Por Charles TILLY(*)
Aviso
Si el negocio de la protección representa el crimen organizado en su versión
más sofisticada, entonces la guerra y la construcción del estado – paradigma
del negocio legítimo de la protección – se convierten en su representación más
importante. Sin tener la pretensión de calificar a todos los generales y
estadistas de asesinos o ladrones quiero, no obstante, poner de relieve el
valor de esta analogía. Por lo menos, en el caso europeo de los últimos siglos,
la visión de los war makers y de los constructores del estado como agentes
coercitivos y empresarios egoístas se asemeja más a la realidad que el resto de
posibilidades existentes, como serían:
la idea de un contrato social, la idea de un mercado libre en el cual
los ejércitos y los estados ofrecen servicios a unos consumidores deseosos o la
idea de una sociedad que, compartiendo normas y expectativas comunes, demanda
un determinado tipo de gobierno.
Las
reflexiones que siguen pretenden simplemente ilustrar la analogía entre la
guerra y la construcción del estado, por un lado, y el crimen organizado, por
otro, durante unos cuantos cientos de años de experiencia europea y favorecer
así una tímida discusión sobre posibles cambios y variaciones que se derivan de
la misma. Mis reflexiones parten de inquietudes contemporáneas: preocupaciones
sobre la creciente capacidad de destrucción que provocan las guerras, el papel
cada vez mayor de las grandes potencias como proveedoras de armas y de
estructura militar a los países pobres, y la continua presencia de gobiernos
militares en estos mismos países. Estas consideraciones nacen de la esperanza
de que la experiencia europea, interpretada adecuadamente, nos pueda ayudar a
entender qué está ocurriendo actualmente y quizás, incluso, a hacer algo al
respecto.
El Tercer Mundo del siglo XX no se parece
demasiado a la Europa de los siglos XVI y XVII. Difícilmente podemos deducir el
futuro de los países del Tercer Mundo del pasado de los países europeos. Sin
embargo, una exploración atenta de la experiencia europea puede resultar muy
útil. Nos mostrará cómo la explotación coactiva jugó un papel fundamental en la
creación de los estados europeos; cómo la resistencia popular a esta
explotación forzó a aquellos aspirantes a detentar el poder a conceder
protección y a contener sus propias acciones. Nos ayudará, por tanto, a
eliminar erróneas comparaciones entre el presente del Tercer Mundo y el pasado
de Europa, facilitando la comprensión sobre las diferencias con el mundo
presente y qué es, por tanto, lo que tenemos que explicar. Puede incluso
ayudarnos a analizar la amenazante presencia actual de organizaciones militares
y de hostilidades en el mundo actual. Aunque lograr todo esto me encantaría no
prometo, sin embargo, nada tan ambicioso finalmente.
Este ensayo, por tanto, hace referencia al
papel que jugaron las formas de
violencia organizada en el crecimiento y cambio de esos peculiares
sistemas de gobierno que denominamos estados nacionales: organizaciones
relativamente centralizadas y diferenciadas cuyos funcionarios, con más o menos
suerte, ejercen cierto control sobre esas formas de violencia monopolizadas por
una autoridad, sobre el conjunto de una población que habita un territorio
amplio y contiguo a otro. Éste razonamiento nace de los trabajos históricos sobre
la formación de los estados nacionales en Europa Occidental, especialmente el
desarrollo del estado francés a partir del año 1600. Sin embargo, esta
argumentación traspasa estos estudios para observarlos desde un punto de vista
teórico, aunque, finalmente, aporte pocas explicaciones y ninguna evidencia
especialmente reseñable.
Del mismo modo que uno rehace una mochila
apresuradamente preparada después de varios días de camino – retirando lo que
sobra, ordenando las cosas según su
importancia, y equilibrando la carga –, he reestructurado mi bagaje teórico
para la escalada que viene; la verdadera prueba para la nueva mochila llega con
el siguiente trecho del camino. El razonamiento expuesto a continuación
enfatiza la interdependencia entre la guerra y la construcción del estado, y la
analogía entre estos dos procesos y lo que, aunque con menos éxito y menor importancia, se denomina crimen organizado.
Como afirmaré más delante, la guerra crea estados. Asimismo, la delincuencia,
la piratería, la rivalidad criminal, el mantenimiento del orden público, y la
guerra pertenecen todos a esa misma realidad. Durante el periodo en el cual los
estados nacionales se fueron convirtiendo en las organizaciones dominantes en
los países occidentales, el capitalismo mercantil y la construcción del estado
se reforzaron mutuamente.
Protección
de doble filo En el lenguaje americano contemporáneo, la palabra “protección”
tiene dos acepciones contrapuestas. Una conforta; la otra, inquieta. Por un
lado, “protección” evoca las imágenes de refugio contra el peligro que ofrece
un amigo poderoso, una amplia póliza de seguros o un tejado robusto. Por otro,
evoca el negocio mediante el cual el cacique local obliga a los comerciantes a
pagar un impuesto para evitar peligros con los que el propio cacique les
amenaza. La diferencia es un problema de grado: un sacerdote que sermonea sobre
el infierno y la perdición recibirá colectas de sus feligreses sólo en la
medida en que éstos crean sus predicciones. El gángster del barrio puede realmente
ser, como él mismo afirma, la mejor garantía de un burdel frente a la
intervención policial.
Cuál de estas imágenes evocadoras de la
“protección” viene a la mente depende principalmente de nuestra evaluación de
la realidad y de la externalidad de la amenaza: el que ejecuta al mismo tiempo
tanto el peligro como, por un precio, la protección ante el mismo, es un
chantajista; aquel que facilita una protección necesaria pero tiene un escaso grado de control sobre
la aparición del peligro se legitima como protector, especialmente si su precio
no es mayor que el de sus competidores; y finalmente, el que ofrece una
protección fiable y barata tanto ante los chantajistas locales como ante los
intrusos de fuera hace la mejor oferta de todas.
Los defensores de determinados gobiernos o del
gobierno en general, argumentan, precisamente, que éstos ofrecen protección
frente a la violencia local y la externa. Afirman que los precios que cobran
apenas cubren los costes de la protección. Califican a las personas que se
quejan de sus precios de “anarquistas”, “subversivos” o ambas cosas. Sin
embargo, definen como chantajista a la persona que crea la amenaza y después
cobra por su eliminación. La provisión de protección por parte del gobierno,
partiendo de esta definición, puede entonces calificarse con frecuencia como
chantaje, en la medida en que las amenazas frente a las que un gobierno
determinado defiende a sus ciudadanos son imaginarias o son consecuencia de sus
propias actividades, el gobierno ha establecido un negocio de protección. Desde
el momento en que los propios gobiernos con frecuencia simulan, favorecen o
incluso inventan amenazas o guerras externas y desde el instante en el que las
actividades de represión de los gobiernos a menudo constituyen las amenazas más
importantes para sus propios ciudadanos, muchos gobiernos actúan, en esencia,
del mismo modo que los chantajistas. Existe, por supuesto, una diferencia: los
chantajistas, según la definición convencional, actúan sin el beneplácito de
los gobernantes.
