Acerca de la
institucionalización y la crisis del espacio público. Arendt, Habermas,
Castoriadis, Agamben,Frazer,…….
Por Javier Benyo (FCS-UBA),Jimena Durán Prieto
(FADU-UBA), (*)
1. Introducción
La crisis del espacio
público es una certeza entre los más variados teóricos sociales de los últimos
cincuenta años. A grandes rasgos, los autores coinciden en que esta crisis
consiste en la pérdida de una capacidad crítica que, incubada históricamente en
el espacio público, se halla en vías de extinción ya sea por obra de una colonización
de lo público por parte de lo estatal, o de la intromisión de intereses
mercantiles distorsivos de la escena comunicativa entre pares.
Dejando al margen las
diferentes definiciones que dan del espacio público y de las causas a las que
atribuyen su crisis, suele haber en los estudiosos de esta problemática un
tinte nostálgico acerca de un pasado que es retratado en una perspectiva
idílica. Ya sea la polis griega en el caso de Arendt, la publicidad burguesa de
mediados del siglo XVIII en Habermas, o las formas de sociabilidad en el
dominio público durante el Antiguo Régimen para Sennett, el aparato teórico
crítico severo con las formas contemporáneas que adopta la esfera pública
tiende a disolverse ando se posa sobre estos objetos. Se acepta, entonces, como
válida la versión que los propios protagonistas dan de aquellas instituciones.
Los motivos que producen la crisis varían de autor en autor.
Para Arendt, la relevancia social adquirida por la esfera privada es el factor determinante de un borramiento de los límites claros entre privado y público, en tanto que Habermas denomina “refeudalización de la esfera pública” al proceso por el cual, debido en gran medida a la entrada de las masas en el proscenio político, las formas medievales de la notoriedad son reintroducidas en el ámbito de la publicidad. Sennett por su parte, sostiene que “la creencia de que los significados sociales son generados por los sentimientos de los seres humanos individuales” (Sennett, 1978: 419) terminó por convertir a la experiencia de estar en público en algo de índole personal y pasiva.
Para Arendt, la relevancia social adquirida por la esfera privada es el factor determinante de un borramiento de los límites claros entre privado y público, en tanto que Habermas denomina “refeudalización de la esfera pública” al proceso por el cual, debido en gran medida a la entrada de las masas en el proscenio político, las formas medievales de la notoriedad son reintroducidas en el ámbito de la publicidad. Sennett por su parte, sostiene que “la creencia de que los significados sociales son generados por los sentimientos de los seres humanos individuales” (Sennett, 1978: 419) terminó por convertir a la experiencia de estar en público en algo de índole personal y pasiva.
Nora Rabotnikof enumera
algunos diagnósticos acerca de la crisis del espacio público, los cuales
coinciden en mencionar una condición sumamente relevante a la hora de evaluar
este proceso: el poder adquirido por los medios de comunicación de masas
erosionan la capacidad argumentativa en el marco de un discurso racional. Esto
tendría como consecuencia un desapego a la legalidad del estado de derecho en
beneficio de una “democracia nuevo tipo, democracia de la opinión pública,
caprichosa, oportunista, anárquica, y protopopulista” (Rabotnikof,
1997:71).Esta extendida certidumbre respecto de la crisis actual del espacio
público servirá como punto de partido para nuestro trabajo. Sin embargo,
intentaremos prestar atención a un aspecto que es descripto por varios de los
autores mencionados, pero sobre el cual no parece haberse sacado las
conclusiones suficientes. Nuestro análisis se centrará en la
institucionalización del espacio público y el rol que ésta pudo haber tenido en
el debilitamiento de la capacidad crítica, movilizada por la opinión pública.
2. Lo social ¿origen del
espacio público u origen de su crisis? (Arendt y Habermas)
Jurgen Habermas |
La esfera privada, poseía,
sin embargo, aspectoS positivoS. Arendt enumera alguno de ellos. La propiedad
en la que residía lo privado era el índice de que se poseía un sitio concreto
en este mundo, lo cual permitía, en primera instancia, participar de la polis.
“Carecer de un lugar privado propio (como era el caso del esclavo) significaba
dejar de ser humano”, sostiene Arendt (2007: 70). Si los griegos respetaban la
propiedad no se debía a que la concibieran de modo similar al del liberalismo
moderno, sino a que ésta era la condición sine qua non de la ciudadanía. La
seguridad económica que proporcionaba la posesión de una propiedad era el signo
de que uno se hallaba al margen de las urgencias provenientes del mundo de la
necesidad, y por lo tanto “su poseedor no tendría que dedicarse a buscar los
medios uso y consumo y quedaba libre para la actitud pública” (Arendt, 2007:
72). La propiedad era, entonces, el requisito necesario para acceder a la polis
y no quedar enclaustrado al interior de las normas que regulaban la vida
doméstica. Un segundo aspecto positivo que Arendt encuentra en loprivado es la
posibilidad que brinda la esfera privada de escapar a las miradas públicas. Una
vida constantemente expuesta a la visión del otro corría el riesgo de volverse
superficial. Esnuevamente la propiedad, en tanto ámbito resguardado del poder
de la polis, la única capaz de “garantizar la oscuridad de lo que requiere
permanecer oculto a la luz de la publicidad” (Arendt, 2007: 73).
