento. Comencemos
por salir al paso de la primera “imputación” de dictadura viendo en qué se
basan sus argumentos
Para ello, volvamos a
recordar, en primer lugar, en qué situación se proclama la patria en peligro, y
la necesidad de utilizar métodos expeditivos para salvar la revolución: “El
“Midi” de Francia sublevado, Bretaña y Normandía en rebelión, Lozere en poder
de los realistas, Toulon pidiendo a los ingleses, Lión armada contra París, la
Vendée en llamas, los austriacos en Mayence, el duque de York, señor de
Valenciennes, los conspiradores de dentro, cómplices de los enemigos del
exterior...”55
¿Cuáles fueron los objetivos
oficiales y reales, del Terror? Salir de esa situación de extremo peligro para
la Revolución; y como ese y no otro era su verdadero objetivo, y el Terror se
aplicó básicamente a ello, cinco meses después la situación había cambiado: “a
esa Francia revolucionaria que carecía de dinero, que carecía de pan, que
carecía de hierro, que carecía de pólvora, no le fue preciso más que cinco
meses para aplastar a los holandeses y a los ingleses en Hondschoote, para
poner en derrota a los austriacos en Wattignies, para rechazar a los
piamonteses, para frenar a los españoles, para volver a alcanzar las líneas de
Weissemburg, para liberar Landau, para reconquistar la Alsacia para poner la
coalición en situación desesperada para sofocar la sublevación de Lión, para
arrebatar Toulon a los ingleses, para dar cuenta de la Vendée”56.
Es necesario recordar que el
cometido del Terror no era destruir o trastornar el orden existente, es decir
el orden Revolucionario republicano democrático. Sino que, por el contrario, el
Terror fue un estado de excepción que pretendía preservar el orden
constitucional establecido. Por ello, durante el Terror se mantuvo el
funcionamiento regular del parlamento, y se preservaron las libertades
fundamentales: la libertad de expresión y reunión y demás libertades políticas,
comenzando por el derecho de reunión de los clubes políticos. Aún en situación
de peligro exterior extremo, no existió la censura previa, que ha sido una
práctica sin embargo frecuente para los estados durante los periodos de guerra.
Es obvio que estos datos elementales deberían formar parte del conocimiento
básico al tratar del Terror; sin embargo, el lector sabe de la sorpresa que le
ocasionan cuando los conoce, pues el Terror es presentado tácitamente como un
conjunto de expedientes para asentar un poder golpista, minoritario, que se
logra imponer por la fuerza contra la mayoría de la sociedad y contra el
régimen político mayoritario y legal.
Sólo pueden ser alcanzados
aquellos fines que son los que verdaderamente se proponen, más en
circunstancias desesperadas. Y los fines propuestos por el Terror no eran sino
la derrota de la reacción exterior y de sus ayudas internas, la defensa de la
legalidad democrático republicana. Ese era el cometido del Terror.
Como creo que demuestra este
texto, dadas las circunstancias, no se puede poner en duda la necesidad del
Terror, ni de la actuación del Comité de Salud Pública.
Pero ¿quién, si no
Robespierre, tomó la decisión, singular y por lo tanto autoritaria, de
proclamar el estado de excepción que denominamos Terror? Tampoco eso es cierto,
y también esa idea parte del prejuicio de considerar el Terror como uno de los
tantos golpes de estado que las derechas dan, y en los cuales es una cúpula
militar o cívico militar, restringida, con dinero y ayuda externa, la que
organiza el golpe contra la mayoría. Las medidas elaboradas a partir de octubre
son el cumplimiento de un mandato popular: “El 12 de agosto de 1793, los ocho
mil diputados de las asambleas primarias vinieron a decir a la Convención: “¡No
es momento para deliberaciones, hay que actuar! Exigimos que todos los
sospechosos sean puestos bajo arresto”. Al respecto Danton exclamó: “Los
diputados de las asambleas primarias acaban de ejercer entre nosotros la
iniciativa de el Terror”. El Terror no nació por lo tanto, en el cerebro de
algunos individuos, no fue obra de tales o cuales jacobinos...”57
Robespierre, en esto como en
las demás decisiones del pueblo, acató lealmente la voluntad popular. El Terror
es consecuencia de la democracia que se autogobierna y se autodefiende. La
intervención de los ocho mil diputados de las asambleas primarias confiere
sentido a la frase antes citada del discurso de 18 pluvioso del año ll que
subordina el Terror a la democracia, es decir a la opción política elegida por
las masas ante un momento de excepción: “Ella (el terror) es menos un principio
particular que una consecuencia del principio general de la democracia aplicado
a las más acuciantes necesidades de la patria”.
Hay que recordar también que
la propia intervención de las masas populares a través de sus representantes de
las asambleas primarias exigiendo a la Convención que adoptase medidas
resolutivas, no sólo es una intervención legítima, pues es el Soberano quien
decide dirigirse a sus delegados para darles una instrucción, sino que es
también una intervención legal, pues las leyes reconocían el derecho de
legislar a la ciudadanía, y los convencionales eran considerados, no
representantes, sino en palabra que gustaba mucho a Robespierre, “commettants”,
delegados mandatados.
La acusación de dictadura
que se lanza contra Robespierre implica la presunción de que él y su grupo
habían alcanzado tal preponderancia dentro de la estructura del poder
republicano, que estaban en condiciones de imponer su poder omnímodo, y que,
por lo tanto, nadie se atrevía a resistirse a ellos. ¿Cuál era la situación de
Robespierre y su grupo dentro de la estructura del poder republicano?:
“Robespierre estaba en minoría en el Comité de Salud Pública durante el tiempo
en el que se coloca su pretendida dictadura. El Comité de Seguridad General,
que tenía bajo su supervisión directa al Tribunal Revolucionario, le era casi
unánimemente hostil, e intrigaba abiertamente con sus enemigos. (.). ¡Singular
dictador, quien tenía contra él a los principales poderes del Estado!”58.
Ni control de los aparatos
de poder, ni influencia directa sobre las fuerzas armadas, ni mando sobre
cuerpo represivo alguno. Su fuerza le venía de su autoridad moral que poseía en
toda Francia ante la plebe, y de la devoción con la que la plebe armada de
París correspondía a la absoluta lealtad democrática de Robespierre a su
posicionamiento siempre en defensa, siempre orgánico, de las decisiones previas
del demos: “Él (Robespierre) no es fuerte sino por la ayuda de su execrable,
pero poderoso, pero irresistible ejército suburbial. La totalidad de la hez del
pueblo está con él”59.