¿Cómo obtienen su autoridad los gobiernos
chantajistas? Desde el punto de vista práctico y ético, éste constituye uno de
los enigmas más antiguos del análisis político. De acuerdo con Maquiavelo o
Hobbes, los observadores políticos han reconocido que, hagan lo que hagan, los
gobiernos organizan y, si es posible, monopolizan la violencia. Poco importa si
consideramos la violencia en un sentido limitado, como el daño a personas o
cosas, o en un sentido amplio, como la vulneración de los deseos e intereses de
la gente. Desde cualquier punto de vista, los gobiernos se diferencian de otras
organizaciones por su tendencia a monopolizar las formas de violencia. La
distinción entre fuerza “legítima” e “ilegítima”, además, importa poco en la
práctica. Si consideramos que la legitimidad se deriva de la conformidad con un
principio abstracto o del consentimiento del gobernado (o de ambas a la vez),
estas condiciones pueden servir para justificar, quizás incluso para explicar,
la tendencia a monopolizar la fuerza. No
contradicen por tanto la realidad, los hechos.
En cualquier caso, el tratamiento cínico que
Arthur Stinchcombe da a la legitimidad es eficaz para los propósitos del
análisis político. La legitimidad, según este autor, depende bastante poco de principios
abstractos o del consentimiento del gobernado: “la persona sobre la que el
poder es ejercido no es generalmente tan importante como otros titulares del
poder”2. La legitimidad es la probabilidad de que otras autoridades intervengan
para confirmar las decisiones de una autoridad determinada. Otras autoridades,
añade, estarán especialmente dispuestas a confirmar las decisiones de una
autoridad cuestionada cuando ésta ejerza control sobre una fuerza considerable.
Tanto el miedo a las represalias como el deseo de mantener un entorno estable
son razones que recomiendan esta regla general, que recalca la importancia del
monopolio de la fuerza ejercido por la autoridad. La tendencia a monopolizar el
uso de la violencia hace que el ofrecimiento de protección de un gobierno, ya
sea en el sentido más reconfortante o en el inquietante de la palabra, sea más
creíble y por tanto, más difícil de rechazar.
El
reconocimiento sincero del papel central de la fuerza en las actividades
gubernamentales no implica que creamos que la autoridad del gobierno descansa
“únicamente” o “en última instancia” en la amenaza de violencia. Tampoco
implica la asunción de que el único servicio de un gobierno es la protección.
Incluso cuando el empleo del uso de la fuerza por parte de un gobierno implica
un coste elevado, algunas personas pueden decidir acertadamente que otros
servicios del gobierno compensan los costes de acceso a su monopolio de la
violencia. El reconocimiento del papel central de la fuerza permite una mejor
comprensión del desarrollo y la transformación de las formas de gobierno.
He aquí un avance del argumento más común: el
afán bélico de los titulares del poder exige, quieran o no, que extraigan
recursos para la guerra de las poblaciones sobre las que ejercen el control y
que fomenten la acumulación de capital por parte de aquellos que les pueden
ayudar mediante el préstamo y la compra. La guerra, la extracción y la acumulación de capital
interactuaron para configurar la construcción del estado en Europa. Los titulares
del poder no emprendieron estas tres actividades trascendentales con la
intención de crear estados nacionales –centralizados, diferenciados, autónomos,
organizados políticamente. Ni tampoco previeron que de la guerra, la extracción
y la acumulación de capital pudiesen emerger estados nacionales. Muy al contrario, las personas que
controlaban los estados europeos y los estados en proceso de construcción
luchaban con la intención de frenar o de dominar a sus rivales y, de este modo,
disfrutar de las ventajas del poder dentro de un territorio seguro o cada vez
más extenso. Para hacer más eficaz la guerra, intentaron localizar más capital.
A corto plazo, tuvieron que acceder a éste a través de conquistas, de la
liquidación de sus activos o desposeyendo a los acumuladores de capital. A
largo plazo, la búsqueda les obligó inevitablemente a permitir la actividad
habitual de los acumuladores de capital que podían facilitarles crédito, y a
imponer alguna modalidad de impuesto periódico a las personas y actividades que
se encontraban dentro de su ámbito de control.
A medida que el proceso continuó, las personas
que llevaban a cabo la construcción del estado desarrollaron un creciente
interés por fomentar la acumulación de capital, a veces con el pretexto de
utilizarlo posteriormente para sus propias iniciativas. Las diferencias
existentes en la dificultad para recaudar impuestos, en el coste de mantener el
tipo específico de fuerza armada adoptado, en la cantidad de recursos militares
necesarios para defenderse de los rivales, etcétera, fueron las causantes de
las principales variedades en la forma de los estados europeos. Todo comenzó
con el esfuerzo por monopolizar las formas de violencia dentro de un territorio
delimitado contiguo a la sede de un titular del poder.
Violencia
y gobierno ¿En qué se distinguían la violencia ejercida por los estados de la
violencia llevada a cabo por cualquier otro actor? A largo plazo, se
diferenciaron lo suficiente como para hacer creíble la división entre fuerza
“legítima” e “ilegítima”. Con el tiempo, los funcionarios ejercieron la
violencia a mayor escala, con mayor eficacia, con mayor eficiencia, con un
consentimiento más amplio por parte de sus propias poblaciones, y con una
colaboración más solícita por parte de las autoridades vecinas que por parte de
otras organizaciones. Sin embargo, pasó mucho tiempo antes de que estas
diferencias se hicieran patentes. En los primeros momentos del proceso de
construcción del estado, muchos de los implicados defendieron el derecho a
utilizar la violencia, la práctica de su uso rutinario para cumplir sus
objetivos, o ambos al mismo tiempo. La secuencia fue la siguiente: se pasó de
bandidos y piratas a reyes a través de los recaudadores de impuestos, los
titulares de poder de la región y los soldados profesionales.
La delgada y difusa línea que separa la
violencia “legítima” e “ilegítima” apareció en los escalafones más altos del
poder. En los primeros momentos del proceso de construcción del estado muchos
de los implicados defendieron el derecho a utilizar la violencia, su empleo
propiamente dicho o ambos a la vez. La prolongada relación amor-odio entre los
potenciales constructores del estado y los piratas y bandidos ilustra esta
división. “Detrás de la piratería en el mar actuaban las ciudades y las ciudades-estado”, escribe
Fernand Braudel respecto al siglo XVI. “Detrás del bandolerismo, esa piratería
terrestre, estaba la ayuda constante de los señores”3. De hecho, en tiempos de
guerra los dirigentes de estados plenamente constituidos, a menudo encargaban a
corsarios o contrataban a bandidos para que atacasen a sus enemigos, y animaban
a sus tropas regulares a conseguir botín. En el servicio real, se esperaba de
los soldados y marineros que se proveyesen por sí mismos a costa de la
población civil: requisando, violando, saqueando... Cuando se desmovilizaban,
continuaban con las mismas prácticas, aunque sin la protección real: los buques
desmovilizados se convertían en barcos pirata; las tropas desmovilizadas, en
bandidos.
Esto
también funcionó de otro modo. La mejor manera para un rey de conseguir apoyo
armado era recurrir al mundo de los proscritos. La conversión de Robin Hood en
arquero real puede que sea un mito, pero se trata de un mito que constata una
práctica. Las diferencias entre las formas de violencia “legítimas” e
“ilegítimas” se hicieron patentes muy lentamente, proceso durante el cual las
fuerzas armadas del estado se convirtieron en algo relativamente cohesionado y
permanente.
Hasta ese momento, como apunta Braudel, las
ciudades costeras y los señores feudales a menudo ofrecían protección, o
incluso apoyo, a los filibusteros. Muchos grandes señores que no pretendían ser
reyes, además, apoyaron con éxito el derecho a llevar a cabo levas de tropas y
a mantener su propio ejército. Ningún rey podía ir a la guerra sin pedir a
alguno de estos señores que acudiese a ayudarle con su ejército; y al mismo
tiempo, éstos y sus ejércitos eran los rivales y oponentes de los reyes, es
decir, los aliados potenciales de sus enemigos. Por esta razón, antes del siglo
XVII, los regentes de niños soberanos provocaron con frecuencia guerras
civiles. Asimismo, el desarme se introdujo en la agenda de todos los aspirantes
a constructores del estado.
