JACQUES
RANCIÈRE ENTREVISTADO POR LE NOUVEL OBSERVATEUR:
Le
Nouvel Observateur:
La elección presidencial es generalmente presentada como el punto culminante de
la vida democrática francesa. Pero ésta no es tu opinión. ¿Por qué?
Jacques
Rancière: En su
principio, como en su origen histórico, la representación es lo contrario de la
democracia. La democracia está fundada sobre la idea de una competencia igual
de todos. Y su modo normal de designación es el sorteo, como se practicaba en
Atenas, para prevenir el acaparamiento del poder por esos que lo desean.
La
representación es un principio oligárquico: los que están de esta manera
asociados al poder no representan a una población sino al estatuto o la
competencia que funda su autoridad sobre esta población: el nacimiento, la
riqueza, el saber u otros.
Nuestro
sistema electoral es un compromiso histórico entre poder oligárquico y poder de
todos: los representantes de las potencias establecidas se convierten en los
representantes del pueblo, pero, inversamente, el pueblo democrático delega su
poder a una clase política acreditada de un conocimiento particular de los
negocios comunes y del ejercicio del poder. Los tipos de elección y las
circunstancias inclinan más o menos la balanza entre los dos.
La
elección de un presidente como encarnación directa del pueblo ha sido inventada
en 1848 contra el pueblo de las barricadas y de los clubes populares y
reinventada por de Gaulle para otorgar un “guía” a un pueblo muy turbulento.
Lejos de ser la coronación de la vida democrática, es el punto extremo del
despojo electoral del poder popular al provecho de los representantes de una
clase de políticos en la que las facciones opuestas comparten a la vez el poder
de los “competentes”.
Cuando
François Hollande promete ser un presidente “normal”, cuando Nicolas Sarkozy se
propone “dictar la palabra al pueblo”, ¿no toman nota de las insuficiencias del
sistema representativo?
Un
presidente “normal” en la V República, es un presidente que concreta un número
anormal de poderes. Hollande quizás será un presidente modesto. Pero será la
encarnación suprema de un poder del pueblo, legitimado para aplicar los
programados definidos por los pequeños grupos de expertos “competentes” y una
Internacional de banqueros y de jefes de Estado que representan los intereses y
la visión del mundo de las potencias financieras dominantes.
En
cuanto a Nicolas Sarkozy, su declaración es francamente cómica: por prinicipio,
la función presidencial es aquella que dicta inútil la palabra del pueblo,
porque ésta sólo escoge silenciosamente, una vez cada cinco años, aquello que
va a hablar en su lugar.
Pregunta. ¿Pone Vd. a
la campaña de Jean-Luc Mélenchon en el mismo saco?
Jacques Ranciere. La operación de
Mélenchon consiste en ocupar una posición marginal que está ligada a la lógica
del sistema: aquella del partido que está al mismo tiempo dentro y fuera. Esta
posición ha sido por mucho tiempo la del Partido Comunista. El Frente Nacional
se encontraba apoderado, y Mélenchon intenta reanudarlo a su modo. Pero en el
caso del PCF esta posición se apoyaba sobre un sistema efectivo de contrapoderes
que le permitían tener una agenda distinta de las agendas electorales.
En
Mélenchon, como en Le Pen, se trata sólo de aprovechar esta posición en el
cuadro del juego electoral de la opinión. Honestamente, no pienso que él tenga
gran cosa que esperar. Una verdadera campaña de izquierda sería una
denunciación de la función presidencial misma. Y una izquierda radical, supone
la creación de un espacio autónomo, en relación a las instituciones y las
formas de discusión y de acción que no dependen de las agendas oficiales.
Pregunta. Los comentadores políticos se acercan
rápidamente a Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon acusándolos de populismo. ¿El
paralelismo tiene fundamentos?
Jacques Ranciere. La noción de
populismo fue hecha para amalgamar todas las formas de política que se oponen
al poder de las competencias autoproclamadas y para dirigir estas resistencias
a una misma imagen: aquella del pueblo atrasado e ignorante, incluso rencoroso
y brutal. Se evocan los pogromos, las grandes demostraciones nazis y la
psicología de las masas a la manera de Gustave Le Bon para identificar al poder
del pueblo y desatando un paquete racista y xenófobo.
Pero
dónde se ve hoy en día a las masas en cólera destruir los comercios magrebinos
o persiguiendo a los negros? Si existe una xenofobia en Francia, ésta no viene
del pueblo, sino más bien del Estado cuando persiste en poner a los extranjeros
en situación de precariedad. Estamos tratando con un racismo desde arriba.
Pregunta:
Por lo tanto, ¿no hay ninguna dimensión democrática en las elecciones generales
que marcan la vida en las sociedades modernas?
Jacques
Ranciere. El sufragio
universal es un compromiso entre los principios oligárquicos y democrático.
Nuestros regímenes oligárquicos todavía tienen necesidad de una justificación
igualitaria. Aunque sea mínimo, este reconocimiento del poder de todo hace que,
a veces, el sufragio conduzca a las decisiones que van en contra de la lógica
de los competentes.
En
2005, el Tratado Constitucional Europeo fue leído, comentado, analizado; una
cultura jurídica compartida fue desplegada por internet, los incompetentes han
afirmado una cierta competencia y el texto ha sido rechazado. ¡Pero se sabe lo
que pasó! Finalmente, el tratado ha sido ratificado sin haber sido sometido al
pueblo, bajo el argumento de que: Europa es un asunto para las personas
competentes cuyo destino no se puede conferir a los riesgos del sufragio
universal.
Pregunta. ¿Dónde se sitúa entonces el espacio
posible de una “política” en el sentido en que tú la entiendes?
Jacques Ranciere. El acto político fundamental es la manifestación del poder de aquellos que no tienen ningún título para ejercer el poder. En los últimos tiempos, el movimiento de los “indignados” y la ocupación de Wall Street han sido, después de la “primavera árabe”, los ejemplos más interesantes.
Estos
movimientos han recordado que la democracia es algo vivo, porque ella inventa
sus propias formas de expresión y reúne materialmente un pueblo que no está más
dividido en opiniones, grupos sociales o corporaciones, sino que es el pueblo
de todo el mundo y sin importar quién sea. En esto radica la diferencia entre
la gestión —que organiza las relaciones sociales donde cada uno está en su
lugar— y la política —que reconfigura la distribución de los lugares.
Esto
es por lo que el acto político se acompaña siempre de la ocupación de un
espacio al que se le desvía de su función social para hacerlo un lugar
político: ayer fue la universidad o la
fábrica, hoy en día es la calle o la plaza. Por supuesto, estos movimientos no
han renunciado a esta autonomía popular de las formas políticas capaces de
durar: las formas de vida, de organización y de pensamiento en ruptura con el
orden dominante. Encontrar la confianza en esta capacidad es un trabajo de
largo aliento.
Pregunta. ¿Irá Vd. a votar?
Jacques
Ranciere. .Yo no soy
de los que dicen que la elección no es más que un simulacro y que nunca hay que
votar. Existen circunstancias donde tiene sentido reafirmar este poder
“formal”. Pero la elección presidencial es la forma extrema de la confiscación
del poder del pueblo empleando su propio nombre. Y yo pertenezco a una
generación nacida en la política de los tiempos de Guy Mollet y para quien la
historia de la izquierda es la de una
traición perpetua. Entonces no, no creo que vaya a ir a votar.
Traducción
de la entrevista publicada por Le Nouvel Observateur el 18 de abril de 2012.
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