Por Christian Laval y Pierre
Dardot
«No hemos tenido con el
neoliberalismo»: tal era la primera frase de la introducción a la primera
edición francesa del libro, publicada en enero de 2009. Se trataba entonces de
disipar lo antes posible las ilusiones que siguieron a la quiebra de Lehman
Brothers en septiembre de 2008. Fueron muchos los que, tanto en Europa como en
Estados Unidos, anunciaron el fin del neoliberalismo y dijeron que había
llegado la época del «retomo al Estado» ya la regulación de los mercados.
Joseph Stiglitz recorría el planeta anunciando “el fin del neoliberalismo» y
responsables de primera fila, corno el presidente francés Nicolas Sarkozy,
proclamaban la intervención gubernamental en la economía.
Estas ilusiones, peligrosas
ya que podían provocar una desmovilización política, no podían sorprendernos:
se basaban en un error de diagnóstico muy común que nuestro libro,
precisamente, tenía con1o objetivo combatir. Equivocarse en cuanto a la verdadera
naturaleza del neoliberalismo, ignorar su historia, no ver sus profundos mecanismos
sociales y subjetivos, era en efecto condenarse a la ceguera y a permanecer
desarmados ante lo que no iba a tardar en llegar: lejos de acarrear un
debilitamiento de las políticas neoliberales, la crisis ha llevado a su
refuerzo brutal, en forma de planes de austeridad instaurados por Estados cada
vez más activos en la promoción de la lógica de la competencia de los mercados
financieros. Nos parecía entonces, y nos parece hoy día más que nunca, que el
análisis de la génesis y del funcionamiento del neoliberalismo es la condición
de una resistencia eficaz tanto a escala europea como a escala mundial. Así,
aunque este libro pretende respetar los criterios de la investigación
científica, no es «académico» en el sentido tradicional del término, sino que
se plantea, de entrada y ante todo, como una obra de clarificación política en
lo referente a esa lógica normativa global que es el neoliberalismo. En pocas
palabras: la comprensión del neoliberalismo representa a nuestro n1odo de ver
una cuestión de alcance estratégico universal.
Un error de diagnóstico
Desde finales de la década
de 1970 e inicios de la de 1980, el neoliberalismo ha sido interpretado, por lo
general, como si fuera al mismo tiempo una ideología y una política económica
directamente inspirada en esta ideología. El núcleo duro de tal ideología
estaría constituido por la identificación del mercado con una realidad natural.
1 De acuerdo con esta ontología naturalista, bastaría con dejar que dicha
realidad actúe por sí misma para conseguir equilibrio, estabilidad y
crecimiento. Toda intervención del gobierno, por el contrario, sólo podría
desajustar y perturbar este curso espontáneo, de modo que habría que fomentar
una actitud abstencionista a ese respecto. El neoliberalismo, entendido de esta
forma, se presenta con1o una rehabilitación del puro y simple laissez faíre.