Los Tudor, por ejemplo, consiguieron este
objetivo en gran parte de Inglaterra. “La mayor victoria de los Tudor”, escribe
Lawrence Stone, fue la intención, exitosa en última instancia, de crear un
monopolio de la Corona sobre la violencia tanto pública como privada, un logro
que alteró profundamente no sólo la naturaleza de la política sino también la
calidad de vida diaria. Supuso un cambio en las costumbres inglesas que sólo
puede ser comparado con una medida adoptada posteriormente, en el siglo XIX,
cuando el desarrollo de una fuerza de policía consolidó finalmente el monopolio
y lo hizo eficaz en las ciudades más grandes y en los pueblos más
pequeños4.
La desmilitarización de los grandes señores
feudales llevada a cabo por los Tudor se realizó a través de cuatro estrategias
complementarias: eliminar las bandas armadas de estos señores; arrasar sus
castillos; controlar su habitual recurso a la fuerza para la solución de las
disputas; y dificultar la cooperación entre sus subordinados y arrendatarios.
En las Marcas de Inglaterra y Escocia, la tarea fue más delicada para los Percy
y los Dacre, quienes mantuvieron ejércitos y castillos a lo largo de la
frontera, amenazando a la Corona pero también sirviendo de tapón ante los
invasores escoceses. Finalmente, ellos también tendrían que ceder.
En Francia, Richelieu comenzó el gran desarme
en la década de 1620. Aconsejado por el Cardenal, Luis XIII destrozó
sistemáticamente los castillos de los señores rebeldes, protestantes y
católicos, y combatió contra ellos sin descanso. Empezó a condenar los duelos,
el portar armas letales, y el mantenimiento de ejércitos privados. Al final de
esa década, Richelieu ya estaba declarando el monopolio de la fuerza como
doctrina. Fue necesario otro medio siglo para que esta doctrina fuese efectiva.
Nuevamente,
los conflictos de La Fronde tuvieron como protagonistas a los ejércitos
armados por los “grandes”. Únicamente la última de las regencias, la que
sucedió a la muerte de Luis XIV, no condujo a sublevaciones armadas. Para
entonces, el principio de Richelieu se había convertido en una realidad.
Asimismo, en el Imperio que sucedió a la Guerra de los Treinta Años sólo los
príncipes tenían el derecho a dictar levas de tropas y a poseer fortalezas… En
todas partes, los castillos arrasados, el elevado coste de la artillería, la
fascinación por la vida en la corte, y la consiguiente domesticación de la
nobleza tuvieron su parte de culpa en esta transformación5.
Para finales del siglo XVIII, en la mayor
parte de Europa, los monarcas controlaban fuerzas militares permanentes y
profesionales que rivalizaban con las de sus vecinos y que excedían con mucho
cualquier organización armada existente dentro de sus propios territorios. El
monopolio estatal de la violencia a gran escala estaba pasando de la teoría a
la realidad.
La eliminación de los rivales locales supuso,
sin embargo, un grave problema. Más allá de las pequeñas ciudades-estado,
ningún monarca podía gobernar una población exclusivamente con sus fuerzas
armadas, del mismo modo que tampoco podía crear un grupo profesional lo
suficientemente amplio y fuerte como para que llegase desde él hasta el
ciudadano de a pie. Hasta fechas recientes, ningún gobierno europeo ha
alcanzado el nivel de articulación administrativa vertical lograda por la China
imperial; ni siquiera el Imperio Romano. De un modo u otro, todos los gobiernos
europeos posteriores a la Revolución Francesa se apoyaron de forma indirecta en
magnates locales. Éstos colaboraron con el gobierno sin convertirse en
funcionarios en el sentido estricto de la palabra, con cierto acceso al uso de
la fuerza que ejercía el gobierno, y gozando de una amplia autonomía en la
gestión de sus propios territorios: nobleza (junkersB), jueces de paz, señores.
Con todo, estos mismos magnates eran rivales potenciales, posibles aliados de
una revuelta popular.
Con el tiempo, los gobiernos europeos
redujeron su dependencia a este apoyo indirecto a través de dos estrategias
costosas aunque efectivas: (a) extendiendo su burocracia a la comunidad local y
(b) fomentando la creación de fuerzas policiales, subordinadas al gobierno y no
a individuos, diferentes de las fuerzas empleadas en la guerra y, por tanto,
menos útiles para ser utilizadas como instrumentos por sus rivales. Al mismo
tiempo, sin embargo, los constructores del poder nacional llevaron a cabo una
estrategia múltiple: eliminando, subyugando, dividiendo, conquistando,
engatusando, comprando, según lo requiriese la situación. La compra de las
voluntades disidentes se concretó en
exenciones de impuestos, creación de cargos honoríficos, establecimiento
de privilegios ante el tesoro nacional, y una gran variedad de otras
estratagemas que hiciesen que el bienestar del magnate dependiera del
mantenimiento de la estructura de poder existente. A largo plazo, todo esto se
tradujo en una sólida pacificación y monopolización de los medios de
coerción.
Protección
como negocio Volviendo la vista atrás, la pacificación, la cooptación o la
eliminación de rivales díscolos a la soberanía parece una empresa imponente,
noble, encomiable, destinada a traer paz a la gente. Sin embargo, estaba basada
ineludiblemente en una lógica de poder expansiva. Si una autoridad se
beneficiaba de la provisión de protección, sus rivales tendrían que ceder. Como
el historiador económico Frederic Lane afirmó hace veinticinco años, los
gobiernos participan en el negocio de venta de protección…, quisiera la gente o
no. Lane argumentó que la propia actividad de producir y controlar la violencia
favorecía el monopolio porque la competencia en este campo aumentaba los costes
en lugar de disminuirlos. La producción de violencia, según Lane, facilitó la
creación de grandes economías de escala.
Partiendo desde este punto, Lane distinguió
entre: (a) el beneficio del monopolio, o tributo, que llega a los que controlan
los medios de producción de violencia como resultado de la diferencia entre los
costes de producción y el precio exacto que pagan los “clientes” y, (b) el pago
de la protección más elevado para aquellos clientes – por ejemplo, comerciantes
– que deseen una protección efectiva contra los competidores externos. Lane,
gran experto de la historia de la ciudad de Venecia, se centró en el caso de un
gobierno que provoca el pago de la protección a sus comerciantes mediante
ataques deliberados a sus competidores. En su adaptación del esquema de Lane,
además, Edward Ames y Richard Rapp sustituyen la palabra “tributo”, empleada
por aquel, por la más acertada
“extorsión”. Según esta idea, depredación, coerción, piratería,
bandolerismo y chantaje guardan grandes similitudes con las actividades
desarrolladas por el gobierno.
El modelo de Lane funciona de la siguiente
manera: si un príncipe que necesita cincuenta mil monedas para crear una fuerza
armada suficiente para defenderse a sí mismo y a sus súbditos de sus enemigos
externos, y para controlar a dichos súbditos les cobrase setenta y cinco mil,
ganaría un tributo de (75-50=) veinticinco mil monedas. Si las diez monedas que
paga en impuestos uno de estos súbditos, comerciante, le asegurasen el acceso
al mercado mundial frente a las quince monedas pagadas por su competidor
extranjero a su respectivo príncipe, aquel súbdito también ganaría en el pago
de protección (15-10=) 5 monedas en virtud de la mayor eficacia de su príncipe.
