Por Antoni
Domènech (*)
Del
libro de David Casassas sobre Adam Smith importa, lo primero, decir que buena
parte de la originalidad
de su posición, viene, no, como acaso cabría esperar de un trabajo que trae su
origen en una tesis académica,
de grandes novedades exgogitadas de sesudas y elaboradas cavilaciones
hermenéuticas; tampoco de un minucioso trabajo de acribia filológica. Muchas de
las afirmaciones más originales de este libro son el simple resultado de tres
cosas que poco tienen que ver con la erudición y la filología: nacen de un
espíritu, como el de Casassas, rebosante de buen sentido, es decir, libre del
sentido común de los prejuicios académicos y no académicos dominantes. Eso, por
lo pronto. Luego, de un inteligente trabajo de restauración, de eficaz limpia
de una imagen, la de Adam Smith, desdibujada y emborronada por un anacrónico
acúmulo de malentendidos y descuidos que, levantados durante décadas, terminaron
por hacer incomprensible su obra científica y política. Y en tercer lugar, de
una contextualización histórica precisa del significado, científico y
filosófico-político, de esa misma obra.
Me
apresuro a decir que ninguno de esos rasgos –espíritu libre de los prejuicios del
ambiente, empeño de artesano restaurador y reconocimiento consecuente de la
necesidad decontextualizar históricamente— es incompatible con el conocimiento
y la asimilación de la producción y de la buena bibliografía académicas
actuales. En este caso, precisamente lo contrario es lo cierto. Porque es
evidente que este libro es harto deudor, entre otras cosas, dela investigación
de muchos historiadores de las ideas y de los conceptos que, en las pasadas décadas,
han contribuido eficazmente a desbrozar el camino que permite enfrentarse al pensamiento
económico y político moderno e incipientemente contemporáneo de una forma, podríamos
decir, emancipadora de los infundados y extemporáneos prejuicios académicos, ideológicos
y políticos que han ido decantándose a modo de espesos y cada vez más impenetrables
estratos de ganga geológica. Penetrar en esos estratos y proceder a la remoción
de la breva es, entonces, abrirse ya el camino hacia una labor de restauración.
Y una labor derestauración bien hecha que culmina en una contextualización
histórica como la que hace Casassas permite, además, adivinar que las
escoriaciones desfiguradoras no se acumularon siempre por ventura y al acaso
–“geológicamente”—, sino, a menudo, a través de un largo proceso, de todo punto
político, cuyo significado contribuye a aclarar también este libro.
Yo
creo que será útil al lector un breve relato del origen de esta investigación,
cosa que puedo hacer porque fui testigo directo del mismo.
Todo
empezó hace más de diez años cuando, releyendo el clásico libro de historia del
utilitarismo de Elie Halévy, tropecé con esta llamativa afirmación que me había
pasado desapercibida en primera lectura:“Se
nos dice, apoyándose en la autoridad de sus coetáneos, que, en la teoría, Adam
Smith fueun republicano y un admirador de Rousseau…”1
Ni
que decir tiene que Halévy desechaba tal idea como desapoderada y absurda: no
podía ser de otro modo en un historiador que construyó el grueso de su carrera
científica tratando de presentar a Hume, a Adam Smith y a David Ricardo como
protoutilitaristas, antecesores o –en el caso de Ricardo— correligionarios de
Bentham, y por lo mismo, hostiles a la tradición política republicana y al
lenguaje de los derechos humanos y del iusnaturalismo revolucionario:“Hume,
Adam Smith y Bentham eran conservadores en asuntos políticos, y un estudio de
sus escritos revela fácilmente que no estaban lejanos los tiempos en que la
teoría de los derechos del hombre, que había ganado a América y a Francia, iba
a encontrar en Burke y en el propio Bentham a resueltos adversarios, que
habrían de oponerle el principio de utilidad.”2
Como
yo me hallaba entonces en pleno estudio de la época intelectual –el primer
tercio del siglo XIX— en que se eclipsó e hizo invisible la tradición política
republicana, busqué en la biblioteca de la Facultad de Económicas la referencia
bibliográfica que daba Halévy sobre la común opinión entre los coetáneos de
Adam Smith acerca del “republicanismo” de éste. Queno era otra que la gran
biografía de Rae, Life of Adam Smith, publicada en 1895. Si norecuerdo mal, ése
fue el primer libro que leyó David Casassas tras resolverse a escribir su tesis
sobre el republicanismo comercial de Adam Smith. Y eso fue algo antes de que la
moda académica “neorrepublicana” actual comenzara a penetrar en España, en
buena parte a través de un libro que yo mismo había traducido para la editorial
Paidós (Philip Pettit, Republicanismo, Barcelona, 1999) y que tuvo la fortuna
mediática de publicitarse como libro oficial de cabecera del que unos pocos
años después se convertiría en presidente del gobierno de la nación, José Luis
Rodríguez Zapatero.
Una
de las virtudes del libro de David Casassas es que, si no completamente ajeno,
es al menos intelectualmente independiente de la moda “neorrepublicana”. Eso
resulta muy evidente en la estructuración básica que se hace en este libro de
la discusión del republicanismo de Adam Smith. Pues el criterio utilizado para
establecer la filiación política del escocés no pasa por la caracterización
filosóficamente psicologizante de un concepto ahistórico y ainstitucionalde
“libertad republicana” (libertad como “no-dominación” o ausencia de
interferencia arbitraria del dominador sobre el dominado, con independencia de
las estructuras histórico institucionales de la propiedad) opuesto a una no
menos ahistórica “libertad liberal” (libertadcomo pura ausencia de
interferencia, con independencia de las estructuras históricoinstitucionales de
la propiedad). Pasa, antes bien, por la fijación de un conjunto de pautas analítico-institucionales
que permiten ubicar a Adam Smith en el seno de una proteica y diversificada
tradición política histórica que nunca dejó de estar íntimamente ligada a la reflexión
sobre las formas básicas de la propiedad y las configuraciones históricoinstitucionalesde
la misma: la del republicanismo moderno real e históricamente existente.
Esaubicación, tal es la pretensión de Casassas, habría de contribuir
decisivamente a restaurar una imagen que los prejuicios anacrónicamente
acumulados en el XIX –señaladamente, en su primer y segundo tercios— y en el XX
–señaladamente, en su segundo tercio— habían ido haciendo irreconocible.
Son
tres, básicamente, los anacronismos que, secularmente estratificados,
dificultan el acceso a Adam Smith, y en general, al pensamiento político y
económico anterior a la Revolución Industrial.
1
Uno decisivo es el eclipse de toda la tradición del pensamiento político,
económico y iusfilosófico que se produjo entre el primero y el último tercio
del siglo XIX: entre el ataque inicial de Bentham al lenguaje de los derechos y
del derecho natural revolucionario y el triunfo de la llamada revolución
marginalista o neoclásica en el pensamiento económico académico. Una medida del
grado en que el utilitarismo académicamente triunfante logró anexarse, desdibujándolo,
en el XIX, a buena parte del pensamiento económico, político y iusfilosófico inmediatamente
anterior, o aun coetáneo, la da el incrédulo asombro experimentado en el primer
tercio del XX por Halévy ante la afirmación, por parte de los coetáneos de Adam
Smith3,del “republicanismo” de éste.4 La tradición histórica republicana se fue
haciendo invisible al mismo tiempo que desaparecía o se eclipsaba la economía
política, el modo de ver la vida económica, política y social que cristalizó
cumplidamente en la obra de Adam Smith .Pero los utilitaristas decimonónicos,
que se empeñaron en ver a Adam Smith, a Hume y a Ricardo como
protoutilitaristas de estirpe hobbesiana, sabían aún –el libro clásico de
Halévy es una muestra bien elocuente de ello— que Locke, por señalado ejemplo,
estaba en una tradición inasimilable. Locke era, para Bentham, el enemigo a
batir. No sólo por su inequívoco iusnaturalismo revolucionario, no sólo por la
patente –y aún viva en la memoria— influencia de su pensamiento en las
Revoluciones francesa y norteamericana; también porque en la Inglaterra del
Bentham maduro se veía a Locke como un teórico del socialismo, que exigía que todos
los frutos del trabajo humano pertenecieran al trabajador que los había obtenido.