Considerado en su implementación política y desde un punto de vista restringido
fue analizado, de acuerdo con la perspicaz observación de Wendy Brown, «como un
instrumento de la política económica del Estado, con el desmantelamiento de las
ayudas sociales, de la progresividad del impuesto y otros útiles de
redistribución delas riquezas, por una parte, y la estimulación de la actividad
sin trabas del capital mediante la desregulación del sistema de la salud, el
trabajo y el medioambiente, por otra parte». 2 Aunque se admite que sí hay «intervención”,
se hace tan solo en el sentido de una acción mediante la cual el Estado
socavaría los fundamentos de su propia existencia debilitando las misiones
vinculadas al servicio público que se le habían confiado. «
No es nuestra intención discutir
la existencia y la difusión de esta ideología, como tampoco se trata de negar
que tal ideología ha alimentado por mucho tiempo las políticas económicas
masivamente fomentadas desde losamos de Reagan y Thatcher, o que encontró en
Alan Greenspan a su adepto más entusiasta, con consecuencias que son bien
conocidas. 3 Lo que Joseph Stiglitz llamó con justicia «fanatismo del mercado»
es todavía hoy, por otra parte, lo que mejor saben fomentar entre sus lectores
el Wall Street.Journal oThe Economist, así como todos sus equivalentes en el
mundo. 4
Pero el neoliberalismo está muy lejos de reducirse a un acto de fe fanático en la naturalidad del mercado. El profundo error cometido por quienes anunciaron la “muerte del liberalismo» fue confundir la representación ideológica que acompaña a la instauración de las políticas neoliberales con la normatividad práctica que caracteriza propiamente al neoliberalismo. Por este motivo, el relativo descrédito que afecta hoy día a la ideología del laíssez faire no impide en absoluto al neoliberalismo prevalecer más que nunca como sistema normativo dotado de cierta eficiencia, o sea, capaz de orientar desde el interior la práctica efectiva de los gobiernos, de las empresas y, más allá de esto, de millones de personas que no son necesariamente conscientes de ello. Porque éste es, cierta1nente, el meollo de la cuestión: ¿cómo es posible que, a pesar de las consecuencias más catastróficas a las que han llevado las políticas neoliberales, éstas sean cada vez más activas, hasta el punto de hundir a los Estados y las sociedades en crisis políticas y regresiones sociales cada vez más graves? ¿Corno es posible que, desde hace treinta años, estas mismas políticas se hayan desarrollado y que se haya profundizado en ellas sin tropezar con resistencias masivas que las impidan?
Pero el neoliberalismo está muy lejos de reducirse a un acto de fe fanático en la naturalidad del mercado. El profundo error cometido por quienes anunciaron la “muerte del liberalismo» fue confundir la representación ideológica que acompaña a la instauración de las políticas neoliberales con la normatividad práctica que caracteriza propiamente al neoliberalismo. Por este motivo, el relativo descrédito que afecta hoy día a la ideología del laíssez faire no impide en absoluto al neoliberalismo prevalecer más que nunca como sistema normativo dotado de cierta eficiencia, o sea, capaz de orientar desde el interior la práctica efectiva de los gobiernos, de las empresas y, más allá de esto, de millones de personas que no son necesariamente conscientes de ello. Porque éste es, cierta1nente, el meollo de la cuestión: ¿cómo es posible que, a pesar de las consecuencias más catastróficas a las que han llevado las políticas neoliberales, éstas sean cada vez más activas, hasta el punto de hundir a los Estados y las sociedades en crisis políticas y regresiones sociales cada vez más graves? ¿Corno es posible que, desde hace treinta años, estas mismas políticas se hayan desarrollado y que se haya profundizado en ellas sin tropezar con resistencias masivas que las impidan?
La respuesta no se limita,
ni puede limitarse, a los aspectos «negativos» delas políticas neoliberales, es
decir, la destrucción programada de las reglamentaciones y las instituciones.
El neoliberalismo no es sólo destructor de reglas, de instituciones, de
derechos, es también productor de cierto tipo de relaciones sociales, de
ciertas maneras de vivir, de ciertas subjetividades. Dicho de otro modo, con
el neoliberalismo lo que está en juego es, nada más y nada menos, la forma de
nuestra existencia, o sea, el modo en que nos vemos llevados comportarnos, a
relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. El neoliberalismo define
cierta norma de vida en las sociedades occidentales y, más allá de ellas, en
todas las sociedades que las siguen en el camino de la<
El neoliberalismo como
racionalidad
La tesis que defiende este
libro es precisar ente que el neoliberalismo, antes que una ideología o una
política económica es, de entrada y ante todo, una racionalidad; y que, en
consecuencia, tiende a estructurar y a organizar, no sólo la acción de los
gobernantes, sino también la conducta de
los propios gobernados. La racionalidad neoliberal tiene como característica
principal la generalización de la competencia corno nom1a de conducta y de la empresa
como modelo de subjetivación. El término «racionalidad» no se rempleo aquí
como un eufemismo que permite evitar pronunciar la palabra «capitalismo".
El neoliberalismo es la razón del capitalismo contemporáneo, un capitalismo sin
el lastre de sus referencias arcaizantes y penalmente asumido como construcción
histórica y norma general de la vida. El neoliberalismo se puede definir con el
conjunto de los discursos, de las prácticas, de los dispositivos que determinan
un nuevo modo de gobierno de los hombres según el principio universal de la competencia.
