Por
Joan Tafalla
“Prever
significa solamente ver bien el presente y el pasado en cuanto que movimiento;
ver
bien, es decir identificar los elementos fundamentales y permanentes del
proceso”
Antonio Gramsci,
“Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado Moderno.
Esta
intervención va sobre los tiempos largos y cortos en las revoluciones y sobre
la relación entre movimientos sociales y representación política.
El
enfoque que voy a dar ha sido inspirado por el anuncio de que en estas jornadas
se haría una conmemoración del 80 aniversario del movimiento de ocupación de
fincas del 25 de marzo de 19362. Un movimiento surgido de las profundidades de
la mentalidad campesina, en que entre 60.000 y 80.000 braceros y yunteros
llamados por la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra marcharon
hacia las 3.000 fincas que reivindicaban para tomar posesión simbólica de las
tierras, poner lindes y decidir posteriormente como querían explotarlas, en
espera de que el nuevo gobierno del Frente Popular legalizara esa ocupación,
como así fue. La jornada fue pacífica pero el deseo de expropiar a los
expropiadores era evidente.
A
mí, historiador de la revolución francesa, no puede por menos que recordarme la
inmensa movilización campesina conocida como “El gran miedo”3 durante el mes de
julio de 1789, en que los campesinos franceses, del Norte al Sur del pentágono
quemaron no sólo muchos castillos de los señores feudales si no, sobre todo los
títulos de propiedad. Se trataba de lo que alguien, unos años más tarde
describiera como una violación despótica del derecho de propiedad4. Se trataba
de la emergencia de la autonomía y de la auto-conciencia de una entera clase
social que era la mayoría del pueblo francés y auto-conciencia de clase que fue
el motor de la revolución francesa durante siete grandes insurrecciones
campesinas que se desarrollaron entre los años 1789 y 17935.
Pero
como decía Antonio Labriola: “La ideas no caen del cielo ni nos las pone Dios
en nuestra cabeza cuando dormimos”. La masiva, organizada y auto-consciente
emergencia de braceros y yunteros en 1936 no era fruto de un milagro, ni un
brote espontáneo e inexplicable o irracional. Tampoco era fruto de la acción de
los nuevos diputados del Frente Popular, aunque los resultados de las
elecciones del 16 de febrero crearon un marco político que permitió esa
eclosión de autonomía de clase. No era fruto de una vanguardia exterior. Nada
de eso. Una acción masiva, consciente y organizada como esa era fruto de la
creación colectiva por parte de la masa bracera y yuntera de una nueva cultura
material de vida, de la creación de lo que mi amigo Joaquín Miras llama un
ethos6.
Ese
lento ascenso de la masa campesina, su actuación masiva, organizada y ordenada,
la firmeza con que reclamaban lo que era suyo, no había caído del cielo. Ese
lento ascenso de las masas, hasta entonces subalternas, provenía de lejos en la
línea del tiempo. La masa bracera y yuntera pudo, por un breve lapso de tiempo
tocar con los dedos su autonomía política y cultural, pasar del momento
económico-corporativo al momento ético-político. Como condición previa y sine
qua non fue necesario un largo proceso de acumulación de experiencias, de
luchas, de represión, de organización y de deliberación democrática. No, no se
tomó Zamora en una hora.
Eso,
precisamente es lo que intentaron cortar de raíz la matanza posterior en la
plaza de toros de esta ciudad y los fusilamientos sin más juicio que el dedo
acusador de los señoritos, las fosas dejadas pueblo a pueblo por las columnas
del coronel Castejón y del general Yagüe. Por cierto, la respuesta de Yagüe a
la pregunta del John T. Witacker del New York Herald Tribune7 sobre el
genocidio en curso, ilustra claramente la idea de Clausewitz: la guerra es la
continuación de la política por otros medios8.
De
la fase económico-corporativa a la fase ético política de la constitución del
sujeto social del cambio.
Vivimos
un momento especial: hasta Rita Barberà sabe que existió alguien que se llamaba
Gramsci. Pero las más de las veces se pronuncia en nombre de Gramsci en vano.
Gramsci
está de moda. Se publica en español una hermosa biografía suya, una biografía
clásica pero superada historiográficamente9. En Galiza acaban de publicar una
preciosa edición de La Cuestión meridional10, con plena autoconciencia por
parte de los editores del carácter periférico y neo-colonial de las relaciones
de esa nación con respecto ya no sólo al estado español si no, sobre todo al
centro imperialista de la Europa alemana. Akl reeditó recientemente la
Antología de Gramsci editada en 1971 por Manuel Sacristán.