El socialismo ricardiano de Thomas Hodgkin (1798-1866) –un economista
acerbamente crítico de Bentham, y al que Marx llegó a leer y a apreciar— era de
un cuño iusnaturalista expresamente lockeano.
2
El segundo estrato de ganga anacrónica que una buena labor restauradora de la
imagen genuina del pensamiento político de Adam Smith –y en general, de todo el
pensamiento político anterior al XIX— debe desescoriar es el que sedimentó
paralelamente al utilitarismo, y en parte se solapó temporal y conceptualmente
con éste. A diferencia del utilitarismo, que ha sido un fenómeno intelectual y
académico nacido en buena medida como reacción al republicanismo iusnaturalista
de las Revoluciones francesa y norteamericana, el “liberalismo” fue un fenómeno
político, no académico, pero que también nació en Europa como reacción a la época
revolucionaria del último tercio del XVIII. La palabra “liberalismo” es un
neologismo procedente de las Cortes españolas de Cádiz (1812), y que prosperó
en la Francia de la monarquía orleanista de 1830-1848. El significado que llegó
a tener en Europa, en cuestión de políticanacional o interior,5 durante la
franja central del XIX fue aproximadamente éste: partidario de una monarquía
constitucional à la inglesa entendida como un punto medio entre el
republicanismo parlamentario –con sufragio universal democrático— y el absolutismo
continental tradicional (los pseudo parlamentos monárquico-constitucionales
liberales no podían controlar ni derribar a un gobierno responsable sólo ante
el rey constitucional). Ese “liberalismo”, olvidadizo del gran debate
iusnaturalismo/utilitarismo del primer tercio del XIX, trató, en el segundo
tercio del XIX, de anexarse, desdibujándolo con variada fortuna, el
republicanismo revolucionario de Locke y Kant y el republicanismo más contenido
y morigerado de Adam Smith. La operación, huelga decirlo, resultaba más fácil
en el continente europeo que en Inglaterra. El erudito alemán August Oncken –el
célebre inventor del llamado “Problema deAdam Smith”, es decir, de la supuesta
tensión entre la teoría moral y la teoría económica del escocés— resulta
paradigmático de esa posición. En su libro de 1877 sobre Kant y Adam Smith
puede leerse:
“En
efecto, la teoría del Estado de Smith no contiene nada de ese radicalismo, característico
delas aspiraciones políticas de su época, que pretendía trasladar al conjunto
de la vida social los principios que Smith dejó sentados meramente para el
mundo de los bienes materiales. Al contrario, Adam Smith es absolutamente
constitucional-conservador. Se lo puede inclusocalificar como profeta de
aquella concepción política que actualmente, tras cien años de luchas, ha
logrado formarse en el Continente, haciéndose prevalente. Se toca en este punto
con Kant ,a quien también injustamente
se convirtió en apóstol del radicalismo…”.6
3
El tercer estrato de ganga se acumula en el siglo XX, después de la II Guerra
Mundial. Nunca se insistirá lo bastante en la destrucción de la vida académica
y, en general, intelectual que significó el período 1914-1945: dos guerras
mundiales y la contrarrevolución fascista (y estalinista) de entreguerras
mandaron a la muerte –Marc Bloch, Walter Benjamin, Antonio Gramsci, Federico
García Lorca, David Riazanov, León Trotsky…— o al exilio americano –Rudolf
Carnap, Karl Korsch, Bertolt Brecht, Werner Jäger, Hans Kelsen, Franz Neumann, Arthur
Rosenberg, Angelo Tasca, Luis Jiménez de Asúa, Victor Serge…— a la flor y nata
de la cultura europea. En el mejor de los casos, interrumpieron grave e
irreparablemente los años deformación intelectual de dos generaciones de
europeos. (El intelectual francés más destacado de la segunda mitad del siglo
XX –el biólogo y filósofo Jacques Monod—, por ejemplo, comenzó a combatir en la
Resistencia antifascista en 1940, a la edad de 30: ¡cuatro años cruciales en la
consolidación de una carrera científica normal! El historiador británico más destacado
de la segunda mitad del siglo XX, Edward P. Thompson, combatió como tanquista del
ejército británico en la campaña de Italia durante la II Guerra Mundial, antes
de poder comenzar a estudiar en Cambridge, y su hermano mayor, Frank, murió en
combate en Bulgaria.) La historia intelectual posterior a la II Guerra mundial
–por ejemplo, la decadencia dela cultura filosófica francesa y alemana de
posguerra7— es ininteligible sin ese dato tan básicocomo frecuentemente pasado
por alto. Ello es que, si para el utilitarismo académico decimonónico, Locke o
Kant eran aún pensadores republicano-revolucionarios inanexables, y se
conservaba vivo todavía el debate libertad(republicana) / felicidad
(monárquico-absolutista) que marcó la reflexión filosófica europea
durante la Revolución Francesa; si el “liberalismo” y el
“conservadurismo constitucional” practicos continentales del segundo tercio del
XIX buscaron más o menos tímidamente anexarse, como “liberales” o como
“conservadores constitucionales”, a Locke, o a Kant, o aSmith; lo cierto es que
en el desbaratado mundo académico posterior a la II Guerra Mundial, encambio,
se impuso más bien a diestra y siniestra la arbitraria idea de una supuesta “modernidad”
homogénea, una noche en la que todos los gatos son pardos, y en la que dan lo mismo
Grocio que Vitoria; Hobbes que Locke; Gentz que Kant; Bentham o Burke que
AdamSmith. Autores tan distintos como el socialista liberal italiano Bobbio y
el sedicente marxista canadiense Macpherson contribuyeron, en la izquierda, a
popularizar ese tipo de posiciones.
En
la derecha, y de forma no menos arbitraria históricamente –aunque al menos con
algún atisbo de complejidad y diferenciación en la amorfa visión de lo
“moderno”—, el guerrero frío Isaiah Berlin popularizó la caprichosa idea de dos
tradiciones modernas distintas, una de “libertad negativa” (libertad-de),
supuestamente encarnada por autores anglosajones (Locke,Hume, Smith, Bentham) y
otra, potencialmente “totalitaria”, de “libertad positiva”
(libertad-para)pretendidamente encarnada por continentales como Rousseau, Kant,
Hegel y Marx.
Libertad
republicana, democracia y propiedad
Para
el republicanismo histórico –a diferencia del neorrepublicanismo académico que
parece ahora en cierta boga— es central el problema de la propiedad. La
tradición de la filosofía política republicana nace en Atenas. Y la democracia
–gobierno republicano de la plebe, de los pobres libres— nace en Atenas
también, a partir de las reformas de Solón, un démon prostátes, un dirigente
plebeyo –según lo califica Aristótles en la Constitución de Atenas (II, 1)— de
comienzos del siglo V antes de nuestra Era. Ahora bien; las reformas de Solón
consistieron básicamente en tres medidas que formaban el núcleo del programa de
los partidos democrático-revolucionarios en todo el Mediterráneo antiguo:
1)
Gea anasdesmos (redistribución de la tierra)
2)
Kreón apokopé (abrogación de las leyes que amparaban la esclavización por
deudas :una verdadera espada de Damocles que pendía sobre los pobres libres).
