Alejandro
Cortés A. (*)
En
filosofía política se da un debate entre dos posiciones antagónicas: el
liberalismo y el republicanismo. Los aspectos en los que difieren estas
concepciones de la política son varios, pero uno de los más importantes es
sobre cuál modelo de democracia es el adecuado para las sociedades contemporáneas;
sociedades sumamente complejas en las que coexisten multiplicidad de individuos
y grupos sociales con concepciones y visiones de mundo diferentes, y muchas
veces incompatibles entre sí.
Tanto
liberalismo como republicanismo presentan distintas propuestas para la solución
de los problemas de las sociedades contemporáneas. Mientras el liberalismo
defiende por encima de todo el respeto a las libertades individuales y, debido
a ello, tiene una concepción de la sociedad en la que es entendida como una suma
de individuos diferenciados y separados los unos de los otros, el
republicanismo, crítico de la modernidad,[1] propone formas de auto
organización comunitaria, en las que prima el bien de la comunidad, concebida
como un todo orgánico y no como una simple agregación de individuos.
Ante
esta aparente indisoluble dicotomía, propone el filósofo Jürgen Habermas una
especie de tercera vía: un modelo político que toma elementos del liberalismo y
del republicanismo, para articularlos en lo que llama un modelo procedimental
de la democracia.
El
propósito de este ensayo es, entonces, exponer la propuesta procedimentalista
de Jürgen Habermas, contraponiéndola a la visión del republicanismo político
desarrollada por la filósofa de origen judío, Hannah Arendt. Para hacerlo, nos
basamos principalmente en el texto “La esfera pública y la esfera privada”, de
Hannah Arendt, y en “¿Qué significa política deliberativa?” de Jürgen Habermas.
De este autor también nos valemos de “Política deliberativa: un concepto
procedimental de democracia”.[2]
Hannah
Arendt: crítica de la modernidad y reivindicación de la auto organización en la
esfera pública
Hannah
Arendt tiene una visión crítica de la modernidad y del liberalismo nacido en
este periodo. Al señalar los problemas de la época moderna y desarrollar su
propuesta, la formula recurriendo a categorías políticas de la antigüedad,
principalmente de la polis griega. A través de estas, Arendt busca dirigir su
ataque contra la excesiva absorción de los individuos modernos en su vida
privada, lo que, según ella, les ha hecho perder su existencia como ciudadanos.
Arendt
nos señala la presencia de “dos órdenes de existencia” a los que pertenecían
los ciudadanos de la antigua ciudad-Estado griega: la esfera privada y la
esfera pública. En cada una de estas esferas se desarrollaban aspectos
diferentes de la vida de los hombres. En la esfera privada, que hace referencia
al hogar y la familia, los miembros de la misma se regían por la necesidad, es
decir, por la búsqueda de la supervivencia física; en la esfera pública, al
contrario, los hombres no se preocupaban por el diario vivir, sino que se
encontraban ocupados en la genuina actividad característicamente humana: la
política.[3] En esta última esfera, los hombres no se encontraban bajo el reino
de la necesidad sino que se movían en el reino de la libertad. Lo anterior se
explica cuando se tiene en cuenta que el concepto griego de libertad no se
asemeja al moderno, el cual hace referencia a la autonomía privada del
individuo y a la no interferencia en un ámbito de acción en el que cada uno es
libre de hacer lo que desee, sino que, por el contrario, se basa en que la
única libertad posible es la libertad política, pues para los antiguos la
libertad consistía en salir de su esfera privada y entrar en la esfera pública,
buscando participar en la discusión junto a sus iguales sobre aquellos asuntos
comunes relevantes para todos en cuanto miembros de una misma comunidad.