Esta lógica difiere únicamente en grado y en escala de la lógica de la
protección entre los criminales y sus clientes. El chantaje en el ámbito
laboral – en el cual, por ejemplo, un armador evita los problemas con los
estibadores portuarios a través de un pago periódico al jefe del sindicato
local – funciona exactamente con el mismo principio: el jefe del sindicato recibe
un tributo para que los estibadores no amenacen con una huelga, mientras el
armador evita las huelgas que los estibadores imponen a su competidores.
Lane precisó sobre el distinto comportamiento
que debemos esperar de las autoridades de un gobierno, que presta protección,
según quién dirija dicho gobierno:
1.
Ciudadanos en general 2. Un monarca que actúa en su propio beneficio 3. Las
propias autoridades
Si
los ciudadanos en general ejercen un verdadero control sobre el gobierno –
¡ideal inalcanzable! – deberíamos esperar que las autoridades redujeran los
costes de la protección y el tributo, maximizando el pago de la protección. Un
monarca que actúa en su propio beneficio, sin embargo, maximizaría el tributo,
fijaría los costes de acuerdo con esa maximización del tributo, y se mostraría
indiferente a la cantidad del pago. Si las autoridades controlasen el gobierno,
intentarían mantener los costes elevados maximizando sus propios salarios,
maximizando el tributo por encima de esos costes exigiendo un precio elevado a
sus súbditos y siendo, asimismo, indiferentes al nivel del pago de la
protección. El primer modelo se aproxima a una democracia jeffersoniana, el
segundo a un despotismo mezquino, y el tercero a una junta militar.
Lane no incluyó la evidente cuarta categoría
que podría encargarse de la dirección de un gobierno, esto es, la clase
dominante. Si la hubiese incluido, su esquema habría ofrecido criterios
empíricos muy interesantes para evaluar si un gobierno determinado es
“relativamente autónomo” o está estrictamente subordinado a los intereses de la
clase dominante. Presumiblemente, un gobierno subordinado tendería a maximizar
los beneficios del monopolio – que volverían a la clase dominante como
resultado de la diferencia entre los costes de protección y el pago recibido
por ella – y a adecuar los pagos de la protección a los intereses económicos de
la clase dominante. Un gobierno autónomo, por el contrario, intentaría
maximizar los salarios de las autoridades y se mostraría indiferente al pago de
la protección. El análisis de Lane sugiere una serie de propuestas y métodos
novedosos.
Lane
también sugirió que la lógica de la situación provocó la sucesión de cuatro
etapas en la historia general del capitalismo:
1.
Un periodo de anarquía y pillaje. 2. Una etapa en la cual los cobradores del
tributo atrajeron clientes y establecieron sus monopolios, luchando para crear
estados exclusivos y sólidos. 3. Una etapa en la que los comerciantes y
propietarios comenzaron a obtener más beneficios con el pago de la protección
de lo que las autoridades ganaban con el tributo. 4. Un periodo (bastante
reciente) en el cual los cambios tecnológicos sobrepasaron los pagos de la
protección como fuentes de beneficio para los empresarios.
En
su nueva historia económica del mundo occidental, Douglass North y Robert Paul
Thomas hacen de las etapas 2 y 3 – aquellas en las que los constructores del
estado crearon sus monopolios por la fuerza y establecieron los derechos de
propiedad que permitieron a los individuos un mejor acceso a las ganancias de
las innovaciones derivadas de su propio desarrollo – los momentos fundamentales
del desarrollo económico sostenido. La protección, en este punto, supera al
tributo. Si reconocemos que los derechos de propiedad protegidos fueron
principalmente los de capital y que el desarrollo del capitalismo también
facilitó la acumulación de los recursos necesarios para dirigir estados
sólidos, esta extensión del análisis de Lane ofrece un buen punto de vista
sobre las similitudes entre la guerra, la construcción del estado y la
acumulación de capital.
Desafortunadamente,
no supo obtener todo el rendimiento posible de su propio enfoque. Al tratar de
mantener su análisis en todo momento dentro de la teoría neoclásica de la
organización industrial, Lane interpuso obstáculos a su percepción de la
protección: considerando a todos los contribuyentes como “clientes” por el
“servicio” prestado por los gobiernos productores de dicha protección; dejando
a un lado las objeciones a la idea de una venta forzosa al insistir en que el
“cliente” siempre tuvo la posibilidad de no pagar y asumir las consecuencias
del impago; minimizando los problemas de divisibilidad que genera el carácter
de bien público de la protección; y omitiendo deliberadamente la distinción
entre los costes de producir las formas de violencia en general y los costes de
la protección proporcionada a los “clientes” por medio de esa violencia. Las
ideas de Lane, asfixiadas dentro de los límites del esquema neoclásico, no
encuentran ninguna restricción fuera de ellos. Finalmente, tanto dentro como
fuera, arrojan luz sobre el análisis económico de los gobiernos, mostrando las
principales actividades que los gobiernos reales han llevado a cabo
históricamente: guerra, represión, protección, adjudicación.
Más
recientemente, Richard Bean ha aplicado una lógica similar al aumento de
estados nacionales europeos entre 1400 y 1600. Recurre a las economías de
escala en la producción de fuerza efectiva, contrarrestadas por deseconomíasC
de escala. Afirma entonces que el desarrollo de la artillería en el siglo XV
(el cañón hizo mucho más vulnerables a los pequeños fuertes medievales frente a
una fuerza organizada) cambió la curva de las economías y las deseconomías para
hacer los ejércitos grandes y permanentes, y los gobiernos centralizados más
provechosos para sus señores. Por lo tanto, según Bean, la innovación militar
fomentó la creación de estados nacionales extensos, costosos y bien
armados.
Conversaciones
sobre la Historia El resumen de Bean,
sin embargo, no resiste un examen histórico. En la práctica, el cambio de la
infantería por la artillería para el asedio de ciudades fortificadas no ocurrió
hasta los siglos XVI y XVII. La artillería mejoró durante el siglo XV, pero la
construcción de nuevas fortificaciones, especialmente la trace italienne,
contrarrestó rápidamente la ventaja de la artillería. La llegada de artillería
eficaz llegó demasiado tarde como para haber causado el aumento en el número de
estados. (Sin embargo, el creciente coste de las fortificaciones para
defenderse de la artillería dio ventaja a los estados que disponían de bases
fiscales más sólidas).
Tampoco
es evidente que los cambios en el terreno bélico tuviesen una influencia tan
notoria como Bean les atribuye. La creciente importancia de la guerra naval,
que ocurrió simultáneamente, podía haber llevado la ventaja militar hacia las
pequeñas potencias marítimas como la República de los Siete Países Bajos
UnidosD. Además, aunque muchas ciudades-estado y otras entidades microscópicas
desaparecieron en el seno de unidades políticas más grandes antes de 1600,
acontecimientos como el fraccionamiento del Imperio de los Habsburgo y hechos
como la permanencia de unas extensas aunque débilmente unidas Polonia y Rusia
cuestionan su afirmación sobre el aumento del número de estados a escala
geográfica. En resumen, tanto la explicación propuesta por Bean como su
exposición sobre lo que debería ser explicado generan ciertas dudas
históricas.
