Desde que en 1848 dos jóvenes llamados Carlos Marx y Federico Engels anunciaron que el capitalismo produce sus propios enterradores, el fin del sistema ha sido proclamado innumerables veces. El economista Wolfgang Streeck (Lengerich, Alemania, 1946) no cree que sea inminente y que tengamos el recambio a la vuelta de la esquina, pero sí que desde la crisis de la década de 1970 –que marca el fin del pacto del Estado del bienestar– el capitalismo es incapaz de generar un orden estable para nuestras sociedades. De esa agitación, esa inestabilidad, esa incompatibilidad entre capitalismo radical y democracia nacerán los gérmenes de lo nuevo que pueden llamarse Podemos, Corbyn o Sanders. Éstas y otras intuiciones sobre el futuro de nuestras sociedades explica Streeck, que ha venido a España invitado por el Museo Reina Sofía.
Streeck es director del Instituto Max Planck para el Estudio de las Sociedades de Colonia, y además de sus numerosas publicaciones escribe habitualmente en la revista New Left Review, editada en español por Traficantes de Sueños.
¿Es
posible una Unión Europea sin euro?
¡Por
supuesto! Hemos tenido UE antes de 1999. Claro que sí. Y la que tenemos ahora
no es el paraíso. Estamos inmersos en un momento de decadencia del capitalismo
avanzado con todos los problemas asociados a él. O sea, que vamos a seguir
teniendo problemas fuera del euro pero los países del sur tendrán más
mecanismos para luchar contra la pobreza a la que ahora se ven arrastrados. Los
países del sur europeo forman parte de este continente desde hace más de dos
mil años, creo que se merecen nuestra consideración más allá de la moneda
única.
Con
el escándalo de los Papeles de Panamá hemos podido escuchar numerosas voces en
los medios justificando que los ciudadanos tienen derecho a intentar pagar
menos impuestos. ¿Cómo se ha configurado esta clase del capitalismo financiero
global, bajo qué principios?
La
década de 1990 es el principio del sistema financiero internacional que
posibilita que cada vez sea más fácil mover dinero y riqueza de un país a otro.
Panamá es uno de los ejemplos que acabamos de descubrir, pero hay muchísimos
más: desde Wall Street en Nueva York, Luxemburgo, Liechtenstein… No hay
investigaciones completas sobre cuánto dinero se ha movido hacia estos lugares.
Nuestros gobiernos democráticos han sido chantajeados por gente con muchísimo
dinero y poder para forzarles a reducir los impuestos a las rentas altas porque
si no el capital “se iría” a otros países. Esto es lo más importante del caso:
la presión que se ha ejercido para reducir impuestos a los ricos y los
superricos y para que estos impuestos recaigan en cambio sobre las clases media
y trabajadora. Además, el Estado ha necesitado ingresos extras para compensar
esta bajada de ingresos resultado de la reducción de impuestos. Así, el Estado
queda endeudado con los mismos que tendrían que haber pagado impuestos
precisamente porque no los pagan. Este caso ilustra la diferencia entre prestar
y expropiar.
Normalmente
los Estados tienen derecho a recaudar una contribución de aquellos ciudadanos
que tienen “suerte” en la vida para que las sociedades puedan funcionar. Pero
las relaciones de poder han cambiado, en buena medida debido a que esta gente
tiene cada vez más oportunidades de mover su dinero a otros países. Así ha
hecho la alta burguesía griega, que ha estado comprando apartamentos en la
Quinta Avenida de Nueva York y en Chelsea en Londres. En Chelsea les llaman los
“Griegos al contado” –Cash Greeks–, que son los que han sacado el dinero de su
país en moneda y lo utilizan para comprar apartamentos. Estamos en un momento
en que esta gente tiene toda la movilidad mientras que otros como nosotros no
podemos ser móviles –vivimos en un lugar del mundo en el que tenemos que seguir
viviendo–. Sin embargo, al dinero no le importa dónde está, si está en Panamá,
el dinero no se va a quejar.
¿Qué
podemos hacer para evitarlo?