Debido
a la importancia que para los antiguos tenía la esfera pública, consideraban preciso
que para participar en ella primero debía el hombre liberarse de la necesidad,
del proceso biológico-natural de la búsqueda de la supervivencia. Para ello era
necesario asegurar la propia subsistencia en el ámbito de la esfera privada;
esto se lograba mediante la dominación, a través de la violencia, de aquellos
que se encontraban en una posición de subordinación dentro de la propia esfera
privada, es decir: mujeres, niños y esclavos. Debido a esto, para los griegos
la idea de dominación, de ejercer poder sobre alguien, era de tipo prepolítico,
pues sólo podía tener lugar en la esfera privada, nunca en la esfera pública.
Las relaciones que se daban en esta última, relaciones genuinamente políticas,
no eran de subordinación sino de entendimiento mutuo entre hombres iguales
poseedores de la capacidad de usar el lenguaje para exponer sus argumentos
sobre un determinado tema, y de escuchar atentamente los de los demás para
contraponerlos y decidir de mejor manera sobre los asuntos relevantes para la
comunidad política. El hombre político lo era en cuanto usaba su facultad de
lenguaje.
La
definición aristotélica del hombre como zoon politikon […] únicamente se la
puede entender por completo si añadimos su segunda definición del hombre como
zoon logon ekhon (ser vivo capaz de discurso) […] [T]odo el que estaba fuera de
la polis –esclavos y bárbaros– era aneu logou, desprovisto, claro está, no de
la facultad de discurso, sino de una forma de vida en la que el discurso y sólo
éste tenía sentido y donde la preocupación primera de los ciudadanos era hablar
entre ellos (Arendt, 1993: 40-41).
Con
base en esta concepción de la política, Arendt dirige su crítica contra la
modernidad. Esta filósofa ve el ascenso de la esfera de lo social como causa
originaria de la desaparición de la frontera entre la esfera pública y la
esfera privada. La sociedad aparece como un nuevo ámbito, una nueva esfera, en
términos estrictos ni pública ni privada, sino como una esfera que ha borrado
las diferencias entre las antiguas esferas destruyendo la clásica distinción, y
causando así un fuerte cambio en el mismo concepto de política. La sociedad es
una esfera que se estableció definitivamente en la modernidad con el
surgimiento del ámbito del mercado y de la economía como espacios autónomos de
la vida humana. La sociedad es aquel entorno en donde una multiplicidad de
individuos conviven juntos, pero en el cual ya no se preocupan por aquellos
asuntos comunes importantes que les unen, sino que por el contrario cada uno de
ellos (los individuos) se ocupa exclusivamente de cuestiones relativas a sí
mismo, a su propia subsistencia. Puede verse que en la sociedad la preocupación
primaria de cada individuo se refiere a su necesidad, a su manutención física,
y no, como en la antigüedad, a su libertad, al ejercicio de la misma en la
esfera pública. Con esto, los asuntos que antes eran cuestiones puramente
privadas (todo lo relativo a la necesidad, por ejemplo: la administración
económica, propia del hogar) han pasado a ser asunto público. Así, podemos ver
que el concepto de administración, que era una actividad que tenía lugar en el
hogar, pasó de la esfera privada al ámbito público, lo que se puede ver en la
idea de una administración nacional.
[V]emos
el conjunto de pueblos y comunidades políticas a imagen de una familia cuyos
asuntos cotidianos han de ser cuidados por una administración doméstica
gigantesca y de alcance nacional […] [E]l conjunto de familias económicamente
organizadas en el facsímil de una familia superhumana es lo que llamamos
sociedad, y su forma política de organización se califica con el nombre de nación
[…] [S]egún el pensamiento antiguo […] cualquier cosa que fuera económica, en
relación a la vida del individuo y a la supervivencia de la especie, era no
política, se trataba por definición de un asunto familiar (Arendt, 1993: 42).