En contraste con la esfera
privada, lo público era considerado como el sitio en donde predominaba la
libertad. El problema de la libertad en Arendt se relaciona por un lado con la
violencia, estado que es definido como una instancia pre-política, y por otro
lado, con la igualdad, la cual se reconoce como instancia política. En la
instancia pre-política, se da como necesaria la relación del derecho del hombre
de ejercer la violencia por sobre otros hombres para “liberarse de la necesidad
para la libertad del mundo” (2007:44) y en la instancia política se diferencia
la polis de la familia (oikos), por el hecho de que la primera sólo conocía “iguales”
o “pares”, que presuponía la existencia de desiguales, que constituían la
mayoría de la población. Por eso la segunda, el oikos, sólo conocía la estricta
desigualdad, de la cual ni siquiera el cabeza de familia quedaba eximida. Éste
tenía que salir de la esfera del oikos para entrar en la esfera de la política
y ser libre. “Ser libre significaba no estar sometido a la necesidad de la vida
ni bajo el mando de alguien y no mandar sobre nadie, es decir, ni gobernar ni
ser gobernado” (Arendt, 2007:44 el destacado es del original).La esfera pública
era de una índole absolutamente distinta a lo privado. La política, regida por
la isonomía, hacía que todos cuantos participaban en la polis (los homoioi, los
iguales) tuvieran derecho a decidir sobre las cuestiones comunes de la ciudad.
Si la esfera privada se basaba en la más estricta desigualdad, en el dominio de
oikos déspota, la esfera pública era presidida por la igualdad de aquellos que
ni gobernaban, ni eran gobernados. La polis era e llugar en cual era posible
ejercer el modo de ser propiamente distintivo del hombre, el bios politikos. La
acción, la praxis que permitía escapar a la actividad meramente reproductiva
del oikos, sólo era factible de desarrollarse en la esfera pública. Allí, el
discurso reemplazó a la violencia como forma de persuasión. Al ser el bios
politikos aquello que distinguía lo humano de lo animal, su modo de aparición
en la polis debía también ser algo que fuera privativo del hombre, el discurso
y la acción. Pero para que la polis pudiera persistir, para que la acción y el
discurso pudieran ser la base de la toma de decisiones, debía permanecer
restringido el número de homoioi: “un gran número de personas, apiñadas,
desarrolla una inclinación casi irresistiblehacia el despotismo, sea el de una
persona o de una mayoría” (Arendt, 2007: 53). El carácter público de la polis
remite tanto a un espacio estructurado por el máximo grado de visibilidad delos
acontecimientos, como con la pertenencia común de sus sucesos y objetos. La
esfera pública crea un mundo común que, en un mismo movimiento, une y separa a
los hombres. La polis relaciona a los hombres pero también los ubica, les
otorga un lugar específico. Lo común consistía también en un proyecto que
trascendía la existencia mortal de los hombres que constituían la polis en un
momento dado. Para poder sobrevivir a finitud de la vida humana, lo común y lo
público se necesitan mutuamente. Una esfera pública que trascienda los hombres que
le dan vida en la actualidad requiere que lo común sea público y lo público sea
común.
En la modernidad, para Arendt, la división entre público y privado se difumina por la intromisión de lo social. La política, en este contexto, no es más que una mera función de la sociedad en la que pasa a existir como profesión específica. Con el ascenso de la sociedad “e l conjunto doméstico” se convierte en una preocupación colectiva. “[…] la sociedad devoró a la unidad familiar hasta que se convirtió en su total sustituta” (Arendt, 2007: 87).
En la modernidad, para Arendt, la división entre público y privado se difumina por la intromisión de lo social. La política, en este contexto, no es más que una mera función de la sociedad en la que pasa a existir como profesión específica. Con el ascenso de la sociedad “e l conjunto doméstico” se convierte en una preocupación colectiva. “[…] la sociedad devoró a la unidad familiar hasta que se convirtió en su total sustituta” (Arendt, 2007: 87).
La Edad
Moderna instaura la emergencia de un nuevo espacio que trastocará los límites
de ambas esferas. Lo social aparece como un efecto de la presencia pública de
las actividades económicas hasta entonces relegadas a la esfera privada. Según
la tesis de Arendt: “La emergencia de la sociedad –el auge de la administración
doméstica, sus actividades, problemas y planes organizativos– desde el oscuro
interior del hogar a la luz de la esfera pública, no sólo borró la antigua
línea fronteriza entre lo privado y lo político, sino que también cambió casi
más allá de lo reconocible el significado de las dos palabras” (Arendt, 2007:
48). Si en la antigüedad, las actividades que servían para satisfacer las
necesidades vitales tenían vedado el acceso a la esfera pública, en la Edad
Moderna, su aparición pública es de rigor desde el momento de la emergencia de
una esfera social en las que “los intereses privados tienen significado
público” (Arendt, 2007: 46). Giorgio Agamben recuerda que los griegos
distinguían dos formas de referirse a la vida. La zõé que expresaba el modo de
vivir que era propio de todos los seres vivos y el bíos que se refería a lo
específicamente humano. Como ha sido señalado, la simple vida natural se
desarrollaba en terreno del oikos, en tanto que la existencia específicamente
humana tenía lugar en el ámbito de lo político. Agamben señala que el ingreso
de la zõé a la esfera de la polis –es decir aquello que Arendt describe como un
proceso en el que “las actividades relacionadas con la pura supervivencia se
permiten aparecer en público” (Arendt, 2007: 57)– es un acontecimiento político
decisivo de la modernidad que tiene como resultado “una transformación radical
de las categorías filosófico-políticas del pensamiento griego” (Agamben, 2002:
12).Para Arendt, buena parte de los males de que adolecen las sociedades actuales
tiene su raíz en la aparición de lo social.