El concepto de «racionalidad
política» fue elaborado por M. Foucault en relación directa con sus
investigaciones consagradas a la cuestión de la «gubernamentalizad». Así, en la
exposición del curso ir partido en el College deFrance durante el año 1978-79
-publicado con el título Nacimiento de la biopolítica 6- encontramos una
presentación del «plan de análisis» elegido para el estudio del neoliberalisrno:
se trata, dice esencialmente M. Foucault, «de un plan de análisis posible -el
de una "razón gubemamental", es decir deseos tipos de racionalidad
que se han instaurado en los procedimientos mediante los cuales se dirige, a
través de una administración de Estado, la conducta los hombres». 7 Una racionalidad política es
pues en este sentido una racionalidad “gubernamental”.
Pero hace falta un mayor
esclarecimiento acerca de esta noción de «gobernabilidad":«se trata [... ], no
de la institución "gobierno", sino de la actividad consistente en
regir la conducta de los hombres en un marco y con instrumentos de Estado». 8
M. Foucault reton1a varias veces esta idea del
«gobierno» como <> fue
introducido, precisamente, para significar las n1últiples formas de esa actividad mediante la cual los hombres,
que pueden pertenecer o no a un «gobierno», pretenden conducir la conducta de
otros hombres, o sea, gobernarlos.
Es bien cierto que el
gobierno, lejos de recurrir tan solo a la disciplina para alcanzar al individuo
en lo más íntimo, apunta últimamente a conseguir un autogobierno del propio
individuo, producir cierto tipo de relación consigo mismo. En 1982, M. Foucault
dirá que se había interesado cada vez más .11
Así, gobernares conducir la
conducta de los hombres, a condición de precisar que esta conducta es tanto la
que se tiene hacia uno mismo como la que se tiene hacia los denlas. Por eso el
gobierno requiere la libertad con1o su condición de posibilidad: gobernar no es
gobernar contra la libertad o a pesar de ella, es gobernar mediante la
libertad, o sea, jugar activamente con el espacio de libertad dejado a los
individuos para que acaben sometiéndose por sí mismos a ciertas normas.
Abordar la cuestión del
neoliberalismo por la vía de una reflexión política sobre el modo de gobierno Modifica, inevitablemente, la forma de entenderlo. En priMer lugar, permite
refutar los análisis simplistas en taninos de «retirada del Estado";
frente al mercado, ya que lo que se revela es que esta oposición entre el jmercado y el Estado es uno de los principales obstáculos para caracterizar con
exactitud el neoliberalismo. En contra de lo que se ve en una percepción
inmediata y de la idea, demasiado simplista, de que solos mercados los que,
desde el exterior, han conquistado los Estados y les dictan las políticas a
seguir, son ciertamente los Estados -empezando por los más poderosos entre
ellos- los que han introducido y universalizado en la economía, en la sociedad
y hasta en su propio seno, la lógica de la competencia y el modelo de la represa.
No hay que olvidar nunca que la expansión de las finanzas de mercado, así como
la financiación de la deuda pública en los mercados de bonos son fruto de
políticas deliberadas. Como se ve incluso en la crisis actual en Europa, los
Estados llevan a cabo políticas muy<> con el
objetivo de modificar profundamente las relaciones sociales, así como el papel
de las instituciones de protección y educación, orientando los comportamientos
mediante la introducción de una competencia generalizada entre los sujetos; y
ello es así porque los mismos Estados están inmersos en un campo de competencia
regional y mundial que los conduce a actuar como lo hacen. Una vez más, se
verifican aquí los grandes análisis de Marx, de Weber o de Polanyi, de acuerdo
con los cuales el mercado moderno no actúa solo, sino que siempre se ha apoyado
en el Estado.
Por otra parte, esto permite
comprender que es una misma lógica normativa la que rige las relaciones de
poder y las formas de gobernar en niveles y dominios muy diferentes de la vida
económica, política y social. Contrariamente a lo que plantea una lectura del
mundo social que lo divide en campos autónomos y los fragmenta en
microcosmos y tribus separadas, el análisis en términos de gubernamentalidad
destaca el carácter transversal de los modos de poder ejercidos en una sociedad
en una núsn1a época.