3)
Derecho de sufragio y plena ciudadanía política para los pobres libres (que
eran la gran mayoría de la población masculina).
Las
dos primeras medidas se pusieron por obra con gran radicalidad: la Atenas
postsolónica –a diferencia de la Roma republicana— logró abolir el latifundio y
liberó a los pobres libres de la verdadera espada de Damocles que pendía sobre
ellos con las leyes de esclavización por deudas. La tercera medida, en cambio,
resultó relativamente inefectiva, porque, en la práctica, sólo los ricos, los
euporoi, podían acceder a unos cargos públicos no remunerados. La Revolución
encabezada por Efialtes, Pericles y Aspasia en el 561 alteró eso drásticamente
al introducir el misthón, el salario público, para los cargos: eso permitió que
Atenas se convirtiera durante cerca de 140 años en una polis gobernada directamente
y de modo prácticamente ininterrumpido por el partido de los thétes, de los
pobres libres.
Que
la estructura extremadamente desigual de la propiedad de la tierra, el
latifundismo, contribuyó decisivamente a socavar las bases de la República en
Roma, era opinión comúnmente recibida de los escritores antiguos: Tácito, Tito
Livio. Maquiavelo la transmitió al mundo moderno al insistir en la idea de que
no es vividera la libertad republicana en ningún país cuya propiedad de la
tierra esté tan desigualmente distribuida como para que florezcan magnates y
terratenientes (gentiluomini), capaces de amenazar e imponerse al conjunto de la
república. La forma republicana de gobierno exige como condición necesaria una
distribución más o menos igualitaria y no polarizada de los medios de
producción y subsistencia.
Libre
es, en la noción republicana clásica, quien puede vivir por sus propios medios,
quien no necesita pedir permiso a otro particular para poder vivir. En la
visión tradicional de la política republicana antigua, los esclavos no son
políticamente libres, porque dependen de su amo para vivir. Los niños no son
libres políticamente, porque dependen del pater familias para vivir.
Las
mujeres (salvo las viudas o las huérfanas mayores de edad) no son libres
políticamente, porque dependen de un pater familias para vivir (el padre, luego
el marido). Los clientes no son plenamente libres, porque, aún emancipados de
la esclavitud, siguen dependiendo en buena medida del pater familias para
vivir. Los trabajadores asalariados –los que, en Atenas, carentes de medios
propios de subsistencia, trabajan para otro a cambio de un misthón, de un
salario;los que, en Roma, se someten a contratos indignos de un hombre libre, a
contratos no de obras(locatio conductio opera), sino de servicios (locatio
conductio operarum)—, son, como genialmente los calificó Aristóteles, “esclavos
a tiempo parcial”, y por lo mismo, no plenamente libres civil o políticamente.
La
República o comunidad política (koinonía politiké en Atenas, res publica en
Roma, societas civilis en el latín renacentista) es una asociación de personas
libres e iguales (en tanto que recíprocamente libres). Quedan excluidas de
ella, en principio, todos los no libres, todos los que dependen de otro para
vivir. Que alguien dependa de otro para vivir presupone, a su vez, la
cristalización institucional de distintas formas de propiedad privada, la
formación, esto es, de grupos o clases o estratos sociales con poder para
excluir a otros del uso de recursos naturales y medios de vida. Por eso: “El
hombre que no posea otra propiedad que su propia fuerza de trabajo, en
cualesquiera situaciones sociales y culturales, tiene que ser el esclavo de los
otros hombres, de los que se han hecho con la propiedad de las condiciones
objetivas del trabajo. Sólo puede trabajar con el permiso de éstos, es decir:
sólo puede vivir con su permiso.” (Marx, Crítica del Programa deGotha.)Cuando
Aristóteles procedió a explicar el concepto de démos, pueblo trabajador o
población libre, no esclavizada, que vive por sus manos, lo hizo enumerando las
cuatro clases sociales que lo componen, a saber: campesinos, artesanos,
pequeños comerciantes y asalariados. Lostres primeros grupos sociales fundan su
existencia social libre en la pequeña propiedad privada personal, normalmente
complementada –sobre todo en la khora, en el área rural de la polis—con su
participación en distintos tipos de propiedad común. En cambio, el jornalero o el
asalariado, salvo su posible participación en formas de propiedad común, no es propiamente
libre, porque depende de otro para vivir, y es, repitamos a Aristóteles, un
“esclavo a tiempoparcial".8 Por eso, para el Estagirita, la peor forma de
democracia, es decir, de poder de lospobres libres, era aquella en la que el
elemento predominante del démos, por peso demográfico y/o por capacidad de
dirección política, recaía sobre este último elemento. Y el modelo de ese tipo,
absolutamente vitando, de democracia plebeya radical era para Aristóteles, y lo
siguió siendo para toda la tradición filosófico-política occidental,9 la
república postefiálticade Atenas, que no sólo dio ciudadanía formal a los
pobres libres, a los thetes, sino que les dio el poder político real al
introducir la crucial reforma de la remuneración de los cargos electos, el ya
mencionado misthón o salario público. Los cuatro problemas básicos de la
tradición histórica republicana recibida por el mundo moderno
Se
puede, así pues, resumir en cuatro puntos los problemas centrales recibidos
históricamente de la tradición republicana antigua:
1
Distribución relativamente igualitaria de la tierra El primero es la necesidad
de una distribución lo bastante igualitaria de la tierra como paraevitar la
polarización social. Una estructura latifundista de la propiedad agraria es
incompatible con un mínimo de libertad republicana.
2
Emancipación de la servidumbre por deudas El segundo es la necesidad de liberar
a quienes viven por sus manos –al démos— de la espada de Damocles de la esclavización
por deudas.
La
suma del punto 1 y el punto 2 viene a significar en la práctica la pugnaz
hostilidad en que se halla de partida la libertad republicana con los
estamentos y las clases sociales rentistas, es decir, con las categorías
sociales que no viven de producir o de distribuir bienes tangibles, sino de la
extracción de rentas (a partir del monopolio de la propiedad privada inmueble o
financiera). Ése era el sentido de la reforma de Solón. Y ése era el sentido de
la rotunda declaración maquiaveliana de incompatibilidad entre la existencia de
gentiluomini y la libertad republicana. La forma republicana de gobierno, para
ser vividera, precisa de la yugulación política del parasitismo rentista, una
idea política llamada a gozar, con el tiempo, de una inmensa influencia en el
llamado “republicanismo atlántico” anglosajón.
3
Extensión de la ciudadanía
El tercero es el del radio de la libertad republicana, el problema, esto es,
del alcance de la sociedad civil, de la amplitud de una ciudadanía política
vinculada al acceso a la propiedad, privada o común, fundada en el trabajo
personal y garantizadora de autosuficiencia material e independencia civil. La
pretensión de excluir, formal o informalmente, al démos, a los libres que han
de vivir por sus manos –además de a esclavos, mujeres y niños—, es
característica del republicanismo antidemocrático y de la defensa filosófica de
lo que terminó llamándose “república mixta” o politeya. Al revés, la pugna por
incluir a la mayoritaria población libre pobre es característica de la
tradición democrática que arrancó en la Atenas postefiáltica y que nunca echó
raíces en la Roma republicana. La gran discusión de la filosofía política y de
la psicología moral antiguas sobre la virtud republicana como capacidad de autogobierno
personal y deliberación pública echa sus raíces más hondas aquí: la tradición
democrático-plebeya pensó, con Protágoras, que la virtud política está
universalmente distribuida, y precisó, con Pericles y con Aspasia, que las
mujeres son perfectamente capaces de virtud política; la tradición republicana
antidemocrática, incluyendo a Platón y Aristóteles, lo negó.