El principal efecto de la toma de relevancia pública de los asuntos privados ha sido el conformismo. Por medio de este proceso, la acción, excluida desde 6siempre del ámbito de lo privado, ahora se ausenta también de la esfera pública. El modo de comportamiento de los hombres se reduce a la conducta normalizada, que excluye toda posibilidad de una “acción espontánea o logro sobresaliente” (Arendt, 2007: 51). La sociedad de masas, producto de la emergencia de la esfera social, somete a todos los integrantes de una sociedad a un mismo parámetro de comportamiento. La igualdad moderna se reduce a la idéntica conducta ajustada a los requerimientos de la sociedad. La unanimidad que alcanzan los modelos de conducta relegan a quienes no observan las normas al lugar del asocial. De esta manera, en el imperio de lo social todo cuestionamiento se encuentra imposibilitado desde el vamos. Al obtener la zõé el derecho a una vida pública, al cobrar relevancia política el carácter biológico común de la especie humana, surge, en el reinado del animal social, un conformismo que sólo tiene en cuenta un interés y una opinión (Arendt, 2007: 56).
El principal efecto de la toma de relevancia pública de los asuntos privados ha sido el conformismo. Por medio de este proceso, la acción, excluida desde 6siempre del ámbito de lo privado, ahora se ausenta también de la esfera pública. El modo de comportamiento de los hombres se reduce a la conducta normalizada, que excluye toda posibilidad de una “acción espontánea o logro sobresaliente” (Arendt, 2007: 51). La sociedad de masas, producto de la emergencia de la esfera social, somete a todos los integrantes de una sociedad a un mismo parámetro de comportamiento. La igualdad moderna se reduce a la idéntica conducta ajustada a los requerimientos de la sociedad. La unanimidad que alcanzan los modelos de conducta relegan a quienes no observan las normas al lugar del asocial. De esta manera, en el imperio de lo social todo cuestionamiento se encuentra imposibilitado desde el vamos. Al obtener la zõé el derecho a una vida pública, al cobrar relevancia política el carácter biológico común de la especie humana, surge, en el reinado del animal social, un conformismo que sólo tiene en cuenta un interés y una opinión (Arendt, 2007: 56).
La admisión del trabajo en la esfera pública, principal
síntoma del advenimiento de una esfera social, ha trastornado la actividad
creativa de la polis, haciéndola mutar en una monótona repetición carente de
espacio para la crítica. La transformación de la comunidad en una sociedad de
trabajadores, contrarrestó toda tendencia hacia la emancipación existente en la
esfera pública, en beneficio de una existencia en la que toda actividad está
centrada en las necesidades para conservar la vida.
Giorgio Agambem |
Así como en una primera instancia ,hacia fin la Edad
Media, sociedad y Estado se separan; con el ingreso a la Modernidad, en el o de
la sociedad, la esfera de la reproducción social se escinde de la esfera
familiar. Esta división va a permitir que las personas privadas se conciban a
sí mismas como independientes de aquello que sucede en la dimensión económica
de la esfera privada. Desde el momento en que la publicidad burguesa pugna con
el poder político por el establecimiento de normas que garanticen la seguridad
del tráfico mercantil, la esfera social contribuye al desarrollo de una
publicidad política. La producción económica, tradicionalmente relegada al
espacio doméstico, al adquirir un interés público genera una zona de contacto
entre la actividad privada y el régimen administrativo del poder público que se
“convierte en zona „crítica‟ también en sentido de que reclama la crítica de un
público raciocinante” (Habermas, 1997: 62). Esta crítica emanada de la
publicidad política tendrá como resultado un creciente cuestionamiento de los
ámbitos cuya interpretación hasta entonces recaía exclusivamente en la
autoridad. Esta publicidad política era heredera de la esfera pública
literaria, en tanto que aplicaba sobre objetos hasta entonces vedados (la
religión o la autoridad estatal) el raciocinio ejercitado en la discusión
literaria en los salones (Chartier, 1995: 181).
Desde el punto de vista de Chartier, la relevancia pública de las actividades económicas no sólo no produce la decadencia de la capacidad crítica del público sino que, por el contrario, la crítica cobra un ímpetu que tiene como efecto una “politización de lo privado” (Chartier, 1995: 49), impensable dentro del esquema clásico de la relación oikos-polis.Tanto Chartier como Habermas, vinculan la emergencia de lo social con un aspecto positivo de la modernidad: la reactivación de la crítica social sobre el ejercicio del poder. Un resultado de este fenómeno es la proliferación de periódicos y clubes de discusión política cuyas reglas resultan premonitorias de las que regirán las instituciones de la democracia burguesa. Lejos de significar una decadencia de los valores clásicos, como suponía Arendt, con la aparición de los social en la modernidad se puede observar una reactivación del principio de la isonomía sumergido en el ostracismo político durante siglos enteros..
Desde el punto de vista de Chartier, la relevancia pública de las actividades económicas no sólo no produce la decadencia de la capacidad crítica del público sino que, por el contrario, la crítica cobra un ímpetu que tiene como efecto una “politización de lo privado” (Chartier, 1995: 49), impensable dentro del esquema clásico de la relación oikos-polis.Tanto Chartier como Habermas, vinculan la emergencia de lo social con un aspecto positivo de la modernidad: la reactivación de la crítica social sobre el ejercicio del poder. Un resultado de este fenómeno es la proliferación de periódicos y clubes de discusión política cuyas reglas resultan premonitorias de las que regirán las instituciones de la democracia burguesa. Lejos de significar una decadencia de los valores clásicos, como suponía Arendt, con la aparición de los social en la modernidad se puede observar una reactivación del principio de la isonomía sumergido en el ostracismo político durante siglos enteros..