Vemos
así que el ataque de Arendt a la modernidad consiste en criticar la
instrumentalización que en este periodo se dio de la política, pues esta pasó
de ser una característica humana fundamental en la que se desarrollaba la
libertad, a ser un mero instrumento de administración y protección de los
intereses sociales privados. Arendt busca recuperar el valor intrínseco de la
política, de la esfera pública, en la que, como en la antigua Grecia, “[b]ajo
ninguna circunstancia podía ser la política sólo un medio destinado a proteger
a la sociedad” (Arendt, 1993: 43). La propuesta de Arendt consiste, en términos
básicos, en que la ciudadanía tome del aparato estatal el poder político para
que no sea el primero el que gobierne sobre los ciudadanos, sino que sea la
comunidad, entendida como totalidad política, la que se organice políticamente
a sí misma. Así lo describe Habermas al explicar la concepción de sociedad del
republicanismo:
La
sociedad es de por sí sociedad política, societas civilis; pues en la práctica
de la autodeterminación política de los ciudadanos la comunidad se torna, por
así decir, consciente de sí misma y opera sobre sí misma a través de la
voluntad colectiva de los ciudadanos. Así, democracia viene a significar auto
organización política de la sociedad en conjunto. La consecuencia de ello es
una concepción de la política, polémicamente dirigida contra el aparato
estatal. En los escritos políticos de Hannah Arendt puede verse muy bien esta
dirección de choque de la argumentación republicana: contra el privatismo
ciudadano de una población despolitizada […] el espacio de la opinión pública
habría de ser revitalizado hasta el punto de que una ciudadanía regenerada
pudiese volver a hacer suyo, en las formas de una autoadministración
descentralizada, el poder estatal burocráticamente autonomizado. Sólo así se
convertiría la sociedad en totalidad política (Habermas, 1998: 373).
Jürgen
Habermas: la política deliberativa como modelo procedimental de la democracia
Habermas
comparte con Arendt la idea de que el liberalismo y el desarrollo de las
sociedades modernas ha dejado muchos vacíos y problemas respecto de la
organización política de los miembros de las mismas; sin embargo, a diferencia
de esta filósofa, la postura de Habermas no puede ser clasificada stricto sensu
como republicanismo político, pues este autor alemán, en vez de desechar
elementos aportados por el liberalismo, busca integrarlos con elementos
republicanos para formular una nueva concepción de la política y de la
democracia.
En
su propuesta, Habermas defiende una concepción de la sociedad en la que la
política juega un papel más fuerte que en la visión liberal, pero no tan
dinámico como en la perspectiva republicana. Para el autor alemán, el
liberalismo considera a la sociedad como un conjunto de individuos que se
encuentran juntos en tanto se interrelacionan en el sistema del mercado y en la
estructura jurídico-política del Estado, pero al mismo tiempo aislados, pues
cada uno de ellos se ocupa exclusivamente de sus propios asuntos, y, al
relacionarse con los demás, no lo hace por tenerlos como seres que merecen su
consideración, sino que los toma en cuenta siempre y cuando sirvan como medios
para la realización de sus fines, es decir: el individuo liberal al tratar con
los demás se guía por una racionalidad instrumental. Conforme a esto, la
política se trata estrictamente de un proceso en el que diferentes individuos,
miembros de una misma sociedad, realizan compromisos mutuos en los que cada uno
de ellos busca obtener el máximo beneficio personal; de esta manera, la
voluntad política es una agregación de intereses individuales mediados por
pactos y compromisos.
Los
derechos subjetivos son derechos negativos que garantizan un ámbito de elección
dentro del cual las personas jurídicas están libres de coacciones externas. Los
derechos políticos tienen esa misma estructura; otorgan a los ciudadanos la
posibilidad de hacer valer sus intereses privados de modo que éstos puedan
agregarse con otros intereses privados para configurar una voluntad política
que influya de manera efectiva en la administración mediante la celebración de
elecciones, la composición de las cámaras parlamentarias y la formación del
gobierno. De este modo, los ciudadanos en su papel de ciudadanos políticos controlan
si el poder del Estado se ejerce en interés de los ciudadanos en tanto que
sujetos privados (Habermas, 1999: 233).