Aunque
despojada de su determinismo tecnológico, la lógica de Bean complementa la de
Lane, ya que los diferentes cuerpos militares exigen cantidades sustancialmente
diferentes para aprovisionarse, y también otorgan muy diferentes grados de
control sobre los oponentes, ya sean domésticos o extranjeros. Después de 1400,
la búsqueda europea de una modalidad de organización militar más grande, más
estable, y más costosa provocó, en la práctica, un espectacular aumento del
presupuesto de los príncipes, de los impuestos y del personal. Después de 1500 más
o menos, los príncipes que se las habían arreglado para crear alguna de esas
costosas organizaciones militares estaban capacitados para conquistar nuevos
territorios.
La
palabra “territorio” no debería confundirnos. Hasta el siglo XVIII, las grandes
potencias fueron estados marítimos, y la guerra naval siguió siendo crucial
para determinar la posición internacional de los estados. Es preciso tener en
cuanta la lista de sucesivas potencias hegemónicas dentro del mundo capitalista
que ofrece Fernand Braudel: Venecia y su imperio, Génova y su imperio,
Amberes-España, Ámsterdam-Holanda, Londres-Inglaterra, Nueva YorkEstados
Unidos. Aunque Brandenburgo-Prusia constituye una pequeña excepción, sólo en la
actualidad estados con fronteras esencialmente terrestres como China y Rusia
han adquirido una posición tan preponderante en el sistema de estados del
mundo. La guerra marítima no fue, en modo alguno, la única razón para tal
predisposición hacia el mar. Antes de finales del siglo XIX, el transporte
terrestre era tan caro en cualquier punto de Europa que ningún país podía
permitirse abastecer un gran ejército o una gran ciudad con grano o cualquier
otro producto de primera necesidad sin disponer de un transporte marítimo
eficaz. Los gobernantes alimentaron centros interiores como Berlín y Madrid
únicamente con un gran esfuerzo y con un coste considerable para sus
territorios internos. La excepcional eficacia de los canales en los Países
Bajos les dio indudablemente grandes ventajas tanto en tiempos de paz y como de
guerra.
El
acceso al agua fue importante también en otro sentido. Aquellas metrópolis
incluidas en la lista de Braudel eran puertos importantes, grandes centros de
comercio donde el capital se movía en grandes cantidades. Tanto el comercio
como el capital sirvieron a los propósitos de gobernantes ambiciosos. A través
de una ruta sinuosa, esta observación nos conduce de nuevo a los argumentos de
Lane y Bean. Teniendo en cuenta que ambos eran historiadores económicos, el
punto más débil de sus análisis resulta sorprendente. Ambos subestiman la
importancia de la acumulación de capital en la expansión territorial. Como Jan
de Vries dice acerca del periodo posterior a 1600:
Mirando
hacia atrás, uno no puede evitar sorprenderse de la relación aparentemente simbiótica
entre el estado, el poder militar y la eficiencia de la economía privada en la
época del absolutismo. Detrás de cada dinastía de éxito había una colección de
opulentas familias banqueras. El acceso a los recursos de la burguesía se
mostró crucial para las políticas de la
construcción del estado y del proceso de centralización de los
príncipes. Éstos también necesitaron acceso directo a los recursos agrícolas,
que podían movilizarse únicamente cuando la productividad agrícola crecía y
existía un efectivo poder militar y administrativo para imponer los deseos de
los príncipes. Pero las líneas de causalidad también funcionaron en la
dirección opuesta. El éxito de las actividades encaminadas a la construcción
del estado y a la formación de imperios, junto a la tendencia a la
concentración de la población urbana y del gasto gubernamental, ofrecieron a la
economía privada oportunidades únicas e incalculables para capturar economías
de escala. Éstas afectaron ocasionalmente a la producción industrial pero
fueron más significativas en el crecimiento del comercio y de las finanzas.
Además, la liviana presión de la tributación del gobierno central hizo tanto
como cualquier otra fuerza económica para canalizar la producción campesina
hacia el mercado, aumentando de este modo las oportunidades para la creación de
comercio y la especialización económica6.
La
“relación simbiótica” no se da únicamente en el periodo posterior a 1600. En el
caso precoz de Francia se puede considerar el aumento de gastos e ingresos de
la Corona desde 1515 hasta 1785. Aunque la tasa de crecimiento de ambos aumentó
aceleradamente después de 1600, también había subido sustancialmente durante el
siglo XVI. Después de 1550, las guerras de religión internas obstaculizaron la
tarea de expansión internacional que Francisco I, había comenzado a principios de siglo, pero
desde 1620 hacia delante Luis XIII y Luis XIV (ayudados e instigados, para ser
precisos, por Richelieu, Mazarin, Colbert y otros magos de la construcción del
estado) reanudaron la tarea con ahínco. “Como siempre”, comenta V. G. Kiernan,
“la guerra tenía la aprobación del poder político y las reservas de los
economistas”7.
Pedían
prestado y después pagaban intereses con cuentas deudoras, sin importar que las
dos curvas – ingresos y gastos – se distanciasen. Los capitalistas poderosos
jugaron un papel crucial a ambos lados de la transacción: como las principales
fuentes de provisión de crédito de la Corona, especialmente en el corto plazo
y, al mismo tiempo, como los encargados del peligroso pero lucrativo negocio de
la recaudación de impuestos reales. Por esta razón, merece la pena destacar que la
deuda pública tuvo su origen, con una finalidad práctica, en el reinado de
Francisco I. Tras la pérdida de Milán, la llave del norte de Italia, el 15 de
septiembre de 1522, Francisco I pidió prestados 200.000 francos… al 12,5 por
ciento a los comerciantes de Paris, para intensificar la guerra contra Carlos
V. Administrada por el gobierno de la ciudad, inauguró la famosa serie de bonos
basados en las rentas públicas de capital y conocidas como rentes sur l´Hôtel
de Ville8.
(El
impago de estas rentas por parte del gobierno, por cierto, ayudó a alinear a la
burguesía parisina contra la Corona durante La Fronde, unos ciento veinte años
más tarde). Para 1595, la deuda nacional había ascendido a 300 millones de
francos; a pesar de las bancarrotas gubernamentales, de las manipulaciones de
la moneda y de las monumentales subidas de impuestos, para la muerte de Luis
XIV en 1715 los préstamos solicitados para la guerra habían inflado el total
hasta los tres mil millones de francos,
el equivalente a unos ochenta años de ingresos reales9. La guerra, el aparato
del estado, los impuestos y los préstamos aumentaron a un ritmo
acompasado.
Aunque
Francia fue precoz, no fue la única. “Todavía más que en el caso de Francia”,
narra Earl J. Hamilton,la
deuda pública de Inglaterra se originó y creció durante las principales
guerras. A excepción de una pequeña cantidad anterior de los Estuardo, la deuda
comenzó en 1689 con el reinado de William y Mary. En palabras de Adam Smith
“fue en la guerra que comenzó en 1688 y concluyó con el Tratado de Ryswick en
1697, cuando se pusieron las bases de la enorme deuda actual de Gran
Bretaña”10.
Hamilton,
es cierto, continúa citando al mercantilista Charles Davenant, quien se quejaba
en 1698 de que los elevados impuestos exigidos por el gobierno para pagar los
préstamos estaban destrozando el mercado inglés. La queja de Davenant sugiere,
no obstante, que Inglaterra estaba entrando ya en la tercera de las etapas de
las relaciones estado-capital propuestas por Frederic Lane, aquella en la que
los comerciantes y propietarios reciben un beneficio mayor que los proveedores
de la protección.