La plebe armada le protegía.
Pero Robespierre no desempeñaba ningún cargo orgánico, ningún poder sobre las
milicias de la sansculotterie, ni sobre el municipio de París.
Es bien característica la
acusación que los enemigos que detuvieron ilegalmente a Robespierre y le
asesinaron hacían contra él. En el discurso comenzado por Saint Just el 9 de
termidor en defensa de Robespierre y del grupo en general, y que no le dejaron
pronunciar, él recoge la “denuncia” que se vierte contra Robespierre: “...se le
designa (a Robespierre) como tirano de la opinión. Es necesario que yo me
extienda sobre este asunto y arroje luz sobre un sofisma que tendería a hacer
proscribir el mérito. ¿Y qué derecho exclusivo tenéis vosotros sobre la opinión,
vosotros que encontráis un crimen en el arte de tocar las almas? ¿Encontráis
mal que se sea sensible? ¿Sois, pues, de la corte de Felipe, vosotros que
hacéis la guerra a la elocuencia? ¡Un tirano de la opinión! ¿Quién os impide
disputar la estima de la patria, a vosotros que encontráis malo que se la
cautive? No existe un sólo déspota en el mundo, a excepción de Richelieu, que
se haya ofendido por la celebridad de un escritor. ¿Hay un triunfo más
desinteresado? Catón hubiese expulsado de Roma al mal ciudadano que hubiese
denominado a la elocuencia, en la tribuna pública, el tirano de la opinión.
Nadie tiene derecho de estipular en su nombre; ella se da a la razón y su
imperio no es el poder de los gobernantes. La conciencia pública es la Ciudad
(“cité”: la república o polis); ella es la salvaguardia del ciudadano; todos
los que han sabido tocar la opinión han sido los enemigos de los tiranos ¿Era
Demóstenes un tirano? Desde ese punto de vista, su tiranía salvó durante largo
tiempo la libertad de Grecia. ¡Así, la mediocridad celosa querría conducir al
genio al cadalso! Por cierto, como el talento de orador que ejercéis aquí es un
talento de tiranía, pronto se os acusará de déspotas de la opinión. El derecho
a interesar a la opinión pública es un derecho natural, imprescriptible,
inalienable; y no veo otro usurpador sino entre quienes tenderían a oprimir
este derecho (.) Pero ¿qué hemos hecho nosotros de nuestra razón? Hoy se dice a
un miembro del soberano: Usted no tiene el derecho a ser persuasivo”60.
La defensa de Saint Just,
que se desarrolla invocando figuras señeras del republicanismo y la democracia
clásica define cuál es el motivo por el que se debía asesinar a Robespierre:
era el dirigente en quien se sentía reflejada la opinión pública plebeya. El uso
de la libertad de expresión, la “parresía”, que es una virtud democrática: he
aquí el verdadero “delito” de Robespierre. La paradoja sangrante es que
Robespierre fue asesinado en nombre de la defensa de la libertad por verdaderos
tiranos que lo condenaban a muerte por ejercer la libertad de expresión, y a
quienes aterrorizaba el ascendiente que poseía sobre la plebe61. Unas palabras
más al respecto.
Robespierre era el dirigente
en quien confiaban los trabajadores asalariados, los artesanos, los pequeños comerciantes
y buhoneros, los intelectuales pobres y las masas campesinas, es decir, la
plebe: el demos ¿Por qué motivo se sentía atraída la sansculotterie y el
campesinado pobre por el discurso de Robespierre? Ya en la época se dijo que
Robespierre había sido durante largo tiempo, por su acento regional, y su forma
torpe de hablar, el hazmerreír de la Constituyente. Algo ciertamente falso, que
desmienten sus textos, y que Mathiez en su momento rebatió cumplidamente,
aunque hoy se vuelva a repetir.
Robespierre se había formado
en París, en el mejor colegio de su época, el Luis el Grande, y, muy elogiado
por su profesor de retórica, fue, incluso, elegido como orador para recibir al
rey Luis XVl en una visita que el monarca hizo al centro, etc.62
Pero individuos con
formación humanística sólida como él hubo más en las filas de la Revolución. Y,
en todo caso, no es ésta la virtud que puede hacer atractivo para la plebe a un
político. Las masas plebeyas, democráticas, de la Revolución, autoorganizadas
en poder público, en permanente debate e intervención política y en permanente
aprendizaje mediante la experiencia, apreciaron en Robespierre que él, sí,
recogía sus experiencias, sus expectativas, que él, sí, aprendía con ellos, y
como ellos, que él defendía sus reclamaciones y exigencias en las
instituciones, y desarrollaba una actividad orgánica de los planteamientos de
las masas.
Precisamente ha de ser Louis
Blanc, que además de gran historiador de la Revolución francesa, fue un
revolucionario que participó activamente en la Revolución de 1848, quien defina
lo que caracteriza a Robespierre: Robespierre era un hombre representativo.
“Porque no es posible desempeñar un gran papel en la historia que a condición
de ser lo que denominaré con gusto un hombre representativo. La fuerza que los
individuos poderosos poseen, no la extraen de ellos mismos más que en muy
pequeña medida: la extraen, sobre todo del medio que los rodea. Su vida no es
sino una concentración de la vida colectiva en el seno de la cual se hallan
sumergidos. El impulso que imprimen a la sociedad es poca cosa en comparación
con el impulso que ellos reciben de la misma....”63
¿Qué es lo que hacía de
Robespierre un orador y un escritor tan persuasivo? Precisamente, y como hemos
visto, el recoger, y reelaborar intelectualmente, orgánicamente, las
aspiraciones de la plebe, el devolver a la plebe el discurso elaborado de sus
propios principios. El permitir que las masas, el demos, se viese reflejado a
sí mismo en el espejo de su discurso. Robespierre se dejaba impulsar por las
masas.