La crisis generalizada de un
modo de gobierno de los hombres
Al destacar la dimensión
«productiva» del neoliberalis1no, un análisis de este tipo pern1ite pensar la
crisis actual de un modo distinto que con1o la consecuencia de un «exceso de
las finanzas», como un efecto de «la dictadura de los mercados», o incluso como
una <
La crisis que atravesarnos
se nuestra entonces como lo que es: una crisis global del neoliberalismo como
modo de gobierno de las sociedades. La crisis actual del euro no es una sinople
crisis ,ni la crisis mundial que se abrió en
otoño de 2008 es una simple crisis «económica”. La primera, considerada
aisladamente, puede parecer una réplica diferida de la crisis de las subprímes,
una transición entre una crisis de la deuda privada y una crisis de la deuda
pública, debida a los efectos de los mercados especulativos incontrolados. Pero
esta visión es estrecha, incluso engañosa.
La crisis renunciar es una
crisis general de la «gubernan1entalidad neoliberal”, o sea, de un modo de
gobierno basado en la generalización del recado y dela competencia. La crisis
financiera está profundársete ligada a medidas que, desde finales de la década
de 1970, introdujeron en la esfera de las finanzas de Estados Unidos, así corno
en la de las finanzas mundiales nuevas reglas basadas en la instauración de una
competencia generalizada entre establecimientos bancarios y fondos de
inversión, que los llevó a incrementar el nivel de los riesgos asumidos y a
difundirlos por el resto de la economía con el fin de acumular ganancias
especulativas colosales.
Aunque ya es cosa corriente
achacar la crisis al «nuevo régimen de acumulación financiera», caracterizado
por una inestabilidad crónica en la que se suceden la forn1ación de
<>, un buen día, escaparon del control político es un puro y
simple cuento de hadas. Son los Estados y las organizaciones económicas
mundiales, en estrecha connivencia con los actores privados, los que forjaron
las reglas favorables al presente auge del mercado financiero. Mientras que la
crisis financiera norteamericana mostró sobre qué bases inestables y
productoras de desigualdad funciona el nuevo capitalismo mundial
(especulaciones cínicas del recado financiero, sucesión de burbujas cada vez
más gigantescas, son1etirniento a la deuda bancaria de las poblaciones, delas
clases pobres y los países periféricos, etcétera), la actual crisis europea muestra
hasta qué punto los fundamentos de la construcción europea («el orden dela competencia
libre y no falseada») conducen a asimetrías crecientes entre países más o menos
«competitivos». Y a que es ciertamente este imperativo dela «competitividad»,
que en todas partes es elogiada como único «remedio», lo que da cuenta de la
especificidad de la actual crisis europea. La carrera de la competitividad, a
la que Alemania se lanzó a comienzos de la década del 2000con éxitos crecientes,
no es sino el efecto de la implementación de un principio inscrito en la Constitución
Europea: la competición entre las economías europeas, combinada con la
existencia de una moneda única gestionada por un Banco Central garante de la
estabilidad de los precios, constituye en efecto la base misma del edificio
comunitario y el eje dominante de las políticas nacionales.
Lo cual significa que cada
país miembro es libre de utilizar el dumping fiscal más hostil para atraer a
las multinacionales y a los contribuyentes drásticos, libre de bajar el nivel
de los salarios y de la protección social para crear empleo a expensas de sus
vecinos, libre de buscar la bajada de los costes de producción
deslocalizándola, del todo o en parte, libre de reducir la inversión pública y
el gasto, también en salud y educación, para poder disminuir el nivel de las
contribuciones obligatorias y los impuestos. Corno principio general de
gobierno, la «competitividad» representa precisamente la extensión de la norma
neoliberal a todos los países, a todos los sectores de la acción pública, a
todos los sámbitos a disminuir en todas partes, simultáneamente, la demanda -con la
excusa de hacer que la oferta sea rnás «competitiva»-, a introducir la
competencia entre los asalariados de los países europeos y de los otros países
del mundo, con la consecuencia de una deflación salarial y desigualdades
crecientes.