Pero
el poco Gramsci que reciben las jóvenes generaciones es un Gramsci reducido y
deformado. Reducido a una especie de politólogo, cosa que extrañaría a quien
negaba el carácter de ciencia a la política y que la consideraba un arte, una
praxis. Recibe un Gramsci reducido a un teórico de la hegemonía, entendida ésta
o bien como técnica para conseguir buenos resultados electorales o bien como la
astucia del profesional de la maniobra.
Es
lástima que el Gramsci de la cuestión meridional y el Gramsci de las criterios
metodológicos para una historia de las clases subalternas (CC, 25, § 1, 2 i 5)
o bien el de los estudios sobre la cultura material del pueblo (CC 27, § 1, 2,)
o el de la reforma intelectual y moral continúe siendo un desconocido.
Es
el Gramsci del constituirse de las clases subalternas en estado el que nos
interesa. Es el Gramsci que nos llama a estudiar participando el lento, difícil
y siempre complejo proceso que lleva a los subalternos de la fase
económico-corporativa a la fase ético política. El que nos llama a considerar
importante cualquier indicio de autonomía de clase, por pequeño que sea.
El
Gramsci que me permite entender lo que nos explica Manolo Cañada al mostrarnos
el lento constituirse de comunidades de lucha. Una constitución de la que
Manolo nos habla por experiencia y por reflexión propias. Una experiencia y
reflexión propias de las me habló durante toda la noche del 10 al 11 de febrero
del ya lejano 2002, en el autocar que, camino de Barcelona, que nos traía del
Fórum Social Europeo que se había desarrollado en Florencia.
En
la estela de ese Gramsci de la larga duración se situaba y se sitúa la
reflexión que proponíamos (sin ningún éxito por cierto, en estos tiempos de
prisa permanente) Joaquín Miras y yo mismo en un pequeño librillo publicado en
2013 bajo el título “La izquierda como problema”11. En ese librillo proponíamos
una interpretación de la historia de España desde 1812 hasta nuestros días como
la historia de tres revoluciones pasivas con un genocidio intercalado. Es una
propuesta metodológica sin la cual no se puede comprender mi intervención de
hoy.
Empiezo
pues.
El
calendario electoral no debiera regir la vida de los movimientos sociales.
La
impaciencia preside la mayor parte de los actos que observo en el mundo de la
izquierda política desde el año 2011. Una impaciencia comprensible, pero no por
eso, menos criticable. Una vez más, insistiré en esa crítica. Seguro que, como
siempre no obtendré muchos nuevos amigos.
A
la altura de los años 2011 y 2012 se teorizaba que estábamos en un periodo de
revolución democrática, como fruto de una grave crisis del régimen de 1978. La
inmensa expropiación colectiva perpetrada por los gobiernos de Zapatero y de
Rajoy siguiendo las órdenes de la Comisión Europea, sumada a la corrupción
galopante de ambos partidos del régimen así como, incluso de la propia corona,
llevaban a numerosos politólogos a predecir la apertura de una ventana de
oportunidad que había que aprovechar a toda costa. Rápidamente se pasó del “no
nos representan” y del “democracia real, ya” a una aceptación de las reglas del
juego y de la representación delegada de las demandas sociales. De ahí a la
cooptación y a la revolución pasiva el trecho a recorrer es realmente corto.
Precisamente
por ello, precisamente por esa confusión quizá sería bueno pensar seriamente
qué cosa es una revolución, y cuales son sus tiempos.
Los
tiempos cortos de la revolución son aquellas coyunturas en que la tormenta
perfecta compuesta por el binomio leniniano (los de arriba ya no pueden
continuar dominando como lo hacían / los de abajo ya no pueden vivir como lo
hacían) impone a las fuerzas en presencia una confrontación decisiva, impone la
guerra de movimientos. Son tiempos cortos y coyunturas aceleradas que se dan en
muy contados momentos de la historia y que son particularmente breves. Saint
Just nos lo advirtió en dos frases célebres: “La primavera de los pueblos es
corta” o “La libertad pasó como una tormenta”12.