Robespierre no solo no fue
un dictador, sino que, por mucho que la derecha lo ha intentado, ha fracasado
en el intento de establecer una filiación intelectual entre el jacobinismo y la
verdadera dictadura, la única: la de Napoleón. Los robespierristas y los
jacobinos en general, fueron partidarios decididos del poder civil, y del
sometimiento del poder militar, y, como hemos visto, construyeron un poder
político sin burocracia cuyo funcionamiento exigía la permanente participación
del demos: la democracia. Robespierre temió siempre las aventuras bélicas de
los girondinos, pues consideraba que la guerra y el protagonismo del ejército
eran el medio por el cual la reacción podía someter al pueblo e instaurar sobre
él un poder de hierro. Nadie más encarnizadamente enemigo del protagonismo del
poder militar y de la burocracia que Robespierre.
Por el contrario, lo que sí
queda claro es que la verdadera dictadura, la que es promovida por el golpe de
estado de Brumario, mediante el cual Napoleón accede al poder tiránico,
instaura el liberalismo económico, organiza la persecución sin cuartel contra
los demócratas y comienza su devastadora cadena de guerras que asoló Europa,
hubiese sido imposible sin el golpe de Termidor y el asesinato de Robespierre y
su grupo. “Robespierre hubiese hecho imposible a Napoleón”64.
La idea de que Robespierre y
su proyecto hubiesen hecho imposible el Imperio se encuentra documentada,
incluso, en los escritos de personas que participaron de forma protagonista en
el golpe de Termidor: “Destacamos que los mismos termidorianos, desde Chambón
hasta Barras, pasando por Barrére, deploraron amargamente, en tiempos del Imperio
y de la Restauración, la pesada falta que habían cometido, al derribar, con
Robespierre, la República honrada, la República verdadera”65 .
Robespierre no sólo no fue
un dictador, sino que fue el defensor de la libertad y de la democracia: fue
uno de los que con más ahínco trabajó en la redacción de la Constitución.
Defendió reiteradamente, con firmeza inconmovible, en sus discursos y con su
acción política, la libertad de prensa, de conciencia y de cultos. El 21 de
noviembre de 1793 se enfrentará abierta y públicamente contra el grupo que
había lanzado la campaña de la descristianización. Precisamente fue él quien
instauró el culto al ser supremo, el 8 de junio “que era un ensayo feliz para
reconciliar a los creyentes con la República”66. Defendió la democracia y fue
el instrumento de la plebe, por eso había de morir.
La segunda acusación que se
vierte sobre Robespierre es la de ser un individuo sanguinario, que provocó la
persecución y la muerte de muchas personas, desde el Comité de Salud Pública, en
el que participaba, aprovechando el Terror.
Vuelvo a recordar cuáles
eran las características del Comité de Salud Pública: el Comité era una
comisión de la Convención, es decir, del parlamento, cuya misión era el control
de los actos de gobierno: “El Comité de Salud Pública, formado por diputados
renovados cada mes, por la Convención, tenía encomendado a su cargo el derecho
de vigilancia del legislativo sobre el ejecutivo. ¿Cuáles son las funciones de
Comité de Salud Pública? Asiste a las reuniones del Consejo Ejecutivo
provisional, puede adoptar decisiones de urgencia, y suspender las decisiones
del consejo ejecutivos, si es necesario; puede igualmente extender órdenes de
detención contra los agentes del ejecutivo; debe rendir cuentas de todos sus
actos ante la Convención”67 .
Desde la fundación del
Comité, en octubre de 1793, el número de casos juzgados fue, aproximadamente,
de 5000. El número de sentencias de muerte dictadas en vida de Robespierre
fueron, en cifras redondas, unas 2.500. Este es el número verdadero de
ejecuciones sobre las que el Comité, y por extensión, en principio, Robespierre
tiene responsabilidad. Pero volveré sobre el asunto.
Robespierre aceptó la
legislación de excepción propuesta por Danton, con la fundación del Tribunal
revolucionario, en marzo de 1793, después de las derrotas de Bélgica y el
descubrimiento de la traición de Dumouriez. Hasta entonces, Robespierre se
había opuesto a la adopción de medidas de excepción, con la salvedad de la
fundación de un tribunal extraordinario, en el que no quiso desempeñar papel
activo, después del 10 de agosto de 1792, en el momento de la caída de la
realeza y de la invasión prusiana. Este tribunal desapareció casi de inmediato,
con la reunión de la Convención.
Anteriormente, Robespierre,
se había pronunciado, en su momento, infructuosamente, contra la pena de
muerte, durante los debates parlamentarios que trataron del asunto durante la
Legislativa.
Cuando en enero de 1793 su amigo el representante Michel Lepeletier fue asesinado, evitó que la Convención movida por la indignación, votase la pena de muerte contra todo aquel que encubriera al asesino.
En agosto de 1793 se
producía la movilización de los diputados de las asambleas primarias ante la
situación de extremo peligro. Robespierre pedía el 25 de agosto la
reorganización del Tribunal revolucionario para que actuara con mayor
celeridad. A partir de esas fechas, se elabora la legislación que denominamos
Terror.
Robespierre entendía el
Terror como un medio expeditivo y provisional para salvar la Revolución y la
República. A su vez creía que el nuevo orden social y político demo republicano
sería el medio que permitiría la introducción de cambios en la sociedad y
posibilitaría el desarrollo de una humanidad mejor. El perfeccionamiento de la sociedad
y el mundo nuevo serían consecuencia de la vigencia de las instituciones
republicanas, no del Terror; por ello mismo, el estado de excepción debía
restringirse en su aplicación a la salvación de la República. Robespierre nunca
concibió el Terror como un medio de radicalización o sobre revolución del
proceso revolucionario; por el contrario, Robespierre se enfrentó a quienes
pretendían esto, como veremos después. Sin embargo, esta es otra de las ideas
que se sugieren indirectamente.
Robespierre pensaba que
había que actuar con toda firmeza contra los jefes de la traición, pero
consideraba que había que ser indulgente, generoso y aún piadoso con las
comparsas, y aún más con las personas que habían sido llevadas a la sedición
mediante confusión y engaño, o con quienes, por prejuicios o por intoxicación
ideológica se mantenían en contra de la revolución. En octubre de 1793
Robespierre se opuso y frenó la propuesta de pena de muerte, lanzada en la
Convención contra setenta y tres diputados girondinos, aprovechando el momento.