La actitud de la casa
Renault en España es a este respecto muy ilustrativa: rnientras que la
dirección del grupo elogia la competitividad de los asalariados españoles ante
los trabajadores franceses, en España no duda en destacar el ejemplo de Rumanía
para pedir a los asalariados que trabajen gratuitamente los sábados. 12
¿Cómo explicar esta carrera
suicida por saber quién será el campeón de la austeridad? ¿Hay que achacarlo a
una falta de lucidez o, más profundamente, ver en ello la consecuencia del
propio 1necanismo de la competencia? En el interior de un sistema europeo
basado en la competencia y la moneda única, la presión especulativa de los
inversores privados en el mercado de la deuda pública y la presión ejercida por
las agencias de calificación, por no mencionarla imposibilidad de devaluar, son
otros tantos aspectos de una misma lógica disciplinaria dotada de una temible
eficacia para deprimÍr los salarios y disminuir la protección social. Resulta
incomprensible la obstinación, hasta el fanatismo, con el que los expertos de los gobiernos de la
Unión Europea y del FMI persiguen una política llamada de <> que tienen
valor de compromiso de cara al futuro, construidos activamente por ellos mismos
a lo largo de decenios. Incapaces de romper con este marco y sin querer
hacerlo, se ven arrastrados en una fuga hacia adelante para adaptarse cada vez
más a los efectos de su propia política anterior. En este sentido, los planes
de austeridad que disminuyen los ingresos de la gran 1nasa de la población son inseparables
de la voluntad de gestionar las economías y las sociedades con empresas «lanzadas
a la competición mundial».
Aquí y allá, donde todavía
quedan espacios para la crítica, se condenan los “errores» de las políticas de
austeridad europeas que, repitiendo las de los años1930, agravan la depresión
dondequiera que se instauran, llevando a sociedades enteras a una regresión
social hace poco inimaginable. Paul Krugmanreclan1a desde hace años un relanzamiento
del gasto público para volver aponer en marcha la máquina. 13 Pero hay que ir
más lejos en el análisis para comprender mediante qué encadenamientos
mortíferos los gobiernos «técnicos>>instaurados en Grecia, España,
Portugal o Italia, pero también el gobierno “socialista» francés, se ven
conducidos a llevar a cabo políticas tan contrarias al «buen sentido», ya que
reducen la demanda y matan el empleo, cuando deberían ser expansionistas y
creadoras de actividad.
Mentes keynesianas o
postkeynesianas bienintencionadas pueden poner de relieve hasta qué punto estas
políticas aplicadas en Europa del Sur, no sólo son contrarias al bienestar de
la mayoría, sino igualmente suicidas para el crecimiento, incluso para la
supervivencia de la construcción europea; pero fracasarán al intentar convencer
mediante simples razonamientos a los dirigentes europeos, a los medios
financieros y a todos los expertos y periodistas encargados de la justificación
del suicidio colectivo. Seguir creyendo que el neoliberalismo se reduce a no ser
más que una «ideología», una “creencia», un «estado de ánimo», que los hechos objetivos,
debidamente observados, bastarían para disolver de la misma manera que el sol
disipa las nieblas matinales, es equivocarse de combate y condenarse a la
impotencia.
El neoliberalismo es un
sistema de normas ya profundamente inscritas en prácticas gubernamentales, en
políticas institucionales, en estilos empresariales. Y también hay que precisar
que este sistema es tanto más «resilíente» cuanto que excede ampliamente a la
esfera mercantil y financiera donde reina el capital: lleva a cabo una
extensión de la lógica del mercado mucho más allá de las estrictas fronteras
del mercado, especialmente produciendo una subjetividad «contable» mediante el
procedimiento de hacer competir sistemáticamente a los individuos entre sí.