La
rememoración defectuosa o mítica de estos momentos excepcionales suele
llevarnos a confundir las revoluciones con un acto de técnica militar realizado
per unos especialistas. Como si la revolución fuera tarea del comando G. Es un
error que comparten tanto los autores reaccionarios como los revolucionarios
impacientes. Los reaccionarios dicen por ejemplo: la revolución de Octubre fue
un golpe de Estado. Los revolucionarios impacientes dicen: Lenin y los
bolcheviques hicieron la revolución. Contradiciendo a Lenin, por cierto. Los
reaccionarios dicen: la revolución es obra de minorías totalitarias. Los
revolucionarios impacientes dicen: necesitamos una minoría bien preparada que sepa
aprovechar la oportunidad para hacer la revolución o, en la versión edulcorada
de aquí y ahora, para ganar las elecciones.
Todo
ello lleva a ver la revolución como un acto superficial, a valorar el gesto, el
ritual, el lenguaje por encima de la lucha implacable por la hegemonía en las
entrañas de la sociedad. A ver la espuma de la ola ignorando el movimiento de
la ola de fondo.
Como
ejemplo de esa gestualidad engañosa, Syriza logró a finales de febrero del año
pasado que la troika pasase a llamarse “las instituciones” o “nuestros socios”.
Pero en ese caso el giro lingüístico acabó siendo un engaño para el pueblo. Una
forma de hacer pasar un acuerdo ignominioso. Como dijo el héroe de la
resistencia Manolis Glezos. “llamar carne al pescado no cambia nada”. El 13 de
julio de 2015, con la firma por parte de Tsipras del ignominioso tercer
memorándum griego tuvimos una buena muestra de la inutilidad de las teorías del
giro lingüístico y de los significantes vacíos.
La
realidad es que los tiempos cortos de la revolución suelen ser menos cortos que
lo que muchos piensan. Diez años para la revolución francesa (que muchos
confunden con las jornadas de 14 de julio de 1789, de 10 de agosto de 1792 o de
30-31 de mayo de 1793); 17-18 años para la revolución rusa (que muchos
confunden con el momento técnico del asalto a un Palacio de Invierno que, por
cierto, estaba vacío en el momento del asalto: la inmensa revolución social en
curso lo había transformado en un símbolo vacío del poder). Remarco que fue la
revolución social en curso como inmenso movimiento en la que intervenían
millones de personas, rompiendo en las entrañas y los recovecos de la sociedad
las relaciones sociales existentes, quien vació el símbolo del poder. No fue el
giro lingüístico. La resignificación de las palabras y de los símbolos fue
fruto de la ola de fondo, no de la espuma de la vanguardia auto-designada.
Parémonos
un rato en los tiempos largos de la revolución. Lo que los historiadores
franceses han llamado la longue durée. Hablo de los largos periodos anteriores
a la coyuntura revolucionaria, en que “petit à petit” se reúnen las condiciones
objetivas y subjetivas (¿aún esa distinción? Tema para otro debate) a nivel
nano-social, molecular, capilar. Pequeños amotinamientos, rituales o, incluso prácticas
religiosas antagónicas con el dogma de la religión oficial13, actos son más
“rebelionarios” 14 que propiamente revolucionarios. Actos multiplicados a lo
largo y ancho del territorio, de la sociedad y del tiempo, hasta que llegan a
producir una nueva cultura material de vida, una nueva civilización, un nuevo
orden, un ethos, una voluntad15 que pugna con el orden imperante, hasta vencer
y establecer un nuevo orden. Revolución en la cultura material de vida que se
suele clasificar como hecho subjetivo (el marxismo economicista,
reductivamente, lo suele llamar ideología), pero que es objetividad, que tiene
la fuerza material de los actos materiales y masivos que inspira. Que tiene la
fuerza material de la voluntad colectiva, de la voluntad general constituida.
Voluntad,
sin la cual no se conquista el poder. Condiciones pues, en que el sujeto se
identifica con el objeto y en que, con la ayuda de alguna coyuntura especial
quizás algún día se transforme en la “tormenta perfecta”: la revolución. Una
coyuntura que precipite lo acumulado en la larga duración16.
Distingamos
ahora la revolución política, entendida como recambio de las élites
gobernantes, respecto de la revolución social, entendida como la sustitución de
un determinado orden social por un orden nuevo. Que es la que nos interesa
aquí. La revolución social, recordémoslo, sólo puede ser proceso. No puede ser
otra cosa que un complejo de complejos.
Si
consideramos la revolución democrática como una simple revolución política
empezamos a caer por la pendiente que en el 78 llevó de la ruptura democrática,
pasando por la ruptura pactada (menudo oxímoron), a la reforma pactada y
desembocó finalmente en la reforma suplicada.