Para
asegurar el cumplimiento de los diferentes compromisos por parte de una serie
de individuos guiados por una racionalidad instrumental, y por un cálculo
costo-beneficio de sus acciones, el derecho debe institucionalizar unas reglas
de juego claras, de carácter impersonal y abstracto, que aseguren que los
resultados de estos compromisos entre intereses sean justos. En este punto puede
verse que para la perspectiva liberal el patrón de comportamiento de los
sujetos en el ámbito político obedece al tipo de racionalidad instrumental que
se da en el terreno del mercado. Así lo señala Habermas:
Con
sus votos los electores expresan sus preferencias. Sus decisiones electorales
tienen la misma estructura que los actos de elección de quienes participan en
el mercado para obtener mayor beneficio: estos votos permiten el acceso a
posiciones de poder que los partidos políticos se disputan con esa misma
actitud encaminada al éxito (Habermas, 1999: 236-237).
A
diferencia de lo anterior, Habermas explica que la postura republicana
considera a la sociedad como una totalidad política, en la que sus miembros
constantemente buscan discutir y entenderse con sus iguales. En contraste con
el liberalismo, el republicanismo considera que los miembros de una sociedad se
toman en cuenta los unos a los otros, no por considerarse entre sí como medios
funcionales a un fin, sino porque al compartir una serie de valores comunes
–una eticidad concreta[4]–, mutuamente se reconocen como partes iguales de una
totalidad indisoluble, lo que les permite deliberar entre sí sobre aquellos
asuntos que les conciernen a todos en cuanto sujetos de una misma comunidad ético-política.
De acuerdo con lo anterior, la voluntad política no es una agregación de
intereses individuales y diferenciados (como lo entiende el liberalismo), sino
un proceso de acción colectiva de la ciudadanía. Acorde con esto, la
racionalidad que guía el comportamiento de los ciudadanos republicanos no es
una de tipo instrumental, sino que se trata de una racionalidad comunicativa
basada, como se dijo, en una serie de concepciones, ideas, opiniones, etc.,
compartidas por los miembros de una comunidad. Habermas afirma al respecto:
“[C]onforme a la concepción republicana, la formación democrática de la
voluntad se efectúa en la forma de un autoentendimiento ético-político; la
deliberación habría de poder apoyarse, en lo que a contenido se refiere, en un
consenso de fondo inculcado por la propia cultura en la que se ha crecido y se
está” (Habermas, 1998: 372).
Con
esta contraposición entre la posición liberal y la republicana, señala el
filósofo alemán como cada una de las posturas de las que se habla, se fundamenta
en el supuesto del predominio de un tipo de racionalidad de los miembros de una
sociedad: mientras el liberalismo considera que los individuos se guían por una
racionalidad instrumental, en la que las consideraciones de acción se basan en
un cálculo de medios respecto a un fin, el republicanismo supone que los
sujetos pertenecientes a una comunidad orientan su accionar mediante una
racionalidad comunicativa, en la que predomina una consideración de los demás
como iguales, pues estos son miembros de la propia comunidad ético-política.
Es
mediante la exposición de estas posiciones antitéticas que Habermas desarrolla
su crítica y su propuesta. Señala que es un error considerar que en el ámbito
de la existencia humana existe un solo tipo de racionalidad, bien sea la
instrumental o la comunicativa, expone que los hombres pueden desarrollar ambos
tipo de racionalidades, pero cada una pertenece y actúa en dos espacios
separados de la existencia humana. Estos espacios son el sistema y el mundo de
la vida. Sistema hace referencia a los ámbitos de la vida humana en los que los
hombres se guían por una racionalidad instrumental; mundo de la vida se
relaciona con aquellos contornos de la vida humana donde los hombres actúan
basándose en una racionalidad comunicativa en la que se busca escuchar y
comprender las razones de los otros. Es de esta manera que lo explica Ignacio
Sotelo:
Desde
el enfoque del mundo de la vida cabe salvar elementos propios de razón
práctica, así como en el mundo sistémico predomina la razón instrumental. Cada
uno de estos puntos de vista subraya determinados aspectos, en los que
prevalecen, bien mecanismos de comprensión –mundo de la vida– bien mecanismos
de trueque o de poder –mundo del sistema. La economía y el Estado se explican
mejor desde el sistema […] en cambio, valores
y normas […] se percibe mejor desde el mundo de la vida, en el que
descuella la racionalidad discursiva (Sotelo, 1997: 188-189).