“Sus cartas numerosas (de los diputados girondinos), que existen todavía,
aportan a favor de la humanidad del Incorruptible el testimonio más
irrecusable. El ruin Durand de Maillane mismo no ha podido dejar de reconocer
en sus Memorias que su víctima (Robespierre) “había protegido siempre el lado
derecho de los golpes con los que le amenazaba la Montaña”68
Cuando los Cordeliers
trataron de sobre revolucionar, mediante la violencia, el proceso democrático,
Robespierre no dudó en reprimir los excesos de éstos; aún así se esforzó, como
en el caso de los girondinos, por limitar la represión al mínimo, y salvó la
vida de Pache, Hanriot y Boulanger .
Salvó a los signatarios de
las peticiones realistas de “los 8.000” y de “los 20.000”, para quienes se
había pedido la pena de muerte, y trató de salvar, infructuosamente, a la
hermana del rey, a título de simple ejemplo, y entre otros muchos casos
documentados. “Es a Robespierre a quien se dirigen todas las víctimas del
terror que buscan protección y apoyo”69
Robespierre estuvo en activo
en el Comité de Salud Pública desde el comienzo de su existencia hasta el 15 de
mesidor, seis semanas antes del golpe de Termidor. Como indiqué antes, el
tribunal había firmado hasta Termidor unas 2.500 sentencias de muerte. De
ellas, 1.200 se habían firmado durante los primeros quince meses de existencia
del tribunal, y las otras 1.286 en las últimas seis semanas anteriores al 9 de
termidor, periodo en el que, curiosamente, Robespierre había dejado de asistir.
“El girondino Saladin, que protestó contra esta leyenda (la leyenda de un
Robespierre culpable de la cantidad de sentencias de muerte) interesada puesta
en circulación por los termidorianos ha hecho destacar que “durante los 45 días
que han precedido a la retirada de Robespierre del Comité de Salud Pública, el
número de víctimas era de 577, y que en los 45 días siguientes que la han
seguido, hasta el 9 termidor, el número es de 1.286”70.
La propia retirada de
Robespierre del Comité se debe a los reproches y acusaciones lanzados contra él
por el hecho de haber salvado de una probable condena a muerte a una pobre loca
visionaria, Catherine Théot.
La leyenda de que
Robespierre fue un carnicero es tanto más chocante cuanto que Robespierre fue
acusado de “moderantismo” por los terroristas que lo derribaban y asesinaban en
9 Termidor: “lo que se le imputa, por el contrario, es haber protegido a
antiguos nobles, haber hecho destituir a los más fogosos de los Comités
revolucionarios de París, de haber defendido a Camile Desmoulins, y de haber
tratado de salvar a Danton”71.
Como dice Mathiez,
Robespierre representó en el Terror la mesura, la indulgencia y la honestidad
¿Cómo llegó a producirse la
situación que permitió el golpe de Termidor? Durante el invierno y la primavera
de 1.794, Robespierre comenzó a recibir información, a través de su hermano
menor y de otros inspectores destacados en el interior del país, de que
determinados comisarios de la revolución habían aprovechado el Terror para
enriquecerse o para cometer actos de extrema crueldad, a menudo con el objeto
de imponer a la Revolución una línea decidida por ellos, muy en concreto las
campañas ordenadas para imponer la descristianización: eran los “procónsules”.
Robespierre hizo llamar a todos los procónsules corrompidos, cinco o seis
personas –Fouchet y Tallien entre ellas- con el fin de terminar con la
situación.
Fueron estos quienes,
atemorizados, se adelantaron y precipitaron Termidor, aprovechando que entre
los sectores de la izquierda se juzgaba peyorativamente a Robespierre por su
actitud moderada sobre la represión y por su negativa a permitir la campaña de
descristianización. Además, Robespierre era mal visto por las tres cuartas
partes de los diputados convencionales, que se sentían forzados a adoptar el
programa económico que las masas imponían a sus delegados y que Robespierre
encarnaba entre ellos. “Desde hacía cerca de dos años, las tres cuartas partes
(por lo menos) de los convencionales esperaban que apareciese el medio de
cerrar, si es posible, para siempre, ese paréntesis odioso abierto el 10 de
agosto en la vida política y social”72
“El 9 termidor no fue hecho
por hombres que querían detener el Terror, sino, por el contrario, por hombres
que habían abusado del Terror, y que querían prolongarlo en su provecho, para
ponerse al abrigo”73.
Del 10 al 12 de termidor
–del 27 al 29 de julio- fueron ejecutados, sin proceso, los 105 robespierristas
declarados fuera de la ley por la Convención.
El Comité Salud Pública no
fue suprimido a la muerte de Robespierre. Siguió desempeñando sus funciones
hasta el golpe de estado constitucional de 1.795, con el que la burguesía
liberal acabó definitivamente con la democracia, utilizando para ello el
ejército. Entonces se le suprimió para sustituirlo... ¡por un Tribunal Militar!
Además y como complemento, en ese preciso momento se creaba, por primera vez en
la historia, una nueva institución que, con el correr de los tiempos, iba a
hacer fortuna y a tener mucho futuro: la Policía del Estado, organización que,
a fines de 1.795, quedaría institucionalizada mediante la formación del
Ministerio de la policía general 74 -ah, esos pacíficos liberales...-.
Una vez muerto Robespierre
su recuerdo siguió vivo entre la plebe en general: en el demos. Se convirtió en
el símbolo de la Democracia. Así, en febrero de 1.796, Babeuf escribía: “El
robespierrismo se encuentra en toda la república, en toda la clase juiciosa y
clarividente, y naturalmente en todo el pueblo. La razón es simple, el
robespierrismo es la democracia, y estas dos palabras son perfectamente
idénticas. Por lo tanto, realzando el robespierrismo puedes estar seguro de
realzar la democracia”75
En resumen: durante la
Revolución francesa, los jacobinos, unidos al movimiento popular, habían sido
capaces de analizar cuál era el peligro de la nueva era: habían analizado la
nueva anatomía social emergente, en la que se enfrentaban dos grupos sociales
con intereses en conflicto, uno de los cuales, cada vez más rico, defendía la
desigualdad; habían localizado la fuente de la nueva desigualdad en el nuevo
sistema económico y habían experimentado que este producía en la sociedad civil
una ruptura sin soluciones.
La ciudad estaba dividida
sin paliativos por el despotismo de la facción poderosa que estaba resuelta a todo.