Un
vez consumado el acto puntual de la ocupación del gobierno político por una
elite que pretende ser orgánica de les clases subalternas, actúa la dialéctica
entre tiempo largo y tiempo corto. No entraré aquí en los tiempos cortos: es
decir los tiempos de las luchas y conspiraciones por el poder que
necesariamente se desarrollan entre las diversas fracciones o partidos que
aspiran a ser dirigentes del nuevo bloque social que intenta consolidarse en el
poder, en el estado. Conviene aquí recordar la temática del partido orgánico
suscitada por Gramsci retomando y hegelianizando una expresión de Marx: partido
en el sentido histórico.
Desde
una perspectiva realista podríamos hablar de los tiempos largos
post-revolucionarios, definiéndolos como aquellos procesos en que las clases
subalternas que triunfan acaban por ser derrotadas per las mismas élites que
elles han hecho ascender a la cúpula del poder. Me vienen a la cabeza los casos
de la URSS, de los países del Este de Europa, de la China, de Vietnam, de
Siria, de Sudáfrica, de Angola o de Libia. Podríamos, usando la tríada
aristotélica decir que es el tiempo más o menos largo en que la democracia se
transforma en aristocracia o incluso en monarquía (véase Corea del Norte).
Fenómenos de este tipo los podemos ver actuando, sin por ello menoscabar
nuestro apoyo a estas revoluciones, en los casos de Venezuela, Ecuador o
Bolivia. Nuestro apoyo a estas revoluciones, para ser correcto no puede ser
otra cosa que crítico.
Confundiendo
los tiempos largos con los tiempos cortos
Pongamos
ahora un ejemplo más próximo de la confusión de muchos sectores de la izquierda
entre tiempo corto y tiempo largo de la revolución: la llamada primavera árabe
de 2012 que los medios de incomunicación y manipulación social llamaban
revoluciones árabes. Nadie discutía la caracterización como revoluciones la
caída de los regímenes pro-occidentales de Mubarak o de Ben Alí. Pero la
victoria de los islamistas en las elecciones en ambos países ha roto ese
consenso: mientras los medios de comunicación dominantes han retirado el rótulo
de revolución, los comentaristas de izquierdas han pasado a hablar de derrota
de la revolución. Los más clarividentes, han empezado a darse cuenta de que la
revolución, per a triunfar, necesita de algo más que unas semanas o unos meses
de movilizaciones y de algo más que llenar las plazas de los centros de les
grandes ciudades.
Y
aquí surge otro tema recurrente en el análisis de las revoluciones: el problema
campo-ciudad17 o, para actualizarlo a los nuevos tiempos, la confusión entre la
plaza y la jornada revolucionaria con el conjunto de la sociedad en su
diversidad territorial, productiva y con su compleja composición social.
De
manera similar, numerosos miembros, antiguos o nuevos, del pueblo de izquierdas
consideran la importancia de los acontecimientos de mayo de 2011 en las plazas
de Catalunya o en la Puerta del Sol, replicados en todas las plazas céntricas
de las capitales de provincia o comarcales del conjunto de los pueblos que
conviven en el Estado español.
Que
los jóvenes participantes en esos acontecimientos confundan el 15 M con una
revolución es comprensible, disculpable y solo se les puede reprochar que no
hayan tenido razón, cosa de la que no tienen ninguna culpa, por supuesto. Otra cosa
es lo que sucede cuando desde algunos despachos que debieran acumular la
experiencia colectiva de les clases subalternas en la lucha de clases es
confunde “la farmacia con la magnesia”.
Que
quede claro que no considero que los sucesos de las plazas Taksim, Tahir o de
la plaza de Catalunya, o de la Puerta del Sol, sean elementos negligibles o
insignificantes. Por contrario, los considero momentos altísimos de
confrontación y de expresión de la ira contra la tremenda agresión sufrida por
nuestros pueblos. Sin embargo creo que nadie negará que, por el momento, han
sido absolutamente insuficientes: el tejido social que sustentaba los regímenes
respectivos no ha cambiado, la revolución no ha llegado molecularmente a cada
barrio, a cada empresa, al conjunto de la sociedad, a la vida cotidiana. No ha
llegado aún a disputar la hegemonía donde hay que disputarla: en los recovecos
de la sociedad, en los intersticios, en la capilaridad, en la cultura material
de vida, en el ethos. Podríamos decir que la plaza no ha surgido ni es
expresión de los barrios, pueblos, ciudades, empresas o sectores productivos
organizados, sino de una indignación producida per la frustración de
expectativas de la nueva generación. Una indignación con la que una mayoría
social se identifica “por delegación”. Como en las huelgas del transporte
metropolitano de Paris de 199518.