Es
una buena pregunta. Creo que al final tendremos que reconocer que la integración
de los mercados financieros globales ha ido demasiado lejos y que las
sociedades tienen el derecho de evitar que unas pocas personas acumulen en
manos privadas este capital de la sociedad y que se lo puedan llevar fuera de
esa sociedad de la que proviene. Porque el capital que se produce en una
determinada sociedad es el producto de las contribuciones que hacemos todos. El
pacto que supuestamente establece el capitalismo se basa en la idea de que el
progreso se consigue mediante la continua acumulación de capital, que este
capital tiene que estar en manos privadas asumiendo que puedes convertir el
vicio de la codicia en virtud para la toda la sociedad, todo ello mediante el
mercado. Pero si se pueden llevar este capital a otra parte, este mecanismo ya
no funciona. Entonces la codicia es sólo codicia y se perpetúa como codicia y
no hay ninguna virtud en ello.
Durante
mucho tiempo se ha dicho que el capitalismo es la única vía posible a la
democracia.
Eso
desde una perspectiva histórica es completamente erróneo. Mientras que el
capitalismo y la democracia moderna se originaron en la misma sociedad del
siglo XVIII, siempre fueron ajenos el uno al otro. Y esto es así simplemente
porque la democracia está basada en “una persona, un voto”. Mientras que el
capitalismo es un tipo de democracia, pero es la democracia del dinero: un
euro, un voto. Como los euros están distribuidos de manera desigual siempre hay
un conflicto entre la política democrática que es igualitaria y la democracia
de mercado que está construida sobre la desigualdad; alguna gente tiene más
dinero que otra. Históricamente las clases capitalistas en nuestra sociedades,
incluida Europa, estuvieron en contra del gobierno democrático de las mayorías.
Así que inventaron todo tipo de cosas como gobiernos fascistas, tergiversaron
leyes electorales, etc. Solo después de la I Guerra Mundial el sufragio
universal se generalizó, pero este conflicto evidenció que las tensiones entre
la democracia y el capitalismo fueron tantas que en algunos países los
capitalistas –junto con las antiguas clases dominantes– abolieron la democracia
(fascismo). Ahora lo que podemos observar en los países capitalistas modernos
es una vuelta atrás desde la socialdemocracia –conquistada a partir de 1945– al
liberalismo que llamamos neoliberalismo, con todos los problemas que conlleva
para la democracia.
¿Cree
que la crisis ha puesto en cuestión este vínculo entre democracia y
capitalismo, que se ha abierto una brecha para su cuestionamiento?
¿Representaría eso la emergencia de partidos como Podemos en España o de
políticos outsiders como Bernie Sanders y Jeremy Corbyn?
Lo
que hemos visto en los últimos treinta años con la emergencia del
neoliberalismo es el permanente declive de la participación política en
nuestras sociedades: poca gente votaba o se afiliaba a sindicatos. Esto era
particularmente significativo en la parte más baja de la distribución de renta.
A la gente más pobre ha dejado de interesarle la política porque vote al PSOE o
al PP, no cambia nada para ellos. Ahora esto puede estar cambiando. De pronto
hay movimientos políticos que están retornando a esta gente a la escena
política. Ojalá sobrevivan y puedan seguir haciéndolo. Lo que creo que podemos
esperar como consecuencia es un periodo de desorden, de inestabilidad, de
conflicto, porque partidos como Podemos –esperemos– no encajan realmente en el
viejo régimen. Son diferentes. Y lo mismo se puede decir de Jeremy Corbyn o de
alguien como Bernie Sanders.
Si
Sanders fuese elegido presidente tendría una misión casi imposible: gobernar
con el Congreso americano pero para hacerlo debería hablar a la gente y usar la
presidencia como una herramienta de movilización. No podría tratar de legislar
sin más, porque el tipo de leyes que tendría que aprobar para satisfacer a sus
bases nunca serían aprobadas en ese congreso tal y como es ahora. Algunos
viejos socialdemócratas o gente del mainstream dicen: “Muy bien lo de Sanders,
pero no le votéis porque si llega a presidente viviremos un periodo de
desorden”. Creo que justo ese periodo de desorden es lo que necesitamos para
que cambien las cosas.
¿Cuál
es la fuerza real de estos outsiders en relación a los poderes que tienen que
enfrentar o incluso a las propias dinámicas y límites que imponen las
instituciones?
Es
bastante común que estos movimientos de cambio han sido arrastrados bajo la
lógica del régimen existente. Pero tenemos que poner nuestra esperanza en la
movilización de la gente, que tiene que estar más a menudo en la calle, que
tiene que reclamar con más asiduidad lo que quiere. Si piensan: “Ya he votado
por Podemos, ya no tengo que hacer nada más”, entonces, en dos años, habremos
perdido Podemos como fuerza transformadora.