Hasta el siglo XVI, los ingleses esperaban de
sus reyes que viviesen de las rentas de sus propios bienes y que aumentasen los
impuestos únicamente en caso de guerra. G. R. Elton señala como punto de
inflexión el borrador de Thomas Cromwell de las Subsidy Bills de Enrique VIII para
1534 y 1540: “la de 1540 no se olvidó de recoger la novedad introducida en
1534, más concretamente, la posibilidad de exigir contribuciones especiales
para otras finalidades distintas de la guerra”11. Sin embargo, después de esta
declaración, y como ya venía ocurriendo con anterioridad, la guerra fue el
mayor estímulo para el aumento tanto de los impuestos como de la deuda. Pocas
veces disminuyeron la deuda y los impuestos. Ocurrió lo que A. T. Peacock y J.
Wiseman llaman “efecto desplazamiento” (y otros, algunas veces, denominan
“efecto trinquete”): cuando los gastos e ingresos públicos ascendían
bruscamente durante la guerra, establecían un tope nuevo y más elevado, que los
ingresos y gastos en tiempo de paz no podían reducir. Durante las guerras napoleónicas,
los impuestos británicos subieron del 15 al 24 por ciento del ingreso nacional
y ya eran casi tres veces el nivel impositivo francés12.
Realmente, Gran Bretaña tenía una doble
ventaja: dependía menos de costosas fuerzas terrestres que sus rivales
continentales y obtenía mayor proporción de sus ingresos por impuestos de
aduana – impuestos que eran, a pesar del contrabando, significativamente más
baratos de recaudar que los impuestos de tierras, los de propiedad o que el
impuesto municipal por cabeza. Sin embargo, en Inglaterra, como en otros
lugares, tanto la deuda como los impuestos aumentaron enormemente a partir del
siglo XVII, principalmente, como resultado del creciente coste de la
guerra.
¿Qué
hacen los estados? Como ya he apuntado, el análisis de Lane sobre la protección
se equivoca al distinguir entre los muy diferentes usos de la violencia
controlada por el estado. Bajo la expresión general de violencia organizada,
los agentes del estado incluyen generalmente cuatro actividades diferentes:
1.
La guerra: eliminando o neutralizando a los rivales fuera del territorio en el
cual tienen preferencia permanente y notoria en el uso de la fuerza. 2. La
construcción del estado: eliminando o neutralizando a sus rivales dentro de ese
territorio. 3. Protección: eliminando o neutralizando a los enemigos de sus
clientes. 4. Extracción: adquiriendo los medios para llevar a cabo las
actividades anteriores – la guerra, la construcción del estado y la protección.
La tercera actividad corresponde a la protección
tal y como la analizó Lane, pero las otras tres también implican la aplicación
de la fuerza. Estas actividades se superponen parcialmente y en diferentes
grados: por ejemplo, la guerra contra comerciantes rivales de la burguesía
local implica la protección de dicha burguesía. Asimismo, desde el momento en
que la población está dividida en clases enemigas, y el estado favorece
parcialmente a una clase u otra, la construcción del estado realmente reduce la
protección dada a algunas clases.
Cada una de ellas – guerra, construcción del
estado, protección y extracción – adopta formas muy diferentes. La extracción,
por ejemplo, va desde el saqueo más absoluto hasta el tributo periódico pasando
por el impuesto burocratizado. Con todo, las cuatro actividades dependen de la
tendencia del estado a monopolizar las formas concentradas de coerción. Desde
la perspectiva de aquellos que dominan el estado, cada una de ellas – si se
llevan a cabo eficazmente – generalmente refuerza a las otras. Por tanto, un
estado que elimina con éxito a sus rivales internos, fortalece su capacidad
para extraer recursos, para hacer la guerra y para proteger a sus principales
partidarios. En los primeros tiempos de la experiencia europea, en líneas
generales, estos partidarios eran usualmente los propietarios, la guardia
personal del monarca, y los religiosos.
Cada uno de los principales usos de la
violencia produjo formas de organización determinadas. La guerra daba como
resultado ejércitos, navíos y servicios de suministro. La construcción del
estado producía instrumentos permanentes de vigilancia y control dentro del
territorio. La protección se apoyaba en la organización que provenía de la
guerra y de la construcción del estado pero añadía a ésta un aparato a través del
cual el protegido solicitaba la protección debida, especialmente mediante
tribunales y asambleas representativas. La extracción formó las estructuras
fiscal y contable. La organización y el uso de la violencia, por sí mismas,
explican en gran medida la estructura característica de los estados
europeos.
La regla general parece haber sido la
siguiente: cuando más costosa era la actividad, permaneciendo invariables todas
las demás circunstancias, más grande era la organización resultante. En el
caso, por ejemplo, de que un gobierno determinado invirtiese en grandes
ejércitos permanentes – un medio muy
costoso, aunque eficaz de preparar la guerra –, era muy probable que la
burocracia creada para servir el ejército fuese voluminosa. Además, un gobierno
que forma un ejército permanente mientras controla una pequeña población está
más predispuesto a incurrir en grandes costes y, por tanto, a construir una
estructura voluminosa, que un gobierno de un país muy poblado.
Brandenburgo-Prusia fue el clásico ejemplo de alto coste de acuerdo a los
recursos disponibles. El esfuerzo prusiano por formar un ejército que pudiese
competir con sus más vastos vecinos continentales creó una estructura inmensa;
ello militarizó y burocratizó mucho la vida social germana.
En el caso de la extracción, cuanto menores
fuesen los recursos y menos comercializada estuviese la economía, permaneciendo
invariables las demás circunstancias, más difícil sería extraer recursos para
mantener la guerra y otras actividades gubernamentales. Por lo tanto, el
aparato fiscal sería más extenso. Inglaterra es el ejemplo claro de esta
situación, con una relativamente amplia y comercializada reserva de recursos
que se servía de un relativamente pequeño aparato fiscal. Como ha argumentado
Gabriel Ardant, la elección de la estrategia fiscal probablemente era una
diferencia adicional. En general, los impuestos sobre las tierras eran caros de
recaudar en comparación con los impuestos sobre el comercio, especialmente los
grandes flujos de comercio que pasaban por los puntos de control de fácil
vigilancia. Su posición sobre la entrada al Báltico le dio a Dinamarca una
extraordinaria oportunidad de beneficiarse de los ingresos de aduana.
Con respecto a la construcción del estado (en
el sentido de eliminación o neutralización de los rivales locales de las
personas que controlan el estado), un territorio poblado por grandes
propietarios o por distintos grupos religiosos generalmente imponía mayores
costes a un conquistador que otro caracterizado por un poder fragmentado o una
cultura homogénea. Esta vez, la fragmentada y homogénea Suecia, con su
relativamente pequeño pero efectivo aparato de control, es el ejemplo
claro.
Por último, el coste de la protección (en el
sentido de eliminación o neutralización de los enemigos de los clientes de los
constructores del estado) aumentaba de acuerdo con el marco en que dicha
protección tenía lugar. El esfuerzo de Portugal por obstruir el Mediterráneo a
sus comerciantes competidores en el mercado de especias es un caso de manual
que ilustra el fracaso del intento de protección que, sin embargo, fortaleció
una enorme estructura.
Por
lo tanto, el tamaño concreto del gobierno era directamente proporcional al
esfuerzo dedicado a la extracción, la construcción del estado, la protección y,
especialmente, la guerra, pero inversamente proporcional a la comercialización
de la economía y a la cantidad de recursos disponibles. Más aún, el tamaño de
cada una de las diferentes partes del gobierno variaba según los ratios
coste/recurso de la extracción, la construcción del estado, la protección y la
guerra. En el caso de España la hipertrofia de la Corte y de los tribunales es
el resultado de siglos de esfuerzo por controlar a los enemigos internos,
mientras que en Holanda sorprende ver cómo puede desarrollarse un pequeño
aparato fiscal gracias a unos impuestos elevados dentro de una economía rica y
comercializada.