3.- La polis griega revisitada: la
perspectiva de Cornelius Castoriadis.
La perspectiva de Cornelius
Castoriadis es útil para pensar el modo en que pudo haberse producido esta
politización de lo privado. Castoriadis parte de una premisa básica: para poder
existir toda sociedad tiene que instituir un mundo de sentido del cual pueda
servirse para orientarse, para organizarse y para plantear qué es valido y que
no lo es, qué es posible y que no. De esta manera, la sociedad “instaura las
condiciones y las orientaciones comunes de lo factible y de lo representable,
gracias a lo cual se mantiene unida [...] la multitud indefinida y
esencialmente abierta de individuos actos objetos funciones, instituciones
[...] que es una sociedad” (Castoriadis, 1993: 327).
Cornelius Castoriadis |
No por ello lo simbólico es
puro imaginario, sino que este último aparece “inextricablementetejido” al
elemento que representa a lo “real-racional” sin el que es imposible pensar o
actuar el símbolo. Para la existencia de la institución es necesario, entonces,
un entrecruzamiento entre lo imaginario (fuente de significaciones), lo
simbólico (que le permite a sociedad reunirse) y lo funcional (que le permite a
la sociedad sobrevivir). Es por ello que “la institución” es “una red
simbólica, socialmente sancionada, en la que se combinan, en proporción y
relación variables, un componente funcional y un componente imaginario”
(Castoriadis, 1989: 227-228).El modelo dinámico de institución propuesto por
Castoriadis toma en cuenta no sólo lo instituido sino que también pone en
relieve la existencia de la instancia instituyente, en la cual se crean
significaciones imaginarias sociales e instituciones. De acuerdo al filósofo,
lo instituido no se opone a lo instituyente como “un producto muerto a una
actividad que le ha dado existencia; sino que representa la fijeza/estabilidad
relativa y transitoria de las formas/figuras instituidas” (Castoriadis, 1993:
330). En la erosión permanente de lo instituido por lo instituyente se forja la
autoalteración de la sociedad, que no es explícita, sino que está oculta para
la propia sociedad por la alienación instituida; alienación que consiste en un
modo de relación con las instituciones en las que estas aparecen autonomizadas
de la propia sociedad. En su aspecto social, la alienación, la heteronomía, se
encarga de ubicar los fundamentos de las instituciones en alguna fuente extra
social. Los héroes, los dioses, los padres fundadores, la naturaleza y, más
recientemente, las leyes de la historia, han servido históricamente para ocultar
la institución de la sociedad por la sociedad misma. Todo el pensamiento
heredado ha fallado en la elucidación acerca de la inexistencia de otro
fundamento para las instituciones que no sea la sociedad misma.
Los pocos que
han alcanzado a vislumbrar esto –Castoriadis destaca a Aristóteles, Kant y
Freud– han vuelto sobre sus pasos para ocultar su involuntario descubrimiento
(Castoriadis, 1994). Es por ello que “una parte esencial del pensamiento
heredado no es otra cosa que racionalización de esta heteronomía de la
sociedad” (Castoriadis, 1993: 332). La gran contribución de Castoriadis ha sido
su labor de elucidación de la fuente de toda significación; fuente que no es
otra que el propio colectivo anónimo a través de la instancia del imaginario
social instituyente. Desde allí, surge un flujo constante de figuras, formas e
imágenes que son una creación esencialmente indeterminada. En trabajos
posteriores a la disolución en 1965 del grupo Socialismo o Barbarie del cual
fue un activo animador, Castoriadis desarrolla su teoría del primer sustrato
natural de las instituciones. Retomando la noción freudiana de apoyo, admite
que “el hecho natural da existencia a topes o limitaciones a 10la institución
de la sociedad; pero la consideración de esas limitaciones no proporciona más
que trivialidades” (Castoriadis, 1993: 109). La institución de la sociedad no
es un reflejo del primer estrato, ni lo reproduce, ni está en modo alguno
determinado por él. Encuentra allí su apoyo, una serie de condiciones, de
limitaciones y obstáculos. El primer estrato debe ser, sopena de muerte,
recibido obligatoriamente por la institución de la sociedad, pero puede
efectuar con él una recuperación arbitraria. Es por esta razón que idénticas
“condiciones naturales” han podido dar existencia una enorme diversidad de
sociedades.
Para Castoriadis el objetivo
de todo proyecto revolucionario debe apuntar no sólo a la creación de nuevas
instituciones sino también a instaurar una relación entre lo instituido y lo
instituyente que haga explícita la existencia de esta última instancia. A esta
nueva relación, sele da el nombre de autonomía: un hacer explícito, lúcido y
reflexivo de las leyes de un colectivo anónimo por el colectivo mismo. Tanto
las sociedades autónomas como las heterónomas son un producto de la
autoinstitución imaginaria de instituciones por parte de un colectivo anónimo.