No se podía establecer un poder soberano sobre la sociedad civil formado por
una mayoría, sin abrir antes la lucha por el control del poder político y por
la erradicación del sistema económico que daba fuerza a los adversarios. El
soberano no podía ser mixto. Era el descubrimiento del secreto de la
contemporaneidad. El movimiento que luchaba por la instauración de un poder tal
era el movimiento democrático jacobino; la sociedad instaurada, la república
democrática. El pueblo no podía confiar a nadie la lucha por este objetivo; la
soberanía comenzaba cuando el pueblo se hacía soberano y responsable de la
propia lucha que realizaría a costa suya. Terminaba cuando el pueblo instauraba
su soberanía legal sobre la sociedad civil.
Al identificar la nueva situación
histórica y desarrollar desde el legado político clásico, el nuevo proyecto
político democrático a la altura de las nuevas exigencias, los jacobinos
entraban en el futuro. Ocupaban la contemporaneidad porque la habían
comprendido; la constituían. Su proyecto político estaba en condiciones de
“mantener las promesas de la filosofía”: la felicidad y la libertad del ser
humano. Pasaban a ser, en adelante perenne objeto de satanización, y perpetua
fuente de inspiración, de ejemplo y entusiasmo: prueba de la estasis de la
contemporaneidad.
Notas:
1 Para un resumen de los
acontecimientos con los que comienza el bicentenario, y de los debates que se
abrieron desde el principio con toda crudeza, ver la revista Raison Présente,
(1989), segundo trimestre, nº 91. Este número dedica su cuerpo central al
asunto que nos ocupa.
2 Edmund Burke escribió
ya a comienzos de la Revolución francesa, en 1790, el primer panfleto
antijacobino de la historia. Ver: Burke, Edmund (1978): Reflexiones sobre la
Revolución francesa, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales. Años antes
Burke había defendido las libertades de los americanos en su lucha contra la
metrópoli, pero esto es sólo una aparente contradicción. También desde antiguo,
había escrito en contra de Rousseau (Una justificación de la sociedad natural,
1757). Es decir, era un autor que sabía que en Francia había condiciones para
que las cosas evolucionaran de forma muy diversa a la americana. El panfleto en
cuestión sobre la Revolución tiene el mérito de presentar la tópica contra
revolucionaria que luego desarrollarían los demás autores antidemócratas.
3 Furet François (1985)
Penser la Révolution française, París, Ed. Gallimard, Col. Folio. Un análisis
de la estrategia de Furet: Sledziewski Elisabeth G., (1989) “La estrategie-Furet”,
Raison Présente, 1989, segundo trimestre, nº 91, pp 17 a 22.
4 Una de las últimas
defensas explícitas de esta tesis, expuesta de forma escueta, y por tanto, muy
clara, la podemos encontrar en el prólogo que George Lefbvre escribe al texto de
Ph. Buonarroti. Ver: Buonarroti Philipe, (1957) La conspiratión pour l´egalité,
dite de Babeuf, París, Eds. Sociales, pág. 8. Como sabemos, la obra había sido
publicada por primera vez en 1828 por Buonarroti, quien había participado en la
Revolución, siendo joven; por tanto, había conocido directamente los
acontecimientos que narra. George Lefebrve no duda en desautorizarle: “Su
veneración por el Incorruptible es tal que induce al lector a imaginar que los
robespierristas fueron comunistas “avant la lettre”. Pocas líneas antes, en la
misma página, ha escrito: “Sin embargo, en los enfrentamientos con los contra
revolucionarios aliados con el extranjero, una parte de la burguesía,
Montagnards y jacobinos, recurrieron a los sans culottes para apoderarse del poder,
de manera que la política del gobierno revolucionario que formaron respondió en
una cierta medida a los deseos de sus aliados”. Y al final de la página le pone
nombre a este tipo de alianza, cayendo en flagrante anacronismo: “ no sin
repugnancia, estos comunistas –los babuvistas- se avinieron a la reconstitución
del frente popular” . Lefebvre se atreve a contradecir la opinión de quien
vivió aquellos acontecimientos. Pero el sostenimiento de la hipótesis de la
Revolución francesa como revolución burguesa contradice los descubrimientos
resultantes de las propias investigaciones de Lefbvre sobre la revolución
campesina. Sin embargo él aceptaba someterlos al lecho de Procusto de esa
extraña consigna mantenida, en principio, por los partidos social demócratas, y
luego por los comunistas, que consistía en considerar que la Revolución debía
haber sido “burguesa”. La explicación de ello es clara: antes de la existencia
de la clase obrera industrial, del partido guía de la misma y de la obra de
Marx y Engels, no era posible que nadie hubiese tratado de emancipar a la
humanidad; en esta la reelaboración laica de la Parusía se basaba toda la
interpretación. Pero Marx y Engels habían sido, en la realidad, dos herederos
de la tradición republicanista clásica, y continuadores directos del legado
democrático jacobino, al que habían accedido al organizarse en el seno de las
asociaciones de la clase obrera. Porque, precisamente, el jacobinismo fue la
teoría política que permitió la constitución o construcción de los explotados
como clase o agente político. Debemos a E. P Thompson la investigación
historiográfica en profundidad del asunto en su monumental obra. Ver: Thompson.
Edward P., La formación de la clase obrera e Inglaterra, (1989) Barcelona, Ed.
Crítica, 2 vols –ver el índice analítico “jacobinismo inglés”-. Pero también
los clásicos habían tenido conciencia de esto, y escribieron sobre el asunto.
Por ejemplo, Engels lo desarrolla en el artículo que escribe desde Londres, en
1846, para Rheinische Jahrbücher, con ocasión de celebrarse la instauración de
la república francesa, el 22 de septiembre de 1792, artículo en el que además,
resume las intervenciones de los dirigentes obreros de la “democ soc” Ver:
Engels, Federico, La fiesta de las naciones en Londres, en Federico Engels
(1978) La situación de la clase obrera en Inglaterra y otros escritos,
Barcelona, Ed. Crítica, OME, nº 6, pp 563 a 576. Del mismo autor, se puede
consultar también, en el mismo volumen el capítulo de La situación de la clase
obrera en Inglaterra titulado “Movimientos Obreros”, desde el subapartado “El
cartismo” hasta el final, pp. 477 a 489. Muchos decenios después, tanto el Marx
autor de la Crítica al programa de Gotha , de 1875, como el Engels escritor de
la Crítica del proyecto de programa socialdemócrata de Erfurt de 1891 se
mantendrían atenidos a la misma tesitura democrático jacobina. Ver: Marx,
Carlos, (1971) Crítica al programa de Gotha, Madrid, Ricardo Aguilera editor.