Otra
cosa bien diferente se puede decir de Grecia donde las movilizaciones en plaza
Sintagma han venido acompañadas de unas treinta huelga generales, de la
creación de múltiples formas de resistencia, de ocupación de fábricas cerradas,
de creación de servicios comunitarios de sanidad, de extensas formas de apoyo
mutuo que han permitido la creación de una fuerza política capaz de ganar las
elecciones, aunque no de tomar, ni mucho menos el poder19.
Frente
a esta oleada de indignación, la reacción cuenta con fuerzas de reserva
suficientes como para resistir y no me refiero sólo a los cuerpos represivos,
que también. Me refiero a que el sentido común imperante aún no ha cambiado de
manera decisiva. Me refiero a la ilusión sostenida aún por sectores
mayoritarios de la población de que la “belle époque” puede retornar y que, sin
duda, lo hará cuando pasen “les mauvais jours”. Me refiero a la ilusión de que
es posible volver a aplicar políticas keynesianas de redistribución de la
renda.
La
impaciencia como opio del pueblo de izquierdas.
En
nuestro país, la coincidencia entre los síntomas incipientes de crisis del
régimen del 78 y la formidable y masiva expropiación indebida de les clases
populares implícita a les políticas de la UE ejecutadas por los gobiernos
cipayos de Zapatero, Rajoy, y de Mas (actualmente Puigdemon-Junqueras) en
Catalunya, inducen actualmente a la confusión al sector impaciente de la
vanguardia política. Le inducen a confundir la crisis de legitimidad y la
recomposición del régimen en curso con una crisis revolucionaria20.
La
impaciencia obnubila, narcotiza el entendimiento, estimula todo tipo de
ilusión, anula la razón. La impaciencia induce un hiperactivismo político
narcotizante. La impaciencia no ha sido nunca madre de la ciencia. La
impaciencia es el opio del pueblo de izquierdas.
En
el transcurrir de los años 2013, 2014, 2015 la izquierda impaciente ha soñado,
ha teorizado, ha escrito decenas de ensayos y artículos sobre procesos
constituyentes cuyo sujeto constituyente, digámoslo con todas las letras aún no
está constituido. Cuando hablo del sujeto constituyente hablo, naturalmente del
pueblo soberano que me parece, está simplemente en conato, en potencia, no aún
en acto.
Ilusionar
con procesos constituyentes de nuevos países o de nuevos estados a determinadas
vanguardias sociales quizás proporcione impulso a un proceso de articulación de
una nueva fuerza política de izquierdas que se presente a les elecciones. Pero
no distinguir el proceso constituyente de un nuevo estado, del simple proceso
constituyente de una fuerza política nova, o es un auto-engaño o es un ensueño
que no nos podemos permitir.
Se
trata de distinguir entre cosas que se llaman con nombres similares pero que
entrañan procesos muy diferentes. Y hay que hacer esta distinción para evitar
la decepción que suele pasar cuando se hace de día, abrimos los ojos y la
realidad substituye el ensueño.
Derivaciones
imprevistas de la impaciencia revolucionaria: cooptación y revolución pasiva.
La
impaciencia recurrente conduce a cometer errores tan habituales como confundir
las incipientes luchas defensivas (para decirlo gramscianamente: luchas
ubicadas en la línea del tiempo en la fase económico-corporativa de la
constitución de clase) con las luchas ofensivas (para decirlo gramscianamente
con las luchas en que ya se expresa el momento ético-político, el nuevo ethos
que constituye un nuevo estado).
Un
ejemplo de esta permanente confusión puede ser la valoración ditirámbica pero
nada realista que se hace de este gran movimiento social que es la PAH. O de
los excelentes resultados electorales de Barcelona en Comú, de la CUP o de
Podemos. Excelentes resultados que solo pueden ser parangonados históricamente
con el momento en que les Trade Unions crearon el Labour Party en el Reino
Unido o de la constitución del PT del Brasil como a expresión política del
fortísimo movimiento obrero de los años 80 del siglo pasado en el área de Sao
Paulo y de la lucha del MST. Con una diferencia: la capacidad de movilización y
de organización de la clase o del pueblo trabajador era, en ambos casos, infinitamente
superior a la nuestra. Y nadie negará que el resultado de estas operaciones fue
la cooptación del movimiento obrero a la gobernación del estado capitalista. De
hecho Gramsci en los Cuadernos caracterizaba el gobierno de McDonalds como una
forma de cesarismo.