Aquello que las diferencia es que la autonomía es un modo de ser de la sociedad
en la que ésta asume que es ella misma quien producen las normas que la rigen,
ypuede, por ello, cuestionarlas en todo momento; la heteronomía, en cambio, al
ubicar la ley en una fuente extrasocial, impide la interrogación respecto de
las propias instituciones. El primer atisbo de autonomía aparece en la
antigüedad griega con el surgimiento de la política y la filosofía, y por
segunda vez, a fines de la Edad Media en Europa Occidental con la aparición de
los movimientos democráticos.Al referirse a las instituciones de la antigua
Grecia, Castoriadis distingue tres esferas en lugar de la dos en las que, según
la tradición teórica inaugurada por Arendt, se dividía la sociedad helénica. Al
restringir el análisis a las esferas al oikos y la polis, de acuerdo a
Castoriadis, se pierde vista el hecho de que realidad la articulación entre lo
público y lo privado era más compleja en Grecia. Desde la perspectiva
castoriadiana, existían las esferas del oikos, la ecclesia, y el agora
(Castoriadis, 1998). La primera es el espacio denominado “privado/privado”; el
sitio de la privacidad del ciudadano. Sin embargo, esta intangibilidad no es
absoluta. Toda sociedad autónoma, debe respetar la “intangibilidad” del oikos
en tanto y en cuanto, no se violen en el hogar las leyes penales. Las normas
surgidas de la ecclesia, ponen límites a aquello que es factible de realizar
dentro de la esfera privada (Castoriadis, 1998: 89). El ejercicio del poder de
los padres sobre los hijos o de los cónyuges entre sí, por ejemplo, viene
definido por las leyes sancionadas por la ecclesia. Esta esfera es el espacio
de lo público/público, el sitio en el que se delibera y decide acerca de los
temas y obras que conciernen a la toda la colectividad y a los que el
colectivo humano no quiere, ni debe, dejar en manos de la iniciativa privada.
El núcleo del proyecto democrático está constituido por el constante devenir
público del espacio público/público; es decir, que se rige por la creciente
participación de los ciudadanos. Según Rabotnikof, lo público ha sido asociado
habitualmente a tres sentidos: “lo general y común, lo visible y manifiesto, y
lo abierto y accesible” (Rabotnikof, 1997: 21). La ecclesia, en tanto “cuerpo
soberano operante” (Castoriadis, 1995: 117) de una sociedad autónoma debe
cumplir con estos requisitos en el mayor grado posible. El agora, por su parte,
es la esfera en donde los individuos se encuentran y agrupan, no para tratar
sólo asuntos políticos, sino para “entregarse a las actividades e intercambios
que les plazca” (Castoriadis, 1998: 91). Entre estas actividades se encuentran
los intercambios económicos. Este mercado, sin embargo, nada tiene que ver con
el mercado capitalista, puesto que “donde hay capitalismo no puede haber
mercado”. (Castoriadis, 1998: 92). Por ese motivo, el establecimiento que
relaciones libres dentro del agora en un sociedad autónoma, requerirá la
autogestión productiva a cargo de los propios productores como modo de
garantizar la democracia en el terreno económico.
Castoriadis sostiene que es
posible encontrar en toda sociedad rastros de estas tres esferas. El rasgo
distintivo es el modo en que cada una de ellas articula estas esferas. La
polis, entonces,no es el espacio público, sino el modo global de la institución
de la sociedad griega, en el cual la forma en que se estructura la relación
entre el oikos, el agora, y la ecclesia hace posible por primera vez en la
historia la explicitación de la autoinstitución de la sociedad. En
contraposición a este modelo en el cual las esferas poseen un alto grado de
independencia, laaparición del Estado implicó un devenir privado de la esfera
pública/pública. Esta tendencia es un rasgo que emparenta a las monarquías
absolutistas, los despotismos orientales y las “oligarquías liberales
contemporáneas” que convierten a “los asuntos públicos en los negocios privados
de los diversos grupos y clanes que se reparten el poder efectivo”
(Castoriadis, 1998:84). Ante la privatización del espacio de la ecclesia cabe
preguntarse en qué medida este fenómeno no puede ser considerado un efecto de
aquello que Arendt describía como el incremento de la relevancia pública de las
actividades del oikos.
Varios motivos nos llevan a
pensar que la perspectiva de Castoriadis no es asimilable a la de Arendt. La
principal diferencia se puede encontrar en el hecho de que, para Arendt, hay
necesidades naturales cuya existencia determina las funciones de lo público y
lo privado. Se deduce de ello, que hay un lugar donde el hombre actúa de
acuerdo a las leyes de la naturaleza, donde actúa para satisfacer su necesidad
natural, biológica, y otro lugar donde buscaría 12satisfacer sus necesidades
superiores. Castoriadis, en cambio, no considera que el espacio privado por el
hecho de ser el sitio en que se produce la satisfacción de una necesidad deba
ser por ello obligatoriamente un lugar en el que prime la desigualdad. Aquello
que proviene del primer estrato natural, es decir, lo que es necesario para
conservar y reproducir la vida biológica humana, el mínimo de calorías que debe
consumir un cuerpo o la cantidad de líquido que debe tomar, el hecho de que un
bebé deba estar al cuidado de alguien mayor para que pueda sobrevivir; todos
estos hechos no determinan en modo alguno las formas que la sociedad va a crear
para satisfacerlos. En realidad, al carecer el hombre de un mundo que le venga
dado por la naturaleza, no hay, como pretende Arendt, “necesidades naturales”
que lo determinen.