Ha
expresado la idea de que el capitalismo está condenado como forma de
organización de las sociedades contemporáneas. ¿Cuáles son los principales
problemas que percibe además de los ya apuntados?
El
capitalismo está condenado. Seamos más precisos, las instituciones del sistema
capitalista –propiedad privada, etc.– ya no son capaces de generar un orden
estable para nuestras sociedades. La necesidad que tenemos las personas de una
sociedad confiable, predecible, en la que podamos saber a grandes rasgos qué esperar,
ya no puede seguir siendo satisfecha por la economía política del capitalismo.
Por ejemplo, el trabajo precario significa que no sabes dónde estarás dentro de
dos años. O que no sabes cómo podrías vivir tu vejez porque no habrá pensiones.
Además, un acontecimiento como el de 2008 puede repetirse en cualquier momento.
Nadie puede garantizar que las burbujas que están creciendo de nuevo no
explotarán en algún momento. Entonces, hay como una tendencia de este régimen
de perder la capacidad de organizar una sociedad de manera estable y lo que
tenemos a cambio es incertidumbre, indeterminación, riesgo. Los individuos
tienen que improvisar sus vidas constantemente y mi predicción es que esto
afectará cada vez a más gente y en algún momento el nivel de descontento será
tan alto que desembocará en toda suerte de protestas y de experimentos y nuevas
formas políticas. No podemos saber cómo pero mi predicción es que el sistema ha
perdido la capacidad de proveer una sociedad estable y las luchas que vienen
tendrán que ver con esa necesidad de encontrar estabilidad en nuestras vidas.
¿Cuándo
fue estable el sistema capitalista y en qué lugares del planeta?
Podemos
decir que históricamente lo fue en el Estado capitalista europeo tras 1945.
Excepto en los regímenes de España y Portugal que permanecieron como fósiles
hasta la muerte de Franco y el fin de las dictaduras. El resto del mundo, los
EE.UU., Europa occidental y Japón –los países centrales del capitalismo–
vivieron unas tres décadas de relativa estabilidad después de la II Guerra
Mundial: crecimiento de la economía, del Estado del bienestar, incremento de
derechos sociales y civiles, etc. Básicamente a partir de la década de 1970
este desarrollo se detiene. Entonces el Estado democrático de corte keynesiano,
donde el Estado interviene en la planificación de la economía, entra en crisis.
Desde entonces, lo que hemos visto es una profunda e imparable decadencia que
ha desembocado en la crisis de 2008 y que no ha terminado todavía. La crisis
empezó hace ocho años y todavía estamos sufriendo sus consecuencias. Y sabemos
que algo así se puede repetir y que la próxima puede ser todavía peor.
Algunas
de esas opciones políticas que han emergido tras la crisis, como Podemos,
apelan habitualmente al discurso de la socialdemocracia. ¿Es posible regresar a
esa era dorada?
Nunca
es posible volver atrás. Después de treinta o cuarenta años de crisis a partir
de los 70, han cambiado infinidad de cosas. Ahora tenemos un sistema financiero
global, una enorme cantidad de deuda en la economía capitalista acumulada
durante décadas y la tecnología nos impide crear empleo. Entonces, con el nivel
de integración sin límites del sistema financiero en el que nos encontramos no
puedes estimular la economía con medidas keynesianas tradicionales –inventadas
en los años 30, hace casi 100 años–. Los países deudores tienen muy poco margen
de acción individual y están totalmente controlados por los países acreedores
como Alemania o por los bancos. Por ejemplo, España ya está bastante endeudada,
si quisiese utilizar medidas fiscales para reflotar la economía necesitaría
endeudarse. ¿Dónde va a conseguir estos préstamos? ¿Qué condiciones le
impondrían como contrapartida?
¿No
es posible entonces un capitalismo más humano?
Diría
que la idea de que hemos inventado un mecanismo, el mercado, mediante el cual
la codicia individual puede acabar sirviendo a objetivos colectivos es una
premisa que tendría que ser seriamente cuestionada. Nuestra sociedad tiene que
continuar madurando de manera que la demanda de altruismo y de solidaridad,
como opuestos al egoísmo y a la maximización de beneficio, tendrá que ser
satisfecha. No puedes organizar la sociedad completamente sobre la base del
deseo de enriquecerte. Y sobre todo, no puedes organizar las áreas más
importantes de la sociedad empezando por la familia y continuando con el
mercado de trabajo que no puede ser completamente monetarizado, porque en el
trabajo la gente no solo hace dinero sino que también se realiza.