4
Público y privado, res publica y domus
El cuarto problema tiene que ver con la
relación entre el oikos (o la domus) y la forma de gobierno político o de
sociedad civil. En el oikos (o en la domus) viven, bajo el dominio despótico de
un amo (despotés, en griego) o de un pater familias (de famulus, esclavo en
latín)los individuos excluidos de la vida civil: esclavos, criados, “clientes”,
mujeres, niños; carecen de personalidad jurídica –no pueden realizar actos ni
negocios jurídicos—, no son sui iuris, sino sujetos de derecho ajeno (alieni
iuris). Están, como recordaría más de veinte siglos despuésMontesquieu, fuera
de la loi civile, y sometidos a la más o menos despótica loi de famille
delpadre-patrón.10 Aristóteles observó con agudeza que una democracia política
plebeya radical como la ateniense traía consigo la subversión de la vida social
dentro del oikos, y llegó a hablarde la degeneración de esa democracia en
gynaicokratía, es decir, en gobierno de las mujeres.
Platón
fue más lejos, y habló de doulokratía, es decir, de gobierno de los esclavos.11
La promesa de universalización de la libertad civil o republicana que fue la
democracia antigua no parecía, pues, poder detenerse en el umbral del oikos. Problemas
del republicanismo moderno, y Adam Smith A esos cuatro conjuntos de problemas
heredados vinieron a añadirse en la Europa tardomedieval e incipientemente
moderna otros cinco, que prepararon el terreno de la discusión republicana
moderna y contemporánea:
5
El problema del “Estado”
El
primero es el problema del “Estado” (en sentido moderno). Las póleis del Mediterráneo
antiguo, como las ciudades republicanas libres de la Europa medieval, no tenían
un cuerpo jerarquizado de funcionarios asalariados, completamente autónomo de
la sociedad civil y organizado conforme a una división sistemática del trabajo.
Las monarquías y los principados absolutistas europeos, en cambio,
desarrollaron –muy señaladamente en Inglaterra— una pesada burocracia
reticularmente distribuida por el territorio sobre el que el monarca o el
príncipe reclamaba, con mayor o menor éxito, el monopolio de la violencia. La
palabra “Estado “comienza a consolidarse semánticamente en el siglo XVI,
asociada precisamente al aparato administrativo estable y desligado de la vida
civil característico de la dominación políticamonárquico-absolutista.12 La
respuesta del republicanismo moderno a esa realidad del “Estado” la inicia Locke
con su exigencia de fiduciarización de la autoridad política, es decir, con su
pretensión de que los cargos políticos no sean sino trustees, fideicomisarios
y, como tales,deponibles sin más que la retirada de la confianza de los
fideicomitentes, los ciudadanos. Este programa filosófico-político lockeano,
que en otro lugar he llamado de “civilización delEstado”,13 pasa a Rousseau, a
Adam Smith, a Kant14; luego, radicalizado democráticamente, alala izquierda,
plebeya, del jacobinismo,15 para terminar dejando su inconfundible impronta en el
joven Marx:“En la democracia, el Estado abstracto deja de ser la instancia
dominante (…) En la democracia, la Constitución, la Ley, el Estado mismo, no
son sino autodeterminación delpueblo.”16
6
La economía política
El
segundo complejo de problemas tiene que ver con la “economía política”, una expresión
nacida en el siglo XVII, y por lo pronto, oximorónica. Pues Aristóteles y la
tradición política republicana clásica distinguió claramente entre un ámbito
privado del oikos (o su equivalente, la domus romana), en el que el pater
familias mandaba más o menos despóticamente, y un ámbito propiamente público y
civil que era la koinonía politiké, la sociedad civil o política,17 lares
publica, concebida como una asociación de libres e iguales (en tanto que
recíprocamente libres), es decir, como una sociedad compuesta de sui iuris, de
individuos que no tenían quepedir permiso a otro para vivir, ya porque gozaban
de propiedad privada, fundada –o no— en eltrabajo personal, ya porque tenían
acceso libre a propiedades comunales,18 ya, en el caso delas democracias
radicales plebeyas como la ateniense, porque las póleis remuneraban con un misthón
el ejercicio del cargo –legislativo, ejecutivo o judicial— electo .¿Qué podía
querer decir “economía política” en el siglo XVIII? Pues, literalmente, algo
asícomo el arte de gobernar un reino más o menos como un pater familias
gobierna una domus, un oikos, una hacienda doméstica privada. El concepto nace
en Francia, a comienzos del sigloXVII, de la mano de un oscuro escritor
(Antoine de Montchrétien). No prospera del todo en Francia, sin embargo, en
donde los fisiócratas (physiocratia: gobierno de las fuerzas de la naturaleza)
prefieren llamarse a sí mismos économistes, sino, sobre todo, en la Inglaterra
de la segunda mitad del XVIII.
¿Qué
añade la “economía política” a la “economía” –el estudio del arte de gobernar
un oikos, una hacienda familiar— y a la “política” –el estudio de de las
distintas formas de gobernarse los libres: monarquía, aristocracia, democracia,
y sus correspondientes degeneraciones, como la tiranía, la oligarquía
plutocrática y la oclocracia—? Añade potencialmente cinco cosas muy importantes.
Éstas:
a)
Hace entrar conceptualmente en la “política”, de modo directo y no por vías rodeadas,
al grueso de los alieni iuri, es decir, a las clases dominadas (sujetas a
dominium privado), en cuyo trabajo descansa toda la producción y la
reproducción de la vida social: esclavos, trabajadores asalariados (esclavos a
tiempo parcial)19 y mujeres.
b)
Permite categorizar como propiamente políticas, no meramente “domésticas” –hay
una larga tradición del nombrar político que llamaba a los alieni iuri “clases
domésticas”, es decir, sujetas al dominus— las relaciones entre propietarios
privados y desposeídos(de propiedad privada).
c)
Permite ver la raíz productiva, “económica”, de los conflictos “políticos”
entre las clases poseedoras (señaladamente, entre quienes vivían de la renta de
la tierra o de rentas financieras –Cicerón, espejo de “republicanismo” para el
neorrepublicanismo académico actual, poseía, además de latifundios, una fortuna
financiera rayana en los600 mil sextercios— y quienes vivían de empresas
productivas o de propiedades fundadas en el trabajo personal).
d)
Permite categorizar de un modo “político” las, digámoslo así, relaciones
sociales “domésticas”. La abolición, o no, de la esclavitud es un tema
“político”: una injerencia “política” en la “libertad” del dominus para hacer
lo que quiera con sus propiedades. La democratización de la empresa es un tema
“político”: una injerencia “política” en la “libertad” del patrono, empresario
o capitán de industria para disponer del “factor trabajo” –del esclavo a tiempo
parcial— a su arbitrio. La penalización, o no, de la violación dentro del matrimonio
(algo, dicho sea de paso, muy reciente) es una injerencia “política” en la
“libertad” del pater familias para disponer a su antojo del cuerpo de la mujer,
entendido como propiedad privada suya (woman: “propiedad del hombre”).