Toda necesidad, tanto las
“superiores” como las “inferiores”, son igualmente instituidas de manera
social, reasumiendo, mediante una creación indeterminada del imaginario social
instituyente, los datos del primer estrato natural. Si el oikos tiene
determinadas características en una sociedad dada, no se debe a que adecua a
una función puesta al servicio de una necesidad natural invariante, sino a que
ha sido estructurada de esa manera desde una instancia de decisión política. En
definitiva, si la política es posible, es gracias a que el orden social no
tiene más fundamento que la pura contingencia (Rancière, 2007: 30).
Al no haber una esencia del
oikos, puede suceder que surja un acontecimiento que cuestione el modo en que
se ha estructurado históricamente la relación entre la esfera privada y la
pública. La huelga, por ejemplo, supone un desplazamiento que hace que el
“lugar privado de trabajo se plantee como perteneciente al dominio de una
visibilidad pública” (Rancière, 2007: 58). Permaneciendo fieles al pie de la
letra que sostenía que los hombres son iguales ante la ley, los participantes
del movimiento obrero decimonónico redefinieron los límites de lo público,
haciendo ingresar en ellos la “cuestión social”. La emergencia de una
subjetividad política comienza a cuestionar el hecho de que la maternidad o el
trabajo pertenezcan exclusivamente al orden de lo privado, y si, al ser en
realidad una función pública, no implican además una capacidad política. Para
la politización de la esfera privada, no basta con el hecho de que en ella se
ejerzan relaciones de poder. Es necesario, también, la puesta en marcha de un
“litigio” acerca de la capacidad política de una parte de la población que es
excluida de la participación en lo público y cuya exclusión es negada por
quienes ejercen la dominación. La carencia de una estructura determinada, por
lo tanto invariante del oikos, su carácter contingente, permite comprender
porqué es posible un proceso inverso al que describe Arendt: la politización de
lo que había permanecido encerrado al interior de lo privado. En la medida en que
el proyecto de autonomía se expande, todo cuanto lo contradice, ya sea que se
produzca al interior del oikos, la ecclesia o el agora, tiende a ser puesto en
cuestión.
4. La institucionalización
de la esfera pública y el nacimiento de la representación política
Con la intención de alejarse
de las posturas catastrofistas para comprender el sentido de las mutaciones que
ha sufrido en las últimas décadas la esfera pública, algunos autores han
desplazado el eje del análisis desde la relación privado-público a la brecha
que separa al Estado y la sociedad. Un punto de vista como este habilita la
posibilidad de pensar la acción política como algo que excede la actividad de
una elite o de organizaciones dedicadas específicamente al trabajo político, y,
que en cambio, puede residir en la creación de un colectivo anónimo. Dentro del
esquema teórico que prioriza la separación del Estado y la sociedad, el espacio
público “es por definición instituyente de relaciones políticas, pero sus
relaciones con lo político instituido son relaciones no determinadas” (Caletti,
2006: 92). Tomando en cuenta esta definición es posible establecer una
discusión entre los analistas; discusión que se puede resumir en la siguiente
pregunta: la institucionalización, ¿beneficia la capacidad instituyente del
espacio público o va en detrimento de ésta?
Nancy Fraser |
De esta manera, la institucionalización de la esfera pública en un poder
legislativo, consiguió que la crítica ética a la política alcanzara su mayor
plenitud (Rabotnikof, 1997: 48). En las democracias modernas, el Estado
comienza a funcionar según el modelo liberal de la esfera pública, garantizando
no sólo la autonomía a la esfera privada, sino también la subordinación del
poder político a las necesidades de ésta.
En este escenario, la crítica
relación entre Estado ysociedad se vislumbra en la tensión que supone que el
Estado sea quien proclame la legalidad de una publicidad políticamente activa,
como instancia orgánica que asegure la conexión entre la ley y la opinión
pública. En tanto la vigencia de los postulados de la economía política según
los cuales todos los hombres poseían iguales condiciones para obtener, mediante
el talento o la fortuna, el status de propietario cuyo interés privado
coincidía con el interés general, el modelo liberal de acceso a la publicidad
gozaba de credibilidad: “Si cualquiera, como parecía ocurrir, tenía la
posibilidad de convertirse en un „burgués‟, entonces podían tener acceso a la
publicidad políticamente activa exclusivamente los burgueses sin que ello
desmereciera su principio” (Habermas, 1997: 122). Para Habermas, que la esfera
pública haya excluido de hecho a una porción significativa de la población, no
es una razón suficiente para considerar los principios de la publicidad
burguesa como parte de un discurso ideológico. Al fundarse sobre la pretensión
de una accesibilidad sin las barreras excluyentes de las prerrogativas de
nacimiento, la esfera pública genera las condiciones para que sus defecciones
respecto de este principio (la necesidad de poseer propiedad para ingresar en
ella) puedan ser criticadas a partir de la reivindicación de los postulados que
ella misma contribuyó a instaurar, pero a los que también relegó al nivel de
promesas incumplidas. Aquí es donde Habermas encuentra un elemento
contradictorio en la institucionalización de la esfera pública. Si bien la
publicidad burguesa debía crear las condiciones de un Estado de derecho,
también burgués, que al limitar la dominación del poder político sobre la
sociedad aumentaría la autonomía de los sujetos; la 15institucionalización de
los principios de la esfera pública colaboró en la fundación de “un orden político
cuya base social, sin embargo, no hacía de la dominación algo superfluo”
(Habermas, 1997: 123).