En
este contexto, el corporativismo en ciernes de las nuevas clases políticas
practica la peor versión de la impaciencia: la que confunde los ritmos de la
revolución con los propios ritmos vitales y con las aspiraciones propias al
ascenso social. No es un fenómeno nuevo: es algo recurrente que podemos
observar desde la revolución francesa, pasando por todas las revoluciones hasta
nuestros días. Al no llegar al poder por vía revolucionaria se declara la
revolución como idea obsoleta y se justifica la propia cooptación a las áreas
periféricas del poder del régimen que antes se combatía con ardor. Un régimen
que ellos han ayudado, aún sin quererlo o imaginarlo, a transformarse
lampedusianamente. Ejemplo paradigmático: Fouché21. En nuestro país la
biografía política de algunos ultra-izquierdistas ascendidos a ministros de
cultura, a gestores del urbanismo y de la vivienda área metropolitana de
Barcelona durante decenios o a presidentes de la Generalitat, así lo certifica.
Para
poner un ejemplo menos aburrido aunque no por ello menos deprimente podría
citar alguna novela de Petros Márkaris, particularmente Pan, educación y
libertad, que muestra paralelismos clarísimos entre el caso de nuestro país y
el de Grecia22.
Conclusión.
“La
paciencia es la madre de la ciencia”
Sabiduría
popular.
El
régimen del 78 padece una crisis en la esfera de la representación política.
Los síntomas son claros y numerosos.
La
corrupción que lo corroe, llega desde el trabajador de brigada municipal
contratado clientelarmente a cambio del voto, hasta la cabecera del estado.
Desde los sindicatos y las organizaciones patronales que han vivido durante
décadas de los fondos (de formación continua y ocupacional y de seguridad e
higiene) que correspondían a los trabajadores y a los parados y de numerosas
subvenciones pagadas por todos los ciudadanos. Las fuerzas políticas (todas)
han vivido de la financiación inmoral (una parte de esta financiación era
ilegal, la otra era legal en este reino de tahúres, pero toda ella era inmoral).
La
expropiación masiva bajo la excusa de la llamada crisis de 2008 ha agudizado
fuertemente el malestar social. Las políticas que la Unión europea ha impuesto
a nuestro país han cortado los cables del ascensor social que se precipita en
caída libre por el hueco de edificio. Esta misma política de la Europa Alemana
ha sumido a nuestro país en el infierno del paro estructural y ha dejado a la
juventud sin futuro. A una juventud que ha estudiado por encima de sus
posibilidades y que ha visto como sus expectativas se veían defraudadas. Ya
sabéis que existe una teoría de la revolución que explica ese fenómeno social
en la defraudación de expectativas vitales. Sin embargo, en ausencia de
vinculación de los sectores en lucha con ninguna de las clases fundamentales,
cuando la movilización topa contra las defensas del sistema, contra el inmenso
entramado de trincheras y casamatas de la sociedad civil y del estado ampliado,
el ejército asaltante tiende a disgregarse paulatinamente. El tiempo erosiona
diariamente las comunidades de lucha. Como decía Andreotti, lo que desgasta es
estar en la oposición.
Queridos
compañeros, mi diagnóstico no es optimista. No quisiera pecar de prepotencia
diciendo aquel chiste que dice que un pesimista es un optimista bien informado.
Yo me informo como puedo.
La
revolución democrática no está, por el momento, en el orden del día. Falta
potencia popular, falta autonomía de proyecto, falta organización capilar en el
conjunto de la sociedad, faltan cuadros actuantes realmente en el conjunto del
entramado social, faltan sindicatos de clase potentes y autónomos respecto de
las clases dominantes, las clases subalternas están lejos de haberse
constituido en clases antagónicas, con proyecto propio de sociedad, con ethos,
con cultura material de vida que prepare un orden nuevo. Falta, en resumen,
hegemonía. En consecuencia quizás nos estemos enfrentando a los prolegómenos de
la cuarta revolución pasiva en la historia de España, incluyendo claro,
Catalunya23.