e)
Por último: aunque la economía política estaba indudablemente ligada a una
determinada visión de las clases conforme a su acceso, o no, a distintos tipos de
propiedad privada exclusiva y excluyente (rentistas agrarios, propietarios
privados de la tierra; burgueses que producían bienes tangibles, propietarios
de bienes muebles e inmuebles; trabajadores con propiedades fundadas en su
trabajo personal; proletarios sin propiedad privada de ningún tipo), no podían
dejar de considerar otras formas de propiedad en común que, como los commons,
la Allmende y los ejidos, influían directa o indirectamente en las relaciones
político-económicas que eran objeto principal de su atención. Por ejemplo: una
clase trabajadora que todavía tuviera un acceso importante a propiedades
comunales necesariamente tendría un mayor poder de negociación salarial. Por
otro ejemplo: la recuperación de su poder sobre tierras comunales podía aumentar
las rentas agrarias de los terratenientes. Y aún otro y último ejemplo: la
puesta en almoneda de tierras comunales podía ser el acceso más fácil de la
burguesía comercial e industrial a la propiedad privada agraria e inmueble,
bien para mercantilizar y capitalizar la agricultura (como ocurrió en buena
medida en Inglaterra),bien para convertirse ella misma en una clase rentista
(como ocurrió en buena medida en España, tras la desamortización de Mendizábal
en 1836; o como ocurrió unas décadas más tarde en México bajo el régimen de
Porfirio Díaz con el feroz ataque a la propiedad común ejidal indígena).
¿Por
qué prospera en la segunda mitad del XVIII esta forma “económico-política” de
ver la vida social y política, y por qué precisamente en Inglaterra? Eso nos
lleva al tercer complejo de problemas del republicanismo moderno, séptimo en el
cómputo global:
7
El uso propiamente capitalista de los mercados
En
un cierto sentido, puede decirse que la “economía política” centra todo el foco
de su atención analítica en el estudio del mercado y de la división del
trabajo: “La especificidad de la economía política en relación, digamos, con la
filosofía política, es que reduce el problema de la relación entre la sociedad
moderna y sus miembros a una proposición muy estricta y precisa: el mercado es
la instancia relevante a explorar, y la teoría del intercambió, el instrumento
relevante para buscar la solución correcta al problema. Laautonomía de la
economía política, claramente establecida en la década de los 50 del
sigloXVIII, es la consecuencia directa de esta forma de plantear la cuestión de
la sociedad. Para[Adam] Smith, la solución del problema económico requiere una
difícil comparación entre distintas cantidades de trabajo. Y tal comparación
carece de sentido, si no es como consecuencia de la división del
trabajo.”20Ahora bien; los mercados y la división social del trabajo existen desde
mucho antes de la era moderna y del capitalismo. Lo que el capitalismo trajo
consigo es una muy peculiar forma de usar social y políticamente los mercados,
completamente desconocida antes del siglo XVI(inglés). En la cultura
económico-social del capitalismo, todo puede convertirse en mercancía destinada
al mercado. Por lo pronto, el capital y el trabajo pasan a depender
completamente de un mercado que fija las condiciones básicas de su propia
reproducción. El trabajador depende del mercado para vender su fuerza de
trabajo, y el capitalista, para comprar la fuerza de trabajo y los medios e
instrumentos técnicos de la producción, así como para dar salida a los bienes
producidos sacando beneficios de su venta. La historiadora Ellen Meiksins Wood
lo ha expresado así: “En las sociedades capitalistas, esa dependencia universal
del mercado confiere a éste un papel sin precedentes. No es ya un simple
sistema de intercambios o de distribución, sino que, en lo esencial, determina
los mecanismos que regulan la reproducción social. Para llegar a este extremo,
fue preciso que el mercado se integrara en la producción de los bienes vitales
más básicos, los de las cosechas alimentarias. Este sistema absolutamente
único, que todo y a todos somete al mercado, impone unas condiciones y unos
imperativos sin precedentes en ningún otro modelo de producción, como los
imperativos de concurrencia, de acumulación y de maximización de beneficios, y
crea al propio tiempo la constante necesidad de desarrollar las fuerzas
productivas. Esos imperativos son de suerte tal, que el capitalismo puede y
debe extenderse a todos los niveles, a todos los planos, y eso a un grado jamás
alcanzado por ninguna otra estructura social. Puede y debe acumular sin cesar,
buscar nuevos mercados ,imponer sin desmayo sus imperativos a nuevos
territorios o a nuevas esferas de la actividad humana, a todos los individuos,
así como al medio ambiente natural.”21De ser un mecanismo que ofrecía a los
productores directos la oportunidad de intercambiar sus excedentes, el mercado
pasó a ser con el capitalismo un instrumento expropiatoriodisciplinante que
contribuyó decisivamente –de consuno con un Estado monárquico absolutistaen
Inglaterra, precozmente centralizado)— a la privatización expropiadora de
tierras y bienes comunales, a la destrucción expropiadora de la pequeña
propiedad privada fundada en eltrabajo personal, a la pauperización y
desposesión por deudas,22 y en general, a la privacióndel acceso directo a los
medios de producción y subsistencia al grueso de la poblacióntrabajadora
agraria, así como a la expropiación del control que esa población –señaladamente
la femenina23— tenía sobre las condiciones de la reproducción social.A ese
proceso histórico, que arrancó en la Inglaterra meridional del siglo XVI,24 lo
llamó Adam Smith “el proceso de acumulación originaria”, y Marx –en el famoso
capítulo 24 del primer volumen de El Capital— “el llamado proceso de acumulación
originaria”, precisamente para subrayar la naturaleza y dinámica expropiatorias
del uso específicamente capitalista de los mercados. La Revolución Industrial,
que Adam Smith no llegó a ver, así como las ingentes oleadas migratorias
europeas al bicontinente americano,25 son el resultado de ese proceso
deproletarización de una población trabajadora que, rendida por el hambre y la
desdicha, se vio forzada o a migrar a míseras conurbaciones industriales para
ofrecerse en régimen de“esclavitud a tiempo parcial” al inclemente arbitrio del
emprendedor “capitán de industria” y del severo “patrón” de turno, o a cruzar
el Atlántico a la que salga.