Piénsese, en particular, en la generalización de los métodos de evaluación,
surgidos de la empresa, en la enseñanza pública: la larga huelga de los
profesores de Chicago en septiembre de 2012 puso freno, al menos momentáneamente,
a un proyecto devaluación de los docentes en función de la tasa de éxito de sus
alumnos ,valorados mediante tests hechos a medida para permitir la calificación
de los profesores por parte de sus alun1nos, con la posibilidad de despedir a aquéllos
cuyo alumnado obtuviera resultados insuficientes. Piénsese, igualmente, en el
modo en que el endeudamiento crónico es productor de subjetividad y acaba
convirtiéndose en un verdadero «modo de vida"; para cientos de miles de
individuos: el movimiento de los estudiantes quebequeses permitió evidenciar la
lógica infernal del endeudamiento de por vida, impuesto por el alza brutal de
los derechos de matrícula.
De lo que se trata en todos
estos ejemplos es de la construcción de una nueva subjetividad, lo que llamamos
una «subjetivación contable y financiera» que no es sino la fon11a más lograda
de la subjetivación capitalista. Se trata, de hecho, de producir una relación
del sujeto individual consigo mismo que sea homóloga a la relación del capital
consigo mismo: una relación, precisamente, del sujeto con él mismo con1o
«capital humano» que debe aumentar indefinidamente, o sea, un valor que hay que
incrementar cada vez más. Como se ve, no se trata tanto de teorías falsas que
hay que combatir, o de conductas inmorales que hay que denunciar, corno de todo
un marco normativo que hay que desmantelar para sustituirlo por otra «razón del
mundo».
Esto es lo que está en juego
en las luchas sociales actuales, que decidirán la prolongación o incluso la
radicalización o, por el contrario, el fin de esta lógica neoliberal. En cuanto
al Estado, con el que algunos todavía cuentan ingenuamente para que
«controlen" los mercados, la crisis ha mostrado hasta qué punto se erigía
en coproductor muy voluntario de las normas de competitividad, a expensas de
todas la consideraciones de salvaguarda de las condiciones mínimas de
bienestar, de salud y educación de la población; pero también ha mostrado que,
mediante su defensa incondicional del sistema financiero, estaba implicado en
las nuevas formas de sometimiento de los asalariados al endeudamiento de masas
característico del funcionamiento del capitalismo contemporáneo. En
consecuencia, el Estado neoliberal no es un «instrumento» que se pueda someter
indiferentemente a finalidades contrarias. Con1o«Estado-estratega» que
interviene en la decisión de las inversiones y mediante normas, es una pieza de
la máquina que es preciso combatir.
Al golpear a Europa, la
crisis mundial ha actuado como un revelador brutal y despiadado. Ha puesto al
desnudo las ilusiones sobre las cuales hasta ahora se había construido: la
creencia de que se podía construir la Europa política sobre el éxito económico
y la prosperidad ratería, «constitucionalizando>>las normas del
equilibrio presupuestario, de la estabilidad monnetaria y de la competencia. La
crisis de Europa es una crisis de sus fundamentos. No bastará con <
En particular, el hecho de
que el Parlamento esté privado de todo poder de iniciativa en materia de
legislación, que la Comisión, instancia no elegida, sea la única habilitada
para proponer leyes y disponga de un poder de bloqueo en materia legislativa, y
que esta misma Comisión y el Consejo de Ministros (exentos de cualquier
responsabilidad ante el Parlamento) sean considerados órganos independientes
encargados de promover el «interés general>>, nada de ello se deriva de
un concurso accidental de las circunstancias: por el contrario, hay ahí una
fuerte coherencia institucional, basada en el principio antidemocrático de
acuerdo con el cual la independencia respecto de los ciudadanos es la mejor
garantía para perseguir el interés general.
Así, hay que refundar
Europa. O sea, entendiendo bien este término: darle nuevos fundamentos.
Contrariamente a los tratados precedentes, un acto así no puede ser negociado e
implementado por una instancia intergubemarnental, ni siquiera puede ser
monopolio de un parlamento. Sólo puede ser el acto de los propios ciudadanos
europeos.
Liberalismo clásico y
neoliberalismo
Aparte de esta cuestión,
decisiva en lo político, abordar el estudio del neoliberalismo a partir del
problerr1a de la gubemamentalidad produce por fuerza ciertos desplazamientos
con respecto a los planteamientos dominantes o las líneas divisorias mejor
establecidas. El presente volumen se propone examinarlas características
diferenciales que especifican a la gubemamentalidad neoliberal.