Engels, Federico, Crítica del proyecto de programa socialdemócrata de Erfurt,
en Carlos Marx y Federico Engels, (1974) Obras Escogidas, Moscú, Ed. Progreso,
Vol 3, pp. 450 a 461. Para el análisis de la apropiación de la herencia
republicanista democrática jacobina por parte de los trabajadores franceses del
siglo XlX que se constituyen en “democ soc.” ver Sewel, W. H. (1992) Trabajo y
revolución en Francia, el lenguaje del movimiento obrero desde el Antiguo
régimen hasta 1848, Madrid, Ed. Taurus. Y también, Maillard Alain (1999) La
communauté des égaux , París Éds. Kimé. De haber conocido Marx y Engels cómo
llegaban a ser interpretadas, por parte de la socialdemocracia y de la
KOMINTERN, sus propias ideas, desgajándolas de la tradición democrático
republicana, hubiesen quedado despavoridos.
5 Mathiez Albert, (1935),
La Revolución francesa, Madrid, Ed. Labor, tres tomos. Obra soberbia, en la que
sintetiza muchos decenios de investigaciones. También ver: Mathiez Albert,
(1927), Autour de Robespierre, Paris, Ed. Payot. Mathiez Albert, (1958) Etudes
sur Robespierre, París, Editions Sociales. Mathiez Albert (1930) Girondins et
montagnards Paris, Librairie de Paris, Firmin-Didot et Cie. A. Mathiez, además
de ser un historiador de un talento rayano en lo genial, es uno de los últimos
intelectuales conscientemente republicano democratista, que defiende la
recuperación y aplicación en la práctica política de las teorías y prácticas
jacobino robespierrianas. Estas posiciones políticas eran ya marginales a fines
del siglo XlX, tras la instauración de la Tercera República Francesa, y fueron
barridas por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Al igual que
Mathiez, otro gran intelectual, hijo de la universidad centroeuropea anterior a
la Primera Guerra Mundial, Arthur Rosenberg, abrazaría conscientemente esta
tradición como proyecto político, a consecuencia de una radicalización política
personal ante las repercusiones del estallido de la Primera Guerra Mundial;
también esta fue otra evolución personal claramente extemporánea, por
desgracia. De este autor ver Rosenberg, Arthur (1981) Democracia y socialismo.
Historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937), México,
Cuadernos de Pasado y Presente. Hay otra edición anterior, de 1966, Buenos
Aires, Ed. Claridad.
6 George Rudé fue un
historiador dedicado a la historia social enfocada “desde abajo”. Investigó
sobre la multitud, o “menu peuple”, del siglo XVlll, tanto en Francia como en
Inglaterra y sobre el de la Revolución francesa. Indagó sobre su cultura, sus
intereses y su capacidad de lucha. Al igual que los de E. P. Thompson, sus
trabajos son una síntesis inextricable del método de trabajo del historiador
social y del antropólogo de la cultura. De este autor ver, entre otras obras:
Rudé George, (1978) La multitud en la historia, Madrid, Ed siglo XXl. Rudé
George, (1978) Protesta popular y revolución en el siglo XVlll, Barcelona, Ed.
Ariel. Rudé George, (1981) Revuelta popular y conciencia de clase, Barcelona,
Ed. Crítica. Rudé George (2000) El rostro de la multitud, Valencia, Ed. Centro
Tomás y Valiente UNED.
Sobre E. P. Thompson,
cabe decir que es uno de los más eximios historiógrafos del siglo XX. Comparte
el enfoque con Rudé. Su trabajo es prueba de que la historiografía
empíricamente más rigurosa, para ser potente, requiere del desarrollo de un
poderoso aparato heurístico y conceptual. Fue el creador del concepto “economía
moral de la multitud”, que pone de relieve la densidad cultural del
comportamiento de los populares del siglo XVlll. Ver: Thompson Edward P. (1979)
Tradición, revuelta y consciencia de clase, Barcelona, Ed. Crítica. Thompson
Edward P., (1989) La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, Ed.
Crítica, 2 tomos. Thompson Edward P. Costumbres en común, (1995) Barcelona, Ed.
Crítica. Thompson Edward P.(1988) William Morris, de romántico a revolucionario,
Valencia, Edicions Alfons el Magnanim. Para un estudio de conjunto de la
escuela historiográfica británica surgida en torno a la revista Past and
Present, de historiografía política, discípulos de Maurice Dobb, a saber,
Rodney Hilton, Christopher Hill, E. P. Thompsom y Erick Hobsbawm, ver Kaye,
Harvey,(1989) Los historiadores marxistas británicos, Zaragoza, Ed. Universidad
de Zaragoza.
7 G. Lefebvre descubrió
la autonomía y la fuerza del movimiento revolucionario protagonizado por el
campesinado; la rapidez de comunicaciones y de respuesta movilizatoria que el
tejido campesino poseía. Lefebvre, George, (1986) El gran pánico de 1789
Barcelona, Ed. Paidós. Albert Soboul estudió el movimiento popular
revolucionario urbano de la sanscuolotterie; Soboul, Albert (1979) Les sans
culottes, mouvement populaire et gouvernement révolutionaire (1793- 1794),
Paris, Éditions du Seuil. Hay trad. esp. (1989) Madrid, Ed. Alianza. Ver
También su compilación de artículos (1983) Comprender la Revolución francesa,
Barcelona, Ed. Crítica.
8 Florence Gauthier es,
sin lugar a dudas, uno de los mejores historiadores actuales. Heredera de la
tradición francesa de estudios sobre la revolución, aúna los trabajos de A.