En la visión de Habermas, la
institucionalización tiene efectos ambiguos. Pone límites a la acción del
Estado, pero al mismo tiempo aporta su cuota de legitimidad al establecimiento
de un sistema en el que las formas de dominación no estaban completamente
disueltas. Para otros autores, en cambio, la institucionalización de la esfera
pública tiene únicamente efectos positivos. La negativa a tomar parte de las actividades
estatales, es para Nancy Fraser una rémora de la concepción burguesa que
sostiene una separación radical entre sociedad y Estado.
La distinción profunda de la
sociedad civil y el Estado promueve la creación de lo que Fraser denomina
“públicos débiles”. Estos son públicos “cuya práctica deliberativa consiste exclusivamente
en la formación de opinión que no abarca a la toma de decisiones” (Fraser,
1996: 134).2 Un público fuerte, por el contrario, es aquel que combina tanto la
formación de opinión como la toma de decisiones. El establecimiento de un
cuerpo parlamentario soberano que reúne sobre sí estas dos características,
tiende a difuminar la división entre las organizaciones de la sociedad civil y
el poder del Estado. De acuerdo a la concepción burguesa, la expansión de la
esfera pública hacia la toma de decisiones mina su autonomía respecto del poder
al vincularla estrechamente con el ámbito estatal. Nada menos cierto, de
acuerdo a Fraser. Según ella, la proliferación de públicos fuertes se traduciría
en la formación de instituciones autogestivas: “En los lugares de trabajo
autogestionados, los centros de cuidado de niños, o las comunidades
residenciales, por ejemplo, las esferas públicas al interior de la institución
podrían ser arenas tanto de opinión como de toma de decisiones” (Fraser, 1996:
135). Así, se constituirían sitios en los que se practicaría una democracia
casi directa en la que todos aquellos comprometidos en una empresa colectiva
participarían en la discusión y en el diseño de las decisiones.
En su concepción del espacio
público Fraser hace de la institucionalización el paso necesario para la
eficacia política. El público subalterno, si carece de representación política
legal, se convierte en un público débil incapaz de decidir sobre la vida
social. Hasta la autogestión debe obtener un lugar dentro de los órganos
representativos estatales. Esta
propuesta no deja exhibir ciertas contradicciones que pueden ser
comprendidas mediante las teorías que critican los encorsetamientos juridicistas.
Desde la visión de Castoriadis, este tipo de propuestas tienen como
consecuencia la perpetuación de la heteronomía. Al ser el Estado la expresión
de la alienación social gracias a la cual la propia sociedad ubica en un origen
extra social la fuente de sus instituciones, y siendo que la autogestión es el
modo de darse la autonomía en el terreno económico, reclamar su reconocimiento
legal es reforzar las condiciones de la heteronomía. El efecto de esta demanda
sería contraproducente puesto que, como afirma Rancière, “la igualdad se
convierte en su contrario cuando quiere inscribirse en un lugar de la
organización social y estatal” (Ranciére, 2007: 50).
Si se toman en cuenta las
objeciones tanto de Ranciére como de Castoriadis, no es la representación política
al interior del Estado el objetivo a alcanzar por un proyecto político
quepromueva la autonomía, sino la puesta en marcha de formas de democracia
directa que pongan en la picota las fórmulas representativas. Con la existencia
de representantes permanentes, se arrebata la iniciativa política “al cuerpo de
los ciudadanos para ser asumidas por el cuerporestringido de los
„representantes‟” (Castoriadis, 1994: 118). Históricamente, el descubrimientode
que es la sociedad quien crea sus propias instituciones lleva consigo una
reactivación de lasformas de la democracia directa. En lugar de residir en un
cuerpo representativo, la soberanía recae sobre la totalidad de las personas
afectadas, y “cada vez que una delegación resulta inevitable, los delegados son
elegidos, pero en todo momento pueden ser revocados” (Castoriadis, 1994: 118).
Paolo Virno |
5. Conclusión
La puesta en cuestión de la
existencia de una naturaleza humana acarrea algunas consecuencias considerables
en el plano político. En primer lugar, este cuestionamiento al ser parte de una
serie más amplia de objeciones sobre lo instituido recusa los roles
predefinidos al interior de la esfera privada, al mismo tiempo que dota de una
historicidad precisa a las relaciones de poder calcificadas en un forma
contingente producto de luchas históricas. Puede considerarse que de no haberse
modificado la relación entre las esferas privada y públicas producto de ascenso
de los social, un movimiento social como el feminismo nunca hubiera podido
llevar a cabo su radical rechazo por las relaciones de género dominantes. En
segundo término, la recuperación de la historicidad de los procesos sociales en
detrimento de su consideración como procesos naturales, permite expandir la
crítica hacia lo que alguna vez tuvo un carácter instituyente y en la
actualidad se encuentra estabilizado como algo instituido. Se puede producir
entonces, una reactivación de la capacidad instituyente del espacio público
mediante la puesta en crisis de las consecuencias que acarreó la
institucionalización de esta esfera. Es así, que los teóricos abocados a darle
forma a esta crítica se han concentrado en la búsqueda de alternativas al
sistema de representación política impulsado por la democracia liberal. El
corolario de esta propuesta ya no es, entonces, la crítica al Estado despótico
sino a la forma-Estado en todas sus posibles encarnaciones. El público fuerte
sería aquel que puede afirmarse políticamente en la lucha autónoma contra todas
las modalidades posibles de la forma-Estado.
Las propuestas de democracia
directa no carecen de detractores. Los argumentos contra las modalidades no
representativas de acción política colectiva afirman que no pueden ir más allá
de una decisión por sí o por no. En el contexto de una sociedad pluralista en
donde es necesario evaluar múltiples variables, las resoluciones deben ser
adoptadas por representantes que no pueden responder a un mandato imperativo,
sino que deben tener libertad para adoptarla postura que crean más conveniente.