El
sistema financiero tampoco puede basarse exclusivamente en la comercialización
del dinero. Por ejemplo, se necesitan instituciones financieras cooperativas
que se preocupen de que la gente que recibe un préstamo será capaz de hacer
algo obtener un beneficio colectivo. Por último, creo que el gran reto político
e incluso “religioso” tendrá que ser estrechar el campo del egoísmo y expandir
el de la solidaridad.
¿Cómo
podríamos pedir, o exigir quizás, solidaridad o altruismo al sistema bancario?
Es
más fácil que a los individuos. Básicamente, aprobar legislaciones que los
controlen. Por ejemplo puedes imponer controles de capital, puedes regular los
paraísos fiscales. Hay muchas cosas que se pueden hacer. En 1930 el presidente
de Estados Unidos llevó al Congreso la idea de regular el sistema financiero a
partir de la utilidad para la sociedad, en vez de pensarlo únicamente como
negocio. Básicamente, los bancos no deberían hacer negocios para obtener
beneficios como los demás porque debería primar la utilidad pública, lo mismo
que sucede en el sistema educativo. Esto significaría reconstruir el sistema
financiero como herramienta de un capitalismo democrático.
Algunos
dirían que este tipo de intervenciones del Estado en la economía conducirían al
totalitarismo.
Eso
no tiene ningún sentido. El totalitarismo lo estamos sufriendo ahora. Ahora es
cuando descubrimos el gran poder de Wall Street. Cada gobierno tiene que
cumplir estrictamente con las exigencias del sistema financiero internacional o
es penalizado severamente como sucede con los países mediterráneos que están
siendo castigados por la Unión Europea por no encajar en las expectativas de las
agencias internacionales de crédito.
¿Cómo
diría que ha funcionado esta financiación en la subjetividad de la clase media
en lugares como España que ha basado gran parte de su crecimiento en la burbuja
inmobiliaria? Es decir, qué efectos políticos tiene en estas clases medias que
pueden considerarse así porque pese al continuo descenso de sus ingresos han
recibido en algún momento los beneficios de esta burbuja, invirtiendo y
recibiendo rentas del mercado inmobiliario.
Esto
es totalmente cierto y llegará el momento de la gran decepción. Yo creo que
otra burbuja se está inflando y que puede estallar y que cuantos más inviertan
en esta burbuja, más afectará su estallido. Esto hará que se pregunten: “Qué
clase de leyes existen que permiten a esta gente vendernos estos productos tan
tóxicos y peligrosos. Pasará y tendrá consecuencias. Y tienes razón, en la
forma de vida neoliberal las personas son inducidas a pensar que pueden
participar de la “gran fiesta” pero lógicamente es imposible que la “fiesta”
pueda continuar para siempre y que haya para todos.
Recientemente
hemos visto cómo Grecia ha sido obligada a rendirse ante las imposiciones de
Bruselas. ¿Hay formas de resistir a la deudocracia?
Para
empezar, los políticos también pueden equivocarse. Creo seriamente que los
griegos cometieron un gran error cuando firmaron el acuerdo que los alemanes
les impusieron hace un año. Deberían haber amenazado a la Unión Europea con un
default –impago de la deuda–. Decir: “No podemos seguir pagando. No vamos a
pagar. En vez de mendigar más crédito o una renegociación. Nos perdonamos la
deuda nosotros mismos”. Un Estado soberano puede hacer esto.
¿Es
posible hacerlo sin causar sufrimiento a la población si los bancos se quedan
sin liquidez?
Es
un poco suicida, puede tener todo tipo de consecuencias, pero al menos pone una
fecha de caducidad al sufrimiento que hay ahora. El resto de los países
europeos no podría dejarles morir de hambre por razones políticas. Si los
griegos hubiesen dicho “dejamos de pagar”, ¿qué habría pasado? Algunos bancos
habrían quebrado, gobiernos como los de Alemania y Francia tendrían que haber
reorganizado el sistema bancario, que es algo que tendrán que hacer de todas
maneras. Los griegos podrían haber vuelto a su moneda, devaluarla y pedir un
préstamo para poder mantenerse a flote. Algo que no podrían negarles.