El
pronóstico está claro: el partido orgánico del Ibex 35 dominará en base a un
cuatri-partidismo que sustituirá al bipartidismo vigente entre 78 y el pasado
20 de diciembre. En las relaciones entre Catalunya y el resto de España
veremos, como máximo, una reforma de la constitución que quizás permita el
encaje de les elites catalanas en la nueva España. Quizás ni eso. Mientras, la
monarquía trata de recuperar el su prestigio perdido24 como institución.
Mientras
todo esto transcurre, la sumisión de la izquierda a los calendarios
electorales, la sumisión a los “tempos" políticos del régimen, inserta en
nuestras vidas las urgencias de la lucha por la representación política. No nos
permite reservar y usar tiempo en las tareas las principales. Las tareas
estratégicas, continúan pendientes.
Para
algunos, pendientes del próximo ciclo electoral.
1[1] Ese es el título del
último texto de Joaquín Miras editado en gallego y de próxima edición en
castellano por El Viejo Topo. El subtítulo es significativo: Joaquin Miras, Non
nos representen! A política como ciencia ou a política como praxe. Editorial
Corsarias/Somos ninguen, xaneiro, 2016. O sea, la política no es una ciencia si
no una praxis.
2[1] El debate anterior a
la mesa en que participé llevaba el título 25 de marzo de 1936. Historia y
actualidad.
3[1] Georges Lefebvre, La
grande peur de 1789, Paris, Armand Colin, 1970. Esta edición reproduce la
primera edición del libro, de 1932.
4[1] Karl Marx, Federico
Engels, Manifiesto del Partido Comunista, publicado en febrero de 1848.
5[1] Véase: Florence
Gauthier, La voie Paysanne dans la révolution française, Paris, Maspero, 1977.
También, Anatoli Ado, Paysans en révolution. Terre, pouvoir et jacquerie
1789-1794, Paris, Société des Études Robespierristes, 1996, primera edición en
ruso, Moscú, 1971.
6[1] Siguiendo a Hegel y
a Aristóteles
7[1] “Por supuesto que
los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Qué iba a llevar 4000 prisioneros rojos
conmigo, teniendo mi columna que avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la
retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?”
8[1] Conozco algo de esa
extraordinaria experiencia social de vuestro pueblo gracias al libro de
Francisco Espinosa Maestre LA primavera del frente popular, los campesinos de
Badajoz. Fue un querido camarada y, sin embargo amigo, extremeño-catalán que se
llama Fernando Zamorano, nacido en Llerena y ciudadano de Catalunya desde su
más tierna infancia, quien me lo dio a leer. Nando es una de las almas
orgánicas de esa pequeña asociación de cultura marxista que hoy me honro en
representar entre vosotros, Espai Marx. También la conozco a través de la
entrevista que otro extremeño catalán como el amigo Manolo Márquez y vuestro
Manolo Cañada le hicieron a Víctor Chamorro. Debo extender mi agradecimiento
también al hecho de que otro amigo extremeño-catalán, Juan Carlos Santervás me
pidió que prologara su monografía sobre su pueblo Valverde de Llerena titulada
República y guerra civil, primer franquismo en Valverde de Llerena (1931-1947)
Badajoz, Diputación de Badajoz, agosto de 2007, donde narra estos hechos en el
ámbito de esa localidad.
9[1] Giuseppe Fiori, Vida
de Gramsci, Madrid, Editorial Swing, 2015. Mi generación conoció la vida y obra
del comunista sardo, italiano y universal a través de la traducción de esta
obra por parte de Jordi Solé Tura publicada por Editorial Península, 1970. Más
de cuarenta años de vacío editorial.
10[1] Antonio Gramsci, A
cuestion meridional, Somos Ninguén, 2016. Esta obra, fundamental para entender
la dinámica de la dependencia centro periferia, tanto en Italia como, por
analogía en España y en la Europa actual, conoció su primera y única edición
española en los años setenta.
11[1] La izquierda como
problema, Barcelona, El viejo Topo, 2013.
12[1] SAINT-JUST, La
libertad pasó como una tormenta, selección de escritos del revolucionario
francés a cargo de Carlos Valmaseda, Barcelona, El Viejo Topo, 2006.
13[1]Ruptura de prácticas
religiosas tradicionales como nos explica Gramsci caracterizando la revolución
francesa como una herejía católica o hablándonos del milenarismo de Davide
Lazaretti.
