Del
prólogo de Engels para la segunda edición alemana del Manifiesto Comunista
(1890):
"...
en 1887el socialismo continental ya sólo era casi la teoria que se proclama en
el Manifiesto. Y de este modo, la Historia del Manifiesto refleja, hasta cierto
punto, la historia del movimiento obrero desde 1848. Hoy es, sin duda, el
producto más ampliamente difundido y más internacional de toda la literatura
socialista, el programa común de muchos millones de obreros de todos los
países, desde Siberia a California.
Y
sin embargo, cuando apareció no hubiéramos podido denominarlo Manifiesto
socialista. En 1847 se entendía por socialistas dos clases de gentes. Por una
parte, los partidarios de los diversos sistemas utópicos, en especial los
owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia; por entonces, ya unos y
otros se habían reducido a la condición de meras sectas en paulatina extinción.
Por la otra, la más variada suerte de charlatanes sociales, quienes con sus
diferentes panaceas y con toda clase de chapucerías pretendían eliminar los
malestares sociales sin mortificar en lo más mínimo al capital y las ganancias.
En ambos casos se trataba de gentes situadas fuera del movimiento obrero y que
buscaban antes bien apoyo entre las clases "ilustradas". Por entonces
se llamaba comunista a aquella parte de la clase obrera que se había persuadido
de la insuficiencia de transformaciones meramente políticas, y exigía la
necesidad de una transformación total de la sociedad. Tratábase de una especie
burda, sin labrar, puramente instintiva de comunismo; pero tuvo suficiente
poderío como para engendrar dos sistemas de comunismo utópico, el
"icárico" de Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania. En 1847
el socialismo significaba un movimiento burgués y el comunismo un movimiento
obrero. El socialismo era "admisible" en sociedad, cuando menos en el
Continente, mientras que el comunismo era exactamente lo contrario. Y puesto
que ya entonces estábamos sumamente decididos en nuestra opinión de que
"la emancipación de los obreros debe ser obra de la propia clase
obrera", no podíamos dudar ni por un instante acerca de cuál de ambos
nombres habríamos de escoger. Más aún, desde entonces jamás se nos ha ocurrido
desdecirnos de él".
Texto
facilitado por Joan Tafalla Monferrer
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