Ese
cambio en el uso político y social de los mecanismos de mercado está detrás,
por ejemplo, del interesante desplazamiento semántico experimentado por la
noción de “sociedad civil” en los siglos XVIII y XIX. De significar lo mismo
que res publica y referir a la asociación d eciudadanos libres e iguales (en
tanto que recíprocamente libres), pasó a ser otro nombre para el intercambio
general de mercado. Rousseau distingue entre bourgeois –dominado por la idiocia
del interés privado— y citoyen –entregado a la deliberación y a la vida
política pública—,y “sociedad civil” pasa paulatinamente a significar el
sistema de interdependencia entre “burgueses”, “sociedad burguesa”. Bürgerliche
Gesellschaft tiene en alemán el doble sentido(civil y burguesa), y será para el
Hegel maduro y monárquico la esfera, no política, del “sistema de necesidades”,
el lugar en que opera una división social del trabajo vertebrada por un mercado
que tiende a convertirlo todo en mercancía. Para el joven Hegel republicano,
labürgerliche Gesellschaft moderna, “burguesa”, que no ”civil”, lucía como: “…
un monstruoso sistema de comunidad y mutua dependencia, una semoviente vida de
muerto que (…), cual fiera salvaje, precisa de sometimiento y doma
indesmayables”.26
El
Hegel juvenil de Jena, ni que decir tiene, había leído, como el viejo Kant, a
Adam Smith…
La
constitución social burguesa de la nueva “sociedad civil” moderna –capitalista—
vertebrada por el tendencialmente ubicuo uso disciplinante de los mecanismos de
mercado presentaba ahora bajo una nueva faz el viejo problema republicano de la
incompatibilidad de los gentiluomini con la libertad republicana tocado en los
puntos 1 y 2 de nuestra lista: pues ladinámica expropiadora generada trae
consigo, no sólo la creciente concentración social de la propiedad privada en
general, sino una inusitada capacidad para robustecer y acrecer formas de
propiedad privada generadoras de rentas parasitarias (básicamente,
inmobiliarias y financieras) o de beneficios filorrentistas dimanantes de la
competición oligopólica o monopólica. Como podrá ver el lector de este libro,
el programa de “mercado libre” de AdamSmith, de David Ricardo, y en general de
la economía política clásica –preutilitarista— tiene muy poco que ver con el
del discurso neoclásico del siglo XX del que se alimenta e l “neoliberalismo”:
“mercado libre” no significaba para Smith un mercado abandonado a su pretendida
espontaneidad autoorganizadora, sino un mercado constituido e intervenido
política e institucionalmente de suerte tal, que rentistas agrarios, magnates
financieros, oligopolistas, monopolistas y demás gentiluomini fueran
republicanamente embridados.27 Adam Smith quiso dinamitar una de las fuerzas
principales del dinamismo económico capitalista, considerando que una empresa privada
con más de 25 trabajadores asalariados tenía ya un potencial en exceso
peligroso políticamente. Y David Ricardo abogó como parlamentario en la segunda
década del siglo XIX (ya en plena Revolución Industrial) por el libre comercio
del grano, arguyendo que el proteccionismo sólo beneficiaba a los rentistas
agrarios de Inglaterra.28
El
fracaso de la I República democrático-revolucionaria francesa tras el golpe de
Estado de Termidor en 1794 –cuatro años después de la muerte de de Adam Smith—
y el fracaso del programa republicano de Jefferson en la primera década del XIX
consolidaron en Europa occidental y en los EEUU el avance de las fuerzas
dinámicas del capitalismo y la cristalización de una sociedad moderna: no
“civil”, sino “burguesa”. Y siendo verdad, como han insistido en los últimos
tiempos grandes especialistas en su obra,29 que Hume y, en menor medida, Adam Smith
eran filósofos, aun si de impronta iusnaturalista30 y filorrepublicana,
políticamente pragmáticos y moderados,31 resulta tanto más impresionante que en
la Riqueza de las naciones Adam Smith desconecte conceptualmente los progresos
de la prosperidad y la riqueza modernas del avance característicamente
expropiador de la propiedad privada capitalista:
“El
producto del trabajo constituye la recompensa natural de la remuneración del trabajo.
“En el estado original de las cosas que precede tanto a la apropiación de la
tierra como a la acumulación de riqueza, el entero producto del trabajo
pertenece al trabajador. No tiene señorni amo con quien deba compartirlo.
Si
ese estado hubiera continuado, las remuneraciones del trabajo habrían aumentado
con las mejoras de sus capacidades productivas que trae consigo la división del
trabajo. (…)
“Pero
ese estado original de las cosas en el que el trabajador disfrutaba del entero
producto de su trabajo no pudo subsistir a la primera introducción de la
apropiación de tierra y de acumulación de riqueza. Así pues, terminó mucho
antes de que se hicieran la mayoría de las más importantes mejoras en la
capacidad productiva del trabajo, y carecería de objeto inquirir más en cuáles
podrían haber sido sus efectos en la recompensa o remuneración del trabajo.”32
Es
obvio aquí que Adam Smith, sin aprobarlo ni, menos, defenderlo normativamente,
acepta como un fait accompli el proceso secular de expropiación, mitigar el
cual es acaso políticamente posible y desde luego recomendable, pero no mucho
más que eso. Se halla, así pues, muy lejos de la concepción iusnaturalista
republicana de la propiedad privada que, ideada filosóficamente por Locke,
pasará a la democracia revolucionaria de la I República francesa, al
republicanismo agrario jeffersoniano (derrotado por el programa capitalista de Hamilton)
y, luego, al socialismo obrero del XIX: la concepción, esto es, de que el
propietario privado entra en posesión de algo que pertenece a la república, y
que lo hace sólo en calidad de fideicomisario al que la república, como
fideicomitente, puede y debe exigirle lícitamente una administración respetuosa
y aun amiga del interés público y los derechos naturales inalienables–la
propiedad privada, obviamente, no lo es— de los ciudadanos.33
Lo
que nos lleva a la evolución de la propiedad privada en régimen capitalista.
Entramos
en el cuarto complejo de problemas ofrecidos a la reflexión republicana
moderna, octavo en nuestro cómputo global.
Dos
son los principales cambios que trajo consigo la cultura económica capitalista
en la organización de la propiedad privada. a) En la propiedad privada agraria
tradicional, se amalgamaban las funciones productivas y reproductivas. En el
oikos griego, en la domus romana, en el manor inglés medieval,en la segneurie
francesa y el señorío español del Antiguo Régimen, la vida productiva y la vida
reproductiva estaban amalgamadas, y la existencia de grandes tierras y bosques
comunales, así como tierras señoriales privadas de labor cedidas a los campesinos
por el propio señor para subvenir a las necesidades de subsistencia de
losmismos, propiciaba que la población trabajadora –señaladamente, la
femenina34—mantuviera el control sobre las condiciones de su propia
reproducción. La transición europea al capitalismo entre los siglos XVI y XIX
significó la escisión de esa amalgama producción/reproducción social, y, con la
privación del acceso directo a la tierra y a los medios de subsistencia y la
mercantilización de bienes vitales, también la expropiación a las clases
trabajadoras desposeídas del control de su reproducción social.
Testigo
elocuente de esa transformación es la evolución de la palabra “familia”. En el Tesoro
de la Lengua Castellana de Covarrubias (1611), “familia” se definía todavía
así:“En común significación vale la gente que un señor sustenta dentro de su
casa, dedonde tomó el nombre de padre de familias; díxose del nombre latino
familia. Cerca delos antiguos se escribía con E, famelia; y se entendía sólo
los siervos (...). Y debajo deesta palabra familia se entiende el señor y su
muger, y los demás que tiene de sumando, como hijos, criados, esclavos...”.
Hoy
“familia” refiere principalmente a la familia nuclear, y es una institución que
tieneque ver exclusivamente con la reproducción de la vida social.
De
la producción se encarga la “empresa”, a cuyo propietario sigue llamándosele, muy
significativamente, “patrón”, un nombre obviamente heredado del léxico de la antigua
“familia” compuesta de fámulos que producían y se reproducían. La antigua y
opresiva loi de famille ejercida por el pater familias tradicional sobre los alieni
iuris a su cargo, excluidos de la ley civil, ha mutado, con el capitalismo, bifurcándose
en, por un lado, la jerarquía autoritaria que, ayudado por mecanismos disciplinantes
de mercado operantes fuera de la empresa, ejerce el “patrón” –o sus agentes—
dentro de la empresa sobre un trabajador asalariado privado de acceso directo a
cualquier medio de producción. Y, por el otro, en la jerarquía autoritaria del cabeza
de la familia nuclear contemporánea35 sobre unas mujeres a las que la cultura material
y espiritual del capitalismo ha dejado tan despojadas del control de la reproducción
social, como estorbadas y/o sobreexplotadas en su acceso al trabajoasalariado.