Así
que la idea es que estos países débiles que ahora están siendo tan maltratados
por el sistema financiero y por los Estados que representan al sistema
financiero tienen una salida. Ahora están atrapados mediante ilusiones que son
muy populares en las clases medias. “Si nos agarramos a Europa y nos decimos
cada día lo orgullosos que estamos de pertenecer a ella, entonces, en algún
momento, nuestros estándares de vida crecerán”. Esto es pensamiento mágico y se
apoya en la asunción de que en el norte hay gente que está tan profundamente
conmovida por la confesión de que nosotros también somos europeos, que en algún
momento abrirán su cartera y sacarán su dinero para que los estándares de vida
de los países del sur se equiparen con los del norte. Creo que eso no va a
pasar.
¿Cómo
lograr entonces políticas de crecimiento regional para el sur de Europa que
tiendan a aumentar los niveles de igualdad en la eurozona?
Creo
que hay que acabar con el euro, es un desastre. En tanto en cuanto exista el
euro en su forma actual, la situación de los países mediterráneos continuará
empeorando y la de los alemanes, mejorando. No hay posibilidad de crear
mecanismos igualitarios en Europa. Hay gente de los países del sur que tiene la
esperanza de que en algún momento, alguien convencerá a los gobiernos del norte
de que les interesa rebajar la competitividad de la economía alemana para
incrementar la de la italiana. Esto es una completa ilusión. No digo que no
haya gente que lo esté pensando, sino que hacerlo implicaría que se tendría que
gravar a los países del norte con un 4% aproximadamente de su producto interior
bruto nacional –lo que equivale al 10% del total de los impuestos– para
transferirlo a Europa del sur y esto cada año. ¿Puedes imaginar que alguien
gane unas elecciones allí con esta propuesta?
Antes
comentaba que hay cosas que no tienen vuelta atrás. ¿No es la moneda única una
de ellas?
Podemos
pensar soluciones progresivas que introduzcan más flexibilidad en el sistema
monetario europeo. Ahora mismo sirve para estrangularnos porque funciona como
el patrón oro: impide la capacidad de usar la moneda como mecanismo de ajuste.
Hay muchas formas en las que se puede hacer. Por ejemplo, puedes tener el euro
como moneda común y además una moneda griega y otra italiana, o también la
misma moneda para Italia y Francia. Estas monedas estarían relacionadas con el
euro mediante diferentes tasas de cambio que podrían moverse en una franja de
más 15%, o menos 15% sobre la tasa fija. Esto proporcionaría algún tipo de
flexibilidad que se podría apoyar en un Banco Central Europeo que tendría
permitido dar crédito a los bancos centrales nacionales para proteger ese tipo
de cambio fijado.
Ha
habido ejemplos históricos de algo así. El año pasado Schröder hizo una oferta
parecida a Varoufakis, le ofreció salir del euro. Creo que Varoufakis tendría
que haber preguntado inmediatamente cuál era la propuesta concreta. Porque esta
propuesta de Schröder va en contra de fuertes intereses nacionales
representados por el Gobierno alemán: los de los exportadores. El sector de la
exportación es básicamente el de Angela Merkel: automóvil –Mercedes, Audi, BMW–
y los productores de maquinaria en general.
Cuando
Schröder dice: “Si el euro fracasa, Europa fracasa”. Esta santificación del
euro está al servicio de los intereses de los exportadores alemanes. Cuando
Schröder insinuó la posibilidad de algún arreglo flexible, estoy seguro de que
Merkel en su oficina de Berlín casi se cae por la ventana. Debió pensar:
“Gracias a Dios que este Varoufakis es tonto y no nos pregunta si es
realizable”.
¿Es
posible una Unión Europea sin euro?
¡Por
supuesto! Hemos tenido UE antes de 1999. Claro que sí. Y la que tenemos ahora
no es el paraíso. Estamos inmersos en un momento de decadencia del capitalismo
avanzado con todos los problemas asociados a él. O sea, que vamos a seguir
teniendo problemas fuera del euro pero los países del sur tendrán más
mecanismos para luchar contra la pobreza a la que ahora se ven arrastrados. Los
países del sur europeo forman parte de este continente desde hace más de dos
mil años, creo que se merecen nuestra consideración más allá de la moneda única
(*).-Fuente. https://salirdeleuro.wordpress.com/2016/04/20/hay-que-acabar-con-el-euro/
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