14[1] Traduzco este
vocablo inventado per NICOLAS, La rebellion française, para designar la miríada
de pequeños actos que durante por lo menos 165 anys configuraron el pueblo
soberano que realizó la revolución francesa. Actos que se desarrollaron no sólo
en Paris o en el centro del poder político sino a lo largo y ancho del
hexágono. El invento de la palabra “rebelionario” me parece útil: adjetiva
aquellos tipos de actos en que de uno o otro modos, las clases subalternas del
antiguo régimen se enfrentaban con les consecuencias moleculares del avance del
capitalismo. Actos de rebelión en defensa de su cultura material de vida
(ethos), estrechamente interrelacionados con las condiciones materiales de
vida. No siempre estos actos rebelionarios tenían un contenido “progresista” en
el sentido que Condorcet y el resto de la Ilustración fisiócrata daba a esta
palabra. Véase CONDORCET, Lettre d’un labourer de Picardie a M. N***, auteur
prohibitif à Paris, en: Mélanges d’économie politique, Paris Chez Guillaumin et
Cie, Libraires, 1847, tomo 1, pp. 459-470, para ver el desprecio y la
incomprensión de los autores llamados progresistas por los actos “fanáticos” de
las masas populares. El marxismo kautskyano ha heredado por la vía del
positivismo este tipo de “progresismo”.
15[1] Llamadle como
queráis, se trata de términos casi sinónimos.
16[1] Algunos ejemplos
(una guerra prolongada más allá de lo que prometían los discursos patrióticos
iniciales [1914-1918]; una prolongada crisis de subsistencias [1789-1795]; un
exceso escandaloso de codicia en la acumulación de beneficios [UE vs. PIGS,
2008-2015].
17[1] Cuestión que Marx se
planteó esta cuestión en su 18 de Brumario de Luís Bonaparte, en sus escritos
sobre la Lucha de clases en Francia, o en el análisis del aislamiento de la
Comuna de Paris respecto del resto campesino del país. Esa temática fue
retomada por el Lenin de Dos tácticas de la Socialdemocracia o de las
intervenciones en el segundo congreso de los soviets (7 de noviembre de 1917),
en las reuniones del CC del PC (b) de R de enero –febrero de 1918, o en el IV
congreso de la IC (Moscú, 1922). Este es el eje básico de las Tesis Blum
escritas per Luckács para el PC de Hungría en 1926 o de las tesis del III
Congreso del PC de Italia celebrado en Lion el mes de enero de 1926, o del
opúsculo de Antonio Gramsci La cuestión Meridional y de gran parte de los
Cuadernos de la Cárcel del mismo autor.
18[1] Veáse: Sophie Béroud
y René Mouriaux, Le soufflé de décembre, Le mouvement de décembre 1995,
continuités, singularités, portée, Paris, Syllepse, 1997.
19[1] Véase Sthatis
Koulevakis, La Grèce, Syriza et l’Europe néolibérale, entretiens avec Alexis
Cukier, Paris, La Dispute, octobre 2015.
20[1]Hemos examinado las
consecuencias de esta coincidencia de dos escalas temporales en La izquierda
como problema, Barcelona, El viejo Topo, 2013.
21[1] Vegi’s Stephan
Sweig, Fouché,
22[1] Petros Márkaris,
Pan, educación y libertad, Barcelona, Ed. Tsuquets, 2013.
23[1] Joaquín Miras i yo
hemos ofrecido una interpretación de la historia de España que va desde 1868
hasta nuestros días, como tres revoluciones pasivas am un genocidio
intercalado, ver La izquierda como problema, Barcelona, El Viejo Topo, 2013.
24[1] En el 78 las
principales ayudas en la aceptación de la monarquía fueron “los cuarenta años
de paz” y las políticas de Santiago Carrillo y de Felipe González. En este
momento, lo son gestos como el de Pablo Iglesias regalándole a Felipe VI.
colecciones de series televisivas o la respuesta a la pregunta de Chantal
Mouffe dada per Iñigo Errejón: “Dudo mucho que la bandera tricolor de la
Segunda república sirva para esa nueva identidad nacional-popular democrática.
Lo digo con todo el respeto por aquella experiencia histórica. Esa bandera es
una bandera más bien de nostalgia, puesto que la crisis del régimen es la de su
agotamiento hoy, no la impugnación de su pasado y de su relato fundante”... e
via dicendo, Iñigo Errejón/ Chantal Mouffe, Construir pueblo, Hegemonía y
radicalización de la democracia, Barcelona, Icaria, 2015, p. 135.
(*).-Fuente. http://www.espai-marx.net/ca?id=9928
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