No se trata aquí, por lo
tanto, de tratar de restablecer una simple continuidad entre liberalismo y
neoliberalismo, como se suele hacer, sino de destacarlo que constituye
propiamente la novedad del «neo»-liberalisn1o. Esto implica ir en dirección
contraria a la tendencia que consiste en presentar el neoliberalismo como un
«retomo» al liberalismo de los orígenes o como su<
El «primer liberalismo», el
que toma cuerpo en el siglo XVIII, se caracteriza por la elaboración de la
cuestión de los límites del gobierno. El gobierno liberal está enn1arcado por
«leyes» más o menos ensambladas unas con otras :leyes naturales que hacen del
hon1bre lo que es «naturalmente» y que deben servir como límites a la acción
pública; leyes económicas, igualmente «naturales» ,que deben circunscribir la
decisión política. Pero, más finas y flexibles que las doctrinas del derecho
natural y de la dogmática del
laissez-faire, las técnicas utilitaristas del gobierno liberal persiguen
orientar, estimular, combinarlos intereses individuales para hacer que sirvan
al bien general. Aunque es cierto que hay en este primer liberalismo una
primera concepción compartida del hombre, de la sociedad y de la historia, y
también es cierto que en él el problema de la limitación de la acción
gubernamental es central, la unidad del liberalismo «clásico» se tornará cada
vez más problemática, como lo ponen de manifiesto las vías divergentes que
seguirán los liberales a lo largo del siglo XIX, entre el dogmatismo del
laissez faire y cierto reformismo social, divergencia que conducirá a una
crisis cada vez más marcada de las antiguas certezas. 16
La primera parte de este
libro muestra que desde su acta de nacimiento, durante la gran crisis de la
década de 1930, el neoliberalisn10 introduce una distancia, incluso una franca
ruptura respecto de la versión dogmática del liberalismo que se había impuesto en el siglo XIX. Y es
que la gravedad de la crisis de dicho dogmatismo obligaba a una revisión
explícita y asumida dela doctrina del laissez faire. Combatir el socialismo y
todas las versiones del«totalitarisn1o» imponía un trabajo de refundación de
las bases intelectuales del liberalismo. En esta coyuntura de crisis económica,
política y doctrinal, se produce la refundación «neoliberal» de la doctrina,
que Tarn poco entonces conduce a una doctrina enteramente unificada. En el
Coloquio W alter Lippmann de 1938 se esbozaron dos grandes corrientes: la
con1ente del ordoliberalismo alemán, representada principalmente por W. Eucken
yW. R.opke, y la corriente austro-nortean1ericana, representada por Ludwig von
Mises y Friedrich Hayek.
La segunda parte permitirá
establecer que la racionalidad neoliberal que se despliega verdadera1nente en los
años 1980-1990 no es la simple puesta en práctica de la doctrina elaborada en
la década de 1930, no se pasa de la teoría a su aplicación. Una especie de
filtro, que no se debe a una selección consciente y deliberada, elige ciertos
elementos a expensas de otros, en función de su valor operatorio o estratégico
en una situación histórica dada. Se trata, no de la acción de una
monocausalidad (de la ideología hacia la economía o a la inversa), sino de una
multitud de procesos heterogéneos que han conducido, en virtud de «fenómenos de
coagulación, de apoyo, de refuerzo recíproco, de cohesionamiento, de
integración>>, a un <
En consecuencia, el
neoliberalismo no es heredero natural del prin1er liberalismo, como tampoco
constituye su traición, ni su extravío. No retoma la cuestión de los límites
del gobierno allí donde el liberalismo la había dejado.
Ya no se pregunta por el
tipo de límite que se debe asignar al gobierno político: el mercado (Adam Smith),
los derechos (John Locke) o el cálculo de utilidad Geremy Bentham). Sino, más
bien: ¿cómo hacer del mercado el principio del gobierno de sí (Parte I).
Considerado como racionalidad gubernan1ental, y no como doctrina más o menos
heteróclita, el neoliberalisrno es precisamente el despliegue de la lógica del
mercado como lógica normativa generalizada, desde el Estado hasta lo más
íntin1o de la subjetividad (Parte II).