Evidentemente, la guerra, la extracción, la
construcción del estado y la protección
eran interdependientes. En términos muy, muy generales, la experiencia clásica
de construcción del estado en Europa siguió el siguiente esquema:
Guerra
Extracción
Protección Construcción del estado
En una secuencia ideal, un gran señor hacía la
guerra de forma lo suficientemente efectiva como para convertirse en el
dominador de un territorio sustancial, pero esa guerra conducía a una creciente
extracción de recursos para la guerra – hombres, armas, comida, alojamiento,
transporte, provisiones, y/o el dinero necesario para comprarlos – que sufría
la población que ocupaba dicho territorio. El desarrollo de la capacidad de
hacer la guerra aumentaba asimismo la capacidad de extraer. La propia actividad
de extracción, si era un éxito, implicaba la eliminación, neutralización o
cooptación de los grandes señores rivales locales. Por lo tanto, llevaba a la
construcción del estado. Como consecuencia, se organizaba en forma de agencias
recaudadoras, fuerzas de policía, tribunales, haciendas públicas, contables;
por lo tanto, nuevamente llevaba a dicha construcción. En menor medida, la
guerra también conducía a la construcción del estado a través de la expansión
de la propia organización militar como un ejército permanente, industrias de
guerra, logística, burocracia y (bastante más tarde) escuelas que se
desarrollaron dentro del aparato estatal. Todas estas estructuras controlaban a
los potenciales rivales y oponentes. En el transcurso de la guerra, de la
extracción de recursos y de la construcción del aparato estatal, las autoridades
de los estados formaron alianzas con determinadas clases sociales. Los miembros
de estas clases prestaron recursos, proporcionaron servicios técnicos o
ayudaron a asegurar la sumisión del resto de la población; todo ello a cambio
de cierta protección contra sus propios rivales y enemigos. Como resultado de
estas múltiples posibilidades de estrategia, se desarrollaron diferentes
aparatos de estado por toda Europa.
Cómo
se formaron los estados Este análisis, si es correcto, tiene dos importantes
implicaciones para el desarrollo de los estados nacionales. La primera, que la
resistencia popular a la guerra y a la construcción del estado fueron
determinantes. Cuando la gente de la calle se resistió tenazmente, las
autoridades hicieron concesiones: garantía de derechos, instituciones
representativas, tribunales de apelación. Aquellas concesiones, cuando tuvieron
lugar, se convirtieron en obstáculos para la guerra y la construcción del
estado. Ciertamente, las alianzas llevadas a cabo con determinados miembros de
la clase dirigente multiplicaron los efectos de la acción popular; la amplia
movilización de la aristocracia contra Carlos I ayudó a que la revolución
inglesa de 1640 tuviese un impacto mucho mayor en las instituciones políticas
del que tuvo cualquier otra de las múltiples rebeliones que se sucedieron
durante la época de los Tudor.
La segunda, el relativo equilibrio entre la
guerra, la protección, la extracción y la construcción del estado afectó
significativamente a la organización de los estados que surgieron de estas
cuatro actividades. En el momento en el que la guerra se llevó a cabo, por
ejemplo, con una relativamente menor extracción, protección o construcción del
estado, las fuerzas militares gozaron de una mayor y más autónoma participación
en la política nacional. España es, posiblemente, el mejor ejemplo europeo. En
el momento en el que la protección, como en Venecia u Holanda, prevaleció sobre
la guerra, la extracción y la construcción del estado, lasoligarquías de las
clases protegidas tendieron a dominar la subsiguiente política nacional. Del
relativo predominio de la construcción del estado surgió una desproporcionada
creación de servicios de policía y vigilancia. Los estados Papales son un buen
ejemplo. Antes del siglo XX, el margen para los desequilibrios era muy pequeño.
El estado que fracasaba en sus esfuerzos por hacer la guerra tenía muchas
posibilidades de desaparecer. A medida que transcurría el siglo XX, sin
embargo, fue cada vez más común que un estado prestase, diese o vendiese a otro
recursos para llevar a cabo una guerra. En esos casos, el estado receptor podía
dedicar un esfuerzo desproporcionado a la extracción, protección y/o construcción del estado y seguir
sobreviviendo. En el momento actual, los clientes de Estados Unidos y de la
Unión Soviética ofrecen numerosos ejemplos.
Este modelo simplificado, sin embargo, omite
las relaciones externas que configuraron cada estado nacional. En los primeros
momentos del proceso, la distinción entre “interno” y “externo” permanecía tan
difusa como la distinción entre el poder estatal y el poder acumulado por los
señores feudales aliados del estado. Más tarde, tres factores interrelacionados
conectaron cualquier estado nacional con el resto de estados europeos. En
primer lugar, había un flujo de recursos en forma de préstamos y provisiones,
especialmente préstamos y provisiones destinados a la guerra. En segundo lugar,
existía una la rivalidad entre estados por la hegemonía en los territorios
objeto de disputa que estimulaba la guerra y eliminaba temporalmente las
distinciones entre los procesos de guerra, de construcción del estado y de
extracción. En tercer lugar, aparecía la intermitente creación de coaliciones
de estados que unían temporalmente sus esfuerzos para forzar a un estado dado
hacia un determinado comportamiento y posición dentro de la estructura
internacional. La coalición de guerra es un ejemplo, pero la coalición de paz
jugó un papel todavía más importante: desde 1648, si no antes, al final de las
guerras todos los estados europeos se reunían por un tiempo para negociar las
fronteras y los gobernantes de las partes contendientes. Por ello, los periodos
de mayor reorganización del sistema de estados europeo se producían en gran
número, debido a los acuerdos que se derivaban de las guerras generalizadas. De
cada gran guerra, generalmente, salían menos estados nacionales de los que
habían entrado.
La
guerra como relaciones internacionales Bajo estas premisas, la guerra se
convirtió en una circunstancia normal del sistema internacional de estados y en
el medio habitual para defender o mejorar una posición en el sistema. ¿Por qué
la guerra? No existe una respuesta simple. La guerra fue más eficaz que ningún
otro medio. Pero posiblemente, parte de la respuesta remite al instrumento
principal de la construcción del estado: la lógica por la cual un señor feudal
extendía o defendía el perímetro dentro del cual monopolizaba los medios de
violencia y, de ese modo, aumentaba la contraprestación bajo la forma de
tributos, dando un paso más en la lógica de la guerra. Al comienzo del proceso,
los rivales internos y externos coincidían en gran medida. Sólo el establecimiento
de grandes perímetros de control dentro de los cuales los grandes señores
frenaban a sus rivales marcó la línea entre lo interno y lo externo. George
Modelski resume la lógica competitiva de forma convincente:
El poder mundial… fortaleció a aquellos
estados que lo lograron frente al resto de organizaciones políticas o de otro
tipo. Más aún, otros estados que competían por el poder mundial desarrollaron
formas de organización similares y resistencias similares: también se
convirtieron en estados nacionales –en una reacción de defensa, porque se
vieron forzados a discrepar o a enfrentarse a una potencia mundial, como
Francia se enfrentó a España y posteriormente a Inglaterra, o de imitación de
su evidente éxito y eficacia, como siguió Alemania el ejemplo de Gran Bretaña
con el Weltmacht, o como antes Pedro el Grande había reconstruido Rusia
siguiendo el ejemplo holandés. De modo que no sólo Portugal, Países Bajos, Gran
Bretaña y Estados Unidos se convirtieron en estados nacionales sino también España,
Francia, Alemania, Rusia y Japón. La respuesta más corta y también más frugal a
la pregunta de porqué sucedió esto donde “la mayor parte de los esfuerzos
europeos para construir estados fracasaron” es que ellas también eran potencias
mundiales, o lucharon con éxito con o contra ellas13.