En
la penetrante sentencia de Marx, que tanto gustaba de repetir Engels: “La familia
moderna contiene en miniatura todos los antagonismos que luego habrán de
desarrollarse en la sociedad [civil contemporánea] y en su Estado”.
b)
El segundo cambio tiene que ver con la progresiva pérdida del fundamento
político y delos medios directamente coercitivos de la propiedad privada. La
propiedad privada precapitalista tiene capacidad para ejercer directamente
coerción sobre quienes para ella. Dos fuerzas de primer orden concurren a esa
evolución trabajan bajo ella y institucional, y las dos hacen su aparición más
neta en la Inglaterra del siglo XVI. Porun lado, un Estado absolutista
crecientemente robusto y centralizado, resuelto a exigir el monopolio de la
fuerza directa (y de la jurisdicción), expropiando progresivamente delos medios
para ejercerla, como enseñó Max Weber, a los propietarios privados. Por otro
lado, el uso capitalista disciplinante de los mecanismos de mercado hace cada vez
más prescindible el uso de la fuerza directa sobre sus subalternos por parte del
propietario de la tierra y otros medios de producción.36 A partir del gran
debate de los historiadores marxistas británicos de los años 60 y 70 (Dobb,
Hilton, Hobsbawm, Hill,Thompson), el historiador norteamericano Robert Brenner
mostró convincentemente cómo la confluencia de un Estado progresiva y
exitosamente centralizado y administrativamente eficiente37 (también para
defender a los propietarios) con el uso de mecanismos de mercado por parte de
la aristocracia terrateniente para disciplinar a losarrendatarios de sus
tierras dio origen al capitalismo agrario en la Inglaterra del sigloXVI y
XVII.38 Eso no quiere decir que la institución de la empresa capitalista no
estéimpregnada de un fuerte autoritarismo, por lo pronto, “paternalista”
–“patrón”—, y luego,con el crecimiento y progresivo gigantismo propiciado por
la fuerza dinámica de laseconomías de escala inducidas por los mercados
disciplinantes capitalistas en lainstitución de la empresa privada moderna, por
un autoritarismo neodespótico –los“patronos” de la Revolución industrial fueron
calificados nada menos que de “capitanesde industria”—. Ni quiere decir tampoco
que el trabajo esclavo no desempeñara unpapel de primer orden en la
consolidación del orden social capitalista emergente, nosólo en las colonias.39
Así
pues, en resolución, el triunfo del capitalismo abortó la promesa fraternal de
la democracia revolucionaria de la I República francesa de erradicar la loi de
famille y civilizar la vida social productiva y reproductiva hermanando a los
ciudadanos por la vía de universalizar la libertad republicana y elevar a todos
a la esfera civil: por debajo de la nueva sociedad civil reconfigurada por el
orden social capitalista, subsistió, transformada, una amplia esfera institucional
subcivil –familia moderna y empresa moderna— regida por una loi de famille autoritaria
de nuevo cuño.40
El
liberalismo político europeo del siglo XIX construyó, precisamente, una noción
de libertad ,para la que cualquier intromisión del Estado tendente a regular el
neodespotismo del patrón dentro de su empresa (o del pater familias dentro de
su casa) era un atentado a la “libertad” engeneral y, en particular, a la
“libertad” del propietario para disponer a su buen placer de supropiedad.41 A
ese autoritarismo que negaba en el puesto de trabajo (y en el hogar) los derechos
elementales que, en el plano de la sociedad civil burguesa postnapoleónica
estaban ya más o menos fijados (libertad de reunión, asociación y expresión) y
a esa falsaria concepción liberal de la libertad, característica de las
monarquías constitucionales europeas instituidas sobre sufragio censitario, se
enfrentaron en los siglos XIX y XX, como herederos dela democracia republicana
fraternal, el movimiento obrero socialista y el movimiento feminista más
consecuentemente socialista.
9
La colonización, libertad republicana y república cosmpolita
Venimos
ahora al quinto complejo de problemas ofrecidos a la reflexión republicana
moderna, noveno, y último, en nuestro cómputo global .Si hay algo que en la
tradición republicana clásica se opone a res publica es imperium: el final de
la República de Roma fue su conversión en un Imperio con formas todavía
republicanas al comienzo del Principado, abiertamente despótico después. (La
hipocresía republicana de lImperio romano puede verse en el propio uso de la
palabra imperator –nombre con que sedesignaba antes al comandante en jefe—42 y
en su negativa a recuperar el rex del períodomonárquico.)43 Ahora bien; la
entrada en el mundo moderno se produce con la progresiva desaparición de las
repúblicas independientes urbanas, con la consolidación de principados absolutistas
(incluido el papal), con la cristalización de grandes monarquías absolutistas centralizadas
y con la “conquista y destrucción” de las Américas y la consiguiente conversiónen
Imperio mundial de la española.
Como
reacción intelectual al genocidio de la Conquista apareció en el primer tercio
del sigloXVI la primera reflexión seria y moderna sobre los derechos naturales
(de los individuos, de los pueblos y de la Humanidad toda).
Tierney,
acaso el más acreditado especialista en iusnaturalismo medieval, observó que:
“… había una tradición iusnaturalista harto antigua y harto difundida al romper
el siglo XVI. Pero para entonces esa tradición estaba agonizando. Los debates
sobre los derechos naturales que se desarrollaban en las escuelas del París de
aquel momento estaban llenos de sutilezas metafísicas, pero tenían poco que ver
con problemas de la vida real. Parecían argumentos por mor del argumento,
astutos intelectuales jugando a juegos de astucia intelectual. Por ejemplo, en
las teorías iusnaturalistas tempranas, y luego de nuevo también en las del
siglo XVII, una cuestión frecuente era la de si el derecho a la propiedad
–dominion—venía de la ley natural o de la ley civil. Cuando Joannis Maioris, un
maestro importante deParís, planteó esta cuestión hacia 1500, respiró
profundamente, por así decirlo, y dijo a sus estudiantes que, por lo pronto,
había que distinguir entre ocho tipos de dominion. Éstos: dominion de los
elegidos, dominion de los condenados, dominion original, dominion natural,dominion
gratuito, dominion evangélico, dominion civil y dominion canónico. (…) Y
JoannisMaioris era relativamente sencillo, para su época. Su contemporáneo
Conrad Summenhart encontró no menos de 23 tipos diferentes de dominion, cada
uno con sus correspondientesderechos.”44
Se
comprende que los neorrepublicanos de la Edad Media tardía y de la modernidad
incipiente–da Marsiglio a Maquiavelo—, ocupados en comprender los problemas
políticos reales planteados por principados y monarquías absolutos de todo
punto reales, incluido el poder secular del papa y su potestas ligandi in cælo
et in terra, se interesaran más por los argumentos antiguos sobre las
constituciones republicanas (democracia, oligarquía, politeia o república
mixta) y por el orden civil en general, que por las sutilezas metafísicas
salidas del anóxico ambiente en el que se discutían unos derechos naturales
pretendidamente anteriores a cualquier orden civil o político.
Es
verdad: también entre los antiguos pueden encontrarse doctrinas
iusnaturalistas. Del derecho romano procede precisamente la distinción clásica
entre derecho natural, derecho civil y derecho de gentes (ius gentium), y a
diferencia de Aristóteles, por ejemplo, que habló de esclavitud « natural » —es
decir, de la existencia de individuos y aun de pueblos que eranesclavos ex
physis, por naturaleza—, la tradición jurídica romana siempre sostuvo, al
contrario,que, de acuerdo con el derecho natural, todos los hombres son libres:
la esclavitud es una institución del derecho de gentes que regula, entre otras,
las condiciones de la guerra y de la paz entre los pueblos. Pero la corriente
principal del pensamiento cristiano, comenzando porros Padres de la Iglesia y
Agustín, sostuvieron, al revés, que: 1) el ius gentium forma parte del derecho
natural; 2) por consiguiente, la esclavitud es una institución de derecho
natural; 3) los paganos, y en particular, los juristas romanos, no podían ver
eso así porque jamás tuvieron una idea cristiana de la naturaleza. El pecado
original significaba la caída de la naturaleza, de toda la naturaleza, incluida
la naturaleza humana. Es, pues, a consecuencia de la caída y del pecado
original que la propiedad privada, la dominación del hombre por el hombre y la esclavitud
entran a formar parte del derecho natural.45
Contra
una leyenda muy extendida, la doctrina cristiana jamás se ha opuesto a la
esclavitud .En la Epístola a los Romanos, Pablo enseña que “todos los poderes
que son, de Dios son ordenados”. Y en la Epístola a los Efesios (6, 5), se
amenaza directamente a los esclavos que no obedezcan a sus amos “como a
Cristo”.