Con
esta explicación sobre la existencia del hombre en el sistema y el mundo de la
vida, Habermas desarrolla una propuesta de sociedad en la que los hombres
puedan desenvolverse en estos dos ámbitos de la existencia humana. Este autor
no considera problemática la existencia de la racionalidad instrumental propia
del sistema, pues para él es aceptable, e incluso necesario, que el mercado y
la administración estatal, mediante criterios técnico-instrumentales, se
encarguen de cumplir con las funciones de regulación de la interacción en la
esfera económica y de la interacción política que les corresponden. Sin
embargo, Habermas ve como un obstáculo el hecho de que la racionalidad
instrumental se haya extendido más allá del contorno donde debe operar –el
sistema–, hacia espacios en los que debe ser la racionalidad comunicativa la
que sirva como mecanismo de integración social; por esto es que nuestro autor
afirma que se ha dado una “colonización del mundo de la vida”. Sobre lo
anterior, Francisco Cortés señala que:
Para
Habermas la consolidación de los subsistemas de la administración moderna y de
la economía de mercado constituye lo “positivo” en el desarrollo del
capitalismo. Los medios “dinero” y “poder” cumplen sus funciones económicas y
políticas, cuando los efectos que producen, se extienden sólo a sus áreas de
influencia respectivas […] Los problemas aparecen, según Habermas, cuando los
mecanismos sistémicos suplantan formas de la integración social, en las cuales
la coordinación de la acción obtenida por consenso no puede ser sustituida. Los
medios “dinero” y “poder” no pueden reemplazar las funciones que son cumplidas
por medio del mecanismo del entendimiento en las esferas de la reproducción
cultural, de la integración social y de la socialización. La suplantación de
las formas propias de integración social realizada por los mecanismos
sistémicos es el resultado de un falso desarrollo de las sociedades modernas,
que Habermas caracteriza con la tesis de la “colonización del mundo de la vida”
[…] Las patologías sociales se presentan, entonces, cuando la racionalidad
sistémica traspasa sus límites propios y se adentra en las esferas del mundo de
la vida estructuradas comunicativamente; a través de esto son bloqueadas la
reproducción cultural, la integración social y la socialización dando lugar a
un empobrecimiento de la reproducción cultural, las anomias y las
psicopatologías (Cortés, 1995: 111).
En
relación con este problema, Habermas es consciente de que la racionalidad
comunicativa, propia de la concepción republicana de la política, no puede
extenderse a todos los espacios donde se desenvuelve el hombre, pues este tipo
de racionalidad como ya se señaló más arriba, se sustenta en un
autoentendimiento ético-político entre los hombres, es decir, en una serie de
valores comunes compartidos por estos, y esto es irrealizable en las sociedades
contemporáneas, cruzadas por el desarrollo de la modernidad y el mercado, y de
un carácter sumamente complejo como para que se dé un autoentendimiento ético
entre sus miembros. Sin embargo, Habermas considera posible la
institucionalización de una serie de procedimientos que permitan que la
capacidad discursiva de los hombres se extienda, aunque no al mercado pues allí
encuentra esta sus límites, sí por todos los espacios de la sociedad civil.
Mediante el derecho se hace posible la creación e institucionalización de estos
procedimientos, así, se vuelve factible que los hombres deliberen, ya no sólo
sobre la base de un autoentendimiento ético, sino sobre asuntos “políticamente
relevantes […] que en ningún modo son elementos constitutivos […] de una forma
de vida compartida intersubjetivamente” (Habermas, 1999: 238).