Esta lógica de construcción del estado
internacional implica en gran medida la lógica del engrandecimiento local: lo
externo complementa lo interno.
Si aceptamos aquella frágil distinción entre
procesos de construcción del estado “internos” o “externos”, entonces debemos
esquematizar la historia de la construcción del estado europeo en tres etapas:
(a) el diferente éxito de algunos de los titulares de poder en las luchas
“externas” marca la diferencia entre un marco “interno” o “externo” para el uso
de la violencia; (b) la rivalidad “externa” genera la construcción “interna”
del estado; (c) los acuerdos “externos” entre estados tienen cada vez más
influencia en la forma y el lugar en el se encuentra cada estado en el sistema
internacional. Bajo esta perspectiva, las organizaciones legitimadoras de
estados como la Sociedad de Naciones y las Naciones Unidas sencillamente
extendieron el proceso basado en la experiencia europea a todo el mundo. Bien
fuese de forma forzada o voluntaria, sangrienta o pacífica, la colonización
sencillamente completó ese proceso por el cual los estados existentes se
asociaron para crear nuevos.
La extensión al resto del mundo del proceso de
construcción del estado tal y como tuvo lugar en Europa, sin embargo, no tuvo
como resultado la creación de estados a imagen y semejanza de los europeos. En
términos generales, las luchas internas como el control de los grandes señores
regionales y la imposición de impuestos en los pueblos campesinos produjeron
rasgos organizacionales importantes de los estados europeos: la relativa
subordinación del poder militar al control civil, la excesiva burocratización
de la vigilancia fiscal, la representación de intereses mediante petición y
parlamento. En general, los estados se desarrollaron de forma diferente. El más
claro ejemplo de esta diferencia aparece en la organización militar. Los
estados europeos construyeron sus aparatos militares a través de constantes
luchas con su población y por medio de una extensión selectiva de la protección
a clases diferentes dentro de esas poblaciones. Los acuerdos sobre la
protección limitaron a los propios gobernantes, haciéndoles vulnerables a los
tribunales, a los parlamentos, etc. En
gran medida, los estados creados recientemente a través de la descolonización o
mediante la redistribución de territorios dominados por otros estados han
heredado su organización militar, sin haber establecido firmemente las
obligaciones mutuas entre gobernantes y gobernados. En la medida en que la
influencia externa continúe proporcionando material y experiencia militar a
cambio de materias primas, de apoyo militar o de ambos, los nuevos estados
acogerán organizaciones poderosas, espontáneas que eclipsarán todas las demás
organizaciones dentro de su territorio. En la medida en que esta influencia
externa garantice sus fronteras, los líderes de esas organizaciones militares
ejercerán un extraordinario poder dentro de ellas. Las ventajas del poder
militar son enormes; los incentivos para hacerse con el poder por encima del
estado son muy importantes. A pesar del importante papel que la guerra jugó en
la construcción de los estados europeos, los viejos estados nacionales de
Europa casi nunca experimentaron la gran desproporción entre la organización
militar y el resto de formas de organización que parecen destinados a soportar
los estados satélite por todo el mundo contemporáneo. Hace un siglo, los
europeos deberían haberse felicitado por la propagación de gobiernos civiles
por todo el mundo. En la actualidad, la analogía entre la guerra y la
construcción del estado, por un lado, y el crimen organizado, por otro, se está
convirtiendo en una trágica tendencia.
NOTAS
1 Este artículo fue publicado en inglés bajo el título “War Making and
State Making as Organizad Crime” en P. EVANS, D. RUESCHEMEYER y T. SKOCPOL
(eds.) Bringing the State Back, Ed. Cambridge University Press, Cambridge,
1985. 2 STINCHCOMBE, Arthur L., Constructing Social Theories New York:
Harcourt, Brace & World, 1968, p. 150; cursiva en el original. 3
BRAUDELFernand , La Méditerranée et le monde méditerranéen à l'époque de
Philippe II Armand Colin, París, 1966, vol. 2, ps. 88-89. 4 STONE, Lawrence, The Crisis of the
Aristocracy Clarendon Press, Oxford, 1965, p. 200. A N.d T. Se conoce como La Fronde a la guerra
civil que tuvo lugar en Francia entre 1648 y 1653, durante minoría de edad de Luis XIV. 5 GERHARD, Dietrich, Old Europe: A Study of
Continuity, 1000-1800 New York: Academic Press, 1981, pp. 124-25 Revista
Académica de Relaciones Internacionales, Núm. 5 Noviembre de 2006,
UAM-AEDRI
ISSN 1699 – 3950
www.relacionesinternacionales.info 26
B N.d T. Se conoce con el
nombre de junkers a una nobleza terrateniente que dominó Alemania durante el
siglo XIX y principios del XX. C N. d
T.: diseconomies en el original. D N.d
T. La República de los Siete Países Bajos Unidos, también conocida como
Provincias Unidas fue una República europea formada por las siete provincias
del Norte de los Países Bajos – Frisia,
Groninga, Güeldres, Holanda, Overijssel, Utrecht y Zelanda –, agrupadas desde
la Unión de Utrecht (1579-81) hasta la ocupación francesa en 1795.
6 DE VRIES, Jan, The Economy of Europe in an Age of Crisis, 1600-1750
Cambridge University Press, Cambridge, 1976.
7 KIERNAN, V. G., State and Society in Europe, 1550-1650 Oxford:
Blackwell, 1980, p. 104. Acerca de las finanzas francesas, véase GUERY, Alain
"Les Finances de la Monarchie Française sous l'Ancien Regime" en
Annales Economies, Societes,Civilisations 33 1978, p. 227. 8 HAMILTON, Earl J., "Origin and Growth
of the National Debt in France and England" en Studi in onore di Gino
Luzzato Giuffre, Milán, 1950, vol. 2, p. 254.
9 Íbidem ps. 247-249. 10 Íbid. p.
254. 11 ELTON, G. R., "Taxation
for War and Peace in Early-Tudor England," en War and Economic
Development: Essays in Memory of David Joslin J. M. WINTER (ed.) Cambridge
University Press, Cambridge, 1975, p. 42.
12 MATHIAS, Peter, The Transformation of England: Essays in the Economic
and Social History of England in the Eighteenth Century Oxford University
Press, New York, 1979, p.122. 13 MODELSKI, George, "The Long Cycle of
Global Politics and the Nation State" en Comparative Studies in Society
and History nº 20, 1978, p. 23
(*) Charles TILLY es profesor de Ciencia Social en el
departamento de Sociología de la Universidad de Columbia en Nueva York. Sus
áreas de estudio son los procesos de cambio social a largo plazo en Europa
desde una perspectiva política. Ha publicado numerosos libros, algunos
traducidos al español, entre los que cabe destacar Grandes estructuras,
procesos amplios, comparaciones enormes, Ed. Alianza, Madrid, 1991 o Las
revoluciones europeas, 1492-1992, Ed. Crítica, Barcelona, 1995. Why? es su
último libro, y ha sido publicado por Princeton University Press en 2006.
ct135@columbia.edu
Artículo traducido por Iker ZIRION LANDALUCE
Fuente . Revista
Académica de Relaciones Internacionales, Núm. 5 Noviembre de 2006, UAM-AEDRI
ISSN
1699 – 3950
www.relacionesinternacionales.info 2
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