Otro argumento contra la democracia directa es que reduce la autonomía
individual al sobrepolitizar la esfera privada. La democracia directa se
convierte, entonces, en una “tiranía que deja poco tiempo para la dirección de
las vidas personales, privadas y autónomas” (Garnham, 1996: 365). En el
cuestionamiento total de las relaciones sociales instituidas se advertiría un
aspecto totalitario que violenta el derecho a una intimidad en donde los
sujetos pueden desarrollarse al margen de las miradas de los otros. En la
perspectiva de Garnham, la democracia directa propugna una reedición de la
transparencia social absoluta que constituye el núcleo de una pesadilla
totalitaria de cuño orwelliano. Todo proyecto que sospeche que las democracias
representativas fomentan la alineación y, por ende, aspire a abolir el Estado
estaría condenada a ser una veleidad que aspira a superar la política para
plantear la mera gestión técnica de lo común.
En realidad, al sostener que
la política es la actividad lúcida, deliberativa y reflexiva gracias a a cual
el colectivo social anónimo se asume como el creador de sus propias normas e
instituciones, el quiebre con las formas representativas no viene a abolir la
política en beneficio de las técnicas de administración de lo común, sino que
se propone realizar la política. Para ello, es necesario acabar con la
autonomización de los representantes respecto de los representados. La
multiplicidad de variables mencionadas por Garnham, no tienen que derivar
necesariamente en una división del trabajo político que establezca una división
férrea entre gobernantes y gobernados. Castoriadis sostiene que se puede dar
cuenta de la complejidad social a través de una división de las tareas
políticas, que se diferencia de la división del trabajo político en que niega
“la existencia de una categoría de individuos cuyo papel, oficio e interés sea
dirigir a los demás” (Castoriadis, 1998: 87).
Muchas de estas
formulaciones reverberan en las propuestas actuales que apuntan a una
revitalización del espacio público. Contra la idea de una representación
política en el interior del Estado, Paolo Virno afirma la existencia de una
multitud capaz de instaurar una democracia no representativa que se sustenta en
“la concreta apropiación y rearticulación del saber/poder hoy congelados en los
aparatos del Estado” (Virno, 2003: 37). Multiplicidad cuya unidad está dada por
las aptitudes lingüístico-comunicativas de la especie, la multitud tiene lo
común como premisa y no como promesa. El general intellect, las aptitudes
comunicativas genéricas de la especie humana, al emerger a la luz pública desde
los ámbitos laborales en los que oficia como recurso productivo, permite que se
construya una esfera pública no estatal. La esfera pública no estatal es la
manifestación de un cierto grado de subversión de las relaciones de producción capitalista
(Virno, 2003: 70). Su constitución, al permitir que el general intellect posea
una publicidad propia, evita que sea puesto al servicio del “crecimiento
hipertrófico de los aparatos (Virno, 2003: 37). Multiplicidad cuya unidad está
dada por las aptitudes lingüístico-comunicativas de la especie, la multitud
tiene lo común como premisa y no como promesa. El general intellect, las
aptitudes comunicativas genéricas de la especie humana, al emerger a la luz
pública desde los ámbitos laborales en los que oficia como recurso productivo,
permite que se construya una esfera pública no estatal. La esfera pública no
estatal es la manifestación de un cierto grado de subversión de las relaciones
de producción capitalista (Virno, 2003: 70). Su constitución, al permitir que
el general intellect posea una publicidad propia, evita que sea puesto al
servicio del “crecimiento hipertrófico de los aparatos administrativos” (Virno,
2003: 68). En términos de Lourau, aquello que Virno promueve es una
desinstitucionalización de la esfera pública con el objetivo de recuperar la
capacidad instituyente perdida por obra de su recuperación estatal.
La propuesta de un espacio
público no estatal, al fundarse sobre aquello que todos hombres tienen en
común, el lenguaje, parece promover un ámbito que se sustenta en la absoluta
inclusión de toda población. A diferencia de las posturas señaladas por
Rabotnikof que, a la par de la institucionalización de la esfera pública en los
procedimientos jurídicos, reivindican un espacio público “informal”
(Rabotnikof, 1997: 52), la idea de un espacio público no estatal es parte de
una búsqueda que puede remontar a la polis griega; una indagación de un nuevo
orden político en el que los hombres se reapropian de su historia y trazan sus
proyectos futuros.
Queda por pensar si esta
condición lingüística compartida por el género humano puede convertirse en
garantía de acción y discurso de todos los integrantes de una sociedad. Es
decir ¿en qué medida no sería éste un nuevo intento que mediante la postulación
de una naturaleza humana busca acabar de antemano con la cuenta de los
incontados –es decir de los excluidos de la acción política por obra de la
dominación social– cuyo cuestionamiento, según Ranciére, es aquello que hace
posible a la política?
(*)Fuente. http://webiigg.sociales.uba.ar/iigg/jovenes_investigadores/5jornadasjovenes/EJE10/Ponencia%20Benyo.pdf
2 comentarios:
Creo que muchos le agradeceríamos que pusiera pie a las fotos que acompañan la entrada. Muy instructiva, por cierto. Agradecido por el esfuerzo. Un saludo afectuoso desde las islas Canarias (España/UE)
OK. Hecho. Gracias por la advertencia.
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