Mathiez, de A. Aulard y de Lefebvre y Soboul. Además, conocedora de los
estudios de E. P. Thompson, se ha inspirado en la obra de éste, al igual que
algunos otros historiadores franceses de su generación. Ver Gauthier, Florence
De Mably à Robespierre. De la critique de l´economique à la critique du
politique, en Florence Gauthier y Guy-Robert Ikni eds. (1988) La guerre du blé
au XVlll siècle, París, Les éditions de la Passion, pp. 111 a 145 Otro libro de
gran importancia, de la misma autora es Gauthier, Florence,(1992) Triomphe et
mort du droit naturel en Révolution, 1789, 1795, 1802, Paris, PUF. Ver también:
Gauthier, Florence, (1996) “Critique du concept de “révolution bourgeoise”
appliqué aux révolutions des droits de l´homme e du citoyen du siècle XVlll”,
Actuel Marx, segundo semestre, nº 20, 1996.
9 Brunel, Françoise,
(1989) Thermidor, la chute de Robespierre, Bruxelles, Eds. Complexe.
10 Labica George, (1990),
Robespierre. Une politique de la philosophie, Paris, PUF.
11 Guillemin, Henri,
(1987) Robespierre, politique et mystique, Paris, Ed. Seuil. Ver, también,
Guillemin, Henri (1996), Silence aux pauvres! Évreux, Ed. Arléa.
12 El desarrollo de una
“economía moral de la multitud” también en Francia ha sido estudiado por Bouton
Cynthia A. L´”Économie moral” et la guerre des farines de 1775, en Florence
Gauthier y Gui-Robert Ikni eds. (1988) pp. 93 a 103; por Gauthier Florence, De
Mably a Robespierre, en Florence Gauthier y Gui-Robert Ikni eds. (1988) pp. 111
a 144, y por Ikni Gui-Robert y Gauthier Florence, Le mouvement paysan en
Picardi e: meneurs, pratiques, maturation et signification historique d´un
programe (1775-1794) en Florence Gauthier y Gui-Robert Ikni eds. (1988), pp.
187 a 204.
13 Para los orígenes y la
historia del estado, que surge como producto histórico de la aristocracia
feudal, en la península, a consecuencia de la política desarrollada por
Fernando el Católico, tras la unión de Castilla y Aragón, ver: Anderson Perry,
(1979) El Estado absolutista, Madrid, Ed. Siglo XXl. También Strayer John,
(1969) Los orígenes medievales del estado moderno, Barcelona, Ed Ariel.
14 El prestigioso
medievalista Rodney Hilton rechaza de plano, incluso, que la propia economía
medieval fuera una economía “natural” y no mercantil; ver Hilton Rodney,
Capitalismo. ¿qué hay tras esa palabra? en Rodney Hilton ed. (1977), La transición
del feudalismo al capitalismo, Barcelona, Ed. Crítica, pág. 205.
15 Para todo lo dicho,
ver Kriedte Peter, (1989) Feudalismo tardío y capital mercantil, Barcelona, Ed.
Crítica, en especial, pp. 135 a 148.
16 Para estas
afirmaciones y las que siguen a continuación sobre la economía moral y sobre
sus prácticas de lucha: Thompson, E. P. , 1979, 1989, 1995
De G. Rudé ver: 1978,
1978b, 1981. Y de Florence Gauthier et al.: 1989.
17 id. Marx, Carlos,
(1975) El Capital, Madrid, Ed. Siglo XXl, Tomo 1, Cap. XXlV, vol 3, pp. 891 a
955.
18 Sobre el carácter
eminentemente político de la categoría “moeurs” ver Benrekassa Georges,(1995)
Le langage des lumières, concepts et savoir de la langue, Paris, PUF, capítulo
2: “Moeurs comme “concept politique” 1680-1820”, donde se destaca su
adscripción al lenguaje de lo público.
19 La acción
reivindicativa, o la actividad política de lucha, reformista o revolucionaria,
en buena teoría praxeológica, no pueden ser resultado de la miseria, del
aplastamiento sumo y, en definitiva, de la postración –la impotencia:
adynaton-, las cuales sólo pueden acarrear la resignación impotente. Sino del
control sobre la propia vida y sobre la propia comunidad social: sobre la
propia actividad -al menos, “dynameis”, en potencia- . Las hipótesis
miserabilistas que explican la rebelión o la revolución como resultado
espasmódico y “espontáneo” de las necesidades primarias humanas, son algo
disparatado: no es la “barriga” lo que genera un proyecto político alternativo,
sino la experiencia intelectual de poder: el control, percibido por el sentido
común, sobre la actividad real, y el uso de la inteligencia y de la
deliberación públicas a partir de esas experiencias, de las pautas culturales
conocidas –valores compartidos y formas de actividad- y del uso de la
imaginación sobre las posibilidades existentes de éxito y de las alternativas
sociales verosímiles. E. P. Thompson ha insistido reiteradamente sobre esto.
Puede encontrarse nuevamente esta argumentación en Thompson E. P.(1995).
Aprovecho para señalar que el análisis social que hace Mathiez en sus trabajos
sobre La vida cara durante la Revolución, que resume en Mathiez Albert, (1935),
se compadecen extraordinariamente bien con los desarrollados por E. P.
Thompson, y por Rudé, y con las hipótesis heurísticas de éstos.
20 Para estas opiniones y
para las que viene a continuación: Mathiez Albert, (1935). Gauthier Florence
(1996).
21 Gauthier Florence
(1996), pp. 56 a 64. Nos encontramos ante lo que ha sido “el secreto mejor
guardado” de la Revolución: el terror blanco con el que se inicia. Sin embargo
se documenta con gran facilidad: actas de debate de la Constituyente, leyes
publicadas, etc.
22 Gauthier Florence,
(1989), pág. 124
23 Robespierre, Sur
l´organisation des gardes nationales, 18 de diciembre de 1790, en Yannick Bosc,
Florence Gauthier y Sophie Wahnich eds. (2000) Pour le bonheur et pour la
liberté, discours, París, Ed. La fabrique-éditions, pp. 43- 72.
24 Robespierre, (2000)
Sur le marc d´argent pp. 72-93.
25 Robespierre, (2000)
Sur les subsistences et le droit a l´existence, pp. 179-190
26 Robespierre, (2000)
Projet de Declaration des droits del´homme et du citoyen, pp. 228-238.
27 Robespierre, (2000)
Sur la constitution, pp 239-258
28 Robespierre, (2000)
Sur les principes de morale politique qui doivent guider la Convention
nationale dans l´administration interieure de la République, pp. 286-312.