El
filósofo alemán coincide con el republicanismo en otorgar un papel fundamental
en su teoría a la consideración del bienestar general como uno de tipo
político, es decir, Habermas entiende a los ciudadanos como ciudadanos
políticos que han de participar activamente en la formación de la voluntad
política. Podemos ver entonces la importancia que este autor otorga a la
autonomía pública, a la auto organización política de la sociedad. Sin embargo,
este pensador considera que los derechos subjetivos liberales, que buscan
garantizar la autonomía privada de los individuos, no son un obstáculo para la
consolidación de una ciudadanía políticamente activa; por el contrario,
Habermas afirma que es precisamente mediante los dispositivos normativos
propios del Estado de derecho, como es posible establecer una institucionalización
jurídica de los procedimientos comunicativos necesarios para que los procesos
deliberativos se extiendan a todos los ámbitos de la sociedad civil; así es
posible el desarrollo de un verdadero modelo de política deliberativa. Es a
través de los principios vinculados al Estado de derecho, dirigidos
originalmente a la protección de la autonomía privada, que se hace posible
establecer, a través del derecho, los procedimientos que han de servir a la
consolidación de los presupuestos comunicativos necesarios para que pueda darse
la autonomía pública.
En
concordancia con el republicanismo, la teoría discursiva coloca el proceso de
formación de la voluntad y de la opinión políticas en el punto central, pero
sin entender como algo secundario la constitución en términos del Estado de
derecho; más bien, concibe los derechos fundamentales y los principios del
Estado de derecho como una respuesta consecuente a la cuestión de cómo pueden
ser institucionalizados los exigentes presupuestos comunicativos del procedimiento
democrático. La teoría discursiva no hace depender la realización de una
política deliberativa de una ciudadanía capaz de actuar colectivamente, sino de
la institucionalización de los procedimientos correspondientes (Habermas, 1999,
pág. 242).
Es
mediante estos procedimientos que se viabiliza para las sociedades modernas el
desarrollo de una nueva esfera pública compuesta tanto por los espacios de
deliberación formales (parlamento) como por los informales (todos los espacios
de discusión que se desarrollan en la sociedad civil). Y es mediante la
constante conexión discursiva entre todos estos espacios que la ciudadanía
hablante puede orientar el poder administrativo del Estado; aquí se produce lo
que Habermas llama la conexión entre el poder comunicativo y el poder
administrativo.
La
teoría del discurso cuenta con la intersubjetividad de orden superior que
representan los procesos de entendimiento que se efectúan a través de los
procedimientos democráticos o en la red de comunicación de los espacios
públicos políticos. Estas comunicaciones […] que se producen dentro y fuera del
complejo parlamentario y de sus órganos programados para tomar resoluciones,
constituyen ámbitos públicos en los que puede tener lugar una formación más o
menos racional de la opinión y de la voluntad […] El flujo de comunicación
entre la formación de la opinión pública, los resultados electorales
institucionalizados y las resoluciones legislativas tienen por fin garantizar
que la influencia generada en el espacio de la opinión pública y el poder
generado comunicativamente se transformen a través de la actividad legislativa
en poder utilizable administrativamente (Habermas, 1998: 375).