Se
puede decir que una de las implicaciones filosófica y políticamente más
decisivas de la antropología privativa paulina, fundada en la idea fija de la
privatio, de la caída de la naturaleza consiguiente al pecado original, ha sido
la fagocitación del derecho natural clásico por el iusgentium y, por esta vía, la
justificación potencial de toda dominación. Motivo de más, pues, y a mayor
abundamiento siendo, como era, hostil al cristianismo, para que el republicano Maquiavelo
no se interesara por el derecho natural de los autores de la escolástica
tardía.
Pero
todo comenzó a cambiar en la primera mitad del siglo XVI. He aquí la lúcida explicación
de Brian Tierney :“Pero una nueva e imprevista contingencia cambió todo eso: el
descubrimiento europeo de América. Subitáneamente, el abstracto discurso
escolástico resulta pertinente para un granproblema histórico planteado por el
nuevo mundo, la posible justificación del colonialismo, los derechos de los
pueblos indígenas. Surgió un gran debate en España, a menudo centrado en el
concepto de derechos naturales. ¿Serían verdaderamente universales esos
derechos? ¿O,como enseñó Aristóteles, algunos pueblos eran esclavos naturales
de otros? Y esos derechos,¿eran inherentes sólo a pueblos civilizados como los
españoles, o lo eran también a pueblosidólatras, caníbales o puramente
salvajes?”46
La
recuperación del derecho natural por el republicanismo moderno comienza, así
pues, en Salamanca con Vitoria –que había estudiado en la Sorbona, esa
universidad tardoescolástica tan deprimentemente descrita por Vives—, y lleva a
Locke y a Kant, como nos enseñó hace años Florence Gauthier en su libro
Triomphe et mort du droit naturel en révolution47.Con independencia del choque
moral e intelectual de la Conquista de América, el terreno europeo parecía
también estar preparado para una recuperación del derecho natural en una perspectiva
liberadora. Piénsese en Thomas Müntzer y las guerras campesinas en la Alemania de
1521. Müntzer protestó contra la recuperación radical de la antropología
paulina por la teología luterana, afirmando un derecho natural sin pecado
original que abría el camino teológico para la abolición de la dominación y la
propiedad privada excluyente. Un derecho natural “absoluto” que, dicho sea de
pasada, Lutero calificó como “Grundsuppe des Wuchers,der Dieberei und Räuberei”48.
¿Qué
podían tener en común la causa de los siervos campesinos alemanes, súbditos del
Emperador Carlos V, y la de los indios reducidos a servidumbre por los
conquistadores y los encomenderos españoles, súbditos también de Carlos V?
Indios y siervos compartían la realidad de ser sujetos fuera del derecho y de
la sociedad civiles, de estar no sólo sometidos a arbitrio del Emperador, sino
también la de ser, como las mujeres y los niños, alieni iuris, sujetosde
derecho ajeno a un dominus que sí era miembro del orden civil, persona de
derecho propio, sui iuris.
El
derecho natural revolucionario que nace simultáneamente en la España de Vitoria
y Las Casas y en la Alemania de Thomas Müntzer en el primer tercio del siglo
XVI ayudará al pensamiento político moderno a concebir la idea de los derechos
naturales (preciviles)inalienables de los que ya forman parte del orden civil
frente al príncipe o al monarca –elproblema de la “civilización del Estado”:
Locke, Kant—, como, en la variante democrático plebeya–los levellers,
Robespierre—, la idea de los derechos naturales (preciviles) inalienables de
individuos y pueblos subalternos, excluidos, como no propietarios, o como
conquistados, del orden civil tradicional. Por eso el gran debate que se da en
la España del siglo XVI marcará en muy buena medida el destino de la filosofía
política moderna. Es el debate entre los que –deVitoria a Locke y Kant— afirman
la inalienabilidad de la libertad y la injusticia de las guerras privadoras de
libertad, y los que creen –de Sepúlveda y Suárez a Grocio, Puffendorf, Hobbes yel
utilitarismo y el liberalismo decimonónicos— en la alienabilidad de la libertad
y la posible justicia de las guerras de rapiña contra los pueblos y de la
opresión a las clases subalternas:“Con perfecto derecho los españoles imperan
sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en
prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como
niños a los adultos y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta
diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas.”“¿Qué
cosa pudo suceder a estos bárbaros más conveniente ni más saludable que el
quedarsometidos al imperio de aquellos cuya prudencia, virtud y religión los
han de convertir debárbaros, tales que apenas merecían el nombre de seres
humanos, en hombres civilizados encuanto pueden serlo?”“Por muchas causas,
pues, y muy graves, están obligados estos bárbaros a recibir el imperiode los
españoles [...] y a ellos ha de serles todavía más provechoso que a los
españoles [...] ysi rehúsan nuestro imperio (imperium) podrán ser compelidos
por las armas a aceptarle, y será esta guerra, como antes hemos declarado con
autoridad de grandes filósofos y teólogos, justa por ley natural.”“La primera
[razón de la justicia de esta guerra de conquista] es que siendo por naturaleza
bárbaros, incultos e inhumanos, se niegan a admitir el imperio de los que son
más prudentes, poderosos y perfectos que ellos; imperio que les traería
grandísimas utilidades, magnas comodidades, siendo además cosa justa por
derecho natural que la materia obedezca a laforma.” 49
La
necesidad de justificar filosóficamente con distintos y hasta encontrados
argumentos el trabajo asalariado de impronta capitalista, y aun la esclavitud
(“voluntaria”), llevó en el siglo XIXy en el XX –del utilitarista Bentham al
neoiusnaturalista Nozick— a la recuperación, las másveces sin siquiera
saberlo,50 de muchos de los viejos argumentos avanzados por el partido delos
encomenderos españoles del siglo XVI contra la inalienabilidad de la libertad.
Y la necesidad de justificar filosóficamente las guerras coloniales
neoimperialistas del capitalismo industrial contemporáneo, lo mismo.
Mostrar
sin erudición mendigada, y tan discreta como resueltamente, que nada de eso
estaba en la tradición intelectual en la que ha de ubicarse a Adam Smith, y más
en general, que la llamada “modernidad” es un proceso trágico de gran
complejidad, atravesado por luchas pugnaces e irreconciliables, también
intelectuales, no es uno de los méritos menores del libro de David Casassas.—
A.D., 14 abril de 2010.
(*).-
Prólogo de Antoni Domènech al libro de David Casassas (La ciudad en llamas:
vigencia del republicanismo comercial de Adam Smith (Barcelona, Montesinos,
2010), Antoni Domènech es
catedrático de filosofía del derecho, moral y política ni la Facultad de
Economía y Empresa de la UB. Director del grupo de investigación GREECS (Grup
de Recerca en Ética i Epistemologia de les Ciències Socials) en la UB, es
también el editor general de Sin Permiso.
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