Es esta coherencia práctica
y normativa, 1nás que la de las fuentes históricas y las teorías de referencia,
lo que funda nuestro planteamiento. Esclareciendo el modo en que se imponen y
funcionan a todos los niveles cierto tipo de normas, nuestra finalidad no es
sino contribuir a la renovación del pensamiento crítico y la reinvención de las
formas de lucha.
1. Este credo
naturalista, que fue el de Jean-Baptiste Say y de Frédéric Bastiat, fue
perfectamenteformulado por el ensayista francés Alain Mine en estos términos:
«El capitalismono puede hundirse, es el estado natural de la sociedad. La
democracia no es el estado naturalde la sociedad. El mercado sí»; en Cambio 16,
Madrid, diciembre de 1994.
2. Wendy Brown, Les
habíts neufs de la politíque mondíale. Néolibéralísme et néoconservatísme,Les
prairies ordinaires, 2007, pág. 37. Este ensayo incisivo nos ayudó mucho a
formularnuestra propia comprensión del neoliberalismo.
4. Joseph Stigliz, Un
autre monde. Contre lefanatísme du marché, Fayard, 2006.
3. Reagan hizo de La ley,
de Frédéric Bastiat, su libro de cabecera a comienzos de losaños sesenta; véase
Alain Laurent, Le líbéralisme amérícain, Les Belles Lettres, 2006, pág. 177.
5. La idea de una razón
configuradora de mundo se encuentra en Ma."X Weber, con lalimitación de
que concierne esencialmente al orden económico capitalista, ese «inmensocosmos»
que «impone al individuo atrapado en las redes del mercado las normas de su
actividadeconómica» (La ética protestante y el espíritu del capitalismo,
Prometeo, 2003). Pero en unpasaje de esta misma obra, consagrado al carácter
«relativo» e «impersonal» del amor al prójimoen el calvinismo, encontramos la
expresión «configuración racional del cosmos social». Encierto sentido, y con
la condición expresa de no reducir lo social a una dimensión entre otrasde la
existencia humana, de la razón neoliberal se podría decir del modo más preciso
que esla razón de nuestro «cosmos social».
6. Michel Foucault,
Naissance de la biopolitique, Seuil/Gallimard, París, 2004. Indicado enadelante
como NBP. Este curso constituye la referencia central que rige en todo el
análisisque tratarnos de hacer del neoliberalismo en la presente obra. [En
español: Nacimiento de labiopolítica. Curso en el College de France (1978-79),
Fondo de Cultura Económica, 2007.]
7. NBP, op. cit.,
reproducido en Dits et écn"ts JI, 1976-1988, Quarto Gallimard, p.
823.Sobre la noción de «racionalidad política», ver en la misma obra, pág. 818
y págs. 1645-1646.
8. NBP, pág. 324,
reproducido en Dits et écrits II, o p. cit., pág. 819.
9. Dits et écrits II, op.
cit., pág. 944.
10. Dits et éaits II, op.
cit., pág. 1401.
11. «Les techniques de
soi», en Dits et écrits II, op. cit., pág. 1604. Aquí tomaremos eltérmino
«gubemamentalidad» en este sentido ampliado.
12. Véase Le Monde
08-11-2012, «En France, Renault veut une compétitivité espagnole».
13. Paul Kmgman, End this
Depression now, Norton & Company, 2012.
14. Recordemos que el
artículo 210--2 del Tratado de Lisboa prohíbe a los Estados tomaredidas
dirigidas a una armonización social.
1.5. Tal fue uno de los
argumentos invocados constantemente por aquéllos de los responsablessocialistas
que militaron por la ratificación del Tratado Europeo durante la campaña
delreferéndum en Francia
16. La edición francesa
del presente libro contiene cuatro capítulos consagrados a esteprimer
liberalismo.
17. Michel Foucault,
Sécurité, territoire, population, op. cit., pág. 244. En este pasqje, elautor
sustituye la pregunta acerca de la asignación de una causa o fuente única por
la de laconstitución o composición de los efectos globales como medio
privilegiado de establecimientode la inteligibilidad en la histmia.
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