En
este escrito se expusieron, de manera general, las concepciones de política en
Hannah Arendt y Jürgen Habermas. Ello con el objetivo de presentar el modelo
procedimental de la democracia desarrollado por uno de los filósofos más
importantes en la actualidad. Pudimos así hacer explícito cómo este autor
concuerda con Arendt en algunos aspectos de su crítica al liberalismo, pero
cómo, a pesar de esto, considera al modelo tradicional republicano, “un modelo
demasiado idealista” (Habermas, 1999: 238). Al Habermas reflexionar que el
republicanismo presenta una falla al considerar que la política –la
deliberación entre ciudadanos– se reduce sólo a cuestiones referentes al
autoentendimiento ético de una comunidad, propone un modelo de organización de
la sociedad en el que, mediante la institucionalización jurídica de unos
determinados procedimientos, la deliberación se extienda a todos los ámbitos de
la sociedad civil. Junto a estos procedimientos institucionalizados, Habermas
plantea que debe ir ligada una formación informal de la opinión pública, la
cual, a través de una constante conexión con los ámbitos formales de
deliberación, asegure resultados aceptables para todos. “El desarrollo y
consolidación de una política deliberativa, la teoría del discurso los hace
depender […] de la institucionalización de los correspondientes procedimientos
y presupuestos comunicativos, así como de la interacción de deliberaciones
institucionalizadas con opiniones públicas desarrolladas informalmente”
(Habermas, 1998: 374). Los desenlaces del proceso político serán admisibles
para todos, pues son producto de una discusión racional en diferentes ámbitos
de la sociedad civil, “el proceso político tiene para sí la presunción de
producir resultados racionales porque se lleva a cabo en toda su extensión de
un modo deliberativo” (Habermas, 1999: 239).
Como
conclusión puede señalarse que la propuesta de Jürgen Habermas nos permite ver
que la aparentemente indisoluble dicotomía entre liberalismo y republicanismo
puede verse en términos diferentes. En efecto, este autor logra integrar en su
teoría, algunos de los elementos más importantes de la visión liberal y de la
perspectiva republicana. Mediante la distinción entre sistema y mundo de la
vida, y a través de la delimitación que se establece entre los ámbitos en los
que debe operar una racionalidad instrumental y los espacios en los que debemos
guiarnos por una racionalidad comunicativa, Habermas logra articular una
propuesta en la que, usando al derecho como mecanismo de mediación, se hace
posible trazar de manera clara las fronteras entre sistema y mundo de la vida,
y se logra de esta manera enfrentar la “colonización del mundo de la vida”. En
el modelo habermasiano:
[S]e
constituye el derecho en el mecanismo a través del cual se establece la
relación entre las esferas de acción social sistémicas y las del mundo de la
vida, al delimitar y demarcar con sus instrumentos propios, las formas
específicas de organización de los ámbitos del mercado, la administración, la
reproducción cultural y la conformación misma de los procedimientos
democráticos de justificación de las normas sociales de acción (Cortés, 1995:
114).
Además
de esto, Habermas consigue exponer como interdependientes dos aspectos del
liberalismo y del republicanismo que parecían hacer irreconciliables ambas
posturas: los derechos liberales individuales y la autonomía política
republicana. Efectivamente, el liberalismo ha visto como necesario el que la
auto organización democrática de una comunidad encuentre sus límites de
decisión en los derechos fundamentales de los individuos, para ello ha
desarrollado los mecanismos del Estado de Derecho, que van dirigidos a proteger
a la esfera privada de los individuos de cualquier intervención externa que
pudiera afectarla. Por otra parte, el republicanismo se ha preocupado
fundamentalmente por la capacidad de la comunidad política de autogobernarse a
sí misma. Debido a ello, la postura republicana ha hecho énfasis en la
necesidad de buscar que los miembros de la comunidad política participen
activamente en el proceso de formación de la voluntad política, para que estos
sean así, al mismo tiempo, productores y destinatarios de las normas que les
rigen, y para que, como consecuencia de esto, los miembros de la comunidad
política no sientan que las disposiciones jurídicas a las que se encuentran
sujetos les son impuestas desde afuera, sino que son creadas por ellos mismos.