29 Rousseau, J.J (1973)
El contrato Social, Madrid, Ed. Aguilar, pp. 99, 100. Y otros múltiples pasos.
El subrayado de la cita es nuestro.
30 Robespierre (2000) Sur
la constitution, pp 239-258
31 Sain Just, Rapport sur
le gouvernement révolutionaire jusqu´à la paix en Alain Liénard ed. (1976)
Théorie politique, París, Ed. Seuil, pp. 231 a 246.
32 Godechot, Jacques
Ed.(1994) Les Constitutions de la France depuis 1789, París, Flammarion. En
concreto, la Constitución jacobina pp. 69-92
33 Jacques Godechot, Ed.
(1994) pp. 83-84
34 Jacques Godechot, Ed.
(1994) pág. 87
35 Jacques Godechot, Ed.
(1994) pág. 85
36 Jacques Godechot, Ed.
(1994) pág. 65
37 Jacques Godechot, Ed.
(1994) pág. 66
38 Gauthier, Florence
(1992) pp, 112 a 124
39 Saint Just, (1976),
pág. 234. Esta es una tan sólo de las prácticas sediciosas sobre las cuales
informa Saint Just . El saqueo de las arcas públicas a manos de los
funcionarios y otra miríada de delitos es enumerada por Saint Just en el
informe. La grafía carolingia del “et” latino es la usada por Saint Just en su
texto para escribir el “et” francés.
40 Déclaration des droits
de l´homme et le citoyen. 24 juin 1793, en Jacques Godechot Ed. (1994) pág. 83
41 Robespierre, (2000)
Sur la constitution pág. 249
42 Saint Just, (1976)
Discours sur la Constiution et essai de Constitution, chapitre ll, art. 6, pág.
200
43 Saint Just (1976) pág.
88
44 P. e., en Rousseau
J.J., (1973), el Libro Tres, Caps. lV y XVlll, y también en otros lugares. Cito
un paso del Cap. lV: “No es bueno que el que hace las leyes las ejecute, ni que
el cuerpo del pueblo desvíe su atención de las cosas generales para ponerlas en
las particulares. Nada más peligroso que la influencia de los intereses
privados en los asuntos públicos, y el abuso de las leyes por el gobierno es un
mal menor que la corrupción del legislador...” pp. 69 y 70. Como se ve,
Rousseau no pretende colar bajo mano la idea de que el ejecutivo debe estar en
manos de los “aristoi”, como le hubiese gustado a Aristóteles, sino poner los
mayores impedimentos posibles al único mal político irremediable: la corrupción
del soberano.
45 Aristóteles (1970)
Política, 1279b, Madrid, Ed. Centro de Estudios políticos y constitucionales,
Bilingüe pág. 81.
46 Aristóteles (1985)
Ética Nicomáquea , Madrid, Ed. Centro de Estudios Constitucionales, Bilingüe.
Todo el libro Vlll, pp. 122 a 140. Cicerón, M. T. (1999) De Amicitia, Madrid,
Ed. Gredos. Idea reiterada a lo largo de todo el texto.
47 Robespierre, (2000)
Sur l´organisation des gardes nationales, pp. 43 a 71. En concreto, el paso
final: pág. 57
48 Robespierre, Primière
lettre ouverte à ses commettants, en Guillemin, Henri (1987) pág. 153.
49 Robespierre, (2000)
Sur les subsistences et le droit à l´existence, pp 179 a 190.
50Ver: Gauthier, Florence
(1995), pág. 98
51 Robespierre, Sur le
plan d´education de Michel Lepeletier, en Claude Mazauric ed. (1989)
Robespierre, París, Ed. Messidor/ Éditions Sociales, pp. 265 y 266.
52 Robespierre(2000) Sur
les principes de morale politique qui doivent guider la Convention nationale
dans l´administration intérieure de la république, pp. 286 a 311.
53 Tucídides (1954)
Història de la guerra del Peloponès, Barcelona, Ed. Bernat Metge, bilingüe
griego catalán, Libro 2, 34-46, Vol. 2, pp. 30 a 38.
54 Buonarroti Philipe,
(1957) Conspiration pour l´egalité, dite de Babeuf, París, Éditions Sociales,
pág. 38
55Blanc Louis, (s/f)
Leettre sur la terreur, París, Obsidianne, L´impossible terreur, pp. 5, 6.
WWW// gallica.bnf.fr
56Blanc Louis (s/f) pág.
7
57 Blanc Louis (s/f) pág.
6
58 Mathiez Albert
Robespierre terroriste, en Albert Mathiez (1958) Etudes sur Robespierre
(1758-1794), París, Eds. Sociales, pág. 90.
59 Guillemin Henri (1996)
pág. 114
60 Saint Just Discours
commencé par Saint Just, en Albert Soboul ed. (1989) Saint Just, discours et
rapports París Messidor/ Eds Sociales pp. 214 y 215
61 “poniendo arteramente
en movimiento la envidia, a la que excita el mérito, proclamaron los homenajes
voluntarios rendidos a la virtud, como los caracteres de una insoportable tiranía,
y consiguieron, con la ayuda de calumnias por completo absurdas, asesinar, el 9
termidor del año ll a los diputados a quienes el pueblo francés debía la mayor
parte de los progresos que había conseguido con la conquista de sus derechos”
Buonarroti Philipe (1957) pp. 52, 53
62 Mathiez Albert (1958)
pág. 40
63 Blanc Louis (s/f) pág.
14
64 Blanc Louis (s/f) pág.
8
65 Mathiez Albert (1958)
pág. 20
66 Mathiez Albert (1958)
pág. 87
67 Gauthier Florence
(1992) pág. 117
68 Mathiez Albert (1958)
pág. 69
69 Matiez Albert (1958)
pág. 87
70 Matiez Albert (1958)
pág. 88
71 Mathiez Albert (1958)
pág. 88
72 Guillemin Henri (1996)
pág. 111
73 Mathiez, Albert (1958)
pág. 90
74 authier Florence
(1996) pág. 252
75Babeuf, Au citoyen
Joseph Bodson, en Claude Mazauric ed. (1988) Babeuf, París, Ed. Messidor
Editions Sociales, pág. 287
Fuente : http://www.espai-marx.net/espai_marx/documentos/articulos/9067/ficheros/LA_REPUBLICA_DE_LA_VIRTUD.pdf
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