El
liberalismo ha visto como problemática la perspectiva republicana, pues
considera que el énfasis que realiza en la autonomía pública puede llevar a un
desmedro de las libertades individuales, a un abuso por parte de la comunidad
política sobre la esfera privada de los individuos. A su vez, el republicanismo
ha considerado que el énfasis del liberalismo en la defensa de la esfera
privada del individuo conlleva una excesiva privatización de los individuos, lo
que trae como consecuencia la pérdida de conciencia por parte de estos de que
se encuentran insertos en una comunidad política en cuya configuración deben
participar activamente. Frente a esto, la perspectiva habermasiana indica que
es a través de los mecanismos propios del Estado de Derecho que es realmente
factible garantizar las condiciones de posibilidad para que se dé una efectiva
auto organización política de la comunidad: “La tesis central de Habermas […]
afirma que los derechos subjetivos de acción que aseguran la integridad de la
persona jurídica, son condiciones necesarias que posibilitan el ejercicio de la
autonomía política. Como condiciones de posibilidad no pueden limitar la
soberanía del legislador político” (Cortés, 1995:118). Puesto que los derechos
individuales no pueden ser vistos como límites impuestos a la auto organización
democrática de la comunidad, sino precisamente como aquello que permite que
esta se dé, es que Habermas considera posible hablar de la cooriginariedad
entre la autonomía privada y la autonomía pública.
[1] Es difícil dar una
definición taxativa de lo que se entiende por modernidad; sin embargo, para los
fines de este ensayo puede sernos útil la siguiente afirmación de Robert B.
Pippin: “[I]nitially the character of the “modernity” in question is relatively
uncontroversial. At such a level, what can be said is that there is something
that can be identified as the modern social and intellectual tradition […]
Moreover, it is pretty clear that this enterprise includes such things as: the
emergence of the “nation state”, a political unit constituted by a common
language and tradition, with an authority transcending local feudal fealty and
based on some explicit common representative, even, eventually, on some
self-understanding or principle; more and more ambitious claims for the supreme
authority of reason in human affairs, contra the claims of tradition, the
ancestors, and, especially, the Church […] an insistence on the natural rights
of all individuals, above all else the right to freedom […] the domination of
social life by a free market economy, with its attendant phenomena of wage
labor, urbanization, and the private ownership of the means of production; a
belief in, if not the perfectibility, then at least the improvability of
mankind” (Pippin, 1999: 4).
[2] Los anteriores textos
son capítulos de algunos de los más importantes libros de los autores
mencionados. Referencias bibliográficas más exactas se encuentran al final de
este ensayo.
[3] La política era una
actividad característicamente humana porque, a diferencia de la organización en
la esfera privada, impulsada por las necesidades naturales de supervivencia, y
por lo tanto compartida con otros animales, la organización en la esfera
pública era de carácter artificial, creada por el hombre mediante y gracias a
sus capacidades de acción y discurso: “La natural y meramente social compañía
de la especie humana se consideraba como una limitación que se nos impone por
las necesidades de la vida biológica, que es la misma para el animal humano que
para las otras formas de existencia animal” (Arendt, 1993: 38-39). A diferencia
de esto, respecto de la organización política: “El nacimiento de la
ciudad-estado significó que el hombre recibía además de su vida privada, una
especie de segunda vida, su bios politikos […] De todas las actividades
necesarias y presentes en las comunidades humanas, sólo dos se consideraron
políticas y aptas para constituir lo que Aristóteles llamó bios politikos, es
decir, la acción (praxis) y el discurso (lexis), de los que surge la esfera de
los asuntos humanos […] de la que todo lo meramente necesario o útil queda
excluido de manera absoluta” (Ibid).
[4] Esto hace referencia
a la creencia en que los miembros de una comunidad política, al compartir una
serie de valores comunes, “se podían llegar a identificar lo suficiente unos
con otros, de tal manera que podrían pensar y actuar juntos, con un punto de
vista de lo que era mejor para todos ellos, es decir, con una coincidencia del
bien público” (Sandel, 1996: 202. Citado en: Held, McGrew, Goldblatt y
Perraton, 2002: 21).
(*)Publicado en:
Cuadernos de Ciencias Políticas, Pensar lo político desde lo múltiple, No.5,
(2013). Universidad EAFIT, Departamento de Humanidades, Pregrado en Ciencias
Políticas. ISBN: 978-958-8719-16-0.
Fuente. https://alejandrocortesarbelaez.wordpress.com/2013/08/26/hannah-arendt-y-jurgen-habermas-del-republicanismo-politico-a-un-modelo-procedimental-de-la